La becaria

Cita con la becaria en una habitación de hotel

Veo tu  mente expectante, ávida. Tu mirada me contempla desde abajo. Estás sentada en la cama y sigues mis palabras y movimientos.

Paseo por la habitación, diseccionando qué hacemos allí. Tú estás sentada, con las manos sobre las rodillas, un poco descuadrada por la situación, pero anhelante y servicial como siempre.

Te has arreglado tal y como te pedí. Seguro que has puesto el mismo rigor que en el resto de cosas que te indiqué. Estás acostumbrada a cumplir con mis instrucciones en el día a día. Pero ya desde que nos conocimos, tu mirada me dijo algo más.

Contemplo tu tensión, tu contradicción. Por un lado, tu excitación y tu atracción son evidentes. Pero te cuesta llevar a la realidad tus deseos. No sabes bien cómo y te cuestionas si es apropiado.

-       ¿Qué quieres? – preguntas con esfuerzo.

-       ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí? Has alquilado la habitación, te has maquillado…

-       Tú me lo pediste – protestas, pero te arrepientes de esa respuesta.

Eres lista y sabes que no me refería a eso. No te respondo y el silencio te agobia.

-       No lo sé – cedes al fin.

Te contemplo hasta que bajas la mirada.

-       Quería que nos viésemos a solas.

No creo que pueda sacarte más de momento.

-       Ok. ¿Estás bien?

-       Sí – exhalas – o no. Un poco nerviosa porque…

-       Levántate – te tiendo la mano.

Te beso en cuanto te levantas, sin darte tiempo a pensar. Nuestro primer beso.

Me ofreces la boca, pero tus brazos siguen en tus costados, sin saber qué hacer. Busco tu lengua inexperta con la mía, invadiendo tu boca y marcando el ritmo.

Beso tu cuello y tu oreja y escuchando tu respiración acelerada. Apoyo mi cuerpo sobre el tuyo hasta que tu espalda descansa en la pared.

Cuando me separo, tu cara queda vuelta hacia arriba, tus ojos cerrados todavía unos instantes. Estás entregada.

-       Quítate los zapatos.

Me encanta: con la excitación no aciertas a quitártelos. Y te pones nerviosa porque no quieres cortar el momento. Con mi mano en tu cuello y mi pulgar sobre tus labios, te desabrocho el pantalón. Haces además de ayudarme, pero te contengo.

-       Quieta.

La orden ha sido ambigua. Quiero comprobar hasta dónde llega tu docilidad. ¿Cuánto crees que te he pedido? ¿Cuánto serás capaz de aguantar sin moverte?

Tus pantalones caen al suelo. Acaricio despacio el contorno de tus bragas, por delante y por detrás. Desabrocho tu camisa lo suficiente para dejarte el escote a la vista.

Tu cara está roja y respiras agitada. Contemplas una mano que pasa entre tus pechos y se posa en la piel desnuda de tu ombligo; se cuela bajo las bragas y empieza a acariciarte.

Tu excitación es máxima. La juventud te enciende los sentidos. Tu humedad encharca mi mano rápidamente.

-       ¿Te gusta?

-       Sí – susurras con los ojos cerrados.

Pero me aparto de ti.

-       Ven aquí.

Es algo cómico verte dar pasitos con los pantalones por los tobillos.

-       ¿Qué quieres? – te pregunto mientras te acaricio las bragas.

-       Que me toques – respondes con un quejido.

-       Pídemelo – mis manos bajan tus bragas.

-       Tócame – echas las caderas hacia delante buscando mis dedos.

Recorro tu coño estrecho con dos dedos, rozando la entrada y disfrutando cómo cada vez que entro en ti estás más mojada y abierta. Estás deseando correrte.

Cuando tu orgasmo está cerca te doy la vuelta, de cara al vestidor. El espejo te devuelve la imagen de una chica de veintitantos, con el gesto desencajado por el placer, las bragas bajadas y el peinado revuelto. La visión te perturba y tu primera reacción es retirar la mirada.

-       Mírate – te ordeno con mis dedos frotando tu clítoris. Primero de forma pausada y luego más y más rápido.

Con la otra mano te levanto la camisa y el sujetador y te sujeto los hombros.

-       ¿Te vas a correr?

-       Sí.

-       Dilo cuando te llegue.

Estás cohibida todavía. Pero lo que más deseo en este momento es escuchar la entrega de tus labios. Las piernas te tiemblan y siento más flujo en la mano.

-       Ya, ya,.. me corro – confiesas bajito antes de dejarte ir con un gruñido. Luego te deshaces en mis brazos.

Te dejo sobre la cama con los últimos espasmos.

-       Uf – sonríes.

Te beso despacio y meto mis dedos húmedos en tu boca, para que saborees tu propio placer. Poco a poco nos quitamos la ropa y vamos de la mano a la ducha.

-       Quítatelo todo - te digo viendo tus anillos.

Me miras extrañada, pero te quitas el par de anillos y la cadenita que llevas. Nos acariciamos bajo el chorro de agua. Pongo jabón en tu mano y no tengo que decir nada: tú sola enjabonas mi pecho hasta llegar tímidamente hasta mi polla. La acaricias arriba y abajo con los dedos, sin apretar.

Te agarro de la nuca despacio, te acerco y te como la boca. Tu mano traslada el apretón a mi polla.

-       Así me gusta.

Sin soltarte el cuello te empujo hacia abajo, hasta que te pones de rodillas y me la chupas. Me encanta ver como el capullo desaparece entre tus labios y de vez en cuando te doy algún golpe de cadera para meterla hasta la garganta. Aguantas sin rechistar, aprovechando de cuando en cuando para tomar el aire que puedes bajo el chorro de agua.

-       ¿Te gusta?

-       ¿El qué? – te pico.

-       Lo que te hago, ya sabes.

-       ¿Qué haces? ¿Me chupas la polla? Dilo.

-       Te chupo la polla.

-       Sí, me gusta cómo me la chupas. ¿A ti te gusta?

-       Sí – y luego añades– Me gusta chuparte la polla.

Te la empujo dentro y bombeo despacio pero profundo, hasta que tu mi glande choca con el final una y otra vez. No te retiras, aunque claramente no estás acostumbrada. Todo lo contrario, una de esas veces paro para tomar aliento y tú misma empujas mi rabo dentro de tu boca, como para intentar pasar más allá y meterla en tu garganta. No lo consigues, pero tengo que contener las ganas de correrme solo por verte intentarlo.

-       ¡Ah! No puedo – exclamas al final cogiendo aire.

-       Ven.

Salimos y nos secamos.

-       Vamos a probar una cosa.

-       Lo que quieras. – Se te escapa.

Te tiendo en la cama boca arriba, pero tiro de ti hasta que la cabeza queda fuera y cuelga hacia abajo. Te beso para tranquilizarte.

-       Así entra mejor.

Luego me acerco despacio al borde de la cama y mi capullo queda tocando tus labios. No puedo ver tus ojos, pero sé que ahora mismo estás contemplando mis pelotas. Me encanta ver tu cuerpo así, al revés. Me inclino y beso tu vulva, saboreo su humedad y lamo su entrada y su clítoris. Siento tu respiración en mi polla cuando la engulles levantando la cabeza.

-       Espera. No te muevas.

Penetro tus labios y cuando noto el tope, busco la abertura de tu garganta. Tardo un poco, y tengo que dejarte respirar y escupir un par de veces, pero al final, poco a poco a poco, centímetro a centímetro, mi rabo queda encajado en tu garganta. Solo puedo moverlo con cuidado unos instantes, antes de sacarlo y dejarte toser y tomar aire.

-       ¿Has visto como sí entraba? – te digo mientras te levanto.

Te tiendes a mi lado y tu mirada ha cambiado mucho. Pareces estar alucinando de lo que acabas de hacer, de lo que estamos haciendo. Tus ojos van inevitablemente a mi erección. Me empiezas a pajear con fuerza y tu pierna frota nerviosa la mía.

Estás como loca porque te folle. Y yo estoy como loco por follarte, pero quiero alargar el momento.

-       Quiero ver cómo te tocas.

Tienes tantas ganas que no dices nada y te acaricias un pezón. Luego tus dedos se escurren hasta tu clítoris y lo pellizcan. Me contemplas esperando una orden, como un perro el palo de su amo.

Pero no te doy esa orden. Sé que sientes en tu mano el palpitar de mi polla que cada vez está más gorda y más dura. Y siento por tu respiración y la urgencia de tus dedos que te queda poco para correrte. Y tu mirada se torna en extrañeza de que vayamos a terminar así, aunque lo aceptas como aceptas todo lo que te pido. Aceptas lo que quiera pedirte o hacer contigo, no solo en el trabajo sino, como tu mirada me dijo desde el primer día, en toda situación.

Y cuando ya he confirmado hasta eso mismo, te ordeno:

-       ¡Móntate!

Te subes encima y ambos sentimos cómo te dilatas. Mi polla entra entera y apretada. No la sacamos ni un milímetro y el orgasmo nos llega implacable.

Sé que la guinda de tu corrida es sentir cómo me derramo, el placer que te da saber que has cumplido mis deseos. Veo tu cuerpo estremecerse, cierro los ojos y me descargo en tu interior.

Otro día nos encontramos en la oficina, a la vista de todos, y te pediré algo. Tú, como siempre, me responderás:

  • A tus órdenes.