La blusita (04)
... y Vera completó la faena con un ¨menage a trois¨ al que me invité en ultima instancia...
Vera se retorcía dentro de los reducidos márgenes que aquellas dos poyas, bien introducidas en su interior, le dejaban. Mi mujer estaba ensartada por dos miembros descomunales y se debatía entre el placer y el dolor con confusos gemidos de satisfacción y sufrimiento que exaltaban aún más a aquellos dos tíos. Su excitación no mejoraba las cosas, pues el tio que estaba sodomizándola arremetía cada vez con más furia contra el culo de mi mujer y había terminado por casi sentarse encima de ella en cada vaivén. La tenía fírmememnte agarrada de las nalgas, lo cual aseguraba que su poya entraba en el desdichado culo de Vera hasta la misma empuñadura donde comenzaban los huevos. Sin duda, el sentir que estaba estrenando aquel culito había puesto a aquel tío fuera de sí. Yo rezaba para que aquel descomunal miembro no se desajustara accidentalmente saliéndo del culo de mi mujer, pues podía ser aún más doloroso volver a introducirlo, o causar algún destrozo irreparable.
Así que pensé en cómo podría orquestar un poco la situación. Intenté presentarme como director de escena, única labor que me habían dejado para recuperar la poca dignidad que me quedaba como consentido, ante la debacle que mi mujer protagonizaba aquella noche.
Para completar su sensual coreografía mientras se retorcía, Vera empezó a cambiar sus bellos cabellos de un lado a otro con movimientos de cabeza secos y decididos, haciendo volar sensualmente su pelo en el aire para caer acariciando el pecho del tío que tenía debajo. El vuelo de su pelo iba acompasado por unos contoneos de cadera dentro de los límites que las dos poyas de aquellos tíos, que la tenían bien ensartada, le permitían. Vera no paraba de repasarse los labios con su lengua, con su boca bien abierta, en la que de vez en cuando el tío que estaba debajo le introducía un par de dedos que ella lamía con desesperación como si le fuera la vida en ello. Entonces se me ocurrió que una buena verga en su boca le daría un tercer "punto de anclaje", y me permitiría dirigirla un poco mejor, reduciendo el riesgo de que en un vaivén el tío que la sodomizaba le reventara su bello culo por accidente. Las embestidas del tío se hacían cada vez más profundas y en mi mujer los gemidos de placer seguían entremezclados con los de dolor, aunque la muy puta no rehuía la confrontación y movía sus caderas para salir al encuentro de aquella poya descomunal en cada vaivén.
Fuí al aseo, puse un poco de jabón en la punta de mi poya y comencé a lavarla. Tras las emociones de la noche, mi glande era una profusa mezcla de jugos y semen que había que adecentar para poder presentarla a Vera en condiciones. Mientras me aplicaba el jabón aproveché para masajeármela el glande y así conseguir una erección, pues no podía subir a aquel tren en marcha sin estar presentable, no quería desentonar con las tremendas vergas que aquellos tíos presentaban. Al pajearme repasé mentalmente todos los episodios de aquella noche y cómo Vera le había sacado la leche a los tres tíos del autobus, al taxista, a los dos cabrones y a mí . Y mientras seguía oyendo los gritos de placer que Vera profería al ser sodomizada. Había consentido que mi mujer se convirtiera en una auténtica zorra, embaucado por su actitud desafiante que me ponía en un contínuo estado de excitación
En estos pensamientos mi poya empezaba a alcanzar un nivel suficiente para entrar en el juego. De repente sentí una presencia en la puerta del aseo. El cabrón que se suponía debía estar sodomizando a mi mujer estaba allí mirándome con los brazos cruzados y su poya tiesa y erecta con una impresionante cabeza sonrosada apuntándome. Lo miré sorprendido mientras el tío se acercaba a mí cogiendo un poco de jabón en su mano. Sin mediar palabra, el tío mojó su mano con el jabón bajo el grifo y empezó a pajearme la poya suavemente mientras me miraba con una sonrisa de complicidad, al tiempo que pasaba la otra mano por mi cintura y me apoyaba su miembro suavemente en mi cadera.
Yo no podía creerlo, pero era justo la gota que colmaba mi excitación. Era la primera vez que me encontraba en una situación así y no hice el mínimo gesto de resistencia o de desaprobación. Aquél cabrón sabía muy bien lo que hacía, nunca me habían pajeado con tanta sensualidad . Sin parar el vaivén de su mano se colocó detrás de mi empezó a pasarme su poya por las cercanías de mi culo. Mientras sentía el contacto de la piel suave y tersa de la punta de su poya, comprendí mejor el placer que aquel tipo le estaba dando a mi mujer.
Vera seguía lanzando al aire sus gemidos de placer, mientras aquel tío empezó a contarme chismes en el oído: "Vaya pedazo de mujer tienes, cabrón, no es justo que la disfrutes tú solo, es mucha tia para un solo macho". "Claro, claro, pero esta noche no os podéis quejar, eh, cabrones?", le respoondí mientras mi polla se ponía dura como una barra de acero entrando en la fase final antes del orgasmo. "Vamos, consentido, vamos, escucha como hacemos gozar a tu esposa, descarga ya", exclamaba aquel tío mientras aceleraba el ritmo y me plantaba la mano que tenía en mi cintura entre las piernas a la altura de los huevos.
No podía ser, además de consentido iba a hacer otros descubrimientos aquella noche? La voz de su amigo vino al rescate de mi virilidad. "Pero Donde andas hombre? Seguro que ya estás haciendo de las tuyas. Anda deja al marido que el culito de esta bella señorita te reclama. Anda perdida desde que has desparecido". El tío me miró, me sonrio y me dijo, "bueno, no hay nada que no puedas terminar tú. Ya sabes lo que es, si te ha gustado tendremos más ocasiones". Al momento volví a oir los gritos desgarrados de Vera que indicaban que aquella poya había vuelto a su cubil y le volvía perforar su precioso culito.
Estaba a punto de reventar, pero con sangre fría pensé que si me terminaba quizás no recuperaría una erección que estuviera al nivel de aquellos tíos. Me eché agua fría en la poya y en los huevos y detuve la eyaculación, a expensas de un fuerte dolor en mis genitales. Salí del aseo para disfrutar de aquel increible espectáculo en el que Vera era la estrella principal. Me acerqué a Vera con mi poya bien tiesa y se la ofrecí poniéndome delante de ella. Vera me miró y me dedico una sonrisa, que era más bien un gesto de crispación y dolor amalgamado con placer. Seguía a merced del vaivén que aquellos tíos le imponían y con dificultad logró posar su mirada de zorra sobre mi poya . De un golpe se la tragó como una posesa, hasta el mismo fondo de los huevos .
Ver a mi mujer fuera de sí y sentir la humedad y el calor de su boca comiéndome la poya al ritmo que le marcaba aquél puto cabrón me hizo reventar en seguida. Empecé a bombear semen y no hice el más minimo esfuerzo para sacarla de aquél paraiso. Vera hizo un pequeño ligero gesto entre sorpresa y desagrado pero no titubeó en aguantar las bocanadas de leche que descargué directamente en su garganta. La inundé y a pesar de sus esfuerzos por tragarse hasta la última gota mi leche no tardó en correrle por la comisura de sus labios y chorrearle por sus preciosas tetas. Extenuado me retiré de la escena para disfrutar del último acto que Vera todavía tenía que protagonizar
Apenas había dejado la escena cuando aquellos dos tios cogieron a Vera en peso y la sentaron en la cama, a punto de correrse juntos otra vez. Pero esta vez estaban fuera de sí. Mientras me apoyaba abatido contra un sillón para asistir al espectáculo ví como el tío que se la había follado por el coño la cogía del pelo y forzándola en una posición de sumisión con la cabeza bien girada le metía la polla hasta los huevos. Pensé que Vera lo iba a rechazar pero la muy puta lo cogió de las nalgas para meterse la polla aún más adentro. Quedé estupefacto por su desinhibición. Empezaba a darme cuenta que no todo había empezado aquella noche y que era más cornudo de lo que pensaba .
Inmediátamente el tío empezó a bombear, hizo un ademán de sacar la polla, pero Vera lo retuvo por las nalgas y empezó a tragarse el semen sin pestañear mientras miraba fíja y desafiantemente a aquel cabrón con suerte. El tío fuera de sí recogió el pelo con más fuerza y la utilizó como un puto objeto para masturbarse, mientras Vera profería confusos gemidos de dolor y placer entremezclados en una fórmula explosiva que me producían un placer indescriptible viendo a mi mujer humillada y deseada al mismo tiempo y tragándose hasta la última gota de lo que quedaba de las escasas reservas de semen de aquél tipo, que se derrumbó sobre la cama sin poder decir una palabra