La ayuda equivocada (Clara 4)
Ese día sábado me desperté más excitada que de costumbre, o quizá simplemente más estúpida, la noche anterior con toda cautela había robado ropa de mi hermana, un vestido verde de cierre completo al frente que mi mamá le había confeccionado ella misma, yo amaba ese vestido porque me parecía muy retr
Ese día sábado me desperté más excitada que de costumbre, o quizá simplemente más estúpida, la noche anterior con toda cautela había robado ropa de mi hermana, un vestido verde de cierre completo al frente que mi mamá le había confeccionado ella misma, yo amaba ese vestido porque me parecía muy retro, como una especie de vestido futurista de esos que usaban las modelos de los 70, además que ya en varias ocasiones me lo había probado y me encantaba como se me veía, incluso dentro de mis calenturas siempre dije que a mí me iba mejor que a ella.
No conforme con eso también había saqueado ropa interior, ni siquiera ropa sexy, sencillamente ropa interior, pantaletas más cercanas a niña que a señorita, y un corpiño del mismo estilo, salí a la calle con la intención de ir a un hotelito cercano a la casa a dar rienda suelta a pretender ser niña y quizá, que alguien galante y guapo me convirtiera en mujer.
Y es que, creo que en algún punto nos pasa a todas la personas que sufrimos con la disforia de género, porque la concepción machista del lugar de la mujer que se nos inculca desde temprana edad, nos hace confundir en la adolescencia que la femineidad es sinónimo de entrega, sumisión y cuando no de adoración al hombre.
Llegué extremadamente nerviosa y excitada al hotel, pedí una habitación y es aquí donde caigo en cuenta del riesgo estúpido al que me había aventado, evidentemente la recepcionista del hotel, me pidió una identificación que acreditara mi mayoría de edad, (la que evidentemente no tenía), supongo que no pretendía permitir que tuviera a mi edad un encuentro con algún pedófilo que me hubiera citado ahí, hasta ahí mi excitación había cambiado a miedo pues alegó no dejarme ir, en su afán de “ayudarme”, pidió la presencia de una patrulla para que me llevaran a mi casa.
Incomprensiblemente la patrulla llegó relativamente rápido como unos 10 minutos, al llegar los policías me “aseguraron”, y me llevaron al estacionamiento del hotel, y en tono paternal me hicieron demasiadas preguntas, desde mi edad, porque lo hacía, y quien me “regenteaba”, yo negué todo y casi llorando alegué que solo quería pasar una tarde a solas porque en mi casa no tenía privacidad, evidentemente no me creyeron nada, y quitándome la mochila procedieron a revisarla.
El débil argumento que había esgrimido se desmoronaba completamente a medida que sacaron el vestido, las pantaletas el corpiño, y cambiando el tono de voz de paternal a perro en celo, uno de ellos se limitó a exclamar “mira nada más como te venden” yo me solté a llorar, les supliqué que me dejaran ir, que no quería prostituirme que sencillamente tenía la curiosidad de vestirme con esa ropa y que se me había ocurrido que ese ambiente sería seguro, un silencio incomodo se hizo en ese estacionamiento el otro policía me ordenó que le demostrara que me gustaba ponerme eso y que me dejarían ir en ese momento tuve más miedo que vergüenza, así que con la estupidez adolescente me subí a la parte trasera de la patrulla y me comencé a vestir, supongo que vieron todo el ritual de vestirme aunque no me animé a voltear mientras lo hacía, pero apenas hube terminado de ponerme las zapatillas, uno de ellos me ordenó bajar de la patrulla el otro policía me ordenó tajantemente en un tono que dejaba claro que no podría negarme que caminara un poco “así vestidita”, la respiración comenzó a acelerarse mientras comenzaban a hablarme en tonos que intentaban ser amorosos, tratándome de beba, de amor, el policía que me ordenó modelarles el vestido se abalanzó a abrazarme y mientras acariciaba feamente mi trasero y mis piernas, me preguntó que si quería sentirme “mujer”?.
Casi llorando y forcejeando le dije que no en un tono suplicante, acercando sus labios a los míos intentó robarme un beso al que no cedí, y a pesar de no haber abierto mi boca mientras me la comía pude palpar su asqueroso aliento, enojado por no querer besarlo, me arrodilló enfrente de el, bajó su cierre sacando su pene, me pegó un grito ordenándome que me la metiera a la boca alegando que si no me gustaban sus besos, iba a aprender a que me gustara su verga.
Atiné a ganar tiempo tomándola con ambas manos, masturbándolo, el olor a orín me era desagradable, era un hombre sucio, tosco y para nada mi prototipo ideal de primera vez, apenas le masturbaba tímidamente y el ya bufaba como el cerdo que era, tras un momento, me volvió a gritar y a pegarme una bofetada que me dolió hasta el alma, ordenándome que no me hiciera pendeja y que se la chupara, sobándome del golpe, saqué mi lengua y comencé a lamerle su tronco, la punta me daba asco por el olor, y fue ahí cuando la recepcionista apareció en el estacionamiento del hotel, acompañada de uno de los empleados del hotel, interrogándoles que hacían, los policías entraron en un shock de nervios abordaron corriendo la patrulla y saliendo por velocidad, antes de salir del estacionamiento, tiraron mis cosas al piso, yo solo atiné a correr a recogerlas y salir corriendo de ese hotel del que no quería saber más.
Llegué al camellón donde había una cancha de futbol rápido, por fortuna desocupada en ese momento, sobre las pantaletas me puse mi pantalón y mi camiseta de niño, y me dirigí golpeada y llorando a casa intentando pretender que nada pasó.