La boda (2)

Aquí me tenéis de vuelta. Para mis fieles lectores, esta segunda parte que explica con todo detalle lo cachondisimos que estaban todos los invitados... Yo también, por supuesto.

LA BODA – segunda parte-

Carlos, mi « fiel » esposo, tuvo la gentileza de reservar una habitación en el mismo restaurante donde celebrábamos el banquete. Así que lo teníamos fácil para aprovechar al máximo la alegría de la fiesta y, si por casualidad nos caímos rendidos, borrachos como cubas, alguien benévolo nos llevaría hasta nuestro nidito de amor. Bueno... También reservó otra para mis primos, Aurelia e Ismael (que apenas había visto en toda la tarde) que insistieron en que fuera con cama de matrimonio, así que Carlos les dijo a los de la recepción que eran pareja para que no se mosquearan... De hecho, no mintió pues en lo que refiere al sexo eran más pareja que cualquier otra, digo. Y una tercera para mi madre, aunque los padres de Carlos insistieron en que durmiera en su casa (creo que su padre tenía ganas de conocer a mi madre con todo lujo de detalles). Y también, una cuarta habitación por si alguien, por ir demasiado bolinga, se quedaba a recuperarse de la borrachera.

Al final de la tarde –o bien entrada la noche, cómo se quiera-, estaba yo bailando un pasodoble con... ni me acuerdo, vamos, cuando se me acerca Pablo, el hermano pequeño de Carlos –el del poema- y con una voz más que pastosa y sin hacer ni puto caso a mi pareja de baile, va y suelta :

  • Cuñada –casi perdiendo el equilibrio- ¡Baila conmigo !
  • Pablo... Por favor... –ya me agarraba de un brazo atrayéndome hacia él.
  • Ssholo un bailechiito –ya lo tenía pegado, con sus manos sujetándome la cintura.
  • Si estás borracho... –intentaba apartarlo pero era como una lapa ; y además, el que ni me acuerdo de quién era se había volatilizado dejándome sola ante el peligro.

Pablito no tenía ningunas ganas de bailar. Me lo demostró enseguida tocándome el culo e intentando darme un beso de tornillo :

  • ¡Qué fogoso ! – exclamé mordiéndole la lengua- Tú lo que quieres es follar.
  • Follaaar – susurró con su aliento etílico bañandome la cara.
  • Pues conmigo no puede ser, Pablo... Hoy no...
  • Porfaaa... Me muero de gañass ... ¡Mira... mira qué dura la tengo ! –me cogió la mano y se la llevó a la entrepierna para que comprobara su prestancia.
  • Hoy no, Pablo –le dije apartando la mano de esa maravilla que me iba a perder- Hoy mi chochito está reservado...
  • Carlos me ha dicho que podía... –dijo volviendo al ataque.
  • ¿Qué podías... qué ? – con la mirada fui buscando a mi marido sin verlo en ninguna parte- ¿Dónde está Carlos ? –pregunté más por morbosa curiosidad que por enfado.
  • No sé yo –mi cuñado parecía algo inquieto, pero al menos se le entendía algo mejor cuando hablaba- Ha debido salir a tomar el aire...
  • ¿Solo ?
  • Solo...solo...No –respondió avergonzado.
  • ¿... ? – lo miré fijamente.
  • Bueno... Ha salido con Aurelia, tu prima...
  • ¡La madre que lo parió ! –exclamé algo cabreada pues yo me había estado aguantando las ganas todo el día (bueno, es por decir algo) y con la guarra de mi prima, seguro que me lo iba a dejar seco, la soputa folladora de caballos.

Agarré a mi cuñado y me lo llevé afuera. El hotel-restaurante tenía un pequeño parking rodeado de un seto de cañas y detrás de éste, un pequeño parque infantil, con un par de columpios y un tobogán. Hacía allí me dirigí presta tras verificar que en el aparcamiento no había bicho viviente. Pablo me seguía como un perrito, sonriendo como un idiota.

  • Este tío se piensa que me va a joder la noche de bodas... –iba yo refunfuñando.
  • Yo... si tu quieres – se puso a balbucear Pablo- puedo sustituirlo.
  • ¡Qué pelmazo ! Ya te he dicho que hoy no iba a ser conmigo... Pero no te preocupes que yo te encuentro un buen coño para que te desvirgue... ¡Aunque sea el de tu madre !
  • ¡Oye ! ¡Un poco de respeto ! –exclamó con aires enojados.
  • Ya... Pablín... Ya... Tu hermano ya me ha explicado lo bien que se lo pasaba vuestra madre los dias que tocaba baño... –le dije malévola mirándolo intensamente a los ojos en la penumbra de aquel suavecito atardecer de primavera.
  • ¿Qué quieres decir... ? No te entiendo –parecía realmente ofuscado.
  • ¡Ay ! Me parece que he metido la pata –estábamos llegando a la altura del parque y se oían unas risitas de cerdita lúbrica que identifique sin problema. Pablo me agarró con fuerza y me dijo :
  • ¿Qué le hacía mi madre a Carlos ?
  • Que te lo cuente él mismo –e hice ademán de irme, pero seguía sujetándome fuertemente del brazo.
  • ¿Qué le hacía ? –le brillaban los ojazos con un fulgor maligno que me asustó un poco :
  • Déjame decirles cuatro cosas a esos dos y luego te lo cuento todo con pelos y señales... ¿vale ?

Mi promesa lo desalteró un poquito y me permitió liberarme de la tenaza de su mano. Se la cogí y me acompañó docilmente hacia el lugar de donde venían las risitas.

La escena era curiosa. En una esquina del parque, estaban los dos de pie, uno junto al otro, de cara al seto. Pablo y yo nos acercamos sin que ellos se percataran de nuestra presencia. Entre risas y silbiditos, Aurelia le iba diciendo :

  • ¿Qué ? ¿No sale ?
  • Ju, ju, ju – se reía el cabroncete- No... Pero tú sigue...
  • ¡Zzzziii ! ¡Zzzziii ! – silbaba Aurelia.

Entonces se dieron cuenta de que estábamos allí. Giraron la cabeza hacia nosotros sin parecer lo más mínimo sorprendidos :

  • ¡Hostia, Sandrita ! ¡No hay manera ! – soltó con toda naturalidad la mamona de mi prima.- ¡Zzzziii ! ¡Zzzziii ! –silbando de nuevo.

Aurelia le sujetaba la pija con dos de sus gordinflones deditos, bajándole y subiéndole la piel del capullo. Mi maridito me miraba con los ojos perdidos en el espacio sideral, beodo perdido como estaba. Su pollita, medio blanda a pesar del arte pajero de mi prima, se balanceaba ridiculamente entre sus dedos :

  • ¡Venga, ayudadme ! – exclamó carcajeándose Aurelia.
  • Ni hablar – le repliqué – Me parece que puedes arreglártelas tú solita.
  • ¡Oh, mi mujercita ! –Carlos con los ojos entornados - ¡Y mi hermanito ! ... ¿También habéis venido a echar una meadita, eh, pillines ?
  • ¡Zzziii ! ¡Zzzziii ! – mi prima dale que te pego - ¡Ya, yaaa !

Y dicho esto, la verga de Carlos se puso a soltar un hermoso y largo chorro parabólico mientras mi primita con sus dos deditos se divertía dirigiendo la improvisada manguera a derecha y a izquierda.

Pablo, que hasta entonces se había quedado estático y sin palabras, me susurró al oído :

  • Vamos... Dejémoslos... Quiero que me cuentes lo de mi madre.

Pero mi lado oscuro, vicioso y pervertido me indicaba que aquello no podía quedar así. Me sentía algo humillada de ver a mi marido, el mismo día de nuestra boda, « coquetear » con todo chocho viviente, mientras que el mío pedía a gritos que se ocuparan de él :

  • ¿Qué pasa, maricón ? ¿Cómo es que no se te pone dura ?
  • Esto pregúntaselo a la ninfómana de tu madre... – me contestó guardándose el pajarillo ante la evidente decepción de mi prima. - ¡Qué manos tiene !

Aurelia se había acercado a mi cuñado con claras intenciones. La verdad es que estaba super sexy, la muy cerda, en su vestidito escotado del que sobresalían impresionantes ese par de melones que tantas veces había yo sobado. Pablo se los miraba con extrema lujuria :

  • ¿Y tú, grandullón ? – le preguntó zalamera mi prima - ¿También tienes ganas de que juegue a los bomberos con tu manguerita ?

Por mi parte, vi en Aurelia la solución al atosigamiento al que me sometía el cuñado. Además, visto y sabido lo marchosa y calienta que era, se me apareció como la hembra ideal para desvirgar al niñato... Aunque quizá no fuera el sitio más indicado... ¿O sí... ?

Apenas si tuve tiempo de pensar en ello, que mi prima ya estaba dándole al manubrio :

  • Pero... ¡qué hermosura ! – Aurelia con el miembro erguido en su manita apagafuegos y Pablo contemplándole el escote que mi generosa prima le ofrecía - ¿Hacemos un pipi, grandullón ?

Carlos y yo nos acercamos para observar en primera fila el espectáculo gratuito.

  • ¿Qué te parecen, chavalote ? –le preguntó Carlos agarrándole por detrás sus dos increibles tetazas- ¡Que te las comes con los ojos !

Pablo, desde sus casi dos metros de altura, miraba con creciente excitación los dos cántaros de mi prima que Carlos amasaba por encima de la tela del vestido. Mientras tanto mi prima le iba pelando el plátano con suma dedicación :

  • ¿Pueeeehh... dooo verlaaaahhhsss ? – murmuró entre gemidos el chavalote.
  • ¿Qué no tiene pipi mi nene ? – preguntó Aurelia agradeciendo la sobada mamaria que Carlos le propinaba restregando sus gordas nalgas contra la entrepierna de mi marido.
  • Yo creo que lo que quiere Pablito... –dije dirigiéndome al columpio- ... es una buena cubanita, prima.

Me senté en el columpio y empecé a columpiarme cadenciosamente. El aire cálido de aquella noche primaveral se colaba entre mis piernas acariándome deliciosamente el potorrín.

Pablo estaba en la gloria. La punta reluciente de su polla entraba y salía de la boquita de mi prima. Carlos le había abierto el vestido, desabrochado el sujetador y le sujetaba con fuerza ambas tetas aprisionando entre ellas aquella salsicha gigante :

  • ¡Qué gustooo... Oooohhh !
  • ¿Qué, hermanito ? ¡Cómo disfrutas de esta vaquita lechera ! –Y Carlos le apretujó con mayor intensidad ese par de melones.
  • ¡Aaahhh... Me voy a correr... Oooaaaahhh !
  • ¡Abre bien la boca, primita ! –grité desde el columpio - ¡Que este cabrón tiene tanta leche como tu Tronco (ver la serie « El cortijo ») !

Sólo de pronunciar estas palabras me vinieron a la mente múltiples imágenes que me electrizaron el espinazo : la enorme verga del burro de Aurelia escupiendo litros de yogurt animal inundando su boquita, recubriéndole los senos, bañándola enterita... Y después, una servidora lamiendo ese descomunal miembro, chupándolo hasta hacerlo explotar de nuevo y saborear ese semen de gusto extraño y fuerte... Y de nuevo Aurelia, completamente abierta, llenándose el coño hasta reventar con esa hirviente barra de carne : ¡Fffuuu ! ¡La senda del plácer es infinita !

  • ¡Síii, mi neneee ! ¡Dame tu lechecita, amor ! – la felina exclamación de Aurelia me devolvió a la realidad.

Carlos paró el amasado mamario y se separó un poco de ellos. Aurelia aprovechó la liberación para tragarse todo el palo del cuñado... ¡Joder ! No sé cómo se lo hacia pero lo cierto es que la polla de Pablo desapareció por completo en su boca. Pablo parecía levitar, la cabeza hacia atrás, con los ojos fijos en alguna parte del cielo, mostrando su hermosa dentadura, blanca y reluciente como la luna llena que nos iluminaba esa noche de puro vicio :

  • Yaaaa... Me cooo... me cooo... AAAAAHHH !

Aurelia recibió en el fondo de su garganta las potentes ráfagas de esperma del cuñado sin apenas respirar :

  • ¡Qué bruta eres, Aurelia ! ¡Seguro que te ha ido directa al estómago ! – le grité mientras ella iba separándose lentamente extrayendo de su boca la pija todavía bien erecta.

Se giró hacia mí cerrando los ojitos en una mueca de placer que hablaba por si sola :

  • ¡Qué gustazo, Sandrita ! ¡Qué gustazo ! – exclamó Aurelia sopesando sus tetas con ambas manos y mirando fijamente al desfallecido Pablo : - ¿Qué le pareció al nene la cubanita que le ha ofrecido esta cerdita ?
  • ¡Fantástica ! – respondió agradecido mi cuñado, agachándose para besarle y morderle los pezones. – Quiero...quiero follarte... ¡Ya !

Al igual que esa misma mañana, después de que se la mamara poéticamente, el mozarrón seguía empalmado como una estrella del porno :

  • ¿Has visto, Carlos ? ¡Qué vitalidad que tiene tu hermano !
  • ¿Acaso tienes quejas de la mía, Sandra ? –me preguntó arrodillándose entre mis piernas.
  • ¿Qué me propones para que no tenga ninguna queja ? – le cuestioné dejando que metiera la cabeza entre los pliegues del vestido.
  • ¡Mmm, qué bien huele ! – exclamó y yo ya sentía la punta de su nariz olisqueándome el chochito - ¡Mmm... y qué rico sabeee ! – y claro, tras la nariz sus labios chupeteando mi vulvita y su lengua abriéndose camino entre los lubrificados recovecos de mi rajita.

Debí perderme algo de la conversación entre mi cuñado y mi prima porque cuando me fijé de nuevo en ellos ya se estaban instalando para joder ricamente :

  • ¡Siéntate aquí, Pablito ! – Aurelia, que seguía con sus dos tetazas al aire, le indicó el asiento metálico del balancín. Pablo se sentó, apoyándose con las palmas de las manos en el suelo de tierra, de tal manera que le quedó el miembro presto, duro y vertical, para que mi prima se clavara en él, bien clavadita.
  • ¿Así te va bien ? – preguntaba Pablo, el inocente.
  • ¡Uy... Y tanto que me va bien ! – en un abrir y cerrar de ojos, se quitó la braga, se levantó el vestido y se dispuso, de espaldas a él y agarrándose con ambas manos al asa del balancín, a empalarse como mandan los cánones.
  • ¡Ohhh... qué maravillosa sensación ! –exclamó con lirismo el poeta al sentir su verga adentrarse en terreno desconocido pero increiblemente acogedor.
  • ¡Aaarrrrr ! ¡Qué pollón, mi neneeee ! – le correspondió más prosaica, mi prima.

Entre tanto, Carlos me estaba ofreciendo el primer cunnilungus marital aplicándose con todo su arte y saber. ¡Qué delicia ! Su lengua, larga y serpenteante, jugaba lúbrica en mi interior mientras su labio superior rozaba, frotaba y presionaba sin cesar, mi hinchadito clítoris :

  • ¡Asíii... asíii... asíiii ! ¡Ohhh, mi amorrr ! ¡Qué gustooo !

Y como es habitual en mi naturaleza cuando se ocupan de ella como debe ser, el orgasmo no tardó en llegar :

  • ¡Síiiiiiiiii ! ¡Aaajjj ! ¡Jaaa...Haaaa... Ffffuuu ! – cortito, pero dulcemente intenso.
  • ¡Lo ves, amor, cómo te quiero ! – exclamó mi marido entre mis piernas.
  • ¿Me quieres más que a mi madre ? – le pregunté cerrando mis muslos de golpe contra su cabeza.
  • ¡Sí, clarooo ! – medio ahogado en mi pelaje.
  • ¿Más que a la putilla de mi prima ? – apretándole la cabeza contra mi almejita insaciable.
  • ¡Sí ! Eres la mujer más extraordinaria del mundo ! – dijo volviéndome a comer el coñito.
  • ¡Para... paraaa ! ¡Te creooo !
  • ¿No quiere más lengua, mi mujercita ? –preguntó sacando su cabeza al aire libre.
  • No, cielo... Lo que quiero es... tu polla... Pero luego... ¡Mira a tu hermanito, qué bien se lo pasa !

Aurelia, fuera de sí, berreaba como una posesa, empalada hasta el fondo y moviendo las caderas como un « minipimer » haciendo mayonesa. Pablo, con los ojos cerrados, disfrutaba como un enano de su primera cogida con aquella hembra nacida para dar placer a todo macho, humano o animal, que se le pusiera a tiro :

  • ¿Qué... Sandra ? ¿Qué hacemos ? – me preguntó Carlos agarrándome cariñosamente por la cintura. - ¿Vamos adentro ?
  • Vale... Creo que estos dos no nos necesitan – justo decir esto, que el par de copuladores del balancín empezaron su cántico particular de jadeos, gemidos y soplidos que indicaban, sin lugar a dudas, que les estaba llegando el clímax simultáneamente.

Nos alejamos discretamente, entrelazados como cualquier pareja de novios. Nos paramos al llegar a los ventanales para observar a los invitados desde fuera. Carlos encendió un cigarrillo :

  • Sandra... Cuéntame cómo te ha ido con mi padre... ¿Te lo ha comido cómo deseabas ?
  • ¡Qué va ! Las cosas han ido de otra manera... Había una camarerita...
  • Ah, ya veo... Debe ser la morenita esa que ha estado persiguiendo toda la tarde...
  • ¿Crees que habrá conseguido que le dé sus braguitas ?
  • Seguro... Vamos, segurísimo... Iba el tío super orgulloso mostrándolas a todo dios.
  • Esas eran las mías, tonto.
  • No, no... las tuyas son blancas... y las de la otra, negras.
  • Con los padres que tienes no me extraña que hayas salido tan vicioso...
  • ¡Vaya quién fue hablar !

Un poco más tarde, la mayoría de los invitados comenzaron a desfilar. Me había sentado cerca de la madre de Carlos, la señora Pilar que con una copa de champán en la mano y los ojos medio entornados miraba hacia alguna parte del salón que no acertaba a adivinar. Tenía pinta de estar cansada y bastante bebida, con su permanente plateada algo alborotada y el escote de su blusa, más abierto de lo debido, mostraba la delicada tela de su sujetador de encaje malva y la lechosidad de sus voluptuosos senos :

  • ¿Qué tal, suegra ? – le pregunté chocando mi copa con la suya.
  • Ay, querida... Bien, bien... Aquí observando al desgraciado de mi marido – me mostraba con la copa la dirección de la puerta de libro de la cocina.
  • Pues... Yo no le veo...
  • Se ha metido dentro, persiguiendo como el viejo verde que es a esa jovencita a la que ya le ha robado las bragas...
  • Mujer... No se las ha robado –le dije con mucha suavidad-... Se las ha comprado...
  • Así... porque sí – murmuró mi suegra con un deje de rabia en la voz - ¿Y por cuánto, si puede saberse ?
  • Por 5000 pelas – le contesté tranquilamente.
  • ¡ cinco mil ! Con lo tacaño que es seguro que la zorrita esa le ha dado algo más que sus bragas – dijo mirándome fijamente a los ojos.

Hice una mueca que indicaba que efectivamente la camarera se había ganado con creces aquel preciado billete... Y quise aclararselo :

  • Hala, señora Pilar, no le dé más vueltas... La niña le ha hecho una cosita que igual usted no se la hace nunca – le dije para picarla en su amor propio – Y ya sabe cómo son los hombres...
  • ¡Quééé ! No me lo puedo creer... – parecía realmente compungida- Pero si yo... Todo lo que me pide lo hago...

Me estaba animando. Ver a esa sesentona, borracha y con la líbido subida de tono, dispuesta a hacerme alguna que otra confesión guarrilla, dio alas a mi imaginación y con toda la subtilidad de la que era capaz la incité a que soltara de la lengua :

  • ¿Todo... todo ? – le pregunté con tono un pelín lascivo.
  • Sí... Bueno... Todo todo, no... Hay cosas que una mujer decente no debe permitir.
  • ¿Cómo qué ? – pregunté sin soltar presa.
  • Ay, niña... No me hagas decir esas cosas... – le llené la copa de nuevo y observé, desde mi experiencia en estos asuntos, que la gordita de mi suegra tenía ganas de todo lo contrario.
  • La camarerita se la ha chupado requetebién – asentí varias veces ante su mirada apavorida. ¿Usted no se lo hace, señora Pilar ?
  • ¿Qué ? ¿El qué ?
  • Mamársela, chupársela...
  • Sí... De vez en cuando...
  • ¿Y no le gusta hacérselo ?¿No le gusta sentir su polla llenándole la boca ? – podía sentir como su respiración se alteraba cada vez más.
  • No sé, yo... Yo prefiero hacérselo con la mano. Y añadió : Es que es muy animal y siempre tiene ganas – y se bebió de un trago la copa que le acababa de llenar.
  • Y las veces que se lo hace con la boca... ¿llega hasta el final ? – hizo un gesto con su mano como si se abanicara el escote. Un hilillo de sudor le recorría el canalillo.
  • Sólo en una ocasión eyaculó un poco en mi boca... pero me dio mucho asco y terminó sobre mi pecho...
  • Ya veo... Pues la putilla esa con la que está ahora en la cocina...
  • ¿Y tú, cómo sabes todo esto ? – preguntó sin malicia, caliente cómo iba y desasistida de buen sexo, vete a saber desde cuándo.

En estas que llega Ismael, mi primo, con su planta atlética y su tez de campesino tostada por horas y horas de solano :

  • Humm... Qué par de bellas mujeres. – exclamó sentándose entre las dos.- ¿De qué hablaban, si puede saberse ?
  • Cosas de mujeres, primo... Cosas de mujeres. – y pude observar en la señora Pilar un destello de anhelo en la mirada que le echó.
  • A mí, las cosas de mujeres me interesan mucho... – dijo mirando con un destello de perversión el generoso escote de la suegra.

Me entraron unas enormes ganas de ser mala. Recordé lo que momentos antes había dicho a Pablo a propósito de las prácticas incestuosas de su mamá con su hermanito mayor :

  • Señora Pilar... ¿Por qué no nos cuenta lo bien que se lo pasaba su hijo Carlos, mi marido, los días que tocaba baño ?

Adoro estos momentos de tensión lujuriosa. Ismael me miró con esas brasas que tiene por ojos, con ese vicio infinito que me sacude el espinazo. Y mi suegra, la pobre, se quedó atónita, enrojeciendo automáticamente. Estaba en ese punto en el que el paso siguiente es crucial. En su cara se reflejaba en igual medida el miedo, la vergüenza pero también el deseo intenso de transgredir, de traspasar el umbral de esa puerta que nos lleva al mundo de la desinhibición.

Me miré a Ismael y comprendió enseguida :

  • Sí. Vamos. Cuéntenos. – le dijo poniéndole su cálida y poderosa mano sobre la falda, a la altura de la rodilla.

Durante unos instantes, siguió petrificada, respirando con dificultad, con los ojos entornados. Perlitas de sudor le resbalaban por las mejillas. Hubiera jurado que en ese instante, al sentir la mano de mi primo sobre su pierna, su sexo se desbocó, abriéndose a borbotones como un manantial de montaña el primer dia de deshielo.

  • Sois muy pillines, vosotros – acertó a decir. Pero eso significaba a las claras que acababa de franquear la puerta. Para celebrarlo le llené de nuevo la copa. Y nos contó :

«  Cuando Carlos cumplió los trece, le preparamos una gran fiesta. Caía en domingo. Y por aquel entonces, teníamos la costumbre de que los niños tomaran un baño los sábados por la noche.

Carlos era un nene delgaducho, bastante enclenque pero yo ya me había dado cuenta de que sexualmente era ya un hombrecito...

Es verdad que yo tenía la costumbre de « ayudarlo » a lavarse el pirulí... ¡Qué corte me da hablar de esto !...

  • No, mujer... si lo cuenta muy bien. – la alivió Ismael sobándole delicadamente el muslamen.

« ... Un año antes lo habían operado de fimosis y el doctor me había pedido que verificara bien que todo cicatrizaba correctamente... La primera vez que le propuse de « ayudarlo » se negó en rotundo... Pero poco a poco sus reticiencias desaparecieron y yo pude ejecutar mi trabajo de enfermera materna sin dificultad...

... Las primeras veces... su pirulí no reaccionaba... Vaya, quiero decir que en ningún momento me pasó por la cabeza que aquello que mis manos enjabonaban y acariciaban pudiera crecer como... Ffff, qué calor me está entrando...

  • Siga... siga... – Ismael deslizó su mano por debajo del vestido de mi suegra y ésta dio un respingo al sentir sobre la delicada piel de su muslo la cálida caricia manual.

« ... Pero uno de esos sábados, mientras me llenaba de jabón la mano, con mi hijo de pie ante mí –siempre le pedía que se pusiera de pie para lavarle sus cositas ; para mí era más cómodo porque así podía sentarme en el reborde de la bañera-... Pues eso... De repente, sorprendí su mirada infantil fija, clavada en el escote de la bata que me ponía para estar por casa...

  • Esa es una de las pocas cosas que yo ne le puedo ofrecer... –suspiré. Y mi comentario provoco en ella una risita complacida.
  • Tiene usted unas piernas muy pero que muy acogedoras –comentó Ismael concentrado en su particular sobeo.
  • Para... para... Que pueden vernos – reaccionó la suegra juntando sus gorditas piernas.
  • Tranquila, mujer... Nadie puede vernos... La mitad ya se ha marchado y la otra mitad está más que ocupada en otros menesteres... Continúe, por favor.

« ... No llevaba sujetador y aunque no lo había hecho adrede, el último botón de la bata se me había quedado desabrochado por lo que comprendí enseguida que mi hijo tenía una buena vista panorámica sobre mis meloncitos... ¡Qué vergüenza, virgen santa ! Bueno... La cuestión es que me lo iba a abrochar pero como tenía las manos mojadas y pringosas de jabón, lo dejé estar... Y cuando iba a enjabonarlo... Ostras, tú...¡la tenía derechita como un palo !

... El pobre estaba muerto de vergüenza, con la mirada suplicante, como si estuviera cometiendo un pecado mortal. Creo que obre como una buena madre... Creo... Lo tranquilicé diciéndole que era normal, que eso demostraba que se estaba haciendo un hombrecito y para acabar de calmarlo le dije que así sería mejor para lavarle la cuquilla como Dios manda... Y se lo lavé... Esa primera vez, no me estuve mucho rato... No quería que pensase que lo estaba... que, bueno... eso que tantas veces le hacía a mi marido...

  • Y... mientras le lavaba la pilila a su hijo... ¿No sentía un cosquilleo aquí abajo ? – le pregunté poniéndome descaradamente la mano en mi entrepierna.
  • Separe un poco las piernas, señora – exigió con dulzura Ismael – Quiero ver si lo siente ahora, el cosquilleo...
  • Yo ya no estoy para estos trotes, bribón – mintió mi suegra, a la vez que obedeciendo a la orden de mi primo separaba ostensiblemente sus muslos. ¿Qué decías, Sandra ? – preguntó suspirando al sentir un dedo recorrerle la velluda vulva sobre la fina tela de sus bragas.
  • Ande, suegra... Diga la verdad... Diga hasta que punto la ponía cachonda lavarle la pollita a mi Carlos – dije mientras veía como Ismael la acariciaba con deleite y como el bulto de su entrepierna se hacía cada vez más evidente.
  • Permítame, señora, que le baje las bragas... Mis dedos quieren contarle otra historia – conocía ese tono ; sabía qué le iba a hacer ; mi coñito redoblaba sus efluvios lubrificantes. Mi suegra, sin rechistar, levantó el trasero y dejó que mi primo le sacara la braga. La dejó sobre la mesa. Las toqué con la yema de los dedos y constaté satisfecha como a sus sesenta años su chochito seguía siendo capaz de mojarse como el que más.

« ... Tras esa primera vez en la que sentí en mis propias carnes que era objeto de deseo de mi propio hijo, fue tan grande la vergüenza que decidí que esa había sido la última que lo bañaba... Pero no le dije nada... Y al sábado siguiente lo dejé solo en el cuarto de baño... Pero, me llamó... Entré en el cuarto y me dijo que le hacía daño al bajarse el pellejo, que si lo podía « ayudar »...

... Y desde ese día, todos los sábados antes de cenar, le « ayudaba »... Después lo dejaba que se enjaguara él solo... Claro... Imagino que hacía lo normal... Como yo lo dejaba en ascuas...

... Pero, el día antes de su cumpleaños, el de los trece añitos, y no sé bien porqué razón... quise bañarlo, de arriba abajo... hasta dónde llegara la cosa... »

La señora Pilar dejó de hablar. Cerró sus ojitos y echó su cabecita plateada ligeramente hacia atrás. Ismael, como tantas otras veces me lo había hecho a mí en su cortijo, le acariciaba el clítoris con el pulgar mientras dos de sus otros dedos se abrían paso en su dilatada y húmeda vagina. O quizás los cuatro.

Mi primo me miró fijamente. Con su mano libre cogió una de las mías y se la llevó a su paquete. Se lo apreté con fuerza, tal y como su puta madre, mi tía, me había enseñado. Cuánta virilidad había encerrada en ese pantalón. Qué placer sentirla, dura como la piedra, latir contra mi mano. Y él, impertérrito, seguía masturbando a mi suegra con esa habilidad suya, tan animal, tan primaria... tan eficaz.

Repentinamente, Pilar apretó los dientes e hizo una extraña mueca, mitad de dolor mitad de placer. Cerró fuerte los muslos aprisionando la experta mano de Ismael en su más caliente intimidad, se dobló hacia delante, abrió los ojos como platos y tapándose con la mano la boca se puso a chirriar como becerro degollado.

Unos segundos más tarde, Ismael retiró la mano de aquel arrullador bosquecillo. Mi suegra se dejó caer hacia atrás, sudada y satisfecha como yegua que acaba de ser montada :

  • ¡Por mi santa patrona ! ¡Hacía siglos que no me venía de esta manera ! Hijo mio, ¡qué manos tienes !

Yo que seguía sobándole con disimulo su estruendoso paquete añadí :

  • Pues si viera lo que es capaz de hacer con esto...

Al darse cuenta de lo que me llevaba entre manos, mi suegra, roja como un pimentón y riusueña como un coro de cascabeles, balbuceó como una adolescente con crecida hormonal :

  • Déjame hacer a mí, Sandra... Que se me dan muy bien los trabajos manuales. Y soltó una carcajada llena de satisfacción poniendo su delicada mano sobre la mía.
  • Señora Pilar – intervino Ismael, apartándonos las manos de su paquete – Lo que tengo aquí es todo, todo para usted... Pero ahora quiero que termine de contarnos la historia...

Al ver la carita de decepción que ponía la futura abuela de mis hijos quise animarla proponiéndole :

  • Sabe, suegra... Ismael y su hermana duermen aquí... Así que... si usted quiere... ¿No, Ismael ?
  • Por supuesto... Aurelia hace unos masajes fabulosos y estará encantada de compartir la cama con usted. – concluyó muy serio mi primo.
  • Huauu... ¡Qué propuesta ! –le brillaban los ojos como centellas- He de confesar que entre lo que os estoy contando, lo que estamos haciendo y lo que imagino que pasará luego... me siento como una...
  • Puede decirlo sin tapujos, Pilar – le dije tomándole la mano entre las mías. -Somos de confianza.
  • Venga, pues lo digo... ¡Como una vieja putona !
  • En cualquier caso, para mí – añadió mi primo acariciándole la cara y deslizando suavemente sus manos hasta ponerlas sobre sus pechos- es usted una mujer muy atractiva y muy deseable.
  • Gracias, hijo... ¡Qué agradable que es escuchar este tipo de mentiras !

Y terminó de contarnos la historia :

« ... Mañana cumples trece años, le dije entrando en el cuarto de baño y cerrando la puerta con el pestillo. Esta tarde quiero lavarte todo enterito, como cuando eras un bebé, proseguí. La bañera estaba llena de agua caliente ligeramente perfumada de sales de baño. Me senté en el borde y le pedí que se desnudara. Yo llevaba mi bata azul cielo. Me había sacado el sujetador y desabrochado a propósito los dos botones de arriba y también un par de los de abajo... ¡Señor ! Me sentía como la más vulgar de las pecadoras, ofreciendo a mi hijo una vista excitante de mis carnes más íntimas.

Carlos boquiabierto me miraba con los ojos muy brillantitos. Pero sin desnudarse. ¿Quieres que te desnude tu mamá ? le pregunté acercándome a él. Asintió tímidamente y con suma delicadeza lo despojé de toda su ropa. Apenas lo toqué, a pesar de que sentía unas ganas locas de acariciar su delgado cuerpo de adolescente. Al bajarle los calzoncillos, su pene erecto saltó como un resorte y comprobé como mi cosita se mojaba ante aquella dulce visión...

... Le pedí que se metiera en la bañera y me sorprendió abrazándose fogosamente a mí y diciéndome al oído : ¡Qué bien hueles, mamá ! ¡Cómo te quiero ! Su miembro duro osaba colarse entre los pliegues de mi bata, a la altura de mi vientre. Dejé que se frotara contra mí unos segundos mientras yo le acariciaba la cabeza repitiéndole sin cesar que yo también le quería.

... Es un sentimiento muy extraño el que se siente al ver hasta que punto tu propio hijo te desea. Hay mucha culpabilidad en él... Pero también hay algo de terriblemente excitante. Sus manitas me recorrían la espalda, subiendo y bajando, y en un momento dado empezó a acariciarme mi trasero... En ese punto, interrumpí nuestro abrazo y me lo llevé hasta el baño.

... Le lavé la cabeza, el torso, la espalda, los pies y las piernas. El no paraba de mirarme el escote. Según como me pusiera, una de mis tetas aparecía ante él casi por completo. Tenía los pezones duros como piedras. Estaba ovulando y mi cuerpo entero estaba super sensible. Incluso se me pasó por la cabeza sacarme la bata y dejar que Carlos me contemplara en todo mi esplendor. Le hubiera ofrecido mis senos para que los mamara de nuevo, como mi bebe que era... Pero no lo hice...

... Le pedí que se levantara y se diera la vuelta. Primero, voy a lavarte el culito, le dije. Apóyate en la pared y separa un poco las piernas, añadí. Me regalé un buen par de minutos sobándole esas nalgas tan duras y rechonchas. Ese culete de torero... Su ojete recubierto de finos pelillos aparecía ante mí como uno de esos bombones de trufa que tanto me gustan... Nunca antes había sentido la más mínima atracción hacia esa parte de nuestra anatomía. Y mira que mi marido siempre estaba intentando meterme un dedo por allí ; pero yo siempre me negaba... Lo veía como algo sucio, asqueroso...

... Pero debí volverme loca, porque casi sin darme cuenta me encontré acariciándole el agujerito con la yema de los dedos. Carlos temblaba un poco. ¿Tienes frio, cielo ? le pregunté, sin dejar de manosearle las nalgas. No, mamá, no ; me gusta mucho lo que me haces, me contestó. Yo estaba que ardía, sofocada y caliente como nunca. Le apliqué un poquito de jabón directamente en el ano y empecé a penetrárselo con uno de mis deditos. Como llevaba las uñas largas temí hacerle daño, así que detuve mi gesto y le pregunté : ¿Te duele lo que te hace tu mamita ? Pero como toda respuesta, hizo un gesto negativo con la cabeza y se arqueó un poco más hacia mí, dejándome su culo a medio palmo de mis narices... »

  • ¡Joder, suegra ! Me está excitando que no vea... Sepa que a mí también me vuelve loca el culito de su hijo –le dije con toda mi alma.

« ... Le hundí el dedo tanto como pude y lo moví en su interior. Los glúteos le temblaban y sentía su esfínter contraerse y dilatarse como mi vagina al ser penetrada. Carlos no paraba de emitir unos grititos guturales que se terminaban siempre con un « quégustomamááá ».

... Sin sacarle el dedo, le di la vuelta y con la mano libre le así el miembro, turgiente y rebosante de virilidad. Le bajé la piel y su prepucio violáceo apareció hinchado de vida. Estás hecho todo un hombre, mi amor, le dije. Y empecé a masturbarlo, primero con gestos delicados y poco a poco con la misma fuerza con la que lo hacía a mi marido.

... Hoy no te voy a dejar así, cielito, le dije mirándole a los ojos con ternura infinita. Pero en su rostro vi dibujada esa mueca que tantas veces había visto dibujada en el rostro de su padre cuando ya no podía aguantar más. Carlos estaba a punto de reventar... »

  • Yo también estoy a punto de reventar –soltó el vicioso de mi primo.- Anda, primita, cómele el rabo a tu querido primo – prosiguió el cabronazo desabrochándose la bragueta ante la mirada de estupor de la señora Pilar.
  • ¡Estás loco ! –le grité- De eso, ni hablar. Deja que mi suegra termine su historia e igual luego quiere ella misma probar un buen cipote extremeño.
  • Porqué no –sugirió con malicia la suegra- Pero en la habitación... ¿Vale ?

« ... Paré en seco. Extraje lentamente mi dedo de su ojete y sin dejar de mirarle le dije : Todavía no te he lavado, tesoro. Luego, le enjaboné los testículos con devoción. Los tenía duritos y encogidos, prestos a descargar su simiente. Carlos no paraba de mirarme las tetas que rebosaban de ganas de ser tocadas por entre el escote de mi bata.

... ¿Te gustan ?, le pregunté desabrochándome dos botones más. Mis pechos libres de toda atadura se presentaron ante él como dos requesones de leche fresca coronados por dos cerecitas... Ay... Ya no son lo que eran, pero bueno, qué se le va a hacer... »

  • Eso ya lo veremos... – Ismael se inclinó hacia ella y volvió a meterle mano en sus tetazas- ... Luego, ¿vale ?

« ... Al verlas, mi hijo soltó un suspiro de gusto que se me hincó en el alma : ¡Son una maravilla, mamá ! Esta vez era la buena. Le agarré de nuevo la picha y lo masturbé sin descanso hasta que empezó a resoplar como un ganso. Es increible la cantidad de semen que puede producir un adolescente. Hice bien en abrirme la bata porque me dejó pringadísima de esperma. Yo estaba alucinada... No sé cuántos chorros de leche me soltó... Una barbaridad... Los veía salir de su capullo, blancos y espesos como los cordones de sus zapatillas deportivas... Los sentía estrellarse con fuerza contra la piel de mi pecho, como aguijones de avispa.

... El pobrecito se disculpaba lamentablemente y yo le consolé en el acto diciéndole que me había gustado mucho hacérselo y que no había nada que perdonar. Pero también añadí, mientras me iba limpiando con el guante de baño, que aquello no iba a repetirse, que debía ser nuestro secreto y que, además, estaba segura de que pronto iba a encontrar una chica de su edad que le hiciera eso y mil cosas más. »

  • Caramba con la señora Pilar –dije sonriendo satisfecha- Ahora comprendo porqué a mi Carlitos le gusta tanto que le toque el culo.

Mi suegra también se rió con ganas. Y mirando de refilón a mi primo, soltó :

  • ¿Subimos a la habitación ?

CONTINUARA...