La autoestopista

Mi amiga Elena y yo, nos fuimos a pasar un buen fin de semana, pero se convirtio en una pesadilla que nunca olvidare.

La autoestopista

Hace algunas fechas mi amiga Elena y yo decidimos irnos a pasar un fin de semana a una casa que poseo en la montaña, lejos del mundanal ruido, completamente aislada. Cogimos nuestros bártulos y nos dispusimos a pasarlo lo mejor posible en ese tiempo.

Íbamos rumbo a nuestro destino cuando vimos, en un margen de la carretera, a alguien que hacia autostop. Era una chica. Yo no tengo costumbre de recoger a nadie, pero se la veía una chica muy bonita y la verdad es que en el punto en el que nos encontrábamos en ese momento, le iba a costar encontrar ayuda, dado que además ya estaba empezando a anochecer. Miré a Elena y ella me respondió con una sonrisa maliciosa. Lo cierto es que yo ya me imaginaba lo que tenía en mente.

Así que nos paramos y preguntamos a la chica que hacia dónde iba. Quería llegar a un pueblo que había bastante más arriba, en la montaña, así que le ofrecimos subir al coche y que pasara la noche con nosotras para llevarla al pueblo al día siguiente, a lo cual ella aceptó con gusto pues ya empezaba a hacer frío. Cuando llegamos a la casa, rápida-mente encendimos un buen fuego, pues la temperatura había empezado a bajar con rapidez. Pronto caldeamos la casa, y principalmente, el salón.

Preparamos una cena rápida, y tras la misma pasamos un buen rato charlando con la chica. Su nombre era Yolanda. Tras la sobremesa, Yolanda nos comentó que estaba muy cansada pues había estado caminando gran parte del día, y que se quería acostar. La acompañamos a una pequeña habitación que había dispuesto yo para que pasara la noche en ella. Elena y yo nos retiramos al salón.

Una vez allí Elena me comentó que la chica le parecía muy guapa (algo con lo que yo estaba totalmente de acuerdo) y que le apetecía mucho practicar alguna fantasía con ella. Así que fuimos en busca de algunas cuerdas y pañuelos y nos dispusimos a pasar un rato de lo más entretenido.

Cuando entramos a la habitación la encontramos durmiendo boca abajo, lo cual facilitaría nuestra labor. Estaba solamente en ropa interior. Yo me dediqué a hacerle suaves caricias en el pelo, lo cual la despertó casi al instante, pero cuando se quiso dar cuenta de la situación, Elena ya le había agarrado de las muñecas y se las había cruzado a la espalda, con lo cual yo no tuve mas que atárselas sólidamente con una de las cuerdas. Yolanda luchaba por soltarse, pero era inútil. Ya tenía las manos atadas y además nosotras éramos dos. Acto seguido le quité las bragas y le até los tobillos y los muslos. "¿Qué me vais a hacer?" – preguntó Yolanda. "Nada" – dijo Elena; "tan solo es un juego; imagina que te hemos secuestrado y que eres nuestra prisionera. Ya verás como lo pasas de maravilla".

Yolanda empezó a gimotear, pensaba que le íbamos a hacer daño, nada más lejos de nuestra intención, claro que ella no podía saberlo. Elena decidió meterle un pañuelo en la boca y luego rodeársela con otro, de manera que quedara totalmente amordazada. Dijimos a Yolanda que íbamos a darnos una ducha primero, pero lo que en realidad hicimos fue salir de la habitación y quedarnos junto a la puerta para ver qué hacía. Estaba retorciéndose, luchando por liberarse, pero yo la había dejado bien maniatada y las cuerdas que rodeaban sus tobillos y sus muslos estaban igualmente bien anudadas.

Entramos de nuevo en la habitación, ya dispuestas a hacer con ella lo que quisiéramos. Le bajé el sujetador y la sentamos en el suelo. Elena se colocó tras ella y empezó a meterle el dedo en la rajita, mientras yo me dedicaba a lamerle los pezones, que se iban endureciendo al contacto con mi lengua. Yolanda se estremecía y gemía bajo su mordaza, estaba muy excitada y se notaba que el juego le estaba empezando a gustar.

Acto seguido decidí que a mi también me apetecía que me ataran, así que Elena me ató desnuda a una silla, con las manos tras el respaldo y un tobillo a cada pata delantera de la silla. Seguidamente me metió su vibrador por mi rajita y lo puso en marcha. Yo empecé a gemir sin parar bajo mi mordaza, y veía a Yolanda retorcerse de excitación. Elena le quitó las cuerdas de los pies y la sentó sobre mí y nos quitó las mordazas para que nos besáramos. Luego nos las colocó de nuevo y se marchó a la cocina a prepararse una copa.

Para mi sorpresa, Yolanda estaba logrando desatarse. Yo no podía avisar a Elena porque estaba totalmente inmovilizada y mi mordaza no me dejaba hacer el más mínimo ruido. Yolanda se desató del todo y se escondió tras la puerta del salón. Cuando Elena entró de nuevo, Yolanda se le abalanzó y la redujo en unos instantes, atándole las manos a la espalda, así como los tobillos. Ahora Elena y yo éramos las prisioneras de Yolanda. El juego había alcanzado ya el nivel que deseábamos...

La autoestopista (II)

Yolanda nos tenía totalmente a su merced. "Así que me queríais hacer vuestra prisionera" – dijo Yolanda con un tono capaz de helarle la sangre a cualquiera. "Bien, pues ahora vamos a invertir los papeles. Vosotras sois mis prisioneras, y no vais a salir de aquí hasta que a mi me apetezca".

Las dos estábamos frenéticas, yo más bien por el miedo que tenía que por la excitación. ¿Y si Yolanda decidía dejarnos ahí abandonadas?; yo me las daba de habilidosa haciendo nudos, pero lo de esta chica era increíble. Había atado a Elena de tal manera que le era imposible mover las muñecas o los tobillos un solo milímetro. Nos pensamos lo peor cuando vimos a Yolanda marcharse de la habitación.

Sin embargo, apareció al cabo de unos minutos. Verla desnuda, tan poderosa, y nosotras totalmente sometidas empezó a excitarme. Elena estaba tratando de frotarse los muslos, pero era inútil. Yolanda había traído un cuchillo. "No creáis que soy tan mala. Cuando haya disfrutado de vosotras dejaré este cuchillo encima de la mesa para que podáis cortar vuestras ligaduras. Aunque para entonces yo ya estaré lejos".

Dado que, al parecer, Elena estaba más excitada que asustada, Yolanda prefirió dejarla para después de modo que estuviera un rato sufriendo, atada en el suelo, sin poder satisfacer sus necesidades sexuales, que por lo visto eran bastante urgentes. Para colmo le vendó los ojos. Así que se dirigió hacia la silla donde yo había sido atada y bien atada por Elena, y se sentó en mis rodillas. Empezó a lamer mis pechos y a mordisquearlos; ahí fue cuando mi excitación superó a mi miedo. "Mmmmm" – yo no podía decir otra cosa. Parece que a Yolanda le excitaban aún más mis gemidos, porque se ensañaba conmigo cada vez más. Me soltó de la silla, pero yo aún continuaba atada de manos y pies, y me echó al suelo. Empezó a restregar su sexo contra el mío con gran violencia, yo estaba a punto de estallar,

Pero justo cuando iba yo a alcanzar el máximo placer, me dejó a medias. Se fue a por Yolanda, con quien repitió la operación que había llevado a cabo conmigo. También a ella la dejó con las ganas. Sin embargo, parecía que ella sí había disfrutado mucho de nosotras porque se la veía más relajada.

"Bueno, mis pequeñas prisioneras" – dijo finalmente con tono triunfador; "creo que ya es hora de que me marche; pero antes quiero dejaros un último recuerdo mío".

Dicho esto, llevó arrastrando a Elena hacia un pequeño trastero que había en la casa y que se cerraba por fuera con un pestillo, encerrándola en él. A mí me tenía reservada otra cosa. Subió a una de las habitaciones de la casa y volvió con un pequeño despertador y su mochila, de la cual sacó unas esposas y su correspondiente llave.

Unió las cuerdas que ataban mis manos y mis tobillos con cada extremo de las esposas, a mi espalda, de modo que ambas cuerdas quedaban casi unidas, lo cual me imposibilitaba moverme ya que mis rodillas quedaban flexionadas. Puso el cuchillo sobre la mesa y la llave de las esposas sobre el despertador, el cual colocó encima de la chimenea, pegado al borde.

"Cuando suene la alarma del despertador, éste vibrará y dejará caer al suelo la llave con la que podrás soltar las esposas y por tanto separar los brazos de las piernas; de ese modo sólo te quedará arrastrarte hasta la mesa, incorporarte y coger el cuchillo con el que cortar las cuerdas. Sencillo, ¿verdad?. Dado que son las tres y media de la madrugada, digamos que he puesto la alarma para que suene sobre las... nueve de la mañana más o menos".

Mi desesperación iba en aumento. Elena encerrada en aquel cuarto oscuro sin saber qué ocurría, debía estar volviéndose loca. Yo, con las esposas uniendo mis pies y manos atados, debía esperar cinco horas y media para poder abrirlas, eso sin contar el tiempo que tardaría en hacerme con el cuchillo y cortar las cuerdas.

Después de toda la explicación, Yolanda se agachó sobre mí, besó mi sexo y mis pechos y me lamió la cara. Acto seguido cogió su mochila y salió, quedándose unos segundos en el vano de la puerta observándome. Me guió un ojo y se fue. Unos segundos después oí el motor de mi coche, como arrancaba y luego se alejaba. Estábamos solas, inmovilizadas y aisladas, sin posibilidad de ayuda. Me dispuse a pasar una larga noche...

La autoestopista (III)

Las largas horas tardaban una eternidad en pasar. A veces, en el silencio de la noche, oía gemir a Elena, encerrada en aquel pequeño cuarto. Por más que lo intentaba, no podía moverme. Menos mal que Yolanda había tenido el "detalle" de dejarme junto a la chimenea, para que pudiera alcanzar las llaves de las esposas.

Mis músculos estaban agarrotados, conforme pasaba el tiempo me daba la impresión de que Yolanda me había engañado, que no había puesto alarma y que la llave se quedaría ahí sin caer, y que nosotras estábamos condenadas a quedar atadas sin posibilidad de liberación. Esta idea fue cobrando cada vez más cuerpo en mí, y hubo un momento en que rompí a llorar, víctima de mi desesperación.

Cuando el despertador sonó, mi corazón dio un vuelco instantáneo y se puso a latir de forma frenética. La llave cayó al suelo con un leve tintineo. Como yo estaba boca abajo, no pude ver el sitio en el que había caído. Con enorme esfuerzo me puse boca arriba, con lo que mis manos quedaban bajo mi culo, y mis rodillas flexionadas.

Por suerte, la llave estaba a pocos centímetros a mi derecha, con lo cual empecé a mover el culo hacia ese lado. En un par de minutos me hice con ellas. Abrí las esposas y estiré las rodillas, que emitieron un sonoro crujido. Dado que ya podía tener las piernas rectas, empecé a rodar hacia la mesa hasta quedar boca abajo justo al lado de la misma. Me arrodillé y me levanté. Ahí estaba el cuchillo. Lo cogí y con bastante dificultad corté las cuerdas de mis manos. Finalmente me saqué la mordaza y corté la cuerda que aprisionaba mis tobillos.

Enseguida corrí hacia el trastero y lo abrí, encontrando a Elena allí tumbada. Le quité la venda de los ojos; vi que ella también había estado llorando. Le quité la mordaza y la besé y la abracé fuertemente. Enseguida la liberé de sus ataduras.

Mi coche apareció unos días después de que denunciara que me lo habían robado, en un descampado, pero en perfectas condiciones. Nunca volvimos a saber de Yolanda.

Ahora por el momento busco chicas que quieran ser mis sumisas, o que quieran dominarme para ser yo la sumisa.

FIN