La becaria (primera parte)
La protagonista entra a trabajar como becaria en una agencia de publicidad. Pronto se da cuenta de las intenciones que su jefa alberga hacia ella.
Entré a trabajar de becaria en una empresa de publicidad con 19 años. Cursaba por aquel entonces segundo de periodismo y no estaba muy segura de poder acabar la carrera por los problemas económicos que mi familia atravesaba. Pensaba de la manera más inocente posible que si me aplicaba como becaria tendría alguna oportunidad de que me hicieran un contrato en la empresa y así terminar de pagarme los estudios aunque para ello tuviera que hacer cada curso en dos o más años. Cuando empecé creía que me iban a poner a redactar textos publicitarios pero en lugar de eso me tenían de recadera y cuando volvía rendida tras recorrerme la ciudad además aprovechaban para pedirme que les trajera café, bocadillos o lo que se les ocurriera. Estaba tan cansada que no tenía ni fuerzas para protestar. Al cabo de dos meses lo único que conseguí fue que me pagaran la tarjeta del autobús. Estaba deprimida. Dedicaba muchas horas al día a la oficina y no aprendía nada. Además mis estudios se resentían. Ya iba a abandonar cuando me anunciaron que iba a trabajar como ayudante de la encargada de cuentas de clientes. Era una mujer que rozaba los cincuenta y parecía siempre preocupada leyendo los resultados de las campañas publicitarias y quejándose a todos los departamentos cuando lo ofrecido al cliente no se asemejaba a la realidad. En su despacho había una gran fotografía de su marido y sus hijos. Era una familia guapísima. O al menos así lo creí durante unos días, hasta que otra chica que había sido su ayudante me explicó entre risas que aquella no era su familia, si no la fotografía que vendían con el marco del cuadro. Me pareció extraño que alguien tuviera la fotografía de unos extraños como si fueran propios. Mi confidente se encogió de hombros y explicó que seguramente no había tenido tiempo de hacer una foto a su familia de verdad. Y que también era posible que no tuviera a nadie. Marisa entraba a trabajar a las siete de la mañana y terminaba cuando ya no quedaba nadie en la oficina. Cuando me marchaba la luz de su flexo era la única que iluminaba la oficina. Con aquellos horarios y su sempiterno semblante malhumorado era complicado que tuviera nadie a su lado.
Marisa me trataba con amable frialdad. Me tenía todo el día realizando hojas excel donde de forma meticulosa debía introducir los datos de largos listados. No entendía para qué servía todo aquello pero una vez introducidos los datos la mujer se pasaba horas confeccionando gráficas. Cuando los resultados se correspondían con sus deseos se mostraba feliz. En cambio, cuando le decepcionaban, se quedaba muda y pensativa. Trabajábamos en el mismo despacho durante horas pero no nos dirigíamos la palabra excepto en el momento en que me daba los listados o yo le comentaba que ya estaban introducidos en la hoja de cálculo. Al igual que me ocurría antes no aprendía nada pero al menos me dejaba tiempo libre para estudiar sin tener que esconderme de ella.
Estaba a punto de terminar mi contrato como becaria. Se acercaba el verano y dado que no me hablaban de continuidad prefería salir de allí y buscarme la vida aunque fuera como camarera. Algo encontraría en la costa y además remunerado. Marisa estaba especialmente feliz por aquellos días. Un cliente había quedado muy satisfecho con una campaña y por una vez para su gusto todo el mundo había trabajado bien. De repente me anunció que había hablado con Recursos Humanos y si quería continuar trabajando allí como su ayudante no habría problema en hacerme un contrato laboral. Por supuesto dije que sí. Significaba que no tendría trabajo solo durante el verano si no que podría compaginarlo con mis estudios y ayudar a mi familia. Además Marisa parecía una buena jefa y no como los otros jefes babosos de la agencia que parecían tener como única ocupación acosar a las becarias. Ella al menos los despreciaba. Dije que sí de inmediato y en cuanto tuve un minuto libre llamé a mi familia para anunciarles la buena noticia.
Mi primer sueldo cayó en mi familia como si nos hubiera tocado la lotería. Por primera vez tras el largo periodo de penuria respiramos más tranquilos. No era una gran cantidad pero suficiente para volvernos a colocar en el tren de vida que disfrutábamos antes del despido de mi padre. Estaba tan contenta que pensaba que Marisa era el ser más maravilloso que hubiera conocido jamás. Me hicieron un contrato de seis meses pero me aseguraron que una vez finalizado me harían fija o al menos por prorrogarían. Nunca hubiera imaginado que rellenar hojas de cálculo me llevaría a eso.
En verano no hice vacaciones y no osé pedirlas porque Marisa tampoco las hizo. Hubiera resultado raro que me tomara días libres cuando mi jefa, que además había luchado porque me quedara en la empresa, no las hacía. En casa llevábamos años sin hacer y desde hacía tiempo no tenía novio, así que no resultó un agobio para mi. El mes de agosto lo pasamos solas en la oficina. A la hora del almuerzo Marisa me invitaba a menudo a un restaurante de menú cercano porque desaprobaba que lo hiciera en la oficina. Decía que daba sensación de pobreza y que a ella le costaba muy poco pagar otro cubierto. Durante aquellos meses empezamos a intimar aunque sin perder la distancia. Cuando salíamos tarde me preguntaba si mi novio no se iba a enfadar y yo le comentaba que no tenía ningún novio en aquel momento. Sabía de mis amigos, de lo que me gustaba y disgustaba, de lo que pretendía en la vida. Me gustaba hablar y ella escuchaba sin emitir jucios. Cuando me atrevía a preguntar se mostraba muy reacia a hablar de su vida privada. Hablaba de "alguien" a quien había querido y ya no estaba (no supe si la razón era un divorcio o un fallecimiento) y poca cosa más. Era de esas personas que quieren saberlo todo de los demás pero no dicen nada sobre si mismas. Por suerte en el trabajo me empezó a explicar qué hacía con tantas gráficas y datos. La monótona inserción de datos en hojas de cálculo interminables empezaron a cobrar sentido para mi.
En Octubre Marisa tenía que hacer un viaje de negocios a Málaga y para mi sorpresa me dijo que tendría que acompañarla. No entendía muy bien cuál sería mi función pero me apunté sin preguntar más porque me guiñó el ojo asegurándome que me lo pasaría bien, que nos podíamos permitir gastar un poco de dinero a cuenta de la empresa ya que nos pasábamos media vida en ella.
Llegué al aeropuerto mucho antes que ella. La hora de partida se iba acercando y la gente empezó a embarcar. Marisa no aparecía por ningún lado y ya no sabía si debía subir al avión o quedarme en tierra. La llamé decenas de veces y no respondía. En la oficina todavía no había nadie. Fui dejándome adelantar con la esperanza de que llegara. Cuando solo me precedían dos personas y ya estaba desesperada sentí un toquecito en la espalda. Me di la vuelta y no la reconocí. Allí estaba ella tan tranquila, sonriente. La iba a abroncar por los nervios que me hizo pasar pero estaba tan cambiada que me dejó confundida. Marisa vestía siempre como una bibliotecaria. Incluso llevaba las gafas en la punta de la nariz. Y aunque casi nunca se maquillaba, aquel día se había transformado por completo. Había ido a la peluquería y se había quitado las gafas y pintado. Vestía una blusa con un escote en pico muy atrevido y una falda de piel brillante por encima de la rodilla. Advirtiendo mi sorpresa me explicó que para ver a los clientes era necesario ponerse guapa.
Llegamos a Málaga e inmediatamente nos dirigimos a ver al cliente. Pasamos toda la mañana en sus oficinas, en reuniones aburridas donde Marisa discutía los detalles de la campaña usando las famosas gráficas que le ayudaba a confeccionar. No sabía muy bien qué hacía allí porque tenderle las carpetas y los informes era demasiado poco para justificar el costo de mi pasaje. A eso de las 7 de la tarde el cliente nos condujo hasta el hotel. Le dijo a Marisa que nos recogería de nuevo a las 10 de la noche para ir a cenar. No sabía si era obligatorio ir pero no me apetecía. Me había dado cuenta que había mucha complicidad entre mi jefa y aquel hombre. No quería estar de nuevo como una convidada de piedra. Así se lo hice saber a Marisa nada poner los pies en el lobby pero dulcifiqué mi rechazo diciendo que tenía la regla y no me encontraba bien. Se mostró contrariada. A ella tampoco le apetecía ir a la cena pero hubiera sido descortés rechazar la oferta. Al llegar a la habitación me quedé un poco extrañada que hubiera una sola cama de matrimonio. Marisa captó mi extrañeza y me dijo que no había habitaciones de uso doble con camas separadas. Me extrañó bastante porque recordaba haberla solicitado de esa manera cuando hice la reserva directamente en el hotel y nadie me había dicho lo contrario.
- No te preocupes. Llegaré tarde y ya estarás durmiendo. Aquí la cena se prolonga más allá de medianoche.
Dicho esto se duchó para vestirse todavía más sexy que antes, con un vestido corto azul marino y un escote palabra de honor. Estaba realmente guapa, aparte de que su comportamiento había variado totalmente. De gastar media docena de frases al día como mucho pasó a ser parlanchina y simpática. Parecía que estuviera bajo el efecto de algún tipo de licor o droga. No sabía si la prefería como bibliotecaria o como una descocada vendedora.
Me quedé sola en la habitación. Llamé a mis padres desde mi móvil y luego cavilé si era mejor bajar a cenar algo o quedarme en la habitación y estudiar. No tenía hambre, así que abrí el libro sin mucha convicción. Duró cinco minutos en mi mano. Me puse el pijama y ya en la cama abrí el televisor. Recorrí todos los canales pero no echaban nada interesante. El hotel ofrecía varios canales de pago. Uno de ellos anunciaba una película que quería ver desde hacía tiempo. Otros dos ofrecían cine para adultos. Marisa me había dicho que podía gastar lo que quisiera si me apetecía cenar y pensé que por la mitad o menos de lo que me costaría una cena podría ver una película. A fin de cuentas ella había asaltado el minibar sin mirar siquiera el coste de las bebidas que había consumido.
Llegué a la pantalla de bienvenida del canal de pago e introduje el número de habitación. Hecho esto saltó a una nueva pantalla donde me avisaban que la acción conllevaba un coste y que si pulsaba "OK" aceptaba el cobro. Me lo pensé un segundo y acepté. Esperaba que mi acción no le pareciera a la jefa demasiado frívola. Empecé a visionar la película y de repente tuve una sospecha. Pasé a otro canal de pago y pude ver el programa que se emitía allí. Temiendo lo peor cambié de nuevo y allí estaba el canal para adultos mostrando en abierto una escena pornográfica. Asustada regresé a mi primera elección. No podía suponer que al realizar la compra todos los canales, incluso los eróticos, quedaban a mi alcance. Traté de eliminar la compra pero no había ninguna opción en el mando a distancia que me lo permitiera. Llamé a recepción y fingí haberme equivocado. Lo sentían pero no se podía eliminar el canal. Al cabo de 24 horas el sistema volvería a bloquearse. Suspirando, muy contrariada por mi error, continué viendo la película. Tal vez Marisa no se daría cuenta y además el cargo en la factura sería discreto y no mencionaría nada sobre los canales adultos.
En mi casa el sexo era un tema tabú. No se hablaba para nada de ello. Cuando empecé a salir con mi último novio mi madre, muy avergonzada, me pidió que no cometiera ningún error. Fue una conversación tan breve que cabría en dos líneas de texto. No se si por el miedo que me inculcaron, a los 19 años había hecho algunas cosas pero en lo esencial era virgen. Debía ser la última virgen de la facultad, pensaba. O la última que admitía que lo era. Y cuando lo dejé con mi último novio como el deseo había anidado en mi me tocaba suavemente para darme placer recordando sus manos y sus caricias. La curiosidad me hizo aburrir la película que tanto había deseado y aunque me conjuré para ver solo un par de minutos, al final cambié al canal erótico temiendo que en cualquier momento Marisa abriera la puerta y me descubriera.
La película era repugnante. Una mujer recibía la corrida de tres tipos. A uno de ellos le practicaba sexo oral mientras que los otros se masturbaban cerca de ella para asegurarse que el semen la cubría. En otra escena una mujer era sodomizada por un hombre negro que tenía una polla gigantesca. Simulaba placer pero aquello debía doler de verdad. No aguanté ni cinco minutos. Estaba punto de cambiar de canal cuando la película cambio para volverse interesante. En la pantalla aparecían dos mujeres jóvenes que se disponían a cambiarse en el vestuario de lo que parecía un gimnasio. Estaban solas y eran muy atractivas, no como los putones que habían aparecido hasta el momento. Hablaban entre ellas con risas y por un momento estuve tentada a subir el volumen aunque no lo hice por temor a que los gemidos inundaran de repente la estancia. Una de ellas se desnudó por completo. Tenía unos pechos juveniles y una buena mata de pelo en el pubis, algo extraño por lo que había visto hasta ese momento. Se dirigió a la ducha y la cámara se entretuvo un rato en sus senos de pezones erectos y en el vello púbico que mojado se rizaba en dos o tres mechones. Me preguntaba qué hacía su compañera en ese momento cuando el plano se abrió para responder mi duda. Allí estaba, también desnuda, contemplándola. Cuando se percató de su presencia la invitó a entrar en la ducha y ambas la compartieron. Seguían hablando como si tal cosa y no parecían estar participando en nada sexual. Se enjabonaban bien, cada una a lo suyo, hasta que la de la mata espesa se dió la vuelta para tender a la otra el gel y pedir que le ayudara con la espalda. A saber lo que entendería por espalda porque sus manos cubiertas de jabón fueron bajando hasta envolver en círculos las nalgas. La muchacha que recibía la ayuda se inclinó un poco y levantó el trasero separando un poco sus piernas. La otra se mordió el labio inferior para componer una cara de deseo y lujuria. A continuación el plano mostraba como su mano enjabonaban el sexo de su compañera desde detrás para que sus dedos alcanzaran el vello púbico y el primer gemido de su amante. Para entonces mi mano también tocaba mi sexo húmedo mientras mi boca exhalaba un primer gemido. La película parecía versar únicamente sobre encuentros sexuales entre mujeres, a cada cual más provocador y sugerente. No me consideraba lesbiana, ni siquiera bisexual, pero aquellas escenas me tenían realmente excitada. Me bajé los pantalones del pijama a medida que me masturbaba con más fuerza y con la otra mano me apretaba los pechos y pellizcaba mis pezones para ponerlos duros como piedras. Hubo un momento, entre oleadas de placer, que me olvidé dónde estaba y que compartía la habitación con mi jefa. Incluso fantaseé con que Marisa regresaba de la cena y viéndome de esa manera se acercaba a mi y me hacía las cosas que estaba viendo en pantalla. Pero todo era pura fantasía que por supuesto no iba a permitir que ocurriera. Cuando la película finalizó era casi la una de la mañana y la cama y mi pijama estaba tan desordenado como cabía esperar de una noche de desenfreno. Entonces volvieron los temores y rápidamente me duché, me cambié de ropa de interior y me vestí con un pijama que por desgracia no podía cambiar. Sonaron las dos y tras eso no recuerdo nada, así que caí dormida. Me desperté más tarde. El televisor estaba encendido y a mi lado Marisa, metida en la cama y medio incorporada, contemplaba la misma película de lesbianas que había estado viendo. Olía un poco a tabaco y alcohol. Ella no fumaba pero probablemente había estado en algún lugar o con alguien que sí fumaba.
- ¿Es esto lo que has estado viendo mientras estaba fuera? - me preguntó dibujando una sonrisa maliciosa.
Me incorporé con el rostro enrojecido, súbitamente despierta, y solté el rollo que tenía preparado desde que me di cuenta del error. Juré que no sabía que había la posibilidad de ver una película erótica, que había estado viendo una película "normal". Me escuchó impasible, con la misma sonrisa, como si no me creyera. Se volvió hacia la mesita y llamó a recepción. Estaba asustada, no sabía qué iba a hacer. Ni siquiera si estaba enfadada.
- Hola, buenas noches. Llamo de la habitación 401. Verá, cuando he vuelto de cenar he visto que en mi televisor se podía acceder a los canales de pago sin que yo
hubiera dado el visto bueno al pago. ¿Me podría decir qué película o películas se han visionado en este televisor en mi ausencia? - y como en recepción la pusieron en
espera me miró con la misma mirada de "ahora voy a saber la verdad".
Me quedé petrificada. Cuando colgó el teléfono me dejó sufrir unos segundos :
- No pasa nada por ver películas de ese tipo. Pero no me gusta que me mientan.
Me deshice en excusas. Ofrecí pagar de mi bolsillo el coste del visionado.
- No te preocupes, no pasa nada - dijo con un tono más amable y conciliador - Cuando voy sola a los hoteles también miro a veces estas películas. Lo hace todo el mundo. No te avergüences.
La película de lesbianas seguía en marcha como fondo a sus palabras. Me hizo saber que la iba a ver si no me importaba. Me sentí incómoda ante el anuncio. ¿Iba a hacer Marisa lo mismo que había hecho yo? ¿En la misma cama que compartía conmigo?
- Mírala conmigo - dijo de una manera seria, casi como si fuera una orden.
Me acurruqué en posición fetal, mirando aquello que ya había visto, sin atreverme a protestar.Estaba pasando algo que no era normal, que me incomodaba. Marisa bajó las luces y suspiró. Sin mirarme subió el volumen, como si atendiera a la película con genuino interés. Mi plan era dormirme o fingir que lo hacía. Llegó demasiado pronto una escena particularmente sensual en que una criada bañaba a su patrona. Marisa me pidió que me fijara bien. Lo hice, de reojo. Entonces mi jefa llevó su mano a la entrepierna para desabrochar los dos corchetes de su body. En la penumbra iluminada por la luz del baño distinguía perfectamente el perfil de su sexo liberado rodeado de una ténue aureola de pelos púbicos. Tragué saliva. Todo era culpa mía. En un movimiento rápido de sus caderas el body se arremangó hasta la cintura. Arrugué la sábana entre mis puños crispados y cerré los ojos. Entonces Marisa se revolvió hacia mi e intentó besarme. Sentía su cuerpo semidesnudo apretarse contra mis piernas. Me aparté como pude, defendiendo mis labios de su avance. Le dije que me había malinterpretado, que yo no era lesbiana. Me dijo que nadie se iba a enterar, que cerrara los ojos y pensara que era un hombre. Le supliqué que me dejara, que a mi no me gustaban aquellas cosas. Entonces me explicó que no me preocupara, que me iba a encantar y mientras decía aquello trataba de bajarme con las rodillas el pantalón de mi pijama. Empecé a llorar. Le dije que solo me gustaban los hombres y que era virgen. Pensé que era un escudo frente a su avance. Se detuvo mirándome fijamente a los ojos.
- No se si creerte. Antes me has dicho que tenías la regla y no era verdad. Te he pillado en dos mentiras el mismo día, ¿crees que puedo confiar en ti?
Se deslizó por mi cuerpo paralizado. Besó mi vientre y sin prestar atención a mis protestas bajó el pantalón y mis bragas para que su boca se llenara de mi sexo. Estaba enloquecida y mostraba una fuerza descomunal para una mujer en apariencia tan delicada. Hurgó por mi sexo abriendo los labios y mirando detenidamente,como si comprobara si en verdad era virgen. Le suplicaba que parara, que me dejara. Lo hizo. Volvió a colocarme la braguita y el pantalón y subiendo por mi cuerpo como una serpiente se enrosca al tronco de un árbol colocó su boca cerca de mi oreja. Me pidió perdón de forma poco sincera, como si hubiera quedado fascinada por mi himen intacto. Me abrazó. Dijo estar un poco bebida. Pero a renglón seguido me recordó que mi trabajo se lo debía a ella. Que buscaba desde hacía tiempo una amiga íntima y le había gustado desde que entré por la puerta de la agencia. Que no me iba a forzar a nada pero le resultaba difícil contenerse en mi presencia. Que lo pensara bien porque tenía muchas cosas en juego. Y luego, tras un silencio sólo roto por mi llanto, me hizo la confesión más brutal posible : su mayor ilusión era poder desvirgar a una mujer, quería ser la primera que me penetrara.
Me quedé horrorizada pero no le dije nada. Le pedí tiempo para pensarlo aunque más bien fue tiempo para tal vez iniciar una huida. Me di la vuelta en la cama y ella hizo lo mismo. El televisor siguió emitiendo los mismos jadeos sin que nadie la mirara, como si reclamara atención. Al final Marisa la apagó y el silencio incómodo de la violada y la violadora inundó la habitación.
Al regresar a la oficina Marisa volvió a su ropa informal, a sus gafas al borde del precipio de la nariz y a su ensimismamiento mirando una y otra vez las gráficas. Apenas cruzábamos palabra y como ya no comíamos juntas pareció que todo volvía a ser lo que fue. Fue un espejismo breve. El viernes, antes de marchar cuando ya cruzaba la puerta de su despacho para entrar de lleno en el fin de semana, levantó la vista y me miró :
¿Has pensado en lo que te dije?
Aún lo sigo pensando.
No tardes. La semana que viene se decide si te renovaremos el contrato.
El sábado siguiente acompañé a mi madre a comprar al supermercado. No había querido abordar el tema con mis amigas y mucho menos en casa con mi padre por en medio. Parecía absurdo buscar intimidad en un supermercado pero no había otro lugar donde hacerlo. Mi madre se ponía de todos los colores cuando le expliqué el avance sexual de Marisa. Pensó en un principio que la propuesta procedía de un hombre de la oficina. Tuve que repetirle varias veces que era Marisa quien me acosaba sexualmente. Entonces me preguntó si yo era lesbiana, bisexual y me había vestido de una forma demasiado provocadora. Era como si estuviera hablando con una desconocida. Mi madre sabía perfectamente que era heterosexual, que me gustaban los hombres y si no tenía novio en ese momento era por otros motivos. No, desde luego que no era lesbiana. Y más bien vestía como una monja. Entonces me dijo que hablara con alguien de la oficina y explicara la situación. O que denunciara los hechos. Le dije que era probable que entonces fuera despedida y volveríamos a la situación anterior. Entonces ocurrió algo que no esperaba. Mi madre suspiró y miró el carrito de la compra lleno hasta arriba del todo. Puede que fuera casualidad o no tuviera nada que ver, pero tras un silencio reflexivo me dijo :
- A ver, nena, ya sabes lo mal que lo hemos pasado. A ver, entre dos mujeres "eso" no es tan tremendo. No te puedes quedar embarazada...Se hacen muchas cosas que no gustan, ni siquiera con tu padre es así. Piensa en todos nosotros. Ya se que suena mal, pero a veces hay que hacer sacrificios. Por tan poca cosa...no se cariño, tu decides. - y entonces empezó a mirar la estantería de las conservas para huir de mi mirada.
No respondí nada pero mis ojos llorosos mostraban una decepción infinita. El lunes, nada más entrar en el despacho, le dije que aceptaba. Le hice prometer discreción. Marisa sonrió. Nadie de la oficina sospechaba nada de sus inclinaciones y nadie se enteraría de lo nuestro...CONTINUARÁ