La aupair - Parte 8
Inicios de una aupair en el mundo de la dominación
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Se sintió rara hablando con sus padres. Rara y excitada, estando solo con una camiseta y desnuda de cintura para abajo. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido y su madre se dio cuenta de que algo le ocurría. “Estoy cansada”, le contestó y les dejo tranquilos, viéndolos a los dos sonriendo y ella forzándose en sonreír como si no pasara nada, pero sabiendo que había cruzado una línea voluntariamente que jamás, ni por un solo instante en sus más íntimos y alocados pensamientos, habría pensado en cruzar.
Apagó el portátil y se quitó la camiseta. Sonrió mientras se acariciaba los pechos. No había manera de que sus pezones dejaran la excitación en la que se encontraban. Una mano fue directa al coño, pero la detuvo en el último instante. Sentía la humedad y un calor asfixiante en todo su menudo cuerpo, pero sabía que, por hoy, no podría aguantar otro castigo como el que había sufrido. En la ducha había tenido otro momento de debilidad que había conseguido aplacar con agua fría.
Tal como estaba, salió de su habitación y se quedó mirándola desde el umbral de la puerta. ¿Dónde se supondría que dormiría o estaría cuando los niños no estuvieran en casa? ¿Cuánto iba a cambiar su vida a partir de aquel instante? ¿Se vería con fuerzas para acometer lo que viniera? Beth había sido cruel con ella, pero temía a Alan. Su actitud con ella había cambiado, su forma de ser, sus miradas, sus comentarios duros y directos.
Cabizbaja bajó las escaleras, oyendo el volumen del televisor que provenía del salón y se dirigió a la despensa, donde tenían los productos de limpieza y se dirigió al primero de los dos lavabos cayendo en la cuenta de que nunca había realizado ninguna labor de casa. Las piernas le empezaron a temblar de nuevo al intuir que un nuevo castigo iba a caerle en breve.
Pasó una hora y cuarto cuando dio por finalizado la limpieza de los dos cuartos de baño. La verdad es que estaban impolutos, por lo que, algo más confiada, pero con algo de nervios, se presentó ante su ama que estaba viendo una película. No se dignó en mirarla, con el pie apartó el buf donde tenía apoyadas sus piernas y le hizo un gesto con la mano para que ocupara su lugar.
Esta vez no dudo un instante, se puso a cuatro patas y gateó hasta colocarse enfrente. Suerte que no vio su cara cuando apoyó bruscamente las piernas en su espalda. Así pasó buena parte de la tarde, y aunque parezca mentira, se sintió feliz.
Había perdido la noción del tiempo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Una película sucedió a otra y oyó la voz de su ama.
- No te muevas puta. Espero que tus padres hayan quedado contentos. Tendremos que espaciar las conversaciones con ellos o que duren menos. Seguro que has estado como una perra en celo sabiendo que estabas medio desnuda delante de ellos. Por hoy pasaremos por alto la limpieza de los lavabos, pero a partir de ya vas a encargarte de su limpieza y la de toda la casa. No vas a tener tiempo de descansar y no te quiero ver holgazanear. Con el trabajo de casa y la de los niños tendrás cada día una hora libre y será para estudiar tal y como quedamos con tus padres. Y más te vale que aproveches esa hora. Quedamos con ellos en que volverías en Navidades con algo aprendido y vaya si lo vas a hacer. Los castigos se extienden a los estudios. Así que más vale que te pongas las pilas. La habitación, tal y como te he dicho, quedará solo por si los niños van a buscarte allí, que ya te digo que pocas veces va a ser. Y dormir lo acabaré de hablar con Alan, pero cuando no duermas a nuestros pies, lo harás en una manta en nuestro lavabo, así te tendremos a mano para nuevas experiencias de las que disfrutaremos juntos. También vi como mi suegro no te quitó ojo de encima cuando estuvieron en casa. Tiene tan mala leche como su hijo, ya lo verás. En fin, esto es una pincelada por encima de lo que te espera. Ahora iremos arriba y te prepararemos para Alan. Va a ser una gran velada y espero y deseo que no lo disfrutes en absoluto. Eres una putita jovencita y a Alan le van las niñitas como tú, y yo soy muy celosa. Tengo que aguantarme porque él es mi amo. Ya verás que bonita quedarás cuando decida decorar tu cuerpo. Tendrás que pensar excusas para cuando llegues a casa y decirles que pasadas las Navidades vuelves para continuar a nuestro servicio.
Beth se levantó y cogió a Mire por la cola, obligándola a ir a cuatro patas por el salón, el pasillo y subir las escaleras. Con las rodillas y las muñecas doloridas, la hizo estirar en la cama y le ató las muñecas al cabezal y los tobillos a las patas de la cama, dejándola totalmente abierta. Entró al lavabo y salió con un neceser, sentándose a su lado.
- Putita eres y como tal te vas a entregar a tu amo.
En la incómoda posición en la que se encontraba, le deshizo la cola de caballo y le hizo dos coletas que adornó con dos lazos rojos. Se entretuvo maquillándole los ojos, las pestañas, depilándole las cejas, pintando sus labios con un lápiz rojo intenso. Admiró su obra y sus manos pasaron delicadamente por sus brazos, sus manos, sus incipientes pechos con los diminutos pezones erectos. Los ojos de Mire se cerraron por la deliciosa sensación que sentía hasta que un dolor intenso hizo que los abriera de repente. Los dedos de su ama retorcían fuertemente el pezón.
- Perra, no te he dicho en ningún momento que cerraras los ojos. ¡Mírame! No estás aquí para disfrutar. ¡Serás cerda!
Su mano se había posado en la entrepierna de Mire y la había encontrado húmeda. Estuvo un rato frotando su monte de Venus mientras miraba con una sonrisa a su sumisa. Mil pensamientos pasaron por su mente, entre ellos si se integraría como ella al uso de la familia o solo al disfrute personal de su amo. Cada vez frotaba con más fuerza y la respiración de Mire se hacía más y más acelerada. Cuando estaba a punto de llegar al clímax, paró de repente y le dio un fuerte golpe, pero a diferencia de lo que esperaba, la adolescente se corrió entre fuertes espasmos. Beth se quedó observándola mientras su mano, llena de jugos de Mire fue a su boca, relamiéndola, mezclándola con su propia saliva.
Aún pasaron unos minutos hasta que el cuerpo de Mire dejó de convulsionarse. Nunca se había corrido de aquella manera. Exhausta y avergonzada, sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas y explotó en sollozos que hicieron que de nuevo su cuerpo se estremeciera de arriba abajo.
Mire la desató enseguida y la arropó entre sus brazos, meciéndola suavemente y hablándole al oído, mientras sentía como su camiseta se mojaba de lágrimas y se manchaba de rímel y pintalabios.