La bella y la bestia
Una joven entra en el mundo del Sado
-Me llamó… Elena y… Me llamó Elena y...
Se encontraba en su habitación, sola en la gran casa de su propiedad. Se levantó de la silla y comenzó a caminar. Necesitaba salir de ahí.
¿Qué quería hacer? ¿De verdad quería mandar eso?
-Elena Del Valle Gómez y deseo ser…
No podía decirlo ni en voz alta. Y el dominante con el que llevaba ya tres meses en contacto había sido muy claro.
Él deseaba una esclava, una mujer que renunciara voluntariamente a su derecho como persona para poder humillarla, azotarla, prostituirla o usarla para cualquier cosa que se le pasará por la imaginación. Incluso le había dicho que seguramente comería su mierda porque qué clase de esclava no se da un festín con la mierda de su amo.
Y Elena había seguido hablando con él.
-Soy Elena del Valle Gómez, deseo ser una…
La imagen de la mierda le revolvió el estómago. Por curiosidad había visto un vídeo o dos de lluvia marrón y no pudo con ellos. Imaginarse a si misma haciendo algo así era demasiado para ella.
Y sin embargo aquí estaba.
Había bajado sus dedos de forma inconsciente a su coño y comenzó a frotarse. Antes no se masturbaba casi nunca pero ahora lo hacía de forma compulsiva.
Era lo primero en lo que había obedecido, contarle cuantas pajas se hacía a diario.
Y no, no mentía. Porque se le pasó por la cabeza mentirle, jugar con él, pero cuando comenzó a hacerlo, resultó que era escrupulosa con el conteo.
¿Ninguna? ¿Me lo estás contando en serio?
Elena nunca había pasado tanta vergüenza en su vida.
Hazte una ahora mismo.
Y obedeció.
Se metió la mano en el pantalón, por debajo de las bragas y comenzó a frotarse suavemente.Y a continuación con más fuerza hasta que se corrió y empapó su mano con jugos vaginales. La mejor paja de su vida.
Mándame una foto de lo guarra que te ha quedado la mano.
Elena ya tenía preparado un pañuelo para limpiarse pero dudo al ver el mensaje del hombre.
Una foto de su mano tal y como estaba no era algo que la gustará, pero sí, la hizo y se la mandó para luego tirar el móvil a un lado de la vergüenza que sentía.
¿Dos? Vas mejorando.
Elena subió a tres, cinco, siete, diez… Ni ella misma se lo creía que podía haber llegado a masturbarse hasta diez veces en un día.
¿Diez? Así que te pasas todo el día con la mano en el coño, ¿eh? Estás hecha toda una cerda.
Humillación y vergüenza de nuevo.
Bien, ya sabes lo que debes hacer.
Sí, masturbarse de nuevo hasta correrse y chuparse los dedos mientras lo grababa para mandarlo después.
Elena se preguntó cómo pudo hacerlo. Se acababa de correr en el salón de su casa y acercó su mano pringada a su boca.
Ahora le salía natural, pero en aquel entonces, saborear su coño le daba asco.
Lo peor fue mandarlo. Solo se veía su boca chupando su mano, pero era suficiente para sentir una gran vergüenza al verlo.
Y luego comenzaron a hablar.
El dominante quería dejar de jugar, convertirla en su esclava de pleno derecho.
Elena se asustó al leer esto y estuvo dos semanas sin entrar, pero volvió.
Y ahora le habían dado un ultimátum. O se entregaba o no volvía a saber nada de él.
-Me llamó Elena Del Valle Gómez y deseo ser tu esclava.
Bueno, lo había dicho. Por lo menos ya era algo.
Subió de nuevo a su habitación, cogió el móvil y puso la cámara a grabar.
Tenía que verse bien la cara cuando lo dijera.
-Me llamó Elena Del Valle Gómez y deseo ser tu esclava.
Ya estaba hecho.
Hecho. Que fácil era decirlo y que difícil hacerlo.
Solo faltaba mandarlo.
El corazón le latía a mil cuando por fin dio al botón.
-Bien, cerda, bien.
-Gracias, amo.
-No temas, lo más difícil ya está hecho, ahora solo tienes que obedecer.
-Lo haré, amo. Haré todo lo usted me mande.
-Quiero un vídeo, cerda mía, donde recorras todo tu cuerpo desnudo de arriba abajo sin saltarte ni un detalle.
Tal y como había dicho su amo, lo difícil ya estaba hecho y obedecer es muy sencillo.
Elena comenzó a quitarse la ropa. Llevaba una camiseta, unos pantalones, ropa interior, calcetines, zapatillas.
Se lo quitó todo.
Era la primera vez que iba a mandar un vídeo de ella desnuda. Y se lo iba a mandar a un desconocido.
No, a un desconocido no, a su amo. A su amo y señor.
Cogió el móvil y comenzó por la cara. Luego por los pechos, el vientre, el coño, las piernas y los pies. Y se masturbo de nuevo bien abierta de piernas y sin ningún tipo de vergüenza para finalizarlo.
Llegaron algunas peticiones más. Su amo quería verla comer como una perra, quería verla mear como una perra. Quería que saliera desnuda a la calle y meará en una esquina.
-¿Totalmente desnuda, amo?
-Puedes ponerte unas zapatillas, pero solo unas zapatillas.
Empezó por lo fácil. O por lo que ella creyó que era lo fácil, porque comer en el suelo por primera vez no tiene nada de fácil.
Para hacerlo esta vez se puso en directo con su amo.
Agarró un cuenco, lo llenó de cereales, agregó leche y colocó el plato en el suelo.
Hasta aquí todo bien.
Fue cuando se colocó a cuatro patas cuando comenzaron los problemas. Se suponía que sólo tenía que agachar la cabeza, abrir la boca y comer.
Pero le daba una vergüenza terrible.
Miró de reojo a la cámara.
Sabía que su amo la estaba mirando y no quería decepcionarle. No tan pronto.
Respiró hondo, agachó la cabeza, abrió la boca y la llenó de comida. Tragó y dio un segundo bocado y un tercero.
No paró hasta terminarlo todo.
Y si eso ya era malo, lo peor era lo que venía ahora.
¿Qué hora era la más adecuada para salir desnuda por la calle? Se había sentado espatarrada en el suelo de la cocina delante de la cámara a esperar a que se hiciera lo suficientemente de noche. Y mientras esperaba le entraron ganas de volver a tocarse.
-¿Puedo masturbarme, amo?
No sabía porque había pedido permiso, pero lo había hecho.
-Sí, puedes.
Empezó a tocarse, despacio primero, frenéticamente después, hasta correrse.
Se levantó pues había llegado la hora, o por lo menos, ya estaba lista. Agarró el móvil y se puso las zapatillas permitidas.
Respiró hondo y abrió la puerta.
Delante de ella estaba su jardín privado.
Y detrás, el abismo esperándola.
Dio un paso, y otro, y otro más.
Cuando abrió la puerta de la calle no se lo podía creer lo que estaba haciendo.
No sabía que dirección tomar. ¿Derecha, izquierda? Lo mismo daba, pero ¿A dónde ir?
Recordó que había un callejón hacía la derecha, donde estaba la basura y demás. Un lugar perfecto para hacer lo que tenía que hacer.
Comenzó a caminar hacía allá, despacio, poco a poco y mirando a todas partes.
Por la hora no se cruzó con nadie cuando al fin llegó a su destino.
Ansiosa como estaba se escondió detrás de los contenedores, se colocó en cuclillas y… no salió nada.
-Vamos.
Oyó unas voces, alguien o algo haciendo ruido.
-Vamos.
Seguía sin salir nada.
-¿Qué está haciendo aquí, jovencita?
Elena se quedó sin habla cuando vio al vagabundo que la había pillado.
-¿El del móvil es tu amo o lo haces por iniciativa propia?
-Es mi amo.
-¿Me dejás el teléfono un minuto?
Elena accedió a las exigencias del hombre, que remedió le quedaba.
-¿Hola? ¿Me oyes? Escucha, he pillado a tu esclava aquí haciendo alguna cochinada para ti. Sí, je, je. Y me estaba preguntando cuánto acostarme con ella. ¿Nada? ¿Gratis? ¿Ah, qué es una cerda? Je, je.
Devolvió el teléfono a su propietaria y Elena se dispusó a escuchar por primera vez la voz de su amo.
-Puede hacer contigo lo que le dé la gana durante un mes.
Tenía una voz muy joven
-¿Amo, por qué?
-Porque me da la gana.
-Ya le has oído cerda, ahora eres mía.
Elena se levantó y comenzó a caminar. Echó un vistazo al tipo que la acompañaba y a su perro.
¿Podía negarse?
Era durísimo admitir que en realidad iba completamente mojada ante la idea de ser usada sin piedad por ese hombre.
-¿Vives aquí sola?
-Desde que mis padres murieron.
-¿Esto lo sabe tu amo?
-No. Cree que soy una estudiante que vive sola. El baño está por ahí.
-No he venido aquí a usar el baño, sino a usarte a ti.
El vagabundo la agarró por los hombros con fuerza para poder verla bien. Le gustaba lo joven y tierna que era, sus bonitos pechos, su coño completamente libre de pelos y su respiración agitada.
Elena Del Valle Gómez perdió su virginidad en la cama de sus padres en un polvo brutal.
El vagabundo, un hombre grande, fuerte y hambriento de hembra, no tuvo el menor miramiento con su compañera. Desde la primera clavada intuyó que la chica era virgen, simplemente por como se movía y como se comportaba. Pero lejos de echarle para atrás, la sensación le excitó aún más.
En esa noche, Elena descubrió lo que era el sexo, el sexo duro y ser violada. Porque para la tercera ronda, Elena no quería, no lo deseaba, y el hombre la forzó ignorando sus súplicas para que parase, porque las esclavas como ella no podían negarse.
-Abre la puta boca.
Obedeciendo por temor a posibles represalias, Elena abrió la boca y no él no tardó en meter su polla dentro.
Una polla flácida, sucia y maloliente, rebozada en semen y jugos vaginales, que no tardó en comenzar a mear.
Y Elena tragó con lo que pudo.
La meada inundó su boca y se escapó por las comisuras de sus labios, manchando su cara y su pelo.
En un momento dado, el hombre sacó la polla solo para orinar encima de su cara.
-No eres más que una esclava, así que será mejor que te acostumbres a todo esto.
Lloró cuando la dejaron a solas.
Fui incapaz de detener las lágrimas que salían a chorros por sus ojos.
Sabía desde el principio que ser una esclava implicaba que no era más que un trozo de carne que su amo podía usar a su antojo. Pero no por ello resultaba menos duro.
Cuando se cansó de llorar, se levantó y se vistió con una bata para salir.
-Hola, cerda.
-Hola, amo.
Llamarle amo la repugno porque en su interior sintió que lo era.
Estaba desnudo en la cocina.
Ahora podía verlo bien. Tenía el pelo largo y sucio, una barba andrajosa, la piel morena, estaba lleno de pelos por todo el cuerpo y era algo obeso.
A su lado ella parecía toda una muñeca.
Una muñeca despeinada, con restos de orina y semen en la cara y en el pelo ya que no se había limpiado, pero una muñeca al fin y al cabo.
-¿Por qué vas vestida?
Tímidamente, Elena llevó sus manos al cordón de su bata, lo desató, y tiró la prenda que cubría su cuerpo al suelo.
Le ordenó colocarse con las manos en la mesa y las piernas abiertas.
Su amo se levantó y le metió mano al coño desde atrás.
Luego subió su mano recorriendo su espalda hasta llegar a su pelo y dio un fuerte tirón del mismo, logrando que Elena diese un fuerte gemido de dolor.
-Después de lo de ayer creí que ibas a llamar a la poli, pero aquí estamos.
-Soy tuya.
Sonrió ante la respuesta de la chica.
Abrió sus nalgas y comenzó a practicar sexo anal al estilo carcelario o la antigua mili.
Sin preparar, la primera vez el sexo anal es más un castigo que un disfrute, pero no es imposible como comprobó de primera mano Elena.
Y luego tuvo que chuparla.
Su amo le colocó delante de la cara una polla llena de restos de mierda, sangre y semen. Una cosa asquerosa ante la cual Elena tuvo que reunir todo su valor para metérsela en la boca.
No había terminado la mañana para ella pues en la cocina aún quedaba un macho para satisfacer.
Se refería por su puesto a su perro.
La zoofilia era un tema que Elena nunca había tocado. Solo la idea de ser follada por un chucho le parecía la mayor degradación que podía sufrir.
-Por favor, amo, no.
-Tienes que aprender cual es tu sitio en el mundo.
La agarró del cabello y la llevó hasta la silla mientras ella suplicaba que no. Obligándola a arrodillarse, colocó su sucio pie encima de su cara y llamó a su can.
Elena no tardó mucho en sentir las patas de este encima de su espalda, en sentir su peso, en sentir su polla intentando entrar en ella, de sentir como era penetrada una y otra vez por él.
Se corrió en pleno proceso.
-¿Ves como lo disfrutas?
Como colofón, su amo hizo sus necesidades encima de ella y de los alimentos que iba a tomar.
Ver su comida rebozada con meadas y la mierda de ambos fue suficiente para hacerla vomitar. No lo hizo, porque salvo semen y meados, no tenía nada más en el estómago.
-Come, se te va a enfriar.
Y sí, lo hizo. Agachó la cabeza y comenzó a dar un bocado detrás de otro engullendo la comida.
Su amo la dejó libre para que descansará y para preparar otra sesión que incluía pinzas.
Elena se retiró a su habitación, sucia y apestando como estaba pues no tenía permitido bañarse, y se tiró encima de la cama.
Lo peor es que en el fondo esperaba la siguiente sesión con ansias.