La bartender

Capitulo 1

Ha pasado un largo tiempo, ¿verdad?

Tanto que ya va a dar un año y varios meses de que publiqué el primer capítulo.

No tengo perdón, lo sé.

Incluso hasta merezco ser condenada a la hoguera :v

Y bueno, han pasado taaantas cosas que podría durar mucho contándolo.

Sólo puedo decir que estoy muy contenta de haber conocido personas tan especiales y a las cuales las valoro muchísimo.

Y lo único que quiero decir es que les agradezco tanto por estar y cambiarme la vida.

En fin, aquí estoy y estaré de nuevo.

Siempre con el mismo relato pero esta vez con un giro totalmente inesperado, muchísimos cambios y nueva versión. Excepto una sola cosa: Siempre se tratará de una Bartender.

Simplemente mi único deseo es que les guste siempre como cuando les gustó la otra versión.

También he cambiado mi forma de escribir o relatar, como gusten llamarlo.

Saludos a mis países favoritos como Bolivia, España, Chile y Colombia.

Y si, por supuesto.. A los otros países demás también e.e

He aquí los Links por si prefieren leerlo en PDF.

https://drive.google.com/file/d/0B6rkSYYKIoGXb0s4V2VqTzVtUFE/view?usp=sharing

https://www.dropbox.com/s/f8cw8j5quwxqijg/The%20Bartender.pdf?dl=0


Estoy agotada. Hoy ha sido uno de esos días agotantes. No puedo dejar de pensar en los acontecimientos. Golpes, peleas y demás.

Esperaba estar en una de esas marchas pacíficas y no problemáticas. Y ahora que lo pienso, debí de hacerle caso a Paco; me lo advirtió tantas veces, que no lo escuché del todo. No sé si volveré a asistir a una marcha que supuestamente lucha por los derechos humanos.

Estoy sumida en mis pensamientos cuando, de repente, tocan el timbre. Miro la hora y me froto la cara con las manos. No tengo ganas de levantarme, y los pies los siento tan cansados...

El sonido del timbre no para… Pasan los segundos y suena, suena, y suena. Ya sé quién es, así que me levanto y me dirijo a la puerta.

–¡Por fin abres la puerta!–Grita sarcástico Edwin.

–Cómo que ya te gustó darle muchos clicks al timbre ¿no crees?–Río.

–Algo así– se burla.

Lo miro con cara asesina y después caigo en la cuenta de que no viene solo. Son Edwin, Laura y su novia Alexa. Me aparto y los dejo pasar.

Ellos se dirigen a la cocina y toman asiento alrededor de la meseta.

Veo que Edwin agarra libremente una cerveza en el refrigerador y lo bebe a gusto sonriendo con burla. Yo tomo una botella de agua.

Laura ríe por lo bajo.

–Vinimos a ver si te animas a salir hoy–suelta Alexa.

–Vaya, a eso vinieron. A que yo salga.

–Ehh... Teníamos ganas de venir a verte también, pero…

Alexa la interrumpe.

–Pero se mueren por que vayas con nosotros a una nueva discoteca, sólo que no lo dicen. ¿Verdad, Edwin?

Edwin se pone serio. Estos tres me hacen reír.

–Ya, ya, ya, está bien. Lo admitimos. Gracias, mi amor–se encoge de hombros Laura–. Y sí, venimos a ver si te animas a salir con nosotros, ya sabes.

–Quizás… Lo pensaré bien.

Gritan al unísono con mi respuesta. Me río por dentro con ese logro.

–Me gusta ver cómo se alborotan después de mi respuesta–abrazo a Edwin–. Pero está bien… Iré con ustedes. Creo que después de todo no vendría mal salir, ¿verdad?

–¡Bien dicho!–Laura me da un sonoro beso en la mejilla.

La fulmino con la mirada por el beso.

–Otro beso así, y no voy ni a la esquina contigo–la beso igual.


Día largo aún. Apenas han pasado tres horas desde que los chicos se fueron para prepararse al dichoso nuevo lugar que visitaría.

Opto por vestir algo más liberador. Sólo que… de nuevo me vuelvo a poner zapatillas.

No me siento cómoda con tacones, pero al menos no estoy yendo de negro, tal como pidió Laura.

Si no, ahora mismo vendría a pintarme y vestirme a su gusto.

‘Maldita, aun así la quiero’, pienso.

Blusa color turquesa, jeans azul fuerte y las Converse. Me veo perfecta, así que sólo falta maquillarme un poco la cara.

En eso suena el timbre, y sigue sonando durante un buen rato.

Voy corriendo antes de que me siga perforando los oídos.

–¿Hasta cuándo dejarás en paz el pinche timbre?

Y ahí lo veo, bien cómodo mirando el celular sin hacerme caso, como si fuera una imagen de algún modelo sexy como el demonio. Edwin.

–No sé qué dijiste, pero sí, sí quiero pasar–me da un beso en la mejilla y pasa.

Frunzo el ceño y me callo.

–Vaya, estuviste leyendo mucho.

Lo sigo hasta la meseta de la cocina.

–Y tú llegaste media hora antes–espeto–. Estuviste pensativo por ratos cuando viniste con las chicas, ¿qué ha pasado?

–No ha pasado nada…–esquiva mi mirada.

Este chico, algún día, va a acabar con mi paciencia.

–Es que… es gracioso, ¿sabes?–De repente, se ríe.

–No entiendo de qué hablas–frunzo el ceño.

–¡Es que tú lloras por amor y yo lloro por sexo!–Ríe a carcajadas.

Me quedo boquiabierta.

–¡¿Yo…?! ¡¿Llorando por amor?!–Pienso en voz alta–. Desgraciado, yo no lloro por amor–aseguro, mientras él se sigue riendo–. Seguro que lloras por sexo porque eres impotente–me burlé.

En eso, suena mi celular y voy por él. Es Laura diciéndome que nos verá a los dos en la discoteca.

Sólo tengo quince minutos para poder llegar, así que dejo solo a Edwin y me voy a lavar un poco la cara para poder pintarme sin problema.

Me miro por última vez en el espejo y sonrío satisfecha.


Si hay algo que me gusta de todas las cosas en el mundo, es la velocidad. Como cuando nos vamos Edwin y yo en el auto para no desperdiciar nuestro tiempo.

Mientras conduce, por fin me cuenta detalladamente por qué dijo que lloraba por sexo; resulta que en estos días ha estado intentando tener relaciones con una chava, pero ya no sentía nada al estar con ella, cosa que lo frustró mucho porque siempre ha sido lanzado al sexo. Me termina de contar todo esto y mi única reacción es… reír.

–Tú llorando por sexo–aplaudo sarcásticamente–. ¿Quién lo diría? ¡Que ya no puedas sentir nada!

–Por eso, cuando vayas a tener sexo, hazlo con amor–finge tristeza.

–Hazlo con amor–repito imitándolo.

Llegamos a la discoteca y pongo mi cara incrédula.

Vaya, hay tanta gente… será porque es nuevo el lugar y aprovechan sus buenos precios. O tal vez hay muchas nenas guapas.

Nos adentramos rápidamente, y efectivamente hay demasiada gente. La música dubstep inunda mis oídos, y mientras más me acerco a la barra, veo que hay chicos bailando solos con estilo.

Y ya por fin veo a Laura con su novia, tan feliz como lombrices.

Las saludo y veo en la cara de mi amiga que aprueba cómo vengo.

‘¡Qué alivio!’, me digo con sarcasmo.

–Pide tu cerveza. Hay de la que tanto te gusta–me comenta Alexa, y así lo hago.

Tomo asiento al lado de ella y busco al bartender con la mirada, pero me percato de que no está.

Mientras espero a que llegue, miro la cerveza de Laura y bebo. Le guiño un ojo cuando veo que se da cuenta de que le quité su bebida.

Me relajo y suspiro con los ojos cerrados.

–Cortesía de la casa–sonríe una chica detrás de la barra.

Vaya, no me la esperaba. Me ha dejado muda.

–Eh… es cerveza importada. Espero que te guste–sigue, rompiendo el silencio.

No tengo palabras para describir este momento. Sólo sé que, frente a mí, hay una chica que me ofrece cerveza y es demasiado bella.

Quizás con bella o guapa, o con incluso hermosa, me quedo corta. Sus ojos me atrapan y brillan. Son verdes.

De repente, siento un codazo. Se trata de Alexa.

–Perdón–me siento apenada–, gracias.

Ella ríe y asiente. Pero se va.

–Así que… casi te babeas por esa chava–se burla Edwin.

–No, sólo no sabía qué decir. Estaba pensando–miento.

–Cómo no. Dame esa cerveza, la probaré yo–Laura me quita la cerveza y me indigno–. No puedes decir nada porque me quitaste la mía–me recuerda.

–Pero eso fue antes de que me la ofreciera…–insisto.

Veo cómo se la bebe a gusto y yo la fulmino.

–Está buena, pide otra–me devuelve la botella con el contenido casi a la mitad.

La pruebo, y efectivamente está buena. Picosita y demasiado fría, pero buena.

Mi amiga me dice con la mirada que la pida, así que la llamo un poco temblorosa.

Hacía mucho que no temblaba por nada ni nadie. Mientras pasan los segundos, la contemplo.

Veo que está muy alegre, le sonríe a una chava que está casi por la esquina. Quizás sea una amiga suya o alguien con quien esté coqueteando, no sé.

Mira por donde estoy y se da cuenta de que le hablo, por lo que se acerca sin dudar.

–Quiero otra de esta–le acerco la botella para que vea a cual me refiero.

–¿Te gustó?–Pregunta.

– Me encantó.

–Ya vuelvo–me sonríe, y vuelve a retirarse.

Miro a mi lado izquierdo y veo que las chicas se ríen. Bueno, no me importa. Que se sigan riendo toda la noche, si quieren.

–Iremos a bailar. Ya regresamos–me dice Laura animada.

Genial, hasta Edwin se va.

En tan sólo cuestión de segundos me quedo sola sentada en la barra, esperando.

Miro hacia donde está ella. Veo cómo se apresura a  abrir la botella y se dirige de nuevo hacía mí.

Le sonrío.

–Tus amigos te han dejado conmigo–ríe.

–La verdad, sí–sonrío.

Vale, no sé qué decirle. Estoy muda y ojalá se me ocurriera algo para conversar.

Ella se da cuenta, y aun así sigue aquí. Me busca plática y yo le voy respondiendo con rapidez.

Se llama Raquel Silverman, y… Raquel Silverman es una chica Bartender. Me gusta, es una Bartender con un apellido curioso. Por un momento, me pongo a imaginar cómo serían los apellidos de mis hijos si juntaba el de ella con el mío.

‘Sería Silverman Laparra’, pienso, riéndome por dentro.

Alexa se acerca y me pide el favor de acompañarla al tocador. Por un momento me quedo muda, no sabiendo si acceder a acompañarla al baño o si decirle que prefería quedarme con Raquel. Al final, me decanto por la primera opción.

Raquel me guiña un ojo y con señas me da a entender que me esperará.

Genial, así no me pondría nerviosa por haber acompañado a la novia de mi mejor amiga.

Finalmente, me voy con Alexa.

–A esa chica le gustas mucho–me dice mientras se arregla el maquillaje–. Y no, no es suposición mía. Se nota que le interesas–me asegura entre risas.

–¿Por qué lo dices?–Pregunto mientras me lavo las manos y finjo sentir sorpresa.

–Es que…–me mira a través del espejo–. ¿No te parece raro que te dé demasiada atención a ti, mientras que su compañera atiende de su parte?–Pregunta.

Cierto. Tiene razón. Parece que todo el mundo ya va notando que ambas nos interesamos, en cierta forma.

Alexa me sigue mirando, y esta vez con mirada interrogante.

– Eh... Tienes razón.

– ¿Y?

– Creo que ambas nos gustamos–sonreí, y mi piel se erizó.


(Pov. Raquel)

Dos meses antes…

Estaba lista. Cerré los ojos y respiré profundamente.

Tantas horas pensando la manera de decirle a Regina que no podemos ser más que amigas me quitó el sueño.

Estaba a las afueras de una cafetería, esperando a que ella trajera nuestros cafés. En realidad, odiaba el café. Y sólo porque ella pagaba, acepté una taza.

Observé cómo la gente cruzaba la calle y me perdí un poco en ellos.

–Negro para ti–escuché cerca de mí una voz femenina.

Era Regina con los cafés.

–Gracias–sonreí.

Miré mis manos, y entonces ella las sostuvo.

No podía seguir con esto, por lo que las aparté.

–¿Qué tienes que decirme?–Me preguntó inquieta.

– Yo… No sé cómo decirte esto…

– Sólo dame una oportunidad. Prometo no ser celosa.

–Es que no es ese el verdadero problema–tragué saliva–. El problema es que no me veo en una relación contigo. No te veo como más que una amiga–apreté los labios.

Y... silencio. Ambas nos quedamos en silencio.

Oh, Dios, tensión.

Creía que me iba a armar un escándalo allí mismo y no, no, no. Nada de escándalos.

‘Regina, por Dios, di algo’, dije para mis adentros.

Y así fue… me gritó muy fuerte. Yo sólo quería que la tierra me tragara.

–Todo este tiempo intentando llamar tu atención, esas noches que me desvelé platicando por WhatsApp y por Facebook…– y vi cómo apretaba los puños cada vez más y más fuerte.

Quería salir de allí.

–¡Todo eso no sirvió de nada!–Me gritó–. Mandas a la mierda todo lo que hago por ti. Y me ilusioné creyendo que sí tenía oportunidad...–sollozó.

La intenté calmar, y lo único que sentí fue mi cara arder. Coño, me había dado una cachetada, y eso dolió.

Regina se retiró y miré a mi alrededor. Muchos habían sido testigos del escándalo.

–Mierda.

Me fue de allí y me detuve en una esquina. Me froté los dedos en los labios y vi que me estaban sangrando.

–Maldita loca.

Cuando miré a mi derecha, una chica sonreía. Pensé que a lo mejor me diría que esa 'maldita loca' tenía la visita de Andrés.

–Hey, te han dado una buena–dijo con un acento que no reconocí–. Se nota que te ha marcado el mentón–se rió sin rastro de malicia.

–Esta mujer…–me uní a sus risas–. Lleva tiempo detrás de mí y por fin me deshice de ella, o eso espero.

–Se me hace que no te va a dejar en paz.

Me dio un pañuelo y lo acepté.

–Oye… ¿Sabes dónde queda la catedral?–Preguntó–. Me he perdido un poco.

Vaya, qué día.

–¿Yo recibo una buena cachetada y tú te pierdes?–Contesté irónica.

–Al menos a mí no me han cacheteado–se mofó.

¡Zas! En toda la boca.

Me reí y la miré de abajo hacia arriba.  No estaba mal. Era linda; piel blanca, cabello negro, lentes negros y unos ojos a los que no les distinguí bien el color.

Quizás sean color miel. No, no era linda. Era guapísima.

–Me llamo Teffy.

Vaya. Hasta el nombre era lindo.

Basta.

–Soy Raquel… ¿Qué te parece si ésta, que fue cacheteada por una mujer loca, te acompaña hasta llegar a la catedral?–Pregunté un tanto coqueta.

–Te ves terrible con esa cara–rió de nuevo–, pero sí, está bien.

–Uy, no me había dado cuenta–bromeé desenfadada–. ¿Vamos?

Divertida, me pareció interesante. Me agradó.

Caminamos para ir a su destino, la catedral. En ningún momento me aburrí de ella, era más fácil hablar de todo.

Sería reservada, pero al menos no me trataba como Regina, y eso era lindo y estaba bien.

Y al menos tuve la esperanza de que mi día no acabara mal.

Tan sólo caminamos unas doce cuadras y llegamos.

–Y a todo esto… ¿No tenías tu teléfono para ubicarte por su mapa?–Pregunté por curiosidad.

–Este celular está muerto, y apenas ayer llegué a la ciudad.

– ¿De dónde eres?

–De Bolivia.

–Vaya, tu acento es… interesante.

Teffy rió otra vez, y ahí fui consciente de que su risa era contagiosa.

Miré el reloj de mi celular y me di cuenta de que en un par de horas tendría que ir a trabajar. Mierda, por un momento lo había olvidado.

–Ojalá pudiera quedarme–me lamenté en voz no muy alta.

–Pues ya nos veremos otro día, ¿no?–Me escuchó.

–Tengo una idea–saqué un pequeño papel de mi bolso–. Trabajo en una discoteca, o club nocturno, como lo llames en tu país. Mándame un mensaje para decirte a qué hora puedes ir. Así te invito a algo–ofrecí, de repente sintiéndome torpe.

–Buena onda. Nos vemos en la noche –Me guiña un ojo.

Y con esa última declaración, le entregué el papel con mi número y la dirección de la discoteca.

–Eres más alta de lo que pensé–sonreí y me retiré.

Llegué a casa y lo primero que hice es ir a darme una ducha. Me miré en el espejo y me di cuenta de que tenía un afta en la boca.

Y en definitiva, la cara estaba un poco marcada. Le puse medicina a la afta y luego procedí a ducharme.

Cerré los ojos mientras me enjabonaba y se me vino un recuerdo a la mente, de esas veces que me tomaba una ducha con ella... Mi novia.

A veces, por más que lo intentaba, sentía que no podría más y que caería en el piso, llorando.

No importaba donde estuviera, siempre la llevaba en mi mente.

Y no importaba lo que pasara o dijeran los demás; me sentía culpable igualmente.

Así pues, mi única solución era no tener compromisos con nadie. Aunque costara.

La ducha acabó. Tardé más de la cuenta allí dentro. Me vestí y me puse el uniforme del trabajo, que constaba de una blusa negra con el logo de la discoteca en la espalda y unos pantalones azules.

Me esperaba otra larga noche.


La discoteca estaba llena. Diana me comentó que saldría una hora antes, así que me dejaría sola en la barra.

Bien, lo que necesitaba.

–Está bien, ve y diviértete con tu primo–reí, demostrando que de verdad no me molestaba.

Sentí que el celular vibraba, y lo cogí para ver qué era. Como ya esperaba, se trataba de un mensaje. Por la foto, reconocí y supe de quién era.

“Estoy frente a ti, sírveme vos”, leí. Miré hacia delante y sí, allí estaba Teffy esperando a que le sirviera.

–No ha pasado muchas horas y te veo por acá–comenté, entregándole la cerveza.

–Tenía que verte–contestó riendo.

Al parecer íbamos a tener una noche larga las dos. Una noche sumamente interesante.