La bailarina
Cada año se celebraba ese festival y ese año decidí ir... y la encontré a ella
Juegos, atracciones, bailes y fuego. Aquel era conocido como "El festival del fuego". Había oído mucho acerca de él y de la fuerte atracción que ejercía sobre los turistas. Yo nunca antes había ido y una parte de mi lo deseaba.
Me llamo Christian, tengo el cabello castaño, algo largo, los ojos oscuros y la piel algo clara. Puede que parezca egocéntrico pero también tengo muy buen cuerpo. No soy demasiado alto pero soy fuerte y todas las chicas que conocía querían ser mi pareja. Lástima que a mí no me gustan demasiado esos temas. O no me gustaban… hasta que la conocí.
Al anochecer la fiesta se trasladaba a una enorme hoguera en la que primero aparecía el grupo de baile masculino, “los herederos de Ra”, y después el femenino, “las doncellas del fuego”. Normalmente el fuego me asusta un poco, y ver a los herederos bailar entorno a la hoguera dejando cicatrices el aire con las estacas encendidas se me hacía demasiado irreal, y en parte me daba miedo.
Las mujeres los miraban hipnotizadas, se sentían atraídas por el modo que tenían de moverse, por su fuerza, por sus cantos… pero no solamente ellas ya que había hombres que los miraban, unos con deseo y otros con envida. Probablemente habían atraído la atención de más de uno, y los que no simplemente deseaban ser como ellos, moverse con esa facilidad y crear admiración en los demás.
-¡Damas y caballeros! –dijo el más alto del grupo masculino-. Tenemos que despedirnos, pero os dejamos con las doncellas del fuego.
Ellos se marcharon, dejando la plaza algo vacía, pero pronto aparecieron siete mujeres bailando de un modo que llamaría la atención de cualquiera, y yo, que hasta el momento había permanecido entre asustado y aburrido, casi me levanto de golpe al ver a la líder del grupo, la que se situó a la cabeza de la V que habían formado desde la hoguera hasta el punto más cercano al público.
Aquel cabello negro, los ojos azules oscuros y esa sonrisa tan bella llamaron mi atención desde que la vi. Llevaba ropas que recordaban a las odaliscas, en rojo y dorado, pulseras en los tobillos y en las muñecas, y una estaca con ambas puntas encendidas. En realidad todas las doncellas iban vestidas igual, pero yo me fijé en ella.
La primera canción, una de heavy metal de un grupo español, sonó por todas partes, y ellas bailaban al compás de la música, creando pasos imposibles, dejando que el fuego rozase su piel desnuda. Al darse la vuelta me fijé en que llevaba unas alas de ángel tatuadas en la espalda, enormes, entorpecidas únicamente por el lazo del top que llevaba.
Ni siquiera me di cuenta de que hora era hasta que arrojaron sus estacas al fuego, haciendo crecer las llamas. Entonces la mujer que me había arrastrado durante toda la noche habló. Tenía una voz muy clara, fina, casi como el aire.
-¡Son las cuatro de la mañana! –no me imaginaba que fuese tan tarde-. Por hoy el baile ha terminado, pero mañana por la noche volveremos.
Las doncellas hicieron una pequeña reverencia y luego se dieron la vuelta, marchándose a lo que, casi con total seguridad, serían los camerinos improvisados de los que participaban en el festival.
No pude evitar intentar seguirla y aunque me costó un poco, logré ver a dónde se dirigía. Fui a buscarla, pero al llegar un hombre enorme me cortó el paso. Era el bailarín que gobernaba a los herederos.
-¿Qué haces por aquí?
-He venido a ver al ángel. Necesito hablar con ella.
-Supongo que te refieres a Eva.
Tenía que ser ella, si ese chico lo tenía tan claro debía ser ella. Su figura no salía de mi cabeza, ni su sonrisa, ni sus ojos.
-Tengo que hablar con ella.
-Ya, tú y casi todos los que venís por aquí –me sonrió-. No eres el primero que viene preguntando por Eva, parece un imán para los hombres –suspiró-. Por desgracia pierdes el tiempo. Eva no se acerca a nadie.
Eso fue como un disparo. Mi ángel no se acercaba a nadie, y por tanto mucho menos querría ver a un completo desconocido.
-Roy, Danna te está buscando.
Una de las doncellas salió al exterior, vestida con una camisa rosa clara y unos shorts vaqueros. Era rubia y de ojos verdosos. Tal vez fuese una de las bailarinas más cercanas a mi ángel, y a lo mejor ella podía darme alguna pista de Eva.
-¿Necesitas algo?
-Quiero ver a Eva.
-Ya, tú y todos –giró la cabeza hacia el interior de aquel campamento improvisado-. ¡Eva, tienes visita! –luego me miró-. Ahora viene.
La rubia desapareció ante la llegada de la chica de mis sueños. Estúpido de mí pensé que aparecería con aquella ropa, o al menos con una sonrisa, pero me recibió con una mirada gélida y vestida de negro de pies a cabeza.
-¿Querías algo? –no supe qué decir-. ¿Me has hecho salir simplemente para quedarte callado?
-Lo siento.
-No te entiendo.
-No debería haber venido.
Dije aquellas palabras porque estaba asustado de ella. Había pasado de ser la bailarina, el ángel que me consumía, a ser una chica fría como el hielo. Pero aun así seguía gustándome más que cualquier otra cosa en el mundo.
Sentí una mano reteniéndome por el brazo y me giré hacia ella, hacia mi ángel, que me miraba con curiosidad.
-Eres el primero que hace esto.
-¿Qué?
-Marcharse.
-Yo… no quise ofenderte…
-¿Ofenderme? –se acercó a mi oído y susurró con una voz que recordaba a un gato-. Lo único que a mí me molesta son los pesados que buscan acostarse conmigo una noche y desaparecer al día siguiente. Hay muchos en este festival pero tú no eres uno de ellos.
-Jamás podría hacer algo así.
Se separó de mí, sacó un rotulador de su bolsillo y agarró mi mano. Iba a escribir algo pero luego me miró sonriendo y se alejó de mí.
-Vamos a hacer un trato. ¿Has oído hablar de la danza de las espadas?
Asentí despacio. La danza de las espadas era uno de los bailes más peligrosos del mundo y las doncellas solían hacerlo cada año, para colmo utilizando katanas muy afiladas.
-Si mañana te atreves a salir a bailar conmigo te daré mi número –tapó el rotulador-. ¿Qué me dices?
No lo pensé ni un solo segundo, acepté aquella propuesta, no solo por la promesa que me hizo, sino también porque así podría sentirla cerca de mí.
La segunda noche llegó y el último baile sería la danza de las espadas. Cada doncella llevaba dos armas en sus manos. Afiladas, brillantes y peligrosas… pero también atractivas para los ojos de aquellos a quienes le gustasen las espadas.
-¡Necesitamos siete voluntarios!
Era el momento, ocho chicos se levantaron, y al estar yo más cerca fui el primero en llegar hasta ella, hasta mi ángel. Eva me miró sonriendo con picardía y antes de devolverle ese gesto tan hechizante pude ver a uno de los chicos marcharse a su sitio algo molesto.
-Ya tenemos a nuestros voluntarios –alzó las espadas-. Emma les irá diciendo a los chicos lo que tienen que hacer –sonrió-. Aquellos que han venido tenéis que saber que, si hacéis todo cuanto os digamos, nada malo os pasará.
No lo dudaba, y me quedé de pie a su lado, entre el miedo y la ansiedad por tocarla aunque solo fuese un momento. La música empezó a sonar, y mientras tanto las bailarinas jugaban con los que se habían atrevido a subir al escenario.
Fueron varias las ocasiones en las que las espadas me rozaron el cuello, el pecho o cualquier otra parte que, de salir dañado, habría sido catastrófico. Debería estar asustado de las consecuencias de mis propias decisiones, pero no era así, me dejé llevar por ella, por su música y por los movimientos de su cuerpo.
Apenas me di cuenta de que la canción había terminado hasta que ella hizo una pequeña reverencia y, tras agarrarme de la mano, volvió a los vestidores. No era el único que iba, pero el contacto de su mano fue para mí algo muy importante.
Nada más atravesar las cortinas se produjo la transformación: la sonrisa murió en sus labios, soltó mi mano y fue a cambiarse. Esa chica era cada vez más fascinante. Una de las bailarinas me agarró del pelo y yo la miré molesto.
-Al fin reaccionas. ¿Quieres beber algo?
Iba a responder pero me llevó arrastras hasta la zona de descanso, en la que habían instalado una mesa hecha con tablas que se sostenían en cuatro patas de hierro.
-Ten –dijo dándome cerveza-. Te sentirás mejor –sonrió-. Eva tardará en volver, siempre es la que más quemada acaba.
-¿Quemada? –asintió.
-¿Tú estás seguro de que acercarte a ella es una buena idea?
-No lo sé.
-Pues escúchame atentamente. Eva no es como todas las que estamos aquí, no es fácil llegar hasta ella –de eso ya me había dado cuenta el día anterior-. Tienes que tener mucho cuidado con lo que haces y dices. No la trates como una princesa, no lo es, y no se te ocurra tocarla si ella no lo hace primero.
No entendí lo que quiso decir y antes de poder preguntárselo Eva volvió y fue a buscar un refresco. Aquella noche había refrescado pero era más que normal que tuviese calor por todo el tiempo que había estado bailando. Se acercó a mí y me llevó a un sillón que estaba bastante alejado de la entrada, en una zona en la que las telas hacían una esquina un tanto extraña.
-¿Cómo te llamas?
-Christian.
-Un placer conocerte.
Me senté en el sillón por petición suya y ella se sentó sobre mí. No pesaba casi nada y aunque no fuese así no me habría importado cargarla todo el día. Su olor era demasiado embriagador y adictivo.
-¿Aceptaste bailar conmigo solo porque querías mi número?
-No, es que quería estar cerca de ti a cualquier precio.
No sabía si lo que me hacía ser tan jodidamente sincero era la cerveza, ella o las dos cosas, pero estaba claro que lo más probable era que la hubiese cagado. La miré un momento y ella se rió. Al parecer algo de la situación le hacía mucha gracia.
-Eres muy honesto, eso me gusta –me miró sonriendo-, pero dejemos las cosas claras –se acercó a mi oreja-. No tengo alas por capricho, las tengo porque me gusta la libertad. Si quieres que sea tu novia tendrás que aceptar que nunca podrás tenerme por completo –asentí despacio-. ¿Quieres que sea tu novia?
-Más que nada en este mundo.
-Genial.
Sacó el rotulador, agarró mi brazo y empezó a dibujar números, dejando un teléfono que recordaré eternamente. ¿Cómo algo tan simple podía estar tan cargado de sensaciones tan distintas?
-Tengo que irme a casa –se levantó-, pero llámame. Si sigues interesado en salir con una chica peligrosa estaré encantada de volver a verte.
Se dio media vuelta y yo miré mi brazo algo confuso. Roy se acercó a mí y me miró divertido. Al parecer todos encontraban algo gracioso en la situación. A mí solo me parecía confusa y hechizante.
-Eres el primero que consigue acercarse a Eva –se rió-, pero cuenta los números.
Al principio me pareció algo ridículo, pero esa chica tendía a jugar conmigo y parecía divertirle hacerlo. Los conté despacio, y aunque al principio me pareció algo irreal y tuve que volver a hacerlo acabé por desanimarme.
-Ocho.
-¿De verdad pensabas que te lo daría entero?
-Esto es cruel.
-Tranquilo, uno de nosotros sabe el número que falta –poco me faltó para saltar del sillón-, pero tienes que adivinar quién crees que es.
Los miré a todos un momento, pensando en quién sería el que supiese el número. Estaba entre Roy y Emma, la chica rubia que la había llamado cuando fui a buscarla. Probablemente la pelirroja, Danna, fuese la novia de Roy. Era un argumento estúpido, pero me dejé llevar por mi intuición.
-Emma.
-Cuestión de suerte –dijo riéndose-. Es un siete.
Fue como si estuviese desesperado. Saqué mi móvil y marqué el número de Eva. Un tono… y una canción se oyó por el camerino. Era bonita, Stardust de Mika, una de mis favoritas. Danna miró a Roy y fue a buscar el móvil que estaba sonando, y al llegar a donde estábamos todos colgó. La llamada se cortó, y miré a los demás.
-No me jodas.
-No te preocupes, te dejó un mensaje.
-¿Qué dice?
-“Has encontrado mi móvil. Ve al puerto, no faltes o tendrás que conformarte con verme en el festival”.
-¿Dónde está el puerto?
-A las afueras.
Me levanté del sillón, no tenía ni idea de dónde estaba el puerto y tenía que encontrarla aunque me fuese la vida en ello. Danna me dio su móvil y salí corriendo a buscarla. Salí de la fiesta y fui a una calle que parecía conducir al puerto.
Al llegar allí estaba, con su cabello negro ondeando suavemente al viento y cantando Stardust como si no le importase que la oyesen. Fui corriendo hacia ella y la abracé por la espalda sin importarme si se enfadaba o no.
-Sí que has tardado.
-¿Por qué me has hecho esperar tanto?
-Quería ponerte a prueba, saber hasta dónde llegarías –me miró sonriendo un poco-. Ahora respóndeme a una pregunta. ¿Lo dejarías todo por mí?
-Eva, te quiero, pero no puedo dejar toda mi vida solo por ti. Lo siento.
-No lo sientas –tomó su móvil de mis manos y lo guardó en su bolso-, era justo lo que quería oír.
-¿Qué?
-Si me hubieses dicho que sí, nunca podrías tenerme –sonrió-. Cuando quieres algo has de dejarlo libre. Diciéndome eso me dices que nunca me atarás, y eso es precisamente lo que busco.
-Alguien que te dé libertad.
-Ven, vamos a mi casa.
Me agarró la mano y fuimos caminando hacia una urbanización bastante grande. Me llevó a uno de los portales más cercanos a la acera y subimos a la quinta planta. Estar con ella en el ascensor se me hacía raro, pero me gustaba su cercanía. Cuando llegamos a su piso me quedé bastante sorprendido. Vivía sola pero lejos de estar desordenado todo estaba perfecto, como si ver algo fuera de su sitio la molestase. Era perfecta. Me llevó a su habitación y se sentó en su cama, y yo a su lado.
-¿Qué quieres hacer?
-No quiero que pienses mal de mí.
-No lo haré. Sé lo que quieres de mí, pero si tienes miedo de que me moleste no hace falta que lo digas –me besó despacio-. Solamente actúa.
No tuvo que decírmelo de nuevo, me sentía excitado desde el día anterior y el deseo me estaba consumiendo. Ahogando por esa sensación le quité la camiseta dejando ver un sostén rojo y negro. Ella hizo lo mismo y besó mi pecho, y yo cerré los ojos dejándome arrastrar por sus besos. Bajó su mano despacio hasta el bulto que empezaba a crecer en mi entrepierna y soltó mis pantalones. Jadee sintiéndome un poco más libre y ella acabó por desnudarme por completo. Se acercó a mi oído y susurró como una gatita.
-Quiero de ti lo mismo que recibirás de mí. ¿Sabes lo que eso significa?
Asentí, y ella se tumbó en la cama. Me di cuenta de que llevaba un piercing en el ombligo y lamí su piel alrededor del adorno dorado. Con mis besos fui subiendo hasta su pecho y solté la prenda que cubría sus senos, redondos y lisos. No pude evitar lamer sus pezones y morderlos, jugar con ellos en mi boca. Me sentía vivo y los jadeos de mi precioso ángel me decían que le gustaba. No me cansaba de jugar con sus senos, pero deseaba más, y volví a bajar a su vientre, antes de soltar el cierre de sus pantalones y bajarlos lentamente, disfrutando al dejar sus piernas desnudas. Tenía la piel demasiado suave como para resistirme a ella, y deseando más no tardé en quitarle el tanga que llevaba, liberando por completo su cuerpo perfecto.
-Para.
-¿He hecho algo malo?
-No, solo quiero hacer una cosa.
No me dejó tiempo para preguntar qué, solo cambió la posición de su cuerpo quedando su cabeza cerca de mi rabo y la mía viendo directamente su coño. No me dejó tiempo de decisión, se metió mi polla en la boca y empezó a chupármela, haciéndome gemir. No iba a dejar que disfrutase yo solo, así que mi lengua buscó su entrada y me encontré con que llevaba un aro en el clítoris, algo que yo estaba buscando.
-¿Por qué…? –no me dejó terminar la frase.
-Noche de fiesta. No recuerdo habérmelo hecho pero ahí está.
Me dio igual, mi lengua siguió el recorrido de su ingle hasta llegar de nuevo al aro y, más tarde meterse en su entrada sin preguntar. No pudo evitar un gemido y luego siguió comiéndomela, haciéndome gemir, aunque ella no podía oírlo, mi lengua seguía intentando llegar más profundo en su entrada. Fue tanto que no pude avisarla de que me iba a correr y acabé por llenar su boca. No le importó, de hecho se lo tragó y me miró sonriendo traviesa.
Eso me encendió más y busqué sus labios desesperado, enredándome en ellos. Estaba muy mojada y yo deseaba más que nada clavársela. Sin embargo me hizo esperar, negándose siquiera a que le tocase el aro que llevaba.
-Por favor, no puedo más.
-Solo te dejaré si prometes no ser tierno –se acercó a mi oreja- me gusta duro.
-Lo haré como quieras.
Abrí sus piernas y, tras jugar un rato tirando suavemente del aro se la metí de golpe. Eso la hizo gemir, y a mí lo apretada que estaba. Empecé a moverme rápido, y entonces entendí que, aunque no me lo hubiese pedido, me sería imposible ir despacio. No quise contenerme, dejé que mi cuerpo actuase por sí solo. Agarré sus manos sobre su cabeza y le día más duro. Su cuerpo reaccionó a aquello estremeciéndose y eso me hizo gemir. Nunca antes me había sentido tan bien, mi cuerpo se negaba a detenerse y quería correrme pero no tan pronto, iba a aguantar todo cuanto pudiese, quería hacerla gemir, hacer que se derritiese en mis brazos.
Hice que se pusiese a cuatro patas y al volver a metérsela y empezar a moverme sus gemidos se volvieron incontrolables. Había dado con lo que más le gustaba y su cuerpo reaccionaba a ello, no solo por los gritos de placer que salían de ella, sino también porque se apretaba cada vez más.
-Voy a correrme.
No me dejó alejarme de ella y cuando su cuerpo se tensó por dentro estuve a punto, pero logré aguantar lo suficiente como para hacerla gemir más, estremeciéndose con cada embestida que recibía. No pasó mucho tiempo hasta que volví a correrme, llenándola por dentro. Me tumbé a su lado y la besé con ternura.
-¿Dónde vives?
-Eso no importa. No vine aquí solo por el festival, estoy buscando piso para quedarme.
-Pues ya lo has encontrado.
Al día siguiente salimos de su casa y sus amigos nos esperaban en un bar cercano a la playa. Danna me miró sonriendo y luego a Eva, se levantó y miró al camarero.
-¡Javier, trae dos cervezas y otra ronda!
El camarero no tardó en llegar y Roy lo saludó tranquilamente, como si no le importase que su novia se fijase en otro.
-¿Estáis de celebración?
-Sí. Eva tiene novio.
-Entonces a esta estáis invitados.
Actualmente Eva y yo llevamos tres años juntos y cada vez es mejor. Algún día os contaré la orgía que montamos todo el grupo, pero por el momento espero que hayáis disfrutado con este relato.