La blusita (03)
Tras pasar de mano en mano, mi mujer seguía decidida a culminar una noche de orgía...
Aquellos dos etalones tuvieron el tiempo justo para recomponerse y adecentarse antes de las puertas del ascensor se abrieran. Vera salió sin decir palabra. Se giró, nos dirigió una mirada desafiante, cambió de lado su pelo con un golpe seco de cabeza, y de forma provocadora nos indicó el camino hacia la habitación contoneándose al tiempo que cruzaba las piernas al andar para marcar aún más su silueta, tomándo su tiempo, recreándose en el juego de seducción, consciente del efecto que producía en aquellos tíos y en mí ese detalle de coquetería, que en ella era un gesto más de provocación con el que adornaba aquella velada. Era como el canto del cisne, un farol, antes de ceder totalmente la iniciativa y pasar a ser una sumisa cortesana a la deriva, plegada a los deseos de aquellos tios que iban a dar buena cuenta de ella sin alguna duda . la seguimos hipnotizados.
En el pasillo solo nos cruzamos con un empleado del servicio de habitaciones que pasaba al fondo del corredor, pero que se percató de la presencia de Vera, pues había abierto la chaqueta que yo le había dejado y dejaba ver desde el canal de sus pechos hasta su ombligo, haciendo del suyo un atuendo improvisando pero decididamente sexy a juzgar por la atención que había despertado en aquel tío.
Vera me estaba esperando en la puerta. Nos mirámos intensamente, la excitación se podía leer en sus ojos, y yo penaba por contener mi excitación viéndola en ese estado. Tras franquear la puerta, Vera fue dejando un reguero de ropa que deslizaba por su cuerpo sembrando el suelo con su falda, la chaqueta, las braguitas y el minisujetador, que tanto había excitado a los tíos que se había cruzado a lo largo de toda la noche. Cerré la puerta y entré detras de aquellos dos cabrones con suerte, a sabiendas del espectáculo que me aguardaba y que me ponía la poya dura como una roca al tiempo que mis propios jugos empezaban a dejar trazas en mi pantalón traspasando mi ropa interior.
Con sus preciosas y sexy sandalias de tacón por toda vestimenta, Vera se giró, puso su preciosa melena de un lado de su cabeza, se recostó en el sofá de la suite, y pisando el asiento con el tacón y la suela de una de sus sandalias, trianguló su pierna y expuso su sexo húmedo y hermosamente depilado, mostrando su protuberante monte de Venus que se erguía como un desafiante vestíbulo para acoger una penetración sin piedad. Ante tal muestra de seguridad y de dominio de la situación aquellos dos tíos y yo estábamos petrificados, sin acertar a reaccionar. En aquel momento de incertidumbre Vera volvió a establecer las reglas. "Tres hermosos etalones ante mí y no hay nadie en condiciones de colmar el vacio que siento en mi coño? Quién da más caballeros?" dijo Vera mientras empezaba a machacarse el clitoris ostentósamente, paseando sus dedos de arriba a abajo répetida y pausadamente. "Vamos, caballeros, la noche no ha hecho más que empezar"
Podría haberle encajado mi verga endurecida a Vera de un seco golpe para saciar su urgencia. Pero sin duda Vera esperaba la apetecible visita de otra poya menos habitual y más excitante. Deseaba sentir la dureza de otro rabo bien tieso desfondándola sin tregua mientras ella se ofrecía bien abierta.
Aquellos dos tios cruzaron una mirada de complicidad con una ligera sonrisa esbozada en sus labios. Sin mediar palabra bajaron sus braguetas, se sacaron sus vergas y empezaron a masturbarse, tomando cada uno la poya del otro. Este gesto inesperado debió excitar aún más a Vera que empezo a gemir y a machacarse el coño aún más fuerte, mientras se retorcía como un gusano recostada en el sofá de la suite. "Eres muy desafiante, querida" le contestaba uno de ellos mientras se aproximaban. Aquella afirmación no era nada nuevo, a aquella altura de la noche. "Así que te vamos a aplicar el menú especial, te vamos a dar lo que te mereces, hasta que nos supliques que tengamos piedad de tí". "Te vamos a convertir en una perra domesticada para el disfrute de tu marido ", afirmaba el otro. Vera gemía aún más fuerte mientras seguía machacando su coño sin piedad en un excitante juego de muñeca que hacía aún más apetecible su sexo, al tiempo que encontraba apenas el resuello para contestar aún más desafiante "ah, si? no me digas, machot .".
Estas fueron sus útlimas palabras. Antes de acabar la frase Vera ya tenía una de aquellas vergas bien introducida en su boca, dirigida hacia su objetivo por la mano de su amigo que no había dejado de masturbarlo. A continuación el otro tipo le encajo su miembro ya bien duro en todo el coño, colmándolo y sin dejar un solo resquicio entre los labios de aquella vagina rendida al grosor de aquel hermoso rabo de cabeza bien sonrosada. La verdad es que no pensaba que aquellos tios tuvieran tanta capacidad de recuperación. En unos pocos minutos, despues de una descarga descomunal, ya estaban de vuelta al trabajo a pleno rendimiento. La verdad, pensé, que ya aquello tenía que pasar, más valía que fuera en toda regla.
Vera no hacía ascos y al tiempo que volvía a comerse aquella poya como si en aquello le fuera la vida, hacia lo posible por estrellar su coño saliendo al encuentro de la poya que le taladraba la vagina. El tío que recibía la gran mamada le había recogido el pelo con una mano y la tenía a su merced, forzándola a tragarse aquel enorme miembro hasta los mismísimos genitales. Sin rechistar, Vera aceptaba el desafío también de su coño, agarrándose a las caderas del otro tío para empujarlo más y más, bien dentro de ella.
Si quedaba algún resto de fidelidad aquella noche, la imagen de una Vera entregada y al encuentro del placer con otros hombres la había hecho saltar en mil pedazos. Vera era una mujer pública al servicio de todo aquel que se encontrara a su paso y quisiera disponer de ella. Yo me había sentado en el sillón frente a ellos sin ser capaz de articular palabra, fascinado e indignado a un mismo tiempo ante tal espectáculo. Vera estaba dispuesta a llegar muy lejos aquella noche y yo no acertaba a tomar ninguna iniciativa para que aquello no fuera así. La excitacion de ver a mi mujer haciendo un cursillo acelerado sobre los placeres del sexo me tenía paralizado
En plena faena, obligaron a Vera a ponerse a cuatro patas sobre el sofa. La verdad es que aquellos tios se estaban portando cada vez con mayor brusquedad con Vera, pero ella parecía encantada y ellos parecían tener un dominio milimetrado de la situación. Sabían cómo hacer realidad la fantasía de toda mujer de disfrutar de un trio sin tabúes. Así que observe cómo Vera se dejaba hacer, a la expectativa del desarrollo de la velada.
"Vaya, vaya, pero qué tenemos aquí" dijo uno de los tipos. "Mira, parece que nuestra damisela tiene el culito por estrenar Es todo tuyo", le dijo a su cómplice, a sabiendas que el miembro de su amigo era realmente descomunal. Yo había intentado convencer a Vera alguna vez de ensayar nuevas sensaciones, pero mi mujer no había aceptado más que alguna maniobra con un par de dedos, nada comprometido para su precioso agujerito. Así que pensé que aquello tios iban a hacerme un favor sin saberlo, ya que me moría de ganas de entrarle por la trastienda a mi mujer desde hacía mucho tiempo.
"Mira cariño, si pones un poquito de valor, y aguantas el trabajito que te va hacer mi amigo, vas a poder hacer lo que quieras con tu culito de ahora en adelante" la animaba el tio, mientras le aplicaba una buena dosis de vaselina que había sacado del bolsillo de su pantalón. Ante la sorpresa de todos, Vera tuvo el lascivo detalle de terminarse ella misma la aplicación del unguento, metiéndose el dedo bien adentro con la esperanza de mitigar el castigo que su precioso culito iba recibir para placer y disfrute de su dueña.
Antes de que Vera se vieniera a dar cuenta, el tío que estaba recibiendo la mamada paso por debajo de ella y la dispuso a cuatro patas, le metió la poya en todo el coño, y sujeto sus nalgas separándolas ligeramente para abrir el orificio del culo de Vera.
"Es un cursillo acelerado pero todas acaban agradeciéndole el favor" continuó el tío para finalizar su discurso sobre la especialidad de su amigo.
Aún no había terminado la frase cuando Vera lanzó un desgarrado grito de dolor al sentir el poyón de aquel tío entrando sin piedad y estrenando su culo. El muy cabrón no puso ningún interés por realizar la maniobra con suavidad. El tío estaba deseando clavarle la poya por aquel orificio estrecho y acogedor, cuya virginidad desafiaba aún más la idea de sodomizarla sin piedad.
"Te voy a hacer sentir como una auténtica perra" exclamó aquél cabrón fuera de sí. La idea de estrenar aquel precioso culito lo había puesto a tono, y si bien es verdad que el culo de Vera rebosaba de vaselina que ella misma se había aplicado, la entrada en tropel de aquel pedazo de poya no podía por menos que hacerla pasar un mal rato. Al principio Vera intentó escapar de la embestida, pero el otro tío ya la tenía bien ensartada con su poya y la agarraba por las caderas, por lo que Vera no tenía mucho margen de maniobra y no tardó en claudicar. Para completar la situación el tío le recogió el pelo que descansaba sobre la espalda y tirándo de él le hizo levantar su cabeza hasta tenerla totalmente a su merced.
A Vera no parecía importarle y disfrutaba siendo dominada. A la tercera envestida se quedo quieta y empezó a dejarse hacer, aunque los gritos de dolor seguían mezclándose confusamente con los gemidos de placer. Yo estaba dispuesto a parar la situación para evitarle a Vera cualquier sufrimiento pero justo cuando pensé en pasar a la acción, Vera empezó a marcar un ritmo acompasado hasta que se acopló con el tío. No debió irle tan mal porque aguantó con gallardía las embestidas y poco a poco volvió a hacerse la reina de la situación, contoneándose y marcándole el paso a aquellos dos tíos que empezaban a gemir de placer cada vez con mayor intensidad.
Sentía celos de no ser yo quien estrenara aquel precioso culito de Vera, tan redondo y bien alzadito, incluso estando a cuatro patas. Yo había intentado convencer a Vera de que acogiera mi poya en varias ocasiones, pero ella había sido reticente y solo habíamos jugado introduciéndole un par de dedos para ir habituándola a la idea. Realmente Vera sentía una sagrada excitación cuando me la follaba al tiempo que le trajaba su ano, pero no habíamos pasado de ahí. Así que consolé mis celos con la idea bien excitante de poder sodomizarla a voluntad una vez el trabajo de aquellos tios estuviera consumado sabía que estaba razonando como un cabrón, pero mi mujer había empezado un camino sin retorno y yo embaucado por su encanto empezaba a ir a la deriva también