La aventura de Anita (I)

Esperando a su novio Saúl en un local nocturno, Anita se encuentra por casualidad con su vecino Jorge, un padre de familia que vive en su misma finca y con el que apenas había hablado antes...

Cuando sucedió todo lo que aquí me dispongo a relatar yo acababa de terminar los exámenes del segundo año de psicología y vivía con mi novio Saul en un piso de alquiler. Antes de entrar en materia considero necesario exponer un poco como soy, tanto físicamente como mi forma de ser y de ver la vida, para ayudar al lector a entenderme y a visualizar en su mente lo acontecido con más facilidad.

Me llamo Ana pero siendo la pequeña de una familia de 4 hermanos todo el mundo se ha referido a mi toda la vida como Anita. Vengo de una familia bastante tradicional y, por ende, bastante machista pero eso no ha impedido que pudiera tener una infancia feliz.

Me considero una chica alegre y simpática, algo atolondrada, despistada y por momentos hasta un poco ingenua. No soy nada buena estudiante pero no me considero para nada tonta, simplemente soy una persona a la que le cuesta concentrarse y mi mente siempre está distraída con cualquier cosa.

En la parte fisiológica me doy a mi misma mejores críticas. Soy morena, con el pelo largo y liso, con una carita dulce con ojos color miel y labios gruesos y un cuerpo bastante bonito, con unos atributos que hacen enloquecer a la mayoría de los hombres que se cruzan en mi camino. Tengo buena genética y aunque tengo unos pechos de tamaño medio, firmes y con unos bonitos pezones creo que la parte de mi físico que más me gustan son mis piernas y mi culito.

Recuerdo con una sonrisa pícara cuando, aún siendo menor de edad pero ya comenzando a despuntar físicamente, alguno de mis hermanos mayores y sus amigos se juntaban en grupo para, torpemente, espiarme a través de la ventana mientras me duchaba pensando, ingenuamente, que yo no me daba cuenta de su descaro.

Fue precisamente con dos amigos de uno de mis hermanos mayores con los que me inicié en el sexo. Sí, ya sé que lo normal es iniciarse con uno, pero en mi caso me desvirgaron a lo grande. Fue en las fiestas de un pueblo vecino, y con la excusa de que querían verme el piercing que recién estrenaba en mi ombligo, me camelaron fácil. El alcohol y mi rematada ingenuidad en aquella época se lo pusieron en bandeja de plata.

No puedo decir que esa primera vez fuera memorable pero sí asentó las bases de lo que luego llegaría a ser el sexo para mí.

Tras esta breve introducción de mi persona me dispongo a comenzar este relato que se centra en un pequeño fragmento de mi vida que recuerdo con gran intensidad y emoción.

Como he comentado al inicio, en aquella época acababa de terminar los exámenes y las vacaciones de verano estaban muy próximas así que mi novio y yo planificábamos cosas para hacer juntos en nuestros días de descanso.

Saúl, mi novio en aquella época, era un chico corpulento, muy masculino y con una forma de ser cautivadora que me conquistó desde el primer momento que lo vi. Y, casi desde el minuto cero, consiguió tenerme agarrada a los barrotes de la cabecera de su cama mientras mi cuevita era salvajemente invadida.

Saúl no era nada machista y tenía una mente muy juguetona así que tuvo la suerte de encontrar a una chica modosita y algo sumisa que encima de estar loca por sus huesos también tenía una mente tan juguetona como la suya.

Poco a poco fui conociéndole y enamorándome de cada poro de su piel de un modo casi enfermizo. Había un detalle que me llamaba la atención de su forma de ser pero para bien, no era nada celoso. Le encantaba que vistiera sexy, algo picante, para que los demás hombres pudieran contemplarme. Este detalle, lejos de molestarme, me gustaba porque siempre he disfrutado sintiéndome observada por el género masculino, me proporcionaba seguridad en mi misma y me excitaba conocer lo que podía conseguir de ellos. Yo, que siempre he sido bastante alocada, cumplía sus deseos sin rechistar y siempre conseguía sorprenderle con mis modelitos.

Halla por donde fuera me surgían pretendientes de debajo de las piedras pero mi corazón ya tenía dueño. Saúl había conseguido enamorarme como nunca nadie lo había hecho y me tenía completamente cegada y plegada a sus deseos. Me hacía sentir protegida a su lado, era muy detallista, atento y en la cama era un auténtico portento.

Como dato adicional debo decir que Saul fue quién me inició con maestría en el sexo anal, algo que antes de conocerle me generaba cierto rechazo acabó por llegar a fascinarme, convirtiéndome en una sodomita redomada.

Saul y yo teníamos una costumbre, como una especie de juego que solíamos repetir muy a menudo y que a ambos nos encantaba. Ese juego consistía en acudir a algún local por separado y hacer como que no nos conocíamos, y estar un rato bailando y charlando con otras personas hasta, finalmente, encontrarnos y fundirnos en un apasionado beso. Y fue en una de esas noches de juegos donde se produjo algo inesperado y descarado.

Esa noche me puse un vestido rojo de una sola pieza con una generosa abertura en un lateral que dejaba entrever buena parte de mis piernas a cada paso que daba y con un escote infinito y generoso que dejaba poco a la imaginación. El modelito se completaba con unas medias de rejilla y zapatos con medio tacón del mismo color. En esa ocasión y a petición de mi novio no debía llevar sujetador cosa que hacía que tuviera un aspecto realmente muy provocador aunque, afortunadamente, los pezones apenas se marcaban bajo el vestido.

Mientras terminaba de maquillarme y pintarme los labios, recibí un mensaje de Saúl, comentándome que no le quedaba mucho para terminar de trabajar y diciéndome el local en el que nos encontraríamos. Yo, como una colegiala nerviosa, sumisa y algo excitada me fui para allá.

Decidí ir en taxi hasta allí, comprobando la sorprendente habilidad que tenía el taxista para conducir al tiempo que me miraba con absoluto descaro a través del retrovisor interior del coche. Cuando llegué al local observé que tenía un ambiente animado y ,aunque no estaba hasta los topes de gente, era sencillo calcular que el número de hombres superaba, por mucho, al de mujeres, cosa a la que ya estaba acostumbrada. Me dirigí directamente a la barra, pedí una copa y me puse a esperar a que mi novio apareciera para llevarme a bailar un poco.

Fue en el instante de tomar el primer sorbo a mi copa cuando se sentó justo a mi lado un hombre al que me costó inicialmente reconocer.

  • Hola, ¿Eres Ana verdad? - me dijo mirándome con cierto asombro

Se trataba de un vecino de la misma finca donde yo vivía. A decir verdad, hasta ese momento, apenas habíamos hablado más allá del saludo entre vecinos y algún cruce de miradas en el ascensor.

  • Ho...hola, que sorpresa, ¿Que haces por aquí? - le dije mientras intentaba recordar cómo se llamaba.
  • He quedado con un amigo para tomar algo pero todavía no ha llegado, ¿Y tú? - me dijo al tiempo que le pedía a una camarera una copa.
  • Yo aquí esperando a Saúl. - le dije un poco cohibida sin saber muy bien que más decirle.

Finalmente pude recordar que se llamaba Jorge, vivía justo en el piso de abajo del nuestro y lo poco que sabía de él era que tenía una mujer y un par de niños. Él con Saúl sí que tenía más relación porque compartían alguna afición y cuando se cruzaban en el portal podían pasarse largo rato hablando.

Jorge tendría unos 45 años bastante bien llevados y, aunque ya le clareaba un poco el pelo tenía una barbita blanca bastante seductora y unos ojos castaños muy expresivos.

Comenzamos a charlar de una manera distendida y me sorprendió lo fácilmente que conectamos. En pocos minutos hablando con él ya me encontraba realmente cómoda. Tenía una conversación fácil, era muy simpático y se notaba que había tenido largas conversaciones con Saúl porque conocía muchas cosas de mi que yo no le había contado.

Tras un rato de charla amena y, en vista de que ni mi novio ni su amigo hacían acto de presencia, me invitó a una segunda copa. A él lo notaba realmente cómodo, tenía mucha labia y era bastante locuaz e ingenioso haciéndome reír con alguna ocurrencia.

Yo me dejaba entretener con su palabrería y me divertía con sus intentos continuos y cada vez menos disimulados de querer llegar a ver un poco más allá de lo que mi sugerente escote le estaba mostrando. El tiempo fue pasando y mi novio no aparecía, miré la hora, lo maldije, y le mandé un mensaje.

Anita: ¿Dónde estás cabrón?

Saúl: perdona pequeña, me ha surgido un imprevisto de última hora pero en nada estoy ahí contigo

Anita: ¿Sabes con quién estoy?... Con Jorge… el vecino...y me está comiendo con los ojos ;-)

Saúl: ¿en serio?...¿Te atreves a jugar con él?

Anita: ¿Te gustaría que lo hiciera?

Saúl: … sí

Anita: jajaja, ven ya tonto!

Tras guardar el móvil volví a prestarle atención a Jorge que había aprovechado para pedir un par de chupitos que tomamos de un trago y seguimos conversando cada vez más entonados. Descubrí con asombro que compartíamos la afición de ir a playas nudistas y nos reímos, casi a carcajadas, al imaginar si en lugar de encontrarnos por casualidad en este local nos hubiéramos encontrado allí completamente desnudos.

La música comenzó a sonar más fuerte y pusieron una canción que me encantaba así que, casi sin pedirle permiso, le cogí de la mano y me lo llevé a la pista de baile. La música que sonaba en ese momento era de bailar bastante arrimado y me sorprendió como mi vecinito, padre de familia y casado se sentía muy cómodo y animado. Estaba claro que Jorge tenía muchas tablas con las mujeres y durante el baile me metía unos meneos y unos roces bastante indecorosos y, aunque le acompañaba en el baile, intentaba que mantuviera un poco más las distancias.

La pista ya se había llenado de gente y, entre el baile y las copas, ya empezaba a notarme un poco mareada. Jorge se percató de ello y me llevó a una zona reservada en un extremo del local con unos sofás, fuera de todo el jaleo de la pista de baile.

Un poco más tranquila fui un momento al baño, aproveché para mirar el móvil de nuevo y vi que mi novio me había escrito diciéndome que había tenido un problema con el coche y que llegaría más tarde. En ese impás tan breve mi nuevo amigo ya había conseguido, como por arte de magia, dos mojitos con muy buena pinta. Se lo agradecí con una sonrisa y continuamos hablando de todo un poco.

Yo me sentía bastante relajada y seguía disfrutando con sus fugaces y furtivas miradas a mi pecho. La genial ocurrencia de mi novio de que no llevara sujetador provocaba que, con un poco de agudeza y empeño, mi acompañante pudiera llegar a ver partes de mis senos, en teoría prohibidas.

El mojito y todo el alcohol ingerido previamente ya me estaba pasando factura y me encontraba muy desinhibida. Jorge llevaba sutilmente la conversación hacia temas cada vez más picantes y yo entraba ingenuamente en su juego, contestándole y riendo como una tonta cada comentario que realizaba.

Tras tomarnos el mojito me ofrecí a invitarle, al menos, a un chupito, a lo que aceptó sin dudar. Camino de la barra y entre tanta gente pude sentir como sus manos suavemente se agarraban a mi cintura y, en algún tramo en el que había tanta gente que apenas podíamos avanzar, pude sentir como su entrepierna, aparentemente alegre, se pegaba sin disimulo a mi trasero. Él se hacía el disimulado y yo hacía lo propio pero era evidente que se estaba aprovechando de la situación.

No me molesté pero cuando finalmente llegamos a la barra pude notar como una de sus manos había bajado lentamente hasta posarse sin disimulo en mi culo. Yo le solté una mirada divertida pero con un mensaje que entendió enseguida y abandonó inmediatamente el sobeteo no autorizado hacia mi retaguardia.

Tras tomarnos el chupito y, al menos yo, ya bastante mareada de nuevo y sabiendo que ya había bebido más de lo que me tocaba, volvimos a bailar un poco más.

Fue un baile más prolongado, sin ninguna distancia entre nuestros cuerpos y sintiendo como sus brazos me rodeaban, me retenían y, en algunos momentos, volviendo a sentir su bulto demasiado cerca de mí. Sabía acariciar con suavidad y sutileza y yo poco a poco me iba perdiendo con sus roces.

Ya no había nada de disimulos, era un baile picante, con mucho roce y mucha complicidad y, casi sin darme cuenta, nuestros labios se cruzaron fundiéndose en un apasionado beso, húmedo, lascivo, prohibido y tremendamente intenso. Su lengua se deslizaba con virtuosismo por mi boca e intercambiábamos fluidos con auténtica pasión. En un segundo que nuestros labios se separaron, se colocó tras de mí agarrándome con firmeza de la cintura con ambas manos, pegando de nuevo su polla a mi trasero y se acercó peligrosamente a mi cuello, mi talón de Aquiles, mordiéndolo suavemente, cual vampiro milenario que sabe que  ha cazado ya a su presa y no se le puede escapar. En ese instante yo perdí el control, sentí como mis pezones se habían endurecido y mostraban claramente la evidencia de la ausencia del sujetador y le confesé, casi con desesperación, que estaba muy cachonda.

Él, con la experiencia que atesoraba y que me había demostrado toda la noche, fue un auténtico maestro en no dejar pasar la oportunidad que se le estaba presentando, me agarró de la mano y sin mediar palabra me llevó a los baños. Apenas tengo recuerdos de cómo llegué allí pero, en un segundo, me encontraba sentada sobre la taza de un wáter, bajándome yo misma el vestido hasta casi la cintura y mostrándole sin ningún pudor las tetas que él tanto ansiaba poder contemplar desde el momento en que me vio aquella noche.

Jorge se mantuvo de pie y yo, sin perder un segundo, desabroché el botón de su pantalón, le bajé la cremallera con cuidado y bajé en un único intento el pantalón y su ropa interior.

Y ante mí, a escasos centímetros de mi cara pude detenerme unos instantes a alegrarme la vista con esa preciosa polla. No era ni la más gruesa ni la más larga que había conocido pero sí era muy bonita. Morena, venosa, erguida como un mástil, con una mata de vello púbico más que generosa, dos bolsitas de buen tamaño colgando y un glande imponente con una gotita brillante asomando sin disimulo.

  • ¿Sabe tu mujer que te gusta hacer el guarro con jovencitas? - le dije sonriéndole pícaramente.
  • ¿Y sabe tu novio lo puta y lo calientapollas que es su chica? - me dijo con un tono muy excitado al tiempo que yo dirigía mi mirada a su entrepierna.

Sin duda era una polla poderosa que estaba consiguiendo derretirme y hacer que perdiera los papeles. Él tomó la iniciativa tras unos segundos en los que yo había estado inmersa en la contemplación, cogió su brocha y comenzó a pintar sobre el lienzo de mis pechos desnudos, recorriéndolos con toda su dureza y desbordando líquido preseminal sobre mi caliente y erizada piel.

Un instante después no me anduve con rodeos, me recogí el pelo en una coleta improvisada, agarré su polla, acariciándola con mi manita, sintiendo su calor, su palpitación,  y, finalmente, la acerqué a mis labios, sintiendo un inconfundible e intenso aroma y me introduje, al menos de primeras, su grueso y carnoso glande. En ese momento me quité mis empapadas braguitas de encaje, abrí mis piernas, comencé a acariciarme y, a partir de ahí, mamé y chupé como una posesa, una auténtica putilla alcoholizada, sin remilgos ni amagos de ningún tipo. Estaba realmente encendida y todo mi afán era introducirme cuanta más carne y más profundamente mejor. Cuando conseguía introducirme un buen trozo aguantaba la respiración, y la mantenía en mi boca al tiempo que mi nariz chocaba contra su vello púbico.

Amaba a mi novio pero, en ese instante, también amaba a esa polla y a su dueño y disfrutaba dándole todo el placer que se merecía. Sentía como ese sabroso trozo de carne palpitaba con fuerza, lo sentía tremendamente excitado y sentí como Jorge colocaba sus manos sobre mis cabellos, agarrándome de la coleta, y comenzando, primero lentamente y luego con frenesí, a follarme, literalmente, la boca. Yo abandoné las caricias en mi coñito y le agarré con ambas manos del trasero mientras aguantaba estoicamente el impacto incesante de ese precioso rabo sobre lo más profundo de mi boca. Ambos estábamos frenéticos, no existía nada ni nadie más en el mundo en ese instante.

Uno de mis deditos inquietos comenzó a deslizarse por la raja de su velludo trasero hasta encontrar el inconfundible calor de la entrada de su retaguardia y mi dedo comenzó a hundirse sin remedio en su interior. En ese momento se me hacía tremendamente complicado respirar y el sonido de unas incipientes arcadas hacían acto de presencia sin que pareciera importarle, pero sabía que ese ritmo tan salvaje era difícil de prolongar demasiado en el tiempo y, tal y como intuí, al poco rato Jorge sacó su bello aparato de mi castigada garganta y comenzó a derramar su leche, caliente, espesa y abundante sobre mis tetas desnudas mientras yo me separaba un instante de él tosiendo con fuerza y recuperando el aire perdido al tiempo que lo miraba agotada pero manteniéndole una mirada viciosa.

Solo un instante después escuché como sonaba mi móvil, el corazón me dió  un vuelco, lo miré y vi que Saúl me estaba llamando. Miré a Jorge y me hizo un gesto para que cogiera la llamada.

Instintivamente me puse de pie y comencé a hablar con él. Me dijo que estaba aparcando pero yo no estaba en ese momento en la conversación telefónica sino en intentar disimular mi sentimiento de culpa por todo lo que había hecho un instante antes.

Jorge no me ayudó porque, mientras yo escuchaba a mi novio a través del teléfono, él se afanaba en limpiar el semen que acababa de echarme, recorriendo con su lengua cada centímetro de mis tetas, agarrándolas con sus manos y poniendo especial énfasis en sorber de mis empitonados pezones.

Cuando colgué el teléfono aparté suavemente a Jorge de mi lado y le dije que debía marcharme, yo seguía muy excitada pero ambos sabíamos que teníamos que parar ya.

Me recompuse como pude el vestido y salí del aseo, comprobando atónita que me encontraba en los baños de hombres y que un grupo de chavales esperaban en la entrada del baño a que yo saliera, follándome, literalmente, con la mirada.

Fui al baño de chicas y me adecenté lo mejor posible para disimular mi escarceo y, fue justo allí, donde comprobé que mis braguitas de encaje se habían quedado en el otro baño. Ni por asomo iba a volver a por ellas así que, con la boca violada y sin bragas ni sujetador, fui a encontrarme con Saúl.

Continuará...