La aventura de la elfa cachonda 2

La entrega de la elfa Dara se hace total. Continúan la persecución de la asesina.

Vale, mi amiga no era yo. Yo tenía cierta debilidad por según qué tipo de gente, pero no me podía creer que mi amiga Sivir se estuviera entregando así como así a Vill como yo lo estaba haciendo. Claro, mucho me llevó entender que usaba sus armas de mujer para controlar a la sacerdotisa en cuestión. Poco importaba entonces porque para demostrar su entrega voluntaria, se arrodilló ante la hermafrodita. Sivir miró a Vill mientras agitaba su polla de un lugar a otro, arrepintiéndose por momentos de estar ahí de rodillas. Hasta que alcanzó el miembro y lo metió en su boca.

–¿Cuántas veces habrás ofrecido tu cuerpo para que hayas decidido hacer lo mismo con una desconocida de la que no sabes nada?

Sivir respondió moviendo su cabeza de adentro hacia fuera mostrando un talento que no sabía que tuviera para las mamadas. Me debía una explicación que dejé para otro momento.

–¿A que te pone esa sensación de tener la boca llena con una polla? Estar devorando un paquete de gran tamaño. Te estás prostituyendo por información.–decía al oído–No sé yo quién es la zorra aquí. Sigue tragando.

Yo aproveché para lavarme el cuerpo y mis rincones al tiempo que Sivir seguía con la mamada. Cuando terminé, introduje mi cuerpo en las aguas y me puse bien cómoda. Mi compañera del alma terminaba su mamada recibiendo la corrida en la boca. Ella quería escupirlo, pero Vill la obligó a tragarlo.

–Recuerdo que las mamadas no van a ser suficiente, Sivir.

–Empieza a hablar, que no se yo que vayas en serio.–exigió ella.

–Es justo, estáis buscando a una sacerdotisa que desertó hace medio siglo. Dicen que está mentalmente desequilibrada, no podréis encontrarla, porque puede matar a alguien pero puede matar a alguien y además suplantar su identidad. Tengo sospechas suficientes para estar segura que me está llevando a una trampa, y yo estoy aquí gracias a una amable elfa.–agaché la cabeza avergonzada–Vuestro capitán es un mamarracho, y un imbécil. Y pensar que me acosté con él.

–¿Qué ha hecho?–creo que eso agradó e interesó a Sivir.

–Esta asesina debe responder ante la justicia, pero él no me dejó. Dijo que no cree que esté aquí por asuntos sagrados, cree que estoy aquí para ayudaros a quitarlo de en medio. Yo, que me gusta ser diplomática y colaborar, ofrecí mi cuerpo como obsequio diplomático. Y después de exprimir su polla asquerosa hasta no quedarle energías, va y me detiene.

–¿Y entonces por qué me dejó contigo?–pregunté

–¿No es obvio? Otra cosa, les he dicho que pueden quedarse con tus pertenencias, putita mía. A partir de ahora hasta que me vaya vas a vestir lo que tengas ahí.–me dijo a mí.

Disfrutamos del baño más tranquilas, me imagino que incluso las sacerdotisas necesitan descansar porque no tuvimos sexo por todo el tiempo. Pero me hizo limpiar su cuerpo antes de salir, y secar su cuerpo con la toalla que teníamos como si fuera su esclava. Pasó lo mejor cuando mientras la servía, volvió a tener una erección.

–Encargate del problema, ¿no?

Me coloqué justo detrás suya, con mis pechos bien pegados a su espalda. Con una mano cubrí su polla y la masturbé. Aprovechó para secarme el cuerpo y salirse con la toalla que iba a necesitar. Entró la dueña del local poco después de salir Sivir.

–Vill, has alquilado estos baños privados durante una semana, pero el precio era por ti sola. Si quieres traer invitados, pagas más.

–Te he dado todo el oro que podía darte, ¿y ahora quieres sacarme más?

–Una semana es mucho.

–Joder solo me queda prostituirme.

–Me vale.

–Lo decía de broma, puta usurera.

–Si no tienes dinero de alguna forma vas a tener que pagar.

–A partir de ahora, mis invitadas y yo atenderemos a un máximo de cinco clientes por visita.–Vill cedió ante las exigencias de la dueña, que asumí que me tocaría pagar a mí.

La dueña se marchó y continué con la paja. Vill refunfuñó enfadada aunque se calmó cuando eyaculó, menos que antes, lo que era una señal de que estaba agotada y hasta la noche no habría nada.

–Si hay suerte no tenemos que hacer nada hoy.

–Lo haré por ti, ¿eso es lo que quieres no? Si nos pide algún favor me encargaré yo.

–Desde que me vió a cuatro patas con el capitán de la guardia, ya no me toma en serio. Así que a saber.

Nos levantamos y salimos de los baños a los cambiadores. El vestido que ella tenía preparado para mí era bastante provocador, y revelador. No dejaba mis pechos al aire pero tampoco dejaba nada a la imaginación. No me gustaba pero tampoco tenía otra cosa a mano.

–Te aconsejo ponerte esos amuletos, si quieres aparentar ser la puta sagrada, vas a tener que vestir como tal.

Sin atreverme a contradecirle me coloqué los amuletos. Salimos de las termas y me sentí aliviada.

–El vestido no deja nada a la imaginación.–me quejé.–Ni siquiera me llega hasta las rodillas.

–Es un vestido con truco, la idea es follarte lo más fácilmente posible.

Bajó una cremallera que hizo que casi se me cayera el vestido. La única razón por la que no quede desnuda delante de toda la ciudad fue por mis reflejos que alcancé a coger el vestido, pero podía sentir al descubierto mi parte trasera estando desnuda. Mi cara se debió poner roja de la vergüenza. Vill volvió a ponerme el vestido bien, y yo suspiré aliviada.

–Ya está bien otra vez, pero para que veas que es un traje inteligente.

Me dió un traje de puta en toda regla. Seguro que era de las hermafroditas y estaba pensado para desnudar a sus esclavas y amantes con la mayor rapidez posible.

–Mira lo que puedo hacer.–mi escote desapareció dejando libres mis pechos.

–No te cubras, solo tú y yo podemos ver que nada tapa tus tetas. Técnicamente hacerte caminar desnuda, y que nadie lo sepa.

Las hermafroditas tenían poderes de ilusión, eso lo sabía, pero lo que no sabía era que algún día sería víctima de ellos. Roja de vergüenza, confiando en que decía la verdad, porque yo los sentía libres, seguí caminando. El vestido fue desapareciendo hasta que toda mi piel estaba descubierta.

–¿Ves para lo que sirve? En realidad, igual ni siquiera te has puesto el traje en primer lugar. La asesina que estoy buscando, Livis, es una maestra de la ilusión. Podría estar en cualquier parte, ser cualquiera, y ocultar un cadáver por días. Ella es nudista, adora llevar su cuerpo al desnudo, por lo que debe regentar las mismas termas que nosotros.

–Por eso no encontramos nada.

–Es imposible que lo hagáis, si alguien es una maestra ocultando sus pasos es ella.

Por algo mandaban a una sacerdotisa a investigar esto, una con esos poderes es muy peligrosa.

–¿Qué poderes tienes?

–Magia común, escudos arcanos, magia de destrucción, un poco de jugueteo sagrado y poco más. Mi don es el combate, soy una antigua guerrera, entrenada por la mejor de las mejores. Una de vuestras diosas, aquella que se encuentra entre el sol y la luna, vio en gracia no otorgarme más dones.

–Seguro que me has hechizado.

Vill río y no comentó nada. Cuando llegamos a nuestra casa, bajó la cremallera del vestido que era invisible, y desapareció en las manos de la sacerdotisa. Entré rápido para que nadie me viera desnuda. Sivir leía desnuda sobre el sofá. La hermafrodita se fue a mi habitación, y Sivir suspiró.

–¿Cuántas pollas te has comido?–pregunté, y me senté a su lado.

–Más de las que tú piensas, está vida puede ser muy aburrida.

–Solía prostituirme en la barriada hizuna, los veteranos pagaban bien, pero eso ya lo sabes. –confesé–Pero dejé esa vida atrás hace mucho. Mucho antes de que Ivvi fuera puesto al mando de las fuerzas en esta ciudad. Nunca tuve tapujos con mi sexualidad, ¿pero y tú?

–Yo nunca me he prostituido, es solo que nunca he tenido miedo a usar mi cuerpo para obtener beneficios. Fue así como huí de Megaris cuando purgaron a mi familia.

Desde joven siempre odié al ejército de los elfos hizunos, yo me encontraba a caballo entre los bárbaros silvanos y ellos. Mataron a mis padres cuando era adulta pero no lo suficiente para tener un trabajo, así que decidí hacer lo único que tenía a mi alcance. Dormía una casucha en la barriada de los bárbaros de los bosques y trabajaba hasta bien entrada la noche en una taberna hizuna. Fue allí donde los compañeros de Sivir me alquilaron para un par de mamadas, y en eso que a ella le preocupó que una joven como yo vendiera su cuerpo. Cuando le conté mi historia, no quiso que siguiera en esa zona, y me llevó a su casa. El resto es historia, estuve entrenando durante una década, y un siglos después nadie se atrevía a llamarme puta, o prostituta porque los que lo hicieron están muertos.

Cuando llegó el atardecer, Vill salió descansada de mi habitación. Yo seguí apoyada sobre su hombro, me gustaba sentir el tacto de su piel desnuda contra la mía.

–Tengo una pregunta, ¿le hiciste una mamada al señor de los caballos?

–Si, ¿has estado escuchando? Esa era una conversación privada.–dijo Sivir mirándola con seriedad.

–No te has sometido como tú amiga.–le dijo Vill a Sivir.

–Si crees que me vas a emputecer como a Dara vas muy mal encaminada.

–Aunque la palabra que estás buscando no es emputecer, es someter. Ya eres mi puta, has accedido a ello.

Sivir, que sabía que aún tenía que pagar la deuda pendiente, se sentó recta en el sofá.

–Haz la cena, asistenta.

Mientras Sivir hacía el pago a la sacerdotisa, yo fui a la despensa y saqué verduras y algo de carne. Me vestí con, al menos, algo para cubrir la parte trasera de mi cuerpo mientras cocinaba. Cuando terminaron los ruidos de chupetones y lametones, Sivir gemía bien alto y los testículos de Vill hacían palmas con el culo de mi amiga. Mientras se terminaba la comida me volví para ver cómo la sacerdotisa le rompía el culo a mi amiga. Ella que esperó a que el semen de sus amigos estuviera en mi estómago para hablar conmigo, ahora estaba en una situación parecida y disfruté del espectáculo.

–Por la diosa, dame más, dámelo todo.

Apagué el fuego, y dejé que la comida reposara. Vill rellenó el culo de Siv y lo supe por la cara que puso.

–Me va a gustar esto de verte con el culo abierto. Esta noche me toca a mí, ama.

Fue raro que después de semejante follada, ambas se sentasen en la cama como si nada. Serví el guiso y nos sentamos a comer. No nos dirigimos la palabra, teníamos mucho que decirnos y hablar, pero no fuimos capaces.

–Cuando termines de comer ve a tu habitación, y espérame.–ordenó Vill

–Todavía no me has dado la información que quería.

Tras comer, ellas estuvieron hablando. Sólo sé que Sivir acabó satisfecha. Cuando llegó a mi habitación, venía desnuda y con ganas de juerga. Me senté a los pies de la cama y agarré su miembro para pajearla.

–Vayamos directas al asunto.

Besé su miembro y lo lamí con la lengua hasta que cogió forma de nuevo. Cubrí su polla entera en mi boca, y jugué con ella en mi boca por mera diversión. Ya que recordaba mi pasado, decidí realizar el viejo truco que me ganaba tantos clientes. Dejé de mirar su pelvis y levanté mi mirada hasta sus ojos, no dejé de mirarla por nada. Puse mi mayor cara de devoción y obediencia. Solo saqué su miembro para sonreír como una zorra hambrienta de sexo.

Al día siguiente amanecí despierta en los brazos de la sacerdotisa, le di los buenos días con un beso en la mejilla. Acaricié sus pechos, mientras aún me despertaba por completo. Era el lujo de servir a una sacerdotisa, me tocaba atenderla, así que me desperté decidida a olvidarme por un momento de mis deberes como soldado.

–¿Cuántos de tus amantes fueron tus clientes?–preguntó Vill, que jugaba con mi pelo.

–Unos pocos, los que yo sabía que eran buenos conmigo, y a los únicos a los que di servicios gratuitos. Tenía enterrado ese pasado, hasta que llegaste tú, Vill.

–Lo dices como si hubiera algún problema. Yo fui hermafrodita desde nacimiento, no influyo en ningún aspecto sobre tus decisiones. Bueno, dicen que tengo un encanto irresistible, igual por eso caíste en mis brazos.

–¿Que vamos a hacer hoy?–pregunté a la hermafrodita, bajé mi mano hasta su paquete para volver a manosearlo.

–Primero tener sexo mañanero. Hoy quiero investigar las termas.

Me desperté con mucho ánimo encima, por lo que quise darle lo que quería. Clavé su miembro dentro de mí y comencé a cabalgar su duro miembro. Alcé la cabeza y exhalé un gemido. Nos miramos, y cuando me dió esa sonrisa la follé como un animal en celo.

–Seré tu esclava hasta que todo esto acabe.–dije entre gemidos.–Seré la mayor puta sagrada que hayan visto los dioses.

No se que pensaría ella, pero mientras me follaba a la sacerdotisa a la que mi jefe me había asignado yo pensaba que por fin tenía un permiso de descanso para evadirme de todo. Tenía placer, mucho sexo y juegos que no creí que me gustasen. Esa fue la razón por la que la besé dulcemente cuando eyaculó dentro de mí. Ella era mi escape de la realidad.

Me levanté de la cama y abrí la ventana para que diera el sol. Me estiré desnuda frente a la ventana, exhibiendo mis amuletos sagrados. Vill me hizo vestir el traje tan estúpido de ayer, pero no me importó. Me sentía con fuerzas para toda la mañana. Sivir ya nos preparó el desayuno, que devoramos con avidez.

–Hoy nos vamos a las termas, las tres.–dijo Vill.

–Si, como digas.–respondí sumisamente.

Estuvimos en la casa un rato hasta que decidimos salir, directas a las termas. Sivir llevaba una vestimenta militar, pero yo llevaba las vestimentas de mi posición temporal como su puta. Lo único que no me gustaba era que me viera alguno de mis amantes, y menos los poderosos.

–¿Qué tipo de investigación vamos a hacer allí?–pregunté

–Haré alguna que otra pregunta.–preguntó la sacerdotisa.–Sobre todo vigilaré que nos vigilen, y nunca mejor dicho.

Llegamos a las termas. Había otra mujer en la entrada, me imagino que alguna sustituta. Entramos en nuestros baños privados, y nos desvestimos. La primera en entrar fue Sivir, Vill me abordó.

–¿Y si nos vamos al de hombres? A mí por hermafrodita me dejarían.

–Aún no estoy preparada para que todo el mundo sepa que he ofrecido mis servicios sexuales a una sacerdotisa, no después de haberme labrado una reputación.

Vill no quiso discutirlo más, pero a nada estuve de aceptar su proposición. No me hubiera importado mostrarme ante otros hombres, pero quería dejarlo para otro día. Igual, cuando fuera a irse. Cómo era ritual en las termas, primero nos lavamos. Nos toqueteamos mutuamente, donde descubrí que no tenía vagina aún teniendo un cuerpo femenino, sólo un miembro viril con ganas de juego. Me puse a cuatro patas sobre el suelo mojado, y con una mano la masturbé. Mientras ella mojó mi espalda, para limpiar el jabón.

–Sacerdotisa, hicimos un trato, y considero que me he quedado corta con el pago.–dijo Sivir coqueta.

Hasta cierto punto no me sorprendió por cómo se comportó cuando Vill le dió caña el otro día. Había caído en sus brazos como yo lo hiciera ese mismo día. Por lo que os ahorraré tiempo en narrar como no me daba caña a mí. Lo que os interesa saber es que salimos de las termas, Sivir eventualmente dejó los baños. En nuestras taquillas no había nada. La que ahora era mi ama se enfadó y fue a pedirle explicaciones a la mujer.

–Ve a los cambiadores de hombres, les encantará. Tus cosas están al fondo.

Ella sin vergüenza ninguna caminó hacia el baño de hombres. La cabrona no me devolvió ni la mirada pero no me atreví a entrar en el baño de hombres. Una cosa era entregarse a una sacerdotisa, quedaría como una puta, pero al menos estamos hablando de una servidora del oficio sagrado, hasta cierto punto tengo pase. Había mucho ruido y mucha ovación, que supuse que serían de los hombres al verla desnuda. Al ver que tardaba me asomé a los baños buscando a mi ama, probablemente follando a alguno pero no vi nada.

–Tú amiga está allá hablando.

Con mucha vergüenza en el rostro, entré en esos baños y busqué a mi ama, bajo la atenta mirada de los hombres. La esperaba mamando alguna polla, pero me la encontré hablando con uno.

–Dile lo que me has dicho a mí.

–Una sacerdotisa vino a verme. Venía con su túnica ensangrentada, me pagó para que le diera una y permaneciera en silencio. Ese día le desapareció la mujer al vecino, y la encontraron muerta en un callejón.

–Me imagino que no sabes dónde puede estar.

–No, pero podéis preguntar a los magos de la ciudad, a lo mejor saben algo.

El hombre estaba por irse, pero le detuvo Vill al verle una erección. La sacerdotisa agarró sus pechos y le sonrió al hombre.

–¿Te gustan? Entiendo que al ver a dos mujeres desnudas tengas una erección.

–No me importaría teneros a alguna.–dijo riéndose.

–Yo me tengo que ir, pero te dejo aquí con mi amable amiga. Si me dejas darte un consejo, vete de la ciudad unos días, visita la capital o lo que quieras, pero es probable que nos hayan visto hablar.

Me tiró la llave de mi taquilla, la tuve que coger al vuelo. Suspiré y miré al hombre, caminé hacia él y queriendo hacer las cosas rápido, me senté sobre su miembro. No pude evitar mostrar mi placer al tener su pene entrando dentro de mí, y moví mis caderas. Él puso sus manos sobre mis caderas, a lo que yo sonreí, pronto ya olvidaba que me traía ahí, y sobre todo que estaba rodeada de hombres en un baño de hombres. Solo pensaba en que quería gozar lo máximo posible a aquel individuo. Tenerlo a él jugando con mis tetas me animó a moverme más rápido, pellizcando mis pezones y amasando mis pechos. Me apoyé en su pecho y lo miré llena de placer, lo besé por puro placer. Totalmente desmelenada recibí su abundante semilla y seguí moviéndome un poco más.

–Dioses, menuda follada.–exclamé en alto.

–Hay algo que no te contó tu amiga, ella y la asesina se conocen. Recuerdo que ella la mencionó. Ten cuidado, es más peligroso ser la puta de una sacerdotisa, que de un hombre acaudalado como yo.

–¿Dónde está mi taquilla?

–Te llevo.

Me levanté y me llevó a dos pasillos lejos de este. Todas estaban vacías menos una. El semen se derramaba por mis piernas, podría haber bastado con una mamada pero tenía yo que tener sexo.

–No puedo ponerme nada así. Dame una toalla, sécate la polla con ella.

Me pasó una toalla, con la que limpié el semen, y que luego pasé al mercader con la que se limpió la polla. El vestido era de cuerpo entero, excepto porque el escote era estúpidamente provocativo y revelador.

–¿Cuál es tu nombre?–pregunté al mercader.

–Alcis, tú eres de la guardia de esta ciudad, sirves a ese cabrón.–me ajustó el vestido para que al menos me tapara los pechos y me calcé las sandalias.

–Servir no es la palabra que estás buscando. Vamos.–Alcis descubrió la trampa del vestido.

Salí así desnuda de las termas, con las tetas al aire de la mano de Alcis. La gente iba a pensar que había prostitutas en la guardia, pero me daba igual todo y sabía que el pretexto de las putas sagradas me salvaría. Me puse de nuevo el vestido a las puertas de las termas.

–Mientras os esperaba se me ha ocurrido un plan, os necesito a ambos. Bueno, en verdad solo te necesito a tí, Alcis.

Laura, Eiji y Esmeralda interrumpieron mi relato a la mitad. Laura y yo solo vestiamos unas bragas, hacia unas horas grabamos un vídeo juntas en el que teníamos sexo. Eiji ese día se había corrido dentro de las tres.

–¿Esto no iba de que tu que eres muy promiscua casi te esclaviza una sacerdotisa?–preguntó Laura, su figura era muy similar a la suya y tenía su gesto de confianza también.

–Y sigue siendo así, solo que este caso es importante para lo que me pasaría el futuro, sin él, y siendo Vill una mentirosa habríamos acabado de otra forma. Además, Eiji estaba interesado en todo este caso, a lo mejor os ayuda a los dos de alguna forma.–respondí a Laura y me dirigí a Eiji.

–¿De verdad me parezco a Vill?–preguntó Laura

–Eres su viva imagen, Laura. Excepto porque tú tienes ojos violetas.

–Y por qué no soy hermafrodita.–ja, ya lo había comprobado yo, y no había un pene entre sus piernas.

–Aún me cuesta creer lo rápido que te sometiste a ella.–comentó Esmeralda

Mi ama Vill tenía un plan, era de lo más sencillo y básico pero esperaba que funcionara. Ella creía que la asesina la seguía, y ahora a ellos también, así que quería atraerla. Nos usaría a los dos para ello, porque Alcis a pesar de que había caído en gracia conmigo, no iba a hacerlo por nada. Yo me preguntaba cómo había llegado a esa situación en tan poco tiempo. Siempre tuve mucha líbido y actividad sexual, pero hasta ahora todo estaba controlado. Era la primera vez que era la sumisa obediente de alguien, y para más inri todo aquello en un solo día. Alcis volvió a poner el vestido bien, dejando mis pechos tapaditos.

–Cuando esto acabe, hablaremos del capitán de la guardia Ivvis, y de Melentis.

–Me aseguraré de darte las gracias cómo deben darse.

Nosotros dos nos fuimos a la mansión de él. Vivía como no, en el área rica de la ciudad, con una buena posición para el Cuartel Real de la Guardia del Rey. El lugar que de verdad se ocupaba de gobernar la ciudad. Me detuve un momento a mitad de camino, pensando en una cosa. ¿Por qué la sacerdotisa no ha matado al mercader? Seguí andando ocultando mi nerviosismo, porque si quería matarme podía hacerlo. Si era la sacerdotisa asesina, mi esperanza es que no fuera tan fuerte como aquella a la que quería matar. Si estaban compinchados entonces caminaba hacia mi muerte, pero no podía correr así ni de coña. Recé para que Vill no hubiera ido a buscar a Sivir, porque sería mi muerte.

–¿Cómo era esa sacerdotisa?–pregunté

–No llegué a verla bien, la cubría la oscuridad, pero llegué a ver su cabello rubio oscuro.

–Vill es bastante fuerte, no parece humana y tampoco es una elfa.

–Porque es de otro mundo, una caeliana, una alada.–se acercó a mí oído–Sigue caminando si no quieres que te mate aquí enfrente de todos.

El camino que nos quedaba poco, se me hizo eternamente largo, sabiendo que era obvio que era una trampa desde el principio. ¿Una asesina que no asesina a un potencial testigo? Las pollas me mantuvieron distraída de algo que era más que evidente.

–Es imposible que Vill haya creído mi coartada, pero menudas tetas tenía. Hace tiempo que no las veía. Una pena tener que matarla, me encantaba correrme en sus pechos.

Agarró con fuerza mi mano y me obligó a entrar. Aunque hubiera tenido armas, mi guerrera interior me decía que no era el momento de luchar, mi instinto de supervivencia me pedía huir, pero otra vocecilla interior me dió una tercera idea. Huir hacia delante, y usar mis armas femeninas para sacar toda la información posible.

Me volví hacia ella, y me arrodillé ante la imagen real de la sacerdotisa. Una mujer con un parche en el ojo, tan fuerte como Vill y rubia como ella misma se describió antes. Si esperaba a Vill para actuar podía salir viva o no, y no quería estar en una situación de secuestro.

–Esta mañana he descubierto que me gusta ser la esclava de una hermafrodita, Vill me sedujo y me ha estado utilizando. ¿Qué pides a cambio de mi vida?

–Serás mi esclava sexual, no te pediré que mates por mi, pero de ahora en adelante quiero tu cuerpo. Puedes estar tranquila, no te haré daño, lo juro por mi vida.

Incluso si salía viva de todo esto, aún quería saber las razones de la asesina. Sus motivaciones para hacer todo esto, decidí tomar el riesgo a pesar del peligro que suponía.

–Acepto.

Vill rompió la puerta, pero me levanté y me interpuse entre la asesina y ella. Sivir llegó corriendo detrás de ella.

–Livis, déjala.

–Demasiado tarde, se ha entregado a mi, y esta zorrita es de las buenas.

–Tengo que hacerlo, Sivir.

La asesina me abrazó y me sacó de allí con sus poderes. Aparecimos en otra mansión, iluminada con lámparas. Fui corriendo a la ventana para ver dónde estábamos.

–Estás en mi hogar, la ciudad subterránea de Impra Oskria, lejos de tu mundo.

–¿Vas a matarme?

–No mientras seas mi obediente concubina, lo juro.

–¿Qué reglas hay?

–No hablas nuestro idioma, por lo que no te molestes en explorar el exterior, eres mi concubina por lo que actúa en consecuencia, y sigue mis indicaciones si no quieres que te maten. Ah, y te quiero desnuda o en los trapos que yo te entregue.

Me quité el vestido que me dió Vill. Realicé un acercamiento a ella con prudencia, llevé mis manos a su cinturón y le quité las armas. Luego la túnica y la armadura que llevaba debajo. Todo ello bajo la atenta mirada de Livis, que desconfiaba de mis intenciones. La desnudé por completo y me arrodillé hasta tener mi cabeza en el suelo.

–Levanta, concubina. Voy a echarme, tráeme vino y una copa. Están al fondo.

Fui a donde ella me indicó, era un rincón frío, mantenido así con magia. Cogí ambas cosas y las llevé de nuevo al salón, Livis estaba acostada en un rincón lleno de almohadas.

–Que conste que prefiero ser tu concubina.–dije con total sinceridad.–Trabajar como guardia en Melentis es una mierda, está mal pagado y el capitán de la guardia oprime a la ciudad. La mitad de la población es silvana, es bárbara, y se dedica a reprimirlos. Y nadie hace nada, esa también es mi gente y los matan.

–Entonces no deberías estar aquí, siendo mi concubina.

–¿Y qué voy a hacer? ¿Matarlo? No quiero que haya represalias. Prefiero vivir otra vida.

–Ven aquí conmigo.

Me acosté a su lado, y cruzamos las piernas. Lo lejos que lo tenía todo, me permitió tomarme confianzas.

–Te traeré su cabeza después de matar a Vill.

–Hay un elfo, suele rondar el barrio pobre de la ciudad, donde los silvanos, se dedica a pegar al primero que encuentra. ¿Podrías matarlo por mi?

–Por supuesto.

Apoyé mi cabeza y le eché más vino en la copa.