La batalla del Convento

Siglo XIX. Un teniente en las guerras continentales y de la desgracia de la batalla lo rescatan del convento cercano y lo demas deben leerlo.

Eran tiempos difíciles aquellos días de mi juventud. Sobre todo el continente se cernía el clima hostil del enfrentamiento militar y un joven de mi edad (míseros 16 años por entonces a comienzos del siglo XIX), marcaban la entrada abrupta al mundo adulto con el llamado a enrolarse en las abultadas filas del ejercito Napoleónico. Los juegos en la campiña con otros jóvenes, las labores del campo y la cosecha habían quedado atrás y el temor se apoderaba de cada célula de mi cuerpo y escondía en la médula de mis huesos.

Habíamos marchado por tres días sin descanso para tomar posiciones en la batalla y la brigada se formo sobre aquella colina con una vista esplendorosa del amanecer dibujado tras las siluetas de los eucaliptos y confieras de aquel bosque distante haciendo parecer que un ejercito de gigantes se acercaba a nuestros puestos para una carga bestial y el temor se hizo más profundo.

En contraste con aquella espesura y sobre nuestro flanco derecho se alcanzaba a distinguir dos o tres casas que indicaban la proximidad de aquel pueblo y majestuoso como ninguna otra construcción estaba aquel convento de hermanas que siglos antes había sido una construcción fortificada y su piedra gris llena de musgos le daban una tonalidad tan particular a aquella imagen y de fondo, los cantos de una dulce voz elevaban salmos de gloria a un dios que parecía habernos abandonado.

Los uniformes del enemigo de un color blanco como la pureza y rojo brillante como un mar de fuego se disponían a una distancia de seiscientos metros en tres secciones claramente diferenciables frente a nosotros. Una, Dos y Tres salvas de la artillería iniciaron el combate impactando a tan solo escasos ochenta metros de nuestro flanco izquierdo y entonces sonó estridente la voz de nuestro Comandante, el Coronel Jaques Deveraux, ordenando la marcha al enfrentamiento.

Nuestra insignia al centro avanzaba sin contemplación y todos nosotros le seguíamos de cerca en ordenada formación y de pronto un silbido en el aire que se agudizaba a cada instante, instintivamente alce la vista buscando el origen del sonido y cuando creí distinguirlo deje de oír, todo se cubrió de un color ocre, las formas eran de color rojo y poco a poco deje de distinguir las formas en el mas profundo negro cual abismo interminable. Después, tan solo la nada. Nada de ruidos, nada de movimiento, nada que distinguir y perdí el conocimiento.

Lo siguiente que recuerdo es aquella habitación en penumbras donde desperté. Un candil estaba sobre aquella repisa y su flama parecía extinguirse a cada instante agitada por una suave brisa que entraba desde la ventana con barrotes donde las estrellas parecían amontonarse en un cielo claro u limpio como jamás había visto.

El catre de madera era de una dureza sin igual y tan solo un cojín de lana bajo mi cabeza brindaba el confort necesario para mi convaleciente cuerpo. Un dolor agudo atravesó mis sienes e instintivamente lleve mis manos a la cabeza y al tomarla descubrí el vendaje precario que la cubría. Quite la manta de gruesa lana marrón que me cubría e intente ponerme de pie.

Mis botas habían sido retiradas. Luciendo sólo unos calcetines, mis pantalones blancos que por entonces parecían de color gris por la tierra, el verde de la grama de pasto del campo de batalla y algunas manchas oscuras de sangre reseca y una camisa de lino blanco, me sente en el lecho y trate de incorporarme. Vano intento el mío, pues así como me elevé caí de bruces hacia la puerta impactando en el suelo frente a esta y yací inmóvil por varios minutos sin más fuerzas que las que me permitieran respirar y mantenerme vivo.

La puerta se abrió y una sombra color negro se acercó a mi. La voz que podría describir como perteneciente a un ángel sonó a mi lado en furioso grito de socorro. "Madre Superiora! Hermanas, vengan. El soldado a despertado Madre, vengan! Y un par de minutos después entre cuatro mujeres todas luciendo sus hábitos de monjes me cargaron y colocaron nuevamente en el catre.

Intente hablar pero no pude. Una mujer mayor, cuya edad calculo en unos cuarenta y cinco, tal vez cincuenta años, se sentó a mi lado con pausada voz intentó calmarme y repitiendo "Descansa hijo mío, descansa, aquí estas a salvo de todo" e intentando bajar mi fiebre con un paño frió y húmedo quede adormilado por un tiempo que no puedo precisar.

Volví a despertar aquella mañana con el ruido de la puerta de mi habitación al crujir cuando se abría y una joven en sus hábitos de clérigo se acercó a mi cama y sonriendo me saludo con su dulce voz diciendo "Buenos días soldado" "Al fin despierta de su convalecencia"

Sonreí alegre de encontrarme entre el mundo de los vivos y de aquella mujer sólo su rostro era claramente visible y jamás podré olvidar la belleza de ese ser resplandeciente. Sus ojos eran de un color ámbar, con pequeñas vetas mas oscuras como su fueran las líneas del pelaje de un tigre entre la maleza de la selva. Sus cejas oscuras y abundantes los hacían resaltar como el marco a una pintura del renacimiento. La nariz tenia una leve curvatura en la parte superior pero era delgada y armonizaba con el pálido color de la piel de esa mujer. Su boca era amplia y en su sonrisa se advertían todos sus dientes de un blanco perlado inigualable y que la diferenciaban de aquellas hembras que había por los campos de mi hogar donde tan solo tres o cuatro dientes oscuros eran el tesoro de la mas bella de ese sitió. Los labios tenían un color rosado que era un claro contraste con el resto de su palidez y junto a los ojos eran el único color de aquel rostro amigable que me miraba sin dejar de sonreír.

Volvió a hablarme y dijo: "Descansa soldado, debes reponer las fuerzas. Fuiste herido en la batalla y abandonado porque te creyeron muerto y junto a las hermanas del convento te encontramos, te trajimos y te curamos." Intenté Balbucear unas palabras "Ehh yo ... donde han ido ..." pero ella de inmediato colocó dos de sus largos dedos sobre mi boca y acallándome con un "SSSShhhhhhh, no hable, Ud. Esta muy débil" se incorporó para acomodar mi lecho de convalecencia. Bajo mi atenta mirada ordenó las cosas de ese cuarto, una silla, una mesa, el candil sobre la repisa, doblo mis ropas del uniforme y puso junto a mi un caldo y una hogaza de pan y antes de retirarse dijo: "Intente comer algo, le caerá bien" y como llegó se marcho cerrando tras de si la puerta de la habitación.

No se cuando retiraron el servicio de aquella comida que casi no pude tragar. Dormí por otras 24 horas o más y al día siguiente ya mas repuesto amanecí con una fuerza en mi cuerpo que no notaba desde hacía mucho tiempo. Ese día mi ángel de la guarda otra vez vino en mi rescate con más caldo, pan, unas verduras y un trozo de carne hervida que me supieron a gloria y me dejaron casi a nuevo y digo casi porque en mi cabeza aun se aloja aquella esquirla de la granada que explotó tan cerca mío que casi me la arranca del cuerpo aquel día en el fragor de la batalla.

Permanecí en mi habitación por largas horas intentando recordar lo ocurrido y en todo ese tiempo nadie volvió a entrar a verme. Con una puntualidad rigurosa cada dos horas se oían por todos lados las voces del coro de aquellas monjas entonando los salmos y rezos a dios y se acallaban como habían iniciado una hora más tarde. Al caer el sol y no volver a oír los cantos intenté salir de mi cuarto para recorrer el lugar, caminé por un pasillo, atravesé una gran sala y descendí las escaleras hasta lo que parecía ser una gran recepción junto a un portón inmenso que marcaba la entrada al lugar.

Tome aquel pasillo y encamine hacia el fondo. A medida que me acercaba percibí la vos de mi ángel guardián conversando con otra mujer. Continué mis pasos hacia la puerta de la derecha desde donde por la abertura salía el resplandor de la luz de las velas. A medida que me acercaba las oí con más claridad cuando decían: "Si hermana Inés, si es un joven bello pero recuerda que estamos en la casa de Dios" y la voz de que ya me era conocida respondía "Es que no puedo controlarme hermana Magdalena, cuidarlo todos estos días, verlo a diario han despertado cosas en mi que no sabía que existían"

No entendía todo lo ocurría. Mi mente tan sólo podía razonar que ahora la voz de mi ángel tenía nombre y era Inés. Seguí la conversación sin darme a ver por aquellas dos mujeres. Entonces Magdalena tomo nuevamente la palabra y hablo: "Vaya Inés y dime, que es lo que te sucede, que cosa tienes, que es lo que te hace sentir" y la voz de Inés pobló la habitación donde estaban con una alegría inconmensurable. "Hermana Magdalena, el teniente me hace sonrojar cuando lo veo. Mis impulsos toman el mando de mis musculos y aunque no quisiera, mis manos le acarician el rostro con una pasión que jamás había sentido. En mis entrañas crece un cosquilleo que me inquieta y el contacto de su piel en la yema de mis dedos eriza cada cabello de mi cuerpo haciéndomelo notar bajo el hábito y aunque no pueda verme siquiera."

"Vaya, Vaya. Eso si que es sentir Hermana Inés" dijo Magdalena y agregó: "Pero Hermana Inés, no habrás pecado, verdad?".

"Pecado. Dios mio, que me pregunta Hermana Magdalena" "Que quiere Ud. Saber hermana" y su interlocutora respondió: "Sólo pregunto si te has comportado hermana, tan sólo eso".

La respuesta de Ines me sorprendió a mi tanto como a Magdalena.

"Verá Ud. Hermana. En verdad, no se que he hecho. No me he podido contener en ese momento. Usted me comprende?" y tras un minuto de silencio interminable agregó: "Es que no me pude resistir Hermana. Debía cambiar los vendajes y limpiar las heridas. Cuando repasaba su rostro y torso con aquel trapo húmedo mi mano pensó por si sola y soltando la tela comenzó a acariciar su pecho, su vientre, su piel y entonces ...."

"Entonces que hermana Inés, Entonces que?" espetó las palabras con furia Magdalena.

"Ehhhh .... Bueno, mi vista advirtió la reacción en el cuerpo del teniente y fue incontrolable para mi Hermana. Mi mano, como poseída no se detuvo y bajo por la tela de su pantalón hasta sentir bajo mi tacto sus atributos que crecieron y crecieron hasta un tamaño que jamás pude imaginar que sería tanto"

Magdalena estaba atónita con lo que acababa de oír pero su curiosidad podía mas que su temor a dios. Nuevamente inquirió a Inés: "Digame Hermana Inés. Digame como era?"

"Su cuerpo yacía entonces inerte en el lecho. Estaba boca arriba y sus brazos a los lados. Mi mano sobre su miembro al principio parecia abarcarlo por completo pero de inmediato continuo expandiéndose bajo la tela y en cosa de segundos mi palma de lado solo cubria casi hasta su mitad. Tenia la firmeza y dureza de una vara, no, no de una vara, como este sirio pascual de aquí, asi era."

Escuche un sonido, luego pasos y me acerque sigilosamente hacia la puerta entreabierta y desde la hendidura entre el marco y la puerta abierta las observé en ese instante. Inés, mi ángel, había tomado aquella vela ceremonial entre sus manos y la sostenía frente a su rostro que la admiraba casi embelesado. Sus finos dedos solo alcanzaban a cubrir un tercero de la vela que se erguía entre el rostro de ambas monjas a escasos centímetros de una y la otra.

Realmente parecía un falo en completa erección. La imperfección de la cera asemejaba la de la piel humana y el color cobrizo de las flamas le daban una tonalidad que lo hacia más real. La mano de Magdalena se alzo hasta asir por completo y sobre la mano de Inés aquella herramienta y con la otra la acerco suavemente y comenzó a acariciarle con ambas la mano que sostenía la vela.

Con mis ojos saliendo literalmente por las orbitas no pude retirarme de ahí y permanecí observando a ambas mujeres que seguían su conversación.

Magdalena hablo y dijo: "Inés, hermana Inés. Y que mas sucedió" mientras sus ojos no se despegaban de aquellos ojos ámbar de mi ángel guardián como rogando no concluyera su excitante relato.

Inés le respondió con su voz entrecortada, temblorosa. Me dio la impresión que el miedo la abrazaba pero de inmediato capte que no era el miedo, sino la excitación de las emociones de su cuerpo que se apoderaban de todo su ser por entonces y que no le era posible evitar las delicadas caricias de Magdalena en sus delicadas manos.

"Hermana Magdalena, no pude resistirme. Fue la tentación de la carne y soy una débil mujer. No pude resistirme y mi mano comenzó a acariciarlo de este modo. Parecía posesa Hermana, ninguno de mis esfuerzos por alejarme dieron éxito" y con su otra mano alzada comenzó a moverla sobre la vela simulando las caricias que describía de palabras.

Ambas monjas dirigieron sus ojos a la mano de Inés que primero acariciaba con la yema de los dedos el borde superior de la vela pero tan sólo un instante después aferraban por completo ese falo y con un sublime y lento movimiento de la mano en subidas y bajadas parecía estar masturbándola.

Los labios de Magdalena se entreabrieron y su lengua roja y áspera se asomo mojándolos con su saliva. La lujuria se había apoderado de su rostro bajo el manto oscuro de los hábitos y, entonces, una de sus manos dejo de acariciar las de mi ángel y la dirigió a su rostro que acaricio con el reverso de sus dedos flexionados como quien dibuja el contorno de la belleza que admira.

No fue sino hasta ese momento que Inés le dirigió la mirada a su compañera y sólo sonrió como asintiendo lo que se enunciaba entre ellas. Al advertir el consentimiento de Inés, Magdalena dejo bajar su mano, la deslizo por sobre el hombro de aquella mujer, descendió aun mas por sobre el comienzo del brazo y casi de modo imperceptible saltó hacia el torso y comenzó a acariciarle los pechos con delicadeza.

Desde mi lugar de escondite tras la puerta entornada sentí el suspiro de Inés que comenzaba relajarse y se dejaba hacer por Magdalena, quien dejo ir sus dos manos hacia los pechos de su compañera y comenzaba a acariciarlos en círculos sobre la tela de sus vestiduras.

Los movimientos en redondo de las manos cesaron para dejar que los dedos se aferraran con fuerza dejando notar el abultado pecho de una mujer esplendorosa dibujarse bajo la tela. No sabía si Inés estaba plenamente conciente de lo que sucedería a continuación, intente imaginarla con los ojos abiertos, estupefacta ante el descaro de Magdalena en su clara incitación sexual pero me sorprendí al instante que ladeo su rostro y vía sus párpados cerrados y su lengua jugando en los labios de su boca en claro signo de disfrutar lo que aquella mujer le hacia sentir.

Bajo mis ajustados pantalones de lana Blanca mi sexo comenzó a palpitar y crecer con la escena que estaba presenciando e instintivamente comencé a tocármelo por sobre la tela aumentando su tamaño.

Las manos de Inés descendieron hasta apoyar la vela sobre el catre donde ambas estaban sentadas en la habitación. Tras breves instantes de disfrutar las caricias del cuerpo de Inés, Magdalena se le acerco con un agil movimiento hasta quedar casi pegadas y reclinando su rostro sobre su acompañante le beso los labios apoyando los suyos con delicadeza.

Inés no reaccionó y la dejó hacer. Las manos de Magdalena dejaron los pechos que suavemente acariciaba y tomando el rostro de Inés por ambos lados comenzó a besarla abriendo su boca e introduciendo su lengua. Inmediatamente mi ángel respondió a su compañera y desde la cintura la atrajo más hacia ella hasta pegarse una a la otra. Las manos de Magdalena se introdujeron bajo la túnica a cada lado del rostro de Inés y jalando hacia atrás la tela descubrió la cabeza de su compañera dejando ver su hermoso cabello color rojizo y las formas del ondulado pelo hicieron resaltar aun más si se podía el hermoso contorno pálido del rostro de esa mujer.

Las manos de Inés descendieron bajo los hábitos de Magdalena mientras esta aún la besaba y comenzaron a acariciarla toda con avidez y desesperación, como si fuera un niño con un juguete nuevo al que desea explorar hasta cansarse.

Siguieron así por un corto rato y terminaron ambas de pie junto al catre que sólo estaba cubierto por una manta igual a la de mi habitación y en cosa de segundos ambas se desvistieron una a la otra quitando el hábito por sobre sus cabezas y dejándolo caer al selo junto al lecho.

Jamás hubiera creído lo que veía si me lo contaban. Siempre había estado convencido que bajo el hábito las monjas llevaban varias prendas interiores pero ellas no, no llevaban nada. Si como les cuento. Nada de nada, solo su blanca y palida piel que por años el sol jamás había alcanzado a ver. Contra lo que hoy acostumbra nuestra cultura, en aquellos cuerpos no había siquiera una tenue marca de las formas de las ropas interiores en exposición al bronceado del sol.

Esa particularidad que hoy se ha perdido en la costumbre las hacia más hermosas aun de lo que eran, sus cuerpos eran tan hermosamente blancos, pálidos y sin otro contorno que las formas de la naturaleza que la imagen de inmediato me recordó aquella imagen de ese cuadro del maestro Boticcelli que había visto meses atrás en nuestro paso por Florencia.

Cada una de esas hembras era un vivo retrato de la belleza de la modelo del "Nacimiento de Venus" que emerge entre los ángeles desde el caparazón de una inmensa concha marina entre sedosas telas que se van perdiendo una a una.

Si mis lectores, la belleza de la imagen de esas dos mujeres desnudándose no tuvo comparación humana y sólo dios puede realizar entre su creación tanta belleza junta.

Al unísono ambas mujeres se aproximaron hasta que sus vientres entraron en contacto, sus manos tomaron el cuerpo de la otra y volvieron a besarse con tanta pasión y amor como jamás vi nunca antes.

Si Inés era una belleza envidiable, Magdalena no era menos ni debía de sentir la envidia de su compañera. Su cabello era negro azabache y su piel pálida y blanca era como si vieras una porcelana de la mejor calidad. Aquel contraste de los oscuros (el cabello) y la piel blanca la hacían demasiado interesante y según supe luego es un claro signo de los pueblos turcos o del medio oriente y hoy me recuerdan sus imágenes aquellas historias de las mil y una noches y las bellezas del sultán en su harem.

Su rostro inmaculado era sublime cuando podías verle sus ojos de un celeste profundo como el cielo a medio día y su boca de labios gruesos y rojos daban el toque de color al ambiente que no distinguirías en el resto de su cuerpo, a excepción claro de aquellos grandes y negros pezones que coronaban unos pechos grandes que yacian algo caídos por su propio peso.

Como les digo, Magdalena era una mujer descomunal, una silueta que evidenciaba sus treinta años, con amplias caderas bien torneadas, unas nalgas rellenas sin ser gordas pero bien firmes y tanto sus piernas como los brazos eran largos y típicos de una mujer de metro y ochenta centímetros como ella tenía.

Por su lado Inés tenía los pechos más pequeños pero, compensaba con su firmeza y el modo en que sus dos pezones rozados y enormes –casi cubrían todo el frente de sus tetas- se erguían hacia los techos. Las caderas bastantes mas angostas que las de la otra dejaban ver unas nalgas musculosas, redondas y firmes que podrían ser la envidia de cualquier mujer moderna del Siglo XXI que asiste a diario a un gimnasio.

Con una estatura de diez a quince centímetros menos que Magdalena las proporciones de su cuerpo eran tan perfectas que sin dudas era una creación divina. Pero volvamos a mi historia que es lo que nos importa y no la descripción, según creo son sus costumbres.

Ambas mujeres se besaban con pasión singular y mientras Magdalena aferraba por la cintura a Inés atrayéndola hacia sí, Inés posó sus manos en las nalgas de la más alta y comenzó a acariciarle el culo con delicadeza dejando deslizar cada tanto sus dedos suavemente por la hendidura entre ambas partes hasta rozarle delicadamente el culito.

Magdalena tomó la iniciativa e hizo que Inés se recostara en el catre sobre la frazada de lana, le abrió las piernas con ambas manos y se reclino ante el cuerpo de Inés como si fuera un altar al que le debía rezar.

De rodillas ante ella tomo con sus dos manos la vagina de Inés, la abrio delicadamente dejándome ver aparecer la carne rosada de la parte interior bajo la gruesa mata de pelos que lo cubría y sin esperar más reclino su rostro extrayendo la lengua para dedicarse a lamerla íntegra.

Inés tembló bajo la caricia de Magdalena y luego se relajo para comenzar a disfrutar del sexo más divino que en ese lugar podía existir. Su amante comenzó chupando toda la vagina de Inés, subía y bajaba en toda su extensión. Cuando llegaba a la parte superior, se detenía unos instantes jugando con su lengua completamente extendida hacia fuera sobre el clítoris de su amante. Con cada toque de esa lengua el cuerpo de la otra se tensaba evidenciando el placer dispensado y rato después bajaba para llevar su lengua hasta meterla todo lo que podía en el orificio de la entrada de la vagina.

Podía verla literalmente arrancándole los jugos desde el interior con una lengua larga y en punta que se extendía por casi cinco centímetros. Luego de varias lamidas, volvía a subir otra vez y eso se repitió incontables veces. Cuando el cuerpo de Inés estuvo próximo al éxtasis final ceso todo movimiento permitiendo recobrarse y retardando el orgasmo y cuando todo parecía aplacarse arremetía otra vez sobre su cuerpo arrancándole suspiros de placer que casi eran gritos.

Nuevamente la excitación se apoderó de Inés y ahora su amante Magdalena tomo dos de sus dedos y sin aviso previo se los enterró con furia hasta el fondo de la vagina haciéndola dar un respingo y dando un alarido de dolor mezclado con placer. Retiro sus largos dedos del interior y de la punta chorreaba sangre en abundancia y el mismo fluido corporal comenzó a salir en cantidad desde el interior.

Dios mío exclame para mis adentros tapando mi boca para ahogar un grito de estupor. Si, aunque increíble, acababa de presenciar como Magdalena con una alta cuota de sadismo se había apoderado sin su consentimiento de la virginidad de mi ángel guardián. Inés seguía con su cuerpo inerte en el lecho y su amante comenzó otra vez a comerle la concha con una voracidad que jamás había visto, ni siquiera en un animal alimentándose.

En cosa de segundos Ines estaba otra vez como una posesa entregada a la lujuria de su amante y se dejaba hacer cuanto Magdalena imponía. Subió las piernas de aquella delicada mujer mas pequeña y sacando los jugos de su propio sexo con dos de sus dedos de la mano derecha se los humedeció y fue directo a acariciar el pequeñito culo de Inés.

Primero se lo estimulo con la yema de los dedos hasta que la dulce y pequeña mujer se relajo comenzando a disfrutar las caricias y cuando todo parecía normal, forzó la entrada de sus dos primeras falanges de ambos dedos empujando sin contemplación.

La delicada mujer sobre el lecho se sobresalto, se reclino sobre si misma y mirando a su amante gritó con un gesto de evidente dolor "AAAHHHGGGGHHHH...." y Magdalena viéndola sin retroceder ni un centímetro le dijo: "El dolor redime nuestras almas del pecado hermana Inés", "El dolor nos brinda la intensidad del amor de Dios ahora" y hundió por completo sus dedos en el culo de Inés sin contemplación y repitió: "El dolor de nuestros cuerpos nos dará el gozo de Dios a ambas en esta hora Hermana Inés" y comenzó de inmediato un movimiento de entre y saca con los dos dedos en el culo de mi ángel guardián.

No me lo podía creer todo aquello. Primero dos monjas que inician una sesión de sexo lésbico y excitante para mi y de inmediato descubro que una es sádica, sexy, sensual y dominante de la otra y todo por la fe bajo las creencias de una religión que siempre ha asociado el temor y dolor con la devoción y amor divinos.

Si bien me sorprendió el descubrimiento de los instintos o gustos de Sor Magdalena, la excitación que la escena me producía no decayó ni un ápice y contra todo pronóstico de lo que podría haber hecho entonces, saque mi miembro de entre mis pantalones y comencé a masturbarme con furia y desesperación con el convencimiento que yo también debía sentir el dolor como camino del gozo mas pleno que vendría.

Magdalena siguió con el movimiento de sus dedos cogiendo el culo de Inés y ella se reclino sobre su espalda nuevamente y dejo que la mujer con mayor experiencia continuara con lo que venia haciendo y se entrego por completo en ese instante. Cosa de tan sólo unos segundos más ya se sentía la respiración entrecortada de Inés que comenzaba a incrementar a cada momento su excitación.

Magdalena retiro sus dos dedos de dentro del culo de Inés y volvió a chupar su sexo por breves segundos mientras su mano tanteaba sobre el lecho. Ahí estaba, si lo había encontrado. Su mano tomó la vela del rito por la punta, la apoyo de su base en el catre y se deslizo al lado opuesto tomándolo como quien blande una lanza o hacha. Lo retiro de la cama y se volvió a incorporar entre las piernas de la monja que ahora deliraba de placer frente a ella.

Inés subió su cabeza y miró fijo a Magdalena. Su rostro cambió del placido estado de sonrisa o placer a la tensión del miedo por lo que acababa de adivinar que su amante haría. Yo mismo desde donde estaba me quede un instante paralizado por lo mismo.

Magdalena froto la punta de la vela por los labios vaginales de Inés tomando sus jugos y dejo caer hasta el ano esa punta así embadurnada y lenta pero sin pausa comenzó a meterla en ese diminuto orificio. Contra los tres o cuatro centímetros de diámetro que significaron sus dedos juntos el falo de cera debía tener no menos de siete u ocho y pese a ser el doble en tamaño lo fue metiendo sin miramientos, sin dar respiro a su amante arrancándole unos desgarradores gritos de dolor.

La voz de Inés resonaba en el cuarto: "Dios" "Mi Dios" "Hay Dios" "DIOOOSSSSS MIOOOO" "Nooooo Dios Mio" y de inmediato su entonación cambió por completo y casi como un susurro en calma se escucho: "Por Favor Dios" "Damelo Magdalena" "UHF Dios Mio, cuanto placer me causas" "Por dios todopoderoso, no te detengas, no pares"

Lo que pareció una violación se acababa de convertir en el mas sensacional de los disfrutes para esa delicada mujer y levanto su rostro donde la lujuria carnal era evidente comenzó a instigar a su amante para aumentara el ritmo y la enculara con furia y pasión. Después de dos o tres minutos de meter y sacar ese falo de cera del culo de Inés y comerle el clítoris al unísono la pequeña monja explotó en un orgasmo bestial y de inmediato otros tantos mas pequeños pero no menos intensos.

Cuando todo se hubo calmado y ambas recobraron parte de la compostura Magdalena hizo a un lado el cuerpo de Inés en el lecho y enfrentando sus sexo se sento del otro lado. Aun recostada Inés seguía disfrutando de su acompañante y las caricias que le prodigaba. Magdalena tomo la vela y le introdujo ahora la punta en su vagina termimando de desvirgarla por completo tanto en lo profundo como en lo ancho dejándole ir más de veinte centímetros de una sola vez de aquella inmensa vela que debía tener unos cuarenta o más de largo.

Lo movió varias veces entrando y saliendo y cuando su amante tomó el ritmo de las envestidas con un hábil movimiento de sus caderas se acerco casi hasta rozarla con su propio sexo y se metió el otro extremo de la vela en su interior sin ningún tipo de complicación o dificultad.

Por entonces era evidente que Magdalena ya tenía experimentado de antes y por mucho aquel tamaño en su interior y comprendí el porque en aquella diminuta sala de su cuarto se encontraba aquel elemento de los ritos destinado al espacio de la iglesia misma.

Ambas mujeres acoplaron sus movimientos y por varios minutos estuvieron cogiendose una a la otra asidas ambas por el medio de la vela. No se distinguir cuantos fueron los orgasmos de cada una en esa situación pero si se que fueron varios y no hubieron terminado sino hasta que ambas quedaron extendidas y agotadas en el lecho que compartían, agitadas y casi sin respiración.

Todo ese tiempo había estado masturbando mi miembro y apretándolo con tanta fuerza que ya no distinguía si estaba excitado o si dolía. Quería terminar pero no quería hacerlo ahí a escondidas de tanta belleza junta y armándome del coraje suficiente me despoje de mis prendas de vestir del uniforme que aun llevaba puestas y me introduje en el cuarto y me acerque al catre donde ellas estaban.

Admito que la belleza y delicadeza de Inés me atraían de una forma particular y ella fue objeto de mis primeras caricias. Cuando ella notó el tacto de mis manos sobre sus pechos tan sólo abrio los ojos pensando que era su amante y al distinguir mi rostro, mi desnudez y mi miembro frente a su cara con sus 22 cms de extensión en plena erección sonrió y dijo: "Dios mio, damela" y cumplí por dios su deseo.

La voltee sobre si misma y la coloque boca abajo enfrentando a Magdalena y situándome desde atrás le introduje todo mi miembro de una sola vez en su vagina y comencé a moverme.

Mis manos aferraban sus pequeñas caderas y daba cada tanto una palmada en sus nalgas que comenzaron a tomar una tonalidad rojiza. Aumentaba constantemente el ritmo de las penetraciones mientras mi ángel guardián comenzaba ya a gemir de placer. Magdalena nos miraba coger recostada en el catre al otro lado y tomando la cara de Inés la guió para que comenzara a comerse su sexo y nuestra amante paso a ser compartida por los dos al mismo tiempo.

No le dábamos respiro. Mientras que yo embestía con ímpetu y fuerza en su vagina Magdalena se frotaba el rostro de Inés en la vagina haciéndola jugar con su clítoris con la lengua y le pedía "Hermana Inés, Metame los dedos, metamelos" La imagen era sublime, el cuerpo delicado de Inés contorneado sobre el de Magdalena mientras le daba placer con su boca y manos y mi verga durísima entrando y saliendo de su reciente desvirgada vagina una y otra vez. Aunque mi excitación era inmensa, no quería que eso terminara por nada del mundo, era un sueño hecho realidad.

Saque mi pene de su vagina y lo enfile hacia su culo como antes había visto a Magdalena dominarla y sin buscar su consentimiento se lo hundí todo que entró con suma facilidad por lo dilatada que lo había dejado la vela que usaron antes. Las paredes de sus intestinos y su culo se estrecharon hasta sentir muy bien mi verga cogiendola y entonces Inés se dirigió a mi diciendo: "Dios que placer. Rómpamelo Teniente, Rómpalo todo, duro con fuerza."

Sus palabras fueron el aliciente que me faltaba, sabiendo que ella lo estaba disfrutando tanto sólo me concentre en darle tan duro como podía y en cosa de dos minutos estaba llenando ese culo de mi leche y gimiendo como desaforado "Ahhhhhhhhggggghhhhhh," "Dios mioo, que buena esta hermana Inésssss" y ella al sentir mis jugos en su interior aceleró los movimientos orgasmando casi junto a mi y provocando que Magdalena también tuviera un ultimo orgasmo.

Eyacular y caer casi fue un mismo acto. Si, estaba aun débil de mis heridas y el esfuerzo había sido descomunal. Con los mismos bríos con que instantes antes me montaba a Inés y aquella chupaba a Magdalena, ambas mujeres se pusieron de pie y corrieron a levantarme del suelo donde ahora yacía sin las mas mínimas fuerzas y lo último que recuero de esa noche fue a mi ángel guardián diciéndome mientras me llevaban ambas a mis aposentos: "Pobre mi teniente. Aun esta débil y debe descansar para recuperarse." "Mañana se sentirá mejor y lo vendré a ver. No se preocupe que yo lo cuidare"

Amanecí al otro día pasada la tarde, físicamente agotado como si hubiera participado en cien batallas en un día y sólo recordé las escenas de la noche anterior cuando la silueta de Sor Inés atravesó la puerta que chirriaba y decía: "Bendito sea dios tenerlo otra vez entre nosotras" y comprendí de inmediato que no había sido un seño y que sus palabras eran una invitación para aquella noche en el mismo lugar.

Se que no es real, pero bien pudo serlo alguna vez. Disfrute escribiendo este relato para Uds. y espero que lo disfruten en su lectura. Los comentarios los leo siempre o bien pueden escribirme a mi correo. Cordialmente. Paco