La aupair - Parte 4
Inicios de una aupair en el mundo de la dominación
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Se despertó sobresaltada, sin saber si había sido un sueño o no. Bajo las sábanas estaba desnuda, se giró y vio en el suelo la ropa tal y como la había dejado. Unos golpes en la puerta y esta se entreabrió asomando la cara risueña de Beth.
- Buenas tardes dormilona. ¿Has descansado?
Mire no se dio cuenta de que sus menudos pechos estaban a la vista y tampoco hizo nada por taparlos cuando se dio cuenta absorta aún en sus pensamientos. Una sonrisa afloró a su juvenil rostro, mientras se apartaba el pelo de su cara. Las marcas de la almohada y las sábanas se habían quedado impresas en ese lado del rostro.
- Sí, sí. La verdad es que me he quedado dormida como un tronco. Estaba reventada del viaje. Por cierto, disculpa por como he dejado el suelo con la ropa. No acostumbro a ser así, ni…
Beth sonrió y entró en la habitación recogiendo la ropa del suelo y dejándola encima de una silla. Mire se percató que sostuvo un rato más de lo debido el tanga entre sus dedos, tapándose los pechos cuando se dio cuenta de que estaban a la vista.
- Jajaja, tranquila. No he visto anda que no tenga yo. Y lo de la ropa… todas hemos sido adolescentes. Es tu habitación, pero fuera de aquí, en el resto de la casa, intenta que este todo recogido. Alan es muy quisquilloso con eso.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al oír aquellas palabras.
- Por cierto, levántate y dúchate que así te despejarás. Mis suegros estarán por aquí con los niños en una hora u hora y media y querrás estar presentable para ellos y los niños ¿no? Al fin y al cabo, eres una desconocida que se va a encargar de ellos. Hasta ahora se han encargado lo que han podido, pero a su edad prefieren viajar y aprovechar el tiempo. Alan ha ido a buscarlo, así que tenemos tiempo de chicas hasta que regresen.
Mire retiró el edredón quedándose desnuda delante de Beth. Está la miró largo rato y durante unos intensos segundos se mantuvieron la mirada. Lentamente se puso el tanga y la camiseta por encima y empezó a recogerse el pelo para hacerse una coleta. Al extender los brazos la camiseta se levantó enseñado el triángulo del tanga negro y tensándose encima de sus incipientes pechos remarcándose los pezones.
- ¿Sabes que eres toda una belleza? No te enfades, pero casi, sólo casi una mujer. Debes volver locos a todos los chicos. Perdona la confianza, ya que tan solo hace unas horas que nos conocemos, pero tendrías que recortarte un poco los pelillos del pubis. Te asoman un poco por los laterales del tanga.
Lejos de ruborizarse Mire sonrió y asintió con la cabeza, preguntándole si en el lavabo tenía utensilios para ello. Beth le dijo que la acompañara y alabó de nuevo el cuerpo de la joven.
- Madre mía niña. A tu edad también atraía a los chicos como la miel a las abejas. Si yo te contara las locuras que he hecho. Y mira ahora –se palpó los pechos– un par de tetas siliconadas, jajajaja. Pero no me quejo ¿eh?
- No tienes de que quejarte. Esta mañana me he quedado sorprendida por lo bien que te conservas. Tú sí que eres mi envidia. Ya me gustaría llegar a tu edad como estas.
La mano de Beth acarició el hombro de Mire y bajo por la espalda hasta llegar al nacimiento de su culo. Un escalofrío volvió a recorrer su menudo cuerpo mientras entraba en el lavabo. La estancia era completa, con bañera, ducha, bidet, lavabo y doble pica con un amplio mueble de punta a punta y un ventanal que daba a un campo verde donde se intuía el precipicio del acantilado que daba al mar.
Aún llovía y se quedó ensimismada viendo caer la lluvia mientras la voz de su anfitriona sonaba tras ella. Se giró y la vio ante una puerta que no había observado al entrar. La abrió y encendió la luz, iluminando una habitación repleta de zapatos, camisas, pantalones, vestidos…
- Ven. ¿Te has traído ropa cómoda? Seguramente tejanos y sudaderas, como todas las adolescentes, pero ya ves que aquí en casa, a pesar de la lluvia y el frio que hace fuera, hace calor. Tenemos todo el día la calefacción puesta. Yo voy cómoda con una camiseta y unos leggins o unos pantaloncitos cortos. ¿Te has traído algo así? Vamos a ver que encontramos.
Estuvieron removiendo ropa de un arcón que había al fondo de la habitación, bajo unos vestidos de ensueño que Mire estuvo admirando y que Beth le prometió que le dejaría probar. Finalmente se quedaron con varios leggins, pantalones cortos y camisetas que le dijo que dejaba en su habitación, tras dejar un conjunto en una repisa junto a unas chancletas.
Sola en el lavabo, se desnudó y se sentó en el lavabo para mear. Fue entonces cuando vio que no había pestillo alguno en la puerta. Su mente volvió a imaginar que Beth entraba en el lavabo, en ella sentada, meando y que le preguntaba si necesitaba algo, a lo que ella le decía que lo que quisiera. Su mano volvió a irse a su sexo, mojado ahora por el pis. Pero no le importó. Se restregó dos dedos por encima de los labios del coño; suavemente, acelerando poco a poco el ritmo. Su mano izquierda frotaba los pezones de ambos pechos. Esperaba no llegar mucho al orgasmo. Le costaba mucho, de siempre alcanzarlo. Disfrutaba más, pero no sabía el porqué. Su cuerpo temblaba y parecía que empezaba a sentir el inicio de uno cuando dos golpes suaves sonaron en la puerta.
Beth asomó la cabeza con una sonrisa en sus labios. Mire, roja como un tomate se la quedó mirando, con la mano entre las piernas y dos dedos dentro de su boca.
- Perdona. ¿Molesto? Te traía una toalla.
- No. No. Tranquila, estaba haciendo un pis. Gracias.
Dejó la toalla al lado de la ropa que había preparado antes y miro a la niña sentada frente a ella.
- ¿Estás bien? Estás roja como un tomate. ¿No tendrás fiebre no? Sólo faltaría eso el primer día. Deja que te toque un momento.
Su mano se posó en la frente de Mire y esta se sintió excitada por la situación. Sentada en el lavabo, desnuda ante una persona a la que hacía sólo unas horas que conocía y que había visto como había sido humillada y violentada por su marido.
- Estoy bien, de verdad.
- Pero tan roja… Disculpa la indiscreción, pero… No sé cómo decirte esto.
- Dime, dime. Hay confianza ¿no?
- Sí, claro, jajaja. Es que verte roja, y aquí sentada… ¿Tiene problemas para hacer de vientre?
La salvación le vino con esa pregunta tan absurda y que jamás se habría formulado.
- Uf. Me da vergüenza admitirlo, pero sí. La verdad es que me cuesta y más cuando estoy fuera de casa.
- Jajaja. Te has puesto más roja aún. Tranquila, no tienes que avergonzarte. Es normal. ¿Sabes? A mí me pasa y Alan suele ponerme lavativas. ¿Has probado alguna vez alguna? No, claro que no, con lo jovencita que eres.
Su mano acaricio su mejilla y su pulgar paso suavemente por encima de su labio superior. Mire los entreabrió, dejando ver sus dientes, su respiración agitada. Sus incipientes pechos se movían al compás de la respiración. Beth sonrió de nuevo y retiró su dedo, alejándose de ella sin dejar de mirarla.
- ¿Sabes niña? Creo que podemos llevarnos muy bien. Pero aún no. Es temprano y no creo que estés preparada. En el primer cajón tienes jabón y cuchilla. Te lo haría yo pero quizás nos arrepentiríamos y no se trata de eso. Se trata de conocernos mejor y hablar cuando estés preparada. Dime sólo un par de cosas, por favor. Si quieres contestarme, aunque veo por tu respiración y las señales de tu cuerpo que me lo dirás porque realmente te apetece. ¿Eres virgen?
- Sí
- ¿Has estado con alguna otra mujer?
- No
- Lo sabía. Arréglate y dúchate rápido que ha pasado el tiempo volando y a Alan no le gusta que le hagan esperar.
Cerró la puerta tras de sí y dejó a Mire sentada, más excitada si cabía y con los nervios a flor de piel. Se olvidó de llegar al orgasmo, aunque seguramente habría llegado al mismo con sólo acariciarse el clítoris. Aún estuvo diez minutos con las manos tapándose la cara pensando en lo que acababa de ocurrir. Finalmente, la frase – “a Alan no le gusta que le hagan esperar” – fue el resorte que necesito para arreglarse los pelos del coño, sólo que en vez de recortárselos se los quitó del todo y se duchó con agua fría. Necesitaba despejarse.
Mientras se secaba se miró en el espejo y vio a una desconocida. Pero no le desagradó la mirada que le devolvía. Sabía que algo estaba a punto de cambiar. Y quería ese cambio. Se puso la camiseta, sin sujetador debajo, se lo había olvidado en su habitación, pero le gustaba sentir sus pechitos libres y sus pezones rozando la tela, el tanga y los leggins negros que Beth le había dejado y que le quedaban como una segunda piel realzando su firme culo y así, descalza, salió al pasillo y bajó las escaleras justo cuando oyó la puerta de la entrada y los gritos de los niños que gritaban –“mama”, “mama”–.