La Azuceida

Una linda muchachita con una arraigada fe cátolica descubre el mundo del libertinaje. Empieza odiandolo, pero gracias a una super orgía, en la que prácticamente es violada, aprende a amarlo y se convierte en una puta de lujo

Sumida en un mundo donde es presa de acosadores libidinosos, Azucena, una muchacha educada con una arraigada fe católica, tiene que afrontar las adversidades de la perversión y la inmoralidad tratando de portar el prototipo de una mujer decente. Pero entonces, termina dándose cuenta que no todo es lo que aparenta ser.

Una historia llena de giros inesperados, en que los personajes convergen en una red de hedonismo, justificación a su existencia, intolerancia y lujuria.

La obra está dividida en dos libros. El primero, pasivo y con escenas un poco fuera de lugar, puede ser considerado superfluo; aunque en realidad es una introducción a la trama y al personaje principal, que debe ser digerida como el aperitivo al platillo fuerte.

Pero si te gustó el primer fascículo, entonces el segundo te fascinará, te estremecerá y te seducirá. En el libro segundo presentamos a un personaje, un poco demente, un poco granuja, un poco blasfemo, que hará una fuerte critica a lo que la gente promedio tiene por correcto.

NOTA PRELIMINAR

Esta novela está plagada de situaciones escabrosas; sus personajes son irreales y soeces; y debido a su contenido puede atentar contra la idiosincrasia de la gente dogmática y cerrada.

Mas sin embargo, se le invita a que abra su mente a otros horizontes y de vuelta a esta pagina. Después de todo, como diría Montoya: si vives bajo tal o cual idea o bajo tal o cual estilo de vida, deberías de conocer sus contrapartes para comparar ambas y cerciorarte que has elegido la indicada. Y si no son de tu grado, simplemente ignóralas.

CAPÍTULO I:

UN DÍA DE ESCUELA

Después de sonar el timbre que indicaba la hora del receso, todos los estudiantes salieron alegres y hambrientos a comer un refrigerio, a hacer alguna tarea que por diversas razones no terminaron en su casa, o a pasar un rato de esparcimiento para desaburrirse y estar listos para la siguiente clase. En el caso de Azucena, lo único que se le antojaba era comer algún alimento para apaciguar su hambre.

Caminaba por los pasillos de su escuela mientras un puñado de muchachos se le quedaba viendo; algunos otros la saludaban; ella solo se limitaba a contestar algunos saludos con una obligada sonrisa en cara.

–¡Adiós, Azucena! –dijo algún fulano.

–¡Adiós... adiós...! –contestó ella.

Siguió de largo hasta llegar a un lugar dónde había sombra; un reconfortante soplido del viento; algunos pajarillos volando alrededor; un árbol de tronco grueso y ramaje frondoso, que nacía de un suelo cubierto de césped; y tomó asiento en una banca, al mismo tiempo que retiraba su mochila de su espalda; la abrió, y sacó de su interior un emparedado el cual empezó a comer después de haberle retirado la servilleta hasta la mitad, por dónde lo cogía con sus dedos.

Y siguió ella comiendo acompañada de una tranquilidad agradable; observando como a lo lejos jugaban básquetbol algunos muchachos y como algunos observaban a lo cerca a esos jóvenes practicando su deporte. Uno de los cuales metió una canasta de tres puntos y mencionó algunas groserías en son de festejo.

–¿Puedo acompañarte? –interrumpió Clara, quien al ver que no consiguió respuesta añadió–: ¿Estás sorda acaso, o te crees la muy importante para ignorarme señorita cabeza de...?

–Perdón, ¿me hablabas?

–¡Nooo!... hablaba con la muchacha que está al otro extremo de la escuela –contestó sarcásticamente–. ¡Por supuesto que te hablaba!

–¡Oh lo siento! –dijo ella con un tono de inocencia–, pero estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no me había percatado de...

–Sí... sí... ahorra saliva. ¿Qué haces aquí tan solita?

–No, pues nada... comiendo este sándwich. ¿Quieres?

–No, gracias.

–¿En serio?

–Sí.

–¿Qué hiciste este fin de semana? Si mal no recuerdo me habías comentado que irías a alguna fiesta o algo por el estilo.

–¡Oh sí... claro, esa fiesta. Pues... eh... pues estuvo bien... Chida como todas las demás. Me divertí; conocí gente interesante; tú sabes, fue una fiesta como todas las demás.

–¿Podrías ser más especifica? Vamos, anda... cuéntame sobre ella; venga, quiero oírte... Vas muy seguido a ese tipo de fiestas con esa gente, que me gustaría saber un poco...

–Pues sí... pero en realidad no hay nada que contar –arguyó Clara evasivamente.

–Oh, ya veo... –susurró Azucena, como queriendo fingir que no se había dado cuenta que su amiga no quería hablar de ello por alguna razón que desconocía, y ciertamente no le dio importancia–. ¿Y qué obtuviste en tu examen de Física?

–Un ocho.

–Vaya cómo le haces, creía que eras muy burra... Perdón... ¿Cuál es tu secreto?

–No tengo ningún secreto.

–¿En serio?

–Sí. Mira quienes vienen ahí.

Tres compañeros se dirigían hacia donde estaban ellas. Llegaron haciendo algo de bullicio y con una risa un poco burlesca; seguramente acababan de jugarle alguna maldad a uno de esos adolescentes parias, o tal vez se reían de algún chiste de humor negro, que sé yo.

–¿Y ahora qué pasó? –interrogó Clara con una voz de curiosidad, deseando saber el por qué de sus burlas–. ¿Alguien hizo el ridículo?

–Sí, díganos... haber cuéntenos –dijo Azucena, al momento que hacía espacio para que se sentara Paola, la muchacha que acompañaba a estos dos individuos–. ¿Qué hiciste ahora, Paco; o tú, Hernán?

–Qué dices, ¿se lo contamos?

–No, no lo hagas, no es de confianza... ¡O al diablo, como quieras!

–Pues bueno; pero tienes que darme uno de esos emparedados.

–Claro, Hernán... con mucho gusto.

–No te creas sólo bromeaba.

–Yo sí lo quiero –dijo Paco; y Azucena se lo dio.

–Bueno, en realidad no es la gran cosa... –dijo Hernán– pero ya que insistes esto fue lo que pasó:

``Fuimos a la cafetería a comprar un pequeño refrigerio (una torta para ser explicito); y un nerd estúpido se topó con nosotros dos; y accidentalmente y en parte debido a su estupidez, nos tiro nuestra comida al darse la vuelta distraída y apresuradamente. Entonces le dimos unos madrazos para desquitarnos, después de que nos pago nuestra respectiva indemnización, por así decirlo.

–Pero que bárbaros...

–Espera –volvió a expresar él–. Eso no es todo. Vamos, ¿A poco piensas que ese pequeño accidente y nuestra menos pequeña represalia suscitaron estas carcajadas nuestras? No seas ilusa.

``Tras eso, el pobre enclenque se volvió hacia nosotros encarándonos con torva faz. Y ahí fue cuando nuestra querida compañera aquí presente –señaló refiriéndose a Paola y extendiendo su mano para abrazarla– entró en acción. Antes de que el pobre diablo dijera o hiciera algo, ella llegó y le dio una patada en el trasero... ¡Así nada más!, sin saludar ni decir siquiera: "Hola amigo, no te conozco y me imagino que tú tampoco a mí... pero cómo sea, voy a patearte porque a mi prejuicio eres un estúpido; eso sin contar que quiero molestarte para diversión mía". Y bueno, en fin, para no alargarle más, basta decir que nos burlamos, tanto Paola como él y yo, del pobre diablo en demasía... que... que... ¡empezó a llorar! ¡Ja-ja! Pobre estúpido.

–¿Qué? –exclamó con sorpresa Azucena, volteando la cabeza para mirar a Paola, quien se reía entre dientes pero al final no pudo contener la risa y soltó la carcajada–. No te creí capaz. Me decepcionas Paolita –terminó diciendo con un dejo de enojo.

–¿En realidad se les hace gracioso eso? –dijo Clara, al momento en que cruzaba las piernas como lo hacen las mujeres y clavaba su mirada en los ojos de Paco, quien se empezó de repente a intimidar, pues aquella mirada se tornaba muy provocativa e insinuante. Miraba como miran "las cualquieras". Pero aún así sacudió la cabeza como reflejo a esa insinuación y contestó con un tono falso y nervioso:

–Sí claro... es muy... gracioso...

–A ver dime: ¿que tiene de gracioso? –interrogó Clara con la misma mirada de piruja y descruzó sus dos piernas, dejando ver entre las sombras que producía su falda unas pantaletas blancas que muy apenas se podían apreciar en esa oscuridad. Paco plasmó su vista en la entrepierna que tenía enfrente, y trató de continuar con la platica, pero conforme seguía la charla el panorama se ponía mejor. Las piernas de esa beldad se abrían más y eran iluminadas por la entrada de la luz solar, que concedía ver claramente esas pantaletas y sus hermosas piernas en su totalidad que salían de ellas. Azucena se dio cuenta de ello y volteó apenadamente su mirada. Mientras, la fingida charla continuaba entre estos dos jóvenes, que trataban de alargar la platica; uno para ver el espectáculo y la otra para poder darlo.

Azucena empezaba a ponerse nerviosa, y no sabía que hacer, ni cómo actuar ante semejante situación; era demasiado obvio que intentaba fingir que no se había percatado de nada.

La temperatura corporal subía mientras el tiempo avanzaba. Y las piernas fueron cruzadas de nuevo, terminando así la función. Azucena dio un respiro de alivio y dijo:

–¿Alguien quiere una paleta?

–No –dijo clara–. Saben compañeros me acabo de acordar que tengo que buscar ala maestra Pérez. Necesito preguntarle de la demostración de ciencias de mañana. Nos vemos.

Y diciendo esto se retiró con la mirada en alto y contoneando su trasero, dejando a su amiguita con estos tres jóvenes, que empezaron a dialogar de temas cotidianos. Pero ninguno de los cuatro dijo alguna palabra con respecto al raro comportamiento de su compañera.

–¿De quién es este billete de veinte? –preguntó Paola.

–Pues mío no es.

–Ni mío.

–Pues si nadie lo reclama, yo me lo puedo quedar.

–No seas idiota –insultó Paola–. Ha de ser de Clara. ¿Se lo podrías entregar a tu amiga, o quieres que lo haga yo?

–No, con gusto se lo entrego –respondió, cogiendo el billete y parándose para buscar a su amiga.

Se lo pudo entregar después, en la clase de matemáticas, pero quiso poner fin a la platica.

Le preguntó a la maestra Pérez sobre Clara, pero dijo que no se había presentado al salón en estos minutos inmediatos. A Azucena le extrañó eso; pero le dio poca importancia y siguió buscando. Buscó en los baños, buscó en otros salones, buscó en la cooperativa. Pero cuando estaba a punto de resignarse a completar ese pequeño trabajo, se dirigió a las orillas de la escuela; dio vuelta a la esquina lateral derecha del taller de electricidad y... ¡sorpresa! Había encontrado a su amiga. Pero no estaba sola. Tampoco desocupada. Besaba impetuosamente los labios de un muchacho. Los mordisqueaba. Y le jugaba con la lengua. Unas lujuriosas manos recorrían las piernas, las acariciaban y escudriñaban entre la falda; daban un pellizcón a una nalga después de un fuerte agarrón; mientras Azucena presenciaba estupefacta como su amiga se adentraba en el mundo del vicio.

–"No lo puedo creer –exclamaba en su fuero interno, al tanto que presenciaba como eran acariciados los pechos de Clara por unas hambrientas manos, que no contentas por acariciar por encima de la ropa, tenían la desfachatez de meterse entre la blusa y masajearlos por encima del sostén que los protegían–. ¿Qué está pasando aquí? Creí que andaba con Bernardo y hace unos escasos días con Lucio.

‘Amiga mía, por favor no hagas estás estupideces... ¡Oh diablos... será mejor que me esfume."

Se retiró, pensando en su camarada y en sus lascivas acciones.

Después de haber sonado el timbre se encontraba en la clase de matemáticas sacando su cuaderno lista para hacer sus anotaciones, pues la clase estaba apunto de comenzar. Pero otros asuntos mantenían ocupada su cabeza en estos momentos. Clara no había llegado a clases aún.

–"¿Dónde estará? ¿Seguirá con aquel joven? ¿Qué tal si ella estaba siendo acosada por aquel joven, y yo lo permití?"–estos y otros pensamientos revoloteaban por su cabeza al momento en que su maestro iniciaba con la clase.

Azucena era una muchacha que tenía que lidiar todos lo días con pequeños acosadores, mirones que perdían su vista en esas lindas piernas y muchachos que comunicaban su gusto por ella con algunos piropos, algunos muy halagüeños otros bastante vulgares. Pero en este momento ella se erguía derecho, levantaba el pecho y trataba de poner atención. Todo esto con un leve dejo de vanidad, pues estaba consciente que esas pequeñas situaciones a las que era sometida diariamente, y que les hacía frente de una forma pasiva, otras veces, omisa, eran producto de su gran belleza física. Una belleza tal, que todos los días por la mañana al momento de peinarse y verse en el espejo, observaba con gusto y se sonreía a sí misma y se daba cuenta del por qué de aquellas situaciones.

En ese momento llegó Clara al salón de clases. Su maestra le pidió una explicación de su tardanza, ella le contó una mentira y la maestra accedió a dejarla pasar, prometiéndole que la próxima vez, no sólo no entraría, sino que perdería el derecho a examen. A clara eso le pareció razonable, y entró a Clases. Con retardo claro está.

Viendo a su amiga ya en el salón de clases, Azucena se sintió más tranquila y trató de poner atención. Pero por más que lo intentaba, no podía; cualquier distracción desviaba su atención, pero trataba de aprender. Pero no podía; era realmente aburrido ver a un hombre parado frente a ella explicándole cosas absurdas sobre números.

–"Vaya, esta clase es realmente aburrida. No sé cómo le hace Alberto para pasar siempre con 10. además es difícil concentrarme con este menso que se me queda viendo como un completo bobo. ¿Qué nunca habían visto a una mujer antes? No soy la única mujer bonita del salón. Por si no se habían dado cuenta por allá está Paola, Diana, Regina, Clara; y Alejandrina no se queda atrás. Pero afrontémoslo, ninguna de ellas me llega a los talones. Bueno... Regina y Clara son muy bonitas, pero... ¡Nah! Y demonios hay veces en las que deseo ser tan fea para así librarme de esos tarados. Y realmente estoy tan cansada de ellos, que me gustaría que... Ya mensa pon atención. Está bien lo haré. Pondré atención a esta maldita cla..."

En estos momentos los pensamientos de Azucena se vieron interrumpidos por las caricias de unas manos que emprendieron a manosear su culo. Ella no quiso creer que lo estaban haciendo. Prefirió pensar que el muchacho que estaba sentado a su espalda la había tocado accidentalmente. Pero esas caricias se convirtieron en pellizcones, nalgadas y uno que otro dedazo por su agujero.

–"¡Oh Dios mío! Me están tocando. ¿Qué hago? Justo cuando empezaba a poner atención. No, no es cierto, no estabas poniendo atención, pero... ¡Oh Dios mío! Ese ya fue un agarrón. Dejen de frotar mis nalgas, malditos estúpidos... tengo que hacer algo. ¿Pero qué? Son dos manos las que me tocan. Puedo sentirlo. Puedo oír sus murmuros... cómo planean complacer sus satisfacciones carnales. Se ríen con un tono de lubricidad. Desde aquí oigo sus respiraciones. No. Momento. Son tres manos. ¡Ay! Esa nalgada me dolió. Me equivoque, son cuatro."

Ellos no pudieron resistirlo; no pudieron contenerse; simplemente vieron como esa hermosa chica dejaba salir su carnoso y bien formado culo por el vacío que había entre la recargadera y el asiento del banco. Era un culo que imploraba a gritos ser ultrajado... Ellos no pudieron resistirlo...

–¡Oigan güeyes!, ya mejor vamos parándole; ¿Qué tal si nos acusa? –exclamó susurrando uno de los muchachos.

–Puedo arriesgarme –susurró otro.

–Sí. Ese culo bien lo vale –afirmó un tercero.

Y diciendo esto continuaron su empresa; aunque ahora de una forma más licenciosa y lubrica.

Uno de ellos metía su dedo en el mero hoyo del trasero de su guapa compañera. Lo movía suavemente, ocasionándole un ligero cosquilleo, incomodo para ella. Otro metía su dedo medio entre las dos nalgas, y con los dos dedos aledaños a cada lado, las apretaba con fuerza.

–"Oh esto ya no lo puedo creer, estos chavos ya no tienen descaro alguno... Debería delatarlos, a ver si aprenden... En realidad debería hacer lago al respecto, esto ya no lo puedo permitir... por primera vez debería de tener las agallas para defenderme, en vez de dejarme, como siempre lo hago. Vamos. ¡Hazlo!... Sí, lo haré... los reportaré, y aquí voy... Una... dos... ¡tres! ... Simplemente no puedo. No me animo. Soy una estúpida. No puede ser. Demonios. ¡Demonios! ¡Demonios!"

Estos cuatro adolescentes casi eran descubiertos en el momento en que el maestro se dio vuelta para hacer una pregunta a sus alumnos sobre la ecuación que realizaba. Pero no sucedió; estos gañanes se salieron con la suya. Y por cierto, sucedió lo menos esperado por Azucena.

–¡Azucena! –exclamó con un tono de reprimenda el profesor–. ¿Qué pasa contigo?

–¡¿Yo?!... No sé de que está ha-hablando... –titubeó con el rostro rojo de vergüenza y muy nerviosamente.

–¿Por qué no has anotado nada? O dime: ¿ya dominas el tema, como para pasarte al pizarrón a que lo expliques?

Ni siquiera permitió que contestara, cuando agregó:

–¿Y qué haces rodeada de esos burros? Tus amistades han cambiado súbitamente.

–No, profesor, lo qué pasa es que ellos... ellos... ellos...

"Aquí voy" –terminó diciéndose ella misma en sus pensamientos.

–¡Párele, párele! –dijo el profesor, impidiendo inintencionalmete la acusación de Azucena–. Es más, te me cambias de lugar.

Azucena acató la orden con un poco de inconformidad y mucha pena; aunque al menos ya no iba a estar cerca de esos abusadores.

Azucena creía que ya había terminado todo, que sólo era cuestión de que pasara el tiempo, saliera de su maldita escuela, se alejara de sus malditos compañeros, disfrutara la tarde, viendo su caricatura favorita, y desear que el día venidero fuera mejor que hoy. Pero no fue así.

Era el receso de las 12:00, tenía diez minutos para descansar, se sentía un poco abrumada, por lo cual fue a su lugar favorito: la banca junto al frondoso árbol en la que solía pasar el receso, donde por lo general estaba solo y nadie la molestaba. Mataba el tiempo leyendo una revista y silbando una canción.

En ese momento dos de sus compañeros arribaron a su presencia. Eran dos muchachos dispuestos a tener una charla para pasar el tiempo. Ella alzó su cabeza y los miró a los ojos. Por unos segundos permanecieron callados y serios, pero uno de ellos rompió el silencio.

–Lindo collar –dijo tomándolo con las manos.

–Sí... me lo regalo mi mamá...

–Ellos dos se sentaron con ella; uno a su izquierda y otro a su derecha.

–¿Qué pasa con ese maldito profesor? ¿Te regaña sólo por qué no escribiste sus apuntes? Qúe sigue: ¿Me expulsaran por tener el pelo largo? –alegó el otro muchacho.

–Sí, está loco –agregó Azucena con sospecha, pensando si se habrían dado cuenta o no de lo ocurrido en la clase–. ¿Y ustedes qué cuentan?

–No, pues nada; aquí na’mas, dando la vuelta, tratando de escapar de aquella bola de imbeciles a la que llaman compañeros... Y pues bueno... te encontramos aquí.

–Pero vaya, que ironía –comentó ella por esa casualidad.

–¿Ironía? ¿Por qué lo dices?

–No, por nada.

–¿Sabes que sería bueno? –dijo uno de los muchachos–. En vez de hacer dos recesos, deberían de juntarlos y hacer un receso de media hora. Así sería mas chido, no sé por qué pero lo sería.

–Hey sí. Tienes razón –dijo ella, asintiendo con la cabeza y relajándose un poco más, al sentir que tenía un pequeño parecido a esos dos jóvenes.

–Oye, sólo por curiosidad –dijo uno de los muchachos– ¿Qué música te gusta oír?

–¿Que música?... pues este... algo de pop.

–¡Esa música apesta! –dijo sarcásticamente uno de los muchachos.

–Ay, pues fíjate que son mis gustos; y yo oigo lo qué quiero, si no te gusta no me importa. A ti no te gustaría que yo criticara tu peinado... o el pendiente que usas. Cada quien tiene sus propios gustos, y deben ser respeta..

–¡Sí, sí, sí, sí... No te pedí la historia de tu vida.

Rieron los tres jóvenes; y Azucena en especial, parecía estar feliz por haber encontrado a dos amigos con los qué podría platicar y decir sus comentarios sarcásticos sin que la tacharan de mensa.

–¿Sabes que sería bueno? –comentó uno de ellos–. El salón debería ser más unido; muchos de nosotros no nos hablamos, ni siquiera nos dirigimos la palabra, deberíamos de olvidar todas nuestras diferencias, y unirnos en un estrecho lazo de amistad...

Azucena contemplaba como aquel estudiante exponía sus ideas, y con la sola expresión del rostro se podía ver que estaba de acuerdo.

–Hace unas horas –continuó– tú y yo ni nos hablábamos, éramos prácticamente un par de extraños. Y ahora ya nos conocemos. Cómo sea, a lo que voy es –sonrió malévolamente –... necesitamos que haya más unión entre nosotros, más... contacto –y comenzó a sobar el muslo de Azucena con la mano, al mismo tiempo que la miraba a los ojos. La expresión facial de Azucena cambió drásticamente; ya no manifestaba alegría, no, no. Esa expresión fue reemplazada por una de incertidumbre.

–Sí sabes a lo qué me refiero, ¿verdad, mi querida amiga Azucena?

–No, no sé a lo qué te refieres –respondió ella, al mismo tiempo que él proseguía sobándole la pierna con su mano, que ahora iba más lejos y la metía entre la falda y la sacaba suavemente para volverla a meter y seguir acariciándola de esa manera–, y me gustaría que me lo explicaras, siendo lo más explicito posible y sin tapujos.

–No me gusta ser directo con mujeres como tú. ¿Sí me captas, no?

–Sí, él tiene razón. Preferimos llegar, hacer lo nuestro y que tú nos sigas el juego. Así que vayamos al grano –exclamó el otro muchacho. Se acercó más a ella, pasó su mano a través de su espalda y le pellizcó el pezón más lejano a él.

Ésta era la segunda ocasión en el día que trataban de aprovecharse de ella; esta vez no lo pudo tolerar; y en vista de que ahora no estaba rodeado de gente, razón por la cual no era necesario hacer un escándalo, se defendió.

–¿Qué creen que hacen? Suéltenme, por favor. ¿Acaso son sordos, tercos o estúpidos? Dije: ¡Suéltenme!

Se puso de pie, dispuesta a irse, pero al momento de pararse, puso el culo justo en la cara de uno de ellos, que la sujetó, apretándole las nalgas.

–Déjame en paz, degenerado.

–¿Qué pasa contigo? –preguntó él, y la soltó.

Esa es la pregunta que yo les debería hacer a ustedes.

–No te enfades, puta. ¿Cómo demonios puedes pasar de comportarte de cierta forma a comportarte de otra totalmente diferente?

"Puta": esta palabra martilló sus oídos. Nunca había sido llamada de esa forma. Lo consideró un gran insulto, y comenzó a sentirse más angustiada. Podía concebir que la llamaran tonta, fea, mocosa e incluso pendeja; ¿pero puta?, jamás.

–No me vuelvan a decir así –dijo ella, cabizbaja, con una voz sombría y un nudo en la garganta–. ¿Les quedó claro?

–¿Una puta exigiendo respeto? Eso no se ve todos los días. Vaya, el mundo sí que está loco.

–Creí que eran mis amigos, yo vi en ustedes dos una amistad que empezaba a brotar. Pero me equivoque. Como siempre lo hago. Ahora, por favor, les digo que me dejen ir, y olvidaré lo acontecido aquí.

–¡No! No te vayas. Nosotros pretendíamos ser tus amigos. En realidad eres tú la que nos saca de quicio. Si no quieres este tipo de trato está bien; pero fue tu culpa; fuiste tú la que nos incitó a hacer esto. Nosotros sólo quisimos hacer caso a lo que indirectamente nos invitaste.

–Oigan, compañeros, voy a tener que ser clara con ustedes, puesto que estoy empezando a pensar que por aquí ha de haber un pequeño malentendido: ¿De qué me están hablando?

¡Por favor! Vimos claramente cómo te manoseaban en la clase de matemáticas. No fueron uno, ni dos, sino cuatro muchachos. Y tú no dijiste nada, en vez de eso sacaste tu trasero y lo inclinaste poniéndoselos a su merced. Lo permitiste enfrente de todo el salón, y casi puedo apostar a que lo disfrutaste tanto que lo harías de vuelta.

Al escuchar esto, Azucena se estremeció; no lo podía creer, ahora su salón pensaba que era una puta. Ella no lo podía creer.

–Así que para qué lo niegas –murmuraron–. Acéptalo y déjate sentir.

Los dos se acercaron más a ella. Uno apretó sus dos pechos; ella le retiró sus manos de allí; él no hizo caso, y volvió a apretarlos arduamente. El otro se encuclilló a sus espaldas; la nalgueó dos veces, al cabo que veía como le temblaban sus glúteos al momento del golpe, y dijo:

–¡Oh Dios!, este culo es bellísimo.

Su cuerpo era ultrajado una vez más; acariciado de arriba abajo; sólo unos pedazos de tela separaban las manos de estos tipejos de la piel de esta beldad.

–déjenme en paz, por favor, yo no pedí esto... yo... sólo quería... déjenme en paz por favor –dijo ella con una voz muy quedita.

Uno de sus acosadores, el que yacía abajo disfrutando de sus nalgas, se puso de pie, poniendo su erecto miembro viril entre las piernas y el culito de Azucena, acercó su boca a su oído, y le dijo susurrando:

–No.

Sacó su lengua y recorrió con ella la mejilla de su compañera, quien respondió a esto con una mueca de repugnancia.

–¡Retiren sus manos de ella jóvenes! –ordenó una voz autoritaria.

Ellos así lo hicieron, pensando que se trataba de alguna maestra. Se volvieron trémulamente y...

–¡Oh! Eres tú, creí que era alguien importante.

–Ella no tiene ganas de jugar. Así que mejor aléjense de ella, o podría pasarles algo desagradable –amenazó esta persona, que por cierto era Clara.

–Sólo tratábamos de divertirnos un poco– dijeron, mientras liberaban a su victima–. Toma entonces, llévate a tu amiguilla, y aléjense de nosotros, insulsas mujerzuelas.

–¿Mujerzuelas? –replicó Clara–. Lo dices con una denotación despectiva; como si odiaras a las mujerzuelas; como si no te gustara joder con ellas; como si amaras a las mujeres bien portadas, cuando hace apenas unos instantes despreciaste a esta mujer por no comportarse como una "mujerzuela".

–No, no es cierto... lo qué pasa...

–Lo qué pasa es que eres un imbécil –interrumpió Clara–. Te gusta que las mujeres se comporten de un modo, eso es lo que quieres, y cuando lo tienes, a nuestras espaldas nos desprecias e insultas como si no fuera el patrón de conducta que deseas que las mujeres sigan. ¿Es irónico, no lo crees? Muchas abandonamos ese comportamiento por la posición negativa que toman ustedes en el momento en que descansamos de complacerlos. Y entonces se quejan porque no somos unas fáciles, cuando ustedes mismos contribuyeron a que abandonáramos nuestro camino de rameras. ¿Ves lo imbécil que eres?

–Pero no puedes negar que eres una puta –exclamó desafiantemente– y que más de una vez te regocijaste de placer al jugar con mi pinga y deliraste al sentir mis caricias sobre tus pechos.

–Pase momentos maravillosos contigo hace tiempo. No lo niego. Pero me temo que ya quedo en el pasado, pues no estoy dispuesta a disfrutar con un bellaco que después de terminado el goce, va con sus conocidos y daña mi imagen contando una distorsionada historia de lo acontecido. Y a la dichosa mujer con la que gozó, la denigra y deja de ser su dadora de placer para convertirse en la corruptora de la moral.

–Di lo qué quieras, no importan tus insultos, hay muchos coños en este mundo, uno menos que joder no hace gran diferencia.

–Se te empezaran a acabar si dejas de valorarlos.

–Ya lo veremos. Nos vemos entonces... hasta luego.

En el momento en que iban a retirarse estos jóvenes, llegó Paola, escoltada con cuatro muchachos y tres muchachas.

–Espérense, no se vayan –dijo escasos segundos después de su llegada–, no sin antes explicarme lo qué pasó aquí.

Ellos así lo hicieron, relataron, sin omitir ningún detalle, el incidente.

–... ¿y esta chiquilla se opuso a sus tratos? –dijo Paola, manifestándose a favor de los muchachos– vaya, pero que locura, nunca había escuchado una historia así.

–Pero yo no quería ser sometida a esos tratos –se defendió Azucena–. Yo no soy así... no me gustan que me manoseen, eso realmente me enfurece, y cuando estos chavos lo hicieron... fue un completo insulto, yo...

–No te quieras hacer la inocente con nosotros, chiquilla –replicó Paola–. Vimos claramente cómo ofreciste tu culo en la clase de matemáticas.

Uno de los muchachos recién llegados apretó fuertemente las nalgas de Azucena, y exclamó:

–¿Acaso lo niegas?

Estaba tan agitada que sus piernas temblaban de nerviosismo. Una de las muchachas se acercó, y en son de imitación a uno de sus amigos, le pellizcó una teta y le dijo coquetamente:

–Eres una perra en celo.

Ella no dijo nada, no respondió; simplemente se quedó callada, reprimiendo su coraje.

Los demás muchachos la rodearon. Uno le toco el trasero; ella volteó enojadísima hacia donde él estaba. En ese momento se lo volvieron a tocar, pero ahora del lado opuesto; volteó de vuelta, y se lo hicieron una vez más. Volteaba para un lado, y los muchachos que estaban a su espalda la tocaban.

–¡Ya! Déjenme en paz... se los ruego.

–¡No supliques –dijo Clara– defiéndete, exígeles, y si es posible golpéalos!

–¡Cállate tú! –gritó uno de ellos.

No tuvo opción; seguían fastidiando a su amiga, no podía permitirlo, así que, Clara, tuvo que intermediar:

–¡Demonios! Aquí es cuando se supone que la tengo que defender –los comenzó a separar a punta de empujones–. ¡Ya, déjenla! –lo hicieron– ¿Se creen demasiado hombres, abusando de una criatura incompetente de defenderse de sus acosos? ¡Ustedes son muy...! ¡Ya párenle!

–Maldita zorra tetona –vociferó cierto muchacho.

–¡Tú! –respondió, apuntando al que la ofendió–. ¡Ven acá! ¿Te apetecen mis tetas?

–Sí.

–Pues toma, te las obsequio –exclamó sujetándolo de la cabeza con sus dos manos y sacudiéndosela impetuosamente entre sus pechos–. Lárgate de aquí, y llévate a tus amigos contigo.

Todos se rieron del ridículo al que fue sometido aquel adolescente. Y el muchacho que acarició las piernas de Azucena, al momento en que todos se volvían para fugarse, dijo:

–Adiós, culo de Clara, fue un placer haberte conocido.

Azucena había hecho un esfuerzo sobrehumano para evitarlo, pero una vez que todos se habían retirado, no pudo contenerse, y rompió en llanto. Clara se conmovió al contemplar el alma desnuda de su camarada; se sentó junto a ella, la cobijó entre sus brazos y permaneció haciéndole compañía, hasta haberse desahogado.

CAPÍTULO II:

DE VUELTA A LA CALMA. APARICIÓN DE RANDY.

Eran las 2:00, Azucena y Clara se dirigían camino a casa, usualmente se iban las dos juntas debido a que ambas vivían cerca. Durante esa pequeña travesía usualmente platicaban sobre cualquier tema típico; se ponían de acuerdo para hacer una tarea; relataban una anécdota graciosa, etcétera. Pero esta vez era diferente, las dos permanecían serias. No es que fuera poco usual; muchas veces se quedaban prácticamente calladas en el camino, pero ahora su silencio era desconcertante. Una caminaba por el asfalto, cabizbaja y el animo por los suelos. La otra por la acera, tranquila, sin ningún peso sobre los hombros, aunque guardando un poco de silencio, puesto que sabía que su amiga no estaba de humor como para tener una charla.

Clara miraba a Azucena, trataba de hacer contacto con su mirada, mas no lo lograba, y no sabía si dialogar con ella respecto a lo recién ocurrido o seguir en el silencio hasta llegar a su casa y dejarla a ella caminando de largo.

Para Clara no había sido gran cosa, la habían tocado, ¿y qué?; la habían manoseado, ¿y qué?; le habían pellizcado un seno, ¿y qué?; le habían acariciado las piernas, ¿y qué?; su trasero había sido agarrado, cogido; había sido tocado por un centenar de manos; prácticamente la habían follado con los dedos que le introdujeron, ¿y qué? Ella misma, como lo había confesado, se sometía gustosamente a ese tipo de tratos. Sin embargo conocía a su amiga; no la conocía muy bien, pero, la conocía, y con lo de hoy, ya la conocía mejor. Y Sabía desde hace largo tiempo que no era de las chicas que gustan de los placeres venéreos, y que la más leve insinuación, el más mínimo roce, la más pequeña y obscena palabra, la ofendían a tal grado que... bueno ustedes saben.

Por otro lado, Azucena miraba a Clara; ella la miraba; y no sabía si darle las gracias o darle un sermón por su incorrecto comportamiento que hasta ahora desconocía. Bajo cualquier otra situación lo habría hecho, pero esta vez se sentía en deuda con ella, no tenía ganas de sermonearla, pero creía que tenía que hacerlo. Se detuvo repentinamente, toco el hombro de su amiga, y le dijo, una vez que la miraba a los ojos:

–Gracias.

–¿Perdón?

Titubeó por unos segundos, se paso un poco de saliva, respiró hondo y profundo y continuó:

–Gracias por haberme ayudado hace rato con aquellos muchachos, fue muy generoso de tu parte. Yo no creí que ellos iban a ser capaces y que tampoco tu saldrías abruptamente para sacarme de ese lío. Si no lo hubieras hecho, sólo Dios sabe de lo que hubieran sido capaces. Yo... no lo sé... pudieron haber hecho una de esas cosas que pasan en las películas, ¿si sabes no? Forzar a una mujer a tener relaciones... violar en otras palabras. Yo... no lo sé... tal vez exagero pero...

–Exageras. Y mucho.

–¿Realmente piensas así? Tú viste claramente lo que hicieron, eso fue acoso y... y... y... gracias. Yo... te debo una. No sé cómo, pero te la compensaré. Tú sólo pídelo.

–Sí, claro... de nada –se calló por unos segundos y de repente rió quedamente–. ¡Je, je! Como te tengo envidia; esos acosos a tu persona son evidencia de lo hermosa que eres a los ojos de los hombres.

–¡Ay! No sigas. Haces que me sonroje.

Las dos saltaron temblorosamente, al escuchar el rechinido del freno de un auto que se detuvo a un lado, interrumpiendo su pequeña platica.

–¡Clara! –dijo el muchacho que conducía dicho carro, quien iba acompañado en el asiento aledaño por otro muchacho, y por cuatro hermosas muchachas, vestidas con poca y provocativa ropa, de unos 21-22 años, en el asiento trasero–. Que coincidencia. Iba paseando por estas calles, vi que los de la secundaria ya estaban saliendo, pero no creí que te fuera a encontrar. Ni siquiera pensé en ello. Pero que diablos ya estas aquí.

–¡Eres un imbécil! –vociferó ella. Se rieron todos los pasajeros, Azucena se quedo callada–. casi me atropellas. Corrección: nos atropellas.

–¿Quién es tu amiga?

–¡Oh, claro!, sí. Azucena, te presento a Randy. Randy, ella es Azucena.

–Es un placer.

–Mucho gusto.

–Adivina el por qué de mi sorpresa al encontrarte –dijo Randy–. Habrá una fiesta en la casa de Montoya.

–¿Y eso es difícil de adivinar, o qué?

–Pues no, pero esta va a ser muy especial. Bueno, miento, sí, va a ser igual a todas. Pero podríamos hacerla más interesante, tú sabes, podríamos...

–Allí estaré. Sabes que siempre lo hago.

–Cuento con ello. Yo por mi parte, me tengo que retirar. Negocios, ya sabes. Será el domingo a las 8:00, estoy seguro que no nos fallaras. ¡Ah y por cierto! Llévate a Azucena. Estoy seguro que a Montoya le encantará conocerla. Muy seguro.

Pisó el acelerador, gritó alguna grosería que fue recibida por el vitoreo de sus camaradas, y dejando, metafóricamente hablando, las llantas pegadas en el asfalto, se retiró.

Estando ya en casa, Azucena subió las escaleras; ni siquiera saludo a sus padres ni dijo "ya llegue"; cerró con seguro la puerta de su cuarto, aventó la mochila y se echo en la cama tratando de conciliar el sueño y de olvidar el mal día que había tenido. Durmió cerca de dos horas y se levanto con un ligero dolor de cabeza. Comió en compañía de sus padres, quienes antes de permitir que sus hijos tocaran la comida, hicieron una pequeña oración, dando gracias por el alimento. Después hizo su tarea, vio algo de televisión, jugó serpientes y escaleras con sus hermanitas, se duchó y se fue a la cama para recibir el día venidero, deseando que las cosas mejoraran.

Cómo era de costumbre todos los días por la mañana, su mamá la llevo en carro a la escuela, le dio su lonche y dinero y se despidió con un maternal beso en la mejilla. Azucena estaba un poco nerviosilla. Pensaba que podía ser objeto de burla de sus compañeros o en convertirse en la nueva niña paria de la escuela. Agachó su cabeza al pasar al lado de los muchachos que la fastidiaron el día anterior; pero ellos permanecieron callados, sin insultarla ni molestarla. Todo transcurrió de manera normal; bueno más o menos, medio salón ya no le hablaba. Pero era eso ser molestada por sus compañeros. Le fue bien.

En el camino a casa, Clara le platicaba sobre un programa de televisión que había visto el día anterior y una anécdota de la vez que tomó un taxi, y al bajarse se dio cuenta que no tenía dinero. Ella reía al escuchar esa historia y sobre la embarazosa posición que debió implicar.

Ella ya estaba más tranquila, puesto que esperaba tener un día realmente difícil, lleno de insultos, e incluso hasta llego a pensar en que la violaban y en otras horribles cosas; señal de la gran aversión que tenía a un acoso de ese tipo y al exagerado juicio que había tomado de sus compañeros.

Por la tarde salió a la galería con su amiga, compró algunas cosas y se quedo con la tentación de comprar unos zapatos y un lindo vestido. Clara vio que en el cine exhibían una película que le habían recomendado, e invitó a Azucena a verla en su compañía; Azucena se negó, pues sólo le habían dado permiso de llegar hasta las 6:00 a casa, y no podía llegar dos horas tarde. Clara pensó en exhortarla a desobedecer a sus padres, pero se abstuvo, pues no quería acongojarla, y hasta estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa que ella dijera con tal de hacerla sentir mejor. Y así fue, llego a casa a la hora contemplada y se libró de reprimendas. El siguiente día en la escuela aconteció sin novedad. Por la tarde le ayudó a su mamá a hacer la comida y lavó su uniforme. Más tarde, mientras escuchaba música y comía una gelatina, su amiga Clara le llamó por teléfono. A ambas les fascinaba platicar por teléfono. A veces pasaban horas charlando de cualquier tema, del que fuera, con tal de acabar con la monotonía y pasar un buen rato. En esta ocasión, muy en particular, conversaron con mucho entusiasmo, y reían a carcajadas en cualquier instante en que se confiaban mutuamente alguna de sus intimidades, que seguramente tenía un fin cómico.

–Aja... claro, te escucho... no... no... ay Clara, dime quien. Si no me dices nombres, entonces para que me lo cuentas... ¿En serio? ¿Karla? ¡Je, je!... pobre de ella... oye, ¿sabes qué? Ya tengo que colgar, antes de que mi papá me regañe. ...ya sabes "Si tú vas a pagar el teléfono, entonces si puedes hablar el rato que gustes". Bueno. Adiós... pero dímelo rápido... ¿¿En tu casa?? Pues, no lo sé... Sí, ya sé; si no hubiera sido por mí ya la hubieras visto en el cine... Esta bien, le diré a mis papás; a ver si me dejan. ...Sí, claro... Nos vemos.

Pareciera que todo en la vida de Azucena iba bien. Ya no la molestaban; ni se dirigían a ella con un adjetivo despectivo; iba recuperando el respeto que había perdido; unos de sus compañeros se disculparon por el incidente de días anteriores (a ella, eso la llenó de alegría, pues no le gustaba estar enojada con nadie. Además siempre perdonaba; claro había unos a los que nunca iba poder hacerlo; aunque sabía que ellos nunca iban a pedir perdón por ello); y la amistad con Clara iba creciendo. Nada podía empeorar; o al menos eso creía.

CAPÍTULO III:

DIÁLOGO ENTRE CLARA Y AZUCENA SOBRE EL LIBERTINAJE

Unos cuantos días después, aconteció otro suceso en la vida de Azucena. Resulta que Clara la invitó a su casa a ver una película; ella aceptó, era fanática del cine, necesitaba un poco de esparcimiento y quería olvidar la desagradable experiencia del otro día. Llegó a la casa de Clara, su amiga, y tocó el timbre:

–Pásale –dijo Clara.

Ella, naturalmente, lo hizo.

–Vaya, que linda casa tienes.

–Lo sé, gracias –contestó alegremente.

–¿Puedo tomar asiento?

–Con confianza.

–Pero que aburridos han sido mis días últimamente. Qué bueno que me invitaste a ver una película. Seguramente pasaremos un buen rato.

–Sí, seguro.

–¿La ponemos ya?

–Sí, sólo espera un momentito.

–¿? ¿A qué?

Recién dicho esto, sonó el timbre.

–¡Ya llegaron! –dijo Clara.

–¿Quiénes?

Haciendo caso omiso de la pregunta de su amiga, Clara abrió la puerta y dejó pasar a sus otros invitados. ¿Quiénes eran estos incógnitos personajes? Dos muchachos de 19-20 años de edad. Entonces, Clara le dijo a Azucena:

–Permíteme presentarte a Rafael y a Flavio.

–¡Ah, hola...! Es un pla-placer.

Con una perversa sonrisa en sus labios contestaron:

–Igualmente.

Los cuatro se sentaron en el sofá; de izquierda a derecha: Rafael, Clara, Azucena y Flavio. Azucena se sintió algo intimidada, ya que desconocía la invitación de estos dos tipos.

Pusieron la película y comenzaron a mirarla. Flavio se comenzó a acercar a la beldad que tenía a su lado; a lo cual comenzó ella a ponerse algo nerviosa. Volteó a su derecha, y Flavio le sonrió, razón por la cual ella le contestó con una disimilada sonrisa.

–¿Por qué tan tímida? –preguntó Flavio.

–No... no... no es... cier-cierto.

–Cállense y dejen oír la maldita película –dijo Rafael.

Flavio le puso encima el brazo. Ella sudaba y respiraba nerviosamente. El gandalla muchacho, viendo que ella no retiraba su brazo, comenzó a acercarse más y le pasó sus manos sobre las piernas.

Clara, al percatarse de ello, con la voz de una picara, dijo:

–Oye Rafael, ¿Por qué no vamos a mi cuarto? Quiero enseñarte algo.

–Pero si estoy muy entretenido viendo la pelícu... ¡Oh!, sí, ya entendí... ¡Je, je! Claro vamos.

Retirándose estos dos tunantes, Flavio se le arrojó a la jovencita de tan sólo quince años, con la que pretendía dar rienda suelta a sus más íntimos deseos. Y besa los labios de esta niña; ella pretende evitar esto; le pide que por favor pare. Ignorando la petición de la joven, pone su mano en la teta izquierda, la aprieta y la frota.

–No me hagas esto –exclamó con pavor– suelta... suéltame...

El cachondo adolescente se encuclilló frente a ella, metió sus manos entre la falda y le bajo el calzón, dejando descubierta aquella exquisita conchita. Como respuesta a esta acción, inmediatamente la doncella le propinó una tremenda patada en la cara al muchacho, y salió corriendo hacia la habitación de su amiga. Sin siquiera tocar abre la puerta de trancazo. Y vaya sorpresa con la que se encontró: la muy puta de Clarita es enculada por Rafael. Al presenciar este espectáculo, la muy espantada y confundida jovencita, cerró la puerta de golpe.

–¡Demonios! –dijo Clara, mientras el pito de aquel joven era retirado de su orificio–. ¡Espera, no te vayas!

–¡Déjame ir y no diré nada! –exclamó toda alocada Azucena.

–¡No seas bruta! ¡Tú de aquí no sales!

–¡Pero, pe-pe pe... ro-pero...

–¡Pero nada, zorra! ¡Ustedes dos quédense aquí! Ahorita regresamos –dijo esto último a sus dos amigos. Y dirigiéndose otra vez a Azucena, agregó–: Y tú, mija, sígueme, tenemos que hablar.

Las dos se metieron a la habitación. Clara cerró la puerta con suavidad, le puso seguro y permaneció unos cuantos segundos callada, dándole la espalda a su amiga, cabizbaja, con una mano tocando la puerta y con la otra la chapa.

–Clara, ¿qué me hiciste? –preguntó confundida Azucena.

–Eres una mensa –contestó apretando los dientes–. Ya déjate de niñerías.

–¿Niñerías? Yo... no entiendo. Explícame. No sé de qué...

–No puedo creer como alguien puede ser tan idio... ¡Tú! ¡Diablos!

–¿¿Qué??

–¡Ya por favor! ¿Qué ganas con ello? ¡Nada! Lo único que haces es verte ridícula y tonta.

–¿Qué ganó con qué?

–Con tu actitud de niña buena y de mujercita bien portada. Es ridícula y no te lleva a nada. ¿Por qué no dejas salir la voluptuosidad que escondes? Lo único que haces es hacerme quedar mal con mis amigos.

–No lo puedo creer. Me tendiste una trampa –replicó Azucena completamente indignada y sorprendida–. ¿Tú? Mi mejor amiga. Me traicionaste. ¿Cómo pudiste? De todas las personas en el mundo, tú eres la última que pensaba que sería capaz de hacerme esto. Ya no sé en que confiar ni en que creer. Esto realmente me aflige y me llena de tristeza.

–¡No! Eso no fue así. Yo no te traicioné. Yo no los había invitado a ellos; la idea era que sólo seríamos tú y yo, como amigas. Esa era la idea tal y como lo acordamos por teléfono aquel día... pero entonces ellos me llamaron. Hace unas cuantas horas. Querían que saliéramos a divertirnos. Yo les dije que no; que ya había hecho planes... y cuando les conté de ti, insistieron. Yo accedí a ello pues...

–Pues querías que uno de tus invitados se aprovechara de mí. Que tuviera sexo conmigo. Que mi cuerpo fuera alimento de sus pasiones. ¿Verdad?

–Sí –respondió fríamente mirándola a los ojos–. Bueno, tal vez sexo no, pero...

–¡Eso fue una traición! –exclamó Azucena, decepcionada e incrédula–. Si no puedo confiar en mis amigos, entonces en quien.

–Yo sólo quería enseñarte a apreciar lo bonito que es la voluptuosidad. Yo no quería que sucediera de esta forma. Mis intenciones eran buenas. Todo lo hice con el fin de ayudarte. Déjame hacerle honor a mi nombre y ser un poco más clara. Sí. Sí traje a este chavo para que fajara contigo...

–Te desconozco amiga mía. Te desconozco.

–No interrumpas. Sí, lo traje para eso; pero yo sólo quise ayudarte. Cuando vi como se aprovechaban de ti en la secundaria me sacaste de quicio. La forma como te angustiabas cada vez que te tocaban una nalga o te pellizcaban un pecho, realmente llamó mi atención. Languidecías, y créeme, volverás a languidecer si sigues con esa mentalidad. Es por eso que quiero cambiártela, por tu bien, porque el sexo te perseguirá toda la vida, no tienes opción y no puedes verlo de esa forma; tienes que acogerlo con júbilo y avidez. Siendo algo inherente a nuestra naturaleza, no puedes rechazarlo y negarlo. No puedes hacer eso. Y sé que de cierta forma debí haber tenido más consideración contigo después de la desagradable experiencia que recientemente enfrentaste. No la tuve, no pensé en ello; debí hablar contigo primero sobre ello, antes de arrojarte a las manos de ese bravucón cachondo...

–Clara... amiga, lo que ese "bravucón cachondo" pretendió hacer conmigo fue atroz... él... él... –se llevó una mano a la boca, cerró los ojos, inclinó la cabeza y continuó con un nudo en la garganta–: él me desnudó Clara, desprendió mis pantaletas de mi pelvis y dejó descubiertas mis partes... sentí una sensación horrible dentro de mí, fue realmente humillante, por el amor de Dios, Clara, eso fue un ultrajo a mi persona y a mi dignidad como mujer. Y lo que más me parte el corazón es que fue parte de una conspiración tuya.

–Azucena, creó que fui muy clara contigo cuando te dije que no me interrumpieras –insistió Clara, a la vez que Azucena levantaba la cabeza y reflejaba asombro en su rostro, al ver como Clara no mostraba compasión y compresión por ella–. Lamento que hayan abusado de ti. Si es que abusar es la palabra correcta...

–No la es. ¡Violar, sí!

–Por favor, no empecemos.

–Pero eso es lo que fue. Él trató de violarme. él...

–¡No, no es cierto! Eres una pendeja, maldita sea. ¡Una pendeja! Y no sabes cuanto tiempo me había contenido para decírtelo. En ningún momento usó él la fuerza. No la uso; simplemente se te insinuó, y al ver que no hacías nada al respecto fue más lejos, al grado de pretender copular contigo. ¿Él cómo habría de saber que tú no querías joder? Debiste de haberte negado. ¿No pudiste decir: "le agradezco su proposición, joven, pero francamente no tengo ganas de fornicar con usted. Vaya y consígase alguna puta que acepte su oferta. Con su permiso; hay una película que trato de ver. Gracias"? Qué tan difícil pudo haber sido mencionar esas palabras.

Al escuchar esto, Azucena sintió corte. Y si estaba confundida, desconcertada y decepcionada hace unos momentos, ahora lo estaba más. Ella no lo podía creer, sus relaciones con sus compañeros habían mejorado después del embarazoso incidente de días atrás. Y así de repente se encontraba lidiando con su mejor amiga, la única persona con la que había podido sentirse a gusto; estaba siendo ofendida por ella, estaba siendo repudiada y denigrada por ella. Era curioso, el día de hoy pintaba demasiado bien.

Clara se apaciguó un poco, exhaló todo su enojo y preguntó:

–¿Por qué? ¿Por qué tienes que ver el sexo de esa manera? ¿Por qué no lo puedes ver con naturalidad; disfrutarlo y gozar de él? ¿Por qué no te gusta ser jodida?

Azucena permanecía con la mirada por los suelos y el animo resquebrajado. Y se vio imposibilitada de contestar esa pregunta. Las palabras de Clara la habían enmudecido.

–contéstame –exclamó imperativamente Clara, quien se acercó a Azucena poniéndole las manos en los hombros–. Azucena, por favor, respóndeme; te lo digo de buena manera.

–yo... este... no... no...

Azucena, mírame a los ojos –insistió Clara, levantándole la cabeza suavemente con su mano– y respóndeme sin titubear.

–Porque no. No es bueno. Debemos evitar comportarnos de esa forma. No podemos hacerlo... no es nada decente.

–Ya ves como sí puedes contestar a mis preguntas. ¿Qué tan difícil fue hacerlo? Nada. Pero dime: ¿por qué no debemos hacerlo?

–Porque va en contra de la moral y las buenas costumbres.

–¿En serio? Y que hay de malo en ello ¿A quien dañamos? ¿Por qué no contestas mija? ¡A nadie! Yo contestaré por ti ya que te niegas. Hay algo que debes saber, y es que joder es algo hermoso, sublime, encantador. Nos da mucho, pero mucho placer. Tú fuiste dotada con ese bellísimo cuerpo ¡Eres hermosa! Mil y un hombres te desean; anhelan joderte. No tienes elección debes rendirte a sus deseos y hacerlos felices. Porque es precisamente, ser feliz y hacer felices a los demás la única ley que debes obedecer.

``Al igual que muchas personas fueron bendecidas por la naturaleza con inteligencia superior, o con una gran justicia y habilidad para dirigir un pueblo, o los que tienen vocación de mostrar la belleza por medio del arte, o cualquier otra persona ilustre que haya sido bendecida por sépase cual don, tú fuiste dotada con ese lindo culo, parado y muy apetitoso. La naturaleza pensó bien antes de hacer todo, y es por eso que muchas personas sobresalen en una u otra cosa; unas menos, otras más; hay quienes nos sorprenden y asombran por sus increíbles capacidades, mágicas, que saben aprovecharlas y apreciarlas; y escalan hasta lo más alto de la cúspide. Son esas personas las que hacen la diferencia, las que revolucionan y cambian por completo el campo en el que se desenvuelven y lo moldean a su gusto. Son esas personas la que forman la historia, las que cambian el mundo. Por otro lado, hay quienes no sobresalen en nada; otros que francamente estorban como piedras en el camino; y peor aun, hay quienes vinieron a retrasar el avance e irrumpir el orden y pudrir a todo fruto a su alrededor. Tú no eres de esas personas, tú eres de las grandes. Eres dueña de ese dichoso culo. En ese aspecto eres superior a mí que poseo un culo algo exquisito según me han dicho, pero comparado con el tuyo es un mal chiste. Mas miento no eres de las grandes, aun no. Tienes madera de serlo, tienes la supremacía servida en charola de plata. Pero así como puedes elevarte, también puedes caer en lo más bajo y arrastrarte en la basura. Porque aquel que tiene la oportunidad de ayudar a los demás o de hacer el bien, y no lo hace, hace más mal que tampoco lo hace pero por su incompetencia. O acaso dime: si tuvieras la oportunidad de salvarle la vida a alguien y no lo haces, ¿no sería eso un crimen y una falta a tus inherentes obligaciones? Tú tienes el trasero que toda mujer envidia y desea tener, unos labios carnosos que todo hombre apetece, buenas piernas y bonita cara, ojos grandes y cristalinos, hermosas mejillas, un coño virgen, apretado, rosado y peludito y una piel de lo más sensual. Es un crimen no usar ese cuerpo como tal, o sea para darle placer a los hombres que lo piden, que lo desean y lo anhelan desde lo más profundo del alma. ¡Un completo crimen! No tienes opción, la naturaleza te lo obsequió, de otras mujeres te escogió a ti; fuiste su predilecta; no la decepciones, muéstrale que eres su digna hija y conviértete en una sierva de la lujuria.

``¡Tienes un culo bello; úsalo como culo y no como otra cosa! Dale un cálido refugio a cuanta verga lo solicite; que sea abrazada con tus dos nalgas; déjala meterse hasta lo más profundo de tu ano; apriétala, comprímela, contenla. Porque para eso fue hecho tu culo; es por eso que fue hecho a la medida del pene; no creas que fue simple coincidencia. Pregúntale a cualquier mujer que le fascine ser enculada, si no siente un inmenso placer, si no es una experiencia maravillosa. O pregúntale a cualquier hombre que encule a su mujer, si no lo disfruta abismalmente.

``Créeme, la anatomía, forma, tamaño del culo, la posición dónde se encuentra... ¡todo! Fue hecho minuciosa e inteligentemente para que fuera jodido. ¿Y tú creías que sólo servía para defecar? Y que hay de tu vagina, tus pechos, tus piernas, tu boca, tu piel, tus cálidas manos... todo ello tienen diferentes funciones que sirven al placer carnal, y tú tienes que hacer uso correcto y debido de dichas partes.

``Por esas y muchas otras cosas más, fornica todo lo que quieras, corrección, todo lo que puedas. No seas egoísta; comparte eso que tienes y úsalo parea el beneficio propio y del prójimo. En eso estimada amiga, radica la idea del bien, de la justicia, de la felicidad y de la condición humanitaria y racional que tenemos como seres superiores. Porque a diferencia de los animales, nosotros tenemos uso de la razón e inteligencia en grandes dosis; y es precisamente por ello que hemos descubierto que la cooperación reciproca, el ayudarnos los unos a los otros, es lo que nos hace valer como humanidad. Porque no podemos hacer todas la cosas por nosotros mismos, necesitamos la ayuda de los demás; necesitamos de los demás. Forniquemos; compartamos nuestros cuerpos que fueron hechos para proporcionar placer.

Azucena no podía creerlo, y en vez de pretender corregir su "errado comportamiento", tal y como lo describiría Clara, se entristeció al ver como su mejor amiga se perdía en el sendero de la lascivia. Azucena no estaba dispuesta a cambiar todos los valores y principios púdicos que le habían sido inculcados durante quince años a cambio de estos otros que los contrastaban, y que apenas unos minutos hace, su amiga pretendía inculcarle.

–¿Cómo puedes pensar de esa forma, Clara? Estoy decepcionada de ti; no creí que pensaras así. Recientemente me enteré de tu comportamiento, mas no creí que abogaras por él, que lo creyeras correcto; creía que te arrepentías de ello. Pero ya veo que no.

–Creo que va a ser muy difícil cambiar tu mentalidad, pero trataré de hacerlo.

–Imposible será. ¡No podrás! Cesa tu intento. Lo único que haces es debilitar nuestra amistad.

Clara tomó con sus dos manos la mano derecha de su compañera, la estrecho, fijo la mirada en sus ojos, y dijo dulcemente:

–Sépase que nunca he querido perjudicar nuestra amistad. Es por eso que te doy esta pequeña platica, porque eres mi amiga y no deseo otra cosa más que el goce de tu vida y orientarte hacia el camino del que pocos instantes después de nacer fuiste desviada.

Azucena respondió:

–Tu objetivo es ayudarme; lo sé, pero aquí la que necesita ayuda no soy yo.

–Te equivocas.

–No. No lo hago.

"Mira Clara, en lo personal a mi no me gusta hablar de este tipo de cosas. Pero ya que entramos en materia, y que requieres de una platica sobre ello con alguien de confianza, y a pesar de que acabo de ser victima de una humillación de esta índole, accederé a platicar sobre ello.

–Habla pues.

–Está bien lo acepto, tener sexo es un goce, es placentero. Tienes razón en ese punto. Pero no podemos andar teniendo sexo de una forma tan licenciosa. Su único objetivo es la procreación. Dios no quieres que andemos fornicando como animales, debemos de darnos a respetar, porque si no, ¿dónde estaría nuestro pudor?

–Eso que dices es...

–¿Me permites, por favor? –Clara se calló y asintió con la cabeza–. Gracias –continuó–: Aquí entre nos, te voy a confiar mis sentimientos a ti y sólo a ti: Un día voy a tener sexo con un hombre; no sé quien, pero será mi esposo. He pensado en ello últimamente; antes no pensaba prácticamente nada en sexo, ahora sí. Pero déjame decirte una cosa, esa será una experiencia maravillosa para mí, lo disfrutaré, no lo niego. Ese día en que pierda mi virginidad procrearé un hijo. Para eso tendré sexo, sólo para eso y nunca, pero nunca, permitiré que me hagan el amor por mi ano. Nunca.

–¿Ya acabaste? –preguntó Clara con expresión de repudio.

–No. Clara, escúchame.

``No puedes andar fornicando así como así. Y eso no te lo digo yo, ni te lo dice tu mamá, ni te lo dicen tus maestros, te lo dice... te lo ordena Dios. Y espero que eso lo tomes en consideración. Otra cosa, el sexo no es algo que debes tomar a la ligera; no, implica una gran responsabilidad. ¿Qué pasaría si en uno de tus desenfrenos sexuales resultaras embarazada? Imagínate. Tienes sólo quince años, no estás preparada para ello. Son muchos los cuidados, responsabilidades y obligaciones que conlleva el tener un bebé.

-Eso que arguyes es ridículo –apuntó Clara, pasando de un estado de tranquilidad a uno un poco más alterado–. Ya hemos avanzado en ese campo. Nuestros métodos para evitar la concepción de un engendro son demasiados, realmente simples, tan accesibles y tan efectivos que sólo los estúpidos, y no hablo de cualquier estúpido, sino de los estúpidos entre los estúpidos, podrían caer en el embarazo no deseado. Ya tenemos condones, diafragmas, espermaticidas, pastillas, hace ya un largo tiempo que se inventaron. Además de que la mujer tiene y siempre ha tenido su calendario de días fértiles y días no fértiles. Eso que dices es absurdo, por no decir otra palabra.

–Pero que me dices de todos los casos que ha habido. ¿Qué me dices de tu amiga Zaira? ¿La recuerdas? Esa muchacha que echo su vida a perder por una satisfacción carnal.

–Creo que ya insistí en lo de los estúpidos, ¿no? No hay nada que decir acerca de ello.

–¡Pero como! ¿Llamas a tu propia amiga "estúpida"? Yo no creo que lo sea; yo creo que ella fue una mujer como tú: débil ante los goces del cuerpo, libidinosa, descuidada. Y eso debería ser un ejemplo de lo que te podrías pasar a ti. Es por eso que hay deseos que por más intensos que sean, debemos guardarlos y no dejarlos salir. Porque si no lo hacemos, las consecuencias podrían ser... abrumadoras.

Una chiquilla idiota sale embarazada, y la gente trata de proscribir el sexo a los jóvenes de corta edad. He ahí la gran iniquidad. Esas chavas resultan embarazadas no por ser jóvenes, sino por ser idiotas. ¿Si lo captas? A los idiotas, y no a los jóvenes adolescentes son a los que se les debe fomentar la abstinencia de relaciones sexuales, si es que no quieren terminar con su error venidero en nueve meses.

Zaira bien que conocía los riesgos que corría al joder. Por qué diablos no le pidió a su novio (o sépase quien haya sido quien depositó esas gotas de semen), que se pusiera condón. Y si no tenía ni condón ni ningún otro método anticonceptivo al alcance, y sus ganas de coger eran tan intensas, ¿por qué diantres tuvo que escoger la vagina como agujero para recibir el pene? Hay otros agujeros jodibles; tiene un ano, una boca. ¿Por qué de esos tres agujeros tuvo que escoger la vagina? Coger por el culo es realmente sabroso; chupar una polla... mmm... que delicia –se detenía por unos segundos imaginándose las pasiones señaladas– ¿No pudo meter el pito entre sus muslos? ¿O masturbar ese pito? ¿O permitir que ese joven masturbara su vulva? Créeme Azucena, eso sí es un verdadero placer. O por qué no introdujo mentado chavo su verga entre los senos de Zaira, apretándolos con la mano y moviendo su miembro simulando una embestida? Créeme eso sí es satisfactorio; deberías probarlo.

–Oh no. ¡Ay! Perdón.

–¿Qué?

–No, lo qué pasa es que... bueno... a ti no te lo recomiendo, puesto que tus pechos son pequeñitos, por lo tanto no son aptos para realizar esa faena. Se necesitan unos pechos un poco más grandes... y flexibles; Tú sabes.

–Ya ves como mi físico no es perfecto.

–No es eso lo que quise decir. Además, conozco muchos hombres que les gustan las mujeres con los pechos pequeños, paraditos, y acompañados de una cara angelical como la tuya.

``Bueno, en fin... la cosa es que de todos los agujeros fornicables y de todas las pasiones que pudo haber gozado Zaira, ¿por qué escogió el coito, siendo este el menos propicio dada la situación en que se encontraba? Fue una estúpida. Realmente fue una estúpida.

–Clara... no digas eso. Ella fue tu amiga.

–Es mi amiga. También tengo amigos estúpidos. Yo no discrimino a los estúpidos. Al grano, vayamos al punto. No coger por miedo al embarazo es el miedo más estúpido que puede tener una mujer, al menos que sea estúpida. Aniquilada quedo ya esa excusa.

–Dime más, sigue hablando, yo te escucho –dijo Azucena–. No he concordado en nada contigo, pero quiero saber qué más piensas.

–Esta bien, como digas –exclamó Clara–. ¿Por qué otra razón no lo haces?; ¿ordenes de tus padres? ¡No les hagas caso!

–Tengo que.

–No, no tienes. ¿Por qué les habrías de hacer caso?

–Porque todas sus prohibiciones y mandatos son por mi bien.

–¿En serio? Quien desea hacerte el bien y ayudarte es menester que te conozca, pues de lo contrario ¿cómo va a conocer tus temores?; ¿cómo vas a conocer tus conveniencias y prioridades?; ¿cómo va a conocer lo qué deseas?; ¿cómo va a conocer lo qué es necesario para que hagas las cosas bien o mal?... bueno... etc. Tus padres sin duda te conocen bien, pero te conocen mejor tus amigos; y tú misma te conoces mejor que estos dos últimos. Por lo tanto, obedécete a ti misma, sigue tus convicciones, no hagas lo que otra persona te diga.

–Pero Clara... –repuso Azucena– tengo que obedecerlos. Ellos son mis padres; gracias a ellos estoy aquí; yo les debo mucho. "Honraras a tu padre y a tu madre": recuerda eso.

–Sé que los padres hacen mucho por nosotros y que les debemos respeto; pero eso no quiere decir que tengan razón, ni que deban decirte como comportarte; ellos quieren que tú te comportes como ellos se debieron de comportar; pero tú no eres ellos, tú eres diferente. Tú haz las cosas a tu modo; recuerda eso. Sé autónoma. Si tú no tomas tus propias decisiones que crees que va a ser de ti. ¿Y si te equivocas? ¡No importa! Tienes derecho a equivocarte, y hasta de hacer estupideces.

–¡Pero mi madre dice que la tengo que obedecer! Ella lo hace por mi bien. Cuando alguien desobedece a sus padres, lo hace por que quiere disfrutar de algo, o por que desea hacer algo, o por cualquier otra cosa que le da la gana; él sólo ve las cosas buenas, mas no ve ni piensa en los riesgos que conlleva, y es por eso último que sus padres se lo prohíben. Ellos piensan inteligentemente, mientras nosotros nos dejamos llevar por el placer.

–Pues eso únicamente le pasa a los estúpidos. Tú ya no tienes ocho años. Ya tienes uso de la conciencia; cuando tomas una decisión tú misma debes ver las cosas buenas y las malas. Sólo los estúpidos son demasiados ciegos para sólo ver las cosas buenas e ignorar las malas. Eso es algo que debes aprender, hay cosas que sólo se aplican a los estúpidos; no hay por que generalizar. Dime: ¿tú eres una estúpida?... No, no lo eres. Eres un ente pensante y racional. En cuanto a lo que dices te equivocas. Lo padres piensan mucho, exageradamente mucho, en el bienestar de sus hijos... en que no les pase nada. Y piensan poco en el esparcimiento, diversión, goce que necesitan. Siendo esto lo primordial de la vida; lo otro sólo es una condición inherente para llegar a ello. Compréndelo; tus padres no pueden leer tu mente; no han estado contigo cada momento de tu vida; hay muchas cosas que les ocultas por obvias razones. ¿Cómo diablos van a ser ellos más aptos que tú para tomar las decisiones que te atañen y afectan o benefician a ti y sólo a ti?

–Pero mi madre dice que sus intenciones son buenas; ella me da muchos buenos consejos... yo... yo... yo tengo que obedecerla. "Aléjate de las malas influencias": dice mi madre...

–¡¿Y qué sabe tu estúpida madre?! ¡Ella no va tener siempre la razón! ¡Ella también se equivoca!

La paciencia de Clara sucumbió ante la ingenuidad de su amiga. Se hartó; había sido tolerante, realmente lo había sido, pero el hilo que contenía la tolerancia se rompió. Azucena quedó pasmada con las insolentes palabras de Clara. Una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro, que fue cubierto con sus manos, que instintivamente trataron de ocultar sus insultados sentimientos, al mismo tiempo que Clara, un poco más calmada, y soltando su coraje con exhalaciones, habló como sigue:

–Mira Azucena. Tus padres no son perfectos ellos suelen equivocarse, no lo pueden saber todo. Haz lo que te plazca sin que tus padres te limiten. Sé libre. No te sometas a las ordenes de otra persona por más buenas que sean sus intenciones. Escucha, analiza lo que ellos te dicen, no lo tomes como una orden sino como una recomendación; y si después de meditarlo te das cuenta que tenían razón, entonces hazlo. Pero no los obedezcas por el simple hecho de ser tus padres. Y si ellos te han inculcado algún principio, virtud o valor equivocado desde que eras una niña, ¿Por qué habrías de seguir obedeciéndolos si ya sabes que están equivocados?

Ambas permanecieron calladas por algunos instantes; cada una con la mirada fija en la otra. Había unas palabras que una de ellas quería pronunciar; la otra las esperaba. Apoyando su mano en el hombro de su compañera, Clara, sonrojada y arrepentida, dijo:

–Perdón. No debí expresarme así de tu mamá. Se me salió. No fue mi intención. Yo... perdón.

–Te perdono –dijo Azucena con voz queda y sin despegar la mirada de su camarada–. Sé que no fue tu intención.

–Pe-pero... pero –se sonrojó– realmente tengo que insistir en... ya sabes... lo hermoso que es fornicar.

–¡Y dale con lo mismo!

–No, lo digo en serio.

–¡Oh sí, claro, tienes razón! – dijo sarcásticamente Azucena.

–La aversión que sientes por ello no creo que se deba únicamente al embarazo, o a lo que tus padres te inculcaron. Imposible que sólo sea eso. Y creo saber que es. Son tus principios religiosos, ¿no es así?

–Diste en el clavo, amiga mía.

–Debí haberlo supuesto. Todo era tan obvio: el crucifijo que pende de tu cuello; los domingos por la mañana nunca estás en casa; cada frase que dices suena a "¡Oh Dios!"; y el comportamiento que tienes lo esperaría de una monja del siglo XVII. No tienes por qué obedecerlos, son absurdos, ridículos, van en contra de las leyes de la naturaleza, se crearon hace miles de años, nuestra moral ya cambió. En fin son estúpidos...

–No digas eso –interrumpió Azucena–. ¿Cómo puedes decirlo? Eso sí ya no te lo tolero. Una cosa es que insultes a mi madre; eso si es vil; ¿pero insultar lo sagrado? Eso es ruin. Y déjame decirte que así como tú insultas, yo también puedo: Eres una estúpida; eso es lo que eres.

–No lo puedo creer –con voz queda, dijo Clara– ¿Amas más a Dios que a tu madre?

–Esa pregunta no la contestaré –agitadamente, contestó Azucena–; lo único que te diré es lo que dice el primer mandamiento: "Amarás a Dios sobre todas las cosas"

–Eso sí es ridículo; nunca has visto a Dios; él no ha dado un comino por ti; ¿en que te ha ayudado? No tiene sentido amarlo más que aquellos que han hecho mucho por ti. O acaso ¿dime conoces a Dios?

–Eso que me dices es ridículo. Ya por favor déjate de tarugadas... no tengo por que haberlo visto, sé que existe. Y no me podrás quitar mi fe.

–Yo nunca dije que no existiese. Tú al suponerlo estás dudando de su existencia. Porque la verdad irrefutable no la aseguras, al menos que alguien trate de refutarla, y al dudar de ella la estás negando como verdad. Aún así, tú quieres que yo siga los principios que una persona, ser, o lo que sea, nos impone, cuando ni siquiera podemos probarlo a él mismo. Principios y leyes que datan de tiempos tan arcaicos que difícilmente nos podemos remontar a ellos. Nuestras ideas, conocimientos y pensamientos ya han avanzado, no tenemos por qué creernos las cosas que fueron inventadas para dar respuesta a lo qué antes no se conocía. Ya hemos avanzado; no retrocedamos miles de años, y aceptemos la realidad. Es tonto guiarse por leyes inventadas por un quimérico personaje. Las únicas leyes que debes seguir son las que te dictan la lógica y la razón; ellas son las verdaderas. ¿No es ridícula la idea de un Dios que crea al hombre con libre albedrío, y sin embargo no quiere que haga uso de él, sino de su palabra?

–Clara, amiga, déjame decirte que el objetivo de las leyes divinas es llevar al hombre por el camino del bien, y que no hay leyes más justas que ellas. Eso, por más que te esfuerces en indagar y disertar, no lo podrás contradecir jamás.

–Pues fíjate que yo no miro la esencia del bien en esos decretos que te exigen reprimir tus instintos naturales. O a ver dime, ¿es justo prohibirte la fornicación que tanto placer te da y que no hace daño a nadie? Por supuesto que no. La justicia es justicia por el simple hecho de serlo. La idea de lo justo está grabada en cada ser humano, sin necesidad de que se la inculquen, y traspasa las barreras de la moral. Ese Dios perfecto del que me hablas, dejaría de serlo en el momento en que prohíbe lo más hermoso y sublime de la vida, puesto que no sería justo, y al no ser justo, no sería perfecto.

–El sexo no es lo más hermoso de la vida; además de que Dios no nos lo prohíbe, simplemente nos lo limita, pues no quiere que caigamos en los excesos.

–¿Y por qué coger una ración raquítica, cuando nos gusta tanto? ¿Por qué joder sólo con el cónyuge, cuando hay muchas otras personas? ¿Qué hay de malo en ello? Si Dios existiese ¿prohibiría el acto más puro y placentero de la vida? ¡Si no quiere que forniquemos ¿entonces por qué demonios inventó el pene y la vagina?! ¿Para qué inventó el sexo? A ver dime, ¿para qué nos lo dio? ¡Nos tienta! Quiere que nos abstengamos de disfrutar la vida; le gusta vernos sufrir.

–Clara, se me hace tarde, y mis papás han de estar muy preocupados por mí. Pero antes de que me vaya, déjame decirte una vez más lo muy, pero muy, decepcionada que estoy de ti...

–No, aguanta Azucena, aun no he terminado...

–No me importa. Después de la poca consideración que has tenido conmigo, no estás en posición de exigir nada.

–Está bien. Como digas –exclamó Clara consternada–. Llevamos demasiado tiempo aquí que no creo que Flavio y Rafael todavía nos sigan esperando.

Abrieron la puerta, y efectivamente, no encontraron a nadie.

–Es un alivio que ese pervertido ya no esté aquí –dijo Azucena–. ¿Realmente no esperabas que nos iban a esperar tanto tiempo, verdad?

–Ni siquiera lo deseaba.

–Bueno, gracias por haberme invitado. ¿Te veo mañana en la escuela?

–Sí, seguro.

Se dieron un beso en la mejilla; azucena sonrió, y emprendió camino a casa.

CAPÍTULO IV:

SOBRE LOS REZOS AL ALTÍSIMO Y LA reconciliación con clara

–¿La quieres con mostaza? –le preguntó a Azucena su madre.

Era de noche y su mamá les había preparado unas hamburguesas. Azucena yacía sentada en una silla, observando el aperitivo que antecedía al platillo fuerte, por así llamarlo; lo cogía con las manos y se lo llevaba apáticamente a la boca.

–Sí –contestó la hermosa Azucena–, pero sin papas ni chile ni cebolla. Y tampoco le vayas a poner aguacate –hizo un gesto–; lo odio.

–Pues has de querer el puro pan –exclamó sarcásticamente su madre–. Y cuéntame, hija, ¿cómo estuvo tu día?

–Bien –respondió cabizbaja, masticando su hamburguesa.

–¿Te divertiste con tu amiga? Debo de suponer que sí, ya que llegaste un poco tarde a casa. Pero la verdad no me preocupa, esa Clara parece buena niña. Tan simpática que se ve –entonces al percatarse de lo angustiada que estaba su hija, le preguntó diciendo–: ¿Te pasa algo?

Entonces el padre, quien estaba sentado en un asiento contiguo al de su primogénita, interrumpió de esta guisa:

–Sí, mija; ¿hay algo que nos quieras decir? Te ves algo triste.

Así dijo él; y recibió una respuesta demorada por parte de su niña, quien después de silenciarse contestó:

–No. Estoy bien.

–Pues no lo aparentas.

–Mamá, papá: ¿puedo irme a mi alcoba? Estoy algo cansada.

–Espera, Azucena –dijo el padre– algo pasa contigo; no me lo puedes negar. ¿Qué es? ¿Tuviste una pequeña riña con tu amiga?... ya se arreglara. ¿Reprobaste un examen?... estudia para la próxima. Si no nos quieres decir que es, está bien, seguramente lo resolverás. Pero si lo quieres contar; anda te escuchamos.

Azucena levantó la cabeza, dudó si contárselos o no; miró a sus papás que la miraban fijamente a ella esperando una respuesta; y dijo:

–No. No pasa nada. Ahora si me disculpan, tengo sueño.

Dicho esto, subió las escaleras y se dirigió a su alcoba.

–¿Crees que sea sobre sexo su inquietud?

–Esperemos que no.

Una vez ya en la alcoba, se preparó para dormir, se desvistió, quedando en ropa interior (pues así dormía más cómoda). Su pequeño busto era cubierto con un brasier blanco mientras su vulva y su hermoso trasero (causa principal de su celebre belleza) eran envueltos por unas níveas bragas. Se acercó junto al espejo junto al tocador; contemplo su bello rostro en él, que aparte de lucir bello, en ese momento, lucía también enojado, angustiado y triste a la vez. Se volteó dándole la espalda al reflejo que contempló; como si renegara de sí misma, como ignorándose a sí misma, como rechazándose a sí misma, ¡como repudiándose a sí misma! Y exclamó con suavidad:

–¿Por qué a mí?

observó un crucifijo en lo alto de la pared, lo observó detenidamente unos segundos, se arrodilló frente a ella, y después de soltar un jadeo expulsando todo su coraje reprimido, exclamó con desesperada voz:

–¿Por qué a mí, señor? Sigo tu voluntad al pie de la letra; hago todas las cosas que dice la Biblia; hasta las cosas que contradicen las reglas de la escuela. ¿Por qué a mí, siendo una persona de buen corazón y una cristiana devota, me tienen que pasar horribles cosas y tengo que vivir desdichada vida, mientras que a otra tanta gente les pasan buenas cosas y viven dichosa vida, siendo horrible gente, malvada, viciosa, vil...? ¿Por qué tienes que hacer sufrir a las buenas ovejas, a las que te son fieles; y a las malas, las que te niegan y desobedecen las haces disfrutar?

Miró el suelo; lo golpeó con su mano empuñada, levantó más la cabeza de lo que ya estaba, y gritó con desesperada y encolerizada voz:

–... ¡Y hay veces en las que quiero maldecir!... ¡Demonios! ¡Y realmente me lleno de furia al ver a esos que me molestan, humillan e injurian! ¡Cómo me gustaría vengarme de los que me ofenden en lugar de perdonarlos! ¡Oh Dios!

Cerró los ojos, inclinó la cabeza y se persignó. Acabado esto, cogió con sus dedos el crucifijo que en sus hermosos y semidesnudos pechos yacía; y lo besó, derramando una tierna lágrima sobre su mejilla.

Al cabo de unas largas horas, ya en el otro día, Azucena pasaba la tarde viendo videos musicales por televisión, en compañía de dos de sus hermanas. En un momento determinado, se levantó para ir a la cocina por palomitas de maíz, pues les encantaban comérselas mientras disfrutaban de un buen programa de tv.

–Si quieren, cámbienle por mientras –dijo una vez ya en la cocina–, pero cuando regrese le cambian de volada otra vez al 38.

Sus hermanas asintieron con la cabeza. El timbre se escuchó.

–Yo abro –dijo la más pequeña de sus hermanas.

A lo que Azucena contestó saliendo abruptamente de la cocina con las palomitas en mano:

–¡No, no vayas! Voy yo... que tal si es un extraño... debes de...

–¡Cállese! –le interrumpió su hermana, y salió corriendo a abrir. Y una vez ya de regreso, le dijo a su hermana mayor–: ¡Te hablan!

–¿A mí? ¿Quién?

–Que Clara.

Azucena continuó viendo la televisión, echándose palomitas a la boca, y al cabo de unos segundos se paró y se dirigió a la puerta.

Las dos amigas manifestaron una expresión de seriedad, viéndose mutuamente a los ojos. Ni siquiera permitió Clara que su amiga profiriera algunas palabras de saludo o cortesía cuando se expresó serenamente como sigue:

–¿Puedes salir a jugar?

Sin despegar su mirada de los ojos de Clara, Azucena contestó:

–Sí, sí puedo.

Caminaban por la plaza principal. Mientras transitaban a paso lento, todos los muchachos que pasaban el rato sentados en las bancas, perdían su mirada en esas dos hermosas mujeres, y muy en especial en nuestra hermosa protagonista, quien, mientras no soltaran un piropo, o se le quedaran viendo insinuante o perversamente, lo consideraba como un halagüeño cumplido.

Compraron unas aguas de frutas y tomaron asiento a un lado de los puestos de revistas, donde un descomunal árbol las acariciaba con su agradable sombra.

–Linda ropa la que traes el día de hoy, eh, te hace ver más juvenil y alivianada que de costumbre. ¿Quién dice que unos jeans como esos y una blusa como esa no hacen par? –comentó Clara, principiando la cotidiana platica.

–Alguien que no tiene el más mínimo sentido de estética –contestó Azucena, sorbiendo de la deliciosa agua–. ¡Oh por cierto! La maestra de matemáticas me obsequió dos boletos para una obra de teatro que presentarán unos actores que vienen de la capital. Se mira interesante. Trata de un chavo que presenció un crimen, pero no tiene las agallas de delatar. Y pues bueno... dicho día acompañaré a mi mamá a una especie de rosario que va a hacer una vecina; por lo cual no podré ir. Y ya que a ti te fascina el teatro, me imagine que podrías ir con tu novio, Mario...

–Oh sí claro... "mi novio".

Se expresó sarcásticamente, y prácticamente escupió esas dos últimas palabras como si le diera asco.

–Oh... ya veo –se expresó Azucena con queda voz y apenada.

Este pequeño, pequeñísimo incidente provocó una pequeña, pequeñísima situación embarazosa, aunque lo suficiente para irrumpir su charla. Después de breves instantes de silencio Clara se expresó con serenidad y, sobre todo, seriedad así:

–Azucena...

–¿Sí?

–Tal vez no sea el momento; o que digo, tal vez prefieras que lo deje en el olvido, pero... ay... ahí voy... respecto a lo de ayer... tú sabes, ese pequeño incidente y la platica sobre joder y de otras cosas que tuvimos; me gustaría que ya una vez que estamos tranquilas las dos lo dialoga...

–¡Hey! –exclamó Azucena con la obvia intención de cambiar el tema–. ¿Ese que va por ahí –lo señaló– no es Juan?

Clara, por otro lado, al percatarse de la intención evasiva de su amiga, prefirió ceder ante su intento de reanudar la confrontación de ideas del día anterior para no correr riesgo alguno.

–No ese no es. Aunque se parece.

–Vaya es que ya ha pasado largo tiempo que no lo miro; desde que era una pequeña niña. Las cosas han cambiado.

–Sí... ¡je-je! Antes eras una chillona.

–¡No, no es cierto! –exclamó Azucena sonrojada.

–Sí, sí lo eras.

–Bueno, en realidad creo que sí –expresó, y una vez volvió a expresar risueñamente–: ¡Je, je! Sí, sí lo era.

"¿Te acuerdas de la vez, cuando estábamos en primero de primaria, y mi mamá me compró una paleta de hielo; y yo la comía felizmente en el parque; entonces llegaron unos niños que me la tiraron y llore durante todo el día?

–Oh sí, como eras berrinchuda. Deberías aprender a mí.

–Claro... "¡Tú: la niña que acostumbraba a golpear a los niños que la molestaban!"

–Eso es más sutil que llorar.

Las dos rieron y continuaron platicando largo rato.

Mientras tanto, en otro lugar, una casa al parecer, un misterioso hombre observaba tv. solo, sin compañía alguna e inundado por una oscuridad que se asemejaba a las tinieblas. Un hombre sombrío y lúgubre; licencioso y lascivo, del que podemos asegurar que en esos momentos, pensamientos lujuriosos y perversos recorrían su mente. En ese preciso instante tuvo que atender el teléfono, cuyo tono que emitía resonaba en los oídos como una bomba, debido al casi nulo ruido que había en su ambiente.

–¿Bueno? Sí, soy yo –exclamó con seria y gruesa voz–. Por supuesto que es cierto... ¿No te habían dado aviso?... Le dije muy claro a Josefina que invitara a todos nuestros más cercanos amigos para convidar y pasar un buen rato... Tal vez no seas importante para ella o tal vez no estabas en su mente por alguna razón... aja... Como sea ven con nosotros a disfrutar de bárbaro festín que os ofrezco; te esparcirás y darás rienda suelta a tus más lúbricos anhelos; te lo garantizo... ¿Clara? ¿Ella fue quien te convidó? ¿En serio?... ¿Quién es su amiga?... sabes que siempre disfruto de conocer nuevos coños, y en especial de esa edad. Espero que al igual que su amiga sea una ramera de pies a cabeza... ¡Bien! De acuerdo, te esperare. Nos vemos.

Colgó el teléfono con suavidad y habló, expresando una sonrisa perversa, como si alguien estuviera para oírlo:

–¿Conque Azucena?

(fin del intermedio)

–Había olvidado lo feliz que fue mi infancia –confesó Azucena conmovida–. Las cosas han cambiado. No sé si para bien o para mal.

–Sí, lo sé –dijo Clara–. Aunque no lo podemos evitar. Ese es el ciclo de la vida. Es inevitable. Pero ciertamente no sé si concuerde contigo. Mi infancia también fue fantástica; pero también me encantó la adolescencia.

"Por cierto, Azucena, la razón principal por la que quería platicar contigo era para pedirte que me acompañes a la fiesta. Si te acuerdas ¿no?

–Oh sí, esa fiesta... Pues...

Exclamó con un tono de inseguridad; pues como ya se habrá dado cuenta el lector, Azucena era una muchacha cerrada y dispuesta a permanecer en la monotonía por el simple hecho de no correr ningún riesgo. Pero antes de que abriera los labios para contestar esa pregunta, Azucena fue interrumpida por una voz que habló de esta manera:

–¿Azucena? ¿Clara? Vaya pero que inesperada sorpresa. Iba caminando por la plaza y vi a dos hermosas muchachas. No creí que fueran ustedes, hasta que les vi el rostro.

–¡Norman! Cuanto tiempo...

–Sí, ya tenía tiempo que no me hacía ver.

–Pues sí, hace un buen rato –dijo Clara–; dos años ya hace que te expulsaron por esa "travesura" tuya.

–La palabra travesura se queda corta, Clara –dijo Azucena.

–Ya, por favor, no empecemos –dijo Norman.

Tomó asiento este muchacho; y después de todos los formalismos correspondientes y preguntas obligadas, comenzó a dialogar con sus dos amigas acerca de cosas cotidianas, o sobre alguna anécdota, o algún chiste, o cualquier otro tipo de comentario o cosa por el estilo típico de una platica normal entre amigos. La platica se hacía más emotiva conforme los minutos transcurrían.

–¿Qué es eso? –le preguntó Azucena a Norman, señalando un periódico que tenía consigo desde que llegó.

–Un periódico ¿No los conoces? Sirven para informarnos de los acontecimientos recientes de interés popular.

–¡Ay, tonto! –exclamó Azucena–. ¿Y a ti desde cuando te gusta leer?

–Vaya, estas cifras si que son alarmantes –dijo él, ojeando el periódico–. El índice de drogadicción está subiendo. Tan solo mírenlo por ustedes mismas.

Les pasó el periódico a sus dos amigas, quienes contestaron:

–Es cierto.

Clara dijo al respecto:

–Esas malditas drogas...

–¿Realmente piensas que son malditas? –preguntó Norman, prendiendo un cigarro que saco de su bolsillo y que empezó a consumir.

–Pues realmente no. ¿O sí? ¡No, que pinches! Los malditos, o más bien los idiotas, son los hombres que no las saben consumir, ni las pueden controlar. No sólo sirven para motearse. Tienen fines terapéuticos, que el bruto del hombre, o más bien de algunos (pues no es bueno generalizar), no lo pueden comprender.

–Muy cierto –dijo él mientras exhalaba humo de la nariz y la boca–. ¿Tú que opinas Azucena?

–Yo opino que apagues ese cigarro. ¿Qué crees que pensaran de mí si me ven en compañía de un chavo fumador? Eso sin mencionar que me contaminas.

Él accedió a esa petición al observar la mirada de Azucena, que mímicamente decía: "hablo en serio".

La platica entre estos tres continuó sobre diversos temas. Era como una especie de debate. Clara y Norman se ponían en contra de todo aquello que limitaba la libertad, mientras que Azucena tenía diversas opiniones sobre el tema en cuestión, y no dejaba escapar algún aforismo religioso que sustentara su opinión. Después de dialogar de esa forma Norman dijo felizmente:

–Realmente hay muchas otras cosas que quisiera agregar a nuestra platica; pero el deber me llama, tengo que trabajar. Turno nocturno... ya saben. Me dio gusto verlas.

Dijo así. Sus ex compañeras se despidieron de él; y se retiró.

–¿Y ahora? –cuestionó Azucena.

–Vayámonos, ¿no? Ya van a ser las ocho. Me imaginó que has de tener cosas que hacer.

Las dos se pararon e iniciaron a caminar a casa.

–¿Entonces... me acompañarás? –preguntó Clara al momento en que esperaran que unos autos se detuvieran para poder cruzar la calle.

–¿Adónde?

–A la fiesta.

–Oh claro, esa fiesta... –divagó– pues no lo sé...

–Ve. Te divertirás. Necesitas un poco de ocio para contrarrestar la monotonía de la secundaria. Irá mucha gente que te encantará conocer. Además irás conmigo ¿qué te puede pasar? Confía en mí, te divertirás –Azucena se quedó callada por un instante. No estaba segura si era buena idea. Clara se percató de ello, y para presionarla a ir le recordó una deuda que hace pocos días le había prometido pagar–. De hecho, insisto tanto en que vayas que tendré que aprovecharme de ti. La vez que unos muchachos te manosearon y yo te defendí, dijiste que estabas en deuda conmigo. Me dijiste: "Te debo una, no sé como, pero te la compensaré. Tú sólo pídelo". Y te lo estoy pidiendo ahora.

Azucena ni siquiera se preguntó por qué tanta importancia en que la acompañara. Era tan solo una fiesta.

–¡Ja, ja! Está bien iré contigo –exclamó con risueña faz y amistosa voz–. Si tú me aseguras que la pasaré bien, entonces la pasaré bien. Tú eres mi mejor amiga, y ya es hora de que te tenga plena confianza.

Se acercó a ella, y le sonrió dulcemente. Clara permaneció seria y con culpable semblante, y le dijo a su amiga con titubeante habla:

–Sí... ya verás como te divertirás... ya verás.

CAPÍTULO V:

PRELUDIO AL LIBRO SEGUNDO

La toalla pasaba entre sus dos nalgas; recorría sus dos senos, sus piernas, su espalda, y libraba a su cutis de las gotas de agua. Acababa de bañarse y se alistaba para la fiesta.

Ya una vez en su cuarto se desprendió de la bata y quedó completamente desnuda. Se encuclilló, abrió el cajón dónde guardaba sus prendas íntimas, y exclamó en su interior:

–"¿Qué calzones me pondré? ¿Estos, o estos otros? ¿Realmente importa? Nadie te los va a ver."

Cogió unos al azar y cubrió con ellos su hermoso culo y su virgen coño.

Se desenredó el pelo viéndose en el espejo; lo cual sólo lo hacía para presenciar su bello rostro, puesto que era como todas las mujeres hermosas, vanidosa, jodidamente vanidosa. Soltó el peine, lo puso a un lado suyo, y sin despegar la mirada de sus ojos, llevó ambas manos a sus dos nalgas y les dijo dulcemente:

–Espero y no anden de coquetas hoy muchachas, pues ya me han ocasionado varios problemillas.

Sonrió para sí misma y continuó su empresa.

Después se puso un sujetador sobre sus pechos, y así como estaba dio revista a su guardarropa y eligió un vestido blanco que le cubría hasta las rodillas. Se miró una vez más en el espejo, permaneció quieta por unos segundos observándose, e instintivamente y con la mirada perdida desprendió la parte superior de su vestido, se alzó el sujetador, y comenzó a acariciar su pezón izquierdo. Su rostro se sonrojó un poquito, sus ojos los entrecerró y...

–Soy yo, Azucena –dijo la madre tocando la puerta.

–¡Ya voy, mamá! –dijo. Rápidamente acomodó su sujetador sobre su busto, se puso el vestido y abrió la puerta.

–Dice tu papá que te quiere aquí a la 1:00 a más tardar.

–Sí, mamá. Si no te molesta estaré aquí a las 12:00.

–Así me gusta, hija –dijo la madre teniendo plena confianza en Azucena y sabiendo que no tendría de que preocuparse si era con Clara con quien iba a estar.

En ese mismo momento sonó el timbre. Apenas Azucena iba a atender la puerta, mas su mamá accedió a hacerlo, pues quería recibir a Clara, que tanto le agradaba. En breves instantes regresó la madre con Azucena y le dijo:

–¡Azucena, tu amiguita ya está aquí!

CAPÍTULO I:

LA FIESTA

–¿30 pesos? –exclamó Clara.

Las dos amigas habían abordado un taxi. Eran las 9:00 pm; una majestuosa luna se podía contemplar en la bóveda celeste; los ladridos de dos perros se oían a lo lejos; y Azucena ignoraba que sus púdicos días se habían terminado.

Nuestra linda protagonista se mostró escéptica al ver que el lugar donde Clara la había llevado era una pocilga abandonada, con las ventanas rotas, y decorada con graffitis y obscenidades. Clara abrió la puerta con una llave, e inmediatamente la cerró con la misma.

–¿Cómo convenciste a tus papás para que te dieran permiso? –preguntó Clara.

–Fácil. Les dije que iba a tu casa a comer pizza en compañía de otras amigas.

–¿Les mentiste a tus padres? –exclamó Clara un poco sorprendida y con alta voz.

–¡No! Mentir es una palabra muy fea... ¡Además tú querías que te acompañara! –dijo Azucena, tratando de justificarse.

–Sólo espero que todo resulte bien.

Azucena no entendió; ni siquiera le dio importancia.

Mientras caminaban por la abandonada casa, una música se empezó a oír. Conforme avanzaban el volumen se tornaba más alto. Suavemente Clara abrió una puerta con su mano derecha, y llegaron al reventón.

Había gente fumando, otros bebiendo y algunos otros pasaban el rato fajando con una muchacha; otros con dos.

–¡Clara! –gritaron unos muchachos.

Ella no se percató debido al fuerte rap que ambientaba el evento.

–¡¡Clara!! ¡¡Coño!! –volvieron a vociferar los mentados muchachos, al ver que no recibieron respuesta alguna.

–¡Oh! Permíteme Azucena... –dijo y comenzó a platicar con ellos.

A juzgar por la alegre forma, tenían rato que no la veían (o eso creo).

Azucena un poco separada, los veía platicar, sin alcanzar a escuchar concretamente:

–...hace tiempo que no te veíamos.

–Sí...

–...¿Cómo has estado, puta? –dijo una muchacha que la sorprendió por detrás y en son de saludo le agarró las nalgas.

–Bien... bien... –contestó alegremente Clara– hace tiempo que... ¡¿Eh en serio?!

–...mierda... ¡Ya tengo mucho que no jodo tu culo! –dijo un muchacho.

Un distraído hombre chocó con la también distraída Azucena; ni siquiera pidió perdón y siguió caminando como si nada hubiera pasado. Al parecer era un poco popular, pues cuanta persona lo veía lo saludaba; él contestaba con una leve señal con la cabeza y una lúgubre mirada.

Azucena presenciaba aquel desenfreno lleno de excesos al que Clara había llamado fiesta. Ella se había hecho a la idea de otro tipo de fiesta: un poco más formal y con gente de su edad. Pues cabe hacer mención que el promedio de edad de los invitados era de entre 19 a 23 años.

–¡Azucena, ven! ¡Quiero que conozcas a unos amigos! –exclamó Clara.

Fue y se mostró un poco tímida. Clara se los presentó. Eran:

Ulises: estudiante de filosofía; había sido criado por una madre judía y un padre ateo, lo que provocaba constantes pleitos en la familia. Sus ojos eran evidencia que delataban su estado de ebriedad.

Laura: una chiquilla de dieciséis años, aunque aparentaba unos catorce. Era morena, esbelta, no tenía ningún atributo sexual que la hiciera celebre: culo pequeño y tetas aún más pequeñas. Pero tenía un rostro angelical. Era muy simpática, lo reflejaba su inocente sonrisa, y su carisma agradaba a todo el mundo.

Casandra era una enfermera que odiaba su trabajo y le gustaba pasar el tiempo en reventones, antros, conciertos y cualquier otro tipo de eventos que contrarrestaran la monotonía. Era alta y morena, tenía un lindo culo, unos brillantes ojos y las mejillas más hermosas que jamás haya visto.

Pablo era un negro adicto a la heroína y un ex convicto, quien había pasado larga estancia en la correccional por lanzar a su madre por las escaleras. Su pasatiempo favorito era desflorar doncellas. Él fue el que desfloró hace casi un año a Clara, quien lloró de dolor (pues a Pablo no le gustaba tener consideración con las doncellas. Las embestía violentamente).

Los seis comenzaron a platicar. Al principio Azucena permanecía muy callada, contestando con respuestas cortas y muy cerradas. Pero la afabilidad de estos cuatro hizo que Azucena se sintiera en confianza y que la platica se volviera muy amena.

Pablo bebía de su cerveza mientras le preguntaba:

–¿De dónde viniste niña? ¿Cómo es que nunca antes te había visto?

–¡Ja, ja! No salgo mucho... o al menos no a este tipo de lugares. Solo vine a divertirme un rato, conocer nueva gente, etcétera... ¡Misión cumplida!

–Oye, Ulises –exclamó Laura, mientras los otros seguían conversando–, ¿te cambio ese cigarro por este otro? ¿Qué dices? –sacó de entre sus ropas un cigarrillo, al parecer de marihuana, al juzgar por su envoltura tan rudimentaria.

–¡Venga pues! –expresó, lo encendió y fumó de él, ante los atónitos ojos de Azucena.

–No seas culero, rólalo –dijo Laura, al ver como lo disfrutaba.

Esta delgada jovencita de dieciséis años lo cogió y se los pasó a los demás. Todos lo probaron excepto Azucena (como era de esperarse) y Clara, quien no quiso poner mal ejemplo.

–¿Y ahora que pasa contigo preciosa? –preguntó Casandra.

Clara contestó evasivamente:

–¿Importa? La cosa es que se me antoja uno de tabaco ahorita. ¿Tienes Ulises?

Se lo dio y continuaron platicando. Frecuentemente pasaba un fulano a saludarlos y ellos aprovechaban la oportunidad para presentar a Azucena. Había alguien a quien definitivamente tenía que conocer; hablamos del anfitrión.

–¡Hey, Montoya! –gritó Ulises–. ¡Ven! –dirigiéndose a Azucena–: ¡Tienes que conocer a este hijo de perra!

–¿Me hablabas? –exclamó Montoya.

Montoya era un hombre de 25 años, moreno, alto, corpulento y con barba de candado. Era una persona muy singular y difícil (dificilísima) de entender. A simple vista parecía una persona común y corriente, pero bastaba una ocasión (como esta) para darte cuenta de lo equivocado de esa suposición.

–Sí –dijo Ulises–. Estoy seguro que te encantara conocer a esta muchachita. Es amiga de Clara. Acabo de conocerla hace...

–¿Cómo te llamas? –interrumpió Montoya con su gruesa voz, dirigiéndose a aquella hermosa jovencita.

–Azucena –contestó con seriedad.

–Soy Montoya. Es un placer. Créeme, no miento.

Este hombre miraba fijamente a los ojos a Azucena, mientras se estrechaban la mano. Era una mirada que no dejaba mostrar ni el más mínimo rastro de timidez, ni de humildad, ni de bondad; no, no... era casi siniestra; casi. En cuanto a la expresión facial de nuestra protagonista... era como una fotografía de su alma: humilde, compasiva, ingenua, tonta, guiñapa y demás cualidades inferiores. Azucena dejó soltar una risa de nerviosismo. Y si Montoya sonreía como un degenerado, ahora sonreía como un pervertido demente. Y dijo así con su voz de trueno:

–Al fin te encontré.

Azucena no tuvo idea de lo que quiso decir. No le dio importancia, y dijo con titubeante voz:

–¡Oh sí... claro...!

Montoya miró a Casandra, y con los ojos le hizo una seña.

–Vamos a dar una vuelta –dijo Casandra imperativamente.

Todos aceptaron y dejaron solo a Montoya con la linda Azucena.

–Vamos a ponernos cómodos –dijo él, quien llevó a la belleza quinceañera a un confortable mueble, situado en una orilla de ese tipo de antro secreto, donde unas plantas los medio escondían (aunque cabe hacer mención que no estaban ni ocultos ni solos, únicamente sin compañía) y podían apreciar todo el panorama–. Creo que son buenas personas –dijo, exhalando humo de su nariz–. Vienen aquí cada semana. Se divierten, juegan, beben, bailan. Aquí están más cómodos y son mejor bienvenidos que en sus propias casas. No puedo permitir que simple y sencillamente arruinen su vida rodeados de pendejos; es por eso que los reúno aquí, con personas que hablan, piensan, se comportan ¡y joden! Igual que ellos.

``Espero que disfrutes tu efímera estancia aquí, y que sea la primera de muchas –tocó con su mano derecha la mejilla de Azucena–. Tienes un cutis hermoso.

–Gracias –dijo ella sonriendo con una mezcla de gratitud y timidez.

Conforme la conversación continuaba se hacia más grata y agradable. Azucena empezaba a compaginar con este hombre (a pesar de su malvada [por así decirlo] expresión). Ella hablaba de su relación con Clara, y sobre otras intimidades. Él hablaba de una fracasada relación con una antigua novia y sobre como dejo la escuela de Antropología.

–¿Qué fue de ella?

–Las cosas no resultaron. Tú comprendes, ¿no? Ella no me complacía y yo no esta dispuesto a tolerar sus caprichos.

–¿No te arrepientes?

La charla continuó varios minutos. Azucena escuchaba con atención las experiencias relatadas por Montoya y como había aprendido de diversas cosas acerca de la vida y muy en especial de la juventud.

–¿Nunca has pasado por alguna situación de esa índole?

–Pues no... realmente no... aunque en una ocasión Clara, que me estoy dando cuenta que de cierta forma se parece un poquitín a ti, pasó por algo parecido. Resulta que... que...

Levantó la cabeza y miró a dos mujeres paradas frente a ella; dos mujeres realmente hermosas como de unos veinticuatro años, con linda cara (una oriental y otra latina) y características sexuales un poco exageradas: pechos grandes, culonas, con unas anchas caderas, y además vestidas con la ropa más provocativa que se pueda imaginar... bueno ya saben de que tipo de mujeres estoy hablando.

–Ho-hola –tartamudeó Azucena.

Ellas no contestaron. Se le quedaron viendo con una engreída mirada y una burlona sonrisa.

–¿Por qué no vas a hacerle compañía a tu amiga? –exclamó Montoya sin despegar siquiera la mirada en esas dos mujeres.

Azucena calló breves segundos, los miró a los tres, se levantó y se fue.

Llegó con su amiga que estaba acompañada de Pablo y Ulises. A la hora de sentarse sintió que Clara le rozó el culo con su mano, no dijo nada pues sabía que había sido accidental. Ya estaba allí, con ganas de seguir conviviendo con esos tres jóvenes, moviendo la cabeza y golpeando suavemente la mesa con la palma de su mano, siguiendo el ritmo de la música. Pablo les preguntó si no tenían sed. Todos asintieron y pidió cuatro cervezas, pero Azucena dijo que prefería un refresco.

Pablo comenzó a platicar con Clara, con voz queda para dejar en claro que la platica era privada, o al menos discreta. Antes de que Ulises hiciera lo mismo, Azucena se le adelantó y lo interrogó, empezando así la conversación. Una vez que la charla había entrado en materia, Azucena se percató, al voltear a su derecha, que sus dos amigos estaban fajando al lado suyo (a escasos centímetros) sin el menor reparo. Pablo besaba a Clara, mientras ella dirigía las manos de él hacía sus piernas para que las acariciara. Él así lo hacía, metiendo sus dos manos entre la falda y abriéndole las piernas, dejando ver sus pantaletas. Clara susurraba obscenidades en el oído de Pablo, quien sonreía y acataba lo qué le decía. Frotaba sus tetas. Los pezones de Clara se podían ver entre la blusa... estaban parados... bien parados.

Azucena veía ese espectáculo que brindaba su amiga; no lo aprobaba pero ya no le sorprendía, pues sabía que ambos estaban un poco alcoholizados; y además comparado con otras lujuriosas acciones que desde ahí se podían apreciar que otros muchacho realizaban, este quedaba como un juego de niños. Azucena no quiso imitar esa conducta; aunque Ulises sí. Se le acercó disimuladamente más, rodeó con el brazo su cintura, y al ver que no trató de impedir nada, trató de besarla.

–No –dijo ella, poniendo la palma de su mano extendida entre ellos dos.

–Como quieras –dijo él, volviendo a reacomodarse y bebiendo de su cerveza.

Ambos permanecieron en silencio; y mientras inspeccionaba con su mirada el panorama, Azucena veía un poco desconcertada cómo se divertía Montoya con aquellas dos mujeres. Ambas yacían junto a él, quien estaba sentado; una con sus dos piernas abiertas sobre la pierna derecha de él, la otra tendida de tal forma que su abdomen quedaba en línea con el de Montoya. Una rozaba con la mano suavemente su hombro, la otra el pecho. Y ambas lo besaban vehementemente en los labios, esperando turno. Parecían dos fieras salvajes luchando por su presa. Mientras la oriental, la más bonita, lo besuqueaba impetuosamente, Montoya se separaba de ella para continuar con la otra, besándole los labios con tanto salvajismo que prácticamente se los arranca. Ella dirigió su provocativa mirada de puta hacia Azucena, quien instantáneamente se intimidó, y sacudiendo la cabeza, fijó la mirada en otra parte, no alcanzando a ver como esta oriental le bajó las pantaletas a la otra muchacha, y comenzó a lamerle el culo, después de haberle levantado la falda; se lo pellizcó, juntó sus dos nalgas con sus manos y las besó. Después de terminada esta libidinosa empresa se volvió, dándose cuenta que Azucena ya estaba ocupada en otros asuntos.

Después de haber gozado mutuamente de los placeres que les proporcionaban sus cuerpos, Clara y Pablo cesaron dicha voluptuosa actividad y se dedicaron a convivir con Ulises y su hermosa compañera. Todos pasaban un buen rato; la música deleitaba sus oídos, la bebida hacía más ameno su esparcimiento, los chistes, anécdotas y comentarios desataban oleadas de carcajadas. Azucena realmente se estaba divirtiendo, y disfrutaba de todo el bullicio que vivía en esos momentos. Clara sugirió ir a bailar un rato, sugerencia que todos aceptaron. Terminada esta esparcidora acción, las dos muchachas se pararon en una esquina a descansar un momento.

–"puf"... "fiu" –exhaló exhausta Clara– ay mier... deja tomo un respiro –mirando alegremente a Azucena–: ¿Que te parece si vamos afuera a tomar un poco de aire fresco?... Tú sabes...

–¿Andas borracha, verdad? –exclamo moviendo la cabeza en son de reprimenda, aunque con una linda sonrisa en su lindo rostro.

–¡No... no... no...! –respondió dándole palmadas en la espalda e indicándole el camino–. ¡Mira! –exclamó señalando a un árbol, una vez que ya estaban en el patio de la casa–. Hay nombres, leyendas... grabados aquí. "Virgilio estuvo aquí" –leyó– "Rodrigo y Marisol", "Charmín se hace cinco diarias". ¿Estás pensando lo mismo que yo?

–No lo sé– dijo Azucena–. A ver, dime.

–Grabemos nuestros nombres aquí –dijo recogiendo del suelo una piedra puntiaguda–. Toma esto servirá.

Azucena así lo hizo, grabando con cuidado sus nombres.

–¿Quieres que los ponga con minúsculas o mayúsculas? –preguntó.

–Da igual.

Clara estaba atrás de ella y se le acercó para inspeccionar su tarea. Se le acercó tanto que su pelvis hacía leve contacto con el trasero de nuestra amiga; su busto descansaba en su espalda; y removiendo sus cabellos con la mano, acercó los labios a su oído, susurrándole como sigue:

–Esta noche es perfecta.

–Lo sé. Yo también me la estoy pasando de maravilla –dijo con alegre voz–. Por cierto esos amigos tuyos son un poco extraños, pero realmente me caen... ¿Clara? –exclamó confundida y desconcertada, al sentir como la mano de su amiga le apretaba fuertemente el culo, introduciendo entre sus dos nalgas el dedo medio –¿Qué haces?

Las dos permanecieron en esa posición. Clara no contestó a la pregunta de su confundida amiga, y en vez de ceder a su lasciva conducta, le tocó con su otra mano la teta derecha, y la acarició con ternura.

–Azucena, nunca en mi vida he visto mujer tan hermosa –confesó con una estremecida y sonrojada expresión facial–. Eres realmente linda... tu sonrisa... tus ojos...

Azucena, muy sorprendida, le retiró las manos de las partes de su cuerpo, y se quedó enmudecida y con la boca abierta al oír como se expresaba Clara.

–...siempre había deseado hacer este tipo de cosas contigo, pero no había querido arriesgarme. Ahorita simplemente no pude resistirme... pero que digo... eres hermosa –exclamó esto último con los ojos cristalinos y el excitado rostro–. Por favor permíteme besarte, cobijarte con mis cálidas caricias, déjame apagar mi fuego de la lujuria estimulando tus partes intimas...

–Amiga, no digas eso... –rompió su enmudecimiento Azucena, completamente cohibida y echándose un poco para atrás sin darse la vuelta ni despegar la mirada del libidinoso rostro de su más intima amiga– cállate... por favor cállate... agregó susurrando con suave voz.

–Quiero apretar tus tetas... sobar tu culo... –dijo, acercándose para mantener la corta distancia que unos minutos hace había entre ellas.

–¡No! –gritó con desesperación– cállate... cállate...

–¿No quieres fornicar conmigo tu mejor amiga? –interrogó con la cara más excitada y sonrojada que jamás haya visto.

–Cállate... cállate... –ordenó mirando con espanto y decepción– ¡¡Cállate!!

Gritó así, se dio la vuelta y huyó de Clara, corriendo con el rostro desdibujado y toda confundida.

Como respuesta al rechazo de Azucena, Clara gritó imperativamente como sigue:

–¡No! ¡Regresa! ¡Regresa! –agachó la cabeza, frunció el ceño, apretó fuertemente sus dientes y añadió con la mirada perdida y con voz queda–: Regresa.

Una vez ya, estando en el interior de la casa, Azucena tomó asiento sin compañía de nadie, pues todos los muchachos que recién había conocido se estaban divirtiendo por su lado. Viendo como era ella la única persona que no pasaba el tiempo felizmente, expresó en su interior:

–"¡Mi propia amiga! ¡¿Mi propia mejor amiga, siendo mujer, tiene el atrevimiento de aprovecharse sexualmente de mí?! No... no... esto ya es inaceptable... no lo puedo creer. La conozco desde hace años ¡años!... ella, ella no es ella... Debe ser el alcohol... ¡O tal vez en el rato que yo no la acompañaba consumió alguna droga! ¡Sí, sí... eso debe ser... pues digo... nunca en tu vida has consumido alcohol ni mucho menos droga alguna... por lo tanto no conoces sus efectos... pero... pero... eso no lo justifica! Si dijo eso es porque algo quiere, de lo contrario no... Oh maldición ¡Maldición! ¡¡Maldición!! ¡¡Maldición!! ¿Por qué tuviste que haber venido a esta fiesta, Azucena? Deberías de irte... Sólo mira a tu alrededor, todos están locos... una muchacha bailando en ropa interior... aquellos cuatro consumiendo pastillas... Qué me van a decir; ¿qué los cuatro están enfermos?... Pero por otro lado si te vas así como así, les dijiste a tus papás que Clara te llevaría a la casa. Si llego sola entonces llamarán a la casa de Clara y se darán cuenta que les mentí... y quien sabe que otras cosas me podrían pasar. ¡Soy una estúpida!"

Azucena estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se percató que hace unos segundos había arribado a donde ella, Laura, la niña bonita de delgado cuerpo.

–¿Por qué tan solita? –interrogó con celestial sonrisa–. ¿Y Clara?

–No sé... dijo que ahorita venía –exclamó así con el triste semblante, que Laura, dada su ingenuidad, no pudo apreciar.

–No la esperes. Que se quede ahí –dijo Laura con aguda voz, y la cogió de la mano–. Ven conmigo, Montoya quiere que te sientes con nosotros. ¡Ya es hora de comer! –exclamó así con entusiasmo.

CAPÍTULO II:

EL BANQUETE

Estaban todos sentados en una grande mesa, preparados para recibir la cena. Además de los ya conocidos personajes, Montoya, Azucena, Ulises, Laura, Pablo y Casandra, se encontraban otros que por el momento desconocemos. Clara estaba ausente.

Montoya, viendo que ya todos estaban acomodados, se levantó de su asiento y alzando su majestuoso tarro los arengó como sigue:

–Realmente estoy muy contento de que todos vosotros, mis caros amigos, estén aquí reunidos para festejar como es costumbre cada fin de semana, no un día festivo, ni el cumpleaños o aniversario de nadie ni de nada, sino simplemente nuestra licenciosa existencia. Durante mucho tiempo hemos sufrido todos nosotros, como los casi hermanos que somos, de diferentes peripecias que nos han ocasionado todos aquellos que nos odian y desprecian sólo porque somos diferentes y no compaginamos con sus absurdas ideas. Pero hoy más que nunca siento que mientras sepamos que tenemos la razón, nunca podremos ser corrompidos.

"Cualquier otra persona pensaría que después de mi rompimiento con mis ex novias Casandra y Flores, no volveríamos a ser amigos entre los tres y reunirnos íntimamente de vez en cuando. De igual forma me alegro que mis buenos camaradas Randy, Ulises y Cornelio se hayan reunido con nosotros después de todos lo roces que hemos tenido, que por razones obvias no discutiremos aquí. Y Laura ¡cómo olvidar a Laura!, la más pequeñita de todas... este festín no sería nada sin tu simpática y entusiasta presencia.

"Habría muchas otras cosas que agregar sobre lo demás... pero me gusta decir lo que siento con pocas palabras. Vosotros sabéis lo que siento, no es necesario que se los recuerde. ¡Así que por esos y muchos otros motivos más, brindo por la felicidad y el libre goce de nuestras pasiones! ¡Que los sólidos lazos que nos han mantenido unidos!... ¡sigan perdurando!

Habló así con este enardecedor discurso, y agrego al ver a la recién llegada Clara:

–¡Clara! Llegas justo a tiempo –dijo limpiándose los labios de vino– ¿Qué haces allí parada en la esquina? ¡Vamos, ven y siéntate! Vamos... vamos... no seas tímida que pareces cualquier persona menos tú.

No habiendo otro lugar, tuvo que acomodarse justo al lado de Azucena, quien con una mezcla de tristeza y cólera no se tomó la molestia de voltear a verla, ni de recibirla. Pareciera que los papeles se habían invertido; Clara completamente avergonzada, tímida y arrepentida por la forma en que Azucena la rechazó minutos hace; y Azucena muy enojada con ella por haberle declarado sus intenciones.

–Disculpen la demora del banquete– dijo una dulce voz femenina–, pero tuvimos unos pequeños percances... ya es un poco tarde lo sé –se levó la mano a la boca y termino diciendo–: ¡lo siento!

–¡No... no... no!...–exclamó Randy–. No hay problema, Josefina. No tenemos prisa alguna... la noche es joven. Además, mientras más hambrientos estemos, mejor no sienta la comida.

Ella no dijo nada, sólo contestó con una sonrisa y una mirada insinuante.

–Ya... ya... ya... ya... deja de parlotear –la apresuró Montoya dándole una nalgada en el trasero–. Casandra, ayúdale... antes de que se enfríe.

Y así lo hizo; y antes de que lo lean ya habían servido estas dos mujeres la comida. Sobre la mesa yacía un suculento lechón, con una rojiza manzana en la trompa y complementando alrededor del porcino estaban las más exquisitas frutas; había diversas salsas por toda la mesa, para diferentes gustos; aderezos para las frescas verduras que acompañaban a la aún más fresca ensalada; había además asados de diversas carnes; lomos de las más grasosas ovejas; spaghetti verde y rojo y pan en decoradas canastillas. Montoya les ordenó a las dos mujeres que se habían acomedido a servir que trajeran distintas bebidas alcohólicas, desde la vulgar cerveza hasta vinos tan añejos como matusalén. Así había como brandy, tequila, mezcal, pulque, hasta vodka, coñac whisky y otras sofisticadas bebidas importadas de Europa, el lejano oriente y otros lugares.

Montoya al ver a la hermosa Azucena le preguntó:

–¿Cómo estas niña? Te lo dije antes y te lo digo de nuevo: Espero y disfrutes tu convivencia con nosotros... ¡Y tú, Clara, perra puta!– le dijo mirándola con su cara de maligno pervertido–, ¿Por qué no has presentado a Azucena con nuestros otros amigos? De por sí ya es tímida y tú contribuyes a su misantropía

Clara calló y nada dijo, pero Montoya hizo el trabajo por ella, salvándola así de la embarazosa escena, pues era evidente que lo último que Azucena quería en estos momentos era que su amiga le dirigiera la palabra. Y así fue, Montoya le presentó a los otros muchachos.

–Él es Randy –dijo– según tengo entendido, ya lo conocías.

–Gusto en volverte a ver Randy –dijo Azucena.

–Ellas son Amanda y Eurídice –dijo señalando a dos mujeres de aproximadamente 22 años, quienes sonreían entusiastamente agarradas de la mano, una descansando su cabeza en el pecho de la otra –. Ella es flores –continuó señalando a una muchacha hermosa, delgada, con buen cuerpo, y una piel blanca como la nieve, tan era así, que hacía ver sus labios tan vivos y coloridos debido al contraste entre estos y su nívea piel. Azucena la saludo, sin levantarse de su asiento, sólo con una leve seña con la mano. Mientras tanto Montoya continuaba–: Él es Cornelio –dijo señalándolo, y prosiguió con la última persona– y esta hermosa hembra a mi lado es Josefina, mi novia.

–¡Hola Azucena! –saludó sonriendo–. Mucho gusto en conocerte. Montoya me dijo que eras linda... ¡pero no creí que tanto! Te vi llegar y de lejos no te ves tan linda como de cerca.

Azucena sólo sonrió con modestia. Y vale la pena hacer la aclaración que a pesar de la belleza de Josefina (era morena, pelo negro, alta, delgada, lindos ojos, labios carnosos, su trasero y sus tetas eran un tanto modestos [ no estaba muy buena pero sí era bonita]) y de todas las demás mujeres, ninguna rivalizaba con la guapísima Azucena, pues por encima de todas en hermosura sobresalía.

–Oye Pablo, creí que habías dicho que traerías contigo a Jacobo, ese amigo tuyo que trajiste la semana pasada –exclamó Montoya, a la vez que devoraba como perro una pieza de carne.

–No. No era una opción viable para él –respondió Pablo–. Me dijo que no quería volver a vernos jamás... y en especial a ti. Según me dijo le pareció insultante tus comentarios anticristianos y demás blasfemias que proferiste. Es un hijo de puta.

–Ni quien lo dude.

–¡Que vaya a joder a su madre! –vociferó de esta forma Randy.

No, y eso no es todo –continuó Pablo– el pinche mierda tuvo la osadía de decirme: "esta bien que tengan sus ideas, pero no tienen porque faltarle el respeto a las mías."

–¡Pobre tonto! –dijo con entusiasta tono Laura, la de ligero cuerpo.

–¡Es un imbécil –agregó con seria voz Montoya–. ¿Por qué diablos habría yo de respetar sus absurdas ideas cristianas? Lo que la gente más quiere en esta vida es respeto. El respeto lo es todo... y si yo respetase sus jodidas ideas ¿no estaría yo contribuyendo a que las aceptara con más aferro, puesto que en ellas encuentra lo que más desea? Se deben de quitar las ideas religiosas a como de lugar, y por nada, ¡por nada! Deben de ser respetadas. Si yo los respetase a vosotros por su forma de vestir, ¿no os estaría impulsando a que continuaran con esa manía? Es por eso que si quisiere alejarlos del buen vestir, lo que tendría que hacer, entre otras cosas, es ridiculizarlos por ello, humillarlos por ello, ofenderlos por ello, ¡joderlos por ello! Aquellos ignorantes estúpidos que piensen que su religión debe ser respetada y que piensan que les puede faltar lo que sea menos Dios (como la gran mayoría de los vejestorios ignorantes), están muy equivocados. ¡Respetar! ¡Respetar! ¿Cómo demonios voy a respetar a aquello que aleja de la realidad a la persona, que lo sume en la completa ignorancia y lo aparta del pleno uso de la razón y la lógica hundiéndolo en el peor de los males? Respetar a esa religión es igual a respetar a genocidas, ladrones o racistas. Sólo les doy más poder.

Todos lo aplaudieron y vitorearon, mientras reían y carcajeaban. Pablo el alcohólico drogadicto, se levantó tambaleándose por su embriaguez y expresó estas palabras:

–¡Cierto! ¡Muy cierto! ¡Cómo odio a esos fanáticos! Discriminaban a mis antepasados, no hace mucho tiempo, por su color. ¡Que los jodan a todos!

Dijo esto y se sentó. Montoya volvió a vociferar con estas palabras:

–Sí, tienes razón, yo también los detesto... ¡a todos! Piensan que su Dios los redimirá de todos sus pecados... ¡ya quisieran! Todos ellos son unos ciegos torpes, racistas... ¡oh coño! ¡Cómo quisiera que ese Jacobo o cualquier otro católico menso estuviera aquí... ¡para escupir en su cara y decirle muchas verdades!

Azucena veía encolerizada como Montoya se expresaba y, no pudiendo contener su silencio, le increpó de esta manera:

–¡Pues aquí me tienes a mí!

Todos sorprendidamente clavaron su atención en esa jovencita, quien continuó diciendo:

–¡escúpeme, infame desvergonzado! Dios sabe que no sería la primera vez que alguien trata de humillarme por mi devoción.

Montoya quedó enmudecido por breves segundos, pasados estos sonrió malvadamente.

–Azucena... Azucena... –susurró– no tenía idea de que... tú... oh... quien lo diría.

–No quiero arruinar tu fiesta... –dijo la linda muchacha, mientras se levantaba de su lugar.

–¡Hey… hey… hey! –se expresó Montoya– ¿Por qué te levantas? –rió entre dientes–, ¿acaso pretendes irte? Siéntate... siéntate... No te escupiré en la cara. Al menos no estas circunstancias. Eres joven y hembra: eres fácil de moldear, engañar y manipular. No eres más que una pobre alma que ha sido engañada y mentida durante su vida entera.

–Lo siento –exclamó ella–. Tengo estas ideas y nadie podrá quitármelas ni mucho menos tratar de contradecirlas –miró a Clara con furia, y añadió–: ¡Ya antes han tratado de hacerlo y no me gustó! Clara no dijo nada, ni siquiera tuvo el valor de mirar a Azucena. Estaba perturbada... avergonzada.

–Azucena, linda criatura –exclamó Montoya– te diré la razón por la que tendrás que quedarte, y como buena cristiana tendrás que aceptar. Si crees en algo fervientemente, por más calumnias y difamaciones (o como las quieras llamar) que oigas en su contra, seguirás creyendo. Sin duda alguna. Además, para poder rechazar mis ideas primero las tienes que conocer. Y ya una vez que las tengas bien conocidas, tendrás que medirlas con las tuyas (que me imagino que si las defiendes y vives con ellas, las has de tener ya bien cimentadas), y entonces podrás elegir entre las dos. Y en esto tampoco tienes opción, pues si las amas con tanto fervor y devoción no tendrás problema en seguir siguiéndolas. Me imagino que has de estar muy segura de tu elección y de que mis palabras no podrán afectar tu fe, puesto que si dudas de ella, ¿cómo podrías autoproclamarte creyente? Además, agrego, que si ese Dios tuyo no te da a elegir entre adorarlo o no ¿dónde estaría el merito de su magnificencia? Y ¿dónde estaría el crédito tuyo al elegir adorarlo, o al haberlo escogido entre otras deidades, si no tuviste opción?

Todos miraban a Azucena con engreídas miradas y burlonas sonrisas. Ella titubeó de esta forma:

–Es que... lo que pasa es que... yo... no tengo porque oírte...

–¡¿Dudas de tu fe?! –gritó interrogando Montoya–. ¿Dudas de tus ideas religiosas? ¿O temes que resulten ser tan débiles que no podrán prevalecer ante las mías?

Azucena no dijo nada, sólo cogió el tenedor y el cuchillo y comió un bocado de carne.

–Así está mejor –dijo Montoya–. ¿Piensas comerte todo eso sin la ayuda de un liquido? ¡Vamos aquí hay mucho de que beber, sólo cógelo!

–En realidad preferiría un vaso de agua –dijo ella.

–Vamos –exclamó él–. No te hará daño. Te gustará. Tiene que haber una primera vez para todo, y sino al menos para esto.

Montoya le ordenó a Casandra que le sirviera una copita de tequila. Así lo hizo y se la puso enfrente.

–¿Tienes miedo acaso de que le haya puesto alguna droga? –preguntó Montoya–. ¿Y que una vez que estés dopada te vaya a violar? No seas ridícula, Casandra la acaba de abrir.

Un poco intimidada por todos los comensales, y no teniendo opción, Azucena bebió.

–¿Te quieres embriagar tan rápido? –preguntó Randy–. Bebe más despacio.

–Empecemos pues –exclamó serenamente Montoya y empezó la disertación preguntando:

– ¿Quién es Dios?

–Nuestro creador.

–Sé más explicita –ordenó Montoya.

–Nos creó a nosotros –continuó Azucena– y a todo lo visible y lo invisible. Creó al hombre a su imagen y semejanza. Esta lleno de bondad sabiduría, justicia y amor... nosotros tenemos que venerarlo y agradecerle por habernos dado la vida. Él rige el destino de todos nosotros. Es un ser perfecto.

–¿Nosotros no somos perfectos? –preguntó él.

–No.

–No te entiendo niña. ¿Cómo puedes decir que Dios es perfecto y que creó al hombre a su imagen y semejanza, siendo este último imperfecto?

Azucena enmudeció. Y Montoya prosiguió:

–Sabemos que el hombre no es perfecto, eso nadie (excepto tal vez un pendejo) puede refutarlo. Desde este fundamento puede uno empezar a dudar. De aquí sólo nos quedan dos conclusiones. O Dios no existe, puesto que el hombre no es perfecto, y por ende siendo Dios con la misma imagen y semejanza del hombre, sería nuestro igual; o Dios si existe pero no es como nos lo pintan.

``Te explicaré como Aristóteles, después de tanto meditar, disertar e indagar, concibió a Dios. Este mundo esta lleno de motores. Para que cada cosa exista necesita algo que la mueva. Para que tú, yo, un caballo, una idea, un planeta etcétera exista

necesita algo que le haya dado razón de ser, no puede ser por sí sola. Es necesario que esta serie de motores tenga algún principio, pues no puede ser infinita. Este motor que mueve sin ser movido es Dios. Para que esto sea así, es necesario que esta idea sea perfecta, pues es la causa primera de todo. No puede tener forma, pues para que la tenga es necesario una existencia derivada; lo cual es imposible. No puede tener movimiento, porque siendo perfecto un mínimo cambio la alteraría, ¿y que sentido tendría el moverse cuando ya se yace en la misma perfección? Sólo lo imperfecto puede moverse. Tampoco puede tener sentimientos, puesto que estos no son más que sensaciones que los imperfectos sentimos. Tampoco puede desear ni el bien, ni el mal, ni nada, ya que lo perfecto no desea, pues todo lo tiene y nada le falta. Tampoco es posible que tenga principio y fin, es finito, por que lo infinito es aquello que no tiene fin, que esta en constante cambio, que no está terminado. Y lo perfecto terminado esta, puesto que no carece de nada, y es y siempre lo será, pues no puede admitir cambio alguno. Por ende es finito.

``¿Entiendes ahora sí la idea de la perfección? Ese Dios no podría tener la forma del hombre como me lo quieres hacer creer, ni mucho menos puede amarnos ni odiarnos, ni apiadarse de nosotros, puesto que no desea nada... ¿Entiendes? Aquello que crees perfecto, no es más que la imagen distorsionada por un hombre de la perfección. Así pensaba el celebre filosofo. Ahora decidme ¿por qué habríamos de adorar a ese Dios, si por más que recemos no vamos a tener un beneficio? ¿Por qué le habríamos de importar nosotros a él? La forma teológica con la que me quieres meter a ese Dios, ¿tiene relación alguna con la realidad? Ese ser que carece de sustancia y en su totalidad es esencia, que vendría siendo lo más cercano a Dios, dejémoslo que se regocije en su perfección, ¡ahí está bien! Mejor preocupémonos por nosotros mismos, que nosotros sí que tenemos más problemas.

Azucena enmudeció, nada pudo decir para refutar esos pensamientos.

–¡Oh joder, hijo de puta! ¡Hijo de puta! –exclamó Pablo mientras exhalaba humo por su boca y nariz, pues fumaba un habano–. Ahora sí ya tengo con que callarles el hocico a esos creyentes.

–¿Crees que un pequeño discurso me va a alejar de mis creencias? –preguntó con breve ironía Azucena–. Porque si es así, estás muy equivocado.

–¿Qué acaso esta puta es pendeja? –exclamó Pablo–. ¡Ya acéptalo, no seas terca! La existencia de ese Dios tuyo es sofista. Sólo los imbeciles no pueden comprenderlo.

Azucena no agregó nada, sólo permaneció enojada mirándolo. Montoya por otro lado, tomó un habano que le ofreció Pablo, y arrojando humo por los orificios nasales exclamó en su interior:

–"¿Realmente será cierto? Esta fémina sentada frente a mí no se ha enterado aún que Dios no creó al hombre; el hombre creó a Dios."

Josefina recargó su cabeza sobre los hombros de Montoya, posó la mano en su mejilla y mirándolo le dijo con tierna voz:

–Continua mi vida, no te detengas.

Montoya continuó:

–Podrías explicarme, pequeña criatura –refiriéndose a Azucena–, si ese Dios tuyo tanto desea que lo veneremos, como lo estipula su primer mandamiento, ¿por qué con su omnipotencia no nos obliga a ello quitándonos el poder de negarnos a hacerlo?

–Porque nos esta dando una opción –contestó la bella muchacha.

–Pero al darnos una opción nos está dando el derecho de hacerlo o no –se expresó Montoya–, ¿y cómo podría castigarnos, si el mismo nos dio el derecho? Ahora dime, si tanto nos ama, ¿Por qué no nos libra del mal? ¿Acaso es porque quiere que les demos su merecido a las malignas personas? ¡Sandeces! Basta con revisar los anales de la historia para darnos cuenta que el mal siempre ha oprimido, prevaleciendo y sojuzgando por encima del bien. Si nosotros realizamos el bien, somos afables y altruistas con los demás, ¿por qué no nos libra ese Dios tuyo del mal, si somos los que seguimos su palabra? Después de todo lo mereceríamos. Además de que si nos ama tanto, ¿por qué permite que nos inflijan sufrimiento? Si tú pudieras terminar con el sufrimiento de tu amada madre, ¿lo harías?... ¡Contesta!

–sí.

–¿y que me dices de todas las enfermedades que nos da?... ¡¿De las injusticias?!... ¡¿Del dolor?!... ¡¿Del hambre?!

Azucena enmudeció. Como siempre.

–Sabía que no podrías contestarle –dijo Randy.

–Oye –indicó Josefina con un risueño rostro–, ¿por qué no hablas un poco acerca de ese hombre, excusa de tantos crímenes, al que sus discípulos convirtieron en la más falsa de las mentiras?

–¿Jesús?

–¡Siiiiíp!

Montoya, con su despampanante voz de trueno interrogó a la religiosa como sigue:

–Azucena, contéstame ésta: ¿Dios es imbécil?

La angustiada Azucena contestó con queda voz:

–No.

Montoya arguyó así:

–Entonces, ¿por qué carajos creó a un hijo que lo emuló y fundó una religión que tiene mucho más adeptos que la suya? Recordemos que ese Dios tuyo, Jehová, es el Dios de los judíos, no de los cristianos. Ese Jesús... ¡Ese! –exclamó esto último con un fuerte grito, apuntando al pequeño crucifijo que pendía del cuello de Azucena–, es en realidad el más pecador de todos los hombres, pues desvía a muchas personas de su fe original, o sea el judaísmo, e incita a las masas a que sigan su palabra no la de Dios. Teológicamente hablando, ¿no es el peor pecado que pueda cometer un hombre, ponerse por encima de Dios? ÉL era un judío, ya tenía su religión, su fe, como diablos va andar creando la suya propia? Alguien perfecto no puede ser un imbécil, por ende Dios no pudo haber traído al mundo a una persona que lo superaría. ¿A qué nos lleva a pensar esto? Ese Dios tuyo no es perfecto; ¡no existe! Y Jesús no fue su hijo, simplemente fue un judío moralista cuyas ideas y mentiras que se especulan entorno suyo, dieron origen a una nueva religión, que no creó él, sino simples personas. ¿Y quiénes putas son las personas para andar creando religiones?

–Hay algo que quiero añadir yo –dijo Ulises, quien durante la fiesta había compaginado con Azucena y había querido llegar u poco más lejos– ¿Quién es Dios? Cuando nosotros hablamos de Dios nos referimos al Dios de Jesús, o sea a Jehová. ¿Por qué nos habríamos de encomendar nosotros a él? Si te pones a leer la Biblia te darás cuenta que Israel es el pueblo elegido de Dios, y nosotros no somos unos pinches judíos para... bueno en cierta forma supuestamente yo lo soy... A lo qué voy es a esto: ¿Por qué somos católicos? Respuesta: hace cientos de años llegaron a estas tierras unos pinches europeos que se mezclaron con nosotros y nos pegaron su religión. ¿De dónde cogieron ellos esa religión? Respuesta: Hace miles de años el mundo fue conquistado por los romanos; y como dice una ley marxista: en una sociedad las ideas económicas, políticas, filosóficas y religiosas, que prevalecen, no son las correctas, sino las de la clase dominante. Es por eso que la religión católica predominó hace siglos y sigue predominando ahora. Pero yendo más lejos, ¿por qué los romanos eran cristianos? Hubo un tiempo en que no lo eran, odiaban al cristianismo y lo condenaban. Pero finalmente se coló en el imperio y... pues ya ni modo, el hijo de puta de Constantino lo instituyó como la religión oficial. Pero ese Dios ni siquiera era de los romanos. Lo cogieron por que como cristianos tenían que hacerlo, y ya vimos la falsedad del cristianismo como religión y la procedencia de ese Dios. Así que, ¿qué cojones hacemos nosotros venerándolo, si nosotros somos otro pedo aparte?

–Linda disertación –aplaudió Montoya–. No deja de sorprenderme la pinche pendejez del hombre y de lo qué es capaz de hacer o pensar a causa de ella. ¡Y si hay algo que odio, es a un pendejo!

–Cuando nosotros morimos –continuó Montoya– nuestra alma se desprende de nuestro cuerpo ¿cierto?

–Cierto –dijo Azucena.

–¿Y qué es el alma? ¿No es acaso aquello que da vida a lo viviente?

–cierto.

–El alma es inmortal.

–Cierto.

–Pero no lo entiendo... ¿Al perecer el cuerpo, el alma se eleva al cielo dónde vivirá toda la eternidad o irá reencarnando de cuerpo en cuerpo durante siglos hasta alcanzar la perfección? Quiero dejar muy en claro, que en ningún momento estoy negando la existencia del alma; pues al carecer de pruebas no podría hacerlo. Tampoco acepto su existencia, pues nadie me lo ha podido probar mediante disertaciones indubitables. ¿Qué podría pensar de mí el vulgo ignorante? ¿Que estoy aceptando la pequeña posibilidad de que la religión católica sea verídica, puesto que arguye la existencia del alma?¡Falacias! ¡La religión católica es tan falsa como tú eres hermosa! –dijo mirándola–. Si Jesús pregonaba sobre el alma, su inmortalidad y demás, fue porque en su estancia en Egipto, de la cual no hablan los malditos evangelios, aprendió mucho sobre esoterismo, magia etcétera, pero nada que ver con sus propias ideas; repito, ¡nada que ver con sus propias ideas! Todas las religiones arguyen sobre la existencia del alma (a pesar de que muchas veces entre ellas ignoraban la previa o contemporánea existencia de las otras religiones) ¿El alma es sobrenatural? ¡Imposible! Todo lo existente es creación de la naturaleza o creación de sus mismas creaciones. El alma al igual que muchas otras cosas que no entendemos, a las que hemos llamado paranormales, no son más que ideas, seres, esencias, cosas inherentes a la naturaleza, la cual aún no hemos podido descubrir en su máximo esplendor.

–Pero Montoya, háblanos sobre la inmortalidad del alma –exigió Flores, la de blanca piel.

–Trataré de dilucidar para ti este punto en especifico– exclamó Montoya–. Si el alma existiese tendría que ser inmortal, pues siendo lo que da vida al cuerpo no podría aceptar idea contraria a la vida. Inmortal sería entonces. Este es el punto en que han coincidido los filósofos y teólogos, pero en lo que no, es en su destino, qué es de lo que les hablaba hace unos minutos. ¿Se va a un mundo de ultratumba como nos lo dicen religiones como la griega, la cristiana y la egipcia? ¿O reencarna como lo pregonan hindúes y budistas? Imposible pensar que de la religión que profese el individuo depende el destino del alma. Las religiones son falsas. Y su destino debe de ser siempre el mismo, pues el alma es primero que el individuo, y este profesa después de vivo su religión. Si reencarnar fuera su destino sería matemáticamente imposible, pues la población incrementa exageradamente conforme va pasando el tiempo, y entonces faltarían almas que se incorporasen a la diferencia que hay entre estas y los cuerpos de los habitantes. ¿Comprobado está esto no? Y sería ridículo que alguien expresase que conforme se va creando esta diferencia entre cuerpos y almas va naciendo la cantidad proporcional que contrarreste esta diferencia, conformando así la igualdad entre estos dos. Os explicaréis a todos vosotros por qué carecería de lógica y veracidad este argumento. Para que algo sea creado es menester que haya un tiempo en que no existió, mas el alma es inmortal, es en sí misma la propia vida, y no puede aceptar idea contraria, pues entonces carecería de inmortalidad. Nunca podrá morir y tampoco nacer; ya que si tuviera la facultad de nacer, esto implicaría un momento en que no hubo vida y esto es completamente inconcebible. Vamos a ponerlo de esta forma: para que cualquier cosa sea lo que es, es necesario que tenga ciertas cualidades sin las cuales no podría ser lo que es. Vamos a ejemplificar. Para que un cuadrado sea cuadrado tiene que tener cuatro lados, si tuviera tres no sería cuadrado sino triangulo; lo caliente no podría serlo si no tiene una temperatura elevada, de lo contrario sería frío; un elefante no puede ser elefante si tiene manos, pies, habla, no tiene trompa y pesa 65 Kg. Lo mismo pasa con el alma, para que sea alma es necesario que sea inmortal y por ende no puede aceptar idea contraria a la vida, pues entonces no sería alma y nunca podría dar vida, pues carecería de ella. Y si algo no tiene vida, ni forma, ni materia, ¿cómo podría ser algo? No existiría, sería nada.

``Todas estas cosas nos originan miles de dudas acerca de la veracidad del alma. ¿Si el alma no nace con el cuerpo, eso significaría que otrora perteneció a otro? ¿Pero cómo puede ser esto posible, si ya vimos que las matemáticas nos lo refutan? Y las matemáticas no se equivocan. Pero si cuando morimos, nuestra alma se va al más allá dónde esperará a nuestros seres queridos cuando también les llegue la hora, ¿esto significaría que el alma es nuestra y sólo nuestra?; ¿pero entonces que fue de ella antes de nuestra concepción? Porque si continuara su travesía por otros cuerpos no podría estar después de nuestra muerte en el cielo. ¿O que tal si son ambas?; o sea, si hay un tiempo en el que cesa de viajar de cuerpo en cuerpo para llegar al cielo, esto significaría que el alma que encontraríamos en el cielo no sería la persona que conocimos en vida, sino una amalgama de las miles de vidas que ha tenido dicha alma.

Estas y un sinfín de preguntas más merodean en nuestra cabeza y nos conducen a dudar todavía más del alma.

–Al grano Montoya, dinos lo que tú piensas –se expresó así Flores, la de blanca piel, queriendo ser esclarecida de sus inquietudes.

–Mira, güerita –prosiguió dilucidando Montoya–, no podría daros una idea concreta de mis pensamientos, pues ni yo mismo los puedo esclarecer; y a diferencia de los teólogos de mierda, yo, si no me puedo explicar algo no me lo invento. ¿Entendiste?

–Sí –respondió Flores la de blanca piel.

–Pero lo que sí puedo asegurar es esto: Si existiese un alma, poco probable, pero probable al fin y al cabo, a través del tiempo se han creado centenares de mitos sobre ella. ¿Quién los creó?

–¿El hombre, los teólogos... y religiosos de... de... mierda? –exclamó con inseguridad y dudosa voz Flores, la de blanca piel.

Montoya con voz de trueno gritó con perversa y exacerbada voz:

–¡¡Exacto!!

Y continuó:

–¡¿Ves como sí aprendes, blanca puta de labios carmesí y culo exquisito?! –alabó así su parte trasera fornicable, mientras la apretaba.

Randy le dijo en el oído:

–Ves como no miento cuando alabo tu culo.

Dijo esto y también se lo agarró. La blanca piel de Flores se volvió roja, roja; no de vergüenza sino de ufanía, vanidad y presunción, al verse codiciada por estos dos varones. Mientras tanto, el anfitrión del banquete continuaba dilucidando así:

–¿Pero que es lo que nos dice la religión de esta criatura que está sentada frente a mí?, que al fin y al cabo es lo que nos interesa. "El alma, dependiendo de su conducta en vida, se va al cielo –se detuvo por breves segundos y sonriendo continuó– ¡o al infierno!" ¿Cierto no es así?

–Cierto –dijo Azucena.

–O sea que Dios es tan inepto que para exhortarnos a que hagamos el bien nos da una recompensa, y si no nos da un castigo. Y pregunto yo: ¿Cuál sería nuestro merito al hacer el bien si lo hacemos por miedo a un inhumano castigo o peor aun si lo hacemos influenciados por una tentadora recompensa? El bien no podría llamarse bien si lo que nos mueve a hacerlo es el beneficio propio. A quien le haríamos el bien sería a nosotros mismos y no a nuestro prójimo. Este último sólo recibiría indirectamente un pequeño beneficio, puesto ayudarlo no fue un fin sino un medio para llegar a este. ¿Y cuál fue el fin? Beneficiarnos nosotros mismos. El bien, camaradas míos, debe nacer de nuestro interior, lo tenemos que hacer por el simple hecho de hacerlo y brindar así a los demás una ayuda... ¡eso sí, sin esperar recompensa alguna! La única agradable consecuencia (no recompensa) que uno puede recibir es la satisfacción de haber ayudado a un ser necesitado.

–Azucena, ingenua católica, yo también tengo algo que cuestionar acerca de ese Dios tuyo –manifestó Randy, al cabo que besaba a Flores, o le tocaba un seno, o una nalga y pícaramente introducía su mano en el cuello de la blusa de esta blanca muchacha, estirándolo hasta abajo, dejando mostrar sus senos, que por cierto no eran protegidos por brasier. Todo esto lo hacía en el momento en el que hablaba–. Si realmente es tan bondadoso como me lo quieres hacer creer ¿Cómo es que llegó a crear algo tan horrible como el infierno?, que si recordamos bien, es tan horrendo que vivimos allí durante toda la eternidad sufrimientos que superan el entendimiento humano. ¿Dónde está su maldita bondad entonces, coño? Te recuerdo que Jesús nos dejó un onceavo mandamiento; si lo recuerdas ¿no?; en la última cena... "Amaos lo unos a los otros como yo os he amado." ¿Cómo jodidos nos va andar amando cuando nos manda al maldito infierno? ¿Y qué es el infierno? El castigo por nuestros pecados, pero ¿por qué no nos perdona?, después de todo él fue el que dijo que amaramos a nuestros enemigos al igual que a nuestros amigos y que les perdonáramos todo. ¿No es cierto?

Azucena permaneció callada, no queriendo contestar la pregunta. Montoya la obligó increpándola con su gruesa voz como sigue:

–¡Responde, carajo! –gritó así golpeando fuertemente la mesa, ocasionando que diversos utensilios salieran disparados unos cuantos centímetros en el aire. Azucena respiraba precipitadamente, y al no tener escapatoria contestó con quedo y serio tono:

–Cierto.

Randy continuó:

–¿Entonces cómo quiere que hagamos algo que ni el mismo es capaz de hacer? ¡¿Cómo?!

–Aquellos que me conocen –dijo Montoya– saben que si hay algo que no tolero ¡es a un pendejo!, ¡a un imbécil!, ¡a un idiota! –continuó maldiciendo con más rapidez y fuertes gritos–: ¡¡ a un estúpido!!, ¡¡a un pelmazo!!, ¡¡a un tarado!!, ¡¡a un bruto!!, ¡¡a un pazguato!!...

–¡Ya cálmate y ve directo al punto! –le dijo con ternura Josefina, su novia.

Montoya habló así:

–No hay que ser pendejos, e independientemente del destino de nuestra alma hagamos lo que queramos sin temer lo que podría sucederle a esta. Pues digo yo, si realmente tenemos una, ¿por qué nos habría de importar lo que le pase si nosotros no sufrimos nada como consecuencia de las desventuras y pecados en que incurrió esta en el pasado? Nosotros no recordamos, ni sabemos nada acerca de las vivencias de nuestra alma. Ni siquiera influyen en nosotros. La historia de nuestra vida la vamos construyendo nosotros mismos, a medida que vamos creciendo, de nuestros meritos, logros, y fracasos. Lo que haya hecho un hombre en el pasado, cuyo único lazo que nos une es que otrora mi alma le dio vida, no afecta en lo más mínimo mi existencia.

–Según tú, ¿de dónde surgen los mitos y la idea del alma? –interrogó Azucena.

–¿Ahora haces las preguntas en lugar de contestarlas? Eso habla de que ya estás más entrada en la platica. ¡Bien! Eso me gusta. Eso me gusta.

–contesta –dijo Azucena.

–del miedo a la muerte –contestó él–, el más grande miedo del hombre. Pero seamos realistas, si los ancianos son unos buenos para nada, y francamente lo son, imagínate lo que pasaría si después de la senectud continuara nuestra vida hasta la eternidad. Comenzaríamos a ser después de los 70-80 años un estorbo para el progreso, pues sólo gastaríamos recursos y no los generaríamos, eso sin mencionar lo aburrido de la vida y de la sobrepoblación. Es por eso que la naturaleza, muy inteligente, nos hizo mortales, pues el espacio que dejemos y las obras que realicemos servirán para el desarrollo de la humanidad. Pero ¿por qué tenerle miedo a la muerte? Todos tenemos que morir algún día. Es algo natural. ¿A que se debe el miedo a la muerte? –preguntó con irónico acento, mirando a Flores la de blanca piel.

–¿Por el miedo a lo desconocido? –contestó con inseguridad y dudosa voz.

–¡Pues que miedo tan estúpido! –vociferó Montoya–. Yo muy inteligente, desconociendo lo que me encontraré en la muerte no le puedo temer, puesto que lo ignoro, y como podría suponer que me espera algo horrible. ¿Qué me podría pasar si ya no tengo cuerpo que pueda ser maltratado, ni aspiraciones, ni deseos, ni anhelos, ni nada que me pueda afligir? Temer sería una pendejada, puesto que mi vida termina cuando mi cuerpo perece. ¿Mi alma?, es otra historia. Lo único que sentiría sería lo mismo que antes de nacer...

....nada.

Flores anonadada por esas disertaciones comenzó a aplaudir, segundos después Randy que estaba a su lado la segundó y la pequeña Laura vitoreaba a su favor, mientras la de blanca piel se expresaba así:

–¡Vaya, Montoya, esos sublimes pensamientos enardecen mi corazón! Tiempo hacia que no me estremecías como lo has hecho. Eres grandioso.

–Lo sé y no lo niego –reconoció el de voz de trueno–, pues la humildad y la modestia son defectos que no tengo. Enderezó su postura y mirando a Azucena le expresó–:

``La religión dice muchas cosas, la ciencia dice otras tantas... "que el origen de la vida se dio de esta forma... que se dio de esta otra... que el universo se formó así... no que fue de esta otra manera". En fin, se ha dado un enfrentamiento en que se disputan la veracidad sobre distintas cosas. Cada una de las partes alega tener la respuesta. E incluso hay ingenuos que se expresan diciendo que las dos partes dicen la verdad, que hay dos respuestas, que hay dos orígenes, que hay dos etcétera... ¡Imposible! ¡La verdad es lo único que no cambia, es, fue y será siempre la misma, siempre permanece constante, es inalterable! La ciencia no nos dice: "crean sin ver". Tiene pruebas que constatan lo que asevera. ¡Mentiras hay muchas; verdades sólo una! Conclusión: La ciencia dice la verdad.

``Déjame hablarte sobre otras de las grandes falsedades de la religión. Hablo de fiestas, hablo de símbolos, hablo de leyendas y personajes falsos, hablo del paganismo. El cristianismo siempre ha odiado a las demás religiones por considerarlas falsas. Esta intolerancia llegó a tal punto que prohibió la libre veneración de culto. A estas religiones ajenas al cristianismo las llamaron paganas, dándoles una connotación peyorativa y relacionándolas con el demonio.

–Típico de la iglesia –dijo Casandra– difamadores, calumniadores...

–Pues déjame decirte que tus fiestas, ritos, símbolos santos etc. no son más que una fusión entre le cristianismo y el paganismo –declaró Montoya dirigiéndose a la linda Azucena–. El 25 de diciembre, en el imperio occidental romano, se festejaba el solsticio de invierno, en el se celebraba el término del acortamiento de las noches y el triunfo del Dios sol. Para desaparecer esta fiesta se cristianizo convirtiéndola en navidad. Eso hicieron, e hicieron más. Las festividades de pascua, resurrección, primero de enero, entre otras son la cristianización de rituales y fiestas al antiguo Dios egipcio Horus; quien por cierto nació de una virgen, tuvo doce discípulos, murió y resucitó, realizó milagros como revivir muertos, y se le conocía como el buen pastor. ¿No se te hace esto familiar? Incluso la semana santa es una celebración pagana disfrazada de cristiana, en ella se solemnizaba la muerte y resurrección del Dios Atis. Además el símbolo que representa al cristianismo, la cruz latina, tiene sus orígenes hace miles de años antes de la crucifixión de Jesús, no había relación alguna entre este hombre y el símbolo con que lo identificamos. ¿Además, por qué vosotros hacéis de la más grande humillación y tortura que vivió Jesucristo, el símbolo para personificarlo?. Que ironía. Hay miles de símbolos e ideas paganas cristianizadas que van desde el infierno, el propio diablo, el alma, hasta la idolatría. Ahora, dime, ¿quién ofende más a ese mentado Dios, tú que venéreas a otras deidades delante de él, o yo que simplemente lo niego?

Azucena sólo enmudeció, dando lugar a que Montoya continuara insolentemente y con baja e injuriosamente voz así:

–¿Por qué tú rindes culto a una puta judía cuya única proeza fue la de parir al mentiroso hombre escupidor de falacias que se adjudicó así mismo como el hijo de Dios? ¿Cuál fue el merito de esta muchachita? ¿Recibir la divina efusión de semen que Jehová arrojó desde los cielos?...

Azucena abruptamente se levantó y gritó con una encolerizada lágrima en su mejilla y un irritado tono:

–¡¡Desgraciado desvergonzado, que injurias proferiste!!...

Antes de que continuara increpando de esa forma, Casandra la sometió sentándola violentamente contra su voluntad y reprimiéndola con leve sermón.

Montoya, el de voz de trueno prosiguió:

–¡Azucena... Azucena... linda perrita de tetas pequeñas y sublime culo, no hay necesidad de semejante escándalo! ¡Vamos, relájate! –hablaba así mientras la linda moza lo contemplaba con enconada mirada y acelerada respiración. Su tensión subía–. Me gusta Maria, ¡debió haber sido hermosa! –continuaba así con depravada habla–. Pero, dime: ¿por qué honrarla con tanta pompa y magnificencia?, después de todo, nada hizo; su intervención en la vida de Jesús fue demasiado pasiva, eso sin agregar que en ninguna parte de la Biblia se le reconoce, ni siquiera se le exhorta al culto. La "divina entre todas las mujeres", no es más que una divinización, por parte de los eclesiásticos (que no tienen el poder de ponerse encima de Dios) de una mujer que sólo fue usada, como muchas, para un simple propósito.

–Oye, Montoya –gritaron Amanda y Eurídice, quienes mutuamente se acariciaban el pelo con cariño y dulcemente entre ellas se sonreían–, ¿por qué no le explicas a esta apetitosa muchachita lo que es la fe?, la principal de las virtudes cristianas.

–¿¿Virtud??–cuestionó el de voz de trueno–. ¡Oh sí claro, "¡virtud!"! –exclamó esto último con ironía y sarcasmo y poniendo énfasis en su entonación–. Un ser amado tuyo padece de terrible enfermedad, sufre, los doctores ya lo desahuciaron y tú tienes fe en que nada saldrá mal. A una fulana pendeja, le promete el hombre que en el pasado tanto la maltrató y la hizo sufrir, que la hará muy feliz, ella cree pues tiene fe, y termina más jodida que antes. Un pobre diablo tiene fe en que siguiendo la palabra de Dios este lo librará de todos los males y penurias que lo afligen, y al final termina hundiéndose en la peor de las mierdas. La fe es un sentimiento desesperado, no se basa en la razón sino en el anhelo. Te aleja de la realidad y hace que mires el mundo de otros colores. Lo improbable lo quiere convertir en probable y lo imposible en posible. Es el sentir de los estúpidos y débiles. El fuerte e inteligente camina por el camino de la lógica, desea lo más ameno, pero espera lo venidero dejándose guiar por la razón en lugar del deseo. Uno no debe tener fe en que sus problemas los resolverá una fuerza superior, ¡¡debe sacar toda su puta mierda de sí y actuar con cojones, porque no tiene ángel de la guarda ni ventajas que lo protejan y aventajen!! ¡Y si no queréis entenderlo pendejos, lo aprenderán por medio de sangre, sufrimiento y lagrimas!, como aprenden los estúpidos... ...como aprenden los estúpidos. La fe... yo os diré lo que la fe es y para que sirve. Es la falsa herramienta con la que piensan los débiles que podrán mantenerse a flote y es la herramienta con que quieren meteros la religión... ¡para que calléis y no preguntéis tus putas dudas! Después de todo, teniendo fe cualquier cosa puede ser creída.

Mientras escuchaba todas las disertaciones de este ejemplar sujeto, Azucena bebía de poco en poco el aguardiente que le había servido Casandra. Habiéndoselo acabado pidió más.

–Toma un poco de coñac –se lo ofreció Montoya–, bébelo, disfrútalo, pero tranquilita, no quiero que te embriagues. No me conviene. Dijo esto y Azucena bebió.

–¿Por qué la religión? –preguntó Laura la de cuerpo ligero–. ¿Podrías decirme por qué se da? ¿Dónde tiene sus orígenes? Que la verdad no comprendo.

Montoya se expresó así:

–¡Oh Laura, dentro de toda tu simpatía y dulzura escondes una ingenuidad tan ignominiosa que casi parece ignorancia –mirando a Azucena le dijo–: Realmente me recuerdas mucho a esta muchachita, cuando la conocí era un tanto ingenua e ignorante como tú, linda y tierna como tú, católica como tú. Pero a diferencia de ti fue realmente fácil transformarla en una atea blasfema y puta de lujo. Pero con esta tonta pregunta que me hace, me hace darme cuenta que debo poner más énfasis e insistencia en mis argumentos, ya que a la mente ingenua se le dificulta asimilar estas ideas.

–No, no es cierto –corrigió Laura–; entiendo todos tus pensamientos al pie de la letra, es por eso que me convertiste en lo que ahora soy: una niña escupidora de blasfemias y defensora de tus anárquicos y bienhechores ideales. Pero lo único que no me quedó bien claro es eso... ¿De dónde nace la religión?

–Simple y sencillamente se da cuando el hombre no puede explicarse lo que no entiende –manifestó Montoya, el de voz de trueno–. Cuando el hombre comienza a caminar sobre la tierra, ve muchas cosas que lo maravillan y lo asombran, y al no poderse explicar lo que ve, le atribuye orígenes divinos. ¡Ignorantes los religiosos!, pues ya tenemos explicaciones. En cambio a los hechos, fenómenos y demás cosas que aún no nos podemos explicar, ¡no sed tontos y dejad de fantasear!, pues tarde o temprano los comprenderemos; y las cosas a las que llamábamos paranormales y sobrenaturales, serán cosas tan normales y naturales que seremos motivo de risa y burla para nuestros descendientes. La naturaleza es tan compleja que por más que hayamos avanzado aún nos faltan muchas cosas por entender. Así que si desconocemos algo, ¡aceptémoslo!, y dejemos de explicarnos lo que no nos podemos explicar con fantasías y mentiras.

–Y recuerda bien esto, tú y también tú –dijo Randy apuntando a Laura y Azucena– y también todos ustedes. La naturaleza no puede aceptar idea contraria a ella, toda creación es creación suya o creación de sus creaciones. Esta es una verdad indubitable.

–Eso que dice mi compañero es irrefutable –señaló Montoya– todo nace y muere por la naturaleza, todo vive y coexiste en ella. Las leyes de la naturaleza son las únicas que jamás podrás violar. Eso vendría siendo una completa paradoja. Por ende, no existen ni los Dioses, ni las divinidades, ni los milagros, ni nada que viole las leyes de la naturaleza. Todo lo que vosotros llamáis manifestaciones y milagros, no son más que apariencias, imaginaciones y demás cosas que nos juega la mente y sucesos que por más improbables que parezcan, suceden, y no por esto violan las leyes de la probabilidad.

``Dejadme hablaros de un filosofo griego quien casi nadie conoce: Evemero. Este individuo decía que los dioses de su pueblo; Zeus, Hera, Apolo, Poseidón, Atenea, etcétera, fueron hombres destacados y celebres, que con el tiempo y después de su muerte la gente les había atribuido historias fantásticas y sus hazañas las habían distorsionado hasta el grado de convertirlos en dioses. Esta, es la historia de todas las religiones. Jesús, al igual que los Dioses de Evemero, no es más que el producto de mentiras y falacias. El no podrá ayudarte, ¡el no puede salvarte! Él fue sólo un hombre.

–¡Muy cierto! –exclamó Randy–. Él ni siquiera sabes que existes. Su vida al igual que la de todos los humanos terminó el día de su muerte, él ya dejó de existir, ¡acepta eso!... ¡A la mierda!... ¡No resucitó! ¡No es tu Dios! Y por más fe y devoción que tengas y aunque te aferres con todas la fuerzas de tu corazón, nunca, nunca, nunca podrá ayudarte. ¡¡Idiotas!!

–Ay linda Azucena –habló Montoya con irónica voz– que ingenua eres... tanto que me das pena... ¡oh carajo! Levanta la cabeza puta y mírame a los ojos.

Azucena obedeció un poco acongojada.

–Al igual que cualquier persona, has pasado por diversas aventuras o desventuras –dijo Montoya.

–Por supuesto –dijo Azucena.

–¿Recuerdas alguna que haya sido cambiada de tal modo que se transformó debido a los rumores y chismes en una realidad completamente distorsionada?

–No.

–Oh, pues yo creo que sí –dijo Montoya sonriendo malévolamente.

Por la mente de Azucena pasaron los recuerdos de unos muchachos tocándole el culo y como minutos después algunos testigos lo malinterpretaron, pensando que era una puta que se había ofrecido gustosamente a esos impúdicos tratos. El recuerdo de cómo en los días posteriores se corría el rumor de que era la nueva piruja de la escuela...

Hubo recordado ese embarazoso malentendido y volvió a contestar la pregunta:

–Sí. Recuerdo una ocasión.

–No nos aburras contándonos tu experiencia, y dinos: ¿qué tan diferente fue la otra versión, que no siendo la verdadera se pasó por ella?

–Mucho.

¿Y cuánto tiempo pasó para que se distorsionara la verdad?

–Menos de una hora.

–¿Y fueron muchos los oídos por los que pasó el rumor hasta que se transformó en una historia completamente diferente?

–Fueron pocos.

–¿¿En serio??

–Sí.

–Y si una pequeña vivencia tuya, en tan poco tiempo y por tan pocas personas, fue transformada considerablemente, ¿no crees tú que historias como las que nos cuentan los libros sagrados que pasaron de oído a oído y de pueblo a pueblo hayan sido modificadas hasta el grado de añadirles un carácter divino y fantástico?

Azucena sólo enmudeció bajando la cabeza. Todos al notar esto sonrieron mofándose.

–Ay Azucena, puta de pechos pequeños –exclamó Montoya con dolosa ternura–. No puedo creer que una mujer tan hermosa como tú pueda ser tan tontita. Eso de que cuando alguien tiene en demasía una virtud, las demás las tiene en escasez, al parecer es cierto. Mira niñita –seguía expresándose mientras ella continuaba con la cabeza baja–, las religiones de la antigüedad, conforme el tiempo iba transcurriendo, se volvieron fantásticas e increíbles, tan es así que hoy no son más que historias mitológicas. Lo mismo va a pasar con el cristianismo... ¿si me entiendes niñita? Dejará de existir. No es una idea continua, es mutable, por lo cual no es una verdad. Después, todo quedará como respuestas de exámenes de historia, ya nadie creerá en ella, no serán más que cuentos fantásticos que se les relatara a los niños antes de dormir. Me imagino que sí me entiendes, perrita preciosa. Todas las religiones están destinadas a convertirse en mitología. Porque todos los engaños y falsedades perecen tarde o temprano. El hombre las desecha a medida que las desenmascara, y al final de todo, la única idea que prevalecerá es la verdad.

–¡Oh joder! ¡Esos despampanantes pensamientos me enardecen y me mueven a blasfemar –exclamó con exacerbado tono Casandra– ¡Qué jodan a Dios! ¡Que me chupen el coño todos los santos! A ver si es que son tan santos. ¡Oh caramba... no me había dado cuenta de esto, chicos... ¡puedo blasfemar, ofender y maldecir a Dios cuantas veces quiera, y no estaría incurriendo realmente en una ofensa, pues si Dios no existe ¿a quién estaría ofendiendo?

–Oh, Casandra, eso que dices es tan cierto como tus mejillas son hermosas– aseveró Montoya– ¡Oh... y Laurita –agregó mirándola–, espero y te haya quedado bien claro como la explicación mediante mentiras, constituye eso a lo que llaman religión.

–¡Je, je! –dijo Laura, la de cuerpo ligero, con carismática voz–. ¡Más claro que el agua!

–Ese es el origen de la religión. Su destino es ser desnudada y descubierta hasta convertirse en mitología.

Randy, que estaba al lado de Flores, que a su vez estaba al lado de Montoya, movió hacia atrás a la primera y le habló al último como sigue:

–¡Hey! ¿Por qué no le hablas a esta muchachita de las ideas que tiene la religión y cómo nos las quieren meter?

–¡Oh muy cierto! –exclamó Montoya–. La religión está repleta acerca de la buena convivencia como seres humanos, ideas sobre fraternidad, amor, etc. Nos hablan de moral en otras palabras. Jesús, Confucio, Buda y tantos otros personajes que conocemos, no fueron más que filósofos... moralistas... tuvieron diversas formas de interpretar el mundo y de cómo se debe vivir. ¿Por qué nos las meten a fuerza? Eso va en contra de la filosofía. Uno no se tiene que arraigar a una sola corriente filosófica. Uno debe indagar y conocer las demás corrientes. No puedes aseverar que tal o cual filósofo tiene la razón, no sin antes haber estudiado minuciosamente su pensamiento. Y sobre todo no debes valerte de un solo filósofo, tienes que conocer el pensamiento de muchos y agarrar ideas de todos ellos. Es tonto creer que un solo hombre va a tener siempre la razón y que su opinión va estar por encima de las de todos las demás. En lo que uno se debe fijar es en las ideas, y no en el hombre que las ideó. Lo importante son las ideas. ¿A poco sería correcto leer a Platón, Descartes, Hegel, o a cualquier otro ilustre pensador, y dar por sentado que tiene la razón sin antes haber analizado? Obligar a una persona a pensar como uno quiere que piense es lo más absurdo que puede existir. Las libertad de expresión y de pensamiento son las libertades más grandes y esenciales que debemos gozar, de ellas se derivan todas las libertades. Y si no me lo crees, ven y trata de refutarlo.

En fin, la religión es un puñado de ideas moralistas (la mayoría de las veces equivocadas), que por más que sean correctas no pueden metérnoslas a fuerza. Hacerlo sólo obstaculiza la libertad y frena la diversidad de ideas. En pocas palabras, la religión es la filosofía que te meten a fuerza. Pero siendo más explícitos y abarcando lo qué vimos con anterioridad: la religión es mitología con filosofía... "¡seudo filosofía!" Eso es, no es más.

``¿Pero por qué jode tanto el catolicismo; esa religión que tanto me marea y me da asco y que me hace gastar tantos esfuerzos en ridiculizarla y ofenderla? ¡Porque nos ponen como deidades a guiñapos débiles, absurdos y pusilánimes!... ¡Oh carajo! A un pelmazo que se dejo ser maltratado, flagelado y humillado, que permitió que sus enemigos lo crucificaran; a una hembra púdica, cuyas ropas sólo dejan ver su rostro y esconden su fornicable cuerpo, y que es la personificación del pudor; a un centenar de santos encalmados. ¿¿Es este el modelo que quieren que sigamos?? ¿Quieren que sucumbamos de esa estúpida forma? ¿Sin defendernos? ¿Permitir que nos golpeen hasta que nos sobrevenga la muerte? ¿Así es como quieren que actúe la nación ante un ataque extranjero? ¿Así fue como conseguimos nuestra libertad y hemos construido este pueblo que tiene muchos defectos pero que está mucho mejor que hace 100 años? ¿Cómo es como quieren que se comporten las féminas? ¿Cerrando las patas e impidiendo la entrada de una verga hasta que esperen concebir un hijo? ¿Quieren que renieguen de la voluptuosidad y la lujuria que tanto placer, alegría y felicidad obsequian? ¿Quieren que nuestras lindas hembras escondan su lindo cuerpo dentro de holgados vestidos, que les llegan hasta las puntas de los pies?? ¡¿¿Nos quieren convertir en unos pusilánimes pendejos hijos de mierda??!... ¡Oh carajo!, incluso pienso que voy a vomitar... Jesucristo subió a una montaña y dio un sermón insulso. Ahora todos estos maricas le construyen santuarios y le encomiendan su vida. ¡Oh... él sólo convirtió el agua en vino!, y ahora piensa que es tan grande para sentenciar al mundo entero. ¡Oh joder!... Déjenme respirar un poco, beber algo de vino para refrescarme y alivianar mi habla, bajar mi cólera que me ciega y me mueve a hablar con el corazón y no con la inteligencia...

``Jesús –prosiguió Montoya– a pesar de que ha sido cogido como una herramienta y usado por los hijos de puta para cumplir sus despóticos fines, y a pesar del mal que indirectamente nos ha hecho, tenía buenas intenciones. Este cabrón no pretendió fundar una religión. Sólo fue un hombre que como muchos tuvo sus ideas, la gran mayoría erradas y estúpidas, otras tal vez buenas, pero no es en sí el malo de la película; no, no lo es, fueron sus pérfidos discípulos los que tratando de enaltecerlo lo mancillaron, convirtiéndolo en nuestro supuesto redentor. Tenía su forma de pensar el tipo este, nadie le puede quitar ese derecho, pero no nos lo pueden poner como un modelo a seguir. Si quieres seguir a Jesús imítale las cosas buenas. Pero no persigas sus estupideces. No puedes dar amor a los hijos de puta que te quieren muerto; ni puedes perdonar todo; ni siquiera puedes aseverar que el dejarte ser jodido es el concepto del bien. Cuando seguimos el ejemplo de alguien es por que es bueno en algo; y este algo es lo que imitamos. Pero una persona una persona no puede ser bueno en todo, y si fuera bueno en muchos aspectos, no va a ser en todos el mejor. Las conductas e ideas que debemos seguir, son las de los mejores en dicho aspecto, puesto que estas conductas fueron las que hicieron que sobresaliera y quedara en la cúspide por encima de los demás, y nosotros al perseguirlas estaríamos mejorando. Mas, repito, nunca nadie va a ser el mejor en todo, y por ende no podemos ser en todo como él. Así que no me quieran obligar, como dice Mateo y otros apóstoles, a seguir los pasos de Jesús, con la amenaza de que si no, me voy al infierno. ¡Qué os jodan hijos de puta! ¡Qué os jodan!... Que no me quieran meter su pinche religión, ni mucho menos a su pinche Dios. ¿Quién carajos lo necesita?

–Pero todo es necesario en este mundo –arguyó Azucena, que estaba frente a nuestro principal interlocutor–. El hombre por naturaleza necesita un Dios, necesita sentir una existencia a quien venerar y honrar, alguien que le inculque la buena moral y que le muestre las aspiraciones que tiene el hombre. Es una menester necesidad honrar a alguien que...

–¡¡Pues honremos a los héroes de la patria!! –gritó exacerbadamente Montoya con su despampanante voz de trueno, levantándose de su asiento, sujetando con la mano derecha su tarro y empuñando la izquierda con fervor y orgullo–. ¿Por qué honrar a falsas divinidades cuándo podemos honrar a grandes hombres? Nunca ofrendaré mi vida por Dios, mas sí por mi patria. Porque la historia nos ha demostrado que aquellos que encomiendan su vida a Dios, no son más que unos inútiles superfluos, ¡estorbos para el progreso!, en cambio quienes luchan por su pueblo con fervor y coraje son los que hacen que esta nación sea lo que es ahora, no es perfecta, pero si es mejor que ayer. No puedo rezar, esperando que todos mis problemas se solucionen de una extraña manera. ¡Tengo que actuar! Luchar por mi nación, amarla, nunca volverle la espalda, mirar a mis enemigos justo a los ojos y contraatacarlos por tratar de someternos, estar dispuesto a morir por ella, ¡morir por ella! Quien no ama a su país no es más que un hijo de puta. Por otro lado no caeré en los mismos matices y errores de la religión. No podemos ser racistas. Nuestra patria no debe ser únicamente nuestro país, sino la orbe entera. ¡Ser internacionalistas! Preocuparnos por que impere la paz en cualquier rincón del planeta. Preocuparnos y abogar por la justicia, tanto de Latinoamérica como de Asia, África, Europa y de cualquier otro lugar en que requieran de nuestra mano. Pues si sólo amo a mi país y no doy ninguna mierda por los demás, estaría dándole el libre paso a las guerras, querellas, discordias e iniquidades entre nuestra nación y las demás, o entre extranjeras y extranjeras. ¿¿Tú quieres honrar a alguien?? Tienes tantos héroes. Honor a quien honor merece. Pero tampoco caigas en pendejadas, como creer que esas personas fueron perfectas o muy santas. Ten en cuenta que fueron humanos como tú y yo, que tenían miedos y defectos, y aprende de sus errores... aprende de sus errores.

Hubo expresado esta formidable arenga a nuestra amiga, y mientras bebía de un solo trago el contenido entero de su tarro habló como sigue:

–¡Oh, nunca me había sabido tan bueno vino alguno!

Casandra, que estaba al lado de Azucena, se volteó de forma que inclinó su culo a la merced de Pablo, quien aprovechó la oportunidad de darle unas nalgadas, después de levantarle la falda. Casandra ostentaba cierta posición corporal que invadía el espacio personal de Azucena. Nuestra protagonista se vio un poco intimidada por este lascivo suceso que tenía lugar justo al lado suyo. Dada la cercanía tan intima Casandra le sonrió a Azucena cuando esta la miró a los ojos. Ella sólo se intimidó más y perdió la mirada, mientras Casandra seguía gozando del deleite que le obsequiaban las manos de Pablo. Por más raro que parezca, esto a los demás interlocutores les parecía indiferente y actuaban como si nada vieran; porque no creó que no se hayan dado cuenta. Montoya veía lujuriosamente a la linda beldad que tenía frente a sus ojos, y cuando ella se percató de la pervertida faz con la que la contemplaba dicho pervertido, clavó su mirada estupefacta y trémula en él. Montoya, sin despegar la mirada de Azucena, atravesó la mano por encima de la mesa; y sin preámbulo alguno, ni insinuación, sin dialogar y sin haber entrado en materia, sujetó y apretó una de sus pequeñas tetas. La linda Azucena, sin inmutarse y tranquilamente, le retiró la mano.

–¿Eh? Este... Montoya... Hay algo que tienes que saber –exclamó Ulises–. Hace rato también traté de disfrutar de esta muchachita, pero ella se resistió y frustró mis lascivas intenciones. Creo que es necesario de que le hables sobre joder y que la instruyas como es debido.

–Más necesario que necesario –dijo Montoya con furia y queda voz, mirando fijamente a Azucena–. Tanto esta putita como cualquier otro pendejo del mundo, exceptuándolos a vosotros mis voluptuosos amigos, requieren urgentemente una debida instrucción en las artes de la lascivia; pero muy, muy en especial las estúpidas de las mujeres.

–Oye no me mires a mí –dijo Casandra vistiendo su culo con sus níveas bragas, después de que Pablo, el lujurioso borracho, se había divertido con él.

–¡Casandra! –exclamó con su característica voz de trueno–. ¿Cómo podría yo referirme a ti con ese insultante calificativo? De todas las féminas en esta mesa, ninguna en voluptuosidad te iguala, ni siquiera la perra en celo de Josefina, ni la rubia promiscua de Flores. Te ganas el titulo de Puta a pulso y con honores. Por mi memoria atraviesa el recuerdo de cómo tu hermano Randy, amigo mío de remoto tiempo atrás, nos presentó, sólo para que diez minutos después de conocernos terminaras siendo perforada por vagina, ano y boca. Eres celebre por tener sexo con los pacientes furtivamente [ hay que recordar que Casandra es enfermera. Nota del autor ], en especial con los muchachos de 14 o 15 años, cuya iniciación sexual es nula. Como te gusta ser follada por adolescentes novicios en las practicas venéreas. ¿Cuántas vergas han atravesado tu culo desde que fuiste violada a los trece años por tu profesor de matemáticas? ¿30? –sonrió y dijo–: tal vez por año –continuó adivinando–, ¿115?, ¿300?, ¿400?, ¿800?...

Casandra se sonrojó por los halagüeños comentarios de su amigo.

–¡A la mierda! –maldijo Montoya, viendo y dirigiéndose a Azucena–¿Cuánto tiempo hace que entablaste amistad con Clara tu mas intima amiga?

–Basta con decirte que nos conocemos desde que éramos unas inocentes niñas –contestó Azucena con seria voz.

–¡Esto no tiene razón de ser! –dijo Montoya–. ¿Te gusta follar con prostitutas, ser perforada por 5 cabrones a la vez, chupar pitos hasta dejarlos todos secos, ser empalada por el trasero mientras 3 o 4 putas en ropa interior te untan sobre tus tetas, abdomen, cutis...?

–¡No! –respondió ella–. Nada de ello. ¡Todo eso que dices es repugnante! Una mujercita como yo nunca...

–¡¡¡Oh, carajo!!! –gritó él con fuerza, golpeando violentamente la mesa y tirando a su vez platos, charolas y vasos de vidrio que se quebraron al hacer contacto con el suelo–. ¡Mujeres como tú son las que hacen que me encabrone de tal forma que...! ¡¡Mierda!! ¡¡Mierda!! ¡¡Mierda!! ¡¡¡Hijos de puta!!! ¡¡¡Que os jodan!!!...

–Oye... tranquilízate... –dijo Azucena, asustada y con voz confundida, queriendo calmarlo.

Tras haber maldecido con furiosa faz, se apaciguó, y después de que Josefina le diera unas dulces caricias se dirigió a Clara con afable voz.

–¡Clarita, linda muchachita, que más de una vez has satisfecho mis lúbricos deseos! Déjame decirte que me sorprendes, teniendo un historial tan largo en la vida de tu amiga, ¿cómo has podido permitir que camine libremente por el camino a la perdición? Realmente me intrigas, realmente me intrigas.

Clara, toda resquebrajada y triste, respondió pronunciando estas palabras:

–¡No es tan fácil como tú piensas! Desde hace más de un año, cuando ustedes me aceptaron como su amiga e inculcaron a mi formación todos sus valores sobre libertad, ateismo, y demás, había tratado de infundirle a ella esos mismos valores que le dieron sentido a mi vida, pero conociéndola... viendo su dulzura y simpatía... yo... simplemente...

... no pude.

Montoya, conmovido, atravesó su mano por encima de la mesa y acarició la mejilla de la joven Clara tratando de consolarla, y expresó con quedo volumen estas palabras:

–¡Ay Clarita! Sé que una linda cara puede alterar los ánimos, e incluso maravillar y transformar el comportamiento y las intenciones de una persona. Pero debes abogar por el bienestar de tus amigos. No puedes permitir que tu más estimada amiga, se comporte erradamente pensando que hace lo correcto. ¿Sí me entiendes tontita? Oriéntala antes de que sea demasiado tarde... ¡¡¡¿Cómo carajos puedes llamarte su amiga cuando permites que su culo se ande paseando por allí desusado, inutilizado y privado del deleite?!!!

Clara un poco aturdida intentó defenderse, pero antes de que abriera los labios se vio frenada por la robusta mano de Montoya, que abruptamente sujetó con dureza sus mejillas y le replicó con enfado, escupiendo con rabia las palabras:

–¡Pinche perra insolente, no puedo creer hasta dónde llega tu estupidez! Tú permites que esta linda muchacha arruine su vida y las de los demás, cuidando su virginidad y protegiéndose con una coraza de pudor; porque piensa que así obtiene respeto y dignidad... ¿Cómo puedes dormir por las noches? –la sujetó con más fuerza, y con más coraje continuó–. ¿Por qué no la persuades al camino de la voluptuosidad? ¿Qué nunca se te ha antojado ese sublime culo, que tiene a mi verga parada desde que lo vi? ¡Eres una jodida puta al no domesticar a esta hembra como yo te domestiqué a ti!

A pesar de estar enfadada con Clara, Azucena se compadeció de ella al ver como era maltratada y humillada. Sus sentimientos eran muy inciertos. Estaba realmente enojada con ella. Clara la había ofendido de tal forma que ya había iniciado a detestarla. Pero por otro lado, recordó las veces en que estando en aprietos, Clara la defendió y trató de ayudarla a que ella misma tratara de defenderse. Entonces, llena de conmoción, intervino.

–¡Por favor suéltala! ¡La lastimas! Ella no hizo nada. Además respecto a lo que dices, te equivocas. Hace unos cuantos días me dio una platica, tratando de corregirme, sobre fornicar con cuantas personas pudiera; pero no logró persuadirme. Su intento fue en vano.

–¿Hace apenas unos cuantos días? –le preguntó Montoya a Clara al cabo que la soltaba–. ¿Y no volviste a insistir? Oh mierda... no me contestes... no es necesario. A pesar de que has demostrado ser muy inteligente, careces de fortaleza, eres débil como cualquier otra mujer... pendeja y fácil de convencer. Debo tener más consideración contigo debido a tu incompetencia. No sé que putas te haya pasado, pero desde que nos acomodamos en la mesa te noto muy acongojada. ¡Pero vamos, chiquilla, deja de fruncir el ceño y reanímate!

Clara estaba tan agitada que no tenía el suficiente valor de levantar la cabeza. Ella siempre se había lucido fuerte frente a Azucena. Pero ahora era tan débil como un niño; y sin que nadie se percatará derramó sobre su rostro una dulce lagrima.

–Bueno... ¡al demonio! Trataré de esclarecer la confundida mente de esta muchachita. Contéstame esta pregunta sin tapujos ni rodeos: ¿Hacer el amor nos da placer?

–Sí, pero...

–Silencio –reprendió Montoya poniendo su dedo índice sobre los labios de Azucena–. Entonces si nos da tanto placer ¿por qué abstenernos de tenerlo? ¿Tiene alguna lógica eso? No. No la tiene. ¿Hago algún daño al fornicar con una bella hembra? ¡No, para nada! Es algo que debe entender la torpe humanidad. Debemos de fornicar cuantas veces queramos. Cuando andes en celo ve y persuade a un cabrón a que te fornique. Aquí no hay falla; el hombre accederá, pues su instinto lo llama. Que se te quede bien grabado esto, como bien grabado tienes tu nombre: Fornicar es lo más hermoso en este mundo. Es nuestro acto natural por excelencia. ¡Recuérdalo! ¡No sigas los deseos de la sociedad sino los de la naturaleza! ¿A quien habrías de obedecer: a la sociedad que comete tantos errores y estupideces o a la naturaleza, perfecta como es hermosa? La naturaleza siempre tiene razón, su edictos son inerrables, constantes y nunca, pero nunca, se equivocan. Te mostrare con un pequeño ejemplo como las leyes de la naturaleza se interponen siempre por encima de las del hombre.

Montoya sujetó por encima de la mesa un tenedor y dijo:

–Si suelto este tenedor, indubitablemente tendrá que caer, pues la gravedad radica en que todo cuerpo ejerce una fuerza de atracción hacia los cuerpos más pequeños. Nuestro planeta es mucho más grande que el tenedor y que cualquier otro objeto que aprecias a tu alrededor, es por eso que son atraídos por él.

Soltó el tenedor y continuó.

–Que un hombre estúpido se lance desde lo alto de un rascacielos, a ver si puede contradecir a la naturaleza. Así podríamos poner cualquier otro ejemplo y en todos nos vendríamos dando cuenta que el hombre por más que quiera nunca podrá contradecir a la naturaleza. Sus leyes están siempre por encima de las del hombre. Lo mismo pasa con la fornicación. Las leyes de la sociedad nos dicen cosas absurdas como joder únicamente con una persona, con la cual quieren que entablemos una relación de amor; que tengamos ambos una edad similar, que le tengamos suma fidelidad a nuestra pareja... en fin, un sinfín de sandeces nos dicen. Pero la naturaleza ya hizo sus propias reglas al respecto. La sociedad ya no tiene en este ámbito competencia para poner sus propios edictos, pues la naturaleza ya tiene su propia voluntad. Ella sólo quiere que forniquemos. Simplemente fornicar, copular, follar, cuantas veces podamos y con quien sea, sin importar las relaciones sentimentales. Follar en la mañana, en la tarde y en la noche hasta que las fuerzas se nos acaben, y cuando las hayamos recuperado ¡a trabajar de vuelta!

–Creo yo –dijo Azucena– que primero deberías de convencerme de que esos son los deseos de la naturaleza.

–¡Esta hembra es estúpida! –dijo Randy.

–Es una ingenua. Más que yo –dijo Laura.

–Pobre diabla. Ha de tener retraso mental –dijo Pablo.

–¡Pero niña! –exclamó con asombro Josefina–. ¿Cómo podría alguien dudar de ello? La naturaleza nos lo indica demasiado claro con el vehemente deseo que tenemos de joder. A ver, dime... ¿Cuántos años tienes? 15 ¿verdad?

–Sí.

–¡Oh cielo santo! ¡Ya estas en edad, preciosa! Ya tienes apetito sexual, tus deseos por ser penetrada son bárbaros. O dime ¿No sientes en tu vaginita un gozoso deleite cuando imaginas lúbricas pasiones? ...¡contéstame preciosa, que estoy tratando de ser amable!

–Sí –contestó muy sonrojada y apenada.

–¡Así me gusta!, no me presiones a usar mano dura o a ser grosera. Sí tantos deseos tienes de ser follada ¿por qué te resistes?

–Es que... no... no... es correcto.

–¡¿No es correcto?! –exclamó Josefina con desprecio–. No, ¡sí es correcto! Yo te voy a decir la razón por la que te resistes. Si fornicas vendrías siendo una puta. La sociedad ve con malos ojos a una puta; quiere privarla del inmenso placer de ser cogida, y al hombre del inmenso placer de cogerla. Pero lo que una puta hace es seguir sus instintos naturales. Le es fiel a la naturaleza. Tienes miedo de fornicar, pero ese es un miedo absurdo y superfluo, pues no es un miedo natural, sino un miedo que te infunde la sociedad. Cuando se te presenta la oportunidad de ser cogida, hay una vocecita que te dice: " no, no lo hagas", pero esta no es la voz de la naturaleza; es la voz de todos los valores y principios que te inculcaron unos estúpidos. Y tú nunca debes hacer caso a los estúpidos, pues ante todo debes evitar ser una. Como ves, todos los motivos que te hacen evitar el joder carecen de fundamento. Todo es culpa de la sociedad...

–Pero también tenemos que...

–¡¿Quién te cedió la palabra?! –replicó Josefina tratando de disciplinarla.

–No. Nadie... perdón.

–Que se te quede bien plasmado esto –puso énfasis en su habla–: Los hombres aman a la putas, pues son estas las que satisfacen su más grande deseo. ¿O acaso podría un hombre decirme que lo que desea más en esta vida no es coger un tierno coño? A los hombres les encanta. Cuando son vírgenes el momento que con más ansía esperan es penetrar uno. Todos piensan en sexo a todas horas del día. Entonces, ¿por qué nosotras no habríamos de complacer su más grande sueño? Debemos ser afables con el prójimo. Debemos ser cogidas por el hombre. ¡A ellos les encanta follarnos y a nosotras nos encanta que nos follen! Así que, preciosa, abre tus piernas y recibe cuantas vergas puedas. Deja que tu culo sea productor de felicidad y constructor de sueños. Mastúrbate hasta que ya no puedas más. Que tu principal objetivo en esta vida sea coger, coger y coger.

–¡Qué pensamientos tan formidables tienes! –vitorearon alegremente Amanda y Eurídice–. Mereces un aplauso.

Todos concordaron con estas dos mozas; y al unísono que sacudían enardecidamente sus palmas, daban halagüeños cumplidos a la dulce Josefina.

–¡Ya, ya, por favor, hacen que me sonroje! –exclamó la fémina sintiendo la innecesidad del reconocimiento–. Cualquier persona con el pleno uso de sus facultades mentales y usando la lógica llegaría a mis mismas conclusiones.

–Francamente es cierto –exclamó Flores, la de blanca piel– ¡A ver, Azucena! –dijo, y la tierna moza atendió a su llamado–, dime una razón para no coger tan a menudo como lo hago yo.

–¿Tienes miedo de resultar embarazada? –insinuó Randy.

–A la mierda con ello –vociferó peyorativamente Pablo mientras exhalaba humo de sus orificios nasales, pues fumaba un habano gustosamente–. ¡Ese es el miedo de las brutas pendejas! ¡Sólo una muchachita estúpida queda preñada cuando no lo quiere!

–Muy cierto –afirmó Laura, la de ligero cuerpo–. Además de todos los métodos anticonceptivos a los que puedes recurrir hay dos; el sexo oral y el sexo anal; son infalibles.

–Pues sí, pero... –titubeó Azucena– pero ustedes...

–¿Nosotros que?

–Ustedes no pueden presionarme. Yo sabré cuando iniciar mi vida sexual. Ustedes no tienen el derecho de presionarme.

–¡Cierto! ¡Muy cierto! –exclamó con alegría Montoya al escuchar la aseveración de la linda moza–. No tenemos el derecho; tenemos la obligación. Un cuerpo tan hermoso como el tuyo debe ser usado para dar placer a los demás. La naturaleza hizo tu cuerpo con una majestuosa hermosura con la intención de que levantase nuestro apetito. Y este apetito tiene que ser alimentado. Nosotros debemos pretender joderlo, pues es hermoso; tú tienes que acceder, pues esa es la única forma de agradecerle a la naturaleza por haberte privilegiado. Sin mencionar que joder te encanta. No lo niegues, zorra, nada ganas con ello y pierdes mucho. Y esa actitud se te debe cambiar a ti y a todas las mujeres. Se la pasan alegando y aseverando que no son unas estúpidas. Pues digo yo, que vosotras manifestáis lo contrario. Dejad de alegar, abrid los ojos y mirad la realidad. Os gusta ser folladas; tenéis todas las vergas del planeta servidas en charola de plata. Sólo es de que las llamen y accederán a vuestro servicio. Mas cada vez que una pinga pretende entrar a vuestra morada, ¡cerráis las patas como gallinas y le negáis la entrada! ¡Oh insolentes! ¿Y aun así tenéis el descaro de alegar y aseverar que no son unas estúpidas? Este mundo en el que vivimos, en el que os aseguro que todos la felicidad persiguen, sería mucho más dichoso si todas vosotras se rindierais a la voluptuosidad y abrazaran cada pinga con tanta pasión y euforia como en el interior lo desean. Fornicar es lo más hermoso del mundo. Nosotros los hombres, hablando en términos generales, lo sabemos, es por eso que anhelamos con tanta vehemencia perforar cuantos culos y vaginas existan. Nuestro único obstáculo son las dueñas de esos culos y vaginas, que con necedad nos lo impiden. ¡Así que si no quieren ser llamadas estúpidas, no actúen como tal! El principal impedimento para poner en marcha nuestra libidinosa vida, lo constituís vosotras, ¡perras que reniegan de su propia naturaleza! ¿Cómo mierdas pretendes mejorar si le das la espalda a todos tus impulsos naturales? ¡Oh carajo! Deja de estorbar y empieza a ayudar al progreso de la nación.

``El segundo impedimento son los padres y maestros... ¡Oh progenitores y maestros, dejad que vuestros hijos y vuestros alumnos sigan sus propios impulsos. No quieran persuadirlos a comportarse de la forma en que vosotros quisierais no haberse comportado cuando jóvenes. Vosotros cogisteis una y otra vez... o al menos lo desearon. Facilitadle a sus hijos la celebración de sus lúbricos deseos; pues no finjan demencia, esos mismos deseos, en vuestra juventud, también los tuvieron.

``Y el tercer impedimento son los hombres. Les encanta fornicar con las mujeres de los demás; mas no toleran que otro empale a la suya... ¡No sean pinche mierda, hijos de puta! Compartan lo que tienen con los demás. Permite que la tierna concha que tanto placer te da, le dé igual placer a los semejantes, y que este al igual que tú, te preste a su mujer que está igual o más sabrosa que la propia.

Azucena que estaba sentada enfrente de Montoya, pregonero de la libertad, e intervino tratando de justificar su existencia con este comentario:

–Esa es la forma como tú concibes las cosas, pero independientemente de la veracidad de eso que manifiestas, no puedes persuadirme a tener ayuntamiento... al menos no todavía. Soy muy pequeña para ello. Entiéndelo.

–¡¡Ja!! No me hagas reír muchachita –replicó Casandra, haciendo mofa de la declaración de azucena–. A tu edad ya había sido penetrada por tantos mozalbetes que triplican la cantidad de amantes que ha tenido tu linda madre. Por un desenfreno mío tuve a siete de mis compañeros de tercero secundaria despojados de su virginidad. He cogido tantas veces como tú lo has evitado, y cada pinga que ha explorado mi culito, me ha hecho gemir como puta desde que entra hasta que sale.

–Mira, linda Azucena –exclamó Montoya con afable habla– cuando eras una niña te encantaba jugar. Has estado en continuo cambio desde que naciste. Cada edad tiene su propio comportamiento adecuado. Has estado desarrollándote, hasta convertirte en lo que eres ahora. Tus tetas aparecieron, tu cadera se ensanchó, tu culo se paró y tu coño se lleno de pelos. Ya no te dedicas a jugar con las muñecas, ¡no, ya no!, ahora eres una hembra en celo. La naturaleza ya te ha dado la capacidad de acoger dentro de tu vientre a una pinga. Tu cuerpo ya es apetitoso y tiene la fisiología requerida para llevar a cabo el acto sexual. ¡No estás muy pequeñita para ello! Ya estás preparada.

–¡No! –Exclamó Azucena–. Lo que pasa es que nuestro cuerpo está preparado para algo que la mente no.

–¡Estupideces! –vociferó con repudio el de voz de trueno–. La naturaleza armoniza el cuerpo y la mente sincronizadamente. Cuando eras una infante no tenias la anatomía para follar y la naturaleza no te infundía aún los deseos de fornicar. Por lo cual es un atroz crimen joder a una niña. En cambio ahora, tu cuerpo ya está listo y tu deseo de comer pinga es bárbaro. Lo justo es que tu iniciación venérea empiece ya, pues si la naturaleza no lo quisiera así, no te habría dotado de los requisitos para ello. No es que tu mente no este preparada, sino que la gente le ha dado mala fama al sexo. El sexo es bueno por naturaleza; la persona desea la fornicación por naturaleza. Tan sólo imagina que te aíslan a ti y a un puñado más de gente en una isla. En el momento en que te hayas convertido en una adolescente empezarás a coger como una perra en celo, dejándote guiar por tu instinto, sin remordimientos, ni culpa, sólo con goce y deleite. Ya que esa es tu naturaleza animal, y no podrías comportarte de la forma absurda en la que tú y medio mundo se comporta, puesto que no te han infundido la absurda moral que nuestra sociedad tiene. El tener relaciones carnales, salvaje y excesivamente no produce ningún mal, no... claro que no... el abstenernos sí: Siembra la cizaña; crea nuevos crímenes como el estupro y la violación; nos deprime; y sobre todo reprime nuestros más primitivos y necesarios instintos naturales. En cambio, el coger con ímpetu y continuamente, además de darnos un indescriptible placer, nos hace sentirnos a gusto con nosotros mismos, es la forma ideal de curar la neurosis, nos da seguridad y nos hace adentrarnos en nuestras raíces naturales. ¿Necesito dar más razones para exhortar a este maldito mundo hijo de puta a que se rinda ante las formidables garras de la voluptuosidad?

Azucena permaneció pensativa unos cuantos segundos tratando de asimilar lo que Montoya le había expresado. Y habiendo meditado un poco para sus adentros, cuestionó de esta forma:

–¿Estas diciendo que en cuanto sea una mujer fértil empiece a hacer el amor?

–¡Por supuesto! –respondió Montoya con alegría y alzando la voz para que sus palabras resonaran en el corazón de la linda moza–. ¡Pero también da tus primeros pasos con cautela; no vaya a ser que te tropieces! Toda maquina necesita un previo calentamiento antes de echarla andar. Un atleta antes de correr su primer maratón, empieza saliendo a correr un poquito, después incrementa el recorrido paulatinamente, hasta que como producto de esas practicas obtiene la experiencia suficiente para librar una competencia oficial. Lo mismo se aplica a tu pregunta. Empieza de poco en poco, despacio, despacio, y sigue aumentando el nivel de tus empresas... que esos sean tus entrenamientos para llegar a tu primer objetivo... ¡el desflore!

``Todo aquello quedará como simples vivencias del pasado cuando te hayas convertido en una ramera chupapingas de lujo.

–Pero aún así está bien ¿verdad? –dijo Laura, la esbelta muchachita, queriendo ser oída; pues su edad de dieciséis años, aunada a su tierna simpatía, hacía pensar a los demás que era tan sólo una ingenua niña–. Pues al menos creo yo, que la edad ideal para perder la virginidad es a los catorce o quince años.

–Pues sí, más o menos –exclamó Randy concordando con la delgada moza, aunque sin darle reconocimiento alguno– ¡joder! ¡Con un culo tan sublime y hermoso como del que es dueña esta perrita se me hace difícil contener las ganas de hacerle el amor!

–¡Oye, no soy eso! ¡Soy una señorita! –le reclamó Azucena con un poco de enfado y tratando de disciplinarlo–. ¡Y cuida tus palabras que me ofenden!

–¿Pero de que hablas? Era un cumplido –aclaró Randy, mientras Azucena volvía la cara y fijaba su mirada en otra parte.

Flores, la de blanca piel, aprovechó la oportunidad de proponerle a Randy lo que desde el inicio de la fiesta había querido.

–Si no puedes joder el culo de esta zorra te ofrezco el mío como consuelo –dijo la linda rubia mientras lo besaba en la mejilla con sus labios escarlata – sé que el mío no está tan apretado como el de ella ha de estar... pero también es hermoso.

Randy no dejo escapar la tentadora oportunidad y, con una alegría y lujuria increíbles, desabrochó gustosamente la cremallera de los jeans que vestían a esta bonita puta. Su vista contemplaba las rosadas pantaletas que fueron retiradas con ímpetu por sus manos, mostrando a la luz de todos un trasero tan blanco como la nieve. Randy le dio unas palmaditas a la rubia en su nalga derecha, y al ver como este pedazo de carne se tornaba rojo, lo invadió una lascivia tal, que clavó violentamente su miembro viril en lo más recóndito del ano. La violencia de las embestidas era tanta, que la moza rubia se veía obligada a apoyarse en la mesa para evitar ser derrumbada. Mientras perforaba con avidez, Randy, invadido `por la voluptuosidad, vociferaba obscenidades e incoherencias acerca del culo que tanto placer le daba en esos momentos. Al cabo que el fuerte contacto del pubis de Randy con el culo de Flores, emitía un sonido, la rubia mujer dio vuelta a su cabeza y estirando formidablemente el cuello le dio un beso a Randy que terminó con una fuerte mordida de este último a los rojizos labios de su compañera. Tan fuerte y descomunal fue la mordida que casi estuvo a punto de desprenderle el labio inferior.

Azucena instintivamente se volteó cuando estos dos empezaron su faena, no alcanzando a ver más que siluetas. Montoya, por su parte, montó en carcajadas al apreciar como eso intimidaba a la linda invitada, y empezó a dilucidar con ignominiosa faz, hablando así:

–¡Contempla como este par de libidinosos disfrutan de los goces carnales! ¡Él!... –señaló a Randy– fornica ese trasero gustosamente y lleno de placer. ¡Ella! –apuntó a Flores– recibe las cornadas muriéndose de la delicia que le provocan... lo goza... le encanta. Cada perforación le provoca un desborde de euforia –mientras decía todo esto, Azucena permanecía con la mirada abajo–. A los dos les encanta la fornicación mientras dura. En este momento no piensan en nada más que en dar la mejor partida de esta aventura. Cuando todo haya terminado y su temperatura esté descendida continuaran con sus quehaceres cotidianos y plasmaran este momento en las paginas de su memoria, esperando que la próxima sea igual o más placentera que esta. Y claro que habrá próxima, puesto que a los dos les encantó.

``Tan sólo mira como se divierten sanamente, sin correr algún peligro... ella no podrá quedar embarazada jamás, puesto que es cogida por el culo, el agujero fornicable que nos dio la naturaleza para evadir la procreación... es tan delicioso darle a una puta por el ano como darle por el coño... La forma en que aprieta la pinga, ahorcándola, estrangulándola, de tal modo que el placer es bárbaro. Amo joder a una puta por el culo, tanto como a ellas les encanta.

``Déjame lisonjear la fornicación anal y la oral que tanta mala fama tienen. Hay mucha gente pendeja que piensa que sólo porque en la vagina está la función reproductora, es la única vía para joder. Esta es primordialmente la forma de pensar de la mujer. No quieren que les den más que por el puto coño. Explícame, Azucena, que no entiendo. Si vosotras, putas de mierda, tratáis de evitar aferradamente el embarazo ¿por qué admiten exclusivamente la entrada de los pitos por la vagina, siendo esta la vía a la preñez? No me malinterpretes, amo la fornicación por el coño. Me encanta y a vosotras también; mas no comprendo por qué las mujeres que se llaman decentes, no toleran que las chinguen por otro lado que no sea el coño. ¡Pura vagina! Créeme Azucena, la verga por el culo le encanta a toda mujer. Pregúntale a Flores puta.

–¡Es una delicia muchacha! –exclamó la de blanca piel, llena de deseo. Su voz delataba el éxtasis y la lujuria en que estaba perdida.

–Pregúntale a cualquier prostituta. Todas sin excepción te manifestaran el goce que encuentran en ello, y no te dejaran de relatar que así se han ahorrado centenares de abortos. Y si alguien es confiable, son estas damas expertas en los placeres sexuales.

–¡¡Oh carajo!! ¡Tu verga me da tanto placer que pienso voy a desmayarme! –gritó de placer nuestra rubia amiga al cabo que seguía siendo poseída por Randy.

Mientras estos dos amantes de la lujuria lidiaban una batalla cuerpo a cuerpo, o más bien dicho de verga a culo, Azucena permanecía toda sonrojada y cohibida, tratando de ignorar a estos dos. Cabe hacer mención que todos los demás veían la actitud de sus compañeros con toda naturalidad; pero Montoya, percatándose que la extrema intimidación de Azucena le obstaculizaba el poner atención, exclamó estas palabras:

–¡Randy! ¡Flores!, No es que quiera ser el más grande aguafiestas hijo de perra. Pero si cesaran de follar se los agradecería enormemente. Distraen a esta chiquilla; y por lo general no me importaría, ustedes lo sabéis, pero indirectamente hacen que mis palabras tengan menos impacto en su pequeña mente... y realmente quiero domesticar a esta zorrilla, que es dueña del culo más hermoso que jamás habían visto mis ojos.

Hubo hablado así, y como respuesta a su petición, Flores, la de blanca piel, replicó con enfado:

–¡No seas impertinente! ¿Cómo puedes pedirnos semejante cosa?

–Mi impertinencia no tiene descaro, y lo sé –reconoció Montoya–; pero he hablado ya, y si la lujuria que os invade a ambos, es tanta que es imposible contenerla, vayan a uno de los aposentos y continúen allí.

–No, no será necesario –dijo Randy–. El placer que experimentaré al esperar con ansia la continuación de esta aventura, le dará más sentido a los instantes venideros.

–Me parece bien –exclamó el celebre disertador, poniendo alegre tono a su gruesa voz–.Cuando nuestra platica termine, podrás disfrutar del culo de Flores. Y extiendo mi gratitud cediéndote a mi novia. Hoy la bella rubia será tuya; mañana tu sed de lascivia tendrá que ser mitigada de vuelta. Te llevarás a Josefina a tu casa y harás con ella lo que se te antoje. ¡Josefina, te vas tres días con Randy! –le indicó a ella– durante ese tiempo tu culo, boca, coño y tetas pertenecen a él.

–Tus ordenes son mis deseos –exclamó sumisamente Josefina.

Tras esta pequeña peripecia, y después de que Randy y Flores, la de blanca piel, se incorporaron a sus respectivos lugares, Montoya siguió expresándose como sigue:

–Continuemos. Me encanta joder vaginas, y joder culos me pone a mil, pero si hay algo que disfruto con todas las fuerzas de mi formidable pinga, es que me la chupen. Oh, tan sólo imaginar que un alinda muchachita como tú, con grandes ojos y bonita cara, con su boquita de puta le da lamidas a mi miembro, mientras yo nada hago, simplemente acostado, sin embestir, ni dirigir mi palo hacia tu culo o vagina, simplemente tranquilo como el viento. Sentir las cálidas caricias de tu húmeda boca... el tenue mordisqueo sobre mi glande... que chupes mis peludos cojones... ¡y que cuando el furor este al borde de arrojarme a la locura, te la insertes hasta tocar tu campanilla y comiences a chuparla con un vaivén tan impetuoso que al final quede empapada tu cara entera! ¿No te gustaría chuparme la verga, Azucena? –preguntó mirándola con su mirada sagaz de libidinoso y entonando una aun más libidinosa voz.

–No –contestó sería y abrumada nuestra linda protagonista, quien se sentía tan ofendida y humillada–, eso es grotesco.

–¿Grotesco? Explícame.

Todos permanecieron callados, con sus miradas clavadas en Azucena, quien tras unos breves segundos de silencio se expresó con repudio:

–¡Es asqueroso... de tan sólo imaginarme que yo... guacala!

–Sé más explicita; explícame con honda claridad tu parecer –insistió Montoya, y al ver que no conseguía respuesta increpó con cólera–: ¡Habla, putona, o te saco toda la pinche mierda del culo a pingazos!

Azucena respondió con angustia:

–¡No me gustaría! ¿Cómo alguien como yo podría tener su boquita en un pene... todo lleno de babas...? ¡Eso sí es sucio! –se detuvo y continuó con un nudo en la garganta–: ¡Y ten cuidado con volverte a expresar así de mí! Yo no soy...

–¡¡Oh, a la pinche mierda contigo, puta!! –rugió Montoya con fuerte bramido y expresando una encolerizada expresión facial– ¡Yo te hablo como se me antoje!... ¡¡Y si te quiero llamar mierda, puta, estúpida, golfa, perra o pendeja, lo hago!! ¡¡Deberías estar agradeciendo que no te he educado a golpes como lo hago con cualquier idiota que me tiene harto hasta el puto culo con sus ilusas ideas sobre pudor y religión!!

Montoya era un hombre que no tenía reparo alguno en expresar sus emociones y pensamientos. Él sólo los manifestaba, halagando u ofendiendo a quien fuera. Sus mordaces palabras hirieron los sentimientos de Azucena quien, estupefacta y con el habla cortada, se vio impedida a defenderse por el temor a otra represalia.

–Les encantáis a todas vosotras; no lo neguéis –prosiguió Montoya, quien inexplicablemente, tras unos breves segundos hablaba afable y sereno–. Una de sus más intimas fantasías es mamar una polla. Lo desean desde su más profundo interior; así que háganlo, les encanta chuparla y a nosotros nos encanta que nos la chupen. Y cuantas muchachas veo adictas a la paleta. Les encanta su sabor, pero más les encanta chuparla. Siendo esto así, como no les habría de encantar chupar una verga grande, rígida y blanda en su punta... ¡Oh joder!... su forma y tamaño están diseñados para adaptarse a la medida de la boca, de tal forma que no hay mejor cosa para chupar. Las más célebres prostitutas te pueden corroborar lo mucho que les apetece mamar un pito.

``Como sea, daré revista a uno de los puntos más importantes: la relación amor-sexo. Primero que nada, te digo que son cosas completamente diferentes y no hay razón por la cual siempre deban ir tomadas de la mano. Te lo repetiré debido a su importancia, y con la intención de que te quede muy claro: "No hay que mezclar siempre el amor con el sexo, pues no tienen relación alguna." Si la naturaleza desease que sólo fornicaramos con la persona que amamos, hubiera hecho que sólo a ella deseáramos joder y que el deseo sexual aumentara conforme aumenta el amor. Mas sin embargo, no es así. Hay personas que sólo quieren coger, chingar y joder, sin amar a ninguna mujer, e incluso, aun cuando nunca han amado. ¡Pero mierda, entiéndanlo, hijos de puta!, no hay razón por la que sólo debamos follar con quien amamos. Yo estoy enamorado de esta puta –dijo abrazando a Josefina, quien miró con ternura a Montoya–; ¿pero no crees que me hartaría de joder el mismo culo... todos los días el mismo coño... siempre la misma puta? ¿Por qué habría de cogerme a ella únicamente, cuando hay tantas putas con mejores culos y coños más estrechos?

–¡Por todos los cielos! –dijo Josefina con entusiasmo–. Tus palabras son veraces. No quiero ni imaginarme lo estúpida que me vería al tratar de refutarlo. No me molesta que cojas con otras putas, te amo, no te odio, por eso quiero que disfrutes la vida. ¡A ver, díganme, si no hay idea tan idiota como querer encadenar a un hombre y a una mujer!

–¡Es una completa pendejada! –dijo Ulises.

–Tan sólo imagina esto –continuo Josefina–: Una mujer corta a su pareja, pues cogió con otra puta. Ella lo ama con todo su corazón, mas no tolera esa "infidelidad"... ¡Perra caprichosa!, él sólo hace lo que su naturaleza le dicta. Ni que fueras la única mujer atractiva en este mundo. Esto es lo que te aconsejo, preciosa –refiriéndose a Azucena–: Fornica con cuantas personas puedas; que te valga un carajo si amas o no.

–¡Oh mierda! –exclamó Montoya– contéstame esta, perra bonita: Cuando necesitas que te arreglen el cabello, o que te lo peinen, o que te lo corten o que se yo... ¿con quién vas?

–Con el estilista –contestó Josefina.

–¿Por qué vas con él?

–Porque me gusta como lo hace.

–¿Y lo amas?

–¡No, como crees, ni siquiera sé su nombre!

–Entonces, usando el mismo principio; si el sexo y el amor son dos cosas completamente distintas, ¿no es preferible fornicar con quien nos gusta como fornica?

–Más de acuerdo no podría estar.

–Y dime, ¿acaso el amor que sientes por mí hace más rica mi pinga?

–Por supuesto que no. No soy tan estúpida como para pensar de esa forma.

–Entonces, siendo esto así, ¿estas de acuerdo conmigo en que fornicar con una persona sólo porque la amas es estúpido?

–Por supuesto que sí.

–Ese es el consejo que te damos, preciosa Azucena. Como podrás darte cuenta, la idea de coger únicamente con mi novia, sólo porque es a ella a quien amo, carece de lógica. Coger con una sólo persona es como comer todos los días lo mismo. Ya verás que te hartas de la misma verga, como yo me harto del mismo coño y del mismo culo.

``Imaginemos que tienes un novio, y tanto tú como él son principiantes en la fornicación. Al follar contigo le daría un gran placer, no lo dudo, pero al follar con una puta profesional, esta podría instruirlo formidablemente en las prácticas venéreas; enseñándole todo lo que ha aprendido en sus años de experiencia.

``Otras de las cosas que ponen de manifiesto la antagónica posición entre los hombres y las mujeres con respecto a la fornicación, son los despectivos con los que se les insulta. Mientras a un hombre lo qué más le rechinga es que lo llamen maricón, pues un maricón es un hijo de puta que denigra el papel del hombre cogelón y amante de las mujeres, una mujer no tolera ser llamada puta, siendo una puta la que acepta al máximo el papel de mujer. ¿Sigue esto acaso alguna lógica? Si a un hombre le dices "devorador de coños", lo estás halagando, pero si te diriges a una mujer con la palabra "puta", según la muy ingrata, la estás insultando. ¿Pero como puede ser esto posible? Un joto es una mierda... es una cosa rara... contradice las expectativas que debe tener un hombre; ¡a esas cosas les gusta que les den por el culo! Por eso les molesta a los hombres ser llamados maricones, porque es lo contrario de lo que deben ser. Pero una puta es una mujer que actúa de acuerdo a su naturaleza; es lo que debe y quiere ser sin importarle las injustas acusaciones de la sociedad; es una mujer ejemplar; no reprime sus deseos, los libera y contribuye con ello a la formación de una sociedad más próspera y correcta. La palabra "puta" es el mejor de los cumplidos que le puedes hacer a una mujer.

–¿Cuántas mujeres piensas que si les llamas de esas forma te van a agradecer, en lugar de obsequiarte un bofetada? –preguntó Azucena.

Casandra que estaba justo a su lado le contestó así:

–El que la gran mayoría actúe con pudor como tú, no quiere decir que las putas sean las equivocadas. "La mujer decente" no es puta, no porque no quiera serlo, sino por el temor de lo que podría hacer y decir la gente. Es tan estúpida que se deja influir por las opiniones. Pero en el fondo les fascina la sola idea de ser unas putas; e inclusive algunas se engañan a sí mismas, pensando que están a gusto con no serlo. ¡Débiles conformistas!

Casandra, con un poco de violencia metió su mano entre la falda de Azucena, y apretándole fuertemente el coño le dijo:

–¡Esto! Es lo que te hace valer como mujer, haz buen uso de él sin importar lo que digan. Es el camino que debes seguir para la procreación; es el principio de la subsistencia de la humanidad. Escucha a la voz de tu coñito; es la voz de la naturaleza. Eres mujer gracias a tu coño; existes gracias al de tu madre; gracias al coño experimentarás los más exquisitos placeres; gracias a él eres amada y deseada por los hombres. La naturaleza te da mucho; ella sólo quiere que uses tu coño para dar felicidad.

Cabe señalar que mientras su coño era apretado por la mano de Casandra, Azucena frunció el rostro, estremeció los ojos sin arrugarlos, abrió con suavidad la boca, se puso roja y cruzó las piernas retorciéndose de dolor.

Cuando fue soltada, dirigió su mirada hacia su profanado coño y atravesó su mano izquierda entre sus muslos, queriendo prevenir un nuevo ataque. Montoya sólo contemplaba, riendo entre dientes, a la humillada muchacha.

Josefina, un tanto cabreada, pero con los sentimientos exaltados, alzo la voz y expresó estas airadas palabras:

–Compañeros, si piensa el vulgo que nuestros esfuerzos son en vano, se equivoca rotundamente. Nosotros, los amantes de la voluptuosidad, vamos ganando terreno. Antes "sexo" era la palabra prohibida; el tan sólo mencionarla te convertía en un pervertido. Todo lo referente al sexo tenía una connotación sucia y obscena. Ahora ya se habla más abiertamente de él. La gente ha reconocido la capital importancia que tiene, y todo gracias a que ya nos estamos librando de esas tontas ideas católicas. Esos pervertidos, inculcándonos que la represión de nuestros más naturales y hermosos deseos constituía una virtud, y que no hacerlo era motivo de un severo e inhumano castigo. (¡Ay, y se llaman santos! ¡Insolentes!) Aun cuando hemos escalado peldaños paulatinamente, nos falta mucho para llegar a la cúspide de la pureza. Ya quisiera ver el día en que el mundo fornique sin reparo alguno; nada de tener que ganarnos los genitales de la pareja tras un arduo tiempo de cortejo; pura fornicación, ser salvajes y promiscuos; que en las escuelas además de enseñarles teoría, los pongan a practicar frente a la clase, que aparte de decirles: "Cuídense del embarazo muchachas", les digan: "hagan felices con su vagina a tantos hombres puedan"; en que las prostitutas ya no sean necesarias, pues cada mujer hará su antiguo trabajo; en que las palabras "educación sexual" no signifiquen "prevención sexual", sino que sea una educación formadora de putas y cogelones; en que la pornografía se venda libremente a los adolescentes menores, pues la prohibición sólo le da más mala fama al sexo. Ni que los jóvenes de quince, catorce, trece... años no tengan deseos sexuales. Cuando todas estas y otras tantas cosas más sean parte de nuestra buena moral, podremos decir que sí vemos con naturalidad el sexo.

–Tocando un punto que levemente mencionó esta puta de culo delicioso –exclamó Montoya refiriéndose a Josefina–, es menester revelaros las razones por las que la iglesia, a sabiendas de la falsedad de religión, la ha querido preservar. Para empezar, y relacionando un tema con el otro, me veo obligado a manifestar mi odio hacia esa insensata institución colmada de mentirosos, rateros, calumniadores, déspotas, asesinos y demás. ¡Odio hacia esa jodida iglesia culpable de lo mierda de esta sociedad, pues fue ella la que cimentó la moral absurda que tenemos, y no por considerarla correcta, no, no, sino por que esos estúpidos valores y principios facilitan nuestro sometimiento, e incluso nos mueven a contribuir nosotros mismos a ello. A esos putos clérigos lo único que les in teresa es obtener poder y riquezas, estratosféricas basta decir, sin importarles que con ello nos joden y bien jodidos. Basta con remontarse a ese montón de imperecederos sucesos al que llamamos historia, para darse cuenta que no hay institución tan infame como la iglesia. Desde su creación no ha servido para otra cosa más que para joder. Ha hecho campañas genocidas tan horribles como las cruzadas; nos ha quitado el goce de imprescindibles derechos como la libertad de expresión; ha condenado a muerte a millones de personas por el único crimen de cuestionar su palabra; ha detenido el avance de la ciencia truncando proyectos de tanta gente como Galileo; siempre ha hecho lo posible por tener a la gente tan ignorante, que ha hecho cosas tan idiotas como decir que leer libros es un pecado.

`` Y si alguien me dijera que el pasado debe ser olvidado; yo le diría a esa estúpida persona que los hechos del pasado construyeron el presente. Tan sólo imaginemos que la iglesia nunca hubiera detenido el desarrollo de la humanidad por tantos siglos. ¡Oh créeme que nuestra moral sería completamente distinta y bienhechora!... ¡Oh mierda! Llamas santa a esa puta iglesia que a través de tantos siglos nos ha usurpado tantas riquezas que superan las de diez países del tercer mundo unidos. Aún así tienen la desfachatez de hablarnos de caridad. Hijos de puta.

``Otra de las cosas que no logro comprender –continuo cambiando el tono de su voz por uno un poco más sereno–, es el por qué en el génesis se le da el nombre de fruto prohibido a la sabiduría. ¿Acaso sigue esto alguna lógica? En que jodidos estaba pensando ese perfecto Dios tuyo, cuando desterró al hombre del paraíso por comer de este fruto que tan grandes nos ha hecho. Al fin y al cabo, ¿qué es sabiduría? Es a través de ella, que los más insignes hombres nos han hecho ver la verdad de las cosas. Gracias a ella el hombre a podido conocer paulatinamente la naturaleza. Y la naturaleza debe ser conocida en su más pura esencia, para poderla manejar a nuestro antojo, constituyendo así lo qué es la ciencia. Y es la ciencia la que nos facilita y mejora nuestra vida; nos ahorra mucho esfuerzo y trabajo; nos ayuda a prevenir y curar enfermedades. En fin... viva la ciencia que nos permite contemplar la verdad para usarla a nuestro beneficio... y muera la religión, defensora de la falsedad que tanto nos jode.

``Amigos míos, en verdad os digo que el cristianismo es una escuela de débiles perdedores... ¡Oh joder! Si se proclama como la religión que redimirá al hombre, ¿por qué quiere tenernos como estúpidos? Si realmente quiere llevar a este mundo por un camino mejor, ¿por qué no puso como pecados la ignorancia, la estupidez y la molicie? El cristianismo aboga por todo lo débil y condena todo lo fuerte. Os quiere tener encadenados a la mediocridad como unos pusilánimes, alejados, apartados de todo lo que os eleva y os hace grandes. Quiere teneros con la incoherente idea de que nada en este mundo os pertenece, ni siquiera vuestro cuerpo. Quiere haceros estúpidos, e inclusive, que os conforméis con esa estupidez, amándola y aceptándola. ¡Pero al carajo, yo me he puesto a bailar con la libertad al ritmo de la alegría, y me he dado cuenta que para que alguien sea superior a mí, tendría que emularme en vez de refutarme! Aunado a esto, invito a todos los hombres del mundo entero, a que con júbilo, se sujeten fuertemente los huevos y manden a joder por el culo al cristianismo ¡Joder! Que nuestra única religión sea disfrutar la vida, y que nuestra libertad se restrinja exclusivamente a los actos que mancillen la integridad de los demás. ¡Libertad de hacer con nuestro cuerpo y nuestra vida todo aquello que dimane de nuestro albedrío! Dar rienda suelta a mis más lúbricos deseos y mis emociones más desenfrenadas! Que les importe una mierda a los demás. Preocúpense de su propia vida, que tantos problemas ha de tener. ¡¡ Pero a la mierda, esta vida es demasiada larga y hay tantas cosas que podemos hacer... ¡coge putas, toma drogas, desobedece a tus padres, asesina a quien te estorbe, mastúrbate hasta desmayarte...!

Se vio imposibilitado de continuar por unas carcajadas de locura que soltó. Rió tanto que perdió la continuidad de su discurso; y tras haberse serenado un poco, le susurro a Azucena estas osadas palabras:

–Deja de fingir demencia, perra cristiana, y acepta que eres una puta. Todos los días deseas ser follada por todos tus agujeros jodibles. Sueñas con ello lo anhelas tanto. Quieres tener tantas pollas apretadas por tu coño y mamarlas a todas. Cada átomo de tu cuerpo arde de delirio con la sola idea de que tu culo es perforado. No lo niegues muchachita.

–No-no no es cierto... ni siquiera me conoces –dijo ella con indignada faz.

–¡Oh, te conozco, Azucena! ¡O al menos creo conocerte! –exclamó Montoya, pregonero de la libertad, expresando una lujuriosa, demente y maldita cara; con una gigante sonrisa tan malévola que hacía quedar la del diablo como la de un inocente niño; los ojos todos rojos y la mirada tan fuerte que hipnotizaba a la linda Azucena; frunciendo el rostro entero, que descendían dos líneas hasta la quijada; y la parte debajo de los ojos se ennegrecía como las tinieblas–. Has de ser una chiquilla toda confundida por sus preceptos morales, que no comprende, pero se ve forzada por su debilidad a seguirlos –así hablaba él, con su gruesa voz de pervertido –te escondes en el baño para masturbarte, calmando tus pasiones con vehemencia y lascivia, y cuándo sales finges ser la niña buena que jamás tiene deseos impúdicos y lujuriosos –desgarrada y abrumada, Azucena inclinaba la cabeza y la sacudía con nerviosismo de un lado para otro, por lo acertado de las deducciones–. Has de ser una mocosa llorona, que frecuentemente es molestada por sus bravucones compañeros, que disfrutan acosándola sexualmente, y no tiene el suficiente valor para defenderse o delatarlos. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! –reía entre dientes y exhalaba por la nariz– pero no te das cuenta de que tus valores morales son los culpables de tu infelicidad, y te falta inteligencia para deshacerte de ellos. Hacen que te carcoma la conciencia, cada vez que un muchacho se te insinúa como un pervertido o te agarra el culo. Pero deberías cambiarlos por unos más afines a tu antojo. Recibe con júbilo lo que tanto te gusta en lugar de despreciarlo, pues no tiene sentido. Has sido educada por unos devotos y tiernos padres que te han mimado desde niña –el hecho de que él hablara de su familia la intimidaba y la incomodaba tanto, que la ponía al borde de un colapso nervioso–. Aprecias tanto a tu familia que te molesta tanto que se metan con ella, ¿no es así? Casi querías llorar cuando Casandra mencionó a tu madre y le dio un matiz de puta. Y amas tanto a tus padres, y son tan cariñosos contigo, que piensas que no pueden equivocarse y que todo lo qué dicen es correcto...

Su habla volvió a perderse en una risa que se asemejaba a la de un maniaco; con los dientes cerrados, sacudiendo los hombros y la cabeza al son de la risa, que por momentos se detenía y continuaba emitiendo un sonido igual al de una hiena. Demente, ¡jodidamente demente!

–¿Es cierto o me equivoco? –preguntó él.

Azucena no contestó, simplemente levantó la cabeza y lo miró con encono, exhalando por la nariz toda la cólera que la había estado perturbando desde hacía un buen rato.

Montoya rió engreídamente al ver a la cabreada jovencita, y se expresó de esta guisa:

–¿Es porque mis palabras han ridiculizado y destrozado toda tu moral, criticándola desde un punto de vista objetivo y realista, que quieres acusarme de corruptor de la juventud y de las buenas costumbres? ¡Perrita bonita de mierda, me importa poco! Nadie me puede quitar el derecho de hacer uso de mis facultades mentales, formando mis propios pensamientos, y expresándolos esperando encontrar un alma afín. ¡No soy el abogado del diablo! Yo simplemente libero estas aprisionadas ideas de su cautiverio; y no creo que por eso deban condenarme por promotor de la perversión. Si pienso diferente a ti, eso no me convierte en anormal, sino en diferente. Pero bien sabes que no es así. No piensas diferente; piensas igual a mí. Yo sólo digo lo que la gente esconde en su interior y no se anima a decir. Pero insisto, una vez más, en exhortaros a todos vosotros, esclavos de su propia moral a la que inconformemente obedecéis, a que se liberen de las cadenas que vosotros mismos se atasteis, y que sólo vosotros mismos podéis desatar. Vamos... ¡hacedlo! Nada os detiene. Seguid sus impulsos. Es lo que desean hacer, y si no lo hacen, no es porque no quieran o porque piensen que es incorrecto, sino por lo que pensaría la gente; por lo que les podrían hacer; por el miedo de que la mayoría los juzgue por actuar diferente. Pero no hay que obedecer la voluntad de los demás, sino la de uno mismo, pues a ella a la que debemos de complacer haciéndolo. ¡Vamos! ¡Obedeced sus impulsos de una vez! ¡¡Hacedlo!! ¡Liberen sus emociones y deseos más intensos y escondidos que piden a gritos ser expulsados! ¡Suéltenlos, no los repriman!... ¡Obedezcan su voluntad!... ¡Hacedlo! ¡¡Suéltenlos!!... ¡¡¡¡Suéeeeltenlos!!!!

Hubo gritado así con euforia y coraje, y sus palabras resonaron en los oídos de la bella Clara. La joven mujer se vio apoderada de esa persuasiva arenga, y sin pensarlo dos veces se abalanzó contra Azucena, la más amada de sus amigas, y le plantó un tierno beso con sublime pasión e impetuosa vehemencia. Apenas desprendió sus labios de los labios de su compañera, y esta la abofeteó con tanta fuerza en la mejilla izquierda, que su cabeza dio un giro de 90º. La reacción de Montoya fue inmediata: estalló en carcajadas que retumbaban por todo el comedor y provocaban la engreída risa de los demás. A la par que esto sucedía, Clara miraba a los ojos a Azucena, quien tan encendida estaba, que sus encolerizados ojos contenían el escape de unas pequeñas lágrimas, que amenazaban con salir, si antes no perdía el quicio por su funesta furia. Tanto le intimidó la furiosa faz de su amiga a Clara, que enmudeció estupefacta, e inclinó su cabeza, llevándose la palma de su mano a su enrojecida y adolorida mejilla.

Así escondía su desgarradora angustia, la afligida Clara. Por su parte, Montoya, el de voz de trueno, carcajeando se expresó enardecidamente de esta forma:

–¡¡Ja, ja, ja, ja!!... ¡He allí la persuasión de mis palabras. ¡¡Tú!! –apuntó a Clara– , ¡escondías el deseo que sientes por tu amiga, y lo liberaste! ¡Mientras que tú –señaló a Azucena– reaccionaste ante el insulto del espontáneo beso que ella te dio! ¡Tú me estás escuchando! ¡Te han pegado mis palabras y estas dispuesta a seguirme!

–¡¡Claro que no!! –exclamó con iracunda voz Azucena, la linda moza.

–¡Por supuesto que sí! Nunca en tu vida habías sacado toda la puta mierda como lo has hecho ahora. Tan sólo mira a Clara, toda acongojada, tan llena de vergüenza está que no tiene el valor de levantar la cabeza. Dime, ¿ya antes la habías golpeado así?; ¿mediste tu fuerza? Ahora seguiste ese impulso porque se te presentó la oportunidad. Después, cuando tu furor haya descendido y la tranquilidad te haya envuelto, reflexionarás todas mis palabras. ¡Y cuando otras situaciones de tu vida requieran de mis valiosas enseñanzas, recordarás mi cara! ¡Eres mía... mía... mía! Estás sentenciada a seguir y aceptar todo lo que te he dicho; de lo contrario sólo serías una estúpida. Y ya a nadie engañas; mucho menos a ti misma. Sigue al pie de la letra mis palabras, pues no te he hablado con otra cosa más que con la verdad; y sólo te he inducido a ser libre, a apreciar la vida, a ser feliz y a abogar por el bien de tu prójimo. Todo esto sin lucrar; sin pedirte nada a cambio. Así que no escondas nada, acéptalo.

``Ahora dime, hermosa mujer, ¿qué te parece si para celebrar follo tu delicioso culo encima de esta mesa?

–Hazlo, si es lo que quieres –contestó la linda Azucena con seriedad–. Después veremos como afrontas una demanda por violación.

–¡Ay putita!, me gusta esa actitud. ¡Lo que no me gusta es lo que te mueve a decir! ¿Vas a seguir siendo una púdica muchachita que cierra las patas cuando tanto quiere abrirlas y rechazan las vergas cuando quiere tenerlas dentro?

–Algo así.

–¡¡Cómo te atreves!! –gritó Pablo, empuñando la mano con desafío.

–¿Sigues creyendo en Dios? –preguntó Flores, la de blanca piel, sintiendo repudio por la ingenua muchacha.

Nuestra bonita y joven interlocutora se silenció por unos breves segundos, al cabo de los cuales respondió con dulzura:

–Sí. Siempre lo haré.

–Hija de puta...

–Ingenua...

–Pobre loca...

–¡¡Eres una terca!! –rugió Montoya con enfado–. ¡Aquí esa terquedad de nada te sirve! ¡Sabes que lo que dices no es cierto! ¡Sabes que estás equivocada! ¿Por qué no lo admites? ¡¿De que te sirve creer en algo falso, a sabiendas de que lo es?!... "Dios esto... Dios aquello... Dios nos salva... ¡Ay sí, y nos va a llevar a un lugar mágico de ensueño donde viviremos felices y donde impera la bondad y la alegría!" ...Ese Dios tuyo ¡¡¡es un culero!!! ¡Un día crea al hombre, le da la capacidad de ser grande y magnifico, pero quiere privarlo de ello, convirtiéndolo en un pobre infeliz estúpido! Pretende frustrar todo y prohibirle al hombre todo... "¡No jodas! ¡No veas! ¡No toques! ¡No pienses! Haz, sé y ten lo que menos quieres... Toma el camino difícil... No disfrutes todo lo que te he dado..." Lo manda a la guerra proporcionándole espada, caballo, armadura y escudo, pero quiere que pelee desnudo y armado con una piedra. Le debemos de dar las gracias por todo, pues todos los sucesos han girado entorno a él; mas no lo podemos culpar de nada –levantó la cabeza y agregó–: ¡Vete a la mierda! ¡Te jactas de habernos creado, pero eres el más malo de los padres! ¡Abandonas a tus hijos! ¿Pero quién te necesita? ¡Lárgate! ¡Sólo sirves para ocasionar desgracias!

CAPÍTULO III:

LA BACANAL

Hace 35 minutos, el hombre, que está sentado en compañía de sus amigos, tenía una fuerte confrontación de ideas con la hermosa jovencita que tiene enfrente. Después de que la platica llego a su clímax, comenzó a descender hasta que se perdió, y todos nuestros interlocutores empezaron a relatar algunas vivencias ajenas o propias. Azucena sólo los escuchaba sin intervenir en la platica, a la par que observaba su reloj, pues hace 3 horas que debió haber llegado a casa. Debería irse, ya no hallaba razón que la atara allí. Pero, para su infortunio, no sabía como hacerle para llegar a casa acompañada de Clara, con quien actualmente estaba disgustada. Podía llegar sin ella, pero si lo hacía, habría problemas. ¿Qué hizo entonces ella? Nada, más que esperar; y a ver qué.

Casandra, la de hermosas mejillas, relataba una historia de esta forma:

–... Se acercó a su mamá para que le diera una platica sobre sexo, pues a sus catorce años todavía tenía muchas inquietudes al respecto. Lo que su mamá le dijo, la dejó sorprendida, pues ella no esperaba que le dijera esas cosas...

–¿Y qué pasó después? –preguntó Ulises.

–... ¡Ja! Su madre resultó ser toda una puta. Ahora su pasatiempo es fornicar con un hombre, al mismo tiempo que éste besa o acaricia a su hija. A veces el hombre le da por el culo a la tierna muchachita, después de haber recibido una deliciosa mamada de polla de la madre. Según dicen, la madre es toda una chupapingas.

–¿Cómo es ella? –preguntó Flores.

–¡Oh! Es una mujer muy bonita. A sus más de 37 años sigue conservando una figura envidiable; tiene linda cara y su trasero amerita un aplauso. En sí, es una guapa señora. La relación con su hija es muy sólida. Ambas son muy unidas. Y en ocasiones, mientras ambas están en plena fornicación, aprovecha para darle a su amada hija, una que otra caricia o un dulce beso.

–Yo conozco a un hombre –dijo Pablo– que después de haber desflorado a putitas doncellas de quince años, bebe la sangre que brota de sus coños por haberse roto el himen.

–Eso me recuerda a una película porno que vi –exclamó Ulises–, en que un hombre desvestía violentamente a una muchacha contra su voluntad, la dejaba de pie y le ordenaba a una mujer que le lamiera el coño y los pezones. Él únicamente se masturbaba, viendo como esa muchacha era violada pasivamente... y llorando la pobrecita.

–Yo conozco a un universitario –dijo Laura– que mató a tres de sus compañeras después de violarlas, y al final se las comió...

–¡Eres una niña flaca estúpida! –exclamó Randy.

La esbelta muchachita se le quedó viendo fingiendo un gesto de enfado, y le hizo una seña obscena con la mano.

Azucena se levantó de su lugar y le preguntó a Montoya por el baño.

–Hacia aquella dirección –contestó señalándola–. Está un poco retirado. Será mejor que alguien te acompañe para que te indique con claridad. ¡Clara, llévala!

–No gracias. No será necesario –exclamó Azucena dando la espalda y caminando de largo.

–No, sí será necesario –replicó Montoya con autoritario tono–. Sirve que arreglan sus problemas en privado, pues se nota que los tienen. Sólo espero que esta vez no haya bofetadas –rió y mirando a Clara le dijo–: Acompáñala, mierda.

Así lo hizo ella, y acelerando un poco el paso alcanzó a su amiga. Durante la pequeña travesía de nada hablaron. A pesar de que ya se le había bajado la cólera, Azucena no creía prudente dirigirle la palabra a su camarada. O al menos para asuntos no personales.

–Aquí es. Cierra la puerta con seguro, porque a veces se habré sola. El papel higiénico está a bajo aun lado del cesto. Ve. Aquí te espero... amiga.

–Sí. Gracias.

Dijo esto y cerro la puerta. Cabe hacer mención que el baño estaba en el interior de una habitación. Habitación que por cierto era un tanto lujosa: muy espaciosa, con una cama king zize, un jacuzzi, con verdes y hermosas plantas, unas imitaciones de esculturas de Dioses griegos; así como jarrones antiguos, había también sillas, un tocador y otros diversos objetos de uso usual. Allí aguardaba la bella Clara, sentada sobre la cama; y habiendo salido la bella Azucena, se le acercó con un poco de timidez, la miró a los ojos y le susurro con suave voz:

–Tenemos que hablar.

Azucena sólo expresó una instintiva risa, y dijo nerviosamente, aunque con amabilidad:

–No. Yo no tengo nada que decirte. Si tú quieres decirme algo, dímelo; yo te espero.

Hubo hablado así, con un poco de corte y el aspecto ruborizado, y Clara principió hablando de esta forma:

–Lo qué hice estuvo mal, lo sé y tú lo sabes, pero no sé como decirte que lo siento. No creo que unas simples palabras puedan remediar mi insulto, pero aun así, ¡por favor perdóname!

Azucena, cabizbaja y con seriedad respondió:

–Lo siento, pero no puedo.

Clara se acercó más a ella, la sujetó de las manos; y antes de que insistiera en su ruego, Azucena exclamó:

–No me toques –retrocedió unos pasos, e inmediatamente escuchó que algo se quebró. Había tumbado un jarrón antiguo al echarse para atrás.

En ese preciso momento escucharon unas risas y unos pasos que se dirigían hacia ellas.

–Alguien viene –dijo Clara.

–¿Qué hacemos? –susurró Azucena, viendo el destrozo que accidentalmente había hecho–. ¡Me van a cobrar este jarrón chino; y no puedo pagarlo! Además quien sabe con que favores raros vaya a querer tu amigo que se lo reponga.

–Escondámonos –sugirió Clara, e inmediatamente se encerró en un closet.

Azucena se desesperó, buscó dónde esconderse; pudo haberse escondido abajo de la cama, atrás de la cortina o en el mismo baño, pero escogió el peor lugar. ¿Dónde? Así; en el closet. Con Clara.

–¡Oye! ¿Qué haces aquí?

–Cállate.

–Creí, que dadas las circunstancias, te esconderías en otro lugar.

–Cállate.

Y es que el closet era tan pequeño, y había tanta ropa, que las dos estaban apretadas. Azucena, parada, estaba encima del cuerpo de Clara, quien estaba atrás. A pesar de que sabía que el contacto de sus glúteos con la pelvis de Clara era meramente accidental, se sentía muy incomoda, pues no sabía que había en la mente de su voluptuosa amiga.

–¿Alcanzas a ver quienes son? –le susurró Clara en el oído.

–Cállate –susurro también–... creo que son Randy y la güera.

Efectivamente, ellos dos eran. Queriendo acabar un asunto que habían dejado pendiente, se dirigieron a uno de los aposentos. La mente de los dos estaba caliente y ansiosa por disfrutar de los placeres sensuales. Flores se desvistió con tanta rapidez, pues sus deseos de tener un pene adentro eran bárbaros y ardientes.

–¡Ay no! –exclamó Azucena.

–¿Qué?

–Se están desvistiendo.

–¡¿Van a joder...?! Que diga, a hacer el amor...

–Eso parece.

Clara, movió la cabeza a un lado, recargándola en el hombro de Azucena, pues quería corroborar con sus propios ojos lo que le decía. Azucena, por su parte, cerró los ojos, y se lo comunicó en el oído a Clara, pues quería hacerle saber que no estaba viendo nada.

Randy penetraba por detrás a la rubia moza, al mismo tiempo que le besaba sus rojos labios. Después bajó la altura de su cabeza para lamerle y mordisquearle los pezones, que estaban parados y duros. Retiró su pene de la vagina y lo puso entre sus muslos, y le pidió a Flores que cerrara sus piernas, para que le apretara el pene y embistiera gozosamente. Era claro que ambos se divertían. Al cabo que el miembro de Randy entraba y salía por entre esas dos hermosas piernas, la mujer de blanca piel metía dos de sus dedos en su vagina, y se la empezó a picar. Su bello rostro constataba la lujuria que la invadía; su respiración se aceleraba, al mismo tiempo que gotas de sudor desprendía su cuerpo, y jadeaba también. Ella cesó su actividad de repente, aflojó todos sus músculos y no hizo nada más que estarse quieta. Randy se detuvo y la miró con duda, entonces la blanca muchacha le agarró el pito y se lo clavó en la vagina para que tocara sus entrañas; cerró los ojos y arrojó de su boca fuertes gritos de delirio. Su celo era tal, que al mismo tiempo que con una mano se masturbaba el culo, con la otra sujetaba una de sus tetas, y lamía, estirando su lengua, su propio pezón.

Mientras ellos dos se esparcían de esta forma, Casandra, la de hermosas mejillas, irrumpió abriendo la puerta de trancazo, y vaya sorpresa con la que se encontró.

–Acaba de llegar Casandra –dijo Clara.

–Cállate... ¿Qué?

–Casandra. Los acaba de sorprender.

–Pues me alegro. A ver si despejan el área para podernos ir de aquí.

–Pues no... al parecer eso no va a pasar.

–¿Qué?

–Se les unió.

Casandra destapó su parte de arriba, dejándose puesta la pura falda; abrazó a Randy y comenzó a frotar sus tetas en la espalda de él, al mismo tiempo que ambos se besaban; y al mismo tiempo que Randy fornicaba con Flores por el coño. Mientras esta posición se armaba; Randy, con su mano derecha, acariciaba las piernas de Casandra, o le daba suaves pellizcones en el coño; Casandra gemía y mordisqueaba la parte de atrás de la espalda de Randy; y Flores tocaba con suavidad los tiernos brazos de su compañera, y de repente besaba a Randy y pasaba su propia mano sobre sus propias tetas, pellizcándose el pezón para que se le pusiera durito, y asemejaba a una nuez. Casandra cambió de posición, se encuclilló y comenzó a lamer con ternura las níveas nalgas de su linda compañera. Lo hacía de tal forma que uno podía darse cuenta que contaba con una vasta experiencia; recorría su lengua desde la parte donde terminan los muslos hasta llegar a la parte donde empieza la espalda; todo esto con una suavidad y naturalidad tal, que le provocaba un cálido cosquilleo a la rubia mujer. Le mordía la piel del culo ligeramente con la punta de los dientes; y le separaba las dos nalgas con sus dos manos, para meter su lengua estirada y tiesa en el agujero, empezando a lamer y a picar una vez que la había enterrado en el culo. Al sentir estas suaves caricias, Flores, la de blanca piel, sonreía con una mezcla de éxtasis y cariño.

Azucena escuchaba todo este bullicio sudando por la embarazosa posición en que estaba metida, tratando de pensar en otra cosa, y permaneciendo con los ojos cerrados. Entonces, de momento, dándose cuenta que prácticamente estaba sola ( pues además de estar oscuro, Clara no le podía ver la cara), abrió los ojos, intentó serenarse y se dedicó a observar como ese trío follaba mutuamente. Al principio sentía asco, después de tanto observar, Casandra y Flores le pegaron la calentura; y comenzó a imaginarse que su culo era el penetrado. Poco a poco se empezó a excitar más; era la segunda vez que se veía poseída por un fuerte, fuerte, deseo carnal. Sus libidinosas emociones eran reprimidas por sus principios de castidad. Entonces, de repente, consideraba masturbarse, disfrutando del espectáculo que le brindaban sus amigos; la decisión estaba en el vencedor de esta batalla interior entre su lado irracional primitivo y su lado consciente. Pero al final, como era de esperarse, se abstuvo de hacerlo; y con una combinación de lujuria y angustia, se conformó con presenciar sus sueños realizados por otras personas.

Casandra se separó de sus dos amigos, y extasiada sugirió:

–... ¡Oh joder! Me fascina la forma en que los tres unimos nuestras energías y conformamos este circulo de lascivia; ¿mas no creen que sería mejor aumentar el numero de miembros?

–Sin permitirles contestar la pregunta, la puta de hermosas mejillas corrió hacia la puerta y, abriéndola, gritó toda alocada:

–¡Montoya, Josefina, Amanda y Eurídice, Ulises... todos!... ¡¡A empezar la orgía!!

Hubo pregonado así la guapa Casandra, y en instantes arribó toda la manada hambrienta de lascivia.

–¡Oh, que coño lindo tenemos aquí! –exclamó Montoya viendo de pies a cabeza a la hermosa mujer semidesnuda que tenía enfrente, vestida con la pura minifalda escarlata, sin blusa ni sostén, las tetas con su centro levantado...

Sin decir más, el de voz de trueno, la atacó violentamente, empujándola, aventándola, de tal forma que ella quedó con las nalgas sobre un tocador y los pies en el aire; él la comenzó a besar a la par que se bajaba el pantalón, y empezó, así, a follarle el coño mientras ella tenía las piernas todas abiertas.

Todos se emocionaron con semejante acción, vitorearon, expresaron algún comentario instigador, escupieron algunas groserías, y con tremendo vocerío empezaron la orgía. Se liberaron con rapidez de su vestimenta, aunque algunos cuantos se dejaron puesta alguna prenda. Se podía saber, sin preguntar, que todos eran unos fornicadores profesionales; nada de timidez, nada de parejas, sólo tríos y cuartetos, mamadas de verga, enculadas, posiciones raras y pasiones de lo más estrafalarias.

–¡Oh perra! ¡Me duele el pito! – gritó Montoya, mientras cargaba a Casandra, jodiéndola por delante y sujetándola de las piernas que rodeaban su cadera.

Casandra lo único que hacía era gritar con voz aguda y abrazarlo pegando sus tetas a los pectorales de su jodedor.

Josefina gemía como la cariñosa puta que era, pues Ulises la cogía por delante, mamándole las tetas.

–¡Ay me... " uf " lleva! ¡Qué... " uf " delicia " uf "! –exclamaba ella con hermosos gemidos, quien además recibía las empresas de la pequeña Laura; Pues esta carismática muchachita le picaba con dos dedos el culo.

–Me encanta la textura de tus labios y el sabor de tu saliva –halagaba Cornelio a la moza de esbelta figura, pues mientras le picaba el orificio a Josefina, él besaba a Laurita, quien por cierto vestía su ropa entera a excepción de sus piernas, pues no llevaba falda, mas si sus azules pantaletas. Flores, la de blanca piel, también intervenía. La joven mujer masturbaba la verga de Cornelio.

–¡Oh cielos!, que cálidos son tus dedos mi pequeña –liberaba con ternura de sus labios estas palabras Josefina, al mismo tiempo que Flores, con su blanca mano masturbaba a Cornelio, tirada al suelo la rubia fémina, pues además veía por debajo de todos los pies como los dedos de Laura entraban entre las dos nalgas de Josefina y el pito de Ulises hacía lo mismo por su vagina. Cada quien estaba muy ocupado en lo suyo; todos exaltados envueltos por la fuerte lujuria. De momento hacían variantes a sus faenas; Josefina se daba la vuelta para que Ulises la penetrara por el trasero y Laura le picara la vagina; Ulises sacaba su verga por entre las dos piernas de Josefina para que Laura lo masturbara; Cornelio frotaba por encima de la blusa los diminutos pechos de la flaquita muchacha; y Flores manipulaba la pinga de Cornelio posándola sobre las pantaletas de Laura; la pinga estiraba poquito la prenda interior, metiéndose levemente cubierta por la tela en la dulce vagina de la delgada muchacha, y de repente, la linda güerita le da unos besos a la verga después de haberle dado una mamada.

Mientras esto tenía lugar, Amanda y Eurídice se besaban con dulzura y suavidad; cada una disfrutaba de los amorosos labios de la compañera querida, al mismo tiempo que Randy embestía por el que culo a una de ellas y Pablo hacía lo mismo con la otra, aunque con más rudeza. Tras esto, las dos risueñas mujeres cesaron de besarse mutuamente para besar al hombre que jodía por el culo a su compañera querida.

–Montoya... "puf"... alguno de esos estúpidos rompió un jarrón "puf" chino –señaló Casandra, la de hermosas mejillas.

–Era una imitación –contestó Montoya sin darle importancia, lamiendo el ano a la puta entre putas.

–¿Y ahora qué hacemos? –preguntó la desconcertada Azucena, observando todo con sus atónitos ojos.

–No lo sé –le contestó Clara, quien afligida, pero serena, apoyó sus dos manos en los hombros de Azucena y con queda voz añadió–: Amiga mía, ¿estás enojada conmigo?

La linda moza le contestó sin inmutarse con estas osadas palabras:

–Conoces la respuesta, que ¿acaso quieres que te la enfatice para hacerte sentir peor? –dijo así; y con seriedad y escondiendo su enojo, agregó–: Además no me llames amiga, y me encantaría que a partir de mañana dejaras de dirigirme la palabra.

Acabado el momento en que ella habló, ambas guardaron silencio. Clara no dijo ni expresó nada, Azucena se sentía rara al no recibir otra respuesta de ella más que su silencio; eso le hizo sentir rara. De momento, Azucena sintió que las manos de Clara le rozaban las nalgas. Ella se puso nerviosa y sintió mucha vergüenza; pensaba que la mujer de atrás quería disfrutar de su culo, pues a fin de cuentas acababa de manifestarle que ya no había ningún lazo de amistad que las uniera; pero quería convencerse a sí misma que esa invasión a su culo no era tal, sino que simplemente eran roces accidentales debido a su apretado acomodó; por lo cual se cayó y nada dijo. Después sintió que Clara deslizaba la mano por su pierna hasta meterse por debajo de la falda, pero seguía fingiendo que pensaba que todo era accidental.

–¡Oh carajo!, qué bien mamas la polla –le dijo Montoya a Casandra, pues ésta le hacía sexo oral mientras él yacía acostado en la cama– pero sabes –continuó–, como me encantaría estar ahorita chingándome a Azucena.

–¡Oh, te entiendo!; esa perrita sí es hermosa –admitió Casandra.

–Y su culito de mierda,¡oh joder! ¿Qué esa putita es retrasada? Obséquiame tus dos nalgas. Lo único que miro es una niña prodigio desperdiciando sus dones... ¿Y qué demonios pasa con esa Clara cretina? Es para que ya se lo hubiera chingado, quitándole la falda, el calzón, y despeinarla... ¡Pero cagada de coño! ¿Dónde putas están? ¡¿Dónde putas está ese coño?!

–Se debió haber marchado brincándose la barda para huir de nosotros –contestó Ulises quien alcanzaba a oír la conversación de Montoya y Casandra mientras hacía un 69 con Flores–. A la mierda, voy por una muñeca inflable.

Dijo esto; y se separó de la rubia jovencita, que después de Azucena, Clara y Laura, era la más joven, pues Casandra, Amanda y Eurídice y Josefina, tenían en promedio 24-25 años, aunque ésta última llegaba a los 27. Mientras Ulises se levantó, Flores no quiso perder ni un segundo, y se masturbó a la par que aguardaba. Ulises abrió el closet, y presenció lo inesperado. Azucena se le quedó viendo, enmudecida, al sorprendido joven, enmudecido también; entonces la linda moza rió avergonzada y dijo espontáneamente:

–¡Hola, que onda!

–¡¡Putas cachondas!! –gritó Pablo– ¡Estaban follando escondidas!

Azucena divagó:

–¡No... no... no... eso no... no es... es...

El inmenso Montoya retiró su verga de la boca de puta de Casandra, la de hermosas mejillas, y dirigiéndose hacía Azucena, exclamó con su voz de trueno:

–¡Perra, sucumbiste ante mis persuasiones y en este momento invade tu tierno corazón una irresistible lujuria!

Azucena, ofendida por ese malentendido, y con la mirada hacia su pecho para evitar ver la desnudez de los demás, se expresó como sigue:

–¡No!, Se equivocan todos. No estábamos haciendo nada.¡Y... y... ustedes bien lo saben!

–¡Ja! ¡Puta mentirosa! –exclamó Casandra.

–¡No, no miento! –se volvió hacia Clara y le dijo–: ¡Diles que no hicimos nada!

Clara sólo permaneció en silencio viendo a Azucena y a los demás justo a los ojos. Todos esperaban respuesta. Azucena la veía con desesperación, queriendo que corroborara que lo que decía era cierto. Y antes de que se diera una respuesta por parte de Clara, Casandra interrumpió exclamando:

–¡Oh esta puta ya me tiene hasta aquí –"corto" con sus dedos su cuello– con sus estupideces! ¡Tenemos que forzarla para que haga lo que desea!

Montoya, mirando a la espantada Azucena, ordenó sonriente con su resonante voz:

–¡Sométanla!

Pablo y Randy la sujetaron con violencia mientras ella, invadida por el pánico, gritaba así:

–¡No! ¡Suéltenme! ¡Me lastiman! ¡Por favor no me hagan nada! –y mirando a Clara le pidió auxilio con desesperados ruegos–: ¡Clara por lo que más quieras, ayúdame!... ¡Por favor amiga mía!...

Pero sus socorros eran inútiles: Casandra desgarraba su vestido sin remordimiento.

–¡Eres una linda perrita! –exclamó Pablo embarrándole saliva con su lengua por toda la mejilla.

–¡joder! –gruñó Casandra–. ¡No pongas resistencia chiquilla! –la soltó; Pablo y Randy hicieron lo mismo. Y la de hermosas mejillas agregó–: ¡Está bien, tú ganas, perra de mierda!

Con el vestido roto de la parte del pecho, y mostrando las pantaletas, pues de esa parte también fue destrozada la prenda, Azucena trataba, acomodando con sus manos los trozos del vestido, ocultar su desnudez.

–¿¡Casandra!, que no puede ser más amable con esta bella jovencita? –expresó Montoya, acercándose a la linda moza, quien llena de terror retrocedía; viendo esto añadió–: sé que te sientes ofendida, pero deja de fruncir el ceño, niña; aquí estás a salvo, lo único que vamos a hacer es enseñarte a disfrutar de la naturaleza. Tú síguenos e imita a todas estas putas pretendiendo emularlas –entonces, dirigiéndose a Clara, le ordenó–: Desvístete.

Clara obedeció, se desvistió sin peros ni reparo alguno. Y el de voz de trueno volvió a ordenar:

–Inclínate y levanta el culo –le dijo y ella obedeció–. No hay que temer, no es la gran cosa –señaló dirigiéndose Azucena, quien agachaba la mirada para no ver nada–. No te voltees chiquilla, míralo todo. Contempla como tu insigne amiga se somete encantada. Azucena, entonces, observó cómo Montoya embestía por el trasero a Clara.

Nuestra joven protagonista, observaba apenada dicho espectáculo, y Montoya el de gruesa voz, cesó la embestida, y agachándose al coño de Clara volvió a dilucidar mientras se masturbaba.

–Ésta es su puta vagina. Le gusta tener cosas adentro: dedos, pitos, lenguas, consoladores, habanos...

Entonces se puso de pie y comenzó a joderla por la Conchita, y mientras disfrutaba le preguntó:

–¿Te gusta, perrita?

–Sí –contestó ella.

–¿Por qué no se lo dices a tu amiguita?

–Azucena, a pesar de nuestras discrepancias, sabes cuando miento y cuando no... fornica... fornica...

El célebre disertador interrumpió la copula, y levantándole suavemente con la mano el rostro, le confesó a nuestra amiga:

–Mira, hermosa, en mi vida he visto pocas perritas como tú –ambos se miraban fijamente a los ojos–: con bonita cara, grandes ojos, un culo tan precioso como el tuyo que hace una combinación perfecta y singular con esas dos pequeñas, aunque firmes, tetas, ¡Ja! Y que demonios halagar de tus rojizos labios que forman una sonrisa maravillosa con esos malditos blancos dientes que tienes. Tienes un cuerpo escultural. Míralo por ti misma.

Diciendo esto, Montoya la encaminó hacia un grande espejo. Azucena levantó la mirada y constató la veracidad de las palabras de su instigador.

A pesar de que todos los días miraba su belleza a través de un espejo, esta vez quedo sorprendida consigo misma. Esa belleza no era simplemente belleza, eran más. De momento se relajó, perdió su timidez y dejó de cubrir con sus manos las desgarraduras ubicadas en su pelvis y en su busto. Asombrada y deleitada con su propio hermoso rostro, con su propia hermosa piel, con sus propias hermosas mejillas, con sus propios hermosos ojos, con su propio hermoso cuerpo, con su propia hermosa cabellera, escuchó cómo se expresaba Montoya, el de vos de trueno, con estas palabras:

Eres bonita y bien lo sabes. Nadie puede negarlo. Pero te hago esta pregunta: ¿Si tú misma estás consciente de tu sublime hermosura, no crees que eso justifica y explica la necia insistencia de follarte por parte de quien sea? Deberías de mostrarnos tu lindo cuerpo. Todos lo queremos ver; y qué mayor satisfacción para ti que satisfacer a los demás. Te lo dije antes y te lo digo de nuevo: obedece a los placeres de la voluptuosidad. Hazlo.

Entonces, Montoya cortó con sus manos estratégicamente dos partes del vestido de Azucena, de tal forma que esta vestimenta dio a parar al suelo. Contrario a lo que podría pensarse, la guapísima joven no hizo nada. Montoya se pegó atrás de ella, y acercando los labios a su oído le susurró:

–Vaya, tu culito se mira mucho más delicioso sin ese maldito vestido que lo escondía. Me imagino cómo lucirá libre de esas pantaletas.

Azucena, ufana de su hermosura, hizo una seña con su cabeza indicando que no lo haría. Él le pellizcó una nalga, y mirándola por el espejo, le dijo:

–Hazlo.

Al sentir el pellizcón en su nalga, se irguió erecta y suspiró. Montoya le bajó el calzón a mitad del trasero, y ella sin reaccionar subversivamente se lo volvió a acomodar.

–¿Qué pasa contigo? ¿No pretendes fornicar con nosotros? Lo deseas tanto, y esta oportunidad difícilmente se volverá a presentar. ¿Acaso crees que si vas a joder con otras lujuriosas personas, te van a aceptar como nosotros? No. La gran mayoría de los lujuriosos fornicadores, mancillan tu imagen en lugar de realzarla después de haberte jodido. Todos son unos ingratos que aman a la mujer mientras la fornican, pero después de haberle eyaculado en el culo, la denigran insolentemente... ¡Hijos de puta! Nosotros, en cambio, te hacemos una propuesta... bastante indecorosa... ¡Bastante tentadora! ¿Qué te provoca? ¡Ja! Sigue formada en la fila de señoritas, esperando a tu iluso príncipe azul... o escala el monte del puterio. Sólo desnúdate, y nosotros hacemos el resto.

Siendo invadida por el poder de estas persuasivos palabras, con una expresión facial nula y minada de su voluntad, Azucena se desnudó. Primero desprendió sin lentitud y con suavidad sus pantaletas; acto continuo llevó sus manos a su espalda para desabrocharse el sujetador, y simple y llanamente lo dejó caer al suelo.

–¡Oh mierda! ¡Qué mujer tan bonita! –exclamó Montoya –date la vuelta, linda perrita –ella lo hizo sin preguntar, ni hacer un gesto, ni objetar nada.

Entonces él comenzó a masturbarse mientras le veía el culo.

Era muy, pero muy distinto ver a Azucena desnuda. Su cuerpo era hermoso, difícil de describir; y siendo un escritor de poca monta, y no un elocuente poeta, se me hace difícil transmitirles con palabras la despampanante belleza de esta jovencita de quince años. No es que quiera ser blasfemo, pero me atrevo a decir que su cuerpo era casi tan hermoso como el de una diosa del Olimpo. Casi.

–¿Qué le vas a hacer? –preguntó al fin, la hermosa Azucena.

–Oh, ya verás –contestó Montoya, dejando de masturbarse y tomandola de la cintura. Y mirando sus grandes ojos agregó–: El privilegio será mío, y tan dichoso me siento que lo haré sin recato.

Entonces beso sus firmes senos, su delicado cuello, su rojizas mejillas y su tierno coño.

–¡Oh qué mujer! –dijo en cuclillas y masajeándole el muslo.

Entonces, hizo la revisión corporal de la dulce doncella. Primero hizo una inspección vaginal; le dio una lamida a la vulva y le metió su dedo índice para explorar el interior de la mujer; a la par que ella ponía de manifiesto su ligero dolor, suspirando hondamente y poniéndose roja. Después de haber insertado el dedo, y de menear un poco una vez adentro, Montoya gritó con ávida y alegre voz:

–¡Eureka! ¡Sí es virgen!

Entonces, los que follaban a la expectativa y los que habían dejado de follar para estar a la expectativa, expresaron grandes sonrisas de dicha y lascivia, y escupieron alguna palabra soez en son de refulgente ánimo.

–¿Podrías dejar de picarme? –exclamó la linda moza, denotando suavidad en su voz –. Me duele

¡Oh divina felicidad! –reaccionó con júbilo el libidinoso hombre– ¡Le duele; me encanta! ¡Hendidura estrecha y rosada, que se mofa de mi pinga diciéndole "si no me comes eres un imbécil"! –rió con la rúbrica faz, y le ordenó–: Date la vuelta.

Ella obedeció, poniendo su sublime culo a la altura de la vista de Montoya, quien al contemplar semejante monumento a la belleza, hizo un solemne gesto y besó ambas nalgas, expresando felices y fuertes "¡mmmua’s!", nalgueó el culo y aguardó hasta que la carne dejara de temblar.

–Más vale que te hayas limpiado el culo ahorita que cagaste, o lo lamentarás –amenazó Montoya, metiéndole un dedo en el ano. Habiéndolo sacado, lo olfateó y le dijo–: Tuviste suerte.

Entonces, poniéndose de pie, exclamó a los compañeros contiguos:

–Esta doncella está tan estrecha del culo, tanto como del coño, que no se cómo le hace para cagar. Pero a la mierda, calentemos este cuerpo para poderlo hacer gozar.

Habiendo lanzado al lecho del suelo a Azucena, Montoya se le echó encima, y principió el pleno goce de sus pasiones chupándole el cuello; mordisqueándole el pezón de sus pechitos erectos y firmes como dos montañas y pequeños cómo dos limones frescos; recorrió con su caliente y ensalivada lengua cada parte del cuerpo de la tierna muchachita, sus senos, su abdomen, sus nalgas, etc; masajeó, sobó y acarició sus muslos; le frotó la vulva con los dedos y chupó y lamió el delicioso coño con reconfortantes lengüetazos. Después de tanto acariciarla; picarle suavemente por aquí y por allá; chuparla por acá y por acullá; mordisquearla y ensalivarla; abrazarla y unir su cuerpo con el de ella; arrancarle un pelo del pubis; manosearla de arriba abajo y de atrás adelante; de darle con los dedos cremas deliciosas en los labios, y de ungirle chocolate en las tetas para lamerlo y ungirse asimismo en el cuello y en otras partes para que ella se lo chupara; el de gruesa voz exclamó:

–Ya fue suficiente, vayamos directo al grano y ocupemos de lo nuestro –se deslizó hasta llegar al coño de la tierna y fémina, y le dijo besándolo–: ¡Espero y estés feliz, después de quince largos años te ha llegado la hora! –entonces se puso de pie, y sujetando su verga añadió–: Mira quién va a visitar tu vagina.

Azucena vio de cerca el venoso miembro y, al compararlo con su estrecha hendidura, sintió miedo. Incluso sentía dolor cuando se metía uno de sus pequeños dedos. Un grueso y grande pene como ése le desgarraría su Conchita, pensaba ella. Montoya, cargándola con los brazos, se la llevó a la cama.

–Abre las piernas –le ordenó, ávido y lujurioso mientras ella yacía hasta atrás de la cómoda cama, descansando hombros, cuello y cabeza en la cabecera.

Ella, en lugar de acatar sus órdenes, cerró más sus piernecitas, pues el miedo le inspiraba a retractarse. Montoya, viendo que estaba muy nerviosa por ser su primera vez, le abrió las piernas, sin enojarse ni injuriarle nada. Acto seguido, se acomodó por encima de la frágil humanidad de Azucena; con los ojos encendidos de lascivia, acercó su verga lentamente al estrecho coño; y ella, invadida por el pánico, volvió a cerrar sus piernas, retorciéndose y echándose para atrás.

–¿Qué pasa contigo, puta? –gruñó el corpulento hombre, jalándola de un pie para acomodarla y abriéndole con salvaje violencia sus pequeñas piernecitas– estate quieta y prepárate para lo que está a punto de llegar.

Azucena trataba de cerrar sus piernas, pero era inútil, la fuerza de Montoya era tal, que la sometía con tremenda facilidad. Dándose cuenta que resistirse no era viable, relajó sus muslos y con desesperación trató de oponerse por la vía de las palabras:

–¡No, por favor... aún no me siento preparada!

–¡El tiempo de arrepentirse ya pasó, puta; ahora es tiempo de joder! ¡Joder!

–¡Tengo miedo!... ¿Me... me... va... ¿Me va a doler?

Al tanto que el glande le rozaba sus labios vaginales, Montoya, deseoso de fornicar, le contestó con un fuerte grito:

–Sí,¡Y mucho!

Diciendo esto, hundió su verga en el interior del tierno coño con una dura embestida; la verga se clavó profundo, explorando, merodeando, la intima cueva; entonces tal y como lo había predicho la hermosa Azucena, sintió que se le desgarraban los genitales, e involuntariamente enterró sus uñas en la espalda de Montoya y liberó un agudo alarido. Como el caballero medieval que acribilla con su espada a su enemigo, destrozándole con potencia todo el pecho con el arma punzo cortante; de igual forma, Montoya apuñalaba con su verga violentamente el coño de la linda Azucena. Ella gritaba y se retorcía sacudiendo sus piernas de un lado para otro y escurriendo dolorosas lágrimas sobre su cutis; su roja sangre se impregnaba en sus pelos pubicos y manchaba sus cálidos muslos; cada vergazo en vez de acariciar y excitar el clítoris, era una cruenta agonía.

–¡¡¡Ay... me duele!!!... ¿No podríamos parar? –gritaba ella con horrible y agudo dolor.

–Sé que te duele, chiquilla –contestó hundiendo su verga en la dulce y rosada cavidad, sujetándola con las dos manos del culo para impulsarla hacia él y chupándole las tetas–. La primera vez siempre duele; tú concéntrate en el placer en lugar del dolor y espera con ansia tu segunda vez, cuando sobre el placer carnal te hará gritar.

Así hablaba él, y le acariciaba el moreno culo a la morena belleza, mientras la perforaba con dureza sin conmoverse por los lloriqueos. Montoya se sentía realmente feliz por desflorar a Azucena; y disfrutaba a mil como su estrecho agujero le ahorcaba la pinga, la contenía y la abrazaba. El coño era ejemplar y de primera calidad, tan cálido y acogedor; exquisito y húmedo, lo cual ponía de plácemes a este jodedor invadido por una indómita lubricidad.

–¡Oh, joder, joder! –exclamaba él– ¡Este coño es tan delicioso que quisiera no correrme jamás; fornicarlo eternamente y nunca salir de la divina voluptuosidad en que estoy perdido!

Esto dijo, comenzándola a coger con tanto ímpetu que la apretó de las nalgas, atrayéndola fuertemente con sus manos hacia él, para penetrar su verga en lo más recóndito del coño, y una vez que se encuentra inmersa en la honda profundidad, sacar la verga y volverla a hundir con rapidez de la misma forma una y otra y otra vez.

De los labios de Azucena se escapaban gritos sincronizados con cada embestida. Gritos fuertes y agudos que eran un deleite para el demente follador.

Después de tanto joderle la vagina; dejándole la vulva roja y ardiendo en dolor, Montoya desenvainó del estrecho agujero su pito, empapado en sangre y fluidos vaginales. Entonces cogió del suelo el calzón de Azucena, y le limpió la sangre derramada sobre sus muslos e impregnada en los pelos del pubis.

Azucena emitía sollozos, encorvando la espalda, inclinando la cabeza y cubriendo con sus manos sus pechitos, mientras yacía sentada en la orilla de la cama.

–¡Levántese señorita –rugió Montoya, parado escasos centímetros frente a ella–, aún me queda mucha energía por gastar y a usted un delicioso culo por ser desvirgado.

–¡No, no... por mi traserito no, por favor! –exclamó asustada ella, alzando la cabeza con asombro.

–Un poco de dolor en el culo de una jovencita es indicio de su futuro puterio –dijo esto, jalándola del brazo y acomodándose por detrás de ella. Entonces añadió susurrándole en el oído: Tu culo esta tan apretado que es difícil deslizar mi pinga por ahí.

Entonces, se ungió lubricante en la pinga, y le ungió a ella en el culo también para facilitar que la pinga se resbalara con el roce del contorno de su ya lubricado ano.

Sin decir ni hacer más, la sujetó de las caderas y le jodió el sublime culo. El sufrimiento de Azucena era bárbaro: Apretó fuertemente los dientes y las lágrimas corrieron de sus cerrados ojos. Era una pequeña criatura indefensa atacada por un monstruo enorme, que gozando del placer que le daba el culo de esta delicada criatura, exclamó alzando el volumen para que lo oyeran todos:

–¡Oh mierda! ¡Este culo es formidable... que daría por joderlo todos los días!... La forma en que aprieta mi pito... estrangulándolo y dándole una satisfacción increíble!... ¡La forma en que sus dos nalgas rozan mi sensible pito... y mis dos cojones golpean en cada embestida dichas nalgas! ...¡Tu culo es cálido y exquisito jovencita...! ¡Oh, perra, permite que mi glande penetre en el abismo de tus entrañas!... ¡Deleitoso placer que debió haber sentido esa ramera lindísima de culo gordo llamada María! ¡Al igual que tú se la follaron... ! ¡Cómo quisiera hacerle sexo anal a la muy puta, y disfrutar de igual manera de su culo como disfruto del tuyo!... ¡Oh mierda, dichoso sea el que además de mí te fornique por el culo!

Acabando de decir esto, la apretó de las dos nalgas, contrayéndolas hacia el centro, para que concedieran un cálido abrazo a la verga. Retiró su miembro por unos instantes del agujero, le acarició las tetas, el abdomen y los muslos; se masturbó, y volvió a embestirla con violencia. Los gritos de Azucena no pudieron seguir siendo encerrados por sus dientes y sus lágrimas volvieron a cundir sobre sus mejillas.

–Más despacio... más despacio, te digo... –pedía ella toda adolorida. Montoya no la escucho siquiera.

–Ponte en cuatro patas –ordenó él, y ella obedeció–. Ahora abre las piernas y levanta el culo– ella acató nuevamente la orden.

Entonces se le abrió un poco más el culo, y metiéndole las manos le separó las nalgas, y comenzó a follarla en esta postura, embistiendo violentamente.

Ella lloraba como niña, y gritaba y gritaba; pero en medio de ese dolor comenzaba a brotar de su interior un ligero placer.

En ese momento llegó Casandra, la de hermosas mejillas; Azucena abrió los ojos y la vio tirada en cuatro patas al igual que ella; se inquietó al ver como la veía fijamente y de tan cerca; entonces Casandra comenzó a limpiarle a lengüetazos las lágrimas que le escurrían sobre el cutis; y habiéndole sustituido las lágrimas por saliva, abrazó con cariño a la linda y acongojada muchachita y frotó sus mejillas con dulce ternura sobre las mejillas de ella. Azucena no recibió eso como el acto de un pervertida mujer, sino como un gesto de consolador amor, y la abrazó fuertemente con una mano y le dio un beso en la mejilla, a pesar de que era esta mujer quien menos le simpatizaba y quien la había humillado horriblemente.

–Oh joder... joder... joder… deliraba Montoya mientras enculaba a Azucena– creo que me corro… me corro

Dijo, y se puso a masturbar de rodillas frente a Azucena, quien se incorporó de rodillas también. Entonces la verga hizo erupción, aventando el semen en los pechitos de la linda muchacha.

No contento con haberla follado por el ano y la vagina, Montoya empezó a acariciarle las nalgas con loca lujuria; y entonces se escuchó una voz que habló de esta manera:

–¡Montoya, deja de monopolizar ese culo; tú no eres el único que quiere joderlo!

Detuvo su empresa en las nalgas de Azucena y buscó con la mirada a quien le había proferido esas imperativas palabras. Había sido Ulises; entonces frunció el rostro con enfado, e incongruentemente, sonrió de repente y contestó de esta forma:

–¡Ulises!, tienes razón; no puedo negarlo. Y a pesar de que fui yo quien sedujo a esta hermosa chiquilla, no puedo incurrir en los errores que comete el vulgo mierda que tanto odio, ¡Ja! Sería odiarme a mí mismo; por lo tanto, tengo que diferir con ellos; lo qué significa que tengo que compartir este coño. ¿Pero que te parece si le damos un poco de libertad y dejamos que ella escoja a su próximo victimario? –entonces, dirigiéndose a Azucena, le preguntó–: ¿Quién quieres que te joda, coño?

El bullicio se armó, y todos se acomodaron alrededor de ella, dando sus razones y proposiciones del por qué los debía escoger. Lucía avergonzadísima, y mientras decidía se limpiaba el semen del busto. Aunque ciertamente ya tenía la decisión tomada.

–¡Escógeme, mierda hija de puta! –presionó Pablo.

Azucena sólo sonrió apenada, y tras recibir varios insultos, proposiciones y presiones, anunció su elección. Tenía el habla cortada de vergüenza y no hacía más que tartamudear; así que prescindiendo de la comunicación oral, señaló a Ulises, el único hombre que la respetaba y el único que le agradaba.

–¡Maldito hijo de puta, tienes suerte –exclamó Pablo.

–¡Joder! ¿Por qué no me escogió a mí? ¿Qué tienes tú precisamente? –exclamó Randy.

Los demás se dedicaron a reanudar sus actividades venéreas con las féminas mientras Ulises le daba por detrás a la hermosa muchachita. Antes de que fuera penetrada ella ya había cerrado los ojos y apretado fuertemente los dientes para afrontar el funesto dolor.

–¡Ayyy... me duele! –dijo ella.

–¿Así está mejor? –preguntó él, dándosela más suave.

Ella respondió soltando de sus labios un hermoso gemido:

–¡Sí!

Le dolía; eso era inevitable; Montoya le había machacado el culo. Pero Ulises tenía mucha consideración con ella y trataba de encularla con suavidad, a diferencia de las vigorosas embestidas de su compañero, que estuvieron a punto de romperle el culo. A pesar de que era más el dolor, Azucena esta vez sí lo gozaba, no mucho, pero lo gozaba, y además jadeaba.

–Azucena –le susurró en el oído Ulises, mientras la seguía enculando–, estás muy tensa. Relájate. Trata de contribuir a tu placer; mastúrbate.

Ella obedeció, y emprendió a picarse el coño con suavidad, cerrando las piernecitas cuando se picaba el sensible clítoris y soltando jadeos a la vez que se ponía mojada.

Entonces, de repente, mientras Ulises continuaba dándole por el trasero, la linda moza sintió un fuerte dolor.

–¡Ayyy!... ¡Ayyy!... ¡Ayyy! –exclamó ella.

Ulises mantuvo su verga en el interior del ano, aunque cesó de embestir, y le preguntó:

–¿Pasa algo?

–Sí... duele... poquito pero duele...

–¿Quieres que hasta aquí le dejemos para que reposes?

–Pues sí... me gustaría mucho eso...

Entonces la soltó y le dio las gracias. Ella lo dejó para que continuara cogiendo a otras mujeres.

Mientras nuestra protagonista se apartaba de escena, Montoya le ofrecía un trato a Laura, la pequeña muchachita.

–¡Vamos, Laurita! –decía él, ablandando la voz y hablándole con cariño–, sólo quiero que me chupes la verga. ¿No me vas a dar esa pequeña satisfacción, niñita? Ya todas me la han mamado alguna vez excepto tú.

–No, no quiero –contestó ella negando con la cabeza –me gusta pero no quiero... tal vez en otra ocasión.

–¡Oh vamos! –dijo, sacudiendo la verga, mojándole sus tetas, tan pequeñitas como un par de uvas–. He sentido los labios de todas estas putitas; ahora quiero sentir los tuyos.

Entonces, le acerco la verga y trato de metérsela a fuerza; ella cerró la boca antes de que se la metiera y volvió la cabeza mientras era ligeramente mojada en el cutis.

–¡Ay, noooo! –exclamó medio chillando con su vocecita–. ¡Es que lo que pasa es que me gusta más cuando me la das por el culo!

–¡¿Era eso, perrita?! –expresó él con asombro y alegre faz–. Después de mamarmela te encularé como nunca lo he hecho antes.

Dijo esto, Laura asintió feliz con su cabecita, y Montoya le hundió de golpe la verga entera. Laura abrió hondamente la boca para que el miembro lograra circundar sus pequeñitos labios e inició a hacer un vaivén con su boca. Cesó de mamar e hizo un gesto de disgusto mientras escurría baba de su boca, entonces frotó con su lengua la punta del glande, lo cubrió de saliva y prosiguió con la faena.

–¡Oh joder!... ¡Joder!... ¡Joder!... ¡Joder!... ¡Joder!... Chupala... Esa gota que escurre por mis cojones... lámela y pásatela... –divagaba el lúbrico anfitrión, a la par que la húmeda y cálida boca de Laura le satisfacía–. ¡Carajo!, que delicia el sentir las ricas mamadas de una muchachita de tan comunes atributos. ¡Oh mierda... haz movimientos en circulo con tu lengua... ándale, así mero... eres toda una puta con cuerpo de casta doncella.

Así le hablaba él a la pequeña Laura. Por otro lado Cornelio cogió con Flores, la de blanca piel. La fornicaba por la vagina; le abría una pierna con la mano, de tal modo que su blanco pie le pasaba a él por encima del hombro; y ella misma agitaba sus anchas caderas hacia delante y su culo hacia atrás simultáneamente para que la verga se le clavara a su gusto. Mientras su verga era alojada en esta caliente cueva y era irradiada por un placer carnal que excitaba la lujuria y las voluptuosas emociones, Cornelio le lamía los erectos pezones que nacían de sus níveos senos que temblaban de arriba abajo con aquellos movimientos corporales que acompañaban a esa fornicación. Él le acariciaba el culo con la otra mano, al mismo tiempo que continuaba jodiéndole el coño. Entonces, mientras estaba en plena fornicación, retiró abruptamente del calientito y acogedor coño su verga, y abruptamente se subió a una silla con las piernas flexionadas y comenzó a masturbarse impetuosamente después de haber desprendido el preservativo de su verga. Aventó el blanco semen sobre el suelo; Amanda y Eurídice se percataron de ello, y una de ellas gateando se dirigió hacia la mancha de semen y comenzó a lamerlo con los ojos cerrados suavemente y con tiernas lamidas como si fuera una pequeña gatita que lame la leche de un plato. En eso llegó su compañera, gateando también y moviendo la colita como otra pequeña gatita. Ambas frotaron sus mejillas mutuamente y se miraron a los ojos, se besaron y la primera le paso revuelto con saliva el semen en su húmeda boca.

Pablo cogía a Josefina en la posición del perrito. Ella estaba en cuatro patas, de rodillas, con la espalda toda encorvada horizontalmente y el culo parado; y él, agitando el pito de atrás para adelante, se lo daba por el culo y se echaba encima de ella tal y cual si fuera el propio animal. El éxtasis subía y la euforia se desbordaba. Entonces, Pablo se perdió en sus instintos salvajes, y siendo movido por la roja lujuria, comenzó a martillarle el culo con la verga cada vez más y más violentamente, hasta que como si fuera un indómito animal liberado con furia de su torturante cautiverio, propinó feroces golpes, con la mano empuñada, en la espalda de la mujer; ella gritó y azotó el suelo con su cuerpo derribado.

–¡Enfermo idiota!, ¿qué pasa contigo? –maldijo Josefina, al momento que yacía en el suelo toda irritada.

Entonces se retiró dejando solo al irracional Pablo, que todo friqueado y dándole nula importancia se presentó frente a Amanda y Eurídice y compañía para contemplar sus desenfrenos.

Amanda y Eurídice estaban echadas al suelo en cuatro patas, una le acariciaba con suaves lamidas el culo a la otra, y a esta se lo lamía de igual forma Clara, que era fornicada por el culo con vigorosas arremetidas por Randy. A la par que se armaba esta pose, cada una de las tres hembras que intervenía se masturbaba con los dedos la enardecida vagina, emitían continuos jadeos, gotas de sudor se desprendían de los poros de su piel entera y las tres le manifestaban sugerencias a quien le ensalivaba en ano y las nalgas, o a quien le empalaba por el jodible culo, en el caso de Clara. Clara era quien más esmero le ponía a sus concursos, pues tenía que aferrarse y endurecerse para no ser derribada por las fuertes embestidas de Randy, pues derribaría consigo a Amanda y Eurídice, que no se sostenían con fuerza sino al contrario alivianaban y aligeraban su cuerpo; aunado a esto, Clara tenía que cuidar que su férrea resistencia física no afectara las suaves caricias que le daba en el culo a la otra mujer. Mientras estas tres mujeres se masturbaban con delicia el mojado coño, Pablo se masturbaba la verga viendo a las tres muchachitas desnudas picando, lamiendo, acariciando, jadeando, fornicando.

Tras haber sido empalada con horrible violencia por Montoya mientras derramaba afligidas lágrimas que corroboraban su cruento dolor, y después de haber sido empalada de similar modo, aunque con más suavidad, por Ulises, Azucena, la tierna jovencita de singular belleza, suspendió el uso sexual de sus dos orificios de contigua ubicación y descanso sumergiéndose, o más bien escondiéndose, en el jacuzzi. Después de eso llegó Josefina, inmediatamente después de que fuera golpeada en la espalda por un loco; se acomodo a un lado de ella, y principió a dialogar con la muchachita, la consoló y le dijo palabras alentadoras. Y percatándose de que se la habían cogido duro, le revisó los genitales y el ano y le dio un masajeo en esas dos áreas para apaciguar el dolor. Después Josefina se retiró; y ahora Azucena era penetrada por delante por Cornelio, que obtuvo su consentimiento diciéndole que se la daría suave y señalándole que si Montoya la veía sola, aprovecharía la oportunidad para joderla con la misma fuerza desconsiderada que hace rato. La verga de Cornelio le perforaba el coño como una varilla metálica ardiendo y le avivaba las heridas que Montoya le provocó, a pesar de que se la metía con suavidad. Más aun así, el glande le acariciaba el clítoris, encendiéndole el excitante placer a Azucena, que jadeaba y pujaba conforme le daban la verga; sus gemidos eran suaves y simultáneos y fruncía la faz haciendo gestos mientras emitía los gemidos; exhalaba impetuosamente por la boca y gotas de sudor se desprendían de sus poros, derramándose sobre su cutis. La timidez de Azucena se vio interrumpida por el susto de un pellizcón que le dieron en la nalga; volteó y se percató de la presencia de Pablo.

–¡Oh que linda perrita de mierda! –exclamó el recién llegado–. ¿Qué te parece si tú le das por el culo mientras ella me la chupa? –le preguntó a Cornelio a la par que él dejaba de joderla y ella los miraba a los dos con inquietud.

–¡Quiero que esta puta aprenda a mamar una verga –la señalo dándole una fuerte nalgada.

–¡Ay! –gritó ella al sentir el golpe.

Apenas la acomodaba Cornelio para darle por detrás y Pablo alistaba su miembro, cuando ella exclamó:

–¡No, eso sí no! Me niego rotundamente... aléjate de mí –le dijo a Pablo–. Con dos a la vez no... no... no me... ¡No! Vete. Además el sexo oral es... es... es asqueroso...

Tartamudeó de esa forma Azucena; y Pablo, cabreado por el inesperado y espontáneo rechazo, vociferó así:

–¡Jodida puta de mierda, prefieres que te la den por el culo y por el coño, dónde más te duele, en lugar de por la boca dónde es igual de satisfactorio y dónde el dolor es nulo! ¡Masoquista pendeja!

Hubo hablado así, sulfurado, y se retiró; no sin antes frotarle el pene groseramente en las mejillas furtiva y rápidamente en son de injuria.

Montoya fornicaba a Casandra por el culo, dándole fuertes embestidas que amenazaban con derribarla, si es que antes no le destruían el culo. Ella gritaba fuertemente como loca; sus gritos hacían eco en las paredes; y con gemidos de puta le imploraba a Montoya que no cesara la ráfaga de vergazos.

Casandra no pudo resistir más, y azotó duramente el suelo, y volvió a reincorporarse con un indómito ánimo.

–¡Oh, testículo! –maldijo la de hermosas mejillas encendida con la desbordante lascivia– ¡Dame ahora por mi jodida vagina!

Así dijo ella, y él la tumbó al suelo acomodándola de perfil, y en esa posición se sentó él sobre su tierno muslo y empezó a joderla abriéndole una pierna en un ángulo de 90º con respecto al suelo y sujetando las manos en la pantorrilla de dicha pierna para atraer el cuerpo de Casandra hacia él y evitar que saliera disparada por las fuertes embestidas. Chingándola de esta forma, Montoya le acariciaba las tetas, o le picaba el culo, o le mordisqueaba el muslo. Por su lado, Casandra, fuera de sus cabales, vociferaba obscenidades sobre los glúteos y la vagina de la virgen de Guadalupe; pujaba como puta ninfómana; y rugía como una tigresa, torciendo formidablemente el tronco para mordisquearle los labios y el cuello a su fornicador.

De esa forma se apareaban esos dos locos amantes de los placeres voluptuosos. Parecían dos fieras salvajes peleando entre sí, devorándose, mordiéndose, tratando de arremeter el uno contra el otro para desquitar toda su feroz furia. Y jodiéndole el promiscuo coño, Montoya, agitado y con libidinosa faz, le habló en estos términos:

–¡Ahora, puta culona de vagina abierta, me vas a chupar el pito y a vas a beber a sorbos mi leche!

–¡Oh dámela, bastardo! –respondió ella encuclillada y apretando la verga con las manos –. ¡Te demostraré que así como para follar, gritar, gemir, masturbar y hacer cosas bizarras, también soy la número uno en mamarla! ¡Y oh puta mierda, chuparé, lameré, masturbaré, ensalivaré, y si a ti te es grato, me comeré la verga!

Acabando de decir esto, Casandra se llevó la verga a la boca e inicio dándole impetuosas mamadas; lamió la pinga de en medio, de un poco cerca de los cojones y de la parte del glande. Escupió en la punta del glande e inmiscuyó la lengua por debajo del prepucio para mamar la carne desprovista de la piel. Se metió la verga hasta el fondo, de tal manera que la punta traspasó la campanilla y golpeó la parte interior de la nuca, y los cojones los sujetaba con los labios, entonces ya así, acariciaba circundando con la lengua la verga que tenía inmersa en la boca y le daba besos a los cojones al mismo tiempo. Así la mamaba ella, y después de hacer un fuerte vaivén le mordisqueaba la punta, le chupaba los cojones, recorría con la lengua la verga desde los cojones hasta el glande, rozaba la lengua con sus labios en forma vertical, se la sacudía en su propia cara y ya una vez que tenía el rostro semimojado, volvía a lamer y chupar, a sorber y besar y a morder y morder.

Con la verga ya fuera de la boca de Casandra, Montoya, de pie y sacudiéndole la verga en la cara, le dijo a la puta mujer con monstruosa voz estas palabras:

–¡Oh mierda, mi verga está al borde de lanzar, no semen, sino orines; cuanto quisiera derramarlos sobre ti... y pienso que lo voy a hacer... oh sí!

Montoya hablaba sarcásticamente; Casandra lo sabía, sin embargo la puta entre putas, estando encuclillada frente a él, le contestó a gritos:

–¡Oh fornicar! ¡Tragar tus desechos! ¿Que esto es demente? ¡Meame! ¡Joder! ¡Meame! ¡Meame! ¡Meame! ¡Meame! ¡Meame! ¡Mea...!

Entonces un chorro de orines la golpeó en La cara; cerró los ojos y sacudió la cabeza como si fuera un regaderazo lo que la estaba mojando. Su rostro se empapó, el cuello, las tetas y los hombros se empaparon también. Y además abrió hondamente la boca para beber del amarillo líquido, y una vez que el chorro había cesado, lamió de sus pechos y de los demás lugares donde había sido mojada. Dándose cuenta que las gotas que escurrieron de su cuerpo formaron un charco, se lanzó al suelo, y en cuatro patas lamió con avidez cual si fuera una perra; frotó su cara contra el charco, lo trapeó con sus cabellos, y exprimiéndolos sobre su boca, volvió a beber. Después se acostó boca arriba, y manoseó sus tetas y sus piernas. Montoya se sentó en su busto, y frotándole la verga sobre sus mejillas le dijo a Casandra:

–Como me agradan tus mejillas; son hermosas.

–Ay y la verdad es que sí – se jactó ella hablando con delicadeza.

–No te burles de mí... hice lo mejor que pude ¡Por Dios que lo hice! –hablaba sola en voz alta Josefina, masturbándose frente al espejo, afligida, tímida y excitada–. No puedo ser la mejor en todo y bien que lo sabes... yo no quería hacerlo, fue Marcela la que me presionó, amenazándome con decírtelo... ¡Sí!, eso mero, no te miento, mami... pero ya no quiero ir a la escuela; no después de eso. Déjame quedarme en la casa dela abuela; me gustan los cuentos que me cuenta la abuela... ¿Qué dices?... ¿Quién te dijo eso? ...¡No, no le digas, me golpearía de vuelta; y me duele!... Sí lo sé. No es que quiera verme débil, pero cuando me echo a llorar deja de golpearme... ¡¡¡No, no, suéltame!!! ...¡¿Qué tiene de malo?! ¡¿Qué tiene de malo?!... ¡¿Qué tiene de malo?!

Continuó masturbándose y, tocándose el busto con lujuria, añadió después de que había dejado de delirar perturbada:

–¡Yo solo quería jugar!

Se le entrecortó la voz, se llevó las manos a la cara y empezó a llorar.

Ulises masturbaba su verga en el culo de Lulú, la muñeca inflable, la sujetaba de las caderas, sus pies flotaban en el aire y él se la metía por debajo del agujero; parecía gozarlo. Flores, la de blanca piel, completaba el trío; la rubia jovencita apretaba de una teta a Lulú y le mordía los pezones; después cesaba su empresa, la miraba justo a los ojos y sonriendo le decía:

–¡Me gusta más esto!, pero a petición tuya, no te lo puedo negar.

Entonces besaba a Lulú mientras Ulises continuaba satisfaciéndose por vía del inerte culo.

A un lado de ellos, a la izquierda, no muy lejos, yacían tiradas en el suelo Amanda y Eurídice; una acostada boca arriba, la otra por encima de ella, tocándose y acariciándose ambas, con cariño y con ternura. Con sus cuerpos juntos y unidos entre sí. Un muslo rozando el muslo de la otra compañera. Ambas entrepiernas íntimamente pegadas, fusionadas cual si fueran una propia. Los pelajes pubicos haciendo fricción el uno con el otro; cada pelo que nacía de la pelvis enredándose, mezclándose, relacionándose con el otro pelo que nacía de la otra pelvis. Cada pecho de ambos par de pechos, haciendo par con un pecho de la compañera. El calor de la piel incrementándose con el de la otra, cuando ambas pieles, cálidas como los rayos del sol en un gélido día, hacían intimo contacto y unían su temperatura corporal, conformando una sola. Ambas transpirando su esencia, ambas uniendo sus labios mutuamente, ambas pasando por su garganta la saliva de la otra, ambas impregnándose el sudor entre sí. Juntas cual si fueran una unidad, también se acariciaban el cuerpo, no con lujuria, sino con amor; no con pasión sino con ternura. Una mano recorría un pecho y lo frotaba suavemente a la par que la mano de la dueña del pecho pasaba ligeramente sobre la compañera, cara a su corazón, por entre una de sus nalgas y sus piernas. Las dos se acariciaban así; entonces se sentaron las dos, frente a frente y con las piernas abiertas; cogieron las dos con su mano un consolador y cada una lo metió en la vagina de la otra, y comenzaron a bombear. Las dos emitieron continuos jadeos, hasta que expelieron de su vagina sus jugos y gozaron del placentero orgasmo.

Casandra vivía una de las fornicaciones más salvajes; y como ella me lo dijo en una ocasión: "el más lascivo sueño de toda mujer": era penetrada por todos sus agujeros y manoseada por todo el cuerpo.

Montoya, como un cabrón encolerizado que arremete con su cabeza contra la cabeza de otro cabrón y trata de acometer con toda la potencia que le dan sus pies al correr movido por sus instintos animales, con igual fuerza penetraba la vagina de la ramera Casandra.

Al mismo tiempo, Laura, la bonita moza de delgada figura, se entretenía picándole el ano. Como le fascinaba picarle el culo a las mujeres, en especial si éstas eran ya unas adultas. Le metía uno de sus delgados dedos, y entraba con tremenda facilidad sin tocar siquiera el contorno del culo. Después le metía otro, y luego otro, y no le sorprendía que le entrara el puño entero, pues sabía que Casandra se metía cualquier grueso y hondo objeto para picarse; e incluso era de todos conocido que había sido jodida por perros, e incluso una vez por un caballo. Después le mordía el culo y metía su lengua dentro del agujero; lo ensalivaba y proseguía metiéndole dedos.

Casandra a la vez masturbaba con una mano la verga de Pablo; estaba tan alocada y dominada por la fuerte lujuria, que por instantes se le olvidaba lo sensible de ese órgano y lo agitaba tan, pero tan, vigorosamente que casi desprendía todo el prepucio de la verga; entonces Pablo la castigaba dándole un fuerte golpe en el abdomen. Además con la otra mano masturbaba a Cornelio.

La guapa mujer de rojas mejillas, encorvaba la postura, pues con su húmeda boca le chupaba la verga a su querido hermano. Randy la amaba como hermana; ambos se amaban como hermanos, pero aún así ambos disfrutaban de fornicar entre sí. Preferían hacerlo con otras personas. Pero una vez que ambos no tenían ninguna pareja sexual, Casandra le sugirió a Randy que se la chingara, él, consumado por un asesino deseo de joder, aceptó, y se cogió a su hermanita de, entonces, quince años. Se la cogía por todos lados y de todas formas, mas nunca por la vagina.

Casandra le mamaba la verga a Randy y constataba, como lo había dicho, que era una mamadora profesional de pingas. Ella, completamente fuera de sus cabales, rugía como una tigresa, e igual de feroz le ensalivaba toda la verga y continuaba mamándola con tremendo salvajismo como si quisiera devorarla... bueno de hecho eso quería. Y seguía el par de hermanos disfrutando, unidos, de los placeres de la lujuria. ¡Ja! ¡Degenerados sinvergüenza!

Al mismo tiempo, a un lado de Montoya, que fornicaba la vagina, estaba Flores, en cuclillas y estirando el hermoso cuello, mordisqueándole y chupándole los pezones a Casandra, guapa y puta. Parecía una pequeña ternera que muerde y chupa con ansia las tetas de su vacuna madre para beber de la blanca leche.

Clara, por su parte, también contribuía a la par que todos jodían a la misma puta; la tierna muchachita le manoseaba las nalgas, o le frotaba un pecho y se lo mordía también, o le sobaba los muslos.

Y por si no fueran pocos los fornicadores, Ulises, queriendo dar de su parte también, se inmiscuyó en el desmán. Casandra por momentos dejaba de mamar de la verga de Randy para hacer lo mismo con Ulises, después este último se iba atrás y frotaba su miembro en la nalga derecha de la puta entre putas, y también por momentos merodeaba alrededor de las demás mujeres y les agarraba las tetas, les frotaba el culo, les sobaba las piernas etc.

Y así, toda esta multitud se divertía al mismo tiempo con una sola mujer: Casandra, que gritaba como grita una perra a la que golpeas con duras patadas en la cara; sus alaridos resonaban y hacían eco en los oídos de todos. De repente trataba de articular una palabra o frase, y antes de que terminara ya articulaba otra por reacción a la empresa de una de las tantas vergas que tenía adentro. Las embestidas, los pellizcones, los piquetes, los manoseos, las mamadas, las caricias, etcétera, eran tales, que hacían que se desbordara la lujuria, que se exaltara, que perdiera la cordura, y que se agitara de un lado para otro como si fuera un caballo bronco que da patadas con vigor y se sacude impetuosamente. Además, envuelta por la locura, mordía los cojones, y con los dientes les arrancaba pelos pubicos a Randy y a Ulises, cuando éstos se turnaban para que se las mamara. Y así, perdida en ese desenfreno, Casandra sentía traspasar duramente la verga de Montoya por su vagina, al mismo tiempo que le mamaba la verga a Ulises o a Randy; que masturbaba dos vergas; que sentía el puño de una jovencita hundiéndose hasta su intestino grueso; que sentía mordisqueos y mamadas en una teta y apretones en otra, y manoseos y caricias recorriendo toda la extensa piel de su cuerpo.

Cuando estaban a punto de llegar al clímax, las cosas se pusieron... ¡caóticas! Montoya, con los ojos rojos, las emociones excitadas en furor y con el rostro demente, bramaba al mismo tiempo que aumentaba la rudeza de sus embestidas. Él... él ya no parecía un humano.

Todos mugían, jadeaban y sudaban a la vez que jodían. De un instante a otro la excitación aumentó, y todos empezaron a ponerle más esmero sus tareas.

Montoya y la pequeña Laura perforaban con más vigor, y sobre todo rapidez; Casandra chupaba vergas con bárbaro ímpetu; chupaba una y a los cuatro segundos, chupaba la otra y en el mismo tiempo emprendía la primera de vuelta, y así le seguía; Flores y Clara se hincaban a sus pies, y la rubia de lindo cuerpo recorría con su lengua desde los pies hasta la nalga de Casandra, y la otra le mordía los dedos de los pies y las rodillas. La mano de la bella puta aceleraba los movimientos masturbatorios que le imponía a la verga de Pablo.

Entonces, cuando la bomba de enardecida lubricidad amenazaba con explotar, y cuando todos estaban a punto de asesinar a Casandra, bonita como puta, de un descomunal y salvaje placer, Randy retiró y masturbó su verga, y dijo:

–¡Ay, hermanita, voy a mojar tus ojitos de puta!

Y así lo hizo. La bañó con su leche sobre los ojos; ella los de cerró y el chorro la golpeó sorpresivamente. Randy fue el primero en correrse sobre Casandra, pero rápidamente lo segundó su compañero. Casandra se abalanzó como un perro bravo sobre la verga de Ulises y comenzó a masturbársela con los dientes.

–¡Me corro, me corro! –gritó él, pero ella no lo dejó, y el semen empapó su boca entera... Le quedó toda blanca, y se tragó un poquito; el resto le escurría por los labios, la quijada y el cuello.

Montoya fue el tercero en venirse; se corrió sobre las tetas, el cabello y, antes también, sobre los pelos púbicos y en el abdomen.

Todos se apartaron de Casandra y empezaron a masturbarse; todos se corrieron, inclusive las mujeres. Clara se picaba el coño con tanta rapidez e ímpetu; estaba sentada en el suelo con las piernas abiertas y jadeando y jadeando. Casandra se acostó boca arriba teniendo la cara por debajo del coño de la amiga predilecta de Azucena; entonces bebió los jugos de Clara.

Tal y como dije, todos se vinieron sobre la mujer de mejillas hermosas –sobre su cara principalmente, otros sobre otras partes de su cuerpo–. Flores le pasó sus jugos de vagina a vagina y Pablo eyaculó en su culo y después le orinó una pierna.

Al final, Casandra terminó con la cara toda empapada por todas partes. Las gotas de leche le escurrían por el cuello, las tetas, los hombros y demás partes del cuerpo. Estaba mojada también de las piernas, el culo, el pubis... Ella entonces exhalaba suavemente y sonreía con ternura. Y estando sobre el suelo en cuatro patas y con el culo parado, llegó Pablo y se montó sobre ella para joderla en la posición que más le gustaba a él: la del perrito. Todos se apartaron para continuar fornicando. La orgía aún no había terminado.

Nadie se sentía lo suficientemente exhausto para darle fin a esta proeza. Hubo más orgasmos, enculadas, felaciones, cunnilungus, tríos, cuartetos, masturbaciones, intercambió de fluidos y un largo etcétera de pasiones extravagantes.

Un fétido olor a semen se olfateaba desde cualquier lugar. A lo lejos se oía el sonido de Clara chupando una polla. El recuerdo de una verga abriéndose paso entre las piernas y hundiéndose en la vagina, tendrá lugar en los recuerdos más memorables en la mente de Azucena. Las blasfemias contra Dios, Jesús, la Virgen y los Santos, se escuchaban cuando los pensamientos más obscenos se revolvían en la mente de los voluptuosos. Las gotas de fluidos vaginales impregnadas en un crucifijo, todo porque la muy puta de Laura quiso masturbarse. Los sollozos emitidos por las muchachitas que era por fornicadas con rudeza. La lascivia se olía y se sentía por doquier... Era para ellos una experiencia sensual, placenteramente sensual.

Josefina le chupaba el pito a Montoya, y Laura, hincada al igual que Josefina, le chupaba los cojones. Ellas estaban calientes, pero calmadas; y Montoya, en cambio, estaba encendido y con la lujuria a mil; como siempre.

–Oye, mija, estás muy falquita, tu cuerpo es hermoso y tu cara es muy bonita –halagaba Josefina a Laura con cariñosas palabras, mientras le tocaba suavemente con la mano el rostro–. Dame un beso, preciosa. Damelo.

Laura obedeció inmediatamente sin objetar nada ni poner reparo alguno.

–¡Sigan chupando, putas! –ordenó Montoya dominado por la fuerte lujuria–. ¡O queréis que os dé unas buenas patadas en el estomago!

–Vamos, Laurita, sigamos deleitando nuestros labios con esta verga prieta –añadió Josefina–. Las dos la mamaremos al mismo tiempo, enredaremos nuestras lenguas alrededor del glande mientras ambas tenemos la misma verga en la boca; la ensaliváremos y ambas nos daremos tiernos besos; todo a la vez que tenemos, las dos, sumergida en la boca esta erecta pinga. A trabajar.

Laura acató lo que Josefina dijo al pie de la letra y ni siquiera hizo una sugerencia, pues veía a Josefina como una mujer muy asertiva y un tanto autoritaria; sin olvidar que era mucho mayor que ella.

–¡Oh... mierda... que bien la maman, putas; que bien la maman! –exclamaba el loco de Montoya mientras las mamadas de esas dos mujeres lo excitaban. Y entonces, ufano, exclamó alzando la voz y con un tono mordaz–: ¡Ja, ja, ja, ja, ja...! ¡Oh, señor, te doy las gracias por todas las satisfacciones que me brindas y por todas las acciones que me permites hacer... ¡Se cumple tu voluntad! ¡...Oh y por favor, señor, tráeme más prostitutas y legaliza la hierba!... ¡Este mundo necesita un exorcismo! Hay gente en demasía que no comprendo por qué los trajiste! ¡Asesínalos por mí! –y luego mientras Josefina lo masturbaba añadió–: ¡Ja, ja! ¡Tú no puedes inculcarme una puta mierda, porque yo no te doy poder! ¡Yo sí puedo cambiar este mundo, porque a diferencia de ti yo soy real! Oh... y ni siquiera eres capaz de impedir que mis pensamientos atraviesen la mente de esta mujer –apuntó a Azucena– ni la de cualquier otro jodido retrasado!...

Mientras Josefina masturbaba a Montoya, Laura masturbaba su pequeño coño, excitándose con las blasfemias que vociferaba el de voz de trueno.

Pablo jodía el culo de Clara. La hermosa jovencita se percató entonces de la soledad de Azucena; y al verla solita en un rincón, toda avergonzada, pusilánime, encuclillada y cubriendo su desnudez con sus manos, se le afligió el corazón. Retiró su culo de la verga de Pablo y acudió a ella.

–¡¡¡Hey, ¿adonde vas, pinche puta?!!! ¡¡Vuelve, perra!!

Clara nada contestó y siguió caminando.

Ya hacía unos minutos que habían dejado de tocar a Azucena; pues aunque les encantaba coger con la bella joven, se compadecían de ella, y a pesar de que estaban locos, no eran estúpidos, así que la dejaban en paz, no fuera a ser que de algo los acusara.

Azucena alzó la mirada y vio a Clara encaminándose hacia ella. Entonces se puso nerviosa; no sabía que hacer ni que decir. Así de repente la habían desflorado públicamente; varios habían tenido sexo con ella y varios le habían hecho sexo anal; todo enfrente de la muchacha que bien conocía sus prioridades y su forma de ser, y justo unos días después de que le había afirmado que nunca se sometería a esas sensualidades.

–Hola, ¿cómo estás? –preguntó Clara, encuclillada y sonriendo trémulamente.

Azucena intentó responder, pero no pudo articular ningún fonema.

–Sé lo qué sientes, amiga, realmente lo sé –dijo Clara al ver como su tímida compañera se le dificultaba entablar la conversación–, y te juro que mañana en la escuela nadie se va enterar. Nadie.

–Gra-gra- gracias –contestó ella recuperando la capacidad del habla– yo-yo te lo agradezco mucho...

Esa última palabra hizo brotar una chispa de felicidad en el interior de Clara, conmocionándole el animo. Ninguna de las dos compañeras supo como continuar con la platica; las dos tenían muchas cosas que decirse, pero ninguna sabía de que forma expresarlas o como hacerlo sin herir la sensibilidad de la otra; viéndose ambas atrapadas en esta encrucijada, enmudecieron y no expresaron sus recíprocos sentimientos. Pero entonces Clara, dejándose llevar por un impulso emocional, así de repente exclamo en su interior con esta espontánea expresión:

–"¡Al demonio!"

Y le robo un beso a su más estimada amiga. Acto continuo, retiró sus labios de los labios de Azucena; pues fue notoria la frivolidad con que ella recibió el beso, ni siquiera movió un músculo de la cara. Clara miro fijamente a Azucena, quien estaba estupefacta y toda pasmada. Clara, entonces, manifestó con su rostro un miedo y vergüenza indefinibles, pues temió que esta acción nunca se la perdonaría su compañera. Instintivamente trató de disculparse o decir algo en su defensa, pero se vio imposibilitada; estaba tan nerviosa que ahora era ella la que no podía articular palabra alguna. Azucena no iba a dejar las cosas así; iba a responder, y todo indicaba que la respuesta no iba a ser nada agradable para Clara. Pero una vez más, la casta muchacha volvió a sorprender. Azucena, con audacia, sin pensarlo y rápidamente, le dio un sublime y pasional beso a Clara, su bella amiga. Esta popular muestra de afecto hizo que ambas jovencitas sacaran a relucir todas sus intimas emociones, y después de tantos segundos de compartir fluidos bucales, Azucena retiró con lentitud sus labios de los labios de su amiga.

Clara, muy confundida y desconcertada, aunque serena y alegre, le preguntó a su amada compañera:

–Azucena... tú... ¿Por qué? No-no lo entiendo.

La cuestionada jovencita suspiró, y dulcemente con sus rojos labios pronunció sinceras palabras que expresaban sus sinceros pensamientos.

–Querida amiga mía, ahora sé bien cuales son tus propósitos y cuales cosas son las que te placen; es por eso que te di el beso que acabo de darte; pues si hace unas horas tú intentaste dármelo a riesgo de perder nuestra amistad, ha de ser por qué fervientemente lo deseabas; ahora estoy dispuesta a hacer lo qué te plazca, no importa que me agrade poco; con tal de que nuestra relación amistosa siga a flote.

Terminando de hablar de esta forma, azucena liberó tiernas lágrimas de sus ojos y Clara la envolvió con un patético abrazo.

Azucena, mientras continuaba llorando como una niña, con estas palabras le habló a Clara:

–¡Clara, te quiero mucho! ¡Si pudiera retirar lo hecho, lo haría! ¡Discúlpame por haberte abofeteado; yo... yo-yo no-no no...!

–Ya, está bien; quien debería disculparse soy yo –dijo Clara, mientras con sus manos la sujetaba de sus hombros–. ¿Quieres que te lleve a casa?

Preguntó así. Después le limpió con un dedo las lágrimas.

–No –contestó Azucena.

–¿Estás segura?

–Sí. Quedémonos un rato más. Aprovechemos el momento; porque tal vez mañana la oportunidad no se presente, y es mejor hacer las cosas cuando se tiene la oportunidad de hacerlas.

A lo lejos, Montoya quien follaba a la pequeña Laura por el culo y de momento le daba la pinga por la boca a Josefina, le expresó a estas dos féminas esto:

–Desaprobaran que un servidor se conmueva. Pero déjenme decirles que ese es el acontecimiento más hermoso y sublime que jamás haya presenciado: Dos hermosas jovencitas de quince años desnudas, disfrutando de los goces sensuales mutuamente, sin lujuria... ¡En fin, continuemos fornicando!

Azucena estaba de pie, y Clara encuclillada frente a ella le lamía el coño con cálidas lamidas; pues Azucena había accedido a ello para complacerla.

Ella ya se sentía más a gusto; la tensión y la ansiedad habían desaparecido; ahora sólo se quedaba quieta mientras Clara le comía el coño. Le gustaba mucho como su amiga jugaba con su coñito a través de lamidas y mordidas; aunque no se lo confesó.

–¿Te gusta? ¿Se siente rico...?

–Sabes, las cosas que dijo tu amigo realmente me hirieron –dijo Azucena con el afán de cambiar el tema–, me hicieron sentir humillada. No tiene consideración con los demás al expresar sus sentimientos; es demasiado cruel. Y por su culpa ya estoy empezando a dudar de Dios y de todo lo demás. Se me es difícil aceptarlo, pero a ti te lo puedo decir con un poco más de seguridad.

–Tú no te preocupes –le contestó al mismo tiempo que le lamía como perrita el coño y le agarraba las nalgas–; después hablaremos sobre ello cuando estemos más tranquilas; y esa misma tranquilidad te hará ver las cosas como son y no como tú quieres que sean. Eso sí, te prometo y aseguro que te dejaré tan convencida de inexistencia de Dios y de lo nefasto de religión, que no cabra duda en tu mente; y ya teniendo la certeza de todo ello, harás cualquier herejía y blasfemarás cuanto quieras sin que te remuerda la conciencia, y comprenderás el por que de nuestras blasfemias. Te convertiré en una atea, querida, lo juro por mi culo.

``Pero al demonio –continuó poniéndose de pie y manipulando las manos de su amiga para ponerlas en sus morenas nalgas–; este no es el momento oportuno de dar discursos sobre ello. Cada célula, tejido y órgano de mi cuerpo, arden del placer que les excita el simple hecho de contemplar con mis ojos tu cuerpo desnudo y hermoso; y me mata una ansia asesina que apetece sentir el intimo y sexual contacto de tus piernas, nalgas, tetas brazos también y de toda la totalidad de tu áureo cuerpo.

–Esta bien –contestó Azucena sonriendo–, pero deja los halagos. ¡Sabes que me sonrojan!

Dijo así, y naturalmente se ruborizó. Clara entonces le dijo:

–Hagamos un 69.

–¿Qué es eso?

–¡Sí que eres ingenua en lo concerniente a esto! –exclamó con dulzura–. Acuéstate boca arriba.

–¿Y ahora? –preguntó una vez acatada la petición.

–Mámame el coño mientras yo hago lo mismo –respondió Clara cuando yacía encima de ella, con la vulva y el trasero sobre la cara de Azucena y con su boca en la entrepierna de la misma.

Clara inició a mamarle a su amiga el coño, tan dulce como la más dulce de las mieles. Azucena, por su lado, le daba corte empezar su trabajo, pues hasta el momento no había puesto esmero alguno en darle placer a la otra persona con la que jodía; ella sólo se había quedado quieta, sin hacer nada y dejando que le hicieran cualquier cosa; además, pensaba que iba a hacer todo mal y que no iba a satisfacer a Clara como Clara la satisfacía a ella; eso sin hacer mención que su inocencia y su castidad le prohibían hacer algo tan impío que la hacía ver como una puta indecente. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás; y bien lo sabía.

–¿Pasa algo, Azucena? –preguntó Clara, y con un dejo de tristeza añadió–: ¿No-no quieres probar mi coño?

Quedo silenciosa por unos segundos, dudando y cuestionándose en su interior.

–¡Sí, sí quiero! –contestó al fin.

Acercó su boca al coño de su amiga con lentitud e inseguridad, y cuando hubo tocado con la punta de su lengua la textura externa y húmeda de los labios vaginales, se retiró de los genitales y volvió a dudar. Suspiró, agarro valor, y cerrando sus ojos aproximó su boca al coño, y con su lengua rozó el contorno de la hendidura. Al principio lo hacía todo con mucha frivolidad e ineptitud, pero luego, las caricias que imponía sobre su coño su amiga Clara, eran tan placenteras y satisfactorias que la excitaron pasionalmente y la alentaron a hacer su rutina con más dedicación, y la tranquilizaron de tal forma que en su cabeza sólo se revolvían pensamientos eróticos y amorosos y su corazón le excitaba emociones fogosas y dulces. Todo esto alejaba la ineptitud y la inseguridad y la movían a hacer las cosas con el afán de hacerlas como Clara quería que se las hiciera. Entonces, la tierna Azucena con su ternura le acariciaba el coño con su lengua y sus dedos, tratando de imitar lo mejor que pudiese a su amada amiga.

–¿Quieres que te muerda la vulvita como tú me la muerdes a mí? –le preguntó Azucena.

–¡Sí!... ¡Ay! Qué bien lo haces... "puf"... ¡que bien lo haces! ¿Ya te dije que tu... "puf"... cuerpo es hermoso?... "puf".

–¡Sí...! –dijo derritiéndose y ruborizada; y aun más ruborizada le devolvió el cumplido–: tú también eres muy bonita, Clara... Oye... es un poquito desagradable el sabor de la vulva.

–Sí, poquito.

Después de tanto acariciarse el hoyito recíprocamente, las dos jovencitas emprendieron sus concursos en otra empresa.

–¡Tu culo es un paradigma de la belleza en su máxima magnificencia! –le dijo Clara a Azucena mientras le metía un consolador en el ano.

Azucena estaba de pie, y Clara, encuclillada por detrás de ella, le picaba el culo con audacia. Primero se lo ensalivo minuciosamente con su lengua, y una vez que ya había empapado por entero hasta el último rincón del suculento culo, le dio unos pellizcones y unas nalgaditas, después mordió con suavidad cada glúteo y metió su lengua hasta el abismo del culo y la movió de cierta forma que le provoco cierto cosquilleo; tras eso le insertó un consolador y bombeó.

–¿Te duele?

–No.

–¿Segura?

–Segura.

Entonces cogió otro consolador de otra medida más grande, y también se lo metió en el culo. Esta verga artificial que sustituía la función de una real, penetraba su culo majestuosamente y le infundía un excitante goce. La manera en que se abría paso por su agujero y le rozaba las nalgas, estremeciéndola, haciéndole sentir que su sueño de ser jodida por el trasero se hacía realidad. Cierto, ya se la habían tirado por el culo con vergas de verdad. Pero esas vergas no cumplieron las expectativas que tiene toda doncella antes de su primera enculada. Así que se imaginaba que esta era la primera vez que se la daban por detrás y que su sublime culo estaba siendo despojado de su virginidad. ¡Ridícula como siempre!

Entonces ya no pudo seguir con el teatro, y manifestó externamente la delicia que sentía. Arqueó su espalda, levantó la cabeza, cerró los ojos y jadeó y volvió a jadear, exhalando por su boca todo el disfrute que vivía.

–¿No te duele? –le preguntó Clara.

–No.

–¿Quieres que te meta uno aún más grande?

–¡Sí, "puf", daaamelooo... "puf"... "puf"...!

Entonces le metió el otro consolador; con más cuidado, pues le entraba con dificultad. Los demás eran relativamente pequeños; para culos de niña, por así decirlo; este era uno normal, del tamaño de una verga promedio.

–¿Te duele? –le interrogó Clara.

–Sí, poquito.

–¿Quieres que te la saque? –le preguntó, dejando de bombear y hundir.

–No... pero haz todo con suavidad.

–Así lo haré.

Entonces, a la vez que Clara continuaba metiendoselo, Azucena, mientras estaba perdida en un agradable placer, irrumpió con un fuerte grito:

–¡¡Ay!! ¡Duele, duele...!

Clara retiró instintivamente el juguete y preguntó:

–¿Quieres que hasta aquí le dejemos?

Ella asintió.

Después, ambas se sentaron en el suelo; una frente a la otra y con las piernas abiertas. Puestas ya en esa posición, cada una de ellas le masturbaba el coño a la otra. Ambas lo gozaban. Los piquetes que le imponían los dedos de Clara a Azucena, le infundían el más vivo de los placeres que jamás había sentido; su clítoris estaba todo erecto y su vagina humedecida y al borde de estallar.

Al tiempo que ambas se masturbaban mutuamente con cariño y que gritaban impulsadas por una satisfacción desmedida, Azucena, la de singular figura y que deleita la pupila de todos con la hermosura de su culo, le expresó a su amiga esto:

–Clara, "puf"... sé que no "puf" es el momento apropiado de decírtelo... "puf"... pero déjame decirte lo mucho, mucho, que lamento haberte "puf" abofeteado... yo "puf"...

–Tienes razón "puf"... no es el momento; es el momento de disfrutar tu delicioso manjar.

Dijo, y prosiguió masturbándole el coño a Azucena, quien también prosiguió haciendo lo mismo.

Mientras Clara le hundía los dedos en su tierno coño, un torrente de placer le estremeció el cuerpo entero; comenzó a jadear con tanta rapidez que un jadeo se empalmaba con otro; Clara entonces le picó con más avidez y destreza, y en instantes retiró los dedos del orificio de Azucena; entonces el impetuoso frenesí le erizó todos los pelos del pubis; y con estupor bajó la vista, y contempló su coño que palpitaba cual si tuviera vida propia. Entonces su vagina escupió los jugos blancos y viscosos con potencia; empapando así el suelo con el diáfano líquido que preside al éxtasis carnal en demasía en una mujer.

Una vez que hubo esto sucedido así, azucena emprendió a suspirar honda y profundamente, presenciando la mancha blanca en el suelo; levantó la mirada, la fijó en su compañera, y ambas se sonrieron. La calma y la tranquilidad sobrevinieron y se adueñaron de ella.

Ya no tenía nada que hacer allí. Azucena no tenía ni idea de cómo se las iba a ingeniar para salir; no tenía vestido con que vestir, pues el suyo fue destrozado por la demente Casandra, que en un intento por obligarla bajo coerción a yacer en el lecho de la lubricidad, perdió los estribos y se lo asoló con las manos. Pero este problema y su resolución no ocupaban los pensamientos ni los apeteceres de Azucena ni de Clara; lo único que querían era acostarse juntas en el mismo lecho.

Y así lo hicieron. Se salieron del aposento donde los voluptuosos se divertían, y se dirigieron a otro. Se acostaron en una misma cama, y mientras yacían bajo las sábanas, con sus cuerpos apiñados y abrazadas la una de la otra, platicaron de muchas cosas y se confesaron otras tantas. Después de un buen rato, volvieron al otro aposento, en el cual el licencioso desmán ya había finalizado. Todos acordaron en que pasarían la noche (o los instantes que restaban de ella) ahí mismo, para en la mañana y después del desayuno, reanudar la misma disoluta empresa. Clara y Azucena se negaron, naturalmente. A ellos no les pareció; mas no objetaron nada, pues estaban concientes de que probablemente les esperaba una buena tunda; ya que podían pernoctar en una casa ajena, pues tenían la propia, y ellas si dependían de una familia al cien por cien, debido a su joven edad. Siendo esto así, las despidieron deseando verlas pronto; y Josefina le regaló a Azucena un vestido 2 veces más elegante que con el que llegó para que vistiera su hermoso cuerpo. Además de eso también la dotó de cuantiosos regalos, disculpándose por la actitud de Casandra y por todas las perniciosas injurias en que incurrieron todos.

Entonces, Azucena partió holgada de ese edificio; pero no iba sola pues la acompañaba Clara. Ambas mozas optaron por caminar en lugar de llamar a un taxi; y se dirigieron a sus respectivas casas; hacia el oriente; donde se perfilaba a despuntar la aurora.