La Barandilla
Tan sólo me asomé para contemplar el paisaje...
La barandilla
Hoy, a día 7 de junio hace justo un año de nuestro acalorado encuentro en un pequeño hotelito de Jerez. Es difícil de olvidar un momento así, y más cuando se tienen pocos, como es mi caso.
No hacía ni dos semanas que nos conocíamos, y por casualidades de la vida y de trabajo, nos enviaron a los dos a Jerez. Qué simpática coincidencia, que sólo había libre para ese día una habitación doble. Parecía situación cómica de película.
Evidentemente, las cosas no estaban para protestar por cuestiones como esas, y ninguno de los dos tenía edad de armar trifulcas. Así que intentando llevar la poca intimidad que se nos venía encima lo mejor posible, nos subimos ambos en mi coche. Había algo que me llamaba la atención en ti, supongo que aquella forma de concentrarte, mordiendo tu labio inferior mientras pasabas datos al portátil. Y para que negarlo, tu abultada entrepierna, digna de ser objeto de deseo y fantasía. Y sí, tenías cara de poseer buen miembro, y de buen hacer.
Si no recuerdo mal fueron cuatro horas de viaje, en las que apenas cruzamos palabra. Y todas aquellas palabras que de nuestros labios nacían, eran referentes al trabajo. El calor se hizo a mitad de la tarde insoportable, y tenía el climatizador del coche estropeado, así que el único recurso para no asfixiarnos antes de tiempo eran las ventanillas. Yo llevaba un vestido floreado, de tonos verdosos y rosados; de tela fina y ajustado al cuerpo. No tenía demasiada longitud, y el aire provocaba un vuelo muy sensual entre mis piernas. Más de una vez te sorprendí mirándome la entrepierna con expresión deseosa. Tal vez el calor, quizás el trabajo en común, o las horas que nos quedaban juntos. . . o mismamente todo aquello en una misma función despertaron aquel día una química muy excitante entre nosotros.
Al llegar al hotel, fuiste tú quien llevó las bolsas y pidió las llaves en recepción. Subimos en ascensor y ojeamos la habitación. Para ser un hotelito en pleno centro, no estaba tan mal. Tenía un minibar, dos camas hermosas y un baño de buen ver. La decoración nada del otro mundo, pero bien cuidada.
Dejaste las bolsas en el suelo y me sonreíste, tímidamente pero pícaro a la vez. Mientras ibas al baño, yo salí a la terraza. Hacía aire, una brisa de calor que emborrachaba los sentidos. Nuestra habitación, al parecer, era la más alta. La falda dibujaba curvas moviéndose al viento, al igual que mi cabello, que tapaba mi cara continuamente. Fue entonces cuando sin saber muy bien cómo ni por qué me agarraste por detrás, apoyando tus manos en mi cintura con fuerza, y clavando tu paquete entre mis nalgas.
Me sobresalté, pero me tapaste la boca enseguida y comenzaste a besarme y a lamerme el cuello con ansia. Una vez anestesiada con tus besos bajaste tu mano desde mis labios hasta el escote del vestido, introduciéndola sin cuidado alguno. No llevaba sujetador y amasaste mis pechos a tu antojo, pellizcándome los pezones sin dejar de embestirme por detrás. Escuché posteriormente el sonido de la cremallera de tu pantalón, y lo sentí caer al suelo, levantaste mi falda y echaste mis bragas a un lado, algo humedecidas por el calor del viaje. Fue entonces cuando sentí tu glande, generoso en tamaño como imaginé. Y sin mediar palabra y de un golpe me penetraste hasta lo más hondo, haciendo chocar tus testículos contra mis nalgas. Yo levanté un poco el culo para ofrecerte un mejor acceso y facilidad de movimiento. Mis manos estaban firmes, apretando la barandilla con fuerza.
De haber tenido vértigo alguno, lo hubiese perdido por completo en ese instante. La penetración era salvaje, me estabas matando de placer, y continuamente pegabas tu pelvis a mi trasero. Las braguitas a un lado producían una agradable sensación en el tronco de tu pene, con el roce continuo. También tú te agarraste a la barandilla, justo apoyando tus manos a escasos centímetros de las mías, y posteriormente sobre ellas, enlazando tus dedos a los míos. . .Y yo suspirando mientras me follaba por detrás mi compañero de trabajo. De no ser por tu olor, hubiera pensado que tal vez podría haber sido cualquier otro hombre el que me follaba por sorpresa. Una clavada realmente espectacular, y el aire no cesaba. Mi cabello al viento, y el vestido haciendo vuelo. Esperaba una corrida descomunal por tu parte, pero por el contrario desapareciste de mis entrañas, y tomándome por los hombros me guiaste para que me tirase al suelo, a cuatro patas, tal y como se aman los animales.
Lo hice tal cual me pediste y colocándote detrás de mi, volviste a clavar ese miembro prominente, que vulgarmente y en todo humorístico puedo llamar "sacaorgasmos". Tenía ahora el vestido casi por el cuello, con la espalda al aire. De nuevo me follabas, y yo gemía, volviéndome loca de gusto, apoyándome en el suelo polvoriento de la terraza. Atraías mi cuerpo hacia ti con fuerza, y a la vez empujabas. Un mete-saca que me resultaba infinito. No pude más, y más aún cuando me pellizcaste el clítoris con suavidad, y me corrí casi sin voz, pues el orgasmo me privó de ella; perdí la fuerza en los brazos y casi acabé deslizándome por el suelo, y tú sacaste tu pene en el momento idóneo, y apuntando con él hacia mi con los dedos, me rociaste la espalda de semen.
Quedando ambos lógicamente empapados tras la faena, nos turnamos para ducharnos. En aquel viaje no sucedió ningún otro episodio similar, podría explicarse sencillamente como un "apretón".
Lo cierto es que desde entonces, me da por mirar atrás antes de asomarme por una barandilla. . .