La blusita (02)
...y cómo mi mujer perdió el rumbo aquella noche aventurándose en una orgía sin fin...
Estabamos a tres paradas del hotel y Vera estaba cansada de haber bailado con los tacones, aquellos tacones que le ponían el culito bien alzado para el deleite de los tíos que nos cruzábamos. Decidí intentar de nuevo un taxi. Encontramos uno en un cruce unos pocos metros más allá. Lo cogimos y le pedí que nos llevara al hotel. Al subir al taxi, Vera enseñó de nuevo sus encantos con aquella falda que dejaba entrever sus piernas bien torneadas. Vera se sentó lejos de mí, junto a la otra ventanilla, y se situó en la mejor posición para facilitar el disfrute de su escote por el espejo retrovisor. El taxista no le quitaba ojo y Vera, que había perdido su habitual discreción, totalmente desinhibida, empezó a acariciarse el canal entre sus pechos suavemente con su mano mientras hacía como que miraba distraídamente por la ventana. La excitación del taxista aumentaba sin que pudiera concentrarse en la conducción. En su distracción nos saltamos un semáforo en rojo y evitamos el accidente por milímetros. Mi poya volvía a babear sin control al ver a Vera convertida en la diosa de la noche. No había tío en toda la velada que no la hubiera deseado o que no hubiera intentado entrarle a pesar de mi presencia. Aquello lejos de molestarme me comenzaba a resultar muy excitante.
Le pedí al conductor que se detuviera delante de un cajero para sacar dinero y poder pagar. Bajé del taxi y me dirigí al cajero automático, quedando de espaldas al coche. Intenté sacar dinero un par de veces pero el cajero estaba fuera de servicio. Tras un par de intentos más oí la voz del taxista: "No se preocupe, caballero, su mujer ya se está encargando del pago".
Pero ¿cómo? ¿Dónde estaba mi mujer?
Miré hacia el taxi y vi a Vera sentada delante, al lado del conductor e inclinada sobre su bragueta mientras su pelo suelto danzaba en un vaivén de arriba a abajo sobre el tío. Sin poder creerlo me acerqué a la ventanilla y vi como Vera le estaba haciendo una mamada en toda regla a aquel cabrón con suerte. "Ande, suba, que ya llegamos al hotel". Vera seguía con el trabajo intensivo como si yo no estuviera allí.
Deseaba revelarme ante la situación, pero la excitación del momento me tenía fascinado y no podía dejar de mirar la escena sin actuar. Subí al taxi sin rechistar. El taxista emprendió la marcha mientras Vera seguía con su vaivén, acelerando sutilmente el ritmo. Yo podía ver a Vera entre los dos asientos y percibí cómo sin parar de trabajarse al taxista se sacaba los dos pechos y le restregaba los pezones por los muslos del tío al mismo tiempo que le bajaba los pantalones hasta las rodillas para que sintiera mejor las caricias de sus pechos. Esto debió excitar al taxista aún más porque aumentó la intensidad de sus gemidos y resoplidos en cada roce sutil con su piel mientras Vera se tragaba su poya hasta bien adentro. Nos detuvimos en un semáforo donde se podía ver el hotel al fondo. Vera aumentó el ritmo desenfrenadamente y el semáforo cambió a verde, pero nos quedamos clavados en el sitio. Afortunadamente era tarde y estabamos solos en el cruce.
El tío recogió el pelo de Vera con la mano y empezó a imponerle un ritmo salvaje de arriba a abajo que Vera apenas podía seguir, mientras exclamaba "Vamos, zorra, vamos, dale un buen espectáculo a tu marido". Aquél tío empezó a gemir como un loco y su cuerpo se tensó como un arco, desde los pies hasta la cabeza que clavó en el reposacabezas del asiento para empezar a descargar con desesperación. Vera, tras recibir en sus labios la primera bocanada, dirigía la poya hacia sus pechos para que la rociara debidamente con su semen, mientras le pedía "vamos, cabrón, vamos, eso es todo lo que tienes para mí? Que calentito y que bien sabe, quiero más de tu leche, échame el resto". Vera utilizaba con dominio hasta el lenguaje de la situación, ya que aquellas palabras paralizaron de placer a aquel tío, y produjeron en mi un nuevo ataque de celos y excitación que me mantenía sumido en una paralizante confusión.
El semáforo volvió a pasar de rojo a verde y seguimos sin movernos mientras el tío no paraba de derramar su leche sobre los pechos de mi mujer que ya no sabía como acoger aquella riada de placer que había extraído del tío. Había semen por todo el taxi, desde el volante hasta los asientos y Vera había llevado la peor parte. El semen le corría por la boca, el pelo, sus pechos y los brazos, pero increíblemente su blusita estaba intacta. No me gustaba la idea de que le hubiera ofrecido los pechos a aquel tío como pista de aterrizaje pero enseguida comprendí que Vera guardaba la pulcritud de su blusita como un reto aquella noche. El taxista ofreció unos pañuelos de papel a mi mujer, se subió la bragueta y seguimos hasta el hotel sin intercambiar una palabra entre los tres.
Le pedí al taxista que parara unos metros antes del hotel. Descendimos y enseguida espeté a Vera: "¿Pero estas loca? ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa así?". Sin decir una palabra, Vera se acercó a mí, me rodeo el cuello con un brazo y me apretó con descaro el paquete mientras me susurraba al oído: "Calla, cabrón, ¿no te gusta mi regalito de aniversario? Es la fantasía de todos los tíos, ¿no?". Quedé petrificado. Aquella respuesta me volvió a poner la poya en marcha. "No sé dónde vamos a ir a parar con lo que aprenden ahora las tías en las revistas de las peluquerías", pensé, "seguro que esto lo había ideado con alevosía contándose chismes con alguna amiguita en el tiempo de un lavar y marcar ". Mi pobre poya babeaba y babeaba y mi propia lubricación me corría por los muslos sin control, me era imposible retener mi enorme excitación.
Llegando al hotel le dije "Ponte a este lado para que no se vea tu falda manchada al pasar por la recepción. Menos mal que te las has apañado para mantener tu blusa intacta". Tras un segundo de silencio Vera me susurró al oído "No por mucho tiempo, cabrón", mientras señalaba hacia un Minardi rojo aparcado a la puerta del hotel. Aquello era ya demasiado. Los dos tíos le habían preguntado al portero del restaurante la dirección de nuestro hotel y estaban allí acechando como buenos depredadores. Debo reconocer que aquello me resultó muy alagador, pues de todos los planes que aquellos dos etalones se podían ofrecer, la presencia obsesiva de mi mujer se destacaba sobre los demás. Y no podía decir que no estuviera de acuerdo, no podía negar una afinidad por su buen gusto.
Al entrar al hotel pasamos por la recepción para recoger las llaves. Allí estaban aquellos dos tíos sentados en el hall, elegantemente vestidos y bien parecidos, mirando a Vera y sonriendo mientras hablaban entre ellos, seguramente en torno al plan que habían urdido a la espera en la recepción del hotel. Nos dirigimos hacia el ascensor y los dos tipos se reunieron con nosotros. "Buenas noches " nos dijeron educadamente, "Buenas noches, caballeros" respondimos en el último gesto elegante que habríamos de intercambiar antes de que diéramos paso a los más elementales instintos animales que todos sabíamos estaban a punto de estallar. En efecto, si hubiera dejado a Vera utilizar sus encantos para volver al hotel en aquel deportivo todo se hubiera saldado con un par de mamadas. A estas alturas, a parte de las dos mamadas de las que ya no se iba a escapar, seguramente Vera iba a tener trabajo más que intensivo con aquellos dos tíos además de los cuatro tipos que se había hecho ya en lo que iba de noche.
Sin olvidar las dos mamadas de infarto que me había propinado la muy puta de mi mujer. Si, he dicho bien. A estas alturas ya había aceptado con sobriedad que aquella noche Vera era sobre todo una puta disponible para el placer de los hombres .y estaba orgulloso de ella. Comprendí que ya que no podía vencer la situación, solo me quedaba unirme a ella. En adelante, sería el administrador de los encantos de mi mujer. Al menos, tendría el privilegio de decidir qué iba a pasar a partir de ese momento.
Los segundos de espera de la cabina se hicieron interminables, ni una sola palabra, ni un solo gesto que disturbara el ambiente tenso que nos unía en aquella espera. Sorprendentemente Vera se encontraba incomoda. Esperaba verla más desenvuelta, visto el desarrollo de la velada. Sin embargo, nadie cruzaba sus miradas, que preferían posarse sobre los dígitos del ascensor, la puerta, o las puntas de los zapatos. Nos cedieron el paso para entrar en el ascensor y yo me posicioné detrás de Vera, mirando los dos hacia la puerta. Los tipos entraron en el ascensor de cara a nosotros y de espaldas a la puerta, y quedaron así, sin girarse, clavando la mirada en Vera que seguía proponiendo generosamente una bella vista panorámica de su descarado escote que tantos problemas nos estaba dando esa noche.
Vera estaba inmóvil mirando la botonera del ascensor, como si aquello no fuera con ella. De repente había perdido su coraje y su seguridad de toda la noche. Pero aquella situación no se podía sostener. Tenía que salir en apoyo de Vera y a la búsqueda de un final digno de aquella velada. Así que tomé la única decisión que tenía sentido. Pausadamente, di un paso adelante y deslicé mi mano hasta la botonera, deteniendo el ascensor a medio camino. Tomé mi tiempo para volver detrás de Vera. Aparté el pelo de su cuello y empecé a besarla suavemente mientras cogía por detrás sus muñecas. Dulcemente hice avanzar un paso a Vera hasta situarla cuerpo con cuerpo con aquellos dos tíos, y la guié para que posara las manos sobre el paquete de cada uno de ellos. Con la intermediación de la mano de Vera, empece a masajear sobre el pantalón la polla de cada uno de ellos. Me retiré con un pequeño paso atrás, para que Vera continuara cómodamente, dándole seguridad y protección, pero dejándola en vuelo libre.
Vera lanzó un gemido de placer mientras los tíos se lanzaban en un delirio de caricias y besos húmedos sobre el cuerpo de mi mujer. Uno de ellos no tardó en empezar a comerle los pechos sin sacarlos de su limitado parapeto, aquella blusa inmaculada cuyo destino seguía siendo incierto aquella noche. El otro se arrodilló y le bajó las bragas aprovechando la raja de la falda y empezó a comerle el coño con desesperación, comida que Vera se tenía más que merecida después de haber trabajado duro como objeto para el placer de los demás durante toda la noche. Me gustaban aquellos tipos, tenían estilo y dadas las circunstancias tenían todo mi crédito para hacer lo que quisieran con Vera, siempre que ella consintiera. Vera empezó a gemir más y más deprisa y a convulsionarse como una loca mientras manoseaba su clítoris al tiempo que aquél tío seguía comiéndole su sabrosa rajita. No tardó más de dos minutos en irse, cayendo de rodillas con gritos desgarrados de placer que resonaron en toda la cavidad del ascensor. Vera nunca había gritado tan rabiosamente cuando le hago el amor. El espectáculo era de infarto. Los celos me comían y me hubiera gustado ser yo quien le hubiera arrancado aquellos gritos a mi esposa.
Pero el trabajo se le amontonaba a mi pobre mujer, víctima de la excitación fuera de control de aquellos tíos que ella misma había provocado. Apenas tuvo tiempo de lanzar el último gemido de placer, que fue ahogado por una enorme poya que se instaló en su boca sin piedad al tiempo que una mano le recogía el pelo para marcarle una cadencia frenética durante los primeros compases de la mamada. Compases que Vera siguió marcando desenfrenadamente sin partitura pero con gran sentido del ritmo, ante la satisfacción de aquellos tíos que gemían con desesperación mientras los preciosos pechos de mi mujer seguían banboleándose con el vaivén, apenas retenidos por aquel sujetador de atrezzo en el que se parapetaban sus encantos. Vera pasaba de una poya a otra con total soltura y ya completamente desinhibida. Con un remarcable sentido de la medida aumentaba progresivamente el estado de excitación de ambos amantes, compensando el retraso de uno y el adelanto del otro, para que llegaran a una descarga simultánea sobre ella. Vera no hizo en ningún momento el más mínimo gesto para poner a salvo su blusita. Estaba claro que había llegado el momento de que aquella prenda afrontara con valentía su destino de aquella noche. Aquel detalle me excitaba hasta límites insospechados y me hacía presentir lo peor. Tras la rendición de la blusa, ¿que otras plazas estaría dispuesta a rendir mi mujer?
Los gritos desenfrenados de placer de los dos tíos me sacaron de estos pensamientos. Con gran soltura y dominio de la situación, Vera los había puesto a punto de caramelo. Los dos tíos intentaban retenerse en un juego de insurrección, pero Vera sabía que si le apretaba las tuercas un poco de más a uno de ellos tendría la rendición del otro en un santiamén. Eligió recibir en primer lugar la rociada del tío que le había metido la poya en la boca sin concesiones nada más correrse. Con una mano elevó sus pechos para marcar aún más su escote y dirigió una mirada insolente a aquel tío al tiempo que parpadeaba sutilmente, evocando una falsa inocencia. Este gesto puso fuera de sí a aquel tío que temblaba de la cabeza a los pies, presa de una congestión que no podía retener ya más. Con un ritmo cada vez mayor Vera fue pajeándolo mientras le ofrecía la puntita de su lengua extendida bajo su glande, como una alfombra de bienvenida para aquella eyaculación memorable que se adivinaba a la vista del tamaño de aquel miembro y de la tensión que Vera había conseguido acumular en él. El tío empezó a lanzar gemidos guturales incomprensibles como un animal fuera de sí.
Nunca había visto estallar de aquella manera. El primer disparo sobrevoló mi mujer, mientras la traza se enredaba en el pelo y las pestañas de Vera, que recibía el segundo y tercer impacto en toda la boca, generosamente abierta de par en par. Vera dejó a aquel cabrón derramándose sin control sobre su blusa tan deseada, para hacerse cargo del otro etalón cuya congestión había llegado ya al límite, sobreexcitado por el espectáculo que Vera le había ofrecido a su amigo. Vera sólo necesitó mirarlo desafiante al tiempo que le recorrió una sola vez la comisura de los huevos con su dulce lengua. El segundo tío perdió la compostura y tras espetarle a Vera un "vamos zorra, vamos", empezó a descargar sin control una, dos, tres bocanadas sobre el pelo, la cara y la boca de Vera. Hizo una pausa y volvió a gemir, disparando una cuarta andanada que fue a parar a la moqueta del ascensor al otro lado de donde se encontraba su amigo, en una competición envidiable de lanzamiento de longitud. La quinta y restantes descargas vinieron a reunirse con las de su amigo sobre la blusita de Vera, quien para completar el cuadro con su mano libre llevaba un buen rato pajeándose y gemía como una loca hasta que negoció con su coño una nueva corrida, aún más larga que la anterior.
Llevábamos ya un buen rato en el ascensor y alguien golpeaba la puerta, sin duda sorprendido de los ruidos y gemidos que se escapaban del interior.
Los dos tíos estaban exhaustos y cada uno estaba sentado en el suelo del ascensor, derrotados tras aquel cuerpo a cuerpo con mi mujer, quien en actitud victoriosa y sin mediar palabra se había puesto de pie y limpiaba sus pechos, su cara y su pelo con un pañuelo, con un gesto de arrogancia y seguridad que daba escalofríos considerando la intensidad del espectáculo al que acabábamos de asistir. Vera limpió también su falda y por último se quitó su blusita, llena de semen, y con un gesto desafiante me miró. Alargándome el brazo me ofreció la blusa al tiempo que me decía: "Este es mi regalo de aniversario. Espero que te haya gustado, cariño". Yo acepté el reto y cogí la blusita con cuidado, pues no era evidente recoger aquella prenda llena de jugos y manoseada por tantos cabrones en aquella interminable noche. Con delicadeza me quité la chaqueta y se la puse por los hombros para cubrir su estupenda desnudez, al tiempo que ella intentaba volver a poner aquellos bellísimos pechos en el redil de su mini sujetador.
Alguien volvió a golpear la puerta del ascensor. No podíamos seguir más tiempo allí. "Caballeros, por favor, hay que adecentarse", dije en un momento de decisión al tiempo que desbloqueaba el ascensor y apoyé sobre la botonera en le piso 24 donde se encontraba nuestra habitación.
Pero aún no habían acabado las sorpresas aquella noche. Vera se giró y rodeando mi cuello con sus brazos me dijo: "No dejes que se marchen. Han puesto mucho interés en encontrarnos y no sería educado dejarlos partir sin ofrecerles una copa en nuestra habitación". "¿Pero estas loca?", le dije "¿No has tenido ya bastante por hoy?". Con una seguridad espeluznante Vera se sonrió y me contestó: "Aún no has visto nada cariño, esto acaba de empezar. Además, sé que estás disfrutando, o si no ¿por qué me has entregado a esos dos cabrones como si fuera un objeto? Ahora no quiero parar. Una noche es una noche".
(continuará .)