La belleza de la crucifixión

El autor explica las razones que encuentra para que la crucifixión le resulte fascinante (y excitante)

La belleza de la crucifixión.

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Titulo original: The beauty of Crucifixion.

Autor: Tarquinius Rex (tarquinius@my-dejanews.com)

Traducido por GGG. Octubre de 2000


Las nuevas sumisas inevitablemente me hacen esta pregunta: ¿Por qué estás tan interesado, fascinado, te pone tanto, te excita, y te da tanto placer la crucifixión?

Esta es mi respuesta destilada y meditada:

Mi fascinación por la crucifixión llegó a través de una interesante serie de progresos, empezando en primer lugar en mi juventud por mi educación católica, luego sometida a una solución difícil y disonante durante mis días de feminista radical, y metamorfoseándose finalmente en un ritual completo durante mi génesis pagana.

Cuando era un niño de cinco o seis años, recuerdo nítidamente hojear las biblias de nuestra casa y mirar con atención las representaciones de un Jesús semidesnudo mientras recorría las Estaciones hacia la Cruz. Viniendo de una familia donde casi sentía como si tuviera que irme a vestir a un armario, esta celebración parecía ser una extraña contradicción. En la iglesia, enormes crucifijos, algunos de tamaño mayor que el natural y extremadamente realistas en su representación de la agonía y la vergüenza, amenazaban desde las paredes de la iglesia como si estuvieran en confrontación directa con los parroquianos seriamente vestidos. No fue hasta unos pocos años más tarde cuando estaba en segundo grado como estudiante de una escuela parroquial, que una monja nos hizo caer finalmente a nosotros, niños, en la cuenta de que toda la idea de la crucifixión se suponía que era para hacer daño e incluso matar a la gente. Recuerdo sus palabras que eran algo así como, "los clavos hacen daño como si tuvierais una espina clavada en el dedo, pero todavía peor".

Incluso tan prematuramente como en el cuarto grado, recuerdo haber tenido pensamientos eróticos sobre la crucifixión, habiendo tenido a menudo comprometedoras erecciones en la iglesia. Nunca pensé dos veces en Jesús como hombre; (mis pautas de pensamiento nunca han sido de erotismo homosexual). En su lugar, a esta temprana edad, lo sustituía por imágenes de mujeres en la cruz. Supongo, si me baso en la lógica, que no había visto imágenes de mujeres crucificadas, y precisamente empezaba a forjar mi búsqueda y consciencia con mente abierta, pero, antes de que hubiera pasado mucho tiempo, había verificado que las mujeres habían sufrido verdaderamente este destino (de la misma forma que niños, ancianos, gatos, perros, etc.). De hecho, estaba sorprendido de cuanta información existía sobre las técnicas involucradas y que poca gente era consciente de lo que estaba documentado y accesible. Ser estudiante de latín también ayudaba, y puedo recordar de ese tiempo, que hubo una completa oleada de información para discutir a cuenta de la Sábana Santa de Turín, que lentamente empezó a modificar alguna de mis ideas previas.

Para mostrar por qué me intriga tanto de esto dejadme que os cuente el proceso.

La crucifixión romana seguía una serie muy detallada de procedimientos. Era esta atención de los romanos a los detalles lo que realmente me fascinaba, y continúa haciéndolo a día de hoy. Al principio los especialistas creían que la crucifixión provenía de intentos anteriores de ejecuciones públicas a través de técnicas como la hoguera, el empalamiento, la horca, y otras, desarrolladas por los egipcios, fenicios y asirios. Pensando que esas muertes eran demasiado rápidas y no suficientemente espantosas para disuadir a otros esclavos y criminales, estos especialistas pensaban que los romanos diseñaron la cruz como una forma de prolongar simultáneamente la lucha con la muerte mientras satisfacían el ansia del público por los espectáculos.

Actualmente los historiadores creen que la crucifixión empezó, no como ejecución, sino como castigo para los esclavos díscolos. El esclavo, desnudo, sería en primer lugar flagelado, luego forzado a llevar un pesado madero transversal en los hombros, bien por la propiedad o por las calles, sujeto al maltrato del público. Más tarde los romanos añadieron otro paso al castigo, exponiendo al esclavo al ridículo colgándolo por los brazos atados por las muñecas al madero. El madero transversal era entonces enganchado a un poste vertical de madera. En algún punto, el proceso de crucifixión se convirtió en una forma de ejecución cuando los romanos incorporaron el clavado de los pies al poste, y más tarde, las manos o las muñecas al madero. Para el siglo primero antes de nuestra era la crucifixión se institucionalizó de la forma en que la conocemos hoy como la forma más terrible de hacer morir a una persona.

Los romanos más tarde añadieron varios refinamientos, para prolongar la agonía y así añadir más vergüenza. El primero fue el "sedile" o sillín. Un trozo corto de madera como un pequeño asiento, o a veces nada más que una larga pica o percha clavada en el poste vertical bajo la entrepierna de la víctima, permitiéndole a él o ella descansar o incluso sentarse. Una persona así "sentada en la cruz" podía sobrevivir días. El segundo refinamiento es aún más significativo: el "cornu" o cuerno (como en la palabra "cornucopia", el cuerno de la abundancia). En este caso un esclavo podía aliviar el dolor de los clavos sentándose en un punto afilado, descrito como un cuerno de rinoceronte, que era empujado a través del ano, y lo rellenaba hasta el punto de ruptura, inmovilizando por tanto al desafortunado esclavo.

De un sitio a otro los detalles de la crucifixión variaban según los caprichos locales, pero hay una algo universal al respecto. Se practicaba con toda brutalidad, bajo legalidad formal y superficialidad informal. Era destacable por su nada extraordinaria aplicación rutinaria, y se cree que en algunos sitios hasta el 10% de los hombres y el 5% de las mujeres sufrieron este destino. La crucifixión de mujeres siempre fue bien recibida por el público espectador. Por ejemplo durante la persecución de los cristianos por parte de los emperadores romanos, las mujeres siempre eran crucificadas frente a los hombres para proporcionar el mejor espectáculo.

En otro caso, durante el siglo II de nuestra era, el amo de una gran heredad fue asesinado por un esclavo. La ley romana decretaba que si ocurría esto, todos los esclavos de la propiedad debían ser crucificados como ejemplo. Esto produjo un debate intenso en el Senado Romano, porque algunos argumentaban que era demasiado bárbaro un castigo para un grupo de gente que obviamente no había hecho nada malo. El vigoroso debate duró tres días. El Senado votó mantener las tradiciones antiguas por el bien de la nación. Al final del día, todos los esclavos, sin importar si eran jardineros o cocineros, niñeras o concubinas, estaban colgando de una cruz, todas ellas colocadas en los bordes de la propiedad mientras los esclavos de otras familias eran obligados a marchar entre ellas para aprender la apropiada lección.

El horror real de la crucifixión empezaba no con el dolor ni la vergüenza, sino por el hecho de que no se permitía el enterramiento. Los crucificados se retorcían sabiendo que sus cuerpos seguirían expuestos mientras se pudrían, eran comidos por animales o pájaros, a menudo aún vivos, o tirados en fosas de basura cuando el poste se necesitaba para ser reutilizado con la próxima víctima. El dolor y la vergüenza, sin embargo, tenían sus propios puntos de horror. Los romanos sabían cómo clavar a la gente. Basados en la experiencia de crucificar a cientos de miles, determinaron que posiciones eran las más eficaces para producir dolor y la exposición máxima, para cada tipo de cuerpo particular. Las piquetas, aunque penetraran completamente en la carne, siempre se situaban para que tocaran nervios particulares y para fijar el cuerpo a través de huesos particulares, de modo que el crucificado podía siempre girarse en cierta medida, pero el nervio tocado por el clavo produciría horribles espasmos de dolor. La víctima encontraría luego su respiración constreñida cada vez más por la posición colapsante y finalmente tendría que desplazar su peso de una de las series de piquetas, bien empujando hacia arriba por las muñecas o poniéndose en pie sobre los clavos que atravesaban sus pies, talones o tobillos. Pese a esta situación no se dañaban órganos vitales, la sangre perdida era mínima, y sus mentes funcionaban con total agilidad. Sabían dónde estaban, y podían ver y entender todo lo que les decían. De hecho existe constancia escrita de personas crucificadas dividiendo sus pertenencias, o divorciándose de sus esposas. Los pleitos que provocaban estas decisiones siempre se decidían a favor del crucificado; la horrible razón era que la sabiduría popular mantenía que cualquiera que hubiera presenciado una crucifixión sabía que las víctimas no se volvían locas sino perfectamente conscientes y conocedoras, incluso a través de la neblina del dolor.

A partir de este punto, construiré el segundo y tercer escenarios de cómo llegue a amar este ritual para el castigo de esclavos. Al principio mi reacción era puramente sensacionalista y gratuita. La idea de ver a una mujer flagelada, forzada a llevar una carga pesada, luego desnudada y clavada a un par de trozos de leña o incluso a un árbol, luego levantada y considerada como señal sin ninguna consideración a la decencia, centraron mi atención en aprender más sobre los detalles concretos. Tras leer y estudiar el procedimiento, me di cuenta de que probablemente podría ejecutar toda la escena con una sumisa entusiasta. No pasó mucho tiempo antes de que lo probara con una compañera complaciente (yo tenía 20 años entonces) y después de esa experiencia supe que siempre adoraría este rito.

Me vienen a la mente un cierto número de cualidades cuando veo a una mujer crucificada. La primera es su propia belleza; una cruz estira los miembros y tensa la barriga. Avanza los pechos hacia fuera, y a menudo, puesto que se la eleva unos pocos pies del suelo, sus pechos están justo al nivel del ojo (y de la lengua). Si está un poco más alta entonces es el coño el que entra directamente en el campo de las lamidas. Dependiendo de cómo se haga, bien la hace perfectamente simétrica, con los brazos bien abiertos, y sus caderas presentándose planas; o expone directamente su sexo a cualquier deseo lujurioso.

En segundo lugar, adoro ver como una mujer crucificada puede con el dolor. Puesto que el dolor lo es todo en la crucifixión, necesitas una esclava que no solo soporte el dolor sino que pueda también internalizarlo. Una buena esclava deja que la pena se refleje en una expresión torturada, bien gemidos, súplicas, susurros, gruñidos, o un efecto de retorcerse. La única parte del cuerpo libre para moverse, la cabeza, resulta también interesante de observar. Por ejemplo, me encanta ver como una esclava gira la cabeza y mira a sus diferentes heridas, y como agitan su melena para acomodar un último grado de control personal.

El tercero, en el aspecto de las cualidades, es el control. La cruz, en algún sentido para mí, representa una posición de disciplina forzada. Ha habido ocasiones en las que he condenado a una esclava a ser crucificada para castigarla. Ha habido otras veces en que las crucifico sin razón aparente. En estos casos la estética podría ser una razón verosímil, si fuera necesaria, pero siempre bajo la superficie está el elemento del control. El efecto de control consiste no solo en el periodo en que el esclavo siente de hecho la madera, sino el periodo posterior, cuando puedo usar su miedo a pasar de nuevo por el ritual para cambiar su comportamiento.

Durante esta fase, cuando el esclavo cuelga de la cruz, me encanta examinar todos los contrastes declarados por el cuerpo cuando se le expone a la aspereza de la cruz.

En primer lugar su piel es suave, delicada y caliente; la madera es dura, espinosa y fría. Segundo, sus curvas se dibujan suavemente alrededor, la riqueza de su cara y ojos, lo adorable de sus pechos y pezones, contra las intenciones lineales y fálicas del poste. Lo encrespado de sus músculos cuando lucha contra las ataduras y la gravedad también me intrigan. Me gusta ver a una esclava retorcerse, quiero verlas luchar, me gusta cuando inevitablemente me invitan a bajarlas para ofrecerme sus cuerpos abiertamente... y a eso, digo 'no', 'jódete' o mejor, 'te dejaré que la cruz te folle'. Me gusta degradar sus lindas o sofisticadas características, dejándolas retorcerse en la agonía y revolcarse en el dolor, desesperación, agonía y vergüenza, incluso quizás viendo como la orina gotea sobre las marcas del látigo del interior de sus muslos.

De hecho, es probablemente el lado más erótico y esotérico de toda la crucifixión para mí: el contraste entre lo 'duro' y lo 'suave'. El dolor de una crucifixión romana obliga a la víctima a oscilar entre colgar de unos clavos en los brazos a empinarse sobre el clavo de sus pies. A una corta distancia podría parecer un pequeño baile, abajo y arriba, sin fin, e infinitamente espantoso. En otro sentido, puede decirse que una esclava está siendo follada literalmente por una gran polla de madera a la vista de todo el mundo. Y lo peor de todo, son sus propios y fuertes músculos de las piernas los que ejecutan esa actividad.

Esto lleva a la segunda fase principal de mi interés en crucificar mujeres. Durante mi periodo feminista radical de la mitad de los setenta, a menudo chocaba interiormente con mi personalidad intensa y sexualmente dominante y mi abierta, e igualmente intensa, lucha por la igualdad de derechos de las mujeres. Extrañamente, las feministas con las que iba a la cama lo encontraban interesante, pero una mujer me mostró una referencia que puso mi cabeza a funcionar. Había un movimiento creciente en los aspectos teóricos del feminismo a la vez que se desacreditaba cualquier filosofía influenciada por el macho. Una de las críticas que se hacían tenía que ver con la proclividad sexual de los filósofos famosos. Una teórica, Mary Daly, postulaba que todos los filósofos machos se masturbaban con las imágenes de mujeres crucificadas, y peor aún, tenía evidencia de alguna de sus esposas. Tras sus muertes, sus esposas o archiveros habían tropezado con sus colecciones personales de pornografía. Carretes y carretes de película en blanco y negro de principios de siglo mostraban que estos filósofos habían filmado a estudiantes de graduación o amantes, o incluso a sus esposas, crucificadas en cientos de posiciones. Bueno, no hace falta decir que tenía dos posibilidades. O bien era un hipócrita por promover los derechos de las mujeres de día, solo para clavarlas figuradamente a un árbol muerto en la oscuridad de la noche, o estaba en muy buena compañía. Afortunadamente en esta época otras varias feministas, principalmente lesbianas, estaban luchando activamente para conseguir una saludable aceptación de cosas como la dominancia/sumisión y el sadomasoquismo, por sí mismos.

Considerar el asunto desde su perspectiva salvó mi propia estima de mi equilibrio mental y ético.

Adopté su punto de vista, y me condujo rápida y profundamente al Paganismo. Siempre había tenido inclinaciones paganas, incluso cuando era un joven católico. Sin embargo la capacidad de ver la cruz como símbolo de la inhumanidad del hombre con el hombre (o la mujer) me permitió ver la crucifixión como un rito privado entre amantes con el que disfrutar, mientras mantenía presente la memoria de la intolerancia, para no olvidarla nunca y ser públicamente activo en la denuncia de semejante crueldad.

Por ello asumí el punto de vista de aprender todo lo que pudiera para incorporar la crucifixión como medida del adiestramiento de una sumisa, para educar a mis sumisas en esa técnica y lo que esperaba obtener con ella, y como método para que ellas experimentaran un estado modificado de profunda meditación. Por ejemplo, una esclava percibiría desde la cruz que estaba mirando intensamente su cuerpo. O podría ocasionalmente deslizar mis dedos lentamente por sus curvas. Podía incluso controlar y comprobar sus variadas heridas y dolores para asegurar que su agonía estaba equilibrada correctamente, a medio camino entre el dolor y la vergüenza.

Espero que esto explique un poco de cómo evolucioné hasta amar la crucifixión como rito de tortura extrema para sumisas, y como medida fiable de resistencia para mis esclavas.