La boca
Me causaba horror y cierto disgusto estomacal, observar aquella babeante boca tan cerca de mi rostro
LA BOCA.
Me causaba horror y cierto disgusto estomacal, observar aquella babeante boca tan cerca de mi rostro. La boca se entreabría, y me parecía escuchar un leve chasquido al separarse sus húmedos labios; los movimientos de estos eran tenues, pero no emitía palabra alguna a través de ellos. Una separación leve de los labios, permitía ver una oscura y desdentada cavidad, cuya profundidad yo no era capaz de calcular.
Los vellos eran abundantes, sin recortes estéticos de peluquería fina; e invadían los labios gruesos de aquella boca palpitante. Sus comisuras segregaban una película viscosa de espesa baba. Yo percibía un aliento de aroma fuerte pero sutil, volátil y cautivo.
Definitivamente la boca, aunque grotesca, no se comparaba a los horrendos belfos del negro de aquel bar tocando "blues"; mientras yo lo observaba, y lo imaginaba devorando al viejo saxofón, con sus dientes escasos y amarillentos. El hedor que despedía la boca del negro del "blues", era desagradable y vomitivo; gruesas columnas de halitos verdosos parecían reptar fuera de ella; especialmente cuando yacía tumbado en una silla del sórdido lugar, botado de alcohol. Los desparpajados vellos del bigote y barba, cubrían su boca también; descuidados y entrecanos, agitándose al paso violento del aire emanado en cada ronquido.
Yo era solo un chamaco de 13 años, pero jamás había contemplado tal follaje de barba como la de aquella boca ahora tan cerca a mi rostro. Antes vi barbas de hippies, barbas de intelectuales, barbas de Fidel Castro, y del Ché Guevara, y barbas de "homeless", pero jamás una barba como aquella, relumbrando sedosa, ensortijada y fascinante, sobre tal piel refulgente y tersa.
Era un cuadro surrealista, donde la boca a centímetros de mi rostro parecía observarme sin tener un ojo preciso. Mis sueños angustiosos y monstruosos, nunca tuvieron un protagonista como aquella. La boca parecía ahora susurrarme cosas, en una posición encontrada a la mía.
Por fin, mi boca se fundió ávidamente a los pulposos labios, batiéndome entre la repulsión y un impulso innato, en un beso intenso y febril, y mi lengua buscó la suya; mas no encontré tal. Hurgando hasta lo más profundo, no había dientes. Una lengüita pequeñita, en una comisura de la boca, se paseaba al vaivén de la mía. Mi saliva entremezclada con la suya viscosa, saboreaba el agridulce torrente fluyendo de su inconmensurable profundidad.
Fuertes columnas hercúleas, de brazos cual molinos de viento se agitaban y se engarzaban fuertes a mi cráneo; con ayuda de ellos, aquella boca no consentía dejar huir a su presa. En furor intenso y agitación constante, quería engullirme por completo.
Me fatigué de besarla, ciertos vellos de sus labios picaban mis carrillos; la boca no pudo succionarme, y sus fuertes extremidades me liberaron exhaustos. Así permanecí segundos observándola, sus gruesos labios ahora henchidos por el fragor, permanecían palpitantes; balbuceando algo.
No pude evitar en esos momentos, recordar al negro del saxofón con sus nauseabundos labios de secreción hedionda y verdosa; fuertes espasmos estomacales deseaban explotar fuera de mí. En medio de la intensa oscuridad de la noche, elevé mi vista hasta la cumbre de la majestuosa montaña, y escalando trémulo hacia ella, vi el fulgor de la mañana de un sol radiante; era el rostro del ángel, y dos resplandores en su rostro iluminándome, una nariz pequeñita, y los labios de grana entreabiertos y me fundí con ella; penetrando sus entrañas entre baladros de pasión.
Daniel Trujillo. 5 de Agosto del 2006.