La boda (1)

Vuelvo con todos vosotros tras varios meses de ausencia pero con más ganas que nunca de compartir este relato. Lo prometido es deuda. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo el dia de mi boda.

LA BODA – primera parte-

Vamos a retroceder dos años en el tiempo (el punto de referencia lo encontraréis en mis relatos "La fiesta", "El cortijo" y "La orgía"). Os voy a relatar los momentos más calientes e interesantes de mi boda con Carlos –el resto, como en la mayoría de las bodas, sólo tiene interés para aquel que lo vive-.

Empezaré por el momento en que mi padrino de boda vino a buscarme para acompañarme hasta la iglesia. Debía haber sido mi padre, pero éste tuvo un contratiempo que le impidió asistir. Carlos, mi novio, me propuso que fuera su hermano pequeño, Pablo, quien ocupara su lugar.

Pablo era un chico de 18 años, muy bien plantado: alto, corpulento, moreno... No se parecía en nada a su hermano. Desde que me vio por primera vez, no me sacaba el ojo de encima. Y os aseguro que su ojo me había recorrido desde la punta de los pies hasta el último pelillo de mi frondoso pubis. Es normal, pensaba yo, si nos lo llevamos a menudo con nosotros a la playa nudista y el pobre todavía no ha tenido ocasión de catar una buena hembra. Carlos no paraba de decirme que su hermanito se la pelaba sin cesar pensando en mí; y eso a mí me divertía pero también me ponía cachondísima.

Como la tradición lo pedía, Pablo tenía que venirme a buscar y leerme un poema antes de ir a la iglesia. Y esto fue lo que pasó:

El poema del padrino.

Entramos en mi habitación. Cerré la puerta para que nadie nos molestara :

  • Te veo algo nerviosillo, Pablo – le dije a mi cuñado.
  • Un poco, sí... Es que a mí eso de la poesía no se me da muy bien – dijo timidamente desde sus casi dos metros de altura.

Le tomé su cara recién afeitada entre mis manos y lo besé suavemente en la boca :

  • Venga, tontorrón... Que estoy segura que me va a encantar.

Me senté a los pies de la cama con sumo cuidado para no arrugar el vestido.

  • Estás divinamente guapa, Sandra – me dijo, de pie ante mí, plantado como un pasmarote ; en su traje oscuro que le quedaba como un guante.
  • Ya... y yo te aseguro, Pablo, que no hay novia en el mundo que tenga un padrino de boda tan guapo como tú... Vamos, soy toda oídos.
  • Bueno... Pero cierra los ojos... No quiero que me veas la cara de idiota que pongo al leértelo

« Envidio la suerte de mi hermano

De tener la más linda flor

La más esplendorosa criatura... »

  • ¡Qué bonito ! – le dije con una sonrisa picarona.

« Envidio sus manos que acarician

Esa piel que enardece los sentidos

Envidio sus labios que besan

Esa boca que es pura miel... »

  • ¡Uf, esto se está poniendo interesante !

« Envidio su lengua que recorre

Insaciable sus más íntimos rincones... »

  • ¡Eh, cuñado ! ¡Qué calorcito que me está entrando !

« Envidio su sexo que se adentra orgulloso

En lo más hondo de su sagrada cueva... »

  • ¡Oh, cuñadito ! –exclamé cerrando los ojos y sintiendo mi chochito humedecerse ricamente.

« Envidio todos sus sentidos.

Su vista que se regala

Ante sus sensuales formas... »

  • Pero si no soy nada del otro mundo – dije modestamente
  • ¿Quieres que pare ?
  • No, no, por favor... Sigue, sigue... – me relamí los labios con la puntita de la lengua para invitarle a proseguir.

« ... el tacto de sus dedos

pellizcando las cerecitas de sus senos... »

  • ¡Hummm ! Es como si lo estuviera viviendo – le dije pasándome la palma de las manos sobre la delicada tela que cubría mis pechos.

« ... el gusto en su lengua

al lamerle el caldito de su vientre... »

Me fijé en su entrepierna. Un bulto impresionante se enderezaba tras la oscura tela de sus pantalones :

  • ¿Tanto envidias a tu hermano ? Espero que sea una envidia sana – le regañé pero mi mirada clavada en su paquete me delataba.
  • Sí... estoy muy contento por él... Sólo es que...
  • ¿Qué... ? – me incorporé y me puse a su lado. Tenía unas ganas locas de abrazarlo pero me contuve pues no quería que se me arrugara el vestido.
  • ... que me encantaría estar en su lugar –terminó la frase poniéndose rojo como un tomate.

Mi mano se deslizó hasta entrar en contacto con su bragueta. La cerré apretando suavemente su miembro turgiente :

  • Pues ahora lo estás... en su lugar – y le fui amasando su juvenil y vigorosa polla por encima del pantalón.
  • ¡Oh, Sandra ! – su voz era un susurro – No está bien lo que estamos haciendo – dijo cerrando los ojos pero sin apartar mi mano de sus partes nobles.
  • Tienes razón, cuñadito... Estaría muy mal que me acompañaras al altar con los pantalones manchados...

Le bajé la bragueta, metí la manita y le saqué el hermoso cipote para que tomara el aire :

  • Nada mal... No está pero que nada mal – exclamé asiéndolo con fuerza y tirando el pellejo hacia abajo hasta descapullarlo bien descapulladito. – Y yo que te veía aún como un niño.

Me senté de nuevo al borde de la cama y lo atraje hacia mí agarrado por el rabo, tieso y palpitante :

  • Sandra... ¿Qué pensaría mi hermano si nos viera ahora ?

Unas gotitas de líquido seminal abrillantaban su hinchado capullo. Me unté con ellas la yema de mi índice y llevándomelo a la boca le contesté :

  • No pienses en él ahora – y pensaba al mismo tiempo que si Carlos estuviera allí, seguro, seguro que no se cortaría un pelo y me obsequiaría con una buena follada. –Tú déjate hacer... que te quiero dar las gracias por este hermoso poema.

Su polla estaba caliente como un tizón. Lo pajeaba con extrema delicadeza, admirando su tamaño, su grosor, su color acaramelado :

  • ¡Aaahh ! ¡Qué buenooohhh !
  • ¿Y el poema ? ¿Ya lo has terminado de leer ?
  • Nooo... ¿Quieeeres que sigaaahhh ?
  • Pues claro... Te habías quedado en su lengua bebiéndose mi caldito. « Cómo me gustaría que me comieras el coñito ahora –pensé para mis adentros- ¡Lo tengo empapadísimo ! »

« Envidio sus oídos que se llenan

Incansablemente del canto celestial de sus gemidos... »

De repente, noté como su polla se endurecía todavía más, vibrando pogresivamente en mi mano. Se la apreté fuertemente en su base para parar en seco el flujo sanguíneo que antecede la eyaculación. Y es que una servidora, a pesar de sus veinte añitos, ya tenía una cierta experiencia en estos asuntos.

« Envidio su olfato que se emborracha

Con el perfume mordaz de sus eróticos efluvios...

Envidio porque la tiene...

Y sueño por tenerla... »

  • Ya está... Espero no haberte ofendido –dijo timidamente, con voz de niño travieso.

Como toda respuesta, me metí su polla en la boca –que no quería yo que me dejara el vestido hecho un asco- y le hice lo que tanto deseaba. ¡Qué placer sentir ese joven y durísimo miembro entre mis labios ! ¡Qué gozo sin par masajearlo con mi lengua ! Pronto, muy pronto, sentiría en mi garganta su esperma, su saladita crema de leche :

  • ¡AHHH ! ¡Qué bocaaaa ! Saaa... ¡YAAAAA !

¡Qué bruto ! Casi me ahogo de tanta lefa... Uno, dos, tres... hasta cinco chorrazos de espesa y caliente leche... Me atraganté queriéndomelo tragar todo sin respirar :

  • ¡Hijo mío... Los tenías bien cargados ! Anda, tráeme la botellita de agua que está sobre la mesita de noche.

Con el falo aún erguido balanceándose entre los cierres de su bragueta, Pablo fue a buscar el agua y me la acercó. Bebí varios tragos hasta dejarme la boca bien limpia de lefa :

  • Perdona... – me dijo el pobre.
  • No seas tonto, hombre... A tu hermano se la chupo cada día... Cómo voy a negártelo a ti... Además... ¡Me encanta !... ¡Ven aquí que te la limpie un poco, no sea que aún quede alguna gotita traicionera !

Y es que yo no dejo nunca ningún trabajo a medias. Así que le propiné unos buenos chupetones y lengüetazos que se la dejaron limpia como una patena. Cómo se notaba que era un jovencito fogoso y bien puesto... En lugar de bajarle la erección, tuve la agradable impresión que volvía a ponérsela tiesa... Pero yo tenía un dia muy largo ante mí :¡el dia de mi boda !

  • ¡Uy... tu hermanito ya vuelve a estar peleón ! Lo siento, hoy no puede ser – le dije metiéndosela de nuevo en su jaula de tela- Pero tu cuñadita preferida te promete que pronto se abrira de piernas para que se la metas hasta donde te plazca...
  • ¡Sandra... Me vuelves loco !
  • Y tú... No veas cómo me has puesto – me levanté la falda hasta el cuello mostrándole el estado de mis braguitas de encaje – que me costaron un ojo de la cara- ¡Toca... Toca !

Pablo me acarició el chochito con su dedo mayor :

  • ¡Joder, Sandra, estás empapada ! – su dedo iba hundiéndose en la tela entre los labios de mi burbujeante vulvita.

Había que cortar aquello por lo sano pues yo ya empezaba a perder el norte con tanta calentura. Una cosa era mamársela al cuñado... Pero otra era follárselo antes de llegar al altar... Pero, la verdad es que ganas, lo que son ganas, no me faltaban :

  • Lo ves, Pablito –le dije apartándole esa mano asesina y recomponiéndome el vestido como pude- Tu Sandrita está tan caliente que cuando tenga que decir el « Sí, quiero » me saldrá un « Sí, fóllame »... Y eso quedaría muy mal, ¿no crees ?

Le di las gracias una vez más por ese momento inolvidable que habíamos pasado juntos y tras maquillarme de nuevo un poquito salimos de la habitación, yo cogida de su brazo, caliente como una cafetera y él tieso y orgulloso como un general.

Las fotos de la boda

Al salir de la iglesia y tras echarnos dos toneladas de arroz del Delta, empezó la interminable sesión de fotos.

Marc era el fotógrafo : un amigo íntimo de Carlos e indirectamente también mío, puesto que era él el que nos revelaba las fotos guarras que a mi ahora marido le encantaba hacer. A Carlos le ponía a cien que fuera yo a buscarlas a su estudio y después, cuando nos acostábamos para verlas, me pedía que le contara los comentarios de su amigo al entregármelas.

Como ya dije en una ocasión, una de las grandes cualidades de Carlos es que no es nada posesivo... ni celoso. Le encanta ver que los hombres me devoran con sus miradas lascivas y en más de una ocasión me ha animado a que lo hiciera con otros hombres.

La primera vez que fui al estudio de Marc me quedé de piedra cuando me mostró las fotos una por una. En lugar de entregarme el sobre cerrado y decirme cuánto le debía por el revelado, se puso a alabar la calidad de los encuadres, la buena toma de luz... y, sobretodo, la belleza de la modelo :

  • Esta, por ejemplo –me dijo mostrándome una en la que se veía un obsceno primer plano de mi coño abierto y rebosante de esperma – ésta... la he ampliado y la tengo en casa, en mi habitación... Esta otra... – un primerísimo plano de una servidora a cuatro patas, mis manos separando ampliamente las nalgas y mi ojete dilatadísimo y presto a ser enculado.
  • No sigas –le corté entre avergonzada y excitada.- Dime qué te debo...

Como respuesta me mostró una tercera foto en la que mi boca acogía con deleite el pollón de Carlos :

  • Esto, Sandra... Esto es lo que quiero... Y las fotos os saldrán siempre gratis.

Desde ese día Marc se convirtió en mi fotógrafo amante. Eran siempre polvos bastante rápidos pero terriblemente excitantes. Lo hacíamos en la tienda ; simplemente bajaba las persianas y giraba el letrero « cerrado ». Ni nos quitábamos la ropa -bueno, yo sí que me quitaba las bragas, aunque al final ya iba a verlo sin llevarlas- ; primero se la chupaba un buen rato y acto seguido él me daba la vuelta, me apoyaba contra el mostrador, se lubrificaba la polla de un escupitajo y me la clavaba sin más contemplaciones... Casi siempre nos corríamos al mismo tiempo... Creo que a mí, lo que más me calentaba era esa manera tan animal que tenía de tomarme, sin ninguna delicadeza, sin mediar palabra.

Solamente una vez fui a su apartamento. Me había prometido que a cambio me regalaría una estupenda cámara reflex con la que podríamos hacer fotos aun mejores. Para mí fue una experiencia alucinante : las paredes de su habitación estaban empapeladas con fotos mías. Había de todo pero, principalmente de corridas : en la cara, en las tetas, en el coño, en el culo... Y en todas... en todas yo ponía una cara de felicidad increíble...

Fue la única vez que me dio por el culo... la única también en la que se me corrió en la cara. Y al final, me fotografió, me hizo un retrato con sus escupitajos de lefa cubriéndome buena parte de la cara :

  • Esta –me dijo a modo de conclusión – la voy a imprimir en las sábanas.

Cuando todos los miembros de nuestras respectivas familias, amigos y conocidos que se habían apuntado a la ceremonia terminaron de posar junto a nosotros dos, Marc se acercó a nosotros y nos dijo :

  • Ahora que todos los invitados se vayan al restaurante y nosotros tres nos vamos a un sitio super bonito, con unas vistas increíbles de la ciudad y os hago un álbum que será la envidia de todos... ¿vale ?

Nos fuimos en el coche que habíamos alquilado para la boda : una limousine Mercedes. Nos sentamos en el asiento de atrás y Marc se puso a conducir.

  • ¿Qué tal te fue con mi hermanito ? – me preguntó Carlos cogiéndome la mano y poniéndola sobre su entrepierna.
  • No puedes ni imaginártelo – contesté mirando los ojos de Marc en el retrovisor – Me ha leído un poema... Cómo decirte... Muy... erótico. –mi mano empezaba a sentir los efectos de mi respuesta.
  • ¡Vaya, vaya con Pablito ! Ya te decía yo que lo tenías loquito... ¿Marc ? ¿Está muy lejos el sitio ese... ?
  • Unos diez minutos... –respondió Marc.
  • Bien, bien... ¿Y qué te decía en el poema ? – se desató el cinturón, se desabrochó el pantalón y se lo bajó hasta los pies, quedándose en su boxer blanco que destaca su linda erección.
  • Pues... que te envidia a muerte por la suerte que tienes de tener una mujercita –y aquí le pillé todo el paquete con la mano apretándoselo con ganas- como yo !
  • ¡Auuu ! ¡Que es delicado !- exclamó bajándose los calzoncillos.- Y... ¿le diste las gracias, supongo ? – me indicó lo que quería que hiciera cogiéndome la cabeza y bajándomela hasta su polla.
  • Por supuesto... ¡Aummm ! – gemí al meterme en la boca aquel perrito caliente – Le hice esto mismo que ahora te hago a ti... ¡Aummm !
  • Si no os importa... ¿podéis cambiar de sitio ? –sugirió Marc- Es que no veo nada...
  • Tú mira adelante y conduce... Que me jodería un montón que nos dieramos un piño justo cuando me la está mamando. ¡Asíiii, cariño, asíiii ! ¡Ohhh qué pasada !

Cuando sentí que estaba a punto de estallar, me la saqué de la boca, me senté de nuevo ante el retrovisor y mirando fijamente a Marc, le dije a Carlos :

  • A tu hermano le he dejado que se corra en mi boca –podía ver centellas de excitación en los ojos de Marc- pero a ti, no...
  • ¿Por qué ?
  • Pues porque tu hermanito me ha dejado más caliente que unas ascuas y lo que ahora necesito es que alguien me coma el conejo pero ya mismo – mientras iba diciendo esto, me iba quitando la braguita.

Se me olvidó decir que la limousine tenía los cristales tintados lo que hacía que desde el exterior nadie pudiera vernos y que en el asiento de atrás había suficiente espacio como para jugar un partido de tenis. Me puse, pues a cuatro patas, me arremangué el vestido y girando la cabeza le pregunté al chófer :

  • ¿Qué ? ¿Buena vista, eh ? ... ¿Y tú, maridito querido... a qué esperas para comerte esta almeja viva ?

Me encantaba que me comieran el coño en esta posición porque me quedaban los dos agujeritos a la libre disposición de lengua y dedos. Y Carlos era un auténtico as del cunnilingus. Empezó por dardearme el ojete con la punta de la lengua mientras me separaba con fuerza las nalgas e iba acercando poco a poco sus dos índices al agujerito de atrás. A continuación, su lengua descendió abriéndome la raja y hundiéndose en ella tanto como podía, a la vez que sentía sus dos dedos abrirse paso en mi culito. Estaba tan relajada que el esfínter se me dilató con suma facilidad y el folleteo de sus dedos, unido a la pasmosa habilidad de su lengua en mi coñito, me procuró un rápido y violento orgasmo :

  • ¡HIIII ! ¡AAAAAHHHH ! ¡ SIIII !

El auto frenó poco a poco. Habíamos llegado a buen puerto. Carlos se apartó a un lado y yo seguí sin moverme, en la misma posición. Esperando. Cuando me llega el placer pierdo un poco –un mucho, diríais algunos- el sentido de la decencia. Un orgasmo no es más que una puerta que se abre a nuevos placeres :

  • ¡Carlos...Carlos... VENNNN ! ¡JODEMEEE !

¡Y cómo vino ! Se abalanzó sobre mí y de una potente estocada me clavó su espada hasta el fondo :

  • ¡Ohhh, te AAAAMMMMOOOO !

Marc se unió rápidamente a la fiesta. Salió del coche y raudo abrió la portezuela de atrás, la que quedaba más cerca de mi cara. Se sacó el rabo y lo dirigió a mi boca que se abrió golosa casi al instante en que un nuevo orgasmo se apoderaba de mis entrañas :

  • ¡RRRROOOOJJJJJ ! – Marc me follaba la boca con ganas y sentía como su capullo me golpeaba la campanilla mientras que la polla de mi marido me taladraba el coño a ritmo desencadenado.
  • ¡Qué boca que tiene la novia ! – gritaba el fotógrafo, agarrándome por la nuca en un mete y saca brutal.
  • ¡Y qué coño que tiene mi mujerrr ! – gritaba Carlos jodiéndome con contagiada violencia.

Fue una pura delicia. Mi tercer orgasmo llegó casi simultaneamente con el chorreo de leche en mi garganta y la corrida de Carlos en lo más profundo de mi insaciable chocho. Separé rapidamente la boca de esa porra que me ahogaba para respirar profundamente y evitar el vómito que luchaba por salir :

  • ¡Hostiaaa, que me vais a matar ! –grité tragándome el delicioso semen de Marc.
  • ¡Va... No será para tanto ! Además, te va a dar mucha energía... – añadió Marc guardándose el pajarito.

Entretanto, Carlos se salió de mí dejándome con esa extraña sensación de no haber sido colmada al cien por cien. Me quedé, pues, expectante y en la misma posición de perrita en celo, sintiendo como la lechecita de Carlos se escurría entre mis labios vaginales :

  • Limpiame un poco, cari – le pedí removiendo el culo como una putorra caribeña.

Marc le pasó unas toallitas que había en la guantera del coche. Carlos me limpió delicadamente y el simple roce de la toallita me arrancó unos maullidos de goce que anunciaban lo que tenía que pasar :

  • ¡Joder, Sandra... ! ¿Otra vez ? – me preguntó a la vez que hundía un par de dedos con toallita incluida en mi sexo insaciable.
  • ¡SIIIII ! ¡Sí... Sí... Síiiiiiiii ! – grité y grité y grité - ¡AAAAA...AAAA ! – y me corrí como una posesa, con la boca abierta de par en par, con la vagina contrayéndose y atenazando los maravillosos dedos de mi marido.
  • ¿Qué... ? ¿Ya podemos hacer las fotos, ahora ? – preguntó Marc que ya había empezado su particular reportage.
  • ¡Fuuuu... Fuuuu ! –resollaba una servidora. –Dejadme unos segunditos que me acicale un pelín.

Las fotos salieron muy chulas. Bueno, yo algo despeinada y el vestido arrugadito, pero...

El banquete

Como sé que lo único que os interesa saber es a quién me follé durante el banquete, voy a ir al grano... Pero ya os adelanto que no fui la única que se puso las botas.

El banquete fue un éxito rotundo. La comida era excelente. Y el vino y el cava, de la mejor calidad. Todos los invitados, casi sin excepción, iban bastante tocados. El ambiente de felicidad colectiva era propenso para que más de uno llevara a cabo sus más intrépidas fantasias.

En nuestra mesa, la mesa de los novios, se encontraban : los padres de Carlos (Andrés, un señor de unos sesenta años, bien conservado para su edad, moreno canoso, bastante calvo y luciendo un bigote espeso que según tenía entendido nunca se lo había afeitado ; y Pilar, una señora de la misma edad, bastante alta, algo regordeta y con un buen par de tetas que se dibujaban voluptuosas tras su descarado escote) y la madre de una servidora (que para los que queráis saber cómo era, sólo tenéis que echar un vistazo al primer capítulo de la serie « El cortijo »).

Habíamos contratado a un grupillo de músicos que nos deleitaron con los grandes éxitos de todos los tiempos... Bailé como una posesa y entre el alcohol y todo lo demás, la cabeza me daba más vueltas que una peonza. Así que cuando se pusieron a tocar baladitas lentas, aproveché la ocasión para sentarme y recuperar un poco el equilibrio psicomotriz.

Pero la paz me iba a durar muy poco :

  • ¿Me concede la novia este baile ? – me preguntó mi suegro.
  • Por supuesto –le respondí levantándome y cogiéndole la mano que me tendía.

Mi suegro era un estupendo bailarín. Yo me dejaba llevar por el balanceo que sus brazos y sus piernas dirigían diestramente... Una de sus manos agarraba suavemente la mía y la otra se deslizaba entre mis riñones, apretándome suavecito contra él. Me estaba empezando a adormecer y terminé por dejar caer mi cabecita sobre su hombro. El lo debió interpretar como un signo de que me estaba mareando :

  • ¿Te sientes mal ? – me preguntó dejando por un instante de balancearse.
  • Todo lo contrario – le respondí sin apartar la cabeza de su cuerpo – Me encanta bailar con usted.

Al decirlo respiré profundamente y mis narices se llenaron de su aroma de viejo macho... ¡Hum, qué maravilloso olor ! pensé. Como si me hubiera leído el pensamiento, su mano libre descendió unos centímetros hasta posarse firmemente sobre mis glúteos y me dijo :

  • ¡Hum ! ¡Qué bien hueles, Sandra !

Qué rápido se aceleran las cosas cuando una quiere. Andrés, al ver que yo no protestaba por su metedura de mano sino que al contrario le autorizaba a ir más lejos pegándome aún más a él, empezó a hacer más lentos sus movimientos y a poner en contacto su pelvis contra la mía y a frotarse descarádamente.

  • Mi hijo ya me lo había dicho... Ya...
  • ¿El qué... ? – empezando a sentir su miembro endurecerse.
  • ... que eras una mujer estupenda... – dándome lígeras embestidas con su hierro.
  • ¿Sólo estupenda... ? – las manos que estaban unidas se soltaron. La suya bajó directamente hacia mi culito respingón, la mía le rodeó el cuello y mis deditos jugaban entre los canosos ricitos de su nuca.
  • No... No... Que eres una chiquilla muy caliente... –para confirmarlo sentí un riachuelo de juguito mojarme una vez más las braguitas de seda.
  • ¿Sólo eso... ? ¿muy caliente... ? – con la yema de uno de mis dedos le acariciaba el espeso bigote.
  • ... Y... un poco putilla... – acentuando el sobeo magistral al que me estaba sometiendo.

Mi dedo dejó de ocuparse de su mostacho y buscó sus labios. Andrés los entreabrió y dejó que mi dedo buscara su lengua :

  • Así que ... un poco putilla... – le susurré mientras mi suegro me chupaba con deleite el dedito.
  • Mmm... si pudiera comerte algo más...

Ya no hicieron falta más palabras. Interrumpí el baile y me lo llevé al piso de arriba donde sabía que estaban los aseos. Pasamos por delante de la mesa donde Carlos, con los ojos vidriosos, hablaba acarameladamente con mi madre. Al vernos pasar, cogidos de la mano, me soltó :

  • ¿Adónde vas con tu suegro, eh ?
  • Tu padre dice que nos paga la mitad del viaje de bodas si le regalo mis braguitas – dije guiñando un ojo en su dirección.
  • Caramba, qué generoso que es usted, señor Andrés – replicó mi madre, posando una de sus finas manos en la pierna de Carlos.
  • Es que esta niña se lo merece todo – dijo mi suegro, sin soltar mi mano.
  • ¿Y entonces... ? ¿Quién va a pagar la otra mitad ? – preguntó con aire cándido la zorra de mi madre, acariciándole la pierna a mi marido, cada vez más cerca de su entrepierna.

El señor Andrés lucía una impresionante erección bajo su impecable pantalón oscuro. Mi madre se fijó en ello mientras su mano tomaba posesión del montículo que se alzaba entre las piernas de Carlos. Este dijo :

  • Señora Merche... ¿Nos paga la otra mitad por mis calzoncillos ?
  • Hombre, Carlos... Sólo por los calzoncillos, no... – dijo bajándole la bragueta y metiendo toda su mano en su paquete.
  • ¡Mamá, por Dios ! ¡Aquí, no ! – exclamé atrayendo a mi suegro hacia ellos para hacer pantalla y que nadie pudiera observar la maniobra de mi madre.
  • Hija... ¿por qué no ? ... Tengo la fufuna ardiendo –mi madre era única inventando nombres para referirse a todo aquello que tenía que ver con el sexo- Y es que tu Carlitos me ha estado explicando lo bien que es lo pasáis juntos y lo liberales que sois... Y me ha puesto... ¡Mire cómo me ha puesto, señor Andrés ! – exclamó cogiéndole la mano libre a mi suegro y obligándole a inclinarse para que pudiera tocar con la punta de los dedos la humedad de su sexo.

Aquello era el colmo. Tiré con fuerza de mi suegro y me lo llevé escaleras arriba :

  • Vamos, señor Andrés... Arriba estaremos más tranquilos... ¡Que yo también tengo la « fufuna » ardiendo !

Y ahí los dejamos. Yo estaba segura de que mi madre se las iba a arreglar como fuese para follarse a mi maridín... Era una auténtica especialista de la improvisación. Pero en ese momento lo único que mi joven cuerpo deseaba era sentir el cosquilleo de esos bigotes en mi coñito.

En el piso de arriba se hallaban los aseos reservados al personal. De una de las puertas, salió una de las camareras, subiéndose las bragas apresuradamente. Al vernos, exclamó :

  • ¡Oh, perdón !
  • No, mujer... Perdónanos tú – le contesté con ironía- . Pero es que tenía unas ganas locas de mear... Y los lavabos de abajo están todo el rato ocupados...

Mi suegro, detrás mio, me abrazaba por la cintura clavándome a propósito su polla contra mis nalgas. La camarera se percató enseguida de la naturaleza de la situación y, sonriéndome con alevosía, dijo :

  • Sí... Sí... Ya veo...
  • Quédate un poco, reina –le soltó el sátiro de mi suegro-... Yo también estoy que no me aguanto más. Y con ambas manos me iba levantando el vestido. Este tío, pensé, es capaz de metérmela aquí mismo. Le aparté las manos con un gesto brusco :
  • Estese quieto, suegro. Lo primero es lo primero... Y usted me ha prometido una cosa...

La camarera (un bomboncito que no debería tener más de 18 años, morena y algo regordeta) parecía colapsada :

  • ¿Qué me quede... ? ¿Para qué... ? – preguntó inocentemente pero sin moverse del sitio. – Si tengo mucho trabajo... Abajo...

Y una que es un lince para captar las buenas vibraciones sexuales en los demás, percibí en su tono y en su mirada que aquella chiquilla tenía un buen fuego uterino. Le dije, acercándome a ella con el señor Andrés pegado a mi culo :

  • ¿Cómo te llamas ?
  • Isabel... para servirla. – le salió del alma.
  • Bien... Bien... No te preocupes, Isabel... Si tu jefe te da la bronca, yo le explicaré que te he llamado para que me ayudaras a arreglarme el vestido...
  • Buena idea –prosiguió el señor Andrés- Y yo diré que me has acompañado al aseo porque tenía unos fuertes dolores aquí... abajo –concluyó bajándose la bragueta y sacando al aire libre su miembro iniesto.
  • Pero... ¡Cómo es usted, suegro ! – exclamé, agarrándole con fuerza esa polla que desde hacía rato sentía deseosa por aventurarse en terreno húmedo.
  • ¿Qué, Sandrita ? ¿Qué te parece mi polla ? – preguntó agarrándome la mano para que se la pajeara a gusto. – Mi Carlos... ¿A que no la tiene tan hermosa ?

La verdad sea dicha, el señor Andrés se gastaba una pija de considerables dimensiones, más gruesa que la de Carlos :

  • No está mal, suegro... Nada mal
  • ¿Y tú, niña ? –dirigiéndose a la camarera- ¿No te apetece echarle una chupadita ?

Isabel miró a su izquierda, a su derecha y hacia la escalera :

  • Venga, mujer... Que no hay moros en la costa. –le dije para darle ánimos. Yo ya me encontraba en uno de esos momentos álgidos en los que me daba igual que subiera alguien, quien quiera que fuera con tal que me calmara el ardor de mi « fufuna ».
  • ¡Uy, uy, uy ! – exclamó Isabelita poniéndose en cuclillas y acercando su boquita abierta al cipote de mi suegro – Si se entera mi novio...

Y la servicial camarera se puso « boca a la obra ». Qué hermoso contraste de generaciones, pensé. El viejo verde de mi suegro se relamía los bigotes mientras esa putilla se la mamaba con gracia y salero.

  • Mientras os divertís, voy a echar una meadita... –les dije procediendo a sacarme las bragas que ya empezaban a rezumar, mojadas de mi néctar particular. – Tome, suegro –le dije echándoselas a la cara- Para que vea qué gustito tendrá mi chochito cuando me lo coma...

Mi suegro las cogió al vuelo y se puso a olerlas con fruición :

  • ¡Joder, qué bien huelen ! – el cabroncete se puso a lamerlas con deleite justo ahí donde más mojadas estaban. - ¡Y qué bien saben !

Isabel dejó unos segundos su labor mamatoria para observar la guarrería que el señor Andrés estaba haciendo :

  • ¡Tú... niña ! ¡Sigue chupando !- le ordenó mi suegro agarrándole la cabeza con ambas manos (braguitas incluídas) y hundiéndole la pija hasta la campanilla.
  • ¡Aaarrrggg ! – carraspeó quejándose « garganta profunda »
  • ¡Qué boquita de putilla tienes, angelito ! Te estás ganando a pulso una buena propina...

Me había sentado en el váter, con el vestido arremangado hasta el ombligo. Pasé delicadamente la yema de mis dedos entre los pelillos de mi jugosa vulvita y me sorprendí a mi misma al comprobar lo inundada que estaba de mis lubrificantes cien por cien ecológicos :

  • ¡Suegro ! –grité- ¡Acercaos ! –había dejado la puerta bien abierta- Así disfrutamos todos.

Sin dejar de mamársela, se desplazaron un par de metros hasta quedar enteramente a mi vista :

  • ¡Virgen santa, qué coñooo ! –se exclamó entusiasmado el abuelete. Hay que decir que para su goce y el mio, me lo había abierto separando con mis dedos mis enormes labios menores.
  • ¡Hummm ! – susurré como una gatita mientras mi « fufunilla » expelía cantidades ingentes de orina.

Mi suegro empezó a abrir y cerrar los ojos frenéticamente, a gruñir y resoplar como la bestia que era y a embestir con furia la boquita de la camarera. Esta, en actitud penitente, de rodillas, con los ojos cerrados y ambas manos agarrando el cirio del señor Andrés, se apartó un poco de él, abrió su boca y sacando la lengua se dispuso a recibir donde fuera la simiente de mi suegro.

  • ¿A qué espera, suegro ? – le pregunté de manera ambigua... A qué espera para correrse o a qué espera para comerme el higo.

No quise secarme las últimas gotitas de pis. Siempre me ha encantado que una buena lengua me lo limpie. Y aún mejor, unos buenos bigotes.

  • ¡Aaa... Ahora mismooo !

Isabelita era toda una maestra soplapollas ; y en otras circunstancias, estoy segura, hubiera dejado que mi suegro la rociara de lefa por toda la cara. Pero la chica debía volver al trabajo y todavía le quedaban varias horas antes de poder lavarse y cambiarse convenientemente. Así que, sin más historias, envolvió el capullo del señor Andrés de sus carnosos labios carmesí y con ambas manos lo pajeó divinamente.

¡Cómo me gusta el sexo ! Verlo como practicarlo es fuente inagotable de placer... Y si son las dos cosas a la vez... ¡Mejor todavía ! Así que mientras el cabrón de mi suegro, jadeando como un cerdo, se vaciaba los cojones en aquella juvenil boquita, yo me dediqué a darle gusto a mi afamado coñito en espera de que lo hiciera la experimentada lengua de mi suegro.

  • ¡Joder con la niña ! ¡Vaya boca tienes ! – exclamó el señor Andrés mientras sacaba de su cartera uno de esos billetes gordos que yo veía muy raramente.

Isabel, tras tragarse toda la leche del viejo y chupetearle la punta con delicadeza, se incorporó y alargó la mano para coger el dinero :

  • No corras, zorrilla... – dijo mi suegro blandiéndole el billete delante de sus narices- Si lo quieres... ¡Dame tus braguitas !

La capacidad de perversión y lujuria de los demás tiene un efecto sobre mi líbido altamente estimulante. Al oir aquellas palabras, con mi suegro a dos metros de mí, mirándome el chocho de reojo, con la polla medio tiesa colgándole de la bragueta y aquella estupenda jovencita, caliente como una yegua en celo, poniendo cara de decir « lo que tu quieras, abuelo » ; mis deditos se ocuparon rapida y ricamente de mi botoncito y me propulsaron vertiginosamente hacia un nuevo y pletórico orgasmo :

  • ¡Síiiii... ! ¡MMMMMM ! ¡AAAAAAAHHHHHH !

Mis grititos hicieron que sus miradas se concentraran en mí, en mis ojos abiertos y suplicantes, en mi boca y en mis dientes apretados en un rictus semejante al del dolor pero bien contrario de sentido, en mi vagina jadeante y en las compulsiones de mis muslos :

  • ¡Joder, Sandra ! –soltó mi suegro- ¡No me has esperado !

La camarera aprovechó ese momento de distracción para arrebatarle el billete a mi suegro y evaporarse sin haberle dejado la codiciada prenda.

  • No se preocupé – le dije levantándome y ayudándolo a guardarse su instrumental – ¡Tenemos más días que longanizas !
  • Claro –sonrió y nos abrazamos – Además yo ya tengo mi premio –siguió mostrándome orgulloso mis braguitas – Y de aquí a que acabe la noche... Tengo que conseguir las de la niña...
  • Je...Je...Je... Parecía tonta...
  • Sí – con su agradable sonrisa y su magnífica dentición- Tonta no sé... Pero la mama como una profesional.
  • Vamos, bajemos –lo cogí de la mano y me lo llevé hacia las escaleras pero con un movimiento brusco me atrajo hacia él y me estampó uno de esos morreos que te dejan con las patas temblando. Un largo minuto en el que su lengua se paseó en mi boca como Don Pedro por su casa.
  • ¡Huf ! Esta lengua suya...
  • Cuando quieras, Sandrita.

Y volvimos al banquete, satisfechos e impacientes por repetir ésta y mil travesuras más. Y por una vez, como veis, no me folló nadie.