La becaria (II)

Mi becaria y yo continuamos nuestro juego y disfrutamos de otra sesión de hotel.

En la oficina nos recreamos día tras día en nuestro secreto. El recuerdo de nuestra escapada al hotel es reciente e intenso. Cualquier gesto leve me trae a la mente la imagen de tu cuerpo desnudo. No dices nada pero lo dices todo. Tus ojos son dos ascuas.

Cada vez que coincidimos juegas discretamente a quitarte y ponerte los anillos. Te las arreglas para participar como si nada, soltando ideas ingeniosas. Alguno de tus compañeros me lo comenta:

-       Da gusto trabajar con ella. Especialmente estos días está a tope.

El jueves regresamos de visitar a otra empresa. De camino aclaramos un par de dudas, pero pinta bien: les ha gustado mucho nuestro trabajo y tendremos un nuevo contrato.  Es un buen día.

-       Habrá que celebrarlo – dejo caer. Pienso también en el equipo, pero va con segundas.

Contienes la sonrisa.

-       Esto me pilla un poco de nuevas. Normalmente yo llevo la iniciativa, pero contigo…

Sonrío por toda respuesta y juego a no responder. Tu comportamiento me chocaba por tu personalidad activa. Hasta que entendí que para ti es un juego: nuestra relación se estableció conmigo dándote órdenes, tú cumpliéndolas de forma impecable y recibiendo mi reconocimiento.

Los dos empezamos a curiosear, para ver hasta cuándo eres capaz de mantener esa actitud, hasta dónde estás dispuesta a llegar, hasta dónde estoy dispuesto a llevarte. Te entregas voluntariosamente a nuestro círculo privado y vicioso.

En el ascensor subo mi mano por tu espalda, hasta tu cuello.

El viernes apareces en la oficina con la misma camisa que llevabas en la habitación del hotel. Cruzamos miradas y no hace falta más. Te estás ofreciendo.

Tenemos una reunión. Durante una de las presentaciones, en la penumbra, nos miramos. Me encantaría follarte ahí mismo, sobre la mesa. Deslizo los dedos discretamente sobre la superficie.

Tú colocas los codos sobre la mesa y arrastras el culo hacia atrás en la silla. Contemplas la presentación como si fuera muy interesante, pero tu mensaje está claro. Me imagino tu cara sobre la mesa mientras te enculo. Casi puedo escuchar los gemidos que se te escaparían en cada clavada.

Al terminar la presentación, todavía delante de todos, te pido:

-       Por cierto, ¿preparar la misma entrega que la semana pasada?

-       Claro, ¿todo igual? – respondes sin inmutarte.

-       Sí.

-       Claro, luego te lo envío.

Al rato recibo un mensaje. Un número de tres cifras.

Camino por el pasillo del hotel cuando me suena el teléfono. Es raro que me llamen a esa hora:

-       ¿Sí?

-       Perdona que te llame a estas horas – se disculpa un compañero. – He visto una cosa y no sabía si sería urgente. Lo quería consultar contigo.

A las pocas frases me doy cuenta de que no es importante, pero alargo la llamada y llamo a la habitación. Miras el teléfono y cierras con cuidado la puerta. Paso a tu lado tranquilamente, te beso y dejo mis cosas.

En el silencio de la habitación puedes escuchar la voz del teléfono y entender la mayoría de lo que dice. Por tu expresión sé cuándo has reconocido a quien llama. Es un compañero tuyo del día a día, que reconocería rápidamente tu voz. Abres los ojos y contienes la respiración, en tensión. Te indico con un gesto que te quedes donde estás.

Desabrocho un poco tu camisa, hasta ver tu sujetador. Llevo toda la semana deseándolo. Sin soltar el teléfono meto los dedos en una copa y busco el pezón. Lo acaricio con suavidad, mirándote a los ojos. Luego doy un pequeño pellizco y aprietas los dientes. No sé cuánto ha sido de dolor o de placer, pero tu pezón se ha endurecido entre mis dedos.

-       Voy a ponerme algo de beber – digo al teléfono. – No, no te preocupes, no tengo prisa.

De camino a la butaca hago repiquetear los dedos sobre la botella que tenemos enfriando. No hace falta más. En el mayor silencio me sirves una copa y me la tiendes. Disfruto del trago y me reclino en el asiento.

-       Perdona un momento que me quite los zapatos. – Y luego añado, mirándote: – Tengo los pies hechos polvo.

Te arrodillas sin decir palabra, me descalzas y suavemente me masajeas los pies. De repente el compañero menciona tu nombre. Retiro un poco el auricular de la oreja, para que escuches cómo halaga tu trabajo y tu dedicación.

-       Sí, sí, muy bien… ¿Qué te ha parecido la propuesta que ha redactado?

Me desabrocho el pantalón y tú me lo retiras. Extiendo la mano hacia tu cara y, cuando te acercas, te cojo de la nuca. Despacio te empujo hacia mis calzoncillos. Cuando retiro la mano para tomar la copa, tú misma sigues empujando a mi entrepierna, oliendo y besando mi ropa interior con devoción. Hace tiempo que me molesta la erección. Cuando bajas los calzoncillos la polla rebota fuera del elástico. Abro las piernas y me la envuelves lentamente con tus labios.

Al otro lado del teléfono la voz exclama:

-       Da gusto. Es una tía lista y comprometida. Tiene una dedicación que no se ve mucho. Y cuando le encargas algo no se queda en la superficie; se mete hasta el fondo.

A este lado de la línea nos aguantamos la risa. El comentario te ha pillado con la boca llena de polla.

-       Sí – respondo. – Da igual lo que le eches, se lo come.

Empujo hacia arriba con las caderas y un poco de saliva se te escapa por la comisura de los labios. Lo recoges con la lengua y sigues chupando.

-       Bueno, seguimos el lunes. – Me despido y cuelgo.

Me relajo con la copa en la mano, contemplando tu cabeza subir y bajar, mi capullo brillante entrando y saliendo de la boca.

-       No tragues saliva – te corrijo.

La saliva empieza a acumularse en tu boca y tú haces esfuerzos para seguir chupando sin que se salga.

-       Escupe en la punta.

Por tu mirada veo que es otra cosa que tampoco has hecho. Te da reparos. Pero a eso has venido aquí. Tras ese instante de duda escupes lentamente toda la saliva encima de mi glande y se escurre perezosamente hacia abajo.

-       Chupa.

Tus labios siguen recorriendo mi tronco arriba y abajo, empujando la saliva en sus recorridos. Te la saco y te la restriego por la cara, guiando tus lametones a mis huevos. Percibes mi excitación y tu aliento se acelera.

Te pongo de pie y abro tu camisa. Beso y muerdo tu pechos, tu hombro, tu cuello,… hasta que nuestros labios se encuentran y nos falta el aire.

-       Desnúdate.

Como eres una chica aplicada, te quitas toda la ropa y la dejas doblada sobre la mesa. Luego también te quitas los anillos y los pendientes. Al girarte me encuentras desnudo y erecto, con mi cinturón en la mano. Tu primera expresión es un poema, a mitad de camino del miedo y el morbo. Creo que es la primera vez que dudas de abandonar el juego.

Cuando el cuero te toca por primera vez das un respingo. Camino a tu alrededor, dejando que la punta del cinturón acaricie tu cuerpo. Incluso lo balanceo para que suavemente te toque por debajo, sobre los labios de la vagina.

Te hago el gesto de ceñirte el cinturón en el cuello.  Te acercas dubitativa y durante un segundo el tiempo se detiene. La última mirada que me dedicas antes de capitular es la de un animal salvaje. Luego bajas la mirada y acercas el cuello con un suspiro.

-       Quiero comerte el coño. Túmbate en la cama y abre las piernas.

Es mi primera orden desde que te he colocado el cinturón y quiero que te quede un buen recuerdo. Pero espero a que lo hagas, a que te expongas a mí y a la habitación vacía. Después me acerco y te lamo los muslos despacio, acercándome cada vez más a tu centro. Recorro tu vagina arriba y abajo con la punta de la lengua, buscando tu botón para succionarlo. Mi lengua entra en ti y acaricia tu entrada, mientras mis dedos abren tus labios para hacer camino.

-       ¿Te gusta?

-       Sí, sí.

-       ¿Sí, qué?

-       Me gusta que me comas el coño.

-       Dilo otra vez – te pido, mientras mi lengua aletea sobre tu clítoris.

-       ¡Me encanta que me comas el coño!

Levanto tus piernas y las sujeto colocando las corvas en tus propias manos. Tu coño está completamente abierto y expuesto para mí. Lamo y escupo sobre él, asegurándome de que no pierdes detalle.

Escucho tu respiración cómo aumenta tu humedad. Cuando estás a punto de correrte me coloco sobre ti. Despacio pero sin parar entro en ti hasta el fondo. No te lo esperabas y en esta posición la punta de mi polla te alcanza muy hondo. Aguantas con un gruñido y con los ojos muy abiertos. Te beso y me muevo despacio, en círculos, como queriendo ensancharte. Poco a poco salgo y vuelvo a entrar, el recorrido completo y, cuando toda la longitud entra y sale brillante, aumento la velocidad.

La meto duro y hasta el final en cada estocada. Y cada vez mis huevos chocan en tu culo. Tu piel blanca se pone roja y das bocanadas para tomar aire.

-       Sí, sí, sí, sí– exclamas cada vez que mi polla te saca el aire.

Te abro la boca con los dedos y los lames como si fueran tu primera comida. Los humedezco con tu lengua y luego busco tus pezones. Los acaricio y tironeo una y otra vez y vuelta a tu lengua.

Mi lengua juega sobre la tuya. Reúno saliva en mi boca y te miro, avisándote.  Tu asientes con las mejillas enrojecidas. Me inclino sobre ti y muy lentamente dejo caer mi saliva sobre tu lengua, para que se escurra hacia tu garganta. Tragas y luego vuelves a abrir la boca, ofreciéndomela. Solo que esta vez son mis dedos los que la ocupan, mientras te clavo la polla una y otra vez.

-       Ya, ya, ya, ya…- mascullas entre mis dedos.

Siento tu corrida, pero no solo no paro, sino que acelero hasta arrancarte algún gritito de sorpresa. Cuando recuperas el aliento te doy un último empujón y salgo de ti.

Tus piernas quedan vencidas a los lados y tus tetas todavía suben y bajan por la respiración. Me levanto a tomar un trago y recuperar el aire.

-       Pídeme lo que quieras – dices.

Me acerco a uno de los lados de la cama. Luego, sin previo aviso, dejo caer lo que falta de la copa sobre tus pechos. El frío te eriza aún más los pezones y me miras con sorpresa. Tiro del cinturón para indicarte que te muevas, hasta que tu cara queda junto a mi polla. La coloco sobre tus labios y me la chupas con verdadera devoción, buscando regalarme el máximo placer. Tu lengua la recorre ansiosa   como un caramelo; atrapas mi capullo con los labios y lo succionas; te la clavas todo lo que puedes, hasta la garganta, para jugar luego poniéndola por dentro de tu mejilla; te golpeas la cara con ella y la contemplas con veneración; escupes una y otra vez sobre mi rabo porque sabes que me gusta, hasta que tu propia cara está brillante de saliva. Incluso te elevas hacia mí y abres la boca, pidiendo que deposite un escupitajo en ella. Y en cada uno de tus actos me miras esperando mi confirmación, deseando conseguir que me corra.

-       ¿Alguna vez se te han corrido en la cara?

-       No, ¿te apetece hacerlo?

-       Baja las manos y abre la boca.

Te sujeto con el cinturón, te doy un par de empujones de cadera y me corro. Hago un esfuerzo por mirar y ver cómo los dos primeros trallazos te cruzan la cara de leche caliente. Luego te la clavo en la boca, todavía palpitando, cierro los ojos y tengo que apoyarme porque me tiemblan las piernas.

Tú, diligente y cumplidora como siempre, acaricias mi glande con la lengua, mientras deja los últimos borbotones de lefa en tu boca. Cuando al fin la erección mengua, me llenas la polla de besos y me miras con la alegría de un trabajo bien hecho.