La bicicleta
El sonido del despertador me sacó muy de mañana del mullido colchón y de un maravilloso sueño que olvidé tan pronto como despertaba, sólo me quedó una grata sensación de haber soñado algo interesante.
El sonido del despertador me sacó muy de mañana del mullido colchón y de un maravilloso sueño que olvidé tan pronto como despertaba, sólo me quedó una grata sensación de haber soñado algo interesante.
Abrí los ojos y recordé, me había comprometido conmigo mismo a levantarme todos los domingos para hacer unos kilómetros de bicicleta, eran poco más de las 7:00, la hora ideal para recorrer el paseo marítimo que unía mi casa con la playa más cercana.
Además, desde hacía dos semanas tenía un aliciente más, esa melena que dos domingos antes había estado a punto de hacer que me fuera al suelo con el espectáculo.
Pelo rubio ondeando al viento, un culote impresionante que dejaba intuir las curvas de un trasero precioso, una cintura estrecha y unos pechos prominentes que se entreveían en un escote marcado por la cremallera sin abotonar del todo y acrecentado por el efecto de los tirantes del culote, separados del cuerpo por lo exagerado de las curvas en cuestión. Las gafas me impidieron ver sus ojos, pero su cara era bonita.
Incluso encima de la bicicleta con el frío de la mañana parecía un adelanto del amanecer, el primer rayo del día que el sol había dejado escapar.
El pensamiento de poder volver a encontrarla me animó a salir, un poco más temprano que otros días, y comenzar a recorrer la tan conocida ruta mirando a lo lejos para tener más tiempo para disfrutar del breve encuentro.
Un pinchazo inoportuno me hizo parar junto a la última casa antes de que arranque la aislada carretera de la costa. Entonces pasó ella, su voz me pilló maldiciendo la rueda, la cámara y toda la bicicleta:
- ¿Necesitas ayuda?, llevó dos cámaras de repuesto, por si no tienes.
- No hace falta gracias, también tengo repuesto, no serán más de 5 minutos –
me maldije según dije esto, esa actitud de machista autosuficiente cortó casi de lleno la conversación. De hecho ella se encargó de finalizar la charleta con un seco refrán: Me alegro, ya sabes, chico prevenido...
Arreglé a toda prisa el pinchazo mientras se alejaba y recé para encontrármela a la vuelta, pero no fue así, oportunidad perdida, igual que los anteriores fines de semana sólo tenía viaje de ida, nunca me la tropezaba a la vuelta por mucho que me quedara en la playa esperando a que pasara por allí.
Y pasó la tediosa semana, otra vez las 7 de la mañana de un domingo y de nuevo el despertador. Volví a levantarme ilusionado y recé para que el encuentro fuera algo más largo que el domingo anterior... ni me imaginaba lo que me esperaba.
Salí, como siempre, algo acelerado, llegué a la playa y no me la tropecé, estuve esperando ya que podía ser que hubiera madrugado mucho, no llegaba, así que aburrido de esperar mi premio visual dominical me di la vuelta para volver a casa. Eran las 8 de la mañana cuando me dirigí por la carretera de la costa hacia el pueblo.
Cuando daba una de las curvas más cerradas se me soltó una de las zapatas del freno y me tocó parar para recuperarla, bajé al arcén, dejando la bicicleta en la parte alta del mismo, cuando volvía a subir a la carretera la ví a lo lejos e intuitivamente me escondí. Ví como paraba la bicicleta junto a unos matorrales, miraba a ambos lados y al comprobar que nadie la observaba se introdujo entre ellos con cuidado. Ni que decir tiene que me picó enormemente la curiosidad.
Sigilosamente cogí la bicicleta, me acerqué a los matorrales y la seguí. Me llevaba bastante ventaja, pero como se trataba de un camino sin desvíos, con el suelo de graba, no tuve ningún problema en seguir su pista. Al llegar al final del camino vi una calita donde rompían las olas invernales con fuerza pero allí no había nadie. Llegué justo a tiempo para ver como introducía su bicicleta entre dos rocas en la parte derecha de la cala, espere unos segundos y me dirigí hacia allí.
Me encontré con su bicicleta apoyada contra las rocas de una especie de túnel que daba a una especie de enorme gruta que no podía ver con claridad. Escondí mi bicicleta tras unas piedras y me adentré a oscuras en la cueva. Al fondo, el sol de la mañana alumbraba una piscina natural de agua tranquila y tamaño semejante a una piscina olímpica. Ella estaba sentada junto a la piscina y se quitó los zapatos, aparentemente para probar la temperatura del agua. Me acerqué amparado en la oscuridad, a pesar del frío exterior la gruta mantenía una agradable temperatura, así que me acomodé contra la pared para observar que ocurría.
Se levantó después de tener un rato los pies en el agua, se quitó la goma que sujetaba su pelo en forma de coleta y pude ver su cabello brillar a la luz de la claraboya natural. Mis nervios se lanzaron cuando comprobé que las sospechas de mi subconsciente eran ciertas, comenzó a bajarse los tirantes del culote y, de espaldas a mi, se quitó el mallot, pude observar el brillo de su piel (a parte de que no llevara sujetado, cosa de la que estaba casi seguro de otros días), se dio la vuelta y pude ver sus pechos y sus duros pezones mientras dejaba el mallot en el suelo. Después se quitó el culote y pude ver su vello púbico, tan rubio como su melena y atractivo hasta extremos insospechados. Mis ojos no sabía bien donde mirar y con cual de las curvas de “mi ciclista fantasma” disfrutar más, se dio la vuelta y pude observar ese trasero que la bicicleta me había dejado entrever tantas veces, unas nalgas firmes y ensalzadas por una más que aceptable forma física.
Se lanzó de cabeza a la piscina natural y estuvo casi 1 hora nadando en sus tranquilas aguas. Salió del agua, se tumbó bajo el aro de sol que entraba en la gruta y en menos de media hora el microclima de la gruta había permitido que se secara completamente, mientras tanto pude observar con todo detalle sus pechos, nalgas... pero estaba demasiado lejos para ver esos ojos, el único dilema que me quedaba. Lentamente se vistió y por fin, pude observar esos ojos al pasar junto a mí. Unos ojos negros y profundos que me dejaron cautivado y por un momento parecieron observar directamente los míos.
Salió de la gruta, cogió su bicicleta y se marchó.
Este proceso se repitió los tres domingos siguientes, mi mente deseaba que llegara el domingo, me limitaba a ir a la gruta muy temprano y esperar a que llegara la ciclista de mis sueños y verla nadar en la gruta, observaba ensimismado su belleza rompiendo las tranquilas aguas del lago.
El cuarto domingo de espionaje.... llegué demasiado pronto, al ansia por ver ese cuerpo me hizo madrugar demasiado, como no la ví escondí la bicicleta y aproveché su ausencia para acercarme un poco más a la piscina, ocultándome tras una cadena de piedras a menos de dos metros de la orilla.
Se me hizo terno el cuarto de hora que tardó en llegar. Venía mojada, al parecer estaba lloviendo en el exterior, pero eso no le impidió llegar a su cita con la piscina. Tenía el pelo empapado, como si estuviera pegado a su mallot y al bajar de la bicicleta pude notar como una línea de barro recorría desde su preciso trasero hasta casi la mitad de la espalda, lo cual demostraba que efectivamente llovía bastante.
Se acercó a la piscina y repitió el trámite de las últimas semanas, pero el agua lo hizo aún más excitante para mí. Se agachó para quitarse las zapatillas y un par de mechones de pelo colgaron hacia delante dejando caer eróticas gotas de agua. Cuando soltó la cremallera del mallot pude notar como se marcaban sus pezones, duros por el frió, a través de la tela rosa. Al quitarse el mallot su pelo húmedo se pegó a su piel, dejando escurrir gotas de agua por sus pechos que acabaron brillando en sus firmes pezones. Se quitó el culote y sin mucho miramiento se acercó a la piscina, me sorprendió la velocidad con la que se introdujo en el agua, el frío debía ser más intenso que en el agua. Entonces empezaron las sorpresas.
Hizo un único largo, posteriormente salió de la piscina y se tumbó en el lugar de costumbre, me pareció que el baño había sido muy corto, pero se me olvidó repentinamente este pensamiento cuando ví que comenzaba a acariciarse la entrepierna, primero con un ritmo muy suave y luego con más violencia. Gemía, y sus gemidos recorrían la gruta entera excitándome aún más. Allí estaba, iluminada por la luz gris del típico día de lluvia, masturbándose y yo me mantenía en la oscuridad, mirando, temblando por la excitación.
Estaba a menos de dos metros de ella y de repente se dio la vuelta, pude ver sus piernas abiertas y como introducía su dedo, primero una falange y luego todo el en sus interior. Luego repitió el proceso con dos dedos, mi punto de vista era sospechosamente bueno, como si se estuviera masturbando para que yo lo viera.
- Se que estás ahí, ¿vas a venir a ayudarme o tengo que seguir sola?
Me quedé helado, mis sospechas momentáneas eran ciertas, había hecho todo eso porque sabía que yo estaba allí, observándole en la penumbra. Sin pensar en lo que hacía me levanté mientras seguía mirándola. Ella no paraba, seguía dándose placer. No me miraba.
- Acércate a la luz para que te vea.
En silencio di unos pasos y me coloque frente a ella que seguía tumbada y con las piernas abiertas. Sus pechos estaban apretados entre sus brazos mientras seguía acariciándose. Abrió los ojos, me miró, y me dedicó una sonrisa mezcla de pícara y erótica.
- Desnúdate, ya va siendo hora de que yo te vea a ti
Lentamente me fui quitando la ropa, sin mirar lo que hacía, tenía la mirada fija en ella, en sus piernas, su blanca piel, sus pechos firmes, en sus pezones duros y rojos, y sobre todo, en su mirada.
- No tardes mucho, quiero ver tu pene y saber cuanto he sido capaz de excitarte
Me miraba intensamente, miró mi piel cuando me quité el mallot, miró mi engrandecido paquete cuando me quité el culote y sobre todo se quedo fijamente mirando mi pene erecto cuando por fin quedé completamente desnudo delante de ella.
Se levantó justo cuando estaba acabando, se acercó a mí y me susurró al oído que me estuviera muy quieto. Dio un par de vueltas alrededor mío, sus manos acariciaron mis hombros, mi espalda, se entretuvieron en mis nalgas mientras se acercaba a mí y notaba sus pezones en mi espalda. Se puso frente a mí y empezó a juguetear con mis pezones mientras sus manos acariciaban mis nalgas. Poco a poco fue deslizando su lengua hacia mi ombligo, allí estuvo un rato mientras sus manos separaban ligeramente mis piernas y acariciaba mis testículos. Estuvo así unos segundos y luego, simultáneamente, cogió mi pene con sus manos y lo introdujo en su boca. Comenzó a masturbarme con su lengua mientras con una de sus manos jugaba con mi miembro y con la otra me acariciaba todo el cuerpo.
Fueron momentos de enorme tensión, tenía los pies casi congelados, pero ella se encargaba de que no lo notara, recorría todo mi pene con su lengua, metía mis testículos en su boca y mientras me masturbaba con su manos acariciándome insistentemente.
De repente sacó mi pene de su boca, se dio la vuelta y empezó a acariciarlo con su culo mientras se movía arriba y abajo excitándome más todavía. Se agachó y abrió sus piernas.
- Creo que ya sabes lo que quiero que hagas, mete tu pene en mí, quiero sentir ese gran miembro en mi interior.
Me acerqué a ella y, poco a poco introduce mi pene en su interior, la primera vez muy suave, luego con fuerza y reiteración, se agachó un poco más apoyando sus manos sobre una roca y yo le seguí, acariciando esos pechos que había estado mirando durante cuatro semanas.
Hicimos el amor en múltiples posturas sobre la roca donde ella se solía tumbar y también dentro de la piscina, estaba extrañamente caliente el agua, luego comprendí que eran aguas termales. Acabamos tumbados en la parte menos profunda de la piscina, aún acariciándonos suavemente.
Ha pasado el tiempo y sigo acudiendo semanalmente a la cita. La diferencia es que ahora nos levantamos juntos y vamos juntos hasta allí. Marian, pues así se llama mi esposa, resulta ser una adicta controlada al sexo, incluso un día lluvioso fuimos desnudos desde casa a la piscina, una sensación más de las muchas que siento diariamente junto a ella.