La blusita (01)

Mi mujer, su blusita y una calurosa noche de verano en la que todo podía suceder...

Unos minutos antes no lo hubiera podido creer. Aquel tío estaba fuera de sí, arremetiendo contra las nalgas de mi mujer, con su enorme miembro confortablemente alojado en su vagina y yo estaba absorto ante la escena. Vera gemía de placer a cada embestida de aquella verga fuera de control y me dirigía una mirada desafiante en la que podía leer su insolencia: "¿No es esto lo que querías? Pues ahora ya no hay vuelta atrás, me lo voy a hacer hasta el final" . Yo seguía absorto y no acertaba a articular palabra, quizás porque en realidad, yo había deseado la situación. Cuando las circunstancias se conjuntaron aquella noche, completé los detalles que faltaban en la escena para hacer de mi mujer una verdadera hembra. Y he de reconocer que Vera se superó, nos supero a todos

Aquella noche de verano Vera estaba imponente. Habíamos pasado el día visitando la ciudad y habíamos regresado pronto al hotel para descansar y prepararnos para salir a celebrar nuestro aniversario. El ambiente era propicio para disfrutar de una estupenda velada. Con el verano andábamos algo alterados, estabamos en plena canícula estival y se hacía difícil contener el deseo con aquel calor. A pesar de ir con mi mujer no pude evitar clavar mi mirada en más de un escote generoso de un par de tías imponentes que nos cruzamos. Normalmente Vera me hubiera recriminado las miradas, pero me percaté que aquél día ella también andaba al acecho. La pillé repasando a un par de tíos en la cola del museo y mirando a más de un paquete mientras estábamos en la piscina del hotel. Aquél calor nos había impuesto un pacto tácito de condescendencia en nuestras actitudes habituales.

Vera decidió sorprenderme aquella noche. Se había vestido con una falda negra, larga hasta las rodillas pero con una abertura lateral que ofrecía una impresionante visión de su torneada pierna a los transeúntes que tenían la suerte de cruzarse con ella. Las sandalias de tacón alto que le ponían bien alzadito su estupendo culo, con apenas unas finas cintas de sujeción sobre el pie y el talón, acentuaban aún más la belleza de su silueta que se completaba con una camiseta ajustada de cuello alto sin mangas y un escote que en forma de lágrima que dejaba entrever el comienzo de su canal realzado por un sujetador que favorecía sus encantos. El conjunto se completaba con unas estilizadas braguitas de hilo dental que apenas cubrían su bello y depilado monte de Venus, y que se llegaban a insinuar a través del tejido de su falda. Todo un deleite a la vista.

Cuando Vera salió del baño así vestida, no pude evitar sentir un súbito golpe de calor. Pensé que la jornada había sido agotadora y que esa sería la razón de mi sofoco. Pero mi verga, que se humedecía de repente, disipó rápidamente mis dudas sobre la verdadera causa de mi impresión. Aquella visión era más de lo que podía soportar. Vera se giró sobre sí misma. "¿Te gusta el conjunto que me he comprado para ti?" Normalmente Vera tenía un estilo más discreto, aunque siempre había miradas furtivas de tíos que sabían descubrir la belleza y lo provocativo de su silueta a pesar de su discreción. Aquella noche Vera había encontrado el conjunto ideal para mostrar elegantemente todos sus encantos. "Estas… preciosa" le contesté, casi sin poder articular palabra. Aquella situación era una bendición del cielo, después del segundo o tercer año de matrimonio no recordaba sentir tal excitación.

Vera se percató del efecto de su presencia en mí y acercándose despacio y conteneándose me preguntó con ironía: "¿Que te pasa cariño, estas decepcionado?". Al terminar la pregunta Vera ya me había bajado la bragueta del pantalón y con su mano acariciaba mi polla que babeaba fuera de control. Mientras, se entregaba a un profundo y húmedo beso que convirtió, arrodillándose delante de mí, en una mamada de infarto, introduciendo mi poya en su boca hasta los mismos genitales para mamar a continuación el glande mientras me pajeaba el resto de la poya. Estaba en lo cierto, el calor la había encendido tanto como a mí. Mi mujer nunca había salido del baño como un Miura dispuesto a embestir lo primero que pillara.

En aquel momento yo aún no sabía que aquella era la primera de un sin fin de embestidas que no cesaron en toda la noche. Y a pesar de que intenté parar, templar y mandar, Vera no presentó ninguna fijeza y se dedicó a pasearse por el ruedo con una casta que yo le desconocía, arremetiendo con todo lo que se le cruzaba a su paso.

Y mientras divagaba, Vera seguía aumentando el ritmo de su felación de una manera infernal. A pesar de que intenté prolongar el momento de placer, no pude aguantar mucho más cuando Vera me clavó una mirada fija y desafiante, que me hizo sentir un escalofrío al intuir por un instante que algo estaba tramando para sorprenderme aquella noche. Mientras me pajeaba con la punta de mi polla en su boca abierta y sonriente me hizo estallar. Hacía tiempo que una eyaculación no creaba tal estrago. Sentí como ardían mis genitales y un flujo de escozor partió de mi ano, subiendo por mi verga. Intenté retener aquella erupción ardiente, concentrando mis esfuerzos en retardar el placer, pero aquello convirtió mi eyaculación en una rociada fuera de control. Mi semen salió disparado con una violencia inaudita, hasta convertirse en una inmensa lechada que se proyectó con violencia sobre la cara y el pelo de Vera, llegando a alcanzar la cama que estaba a un metro detrás. Mis genitales seguían bombeando y la segunda oleada se derramó sobre su boca, abierta y acogedora, llenando su lengua de una leche espesa y rabiosa, que ella había desafiado. Aquello era más de lo que sus preciosos labios podían acoger y la leche empezó a derramarse sobre sus pechos, acompañando la tercera y restantes oleadas que vinieron a posarse sobre su camiseta, mientras yo gemía desesperadamente de placer.

Pasó casi un minuto y aún seguía bombeando semen. Con el estrés de los últimos días no habíamos tenido relaciones y andaba algo congestionado, pero en aquella corrida recuperé con creces el tiempo perdido. Cuando me hube repuesto, vi que Vera tenía leche en el pelo, la cara y había dejado perdida su camiseta, al tiempo que mi semen seguía resbalando por su escote tras posarse sobre sus hermosos senos. Vera intentaba retener la riada de semen que se le había venido encima sin saber muy bien donde acudir. Finalmente consiguió detener la avenida justo antes de que llegara a su falda. "Lo siento, cariño, te he puesto perdida la camiseta" dije, al tiempo que sentía una gran satisfacción masculina ante el resultado de mi eyaculación sin ningún arrepentimiento por su prenda. En el fondo Vera había tenido lo que se merecía, ¿o creía que podía jugar con fuego sin quemarse?

Noté a Vera algo contrariada. No me lo dijo, pero sé que le hubiera gustado llevar aquella camiseta al restaurante. "Voy a darme una ducha y a ver que me puedo poner ahora" me dijo Vera mientras se quitaba la camiseta inundada de mis jugos y se limpiaba la boca con un pañuelo. Ordené un poco la habitación y recogí la camiseta de Vera que puse en la bolsa de la lavandería. Al cabo de 10 minutos, Vera apareció vestida de nuevo, pero esta vez con una nueva blusa que había comprado aquella misma tarde, con un escote de escándalo, propiciado por un sujetador de media cuenca que luchaba por cubrir apenas sus sonrosados pezones y dejaba al descubierto casi la totalidad de sus pechos bien alzados y tersos a ambos lados del canal. "Pero, Vera, ¿no pretenderás salir así", le dije, "¿Cómo? Es la única ropa que tengo disponible gracias a la rociada que me acabas de echar" respondió Vera con cierta insolencia, "tu decides, si quieres me cambio y me pongo un vestido de diario". "De acuerdo, estas preciosa con esa blusa y ese sujetador, solo que no los había visto antes" contesté disimulando mi contrariedad. Sabía que Vera podía ser desafiante cuando estaba enojada. "Pero, ¿qué contrariedad?" pensé. Tras la corrida mi poya se había ya recuperado y empezó a humedecerse de nuevo ante la imagen de mi mujer vestida de aquella forma tan sensual y provocativa. Definitivamente, aquel viaje había sido una buena idea. Sabía que Vera se sentía incómoda así vestida, y lo hacía para provocarme como venganza del accidente con su camiseta. Pero la realidad es que empecé a sentirme terriblemente excitado pensando en las miradas y repasos que mi mujer iba a suscitar sin duda esa noche.

Y en efecto, la noche no tardó en complicarse. En el ascensor coincidimos con una pareja madura. Desde el momento en que entramos el marido clavó su mirada en el escote de Vera sin poder desviar un solo momento sus ojos, durante unos instantes que parecieron horas en el ascensor. Se respiraba toda la tensión del deseo fuera de control de aquel tío por mi mujer y el gesto de desaprobación e incómodo de su mujer. Vera no mejoró las cosas. Al darse cuenta de la situación cruzo sus brazos con malicia por debajo de sus pechos, aumentando aún más el volumen de aquel escote generoso y girando su torso hacia el tío de forma descarada para ofrecerle una vista privilegiada sobre sus pechos y aquellos preciosos pezones que se anunciaban al borde de su sujetador, mientras me volvía a lanzar una mirada desafiante aderezada con una media sonrisa de descaro, que solo yo sabía interpretar.

Cuando llegamos a la planta baja, la pareja salió del ascensor sin cruzar palabra. Aquel tío salió empujado por su mujer, que al pasar por nuestro lado dirigió una mirada de desaprobación a mi mujer donde se podía leer su pensamiento "putita de alquiler, descarada, indecente". Imagino la situación que se debió producir a continuación entre ellos, pero he de confesar que lo que más me excitó fue la mirada de aquella señora hacia mi mujer, llena de tensión y, sobre todo, con unos celos incontenidos. "¿Has visto lo que ha sucedido? ¡No tenías que haberte puesto esa blusa con ese sujetador!" le dije, al tiempo que la cogía por el brazo y notaba como mi poya se volvía a humedecer con otro borbotón de excitación al ver como mi mujer había puesto a aquel tío en el ascensor. "No volvamos al tema. Ya sabes quien es el responsable de que vaya vestida con este conjunto" me respondió Vera una vez más, mientras de un gesto brusco se deshacía de mi mano. Estaba claro que Vera quería echar un pulso, pero en aquel comienzo de velada no tenía ni idea de lo osada que podía llegar a ser. Es cierto que desde hacía algún tiempo habíamos comenzado a compartir nuestras fantasías pero aquella noche Vera fue más lejos de lo que podía imaginar.

Cogimos un taxi para ir al restaurante. Nos habían reservado una mesa en la mezzanine con vistas panorámicas sobre la ciudad, pero que casualmente también ofrecía unas vistas estupendas sobre mi mujer al resto de la sala, justo por el lado de la costura de la falda. La escena se repitió. Desde el camarero al resto de tíos de la sala, no había uno solo que no repasara a mi mujer de reojo o directamente. Tengo que reconocer que aquella situación era incómoda pero que me excitaba sobremanera. Tomamos unos aperitivos y con la cena una botella de un buen reserva. Vera empezó a reír de forma más que ostentosa con nuestra conversación y la atención de la sala se dirigió por completo a ella. Había dos tíos al fondo de la sala que no dejaban de mirar y reír. La verdad es que los dos tíos estaban de buen ver, iban elegantemente vestidos y aparentaban cierta clase. Tenía ante mí la mujer más deseada de la velada, y Vera empezó a darse cuenta de ello. Contrariamente a lo que era habitual, la situación no pareció molestarla. Vera empezaba a darse cuenta del poder que la Naturaleza le había encomendado aquella noche, y del deber que tenía de hacer un buen uso de él.

Pedimos la cuenta y bajamos a la discoteca del restaurante. Los dos tíos aparecieron a los pocos minutos y se sentaron cerca de nosotros a tomar una copa. Vera y yo bailamos un poco mientras los tíos seguían mirando y riendo, sin duda haciendo referencia a mi mujer. Tomamos unas copas y Vera estaba cada vez más desinhibida. "¿Has visto esos dos tíos?" me dijo, "No me quitan el ojo de encima desde que estabamos en el restaurante gracias a ti cariño, que me has hecho ponerme esta blusita" me volvió a comentar maliciosamente y algo bebida. Vera empezó a mirar a aquellos dos tíos sin inhibición y a sonreírles. Sin pensarlo más, cogí a Vera de la mano y la llevé a la barra. "Voy un momento al aseo y en cuanto vuelva nos vamos", le advertí. Sabía que no era el mejor momento para dejarla sola, pero necesitaba pasar por el baño imperativamente. Cuando saqué mi polla en el aseo, vi que mi excitación era mayor de lo que pensaba y la mancha de mis flujos había puesto perdida mi ropa interior. No pude evitarlo y empecé a pajearme. Sabía que Vera podía estar empeorando la situación pero aquella idea me excitaba aún más y empecé a masturbarme sin piedad imaginando la situación, y a Vera sentada esperándome en la penumbra de la barra. Seguramente los dos tíos se le habrían acercado ya y estarían entrándole sin preámbulos, uno por delante y otro por detrás, acariciando sus pechos y su dulce coño fácilmente accesible con la rajita de aquella falda. Imaginé los gemidos de Vera, echando su preciosa melena hacia atrás y dejándose hacer sin rechistar, incapaz de resistirse a lo inesperado de la situación. No pude más y me corrí en los servicios, pensando en mi mujer. Me recompuse como pude y salí rápidamente del aseo para recoger a Vera.

No podía ser. Estaba en lo cierto. Vera no estaba en la barra donde yo la había dejado, sino en una zona pobremente iluminada, en pie de espaldas a la pared, con los brazos abiertos apoyados sobre el muro y la cabeza recostada hacia a un lado, dejando su precioso cuello al descubierto sobre el que se paseaban las lenguas babosas y excitadas de aquellos dos tíos fuera de control. Vera se encontraba rodeada, y las manos de aquellos estaban perdidas debajo de la falda y la blusa de mi mujer, afanados en un reconocimiento exhaustivo de sus bellas curvas.

Estaba claro que intentaba complicar la noche a despecho por su camiseta. que interrumpí súbitamente: "Discúlpenme, vamos Vera", dije cogiendo su mano y su bolso de la barra y llevándomela como si hubiera sido ajeno a la escena, sin intercambiar ni una palabra ni una mirada con aquellos buitres. Podía haber montado un número pero consideré que lo más adecuado era salir de allí cuanto antes.

Salimos de la discoteca. Pedimos un taxi pero tras 15 minutos de espera el portero nos aconsejó tomar el autobús nocturno que nos dejaría en la misma puerta del hotel. Ante la falta de otra opción accedimos. Al salir, coincidimos con los dos tíos del restaurante que montaban en su deportivo, un Minardi rojo precioso, mientras le echaban el último repaso a mi mujer. La verdad es que Vera hubiera encajado perfectamente en aquel descapotable de lujo, acompañada por aquellos atractivos hombres. Vera me dijo, "Espera, seguro que esos caballeros estarán encantados de acercarnos al hotel". "Ni se te ocurra", le dije en un acto reflejo de posesión.

Más tarde comprendí que en ocasiones no se puede burlar el destino, y todo hubiera sido más sencillo si hubiera aceptado la idea de Vera. En cualquier caso, debí darme cuenta de que para mi sorpresa, ella estaba decidida a disfrutar de su poder, y lo único que conseguí fue intentar burlar lo inevitable.

Aquellos dos tíos se la iban a hacer aquella noche de una manera o de otra, porque Vera los había envuelto en su mágico atractivo y aquellos dos etalones no pensaban ya en otra cosa.

Tras 5 minutos de espera tomamos el autobús que iba completo. Ni que decir tiene que Vera era la atracción del autobús lleno de cluberos ebrios. Yo me sujeté a una barra y Vera me abrazó reposando su cabeza sobre mi pecho sin poder apenas movernos por la falta de espacio. Después de la primera parada empecé a notar que Vera se contornaba y gemía sutilmente mientras me miraba con una sonrisa malévola. De forma instintiva miré hacia su falda y vi las manos de dos tíos entrando por la costura para pajearla sutilmente, aunque era imposible saber de quien eran aquellas manos furtivas entre tanta gente. Yo no sabía qué decir. Nunca Vera había hecho algo así, pero el vino y las copas la tenían desinhibida. Yo estaba tremendamente excitado. Era una de mis fantasías echa realidad, así que consentí que se dejara hacer. Después de todo no era más que una paja y sabía que no podía andar poniéndole puertas al campo aquella noche. Vera empezó a contonearse un poco más rápido y dio un gemido final abranzándome más fuerte. Dos gemidos más se oyeron a continuación. Los de los dos tíos. Entonces Vera me miró y me dijo: "A los tíos os encanta echarme vuestra leche en cuanto se os presenta la ocasión". Miré hacia sus piernas y vi cómo corría el semen de los dos tíos que habían eyaculado sobre sus muslos y su falda. Aquello me petrificó. Una paja era una situación excitante, pero que utilizaran a mi mujer como un mero objeto de oportunidad me irritó. Pero aún había más. Vera me dijo "No sabía que sentir la polla de otro tío en mi culo era tan agradable" y sin mediar palabra se giró apoyando su espalda sobre mí y a continuación se agachó dejando al descubierto la poya de un tercer tío que se masturbaba desenfrenadamente, a punto de estallar, y a quien Vera ofrecía generosamente su escote pasando un brazo por debajo de sus bellos pechos para que el tío se vaciara sobre ella cómodamente. En unos instantes el tío empezó a bombear su semen sobre los pechos de mi mujer, protegido por los otros dos cabrones que habían hecho lo respectivo anteriormente. Vera cogió la polla del tío y la dirigió cuidadosamente sobre su escote, mientras lo pajeaba debidamente, consiguiendo que su blusa quedara inmaculada. Yo no podía creerlo. El autobús se detuvo inmediatamente después y sin pensarlo dos veces cogí a Vera y bajamos.

Estaba enojado. No lo podía creer. Pero mi excitación era aún mayor que mi enojo. En la parada donde descendimos había un callejón discreto y en penumbra. Sin mediar palabra llevé a Vera hasta el callejón, la arrodillé, me bajé la bragueta y cogiéndola del pelo le metí mi poya en su boca sin compasión. A mí también me apetecía utilizarla como un mero objeto. Vera inició la mamada sin rechistar. La verdad es que esa noche Vera era una diosa al servicio de todos los tíos que la solicitaran, y yo no era sino uno más de aquellos afortunados. Empezó a pajearme más y más rápido. El semen de los tíos todavía brillaba desafiante y fresco sobre sus pechos y sus piernas. Vera me mostró su deferencia sacando totalmente sus pechos del sujetador para que la rociara allí donde nadie lo había hecho… por el momento. En unos instantes me derramé a borbotones sobre sus senos y su boca, completando el collage de jugos que la decoraba.

"¿Te ha gustado el servicio que les he hecho a esos tíos? ¿Has visto como le he sacado la leche al último sin que me manchara la blusa? A ver si aprendes a controlarte un poquito, si llevara mi camiseta nada de esto estaría pasando" Yo no contesté, porque inesperadamente todo aquello no me molestaba. La verdad es que me acababa de correr y la poya seguía babeándome sin control. ¿Qué le había pasado a Vera? Nunca había aceptado entrar en esos juegos, y ahora que los había descubierto parecía que nada podía pararla. Tras limpiarla y recomponerla debidamente seguimos hacia el hotel. No se como lo hizo, per su blusita seguía intacta.

(continuará….)

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