La becaria Venezolana
Una boca, un culo y una concha. Una sorpresa inesperada en un congreso científico.
LA BECARIA VENEZOLANA
Era enero de 2003 cuando fui invitado a un coloquio en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Viajé, llegué cansado de tantas combinaciones aéreas, me alojé en un buen hotel para reposar unas horas. Agotado por el cambio de horarios y de clima, ya que embarqué en un verano tórrido y arribé en un invierno helado, me dormí sin siquiera comer nada. En la mañana siguiente debía exponer una nueva técnica quirúrgica ante colegas muy calificados, era todo un compromiso.
Me despertó el teléfono a la hora que había pedido, y con pocas horas de mal sueño bajé a desayunar muy hambriento.
Me sorprendió gratamente una voz femenina que me hablaba en castellano, con un leve acento caribeño.
Doctor ¿qué prefiere para su desayuno?
Volví la vista y hallé una belleza. Alta, morena y amplia, ojos renegridos como su pelo, busto y caderas generosos, piernas esculturales asomando de la breve falda del uniforme de camarera del hotel.
Qué sorpresa más agradable ¿cómo sabías que me manejo mejor en mi idioma?
El hotel me designó para atenderlo a Usted hoy, hay camareras en todos los idiomas, todas nos manejamos en tres lenguas al menos.
¿ Y de dónde eres?
Soy venezolana, becaria en la Universidad, hago este trabajo para ayudarme con los gastos.
¿Y qué es lo que estudias?
Termino mi último año de Medicina, graduarme aquí me va a facilitar las cosas en mi patria.
Bien preciosa, has hecho lo mejor para tu futuro.
Me sirvió el desayuno que pedí y partí raudo hacia el sitio del congreso que me había llevado a esa ciudad tan pintoresca; sin poder quitarme de la mente la imagen de esa hermosa joven.
Ya en el Aula Magna de la prestigiosa Universidad europea me enfrasqué en un universo de úteros, ovarios, trompas, instrumentos y toda la parafernalia de la cirugía ginecológica.
Almorcé con los colegas en el comedor de docentes y continué en la tarde absorbido por los temas que se desarrollaron.
Rechacé invitaciones a cenar, aduciendo que había llegado la noche anterior y aún no estaba repuesto del cansancio del viaje y de tantos cambios.
Regresé a mi hotel y pedí que me enviaran una botella de whisky a mi habitación, con un balde de hielo. Me sorprendió nuevamente que fuera la misma niña que me había servido el desayuno quien llegara con el pedido.
¿Trabajas las veinticuatro horas?
No doctor, el hotel resolvió que lo atendiera a Usted. La Universidad les solicitó que lo atendieran bien, y no hay muchas chicas que hablen bien el castellano. Como saben sus horarios de congreso han adaptado los míos para que pueda estar cuando Usted esté en el hotel.
Me resulta muy agradable que siempre me atiendas tu. ¿Quieres acompañarme con un whisky?
Gracias doctor, pero no me permiten beber en el horario de trabajo.
Se retiró, y me permitió ver que era tan linda cuando iba como cuando venía.
Al día siguiente volvió a servirme el desayuno con su ya conocida eficiencia, y mantuvimos un breve diálogo en el que supe que su nombre era Eugenia Alvarado Vélez. Y que su padre era un prestigioso médico de Caracas, a quien casualmente había conocido el año anterior en Toronto. Ella sabía que su nombre "Eugenia" significaba, en griego, bellamente engendrada, lo que me privó de la posibilidad de dirigirle una galantería. También sabía mi nombre y casi todo lo mismo que yo sabía de mí.
Otro día de congreso, ya estaba yo casi bien, más adaptado a los horarios y al clima; y sobre todo más descansado por el buen sueño de la noche anterior.
De vuelta en el hotel, porque quise eludir todos los compromisos meramente sociales, pedí más hielo para mi botella que estaba recién comenzada. Y sí me lo trajo Eugenia. Volví a pedirle que me acompañara con un trago. Y volvió a negarse por la misma razón de la tarde anterior. Le requerí entonces que se quedara un rato para hablar. En verdad estaba harto de hablar en francés e inglés, y quería conversar algo en mi lengua natal.
La niña me resultó una interlocutora muy agradable, inteligente, vivaz, y versada en su carrera (que era mi profesión). Charlamos de varios temas, me contó que tenía un novio en Caracas con el que se enviaban mails todos los días, que su padre esperaba su graduación para llevarla a trabajar con él y un sinnúmero de asuntos más.
¿Eugenia, cuáles son en verdad tus horarios?
Los suyos doctor. El hotel lo ha dispuesto así, quieren que Usted se sienta bien atendido.
Entonces les voy a pedir que te releven ya de tus obligaciones, porque quiero que me indiques un buen lugar para que cenemos los dos. Casi no conozco esta ciudad y esta noche quiero comer muy bien, y bien acompañado.
Doctor, no sé si me lo permitirán.
Una buena atención incluye una buena guía turística.
De inmediato hablé con la administración del hotel y accedieron a mi pedido. Rato después Eugenia estaba en el teléfono diciéndome que en veinte minutos estaría lista en el lobby para que saliéramos a cenar.
Luego de bañarme y vestirme para la ocasión bajé y me deslumbré. La niña estaba ataviada con un vestido de noche muy ajustado y breve. El escote me dejaba ver el nacimiento de unos pechos espléndidos; se le marcaba bien la cintura pequeña, las caderas amplias; y el largo me mostraba más sus piernas, empinadas sobre altos tacos que resaltaban su buena hechura.
Me guió hacia un lugar pequeño, íntimo, con reservados estrechos. Nos sentamos en uno y ordenamos la cena que fue magnífica. Tanto la comida como los vinos. Le pedí que no me tratara más de Doctor, que me tuteara, ya que ninguno de los dos estaba trabajando. Iniciamos una charla amena, ella se iba distendiendo por la conversación y por el vino. Abordamos varios temas hasta que pregunté.
¿ Eugenia, y cómo te las arreglas con tu novio tan lejos?
Ay Sergio, no sabes las penurias que paso. Alguna masturbación con sus correos, pero no me satisfacen. Ando siempre arrechita.
En mi tierra decimos caliente. Me da pena que andes siempre caliente.
Pero es que hasta ahora nadie me ha motivado tanto como para engañar a mi novio.
La conversación siguió en el mismo tono, siempre íntimo, hasta que noté sus rodillas rozando las mías.
Mi pene, que estaba queriendo erguirse con la visión de esos pechos bellísimos cada vez que Eugenia se agachaba y los exhibía, quiso erguirse más aún, la charla lo ayudaba.
También yo estaba influido por el vino, y por el whisky que había tomado en el hotel. Además a quince mil kilómetros de mi casa, con una mujer a la que apenas conocía pero que me atraía demasiado, no había nada que me inhibiera.
Me lancé y puse una mano en su rodilla.
Sergio, por favor no sigas
¿Qué temes preciosa?
Temo no saber detenerme.
Mi mano avanzó hasta donde me lo permitía la mesa. Acariciaba la red de sus medias.
Siéntate a mi lado, y no te detengas. Eres muy bella y te deseo.
También yo te deseo. Pero no está bien, mi novio confía en mí.
Tu novio está muy lejos y no tiene por qué enterarse. Esto será algo sólo entre tu y yo.
Se sentó a mi lado y nos besamos. Al principio fue un roce de labios. A poco una lengua ávida penetró mi boca y se unió a mi lengua.
Mis manos recorrían la hermosura de su cuerpo entero, se detenían un tanto en sus pechos y notaban los pezones duros. Entraban bajo el vestido hasta sentir su sexo húmedo, pese a las medias y la bombacha.
Una mano de Eugenia se posó en mi sexo erecto, y pronto comenzó a acariciarlo sobre mi ropa.
Teníamos que concretar, le pregunté.
¿Te parece bien que vayamos al hotel?
No se me ocurre otro lugar. Tendremos que disimular algo.
Regresamos al hotel en un taxi, nos despedimos en el lobby con un apretón de manos. Llegué a mi habitación ansioso y dejé la puerta entreabierta. Instantes luego entró Eugenia, con la misma ropa con la que fue a cenar y un pequeño bolso en la mano.
No quise cambiarme, porque así te gusté.
Me gustaste desde que te vi por primera vez.
Vamos, no me hagas el verso como dicen los argentinos.
Eugenia, ¿crees que algún hombre puede resistir a tu belleza?
Se acercó y nos besamos con toda la pasión contenida. La abracé muy fuerte. Nos fuimos desvistiendo mutuamente, nos ayudábamos en la tarea con la delectación morosa de los amantes recientes.
Cuando yo estaba ya sólo en slip, y ella en soutien y una tanga muy reducida, le pedí que nos detuviéramos un tanto. Quería admirarla así. Una belleza incomparable. Caminé a su alrededor y nada me resultó diferente a lo que había imaginado viéndola vestida. Pechos de la medida justa. Vientre plano. Caderas generosas. Grupa poética. Los muslos que me enloquecen, amplios y con una curva al frente. Sus rodillas no sobresalían. Y sus piernas, conservaba los tacos puestos, eran dos columnas dóricas de inigualable belleza. Parecían torneadas por Benvenuto Cellini en su mejor momento.
Nos acercamos a la cama paso a paso. Nos tendimos en ella entre besos apasionados y caricias. Desprendí su soutien y me apropié de sus pechos. Los tocaba, los besaba, los lamía. Eran bellos, y por ese rato eran míos.
Seguí hacia abajo con mi boca. Me detuvo la cintura de su tanga; la saqué y llegué hasta su sexo ardiente. Abrí sus piernas y puse mi cabeza entre ellas. Reconocí su vagina a puro tacto; labios mayores gruesos y carnosos, labios menores ricos. Y un clítoris duro y sabroso. Le dediqué el mejor cunnilingus de mi vida. Eugenia se movía como endemoniada, mientras mis manos no dejaban de tocar sus pechos. Sentí sus orgasmos. Uno, dos, tres.
Sergio, ahora es tu turno.
Cambiamos la posición y fue la propietaria de mi miembro viril. Lamió mi glande. Se introdujo mi pene en su boca hasta que hizo tope en sus amígdalas. Lo fue sacando; dedicó su lengua a la cabecita. Se lo sacó entero y me tomó un testículo en su boca, luego el otro. Volvió a meter mi pene en la boca.
Yo no quería acabar en su boca aún. Y no lo hice.
Eugenia, te quiero cojer como es usual, como dios manda.
Cojeme como quieras. Esta noche soy toda tuya. Tu esclava si quieres.
Y nos pusimos en la posición más tradicional. Ella acostada boca arriba, con las piernas abiertas, ofreciendo con generosidad la vagina más espléndida de mi historia.
Me puse sobre ella y rocé con mi verga sus labios inferiores. Jugueteaba con ese contacto; pero ese jugueteo le provocó otro orgasmo. Ahí fue que se la puse toda entera en su conchita hermosa y latinoamericana. Se quejó apenas por el tamaño, le dolió algo, pero enseguida empezó a gozar.
Ummm Sergio, qué rico que me cojes. Dame más. Métemela más adentro. Qué linda verga que tienes. Me llena entera.
Ay Euge, tu conchita me aprieta la verga y me hace sentirte entera. Te siento toda mía.
Tuvo un orgasmo, enseguida otro, y otro más. Y yo que no soy de madera acabé y le dejé todo mi semen en su interior.
Tomamos unos tragos. Sólo había scotch, pero CHIVAS, y el hielo que había pedido otra vez.
En la cama bebíamos y hablábamos. Los temas eran cada vez más calientes. No hacía falta hablar para estar más calientes. Arrechos me decía Eugenia. Calientes le decía yo. Mi verga recuperó su mejor forma (bien dura) y como tiene voluntad propia me acosó.
Debía haber algo más. Le pregunté si había probado con u novio el sexo anal.
No sabía qué era eso.
Es mi pija en tu culo, toda adentro.
Me vas a romper toda, tienes una verga muy grande.
Si la recibiste bien y la gozaste en tu concha, te va a venir bien en el culo.
Nos seguimos besando y tocando. Me obsesionaba ese culito parado y turgente, tan lleno de vida. Y tan cerca de mi deseo.
No pensé en los anhelos de ella.
Empecé a calentar su culito como si fuera la meta más importante de toda mi vida. Con el infaltable gel lubricante pude poner dos de mis dedos en su interior. Con la mano izquierda acariciaba su clítoris bien duro y parado. Eugenia iba aceptando todo lo que le hacía.
Con ella boca arriba monté sus piernas sobre mis hombros y acerqué mi verga a su ano.
Con cuidado Sergio, no me hagas doler.
Haré todo lo que me pidas, si te duele mucho te la saco. No tienes más que decírmelo.
El culo de Eugenia estaba bien lubricado y algo dilatado ya.
Mi pija empezó a presionar hasta que le entró un tanto el glande.
Se quejó, pero no me dijo que parara y se la sacara.
Ante el tácito consentimiento empujé algo más, mientras acariciaba sus bellas tetas.
Le iba entrando poco a poco hasta que estuvo toda adentro.
La besé en la boca.
¿Te duele mucho preciosa?
Me duele, pero también me agrada. Sigue por favor.
Obediente como un soldado hice jugar mi verga en su interior.
La sacaba un poco y de inmediato volvía a meterla.
Ese culo era una maravilla. Me apretaba la verga más que una mano cerrada.
Tenía todo ese hermoso cuerpo para admirar y acariciar.
Mis manos viajaban de las tetas a los muslos, a las nalgas duras. Se detenían en el clítoris arrancando gemidos de placer.
Su primer orgasmo anal me estremeció la pija.
Ay Sergio, nunca pensé que me ibas a hacer gozar tanto con esto que es nuevo para mí.
Chiquita vine sólo para hacerte gozar.
Mi verga corría por su recto de adentro hacia fuera y viceversa.
Con su segundo orgasmo me sacó toda mi leche.
Pero seguí mi faena hasta que tuvo el tercero.
Al día siguiente estaba, de nuevo con su uniforme de camarera, sirviéndome el desayuno.
Mi congreso terminó, y me quedé una semana más. Sólo por estar con Eugenia y cojerla todas las noches.
Regresé a mi patria. Dos años después, enero de 2005, asistí a un congreso en Caracas.
La Doctora Alvarado Vélez me recibió en el aeropuerto junto a su padre. Estaba ya casada recientemente. Y más linda que antes.
Se hizo un lugar para pasar una noche entera conmigo.
Nunca nadie me cojió como lo has hecho tu.
Linda, el año próximo hay un congreso importante en Buenos Aires. Sería conveniente que asistieras.
Sergio.