La ayuda de tita Marta

Eduardo necesita la ayuda de su tía y de su madre.

Cuando Marta escuchó de su cuñada aquellas palabras simplemente no lo podía creer. María era hermana de su marido y tenía un sólo hijo, Eduardo. Él siempre había estado muy desarrollado físicamente para la edad que tenía. Ahora estaba en los diecisiete años y su cuerpo era casi el de un adulto. Marta no daba crédito a las palabras de su cuñada que le contaba con mucho esfuerzo lo que le ocurría con su hijo. Desde hacía más de un año Eduardo era activo sexualmente, y ella, su madre, tenía que soportar tal hecho, ocultando a su padre lo que ocurría, pues ella lo masturbaba, al principio fue más como un favor pues él se quejaba de que su pene le dolía y con el paso del tiempo su hijo le exigía lo que en un principio eran favores.

Le narró como una noche en que los dos estaban solos en casa y el no hacía más que tocarse su pene, quejándose de que le molestaba. Ella, al ser su único hijo se preocupó y decidió que fueran al médico, pero él no quería. Con quince años no quería enseñar su pene a nadie. Después de mucho discutir consiguió que se lo enseñara para ver que pasaba. Se bajó la ropa que tenía y le mostró una hermosa polla que estando en reposo mediría unos quince centímetros, con un glande muy gordo que cubría su prepucio. Sus testículos también estaban bien desarrollados. "No lo pude resistir", eso le confesó a su cuñada, la tomo con la mano y comenzó a masturbarlo suavemente. Con cada caricia que le daba su polla iba creciendo y el hijo se estremecía al sentir placer con aquello. En un minuto su polla había alcanzado unos veintidós centímetros de larga, muy gruesa y su glande era desmesurado para un niño que no tenía ni dieciséis años. No tardó en lanzar grandes chorros de leche que mancharon la ropa de María que excitada contemplaba la polla de su hijo a la vez que la acariciaba sintiendo su dureza y grosor. Cuando acabó, el niño se tumbó en el sofá y le indicó a ella que ya no le dolía nada, todo lo contrario, estaba exhausto con el placer que había tenido. Ella en cambio no estaba bien, era como si todo el deseo sexual que el hijo contenía en aquella poderosa polla se la hubiera transmitido a ella. Se sentía excitada con lo que había hecho, ver su ropa manchada por el abundante semen del niño la excitaba más aún y se levantó para correr al baño, cerró la puerta, se quitó las húmedas bragas y se sentó en el inodoro con las piernas bien abiertas. Su mano derecha rápidamente comenzó a frotar su clítoris y de su raja empezó a salir los flujos fruto de la excitación. Con la otra mano agarró la tela que tenía manchada con el semen de Eduardo y la subió hasta poder oler el intenso olor de su hijo. Ahora se sentía en una nube, se estaba excitando con el olor del semen del hijo y sin pensarlo su lengua salió de la boca y comenzó a lamer la mancha. El sabor del semen en su lengua le hizo enloquecer y comenzó a tener el mejor orgasmo que nunca había tenido y de su vagina comenzó a salir chorros de flujos, descontroladamente, nunca le había pasado aquello. "Me meé de gusto con aquello" le dijo a su cuñada que la seguía escuchando atónita.

Desde entonces habían tenido diferentes encuentros. Marta la iba a interrumpir, pero ella le explicó que nunca había pasado de hacerle una paja con la mano. Entonces se paró, bajo la vista y después continuó hablando. La noche anterior, como otras noches en que se quedaban solos en casa, Eduardo fue a su cama y se desnudó. Ya era casi normal esto y ella lo esperaba. Como normalmente, se colocó en la cama boca arriba con su polla medio erecta. Ella comenzó a masturbarlo con la mano. Estaba en mala postura para aquello y ella se movió para apoyarse de manera más cómoda sin soltar el pene. Entonces perdió el equilibrio y cayó sobre él, en concreto su cara cayó sobre su polla de forma que le llegó el aroma de los líquidos preseminales. El olor la excitó y no pudo aguantar, sacó su lengua y lamió el agujero de aquella polla de la que emanaba el néctar deseado. Así empezó y sin darse cuenta estaba haciéndole una mamada a su hijo. Estaba fuera de sí, disfrutando de la enorme polla que apenas entraba en su boca y en la que se afanaba por dar chupetones al grandioso glande hasta que sintió como su hijo descargaba dentro de su boca, sintiendo como el semen le entraba hasta la garganta y disfrutando del sabor de la leche de él. Se corrió sin tener que tocarse, solamente con sentir como la polla de su hijo descargaba en su boca; sintió un gran placer.

Marta no sabía que decirle, estaba teniendo una relación incestuosa con su hijo y eso socialmente no estaba bien visto. Si bien agradecía la confianza que tenía con ella, le explicó que ella no le podía ayudar, que tenía que acabar con aquello... Marta era enfermera y si su cuñada quería podría buscarle un psicólogo que les ayudara discretamente, sin que su marido se enterara. Entonces María la interrumpió para decirle que ella y su hijo habían hablado del tema y que ninguno de los dos tenían problema por lo que hacían, eran felices manteniendo aquella forma de sexo oral, que aquello era simplemente sexo, nada más y como tal lo practicaban y gozaban de aquello. Eduardo le había dicho que su madre no le atraía sexualmente como para follársela, pero agradecía y le gustaba lo que su madre le hacía. Entonces Marta puso cara de perplejidad al no saber a qué venía aquella confesión. María le siguió hablando. Eduardo, durante la mamada que le daba su madre, repetía sin parar "sigue así tita Marta, sigue así, me voy a correr". Cuando acabaron estuvieron hablando de aquello y él le confesó que mientras su madre lo masturbaba pensaba en la mujer que verdaderamente lo excitaba y por la que tenía que tener tantas descargas de semen, por su tía Marta.

Marta ahora se había quedado muda, con la boca entreabierta, sin saber que decir ni pensar. Su cuñada masturbaba a Eduardo y este se excitaba pensando en ella, su propia tía. Eso debía ser normal en todos los chavales de su edad, masturbarse pensando en sus maduras tías, pero ellos ya habían pasado por el incesto... y ahora querían que ella se uniera a aquella situación que no era aceptada por su mente de clase media. No tardó mucho en insistirle a María en que aquello no podía ser, que de ninguna manera iba a engañar a su marido y menos con su sobrino. María aceptó la negativa de su cuñada sin insistir más al ver como se había puesto y le pidió que tuviera la máxima discreción con lo que le había contado. Marta le aseguró que de ella no saldría palabra alguna, aunque algún día descubriera alguien lo que hacían madre e hijo.

Cuando María se marchó, Marta se sentó en el sofá para asimilar lo que le había contado su cuñada. Había visto crecer a Eduardo desde su nacimiento y no podía imaginar a ambos teniendo sexo, aunque fueran simples masturbaciones... le daba miedo pensar que pasaría cuando mantuvieran una relación sexual completa, pues la iban a tener, comenzaron con masturbaciones con las manos y María ya se la había mamado a su hijo. Sin duda un día de estos él le pediría penetrarla y ella no sería capaz de negarse. Pero no quería meterse en aquel lío de incesto...

Estaba en aquellos pensamientos cuando entró su hijo Enrique, su hijo mayor, de la misma edad que su sobrino. Se puso en el lugar de su cuñada y pensó que su hijo le pidiera que lo masturbara pues le dolía los genitales. Desde un punto de vista de madre egoísta podía justificarlo en cierta medida, pero socialmente estaba mal visto y ella no sería capaz. Pero Eduardo estaba más desarrollado que Enrique, además por lo que su cuñada le había contado tenía una gran polla que seguro no era fácil de satisfacer, pero el incesto era demasiado.

Ya por la noche, estaba en la cama con su marido. Durante todo el día había estado pensando en lo que su cuñada le contó y a veces justificaba aquello alegando la preocupación de una madre por su único hijo, mientras dos minutos después era intolerante con aquella situación. Entonces su marido empezó a hacerle cosas para tener sexo con ella. En principio ella no estaba muy dispuesta, pero poco a poco, con las caricias y besos de él, empezaron a tener su ración de sexo semanal. Mientras se besaban y acariciaban, a Marta le venían imágenes de su sobrino y su cuñada en la cama teniendo sexo. En aquel momento en que ella tenía sexo con su marido, la situación de los otros le parecía excitante, ya no los juzgaba, ahora aprovechaba lo que María le había contado para excitarse y cada vez estaba más excitada, invadida por una lujuria inusual. Enrique, su marido, así se lo indicó cuando ella estaba montada sobre él, con sus piernas abiertas y la polla de él clavada hasta el fondo. No paraba de moverse y gemir ante el asombro de él que veía como su mujer se convertía en una diosa del sexo, diferente a otras noches, mientras en la mente de Marta se recreaban imágenes de lo que su cuñada le había contado. Imaginaba a Eduardo con su gran polla tiesa mientras María lo mamaba hasta que lo hacía correrse dentro de su boca. Entonces se corrió como nunca antes, provocando gran excitación a su marido que descargó todo su semen dentro de ella que tenía la mente puesta en su sobrino mientras la polla que la penetraba era la de su marido.

Después de aquella noche, a la mañana siguiente, se sintió algo culpable por haberse excitado pensando en la relación incestuosa de su cuñada. Durante el mes siguiente, cada vez que hacía el amor con su marido se estimulaba pensando en su cuñada y su hijo, hasta el punto que aquello no le parecía malo, si no todo lo contrario, empezó a verlo como algo excitante. Poco a poco empezó a aceptar las relaciones incestuosas, se decía "mientras los dos estén de acuerdo y no haya ningún tipo de abuso o coacción por ninguna parte, no debe ser malo". Incluso empezó a fantasear con su hijo Jesús, el más pequeño de los dos que estaba desarrollando un cuerpo bien fornido y de autentico hombre.

Durante el segundo mes desde que María le hubiera contado aquello, todo fue más difícil. Sin darse cuenta se estaba convirtiendo en toda una pervertida y se sentía cada vez más excitada y atraída por su sobrino. Los días en que se reunían en familia y coincidía con su sobrino era algo malo. Se sentía muy excitada viéndolo, sabiendo que él la deseaba. Muchas veces se ponía junto a él para que se llevara un recuerdo para su casa y lo utilizara mientras su madre lo masturbaba. Cada vez que podía se rozaba pensando que se excitaría mucho.

Entonces un día, en una de esas reuniones, habló con su cuñada donde nadie las pudiera molestar. Empezó por preguntarle por la relación con su hijo, si aún seguía haciéndole lo que le había contado. Ella le dijo que sí, ya no le hacía pajas con las manos, ya sólo quería que se la mamase. Marta le explicó que después de aquel tiempo había llegado a comprenderlos hasta cierto punto, si ellos eran conscientes que era puro sexo y no se sentía mal, ella ya no lo veía tan mal, si ella era capaz de controlar la situación Marta no sería la que les pusiera pegas. Entonces María bajó la vista y comenzó a contar lo ocurrido la noche anterior.

Su marido había estado quince días en casa, sin dejarlos solos ni un momento. Entonces anoche sobre las diez se marcho en uno de sus viajes de trabajo, para diez días por lo menos. Los dos se buscaron al momento, Eduardo se había acostumbrado a las mamadas de su madre y ya no quería hacerse las pajas solo. Por su parte, María se hizo adicta a la gran polla de su hijo, consiguiendo incluso que no practicara el sexo con su marido, con el que lo hacía pocas veces para que él no sospechara nada. Aquella noche se fueron a la habitación de ella y Eduardo se desnudó rápidamente y se tumbó en la cama. Ella se subió encima de la cama a cuatro patas para empezar a mamar a su hijo. Los dos estaban muy excitados y él agarraba la cabeza de ella para marcarle el ritmo de la mamada. Estaban tremendamente excitados y Eduardo le pidió que le hiciera una paja con sus tetas. No lo dudó, él se sentó en el filo de la cama y ella se arrodilló delante para que sus tetas quedaran a la altura de su polla, escupió entre ellas y él colocó su enorme polla. Ella oprimió sus tetas con ambas manos para que la polla quedara envuelta por sus dos abundantes tetas. Eduardo se movió follando las tetas. Su madre miraba como la enorme cabeza de la polla de su hijo salía y se ocultaba. Alargó la lengua para lamerlo y él gimoteaba de placer al sentir a su madre. Entonces, cuando los dos estaban que estallaban por la lujuria que los poseía, él apartó las manos de su madre para que la polla quedara liberada de su prisión y agarró la cabeza para forzarla a que lo mamara. María se puso como loca al sentir a su hijo como un verdadero macho que le daba placer. Él le hundía la polla más de lo que ella era capaz de admitir, forzándola a darle una violenta mamada que hacía que ella se sintiera cada vez más y más invadida por la lujuria y excitada hasta límites en que nunca había estado. Entonces él se levantó apartando su polla de aquella caliente madre, agarrándola por el pelo la hizo poner a cuatro patas en el filo de la cama. Las abundantes tetas de María colgaban y el culo en pompa de ella apuntaba a su hijo que la sujetaba fuertemente por el pelo con una mano. Con la otra acarició su hermoso culo y le subió la falda. María lo miró preocupada por las intenciones de su hijo, pero a la vez excitada por la fuerza de aquel macho que quería poseer su sexo. Entonces María sintió la mano del hijo que apartaba sus bragas, dejando su depilado coño expuesto a la vista y a las lujuriosas intensiones de Eduardo. No sabía si gritarle que parara o dejarse llevar por aquel fuego que le producía el pensamiento de sentirse llena con la polla de él. Entonces sintió la enorme cabeza de la polla del hijo que se deslizaba por la raja de su caliente coño maduro. Subía y bajaba mojándose en sus flujos y eso hizo que derramara aún más flujos. Se paró en la entrada de su vagina y empezó a sentir como la empujaba.

"¡No me digas que lo habéis hecho! Exclamó Marta al escuchar lo que su cuñada le narraba. "No" dijo su cuñada. Siguió contando después de tomar aire pues aún le invadía la excitación cuando se lo contaba a Marta. En el momento en que sintió que los labios de su coño empezaban a abrirse, se giró y, aunque le dolió el tirón de pelos, se separó de hijo. Le pidió que aquello no lo hiciera y él comprensivo no lo hizo. Volvieron a acostarse en la cama y ella empezó de nuevo a masturbarlo hasta conseguir que se corriera en su boca. Eso sí, ahora además de que ella masturbaba a su hijo, él le metía la mano entre las piernas y la masturbaba a la vez. "¡Creo que esto es una locura!" Le dijo María que parecía apenada. Cada vez se sentía más excitada con su hijo pero no quería que la penetrara, cada vez le costaba más aguantar sin follar con él. Marta la miró y le dijo que aceptaba la invitación para follarse a su hijo, que lo que le había contado ahora ya no le había escandalizado, todo lo contrario, la había excitado de tal manera que tenía totalmente mojadas la bragas. Entonces quedaron en hacerle un regalo sorpresa a Eduardo dos días más tarde, en el que madre e hijo estarían solos en su casa y Marta se acercaría pues sus hijos no estaban y el marido trabajaba.

Por supuesto que aquella noche Marta folló como nunca con su marido, aunque él no le pidiera nada. Lo folló pensando que era su sobrino el que la montaba. Pocas veces se dejaba follar a cuatro patas, era una postura que no le daba mucho placer, pero Enrique la pudo follar en tal postura hasta correrse en su coño mientras ella lanzaba chillidos y gemidos de placer al imaginarse que Eduardo era el que entraba. Enrique tuvo toda una demostración de lujuria aquella noche en que Marta estaba más salida de lo normal a causa de su cuñada y su sobrino.

Como había acordado, dos días después Marta se presentaba sobre las nueve de la noche en la casa de María y Eduardo. Desde que María habló con su cuñada no masturbó a su hijo, dándole largas que achacaba a lo ocurrido la última vez en que casi se la folla. Él protestaba y le prometía que nunca más intentaría meter su polla en su coño, pero ella se negaba sabiendo que más tarde podría penetrar a su tía Marta con la que soñaba en cada paja que ella le hacía. Cuando Marta entró en la casa se encontró a Eduardo con cara de enfado. Le iban a reventar los huevos y estaba loco por que su madre le masturbara, pero no quería. Entonces las dos se sentaron en el salón a charlar de todo un poco, él miraba la televisión. En un momento dado Marta le dijo que había comprado lencería fina en una tienda que había encontrado a buen precio. Las dos hablaban mostrándose las bragas, porta ligas y demás cosas, y veían como Eduardo poco a poco se iba fijando cada vez más en lo que ellas hacían, sin duda excitado al pensar en su tía vistiendo aquellas delicadas telas. Entonces Marta le preguntó si le gustaban. Él se puso colorado e intentó disimular. Su madre le pidió que diera su opinión de hombre pero él no quería. Entonces Marta se levantó y se subió la falda que llevaba y le preguntó "¿Te gusta cómo le quedan a tu tía?". Los ojos del sobrino se abrieron de par en par al ver a su tía. "¡Esto es lo que siempre soñaste!" Le dijo su madre colocándose a su lado y acariciándolo. Él se puso nerviosos ante el ataque de las dos mujeres y la excitación empezó a inundarlo rápidamente. Marta se colocó delante de él con la falda levantada, mostrándole la ropa íntima que llevaba. Eduardo no decía nada, puso sus manos en su tía y acarició sus piernas, caderas y culo, tirando de ella hasta colocar su cara sobre su vientre. Marta acarició su pelo mientras su madre le acariciaba por la espalda. "Vallamos al dormitorio" dijo María y Marta agarró la mano de su sobrino para llevarlo hasta allí.

Entraron en la habitación y él se desnudó rápidamente y se colocó en medio de la cama con su polla totalmente erecta. Marta al verla no podía dar crédito a lo que veía, su madre le había contado que aquella polla era grande, pero nunca imaginó que sería tanto. Entonces Marta se desnudó y él le pidió que se quedara con el porta liga y las medias puesta. Marta se quitó las bragas y mostró a su sobrino un coño con pelos bien arreglados. Sus pechos los tenía sujetos con un sujetador de media copa que dejaba al aire sus pezones que aparecían erectos por la excitación. Se subió en la cama y María miraba desde una silla como su hijo y su tía iban a follar. Marta se dirigió para lamer la hermosa y joven polla, pero él la detuvo, le indicó a su madre que eso era trabajo de ella e hizo que Marta abriera las piernas y le colocara el coño en la boca para comérselo. Marta sintió un calambre que le recorrió todo el cuerpo cuando la lengua de su sobrino empezó a lamer su clítoris. Giró la cabeza para ver como María se tragaba la polla de él y se sintió más excitada con aquello, lanzando flujos que Eduardo tragaba gustosamente mientras su lengua intentaba entrar en su vagina, dándole a ella más placer del que nunca su marido le había podido dar.

Entonces María empezó a hacer ruídos raros al sentir como su boca se inundaba con el semen de su hijo que paró por un momento de lamer a Marta para sentir como su leche salía. Marta se levantó y se colocó al lado de su cuñada que no dejaba que ni la más mínima gota de semen saliera de su boca, tragándola toda y no liberando la polla hasta que quedó limpia del todo y cuando su hijo dejó de dar espasmos por el placer que le producía lo chupetones de su madre. Cuando la liberó aún estaba dura. Marta se colocó en una silla, de rodillas en el asiento, apoyando sus brazos en el respaldar, poniendo su culo bien en pompa hacia su sobrino y con un "¿Quieres follarte a tita Marta?" separó los cachetes de su culo para que su coño quedara expuesto a la vista de él. Se levantó, su polla aún estaba erecta, se colocó detrás de ella y agarró su polla con una mano. Mientras Marta separaba los cachetes, sintió como el enorme glande de Eduardo se movía por toda su raja. Ella giró la cabeza y lo miró a la cara. Estaba frenético, como un animal en celo que no puede aguantar el deseo que le produce el olor del sexo de la hembra. Sintió como la polla se paró a la entrada de su vagina y como empezaba a empujar para metérsela. "Despacio cariño, muy despacio o le harás daño a tu tía y no querrá follar más contigo" guiaba María a su hijo para que follara a Marta. Era la primera vez que penetraba a una mujer y era la primera vez que una polla tan grande entraba en el coño de Marta, que sentía como la cabeza de aquel ariete empujaba y separaba las paredes de su vagina, dilatándola hasta puntos donde nunca habían llegado. Soltó los cachetes de su culo y se agarró fuertemente al respaldo de la silla para aguantar lo que entraba en su coño y le partía por dentro. Sintió calor y frío, placer y dolor, todas las sensaciones se mezclaban al sentir entrar en ella a su crecido sobrino.

Sólo le había metido unos pocos centímetros de aquella polla y él empezó a meterla y sacarla para que se fuera mojando todo su coño. Marta gimoteaba por el placer que cada vez era más intenso al sentirse más penetrada por aquel joven. Un minuto más tarde Eduardo bombeaba a toda pastilla en el coño de Marta, clavándola por completo en su interior con cada embestida y arrancándole gemidos de placer. Marta había perdido la cuenta de cuando orgasmos había tenido, su coño estaba totalmente dilatado y de él salían hilos de flujos que la polla de su sobrino sacaba de lo más profundo de su vagina. Marta entonces llegó al éxtasis más absoluto, su cuerpo temblaba por el placer que estaba sintiendo, sus piernas apenas podían sostenerlas y aguantar las embestidas de él y llegó a lo máximo cuando Eduardo le clavó la polla hasta el fondo y la dejó dentro. Marta sintió sacudidas de placer que le recorrieron todo el cuerpo y más cuando sintió los fuertes chorros de semen de su sobrino que salían con fuerza y golpeaban en su interior. Entonces él empujó varias veces más para descargar todo en su interior. Cuando Eduardo sacó la polla del coño de su tía, salieron chorros de flujos de ella mezclados con el blanco semen de él que recorrieron las piernas de ella hasta caer en la silla. Eduardo se tumbó a descansar en la cama donde la madre, medio desnuda, lo esperaba para darle caricias. Marta se bajó de la silla y se tumbó al otro lado del chaval para abrazarse a ellos. Entonces María dijo "¡Qué bien habéis follado!" y se abrazó a su hijo. Marta le preguntó si ella se había corrido viéndolos y su cuñada le mostró un consolador y le dijo "¡Seis veces!".