La Bella Susana y las Palmadas Suegriles (2)

De cómo la Bella Susana comienza a obtener relativa satisfacción de las acciones del Italiano Petiso.

La Bella Susana y las Palmadas Suegriles (2)

Luego de los hechos relatados en “La Bella Susana y el Italiano Petiso” (Capítulo Primero de esta Serie), la vida en mi casa cambió mucho.

Don Gennaro, al día siguiente de mi “sculacciata” me dijo que de ahora en adelante, todos los sábados por la mañana, íbamos a examinar mi comportamiento, y ver el

tipo de corrección a que me había hecho merecedora.

En el momento no me dí cuenta de que no era “SI” era merecedora de corrección, sino de “EL TIPO” de corrección.  Así es que, habiéndome comportado en forma hogareña, hacendosa, y sobre todo, recomenzado mis estudios nuevamente, estaba muy tranquila y confiada, cuando llegó el siguiente sábado y me levanté en pijama, a prepararme un café con leche en la cocina.

Entré en la sala, con mi taza humeante, cuando lo veo a Don Gennaro, sentado en el medio del sillón de la sala, exactamente en el sitio donde había acontecido mi azotaína hacía precisamente una semana.

- "¡Veni cuá, Susanita!” – me llamó Don Gennaro, palmeando el almohadón del sillón, sobre su lado derecho – “Debiamo parlare sobre la setimana pasada.”

- “Ciertamente, Don Gennaro” – contesté yo – “me imagino que se habrá dado cuenta de todos los cambios que hice en mis hábitos.”

- “Me he dado conta, Susanita, e vero que sono molto contento” – dijo Don Gennaro, sacándome la taza de las manos, y poniéndola sobre la mesita ratona.

- “… comencé la escuela…” – continué yo

- “E tropo importante ricordare la obediencia necesaria SEMPRE” – interrumpió Don Gennaro, golpeando su rodilla derecha con la palma de su mano – “¡Alora, Susanita,  BOCA ABAJO!”

  • “¡NO, NO Y NO!” – comenzé a protestar – “¡Ud. No me va a castigar ahora!  ¿Si yo me porté bien? ¿Porqué me va a dar palmadas? ¡¿Eh?!  ¡¿EH?!  ¡¿EEEHHH?!”

- “Susanita…” – comenzó Don Gennaro, tirando de mi mano derecha y colocándome sobre su regazo, en la posición deseada – “pensaba solamente que demostrara obediencia al comando, y no pensaba castigarla… pero alora vedo la desobediencia… ¡parece que precisano uma altra sculacciata, para aprender a obedecer veramente!”

- “Pero… Don Gennaro… ¡Aayy!” – quise continuar yo, pero… mi segunda corrección había comenzado – “¡AAY!…¡AYY!.... No…. ¡AY!”

Don Gennaro sabía perfectamente que no había verdaderos motivos para mi segunda corrección, así que luego de una docena de palmadas en mis pijamas, me masajeó el trasero para que se fuera el escozor y me ordenó:

  • “Susanita, ¡levante esa cola!”

Yo, no queriendo imaginarme lo que pasaría si no obedeciera, doblé las caderas, levantando mis nalgas, y Don Gennaro procedió a bajarme los pijamas hasta la

mitad de los muslos.  Me mordí los labios de la vergüenza que tenía, pero no dije nada…

- “¡Bene, Susanita, bene!” – dijo Don Gennaro, palmeando displicentemente mi bombachita – “¿Vio que bueno que es ser obediente?”

Y continuó su palmatoria, despaciosamente, cubriendo todo mi trasero con palmaditas exploratorias, haciendo vibrar mi piel con sus pequeños chasquidos, mientras yo

trataba de ocultar mi cola, tensando los músculos y luchando vanamente por empequeñecer aquello de lo cual la naturaleza me había dotado con amplitud.

Cuando se cansó de palmearme la bombachita, sin yo haberme quejado una sola vez, volvió a ordenarme:

  • “Susanita, ¡levante esa cola!”

Y yo, ahora completamente avergonzada, sabiendo perfectamente lo que pasaría, doblé las caderas, levantando nuevamente mi retaguardia, y ahora Don Gennaro hizo con mis bombachitas lo que hiciera con mis pijamas, dejándolas a media asta en mis muslos.

- “Bene, Susanita, bene!” – dijo Don Gennaro, y luego de masajearme la cola un par de minutos, me dejó levantarme – “espero que ahora haya aprendido la importancia de obedecer órdenes, ¡aunque parezcan injustas!”.

- “¡Sí, Don Gennaro!” – contesté yo, le dí un beso en la mejilla… ¿Porqué le doy un beso a este hombre después que me castiga?... y luego de levantarme la bombachita y el pijama, continué tomando mi café con leche.

La verdad que esta segunda azotaína no me había dolido casi nada, salvo la primera parte, cuando todavía conservaba mis pantalones pijama… pero sentía mucha vergüenza de que  Don Gennaro  se encaprichara en verme el culo desnudo y me demandara NO RESISTIR sus órdenes y seguirle la corriente.

Me dí cuenta de que Don Gennaro ponía énfasis en no resistir. Me dejaba protestar todo lo que yo quisiera, pero no me permitía que yo opusiera resistencia.

Y básicamente, ese primer sábado de mañana, marcó la pauta para el segundo, tercer y cuarto sábado, en que Don Gennaro, sin motivo alguno, salvo el reclamar obediencia, me ponía sobre su regazo en el sillón grande de la sala, para darme una docena de azotes sobre el pijama, luego las palmaditas en la bombacha por “haberme portado bien” y finalmente el masaje final, sin bombachitas.

EL QUINTO SÁBADO

Si bien no estaba muy contenta con mi “soba” semanal, que me avergonzaba, no estaba en realidad recibiendo ningún castigo, sino el palmeo de Don Gennaro.

Así llegaron las cosas al sábado, en que, habiéndoseme acabado la ropa interior, me levanté temprano, a hacer el lavado, con la esperanza de que Don Gennaro siguiera en su dormitorio y me diera tiempo a secarla… pero… ni bien había puesto la ropa a secar… que siento una mano que me toma la mía, y me lleva al famoso sillón de la sala, para mi “charla” matinal de los sábados.

- “Don Gennaro, ¡por favor!” – rogué yo, resistiendo su tironeo y tratando de ir hacia la secadora… – “¿No podría esperar un momento para nuestra charla?  ¡Es que estoy secando la ropa, y la preciso ahora!”

  • “¿Qué e questo?” – medio se enojó Don Gennaro – “¿Ya se olvidó de la obediencia? ¿No aprendió nada las setimanas pasadas? ¿Quiere una vera sculacciata?”

- “¡¡NOOOO!! Por favor, Don Gennaro” – continué resistiendo yo, olvidándome de que no le gustaba que me resistiera – “es nada más que una demora hasta que termine de secar la ropa.”

- “Io non vo aspetare a que termine de secar la ropa. Vamo parlare súbito.  E por la resistencia, esta vez ¡la recordazione será sensa pijama!” – sentenció Don Gennaro, sentándose y tironeando de mi mano para que me pusiera sobre sus rodillas.

- “¡¡NO, NO Y NO!!” – forcejeando a brazo partido con Don Gennaro, soltándome la mano y yéndome a recostar mis espaldas contra la pared de la sala – “¡USTED VA A ESPERAR A QUE TERMINE DE SECARSE LA ROPA!”

- “Susanita, te ganaste una buena sculacciata” – se saca la zapatilla, habla en voz baja, sin rabia, pero muy divertido por la situación Don Gennaro – “ma si tengo que ir a buscarte, ti habrái ganato una sesión con LA ZAPATILLA en vez de culi mani.  ¡¿Cosa volete?!”

Nadie me había pegado antes de Don Gennaro, y menos con una zapatilla, y la verdad no quería probar lo que sería Don Gennaro furioso con una herramienta…  Así es que… respiré hondo… tragué saliva… bajé la cabeza… y me dirigí al fatídico sillón de la sala… sabiendo perfectamente lo que me esperaba…

Don Gennaro bajó la amenazante zapatilla, que volvió a ocupar su lugar correspondiente en el pie de su dueño, y me hizo arrodillar a su derecha, sobre el sillón.  Luego, tomando mi mano izquierda, tironeó para colocar a su nuerita malcriada, boca abajo sobre sus rodillas.

Temblaba yo, esperando la orden que… por fín llegó:

- “Susanita, ¡levante esa cola!”

Ante lo cual doblé las caderas, aupando mi nalgatorio para que Don Gennaro bajara mi pijama a la mitad de los muslos, y se quedó mudo ante la vista que se presentaba, tentadoramente sobre sus rodillas, en completa desnudez.   ¡La cola peladita de su nuera, a su entera disposición!

Ahora sí, Don Gennaro, de golpe comprendió toda mi resistencia, todos mis pedidos de retrasar esta “charla” hasta terminar el secado… ¡Y se empezó a reír!... ¡A reír abiertamente!... lo cual no le privó de comenzar debidamente mi corrección.

Mientras yo levantaba todo lo que podía la cabeza para mirar hacia atrás por encima de mi hombro, veía esa mano abierta que se levantaba, se levantaba, se levantaba,

hasta que por fin… describiendo un arco descendente, aplicó una palmada estridente sobre mis nalgas, impúdicamente ofrecidas en toda su desnudez..  ¡¡CHAS!!

- “Don Genaro… ¡¡AAYY!!” – me quejé – “no tan fuerte… ¡¡¡AAAYYY!!! ¡¡AYY!!  ¡AY!.

- “¡Je, je! …” (¡Plas!)  “Así que…” (¡Plas!) “... durmiendo senza calzone… ¡je, je!” – continuaba riéndose Don Gennaro – (¡Plas!... ¡Plas!... ¡Plas!).

- “¡AAAAAAAAAYYYYYYYYYYY!... ¡¡¡AAAAAAAAYYYYYYY!!” – continuaba aullando yo.

Ahí fue cuando descubrí que cuanto más fuerte gritaba, más suaves eran las palmadas de Don Gennaro, así es que esta vez, SIN RESISTIRME, organicé un verdadero escándalo, que ni que me estuvieran desollando viva.

- “¡AY! ¡UUUYYY! ¡Más despacio, Don Gennaro! ¡AAYY! ¡AYY!” – gritaba yo –  “¡Le voy a contar a Giovanni! ¡¡AAYYY!!”

- “Puoi contare lo que volete” – respondió Don Gennaro, sacándole chispas a mi colita con su mano derecha – “mas non podera contare la historia sentada… Je, je, je”

- “Esto no…  ¡AAAYYY!... se lo voy a perdonar… ¡HUY!” – continuaba berreando yo, a cada nalgada recibida.

Continué protestando mientras Don Gennaro me iba poniendo las nalgas rosaditas y mis aullidos iban in crescendo, a lo cual sus azotes amainaban…   Hasta que… ¡de repente!  Se me prendió la lamparita.  Creo que fue cuando comencé a sentir una dureza que de cuando en cuando sentía sobre mi estómago…

Don Gennaro no me estaba corrigiendo.  Simplemente había encontrado un motivo para palmearme la cola de una forma socialmente aceptable, y eso, era obvio que le gustaba y estimulaba.

¡Ah! ¿Sí? – pensé para mí – ¿con que este el intercambio de Don Gennaro?  Pues entonces tengo que encontrar la forma de que me resulte también estimulante para que no me duela tanto.

Comencé a fingir un llanto compungido, y casi instantáneamente las palmadas fueron más benévolas, con lo que me hacía más soportable mi “castigo”.

Miré hacia atrás, al tiempo que presionaba mi estómago contra la dureza que tenía debajo, lo que hacía resaltar la redondez de mi trasero, para beneficio de Don Gennaro, quien ni lerdo ni perezoso, le dio una palmada en su parte más abultada.  Encogía mi cola cuanto podía, pero cuando la mano de Don Gennaro descendía, entonces la arqueaba hacia atrás impúdicamente contribuyendo al aplauso que estábamos dando su mano y mi nalgatorio.

Este movimiento sensual, me estaba produciendo unas cosquillas muy pronunciadas en mi zona púbica, y en ese mismo instante entendí el lenguaje de la mano de Don

Gennaro.

Esto fue el comienzo de una cabalgata frenética de mi parte sobre las rodillas de mi suegro, quien continuó rítmicamente, acelerando o bajando la intensidad de la azotaína en inversa proporción a mis quejas y gritos.

Esa vez no pude conseguir un orgasmo, pero anduve bastante cerca.   A Don Gennaro ni lo quise mirar cuando finalmente me dejó libre, pero la humedad que tenía mi saco pijama, me confirmó mis sospechas…

Me miré el trasero en el espejo, y lo tenía tan colorado como la primera vez…  Otra vez terminé boca abajo en la cama, con una venda blanca en la cola y un moñito colorado, como Micifuz, pero ahora ya estaba tramando lo que iba a pasar el siguiente sábado de mañana.

(La historia continúa en: “La Bella Susana y el Código Penal (3)”)