La basura
Como una persona, puede llegar a obsesionarse tan solo, por llenar su soledad.
La historia que a continuación voy a relataros, es una historia no muy habitual, pero se dan casos en los que la mente se distorsiona, y crea una realidad de las cosas, que solo se viven desde un punto de vista íntimo. Nadie comprendería, como puede llegar a obsesionarse una persona, por cosas que para la mayoría son normales, ¿pero que es la normalidad? ¿Quién la dispuso? ¿Cómo y porque, lo que es normal para unos, es anormal para otros?
Lo cierto es, que en la sociedad en que vivimos, tenemos que adaptarnos a unas normas básicas de conducta, por respeto al prójimo e incluso a nosotros mismos, pero no siempre se cumplen esas normas y vamos despreciando cosas, sin acordarnos que en un momento de nuestras vidas, nos fueron útiles y nos dieron felicidad.
Eso pensaba Ernesto, mientras iba camino de su trabajo. Era su último día en la empresa, tras treinta años de servicio a esta, lo habían jubilado, en principio estaba contento, pensaba que ahora haría todo aquello que había deseado, tendría tiempo de sobra para vivir y realizar todos sus hobies, así decía auto-convenciéndose, de que aquello iba a ser bueno.
Ernesto era un hombre normal, siempre vestido correctamente debido a su trabajo, 1,70 de altura su pelo castaño con algunas canas que le favorecían, muy delgado, correcto en su trato y en sus formas ante los demás, aquella mañana iba metido en sus pensamientos los vecinos lo saludaron amablemente, y el cortésmente respondía al saludo; su traje impoluto y sus zapatos brillaban de limpios. Era viudo, tras la muerte de su esposa se volvió solitario, y su vida transcurría del trabajo a casa y de casa al trabajo, al no haber tenido hijos su preocupación, y lo que más le llenaba en la vida era trabajar, y hoy seria el ultimo día, no dejaba de pensar en ello, mientras se encaminaba a su empresa, preguntándose ¿y mañana que haré?, una incógnita que se mecía en su mente.
Al terminar la jornada, se despidió de todos, y salió a la calle sus pies se dirigían solos, con esfuerzo, respiro fuertemente elevando su cabeza y mirando al cielo, ¿y ahora que? Se preguntaba, sus pasos marchaban lentos, parecía que llevase un saco de plomo atado a los pies, su cuerpo pesaba tanto, o quizás fuera las pocas ganas que tenia de llegar a casa y volver a la soledad, al vacío de aquellas cuatro paredes, frías y lúgubres, donde solo las sombras de las imágenes del televisor lo acompañaban, ¡tremenda, triste y sórdida soledad!
Llego al portal de su casa, introdujo la llave y entró, era un edificio antiguo vivía allí desde hacia cuarenta años, desde que se caso, allí paso los mejores años junto a su esposa, ahora podían haber disfrutado más, se repetía una y otra vez, ahora que podría dedicarle todo el tiempo, pero estaba solo, Al pensar en ella siempre se emocionaba y las lagrimas asomaban a sus ojos contenida por su hombría, sin dejar que estas cayeran por su rostro.
Entro en su piso, no tenía hambre y encendió la tele intentando entretener su mente y no pensar, no era posible miraba la tele sin siquiera ver lo que estaba mirando, la apago y se fue a dormir.
El sueño vino rápido, sonó el despertador eran las siete de la mañana, ¿y ahora que? se pregunto, no tengo que ir al trabajo, nadie me espera, es muy temprano y no tengo nada que hacer, intento quedarse un poco más en la cama, pero no pudo la costumbre hizo que el sueño se evaporara y se levanto.
Después de arreglarse, desayunó y salio a dar un paseo, las calles estaban casi desiertas, el suelo mojado de la lluvia que había caído por la noche, sentía sus pisadas al andar, sin darse cuenta se había encaminado hasta su lugar de trabajo como una inercia, cuando se vio a las puertas se paro miro el edificio, y siguió caminando, sintió la tristeza a flor de piel, la amargura se reflejaba en su rostro, no supo cuanto estuvo andando, hasta que el gentío que de repente estaba a su alrededor lo llevo de nuevo a la realidad. La gente pasaba aprisa, unos al trabajo, otros a la compra, el ruido del trafico los humos, pero el no tenia prisa no tenia nada que hacer.
Seguía andando, y al pasar por el lado de unos contenedores de basura, se paró le llamo la atención una bolsa por la cual asomaba un palo de madera y lo que parecía ser la proa de un barco, se acerco y sin ningún escrúpulo abrió la bolsa y efectivamente era una maqueta de un barco estaba por terminar y se dijo, me parece que esto lo puedo arreglar, se lo levo a casa y estuvo horas y horas hasta que lo arreglo.
Cuando hubo terminado, miro el reloj y vio que el tiempo se le había pasado volando, se dispuso a comer y a salir a buscar algo que le hiciera estar entretenido, y de nuevo empezó a buscar en las basuras, empezó a llenar la casa de objetos y arreglarlos se llevaba horas y horas perdiendo la noción del tiempo en tal menester.
Cada vez la casa estaba más llena de cosas inútiles que para el eran las compañeras de su vida, de su tiempo, llego a obsesionarse tanto que, aquella persona tan pulcra había olvidado hasta de asearse, se descuido tanto que solo vivía para recoger las cosas que otros tiraban, la casa se lleno de bolsas, el olor se hacía insoportable, aunque a el no le importaba se había acostumbrado, y no notaba la putrefacción que salía desde su vivienda y que el mismo destilaba.
Los vecinos empezaron a protestar, siempre lo miraban retirándose de el, ya ni siquiera lo saludaban. Hasta que una vecina, llamo al servicio de sanidad, lo denunció y vinieron a su casa y hablaron con el; claro que el se negaba a que se llevaran sus cosas, al entrar un olor pestilente salía de la vivienda, las cucarachas corrían por doquier y empezaron a sanear la vivienda, Ernesto lloraba en un rincón del salón se llevaban todo lo que el quería, todo lo que le llenaba, su mente se distorsionaba y empezó para el un mundo distinto, donde la realidad no era tan real, solo en su mente vivía aquello y para el era todo, por lo que había luchado.
Se fue de su casa y se mezclo entre los vagabundos, dormía entre cartones en medio de la calle, su maleta un carro de la compra donde llevaba todo su ajuar, todo los enseres recogidos de las basuras, se había convertido en alguien a quien la sociedad odia, pero el era feliz con esa forma de vida. Empezó a reciclar dentro de aquel carro llevaba varias bolsas en una, ponía los desperdicios que se encontraba por las calles, en otra las latas de aluminio, en otra los envases de plástico, y después se encaminaba a los centros de reciclaje y los entregaba el pensaba que allí se harían cargo de volver a darle vida a esos enseres y reutilizarlos de nuevo. Su obsesión lo llevo a hablarle a la basura y lo peor es que creía que ella le hablaba también.
Así paseaba por la calle y escuchaba al papel de prensa que estaba tirado, recógeme mira que noticias llevo impresas te sorprenderá, el cogia el periódico y se lo llevaba y así con todas las cosas que iba recogiendo, volvía a tener tantas cosas acumuladas que volvieron a echarlo del sitio donde se había ubicado, y ya no sabia donde ir por lo que decidió buscar un sitio donde nadie podía echarlo. Fue caminando, ahora si llevaba rumbo fijo sabía donde quería estar, y se dirigió con paso firme.
Llego a un lugar donde reinaban las basuras, el vertedero municipal, y empezó a construirse una choza con los restos que encontró allí, empezó a organizar aquello, el lugar con el paso del tiempo fue mejorando, allí tenia trabajo y compañía ya que los mismos residuos le decían para que podía servirle, aquel mar de basuras se había convertido en un oasis para el, cada día llegaban los camiones llenos de basura, la cual el iba distribuyendo a los diversos sitios donde el creía que debían estar. Y así un día y otro y otro más.
Un buen día no despertó, yacía sobre el suelo, inerte como los residuos, nadie lo vio, nadie lo echó de menos, y allí quedo enterrado bajo la basura, pero al menos sus últimos días había vivido acompañado y ocupado intentando limpiar un mundo que al final pudo con el, murió como vivió, triste y solo.
Conchi.