La aupair - Parte 5
Inicios de una aupair en el mundo de la dominación
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Una sonrisa afloró en su rostro cuando vio a los dos niños abrazados a su madre. Alan cogió el abrigo de sus padres con semblante serio y cansado. A diferencia de él, su padre era bajo, calvo y con prominente barriga, con barba de varios días. Su mujer era alta, con una figura envidiable para la edad que debían tener, unos sesenta calculó Mire. Le dio las gracias a su hijo y se dirigió a ella abrazándola y dándole dos besos sonoros.
- ¡Bienvenida! Tú debes ser Mire. Chica, eres una preciosidad. Alan nos ha hablado de ti y cree, y esperamos, que te vaya muy bien con los niños. Son unos soles. Un poco traviesos, sobre todo Ian, pero te acostumbraras a ellos. Mira, este de aquí es Liam mi marido.
- Mucho gusto. Realmente eres tan guapa como Alan nos había dicho. Aquí estarás bien, ya verás.
Liam abrazó a Mire y le dio dos besos, aunque peligrosamente cerca de los labios. Al retirarse sintió como la regordeta mano del suegro de Beth rozaba su culo por encima del pantalón. Lejos de asustarse le sonrió pensando en las palabras que les había dicho Alan sobre ella. La mirada de Beth cuando se cruzó con la suya, con el pequeño en sus brazos y el mayor de su mano, era de satisfacción absoluta tras lo que había observado.
- Mira ven. Este jovencito de aquí es Ian y este pequeñín Brian. Vamos a cambiarlos y bajamos a cenar ¿te parece?
Mientras Beth cambiaba a Brian, Mire acaba de poner el pijama Ian. Este la miraba con cara de curiosidad, mientras su hermano no para de gorgorear.
- He visto que le has caído bien a mis suegros. Veras como lo pasaremos bien. ¿Tienes hambre? Yo me encargo del grandullón y tú del peque. Así practicas un poco. Y después los ponemos a dormir que mañana se levantan pronto sí o sí.
La cena fue fenomenal y mejor de lo que esperaba, con alguna que otra sorpresa incluida. Congenió bien con los niños y con los padres de Alan. Este aún estaba serio y apenas sonreía, mientras que Beth disfrutaba de la velada con una mirada risueña en su semblante mientras su suegra se encargaba del pequeñín y su marido cenaba como si fuera a acabarse el mundo.
Puestos a dormir los niños y tras dar las buenas noches a los cuatro, Mire fue al lavabo y se lavó los dientes. Sus ojos le devolvían una mirada radiante. Se encontraba feliz y creía que podía dar rienda a sus fantasías más oscuras. Tras lo que había visto en la cena, sabía que quería estar con aquella familia y que podía llegar a ser algo más que la niñera. Los relatos que leía eran sucios, fantaseaba con ellos y se imaginaba la protagonista de todos ellos. Se sentó en la taza del wáter y meó, sintiendo la piel de gallina y así como pequeños escalofríos que le recorrían la piel. Cogió una tira de papel y estuvo a punto de limpiarse cuando una sonrisa traviesa le torció el labio. Sucia. Sucia. Sucia. Su mente volvía a ello.
Se levantó mojada, sin secarse el coño mojado de pis, se sacó los leggins, el tanga y la camiseta, y así, desnuda, salió al pasillo. Excitada, sintiéndose cerda en casa de unos desconocidos a los que conocía desde hacía apenas unas horas, pero a los que había visto follar y… no sabía cómo interpretar la escena de Beth con ella en el lavabo. Oyó las voces amortiguadas en el comedor, situado en el piso de abajo y se dirigió a su habitación.
Esta vez sí que dobló la ropa dejándola en la silla. Desnuda se echó en la cama y miró al techo, respirando entrecortadamente, sintiendo su sexo húmedo, sus pezones erguidos. Cerró los ojos y visualizó lo que había visto cuando Brian había tirado el sonajero al suelo. Al recogerlo observó atónita como la mano de Liam acariciaba el muslo de su nuera y llegaba hasta la ingle. Al volver a sentarse, todos actuaban con total normalidad, como si nada pasara debajo de la mesa.
Se humedeció los labios y se pellizcó los pezones, frotándose los muslos. Un gemido surgió de su garganta. Dejó salir lentamente el aire mientras su mano derecha acariciaba el monte de venus, ahora despejado de pelo. Le gusto sentirlo así, suave, liso, caliente. Sus dedos jugaron con sus labios mayores, húmedos de la excitación y el pis. Se llevó los dedos a la boca y los lamió con la lengua, sintiendo el salado gusto de la mezcla de sus jugos y la orina. Repitió la acción, pero esta vez los chupó con frenesí mientras se retorcía aún más el pezón produciéndose dolor. Fue fácil que dos dedos penetraran su sexo chorreante. Empezó a frotarse duro, mordiéndose los labios, respirando cada vez más fuerte, esperando que llegara el orgasmo que no llegaba. Estaba cerca, pero no había manera que se corriera. Sus ojos se humedecieron por la impotencia y lágrimas saladas resbalaron por su cara mojando la almohada. Sus uñas se clavaron en el pecho, fuerte, produciéndose dolor, un dolor que, con el enardecido vaivén de sus pringosos dedos dentro de su coño, provocaron un explosivo orgasmo que le hizo arquear piernas y espalda. Estuvo diez minutos respirando airadamente hasta que pudo tranquilizarse. Con las piernas temblorosas y secándose las lágrimas con el dorso de la mano, se levantó y se puso el tanga. Se sentía sucia. Satisfecha. Cansada. Sudorosa. Volvió a la cama. Hacía calor. No le importó. Cerró los ojos y tardo menos de dos minutos en quedarse dormida con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
Hora y media más tarde, en el profundo sueño en el que se encontraba, no sintió como la puerta de su habitación se abría, ni vio como Alan y Beth entraban en la habitación y la miraban. Alan con la mano bajo la camiseta de Beth, masajeándole fuerte y dolorosamente el pecho, con una mirada seria y una erección punzante bajo sus pantalones, mientras admiraba los firmes cachetes del culo de Mire que se perdían entre la tira del tanga.