La Bella Susana y el Código Penal (3)

De cómo la Bella Susana conoce a la sobrina de Don Gennaro, Renata...

La Bella Susana y el Código Penal (3)

Por supuesto que inmediatamente le di a Giovanni todas las quejas del caso, pero para  él,  la que había provocado todo el incidente había sido yo por no seguir ninguna regla y querer jugar a ser adulto sin tener en cuenta las responsabilidades que eso trae aparejado. No lo convencí ni se apenó, ni siquiera cuando me saqué la venda y le mostré mi colita que estaba como un tomate de roja.  Se limitó a poner una sonrisa socarrona y decirme esa fatídica frase…

-          “¡Yo te dije!  Pero, me parece bien que continúes tus estudios, respetes la casa, tus padres, mi padre y a Micifuz. ¿Qué hay de malo en eso?”

No tuve más remedio que concordar, en que todo eso era lo mejor para mí.  Pero igual bufaba de rabia, por la forma en que me había sido impuesto…

Esa noche, no hicimos el amor, pues no podía ponerme boca arriba… Y a lo perrito tampoco, ya que no soportaba nada en la cola, salvo la venda mojada…

EL CÓDIGO PENAL

Ese mismo lunes, me fui a anotar nuevamente a Preparatorios para terminar de cursar mis estudios.

También ese mismo lunes, luego de la soba que me dio Don Gennaro, cuando volvió a casa luego de trabajar, se apareció por casa con un documento manuscrito, bastante viejo y gastado.  (Luego me enteré de que lo había escrito hacía como quince años.)

Me invitó a sentarme a la mesa del comedor, cosa que hice con sumo cuidado, pues todavía me duraban las consecuencias de la “sesión” del sábado pasado.

-          “Susanita” – me dijo – “io quiero que sepas que me di mucho dolore, haberte dato una sculacciata, y si te, ti comportano come debe, non pasari mai…”

-          “No pasará, Don Gennaro” – contesté yo – “hoy me anoté para continuar mis estudios.”

-          “Molto bene, Susanita” – se sonrió Don Gennaro – “veo que vai por buen camino, ma, si llegara a desviarte dil buono camino.  Este seríano las conchecuenza de tus acciones.”

Y me hizo entrega del siguiente código de infracciones.

INFRACCIONI

Parlare con la boca cargada de comida:

2 punti in contra.

No seguire la regli de la casa:

5 punti in contra.

No estudiare cuando deviere:

5 punti in contra.

Faltare il respeti a padre, madre u otri integrante de la casa:

7 punti in contra.

Fumare:

3 punti in contra.

Llegare tarde con aviso:

1 punti in contra.

Llegare tarde sin aviso.

3 punti in contra.

Llegare tarde sin aviso y más de la 3 de la matina:

13 punti in contra.

Violare la privacía de la famiglia:

10 punti in contra.

… … … …

(y así continuaba por más de 10 hojas)

En el final advertía:

15 punti in contra: Sculacciata culi mani sobre il vestido (36)

20 punti in contra: Castigo anterior + sacada prenda de vestir (24)

25 punti in contra: Castigos anteriores + sacada prenda de vestir (48)

30 e piú: a discrezione de Gennaro

Atenzione:  ¡Desafío o pataleo automáticamente poderá perdere una prenda de vestire o tener otra docena de palmadas o la due cozi!

LLEGA RENATA

Pasaron un par de meses de mi desafortunado “incidente” con Micifuz y todas las semanas tengo varios puntos en contra.  ¡Es tan difícil poner la ropa en una silla al desvestirse, o acordarse de poner un rollo nuevo de papel higiénico cuando el anterior se acaba, o tapar el dentífrico cuando lo terminamos de usar en las mañanas!  ¡Vamos, una no es perfecta! ¡Que embromar!

Pero como se borran al fin de semana, quedo libre para la que viene.  ¡En una ocasión llegué a tener 14…!   ¡Y era jueves!  Pero me esmeré, hice todo bien el viernes, y cuando me fui a acostar esa noche, suspiré aliviada de que al día siguiente, íbamos a empezar la cuenta de cero nuevamente.

Don Gennaro, iba, miraba los escarbadientes que había puesto dentro una alcancía transparente, y los sábados de mañana, abría la alcancía con una llavecita que tenía junto a su reloj de bolsillo, y los contaba uno por uno.  Cuando veía que no llegaban a quince, se sonreía, me miraba y sacudiendo la mano derecha de arriba abajo, de esa forma que yo conocía tan bien, me decía:

  • “Bene, Susanita, por hoy te salvaste… Esperemo que siga la cosa sempre cosí” – me daba un beso y cerrando la alcancía vacía, la colocaba bien a la vista, en una repisa, con otros adornos de la sala.

Así iban las cosas en casa, entrando en una rutina más de estudios, deberes, trabajo, una vez al cine por semana, un paseo en bicicleta los sábados (después de haber estudiado cuatro horas), hasta que avisó Don Gennaro que iba a venir su sobrina Renata de visita desde Italia, a quien no veía desde hacía tres años…  Renata tenía mi misma edad.

Una semana después, arribó Renata al Aeropuerto de Carrasco y la fuimos a buscar, muy contentos de su visita.  Yo que recién la conocía, me pareció una muchacha inteligente, pícara y con sentido del humor.  Me sorprendió lo bien que hablaba español, no a la uruguaya, sino un castellano bien castizo, fruto de sus múltiple novios españoles y consiguientes viajes a la península Ibérica.  Luego me enteré de que Renata había vivido con Gennaro en Uruguay, de los 13 a los 15 años de edad.

Los primeros días, Renata se dedicó a salir y visitar a sus amigos y pasear por el Centro y no estaba nunca en casa.

Me sorprendí un jueves, cuando entré al apartamento y me la encontré acostada en el sillón de la sala, con el VCR prendido, mirando la televisión, en donde estaba, en un primer plano, Don Gennaro, conmigo boca abajo en su falda, diciendo: “…  tratare bene a tus padres e al Micifuz…” (chas-chas-chas como acompañamiento de fondo)

Mortificada y con mucha vergüenza, corrí a apagar el televisor y el VCR.

  • “¿Qué estás haciendo?” – le dije – “¿De donde sacaste esa cinta?”

No me hizo caso y contestó a mis preguntas con unas suyas:

  • “¿Y?  ¿Qué te pareció?  ¿Te gustó mucho?  ¿Disfrutaste mucho las palmadas del Tío Gennaro?”

  • “¡¿Qué estás diciendo?!” – contesté yo – “¿Estás loca?  ¡Duelen muchísimo!”

  • “¡Vamos, vamos, vamos…que van a doler! – me dijo Renata, relamiéndose – “Mira que yo conozco eso!   ¡No me digas que no tuviste alguna sensación como de mariposas en el  estómago que se transformaban en que te humedecieras un poco en la entrepierna!”

  • “¡Que mariposas en el estómago ni que nada! Yo no tuve nada de eso” – dije yo, después de pensarlo un poco – “lo que tuve fue una gran vergüenza y mucho dolor en la cola después.”

  • “Debe haber sido porque estaba muy furioso contigo” – aseguró Renata – “porque cuanto más grites tú, menos fuerte pega él…”

  • “Contame. ¿Cómo sabés tanto sobre las azotaínas de Don Gennaro?” – retruqué yo – “¿Te pegaba mucho cuando vivías con él?”

  • “Solamente cuando yo quería que me zurrara.” – confesó Renata – “cuando tenía ganas de unas palmadas en el trasero, entonces un par de: ¿Qué me importa? Y una llegada sin avisar a las tres de la mañana, hacían la triquiñuela.”

  • “¡Pero esas infracciones que mencionaste suman 27 puntos!” – le dije, alarmada – “¡Son 108 palmadas sin bombachita!  ¿Y eso te gusta?  ¡Vos estás loca de remate!”

  • “¡Mira!” – me dijo Renata, muy segura de sí misma – “una vez que aceptes la zurra, puesto que sabes que va a suceder, puedes RELAJARTE. Puedes empezar a disfrutarla preparándote mentalmente. ¿No ves que a los bebés se los calma dándoles palmadas en la cola?”

  • “¡Es cierto!” – contesté yo – “pero no con mucha fuerza.”

  • “¡Bueno!” – continúa Renata – “entonces la cosa es así. ¡No le dejes saber a Gennaro que te gusta!

  • “Pero es que NO me gusta” – dije yo, no tan convencida de que no hubiera tenido las mariposas en el estómago de que hablaba Renata.

  • “Y si quieres que te zurre más despacio” – continuaba la experta Renata – “pues entonces: ¡grita más fuerte!… pero sin patalear…”

Continuamos cuchicheando sobre este tema, tan importante y otros, y no nos dimos cuenta cuando entró Don Gennaro al apartamento.

Cuando Don Gennaro vio la cinta que estaba sobre VCR, a plena vista, la miró incrédulo, luego empezó a ponerse rojo de a poco, y a tamborilear los dedos en el televisor, cuando se dio vuelta, nos dijo con una voz nerviosa, fingiendo una calma que no tenía:

  • “¿Quién sacó questa cinta del mio cuarto?”

Silencio fue la contestación que obtuvo…

  • “¿Foi tu, Susanita?” – inquirió Don Gennaro.

  • “No, Don Gennaro” – musité yo.

  • ¿Quién fue, Susanita? – preguntó Don Gennaro.

  • “No sé, Don Gennaro” – salieron de mi boca esas estúpidas palabras, no queriendo acusar a Renata.

  • “Fui yo, Tío” – confesó Renata – “estaba curiosa por ver algunos de los videos de la familia, y me encontré con este en tu cuarto, pero a Susana le da vergüenza y no me lo dejó ver del todo.”

  • “¿Ah sí?” – dijo Don Gennaro, mirándome fijamente – “¡parece que también hay que enseñarla a Susanita a non mentire!

  • “Pero yo no miento, Don Gennaro” – dije yo, ya arrepentida de lo que había dicho – “no habitualmente…”

  • “¡Ma! ¿Qué’chesto?” – se enojó más Don Gennaro, si esto era posible – “Primo me miente que no sabe dela cinta, e dopo vuelve a mentire dichendo que no miente. ¿Qué diche el código de dua mentira descarada?”

Cuando Don Gennaro fue a buscar el código, sentí que era posible que esto terminara en una azotaína, y en ese momento, por primera vez, sentí las “mariposas en el estómago” de que habíamos estado hablando con Renata.  ¿Sería posible?

  • “Dopo parlaré contigo, Renata, acerca de la cinta” – dijo Don Gennaro, volviendo con el famoso código en la mano – “primo voy a tratare con Susanita.   ‘Mentira descarada’ e doble e castigada inmediatamente con 36 palmadas.”

Las “mariposas en el estómago” eran ahora pajaritos pequeños que me revoloteaban.  Mi corazón empezó a latir más de prisa al escuchar mi sentencia, y ver que Don Gennaro, se sentaba en el sillón, tras levantarse un poco los pantalones, para no arrugarlos.

Yo estaba azorada, sin habla, y tan sorprendida como antes de mi primera zurra.  Mi mirada iba de Don Gennaro a Renata, que me devolvió la mirada con una sonrisa, y me guiñó un ojo, formando palabras con sus labios… ¿Qué me estaba diciendo?... “¡¿DISFRUTALA?!”

Don Gennaro, mientras tanto, se estaba arremangando la manga derecha de su camisa.

  • “¡Bueno, Susanita!” – dijo finalmente Don Gennaro, mirándome fijamente – “ya tu conoche la posizione qui debe adoptar.  ¡Veni cua!”

  • “¡No, por favor, Don Gennaro!” – supliqué yo – “¡no me haga esto!  ¡Y menos delante de Renata!”

  • “¡Non si preocupare por Renata!” – contestó Don Gennaro – “dopo de ti, le tocará il turno a Renata, e tu poderá observare.  ¡Veni cua!”

  • “¡No, no y no!” – protesté yo, pateando el piso, igual que si tuviera 6 años, en vez de 18, el corazón me saltaba dentro del pecho, y la sensación en el estómago se estaba transformando en calambre – “perdóneme por esta vez, Don Gennaro. Por favor… por favor.”

  • “Susanita” – dijo Don Gennaro, con su voz más suave – “si tengo que ire a buscarte, serán 36 palmadas… sin bombachita.  ¡Per última vez… VENI CUA!

Comencé a sollozar, mientras me acercaba como una autómata al sillón donde estaba sentado Gennaro, con expresión impasible.  Me arrodillé sobre el sillón a la derecha de Don Gennaro e hice un intento de echarle los brazos al cuello para suplicarle una vez más de que no me castigara, pero todo fue en vano.

  • “¡Nada de eso!” – dijo Don Gennaro, zafándose de mis brazos, y empujando con su mano derecha sobre mi espalda para colocarme en esa posición, que yo tanto temía y que ya conocía de mi experiencia anterior – “las reconciliaciones vienen dopo.”

Sorprendentemente, en el momento que Don Gennaro me hizo caer sobre su falda, y mi estómago entró en contacto con sus muslos, se me fue instantáneamente el calambre del estómago, no quedando ni las “mariposas.”

Cuando puso su brazo izquierdo sobre mi espalda y presionó hacia abajo, comencé a sentirme extrañamente segura, y hasta no me importó que la posición hiciera que levantara mi cola rotunda, todavía más, en las rodillas de Don Gennaro.

Siempre me gustaron las minifaldas, y justamente hoy tenía puesta una,  calculo que en la posición en que estaba, apenas taparía mi bombacha.

Entre sollozos, giré la cabeza hacia atrás, en esa última súplica silenciosa a mi suegro, pero él estaba muy satisfecho de lo que estaba pasando.  Yo estaba inmóvil, sin patalear, con mis pies apuntando al techo, como él quería, esperando esa fatídica primera palmada.

Me pasó su mano derecha un par de veces por la pollera, como alisándola para sacarle alguna arruga… y luego la ví, cerniéndose amenazadoramente sobre mi trasero.

  • “¡Ay, no Don Gennaro!  ¡BUUUAAAA!” – grité yo, comenzando a llorar, sin que hubiera caído una sola nalgada todavía.

Finalmente, luego de una pausa prolongada, mi azotaína comenzó:

CHAS !) - “¡Ay, no… eso duele!”

CHAS !) - “¡AYYYY… Buuuaaa!” – miré a Renata que intentaba decirme algo moviendo la boca… ¿Qué?...  “QUE-JA-TE” me estaba soplando…

CHAS !) – “¡AAAAYYYYY, AYYYY!  ¡No tan fuerte!” – me quejé.

(¡CHAS!) -  “¡AAAAYYYY!... BUUUJUUU! ¡Demasiado fuerte!” – grité mirando mi cola por sobre mi hombro.

(¡CHAS!) – “¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYY! ¡Más despacio, Don Gennaro, por favor!” – continué mis protestas.

(¡Chas!) – “¡AAYY!  ¡Bujuju! – continué mis ayes, a pesar de que Don Gennaro había aminorado la fuerza de mis nalgadas.

(¡Chas!) – “AAAYYY!  ¡Buaaa!” – la verdad que esto ahora era mucho más soportable que la paliza que había recibido anteriormente.

Yo comencé a mover mis caderas levemente, lo poco que me permitía el brazo que tenía sobre la espalda, levantando primero una nalga y luego la otra.

Don Gennaro, impartía el ritmo, aplaudiendo mi cola con entusiasmo, sobre la nalga más protuberante.

Creo que fue cuando iba llegando a las treinta palmadas, que comencé a sentir algo en mi entrepierna… ¿Qué era esto?

(¡Chas!) – “AAAYYY!  ¡Buaaa!” – continuaba gimiendo yo, levantando la voz, cuando Don Gennaro palmeaba con más vigor.

(¡Chas!) – “AY  AYYY AYYYY!”  – realmente me estaba excitando la situación… ¿Sería posible?

Luego de unas pocas palmadas más, Don Gennaro se dio por satisfecho, y me dejó levantarme de sus rodillas.  Sentía una humedad en la entrepierna.  Yo no me explicaba cómo…  Creo que me hubiera gustado recibir unas palmadas más…

Le di un beso en la mejilla a Don Gennaro y me fui frotándome la cola, haciéndome la enojada y secándome las lágrimas, algunas de las cuales no fueron muy fingidas que digamos.

LE TOCA A RENATA

  • “¡Renata!” – dijo Don Gennaro, sin siquiera levantarse del sillón donde me nalgueara – “hace meramente chinqüe día que stano con noi, y ya debe llevarse la sculacciata. ¿Come e posíbile?”

(La historia continúa en: “La Bella Susana y la Sumisa Dominante (4)”)