La base F (1,1) Ampliación.
En su primer encuentro, Alicia azotó a Olga, teóricamente para probarla. Superados los primeros cincuenta azotes, llegaron 20 más muy dolorosos. Este relato es la ampliación de esta parte de La base F (1). Historia lesbiana algo masoquista
[ He recibido un comentario al relato “ La base F (1)” que me ha hecho dar cuenta de que había dado pocos detalles de un punto de la história, probablemente el más excitante.
Quizás por las prisas —soy una escritora compulsiva que siempre quiere correr—, quizás porqué no me había detenido a pensar los detalles de este punto, quizás, simplemente, por falta de idea o inspiracíon, dejé la historia algo coja.
Ahora, intento subsanarlo, he intentado otra vez que afloraran mis fantasmas, mis recuerdos, y experiencias ajenas que he conocido y he escrito esta ampliación.
Espero que os guste y os excite tanto como me excita a mí escribirlo. ]
La historia viene de un determinado punto de “ La base F (1) ”
/…/
—Muy bien, has superado la prueba. Descansamos un ratito —dijo Alicia después de haberme dado los cincuanta azotes.
Me senté en el sillón. Me escocían la espalda, las nalgas y los muslos que ahora estaban en contacto con la tela pero afortunadamente la tapicería era muy suave y no era tan malo como pensaba. Alicia, en el otro sillón, me miraba. Siempre me ha excitado que me miren cuando estoy desnuda, y todavía más si es otra mujer que me mira con deséo…
—Bien ¿quieres demostrar ahora que eres muy dura?
—¿Qué me harías para que lo demostrara? —le pregunté.
—Veinte azotes más, los primeros diez, ahí —dijo mirándome los pechos—. ¿Alguna vez lo has probado?
—No —respondí rápidamente. Nunca me habían pegado en los pechos, pero me excitaba muchísimo la idea. Sí que había probado dejarme poner pinzas en los pezones, y me había excitado muchísimo, un dolor punzante mientras mi amiga me daba placer en la vulva. Una vez, incluso, fueron unas pinzas metálicas de aguantar papeles, que pellizcaban muchísimo y me dejaron los pezones sensibilizados durante días…
—¿Y los últimos diez? —me pregunté internamente, pero no llegué a decirlo en voz alta. Viendo donde me estaba mirando Alicia. Me estremecí, en una ocasión, para impresionar a una amiga, yo misma me había puesto en un par de ocasiones unas pinzas de tender la ropa, pellizcando los labios mayores; eran mucho más dolorosas que en los pezones. El juego de miradas le indicó a Alicia que había comprendido donde irían a parar los diez últimos azotes.
—Sí, no sé de ninguna chica a la que le guste mucho que le azoten ahí, es realmente doloroso y demostrará lo dura que eres. Si no quieres, ya has superado la prueba, esto solo es para “nota”.
Asentí con la cabeza.
—Si quieres te puedes poner un pañuelo en la boca para no gritar…
—Bien, pónmelo. Y adelante.
Giró el sillón. Me hizo poner en pie apoyada contra su parte trasera, con las manos en la nuca y la vista al frente. Mi mente estaba en un estado contradictorio entre el miedo al dolor y la excitación por tenerlo. Ella estaba en pie delante de mí, algo a la derecha, blandiendo los azotes y mirándome los ojos, pero sin atisbo de dureza en su mirada.
Levantó la mano, y descargó el primer azote a la altura de mis pechos. Las puntas de las tiras de los azotes, lo más doloroso y que deja más marcas, impactaron en mi costado izquierdo, más allá el pecho. La parte media de las tiras, sí había impactado en ellos. Si no fuera por el pañuelo hubiera chillado y no habría podido contener el llanto explícito. Esta vez contaba ella.
Otro azote. Esta vez chillé y berreé a pesar del pañuelo que tenía en la boca. La puntas de los azotes habían impactado directamente sobre mi pecho izquierdo. Me lo miré y vi como iba enrojeciendo a ojos vistas. Me agitaba. apretaba muslos y nalgas en un intento vano de mitigar el dolor. Apretaba mis manos sobre la nuca para que no se escaparan a proteger, ni a masajear mi pecho.
Tengo las tetas pequeñas. Me crecieron, y poco, más tarde que a las compañeras de la escuela. Cuando íbamos al gimnasio se las miraba, me excitaba y les tenía envidia, pero no fue hasta bastantes años más tarde, que otra chica me las tocó. Aquella primera vez fue una sensación maravillosa. Y por algún motivo, ahora con los pechos doloridos la rememoraba.
Cayó el tercer azote, algo más bajo que los anteriores, me dolía enormemente la mitad inferior del pecho izquierdo.
Sí, mis pechos no sobresalen mucho, pero son de forma cónica y de un buen diámetro. Se aguantan muy bien, y podría ir sin sostenes en muchas ocasiones, pero en general los uso para que se continúen aguantando lo mejor posible.
Como deseaba ahora que una mano o una lengua me los consolara. Recordé una buena amiga, ya hacía más de sos años, que conseguía con facilidad que tuviera un orgasmo usando solamente contacto en los pechos…
Mientras pensaba en ella, Alicia se puso a mi izquierda.
Ahora descargó el cuarto azote básicamente sobre la parte exterior de mi teta derecha. Me di cuenta de que actuaba simétricamente respecto los tres primeros golpes. Cerré los ojos con fuerza, gruñí y apreté mis nalgas al extremo porqué sabía que en el próximo azote caerían la puntas sobre mi pecho derecho.
Y sí, un dolor, que no por esperado dejaba de ser inmenso. Chillé a través del pañuelo. Miré hacia abajo, un par de puntos en el pezón se estaban poniendo de color morado.
Aunque los pechos son cónicos y los pezones en estado normal poco aparentes, casi del mismo color, cuando me excito se me hinchan muchísimo los pezones, y se vuelven muy sensibles. Al placer, y al dolor. En aquel momento, los estaba viendo hinchados al máximo, casi como un huevo, o mejor dicho, medio huevo por la parte más puntiaguda.
Llegó el sexto azote, otra vez las puntas en la parte baja de mi teta derecha. Lloraba, mis recuerdos afloraban una y otra vez, permitiéndome soportar aquello.
Alicia se puso enfrente mio. Me preguntaba como me pegaría ahora, pero pronto tuve la respuesta. Descargó un azote de arriba a abajo sobre mi pecho izquierdo. Salté y boté de dolor, y todavía sin recuperarme, otro sobre el derecho.
Se detuvo unos instantes esperando a que dejara de agitarme. Cuando quedé otra vez quieta, vi que sospesaba cuidadosamente los azotes, como apuntando. Y bien que apuntó. En el azote número ocho, las puntas de las tiras impactaron sobre mi pezón izquierdo, Si el golpe e hubiera quedado cinco centimetros corto no me hubiera dado, pero donde me dio, fue irresistible.
Me flaquearon las piernas, caí al suelo retociéndome, solté las manos de mi nuca y empecé a masajear el pecho.
Alicia me miró con cara, por primera vez, severa y me agarró para que me levantara.
—Venga, no lo estropees ahora, sólo te falta uno aquí. El pie, bien tiesa, las manos a la nuca…
Y creo que todavía hablaba, cuando el azote, las puntitas de las tiras, impactaron sobre el pezón derecho.
—Descansa un momento, venga, que lo has hecho muy bien.
Yo estaba como mareada, tanto que casi no soy consciente de lo largo que fue aquel rato. Sólo recuerdo el deseo de aguantar y soportar lo que faltaba. Alicia volvió a colocar el sillón en la posición normal, de cara a ella.
—Bien, siéntate en el sillón, muy adelante… Ahora sube las piernas y agárratelas con los brazos… Más abiertas, así.
El sillón era muy profundo, o sea que quedé con la cabeza encajada en lo más hondo, quedando la cintura en el borde del asiento. La piernas abiertas me exponían al máximo. Delante de Alicia, mi vulva estaba a su alcance, o mejor dicho, al alcance de sus azotes.
Cayó el primero. Era un dolor distinto al que había sufrido antes, más profundo. En la posición en que estaba, podía apretar las piernas con los brazos, y mitigar los espasmos mejor que cuando recibía el dolor estando de pie. De hecho, la posición que más me gusta para que me azoten es la horizontal y la que menos la vertical.
Cayó el segundo. Aquí el dolor era acumulativo, Hubiera deseado apretar mis labios vaginales, pero era imposible sin juntar las piernas. Otra vez empecé a llorar ostensiblemente a través del pañuelo. Esta vez no veía a Alicia tal como estábamos colocadas, y la inminencia del azote me llegaba por los oídos.
Tenía la vulva y el vientre depilados, no tanto por decisión propia, ya que de alguna manera soy bastante tendiente a lo natural, como por una de estas normas de higiene mal entendidas de la Academia General. De todas maneras, mis escasos pelos no creo que hubieran amortiguado mucho los golpes.
Cayo otro, esta vez las puntas impactaron en el vientre, bastante arriba. A pesar de la posición, la sorpresa me hizo botar en el sillón.
Y otro en rápida secuencia, y otro…
Yo solo apretaba y apretaba, hasta el límite. El dolor a cada azote era cada vez mayor. Dejé mi mente en blanco, sólo había dolor, pero por otra parte una gran excitación sexual, todavía más intensa que antes.
Oí como Alicia anunciaba “nueve”. Sólo queda una: hay que aguantar, aguantar… Estaba tardando mucho.
Empezó a surgir una idea insistente: que Alicia me hiciera el amor. El horrible dolor que sentía en el sexo quería que se transformara en una cariñosa lamida. Entre espasmos me inmaginaba abrazada a ella. Todavía no…
Entonces, chillé como nunca, el último azote además de muy fuerte iba muy dirigido, justo al centro de la vulva, y algunas de las tiras penetraron para impactar en los labios menores y en el clítorís.
—Ya está, eres la más valiente que he probado nunca…
Me tomó por los hombros, me puso en pié y me abrazó. Entonces me quité el pañuelo de la boca pero ya no tenía fuerzas para llorar. No sé cuanto rato estuvimos así, supongo que hasta que notó que estaba algo recuperada.
—Vamos, pasa al baño que hay en esta puerta, lávate y vístete, que tenemos qué hacer.
/…/
Continúa en el punto correspondiente se “ La base F (1) ”