¿La basura la tiráis o la guardáis?

Si os gusta el sexo sucio y asqueroso, este es tu relato.

Llevaba una semana para nada buena en el trabajo. Amanda una de las dependientas de la tienda se había puesto enferma, por lo que con lo poco que faltaba para la campaña de Navidad, estábamos en un aprieto. Desde que ascendí en la empresa, me prometí que nunca jamás volvería a doblar una camiseta, pera cuando la semana pasada me llamó mi jefe y me dijo que hasta que se recuperase Amanda, debería ocupar su puesto me acordé de todos sus familiares.

Durante un par de minutos hice por escabullirme con la excusa de que podrían llevar a gente nueva, pero mi jefe me insistió debido a que yo ya había trabajado en la tienda, conocía perfectamente cómo funcionaba todo y eso ayudaría mucho más que traer a alguien nuevo y tener que enseñarlo desde cero.

En verdad el trabajo no era lo que más me disgustaba, por mucho que me queje de él, sino el horario en sí. Te tenías que levantar a las siete de la mañana, abrir la tienda y pasarte todo el día persiguiendo a los clientes. No solo para ver si necesitan algo, sino para ordenar todo el desastre que crean.

Teníamos una hora para comer, nada mal si lo comparábamos con los veinte minutos que tenían los empleados de la tienda en los centros comerciales. Pero si a esto le sumas el cerrar a las 22:30 de la noche, 30 minutos de trayecto hasta llegar a casa, tener que cenar y ducharte, terminabas acostándote a la una de la madrugada y así hasta las siete de la mañana del día siguiente, todo hasta que volviese la guapa, graciosa y simpática de Amanda de su baja laboral.

Era jueves y solo quedaban veinte minutos para cerrar, estos siempre son los peores porque es cuando más gente entra durante todo el día, pero yo les despachaba rápidamente con la frase de “lo siento pero estamos cerrados” sinceramente me daba igual que la gente me mirase mal, pero ellos no tenían que sufrir mi día a día. Por si fuese poco esa semana los basureros estaban en huelga y solo recogían la basura dos veces a la semana, una los lunes y otro los jueves.

Estos pasaban siempre sobre las 23:00/23:15 por lo que si quería tirar toda la basura acumulada desde el martes, tenía que darme prisa. Así que habiendo ordenado toda la tienda, cerrado la persiana y montándome en el coche, metí quinta en cuanto pude y puse rumbo hacia mi casa.

Mis ojos no se lo podían creer cuando llegando a casa vi como el camión de la basura se marchaba a lo lejos. Mi impotencia por el día de mierda que había tenido y por el hecho de tener que quedarme con la basura hasta el lunes siguiente, me hizo bajarme del coche y empezar a gritarle de todo a los basureros.

Hubo un momento en el que las luces traseras del camión de basuras se tiñeron primero de rojo para luego cambiar a blanco y ver cómo este comenzaba a andar marcha atrás. Después de atravesar unos metros y pararse delante de mí, la ventanilla del camión se bajó y se escuchó decir desde dentro.

-Perdone señorita, ¿Me ha llamado? Preguntó el hombre que permanecía dentro del camión.

-Sí, disculpe – dije con la cara sonrojada porque me hubiesen pillado – ¿podría usted llevarse las bolsas que tengo en casa?

-Sí, deme un momento que estacione bien el camión y así no formo el atasco de antes.

Mientras el hombre se encargaba del camión, yo metí el coche en la cochera y saqué todas las bolsas a la entrada.

-¿Son todas estas?

-Sí, y la bicicleta que hay detrás de la puerta también contesté.

Una cara de sorpresa se dibujó en la cara del hombre cuando vio la bicicleta –¿estás segura de que te quieres deshacer de esto?

-Sí, está vieja y me cuesta más repararla que comprarme una nueva.

-No sabes lo que dices.

La bici era una orbea  de color violeta que tenía mi padre, se la había regalado mi abuelo cuando cumplió los 18 años. Y esto hizo que mi padre hiciese lo mismo conmigo, al principio me hizo mucha ilusión. La usaba para ir al instituto, con mis amigos los fines de semana y hasta cuando conseguí mi primer trabajo, pero una vez que te sacas el carnet de conducir, la bicicleta pasa a un segundo plano, por lo que cada vez la iba usando menos. Terminé por comprar unas colgaderas y ponerlas en la cochera para dejar ahí la bici, pero por triste que parezca mi cochera se había convertido en la de Diógenes con el pensamiento de “voy a guardarlo por si algún día…”.

-Te importa que me la quede dijo el hombre.

-¿En serio la quieres? Por mi te la puedes quedar, total, ya has visto que iba a tirarla a la basura. Aunque eso sí, voy a limpiarla un poco porque me da vergüenza dártela así.

-No te preocupes, muchas gracias de todas formas, con que me la regales, me sobra –río el hombre – ¿Te importa si el domingo a por ella? Ahora me vendría un poco mal por el tema del camión y con esto de la huelga, mañana tengo que cubrir otras calles y solo podría el domingo.

-Sí, no te preocupes –respondí- aunque no me hizo mucha gracia, el domingo era el único día que tenía libre en toda la semana y no me apetecía ver a nadie, pero bueno, serían cinco minutos, le daría la bicicleta y se irá.

-De acuerdo, el domingo nos vemos. Por cierto me llamó Rubén – dijo antes de despedirse.

-Yo Paula, encantada.

Cerrando la puerta y dejando tras de sí a aquel hombre con mis bolsas de basura, miré el reloj y dándome cuenta de la hora que era me duché y cené como alma que lleva al diablo. Si os soy sincera, no recuerdo en que momento me acosté en la cama, pero ahora estaba apagando el despertador y metiéndome en el coche para ir al trabajo otra vez.

La semana había pasado sin pena ni gloria, lo único que me animaba era que ya quedaba una semana menos para que volviese Amanda y al ser sábado daba igual la hora a la que me acostase porque al día siguiente no tenía que madrugar. Lo mejor de todo es que habían dado lluvia para el domingo, por lo que podría pasarme todo el día viendo a través de la ventana cómo llueve mientras estoy acostada en la cama.

El timbre de casa comenzó a sonar una y otra vez mientras yo iba dando vueltas en la cama una y otra vez esperando a que quien estuviese tocando se cansase de mi intención por no abrirle.

-Paula, soy yo Rubén –se escuchó desde la entrada.

En ese momento mis ojos se abrieron de par de par en par, el vino de anoche y el maratón de películas de terror que echaron en canal+ me hicieron olvidarme por completo de Rubén. Como mi cuerpo y mi mente me lo permitieron, me vestí cogiendo lo primero que encontré y abrí la puerta de casa.

-Me vas a matar, pero se me ha olvidado que venías, anoche me acosté súper tarde y no me acordaba, incluso no he limpiado ni la bici –dije apoyando mi cabeza sobre el marco de la muerta al mismo tiempo que llevaba mis manos a la cara para taparla por la vergüenza.

-Ya te dije que no hacía falta, demasiado que gano una bicicleta gratis – rió

Por un momento me quedé parada. Aquel hombre no era nada parecido al que había anoche en la entrada de mi casa. Así que volví a frotar mis ojos para quitarme las legañas que todavía podían quedar en ellos y dificultarme la vista.

-¿Eres Rubén?

-Sí, va a ser cierto eso de que el uniforme me cambia un poco el aspecto –respondió

No lo cambiaba un poco, lo cambiaba por completo. Rubén acaba de pasar de ser un hombre con un traje fosforito y una mascarilla a un pelirrojo de ojos azules con barba y un cuerpo nada que envidiar a la de las esculturas griegas.

-Discúlpame otra vez pero es que verte sin la ropa de anoche me ha chocado un poco.

-No te disculpes tanto, no eres la primera persona que me lo dice. Además, tú también vistes de una manera muy peculiar –dijo mientras comenzaba a reírse.

Por un momento eché la vista hacia el espejo de cuerpo entero que tenía en la entrada y pude ver como llevaba una completa gama de colores por todo el cuerpo; calcetines naranjas, unos pantalones de chándal lilas y una camiseta verde con un gato justo en la parte de mis pechos, en definitiva, iba echa un cuadro. Inmediatamente me tapé como pude para que Rubén no siguiese viendo el disfraz que llevaba y subí a cambiarme.

-Me esperas cinco minutos y te doy la bicicleta ¿Vale?

-Sí, sí, no tengo prisa.

Mientras le daba una rápida pasada a la bicicleta con la bayeta, escuché como una ligera lluvia comenzó a caer sobre la uralita del patio de la lavadora. Salí un momento al porche y vi a Rubén apoyado en la entrada.

-Pasa anda, que vas a coger un resfriado.

-Seguro que si lo cojo te pasarías el día llamándome para pedirme perdón a que sí – vaciló

-Serás imbécil, a que no te doy la bici le respondí

Nos quedamos durante unos segundos en el porche riéndonos el uno del otro, cuando la lluvia comenzó a caer más fuerte.

-Sí, ahora sí que será mejor que entre si no quiero mojarme.

Cuando entramos, Rubén se tropezó con una bolsa de basura.

-Cuidado –le dije antes de que pudiese verlas y caer al suelo.

-Por qué tienes aquí las bolsas preguntó Rubén mientras se levantaba del suelo.

-Es que con esto de la huelga se me acumula un montón de basura y la cocina que tengo es muy pequeña, entonces como la entrada no la uso prácticamente para nada, pues las tengo aquí. Menos mal que mañana pasas otra vez a por mis bolsas –reí al terminar la frase.

-No sé yo, ya veré, depende cómo de bien me hayas limpiado la bicicleta.

-Cómo sabes que la he limpiado.

-Me lo he imaginado.

Mientras esperábamos a que la lluvia parase un poco, Rubén y yo nos pusimos a hablar en el salón sobre la bici y un poco sobre nosotros.

-Y cómo es que sabes tanto sobre bicicletas le pregunté.

-Durante cinco años fui instructor de spinning en un gimnasio de mi pueblo.

Ahora entiendo por qué tiene ese cuerpo y ese culo me dije a mí misma –Y qué te ha hecho cambiar de profesor de spinning a basurero en Madrid.

La pregunta pareció incomodarle un poco – Perdóname si he sido demasiado brusca, a veces no mido mis palabras.

Rubén comenzó a reírse otra vez –Te vacilo como quiero eh –dijo mientras se volvía a reír.

-Oye, puedes dejar de hacerme sentir mal, eres malo eh.

-Es que me hace mucha gracia como te lo crees todo. Me mudé de mi pueblo a Madrid porque quiero ser guionista, y las ofertas laborales no son las mismas en mi pueblo que en la capital. Así que mientras escribo, las facturas siguen llegando a casa por lo que lo mejor que encontré es esto. Y no me quejo, mírame, ayer estaba trabajando, conseguí una bicicleta antigua y gratis y hoy estoy hablando con una chica guapa en su casa mientras escuchamos la lluvia de fondo.

Unos segundos de silencio se hicieron presentes en aquel comedor.

-Qué atrevido eres tú ¿No? –le dije.

-Puede, pero cuando algo me gusta, lo digo –y tras aquella frase Rubén me miró de una forma que no sabría describir, pero que hacía sentirme sexy y sobre todo deseada.

No sé si fue el vino que saqué, si el sonido de la lluvia sobre el césped de mi jardín, que era domingo o que llevaba casi seis meses sin follar lo que me hizo acercarme cada vez más a Rubén, al mismo tiempo que él hacía lo mismo y eso dio como resultado que nos comenzáramos a besar. El ritmo con el que nuestros cuerpos se juntaban, se soltaban y se volvían a juntar era frenético, parecíamos dos locos en aquel sofá.

Mi lengua se introducía una vez y otra vez, y otra vez en la boca de Rubén, luchando contra la lengua de este, comprobando así quién era capaz de someter al otro. Mis manos agarraron la parte baja de la camiseta de Rubén y ayudado por este, se desprendió de ella en menos de un segundo, dejando así a relucir sus esculpidos pectorales, brazos y sobre todo abdominales. Rubén de seguido me quitó la sudadera que había cambiado por mi jersey con el gato estampado, dejando así ante sus ojos mis pechos, los cuales parecieron gustarle tanto que comenzó a devorarlos incluso con mi sostén de por medio.

Rubén continuó con su hazaña de desvestirme hasta tal punto de quitarme también los pantalones y restregar sus dedos por mi clítoris mientras seguía alimentándose de mis senos. De una patada lo quité de mi vista, haciendo que este retrocediese y se pusiera de pie.

-Aquí mando yo chaval le dije mientras bajaba sus pantalones vaqueros y dejaba su erecto pene a escasos centímetros de mí. Pero cuando hice el amago de ir a por él, lo agarré por sus caderas, lo senté de nuevo en el sofá y pasando cada una de mis piernas por su cuerpo, me senté sobre él. Todavía a día de hoy sigo sin entender por qué le dije eso a Rubén, pero cuando estaba encima de él, siendo así que nuestra ropa interior era lo único que se interponía entre nosotros le susurré al oído;

-Trátame como la basura con la que trabajas.

Pero fue entonces cuando Rubén abrió los ojos de par en par y sin decir nada, me quitó de encima de él y se fue hacia la puerta. Estuve a punto de echarme a llorar pero me lo impidió el hecho de ver cómo Rubén volvía con varias bolsas de basura en la mano.

-Qué haces –le pregunté

-Me has dicho que te trate como la basura con la que trabajo, pues eso voy a hacer –acto seguido rasgó las bolsas con las uñas de sus dedos y abocándolas sobre mí, dejó que cayera todo lo que había dentro de ellas; restos de comida, pañuelos usados y muchas cosas más que las mujeres tiramos a la basura.

En aquel momento quise vomitar del asco, mi cuerpo estaba manchado y empapado al mismo tiempo por toda la mierda que había acumulado desde el jueves pasado. Pero la combinación del sudor de nuestros cuerpos, junto con aquella basura y el ver cómo Rubén se revolcaba entre mis restos, me puso muy cachonda.

Rubén se bajó los calzoncillos, dejándome ver por fin su alargado y grueso sexo, el cual no dudo en embadurnar con un danone que encontró entre una de las bolsas.

-Lame –me exigió.

Cuando me acerqué a aquel miembro emanaba un aroma a sudor y a lácteo que juntos creaban una olor que entrando por mi fosas nasales hicieron que mi vagina se humedeciera por momentos. Sin dudarlo un segundo más, abrí la boca y Rubén posando sus manos sobre mi nuca hizo que me tragase aquel manjar de una sola estocada. Su sexo entraba y salía de mi boca de una manera jamás antes vista, los restos del danone se clavaban en mi garganta, obligándome así a tragármelo si no quería ahogarme. A veces, los restos que sobraban entre mis dientes, los juntaba con mi lengua y los escupía sobre el miembro de Rubén para poder tragármelos así mejor.

La cara de Rubén lo decía todo, le estaba encantando el tratarme a un nivel tan bajo, pero él no iba a quedarse sin su merecido. Clavé mis dientes de manera sutil pero brusca sobre su glande, aquel mordisco le hizo tanto daño y placer al mismo tiempo que terminó eyaculando sobre mi cara. Con una de mis manos intenté quitarme el semen de la cara, pero Rubén me lo impidió, siendo él el que me lo quitase pero con su lengua. A medida que su lengua pasaba por todas y cada una de las partes de mi cara por las que habían caído sus restos, me fue masajeando el clítoris. Las piernas me temblaban cada vez más, no daba crédito a nada de lo que estaba pasando, yo esperaba que al decir que me tratase como una basura me azotase, me escupiese o poco más, pero no haber llegado hasta ese punto.

Una vez que Rubén tenía todo su semen en la boca me miró y lo escupió sobre mis pechos, los cuales empezó a devorar sin ningún ápice de compasión. Poco a poco nos fuimos acostando de nuevo en el sofá. La lengua de Rubén rodeaba la aureola de mis pezones al mismo tiempo que su aliento se dejaba oler en mi nariz, era tan fuerte y nauseabundo que cada vez estaba más excitada, y lo peor de todo es que él seguía aprovechándose de ello.

Rubén continuó bajando hasta toparse con mi coño, por suerte el viernes por la noche me lo depilé, dejando así el vello totalmente corto, parecía la piel de un kiwi me dije cuando me lo vi. Aunque viendo todo lo que estaba pasando aquella noche, seguro que hubiese sido mejor dejármelo lo más largo posible. Rubén comenzó a darme los mismos mordisquitos sobre mi clítoris que yo le había dado sobre su glande, hasta tal punto de que mi cuerpo no paraba de retorcerse, en cualquier momento se me iba a salir un hueso de su sitio pensé.

La lengua de Rubén subía, bajaba y a veces hasta se clavaba en mi vagina como de un puñal se tratase, no podía más, sabía que faltaba poco para correrme, pero no quería hacerlo sin notar el grande y duro sexo de Rubén dentro de mí. Parecíamos animales, aunque en este caso depredadores, él era un perfecto tiburón y yo un cocodrilo, pertenecíamos a ambientes totalmente distintos como son la tierra y el agua, pero esa combinación era lo que nos hacía tan explosivos.

-Fóllame por favor –le dije a Rubén mientras su cabeza seguía entre mis piernas y mi cara denotaba un color totalmente rojo y adormilado.

Rubén se puso nuevamente de rodillas sobre el sofá y su pene parecía haber recobrado un poco las fuerzas después de su tremenda eyaculación sobre mi boca, pero cuando este se dispuso a penetrarme, pareció ver algo en el suelo que le llamó todavía más la atención.

Acostada sobre el sofá y a la completa merced de Rubén, este se agachó y cogió lo que parecía ser la piel de un plátano. Al abrirlo no solo vio que quedaba un trozo de él, sino que además estaba podrido. Me negué rotundamente a que me introdujese eso pero una bofetada de Rubén me hizo caer sobre el sofá sin nada más que decir en mi defensa. Este cogió el trozo de plátano podrido y lo sostuvo con la mano, mientras con la otra agarró la piel de este y me la introdujo en la boca.

-Callada estás más guapa –añadió.

Acto seguido Rubén fue introduciendo aquel plátano por mi sexo. Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, Rubén había conseguido sobrepasar esa delgada línea entre el juego y el acoso. Pero de repente un ligero escozor se empezó a manifestar dentro de mí. La podredumbre de ese plátano junto con la fricción que se creaba en mi coño cada vez que este entraba y seguía creó en mí una mezcla entre escozor y placer.  Seguramente eran las bacterias del moho que este contenía las que me causaban ese escozor, pero en aquel momento solo sabía que quería más de ese hongo dentro de mí. La Paula de mañana sería la que se tendría que preocupar de ir al ginecólogo, la Paula de hoy quería correrse y eso iba a conseguir.

-Sigue –conseguí articular con la piel del plátano todavía en la boca.

A Rubén aquello le excito más, hasta tal punto de seguir introduciéndome el plátano en mi sexo. Pero ahora apuntaba con el capullo de su pene hacia mi ano.

Una compresa de la noche anterior lucía muy cerca de él. La regla se me cortó justo anoche, pero eso nadie lo sabía salvo yo. Rubén se volvió a agachar y cogiendo mi compresa manchada de sangre, se embadurnó la polla con ella y uso mi sangre como lubricante. Impactada por la escena, Rubén me fue introduciendo su sexo por mi ano sin apartar su vista de la mía.

-¿Te gusta? Dijo Rubén con una voz que no parecía de este mundo. Si alguna vez me preguntan cuál es una de las cosas que más me pone cachonda es la voz humana. No sé por qué, pero hay tonos en la forma del habla que me excitan.

El pene de Rubén, el plátano podrido, sus dedos sobre mi clítoris, la sangre de mi regla entrando por la uretra del pene del Rubén y las paredes de mi ano, formaron una mezcla que hizo que tanto él como yo nos corriéramos al mismo tiempo, haciendo de aquella noche inolvidable.

La lluvia hacía horas que había parado, pero ni Rubén ni yo nos habíamos dado cuenta. Este se vistió y se fue, yo sin embargo me quedé rota en el sofá, intentando levantarme, pero la infección que tenía en el coño y las tremendas sacudidas de Rubén que me había hecho sobre mi ano dejándolo abierto como si de un octágono se tratase me lo impedían.

De una cosa estaba clara a la mañana siguiente cuando me levanté, y es que quiero regalarle una bicicleta a mi hijo, a mi nieto, a mi bisnieto y a cualquier descendiente vivo que pueda.