La aupair - Parte 3

Inicios de una aupair en el mundo de la dominación

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Tras hablar por Skype con sus padres, la llamaron para comer. La comida estuvo fenomenal y tanto Beth como Alan se deshicieron en elogios hacia ella y en lo bien que lo haría cuidando de sus hijos. De hecho, Mire se encontraba en la gloria viendo a aquella pareja tan perfecta. Si ella la había impresionado, él la había desarmado. Era alto, más de 1,80, guapo, cachas, simpático. Se derretía y, por primera vez en su vida, sintió como realmente, su coño se humedecía dentro de su tanga. Agradeció llevar tejanos porque si hubiera llevado pantalones de tela seguramente se estaría extendido la mancha. Se rio ante la burrada de ocurrencia que había pensado justo cuando Alan explicaba alguna anécdota de su hijo mayor, que por lo poco que entendió, también tenía un final explosivo y de risa.

La verdad es que, en las pocas horas que llevaba con ellos, se sentía muy a gusto, y no solo en el plano afectivo. No sabía con certeza que le ocurría, pues a su edad había experimentado poco con el sexo, –algún que otro beso, se había dejado meter mano, pero marcando ella las pautas, y ella había tocado un par de pollas, pero a excepción de eso y si quitaba la obsesión compulsiva de masturbase mirando páginas de videos y relatos que miraba a escondidas en internet–, sintió que se despertaba una sensación sexual hacía aquella pareja.

Después de la comida Alan y Beth se sentaron en el sofá y Mire en la butaca y estuvieron charlando sobre su día a día, sus aficiones y hasta de si había tenido novio o no, a lo que les contestó, con absoluta sinceridad, que hacía solo un par de meses que había roto una relación de tres meses con un compañero de estudios.

Se sentía cómoda y embelesada admirándoles. La verdad es que eran una pareja atractiva. El musculoso, con una camiseta ajustada que remarcaba sus músculos y unos pantalones de chándal que dejaban entrever unas poderosas piernas y lo que le pareció ver un paquete de dimensiones considerable en la entrepierna. ¿En qué estaba pensando? Joder, se vio obligada a beber de la taza de café antes de que el temblor en sus dedos volcara el contenido. Ni en sus mayores fantasías, y tenía muchas se había planteado una situación como aquella.

Por su lado Beth sonreía mirándolos a los dos, y sobre todo a ella, por lo que tuvo la sensación de que se había percatado de lo ruborizada que se sentía, por lo que se lo agradeció eternamente que diera por cerrada la sobremesa aduciendo que tras el viaje necesitaba descansar.

Una vez en su habitación, se dejó caer en la cama y cerró los ojos con una sonrisa tonta en sus labios, respirando entrecortadamente. Se quitó las bambas con los pies, dejándolas caer sobre la mullida alfombra, la camiseta y los pantalones, arrastrando las perneras con los pies, y en tanga y sujetador, se quedó traspuesta, dejando que el cansancio del viaje y de los momentos pasados apenas minutos antes, hicieran mella de ella.

Unos ruidos al otro lado de la pared, donde se encontraba la habitación de Alan y Beth la despertaron. Gemidos apagados, susurros –creyó oír algún insulto–, golpes amortiguados, como tortazos o bofetadas, la acabaron de despertar del todo. Con los ojos abiertos del todo y mordiéndose el labio inferior con los dientes, se llevó la mano a la boca sofocando una carcajada que pugnaba por salir. El ritmo de los golpes iba en aumento, y noto que la temperatura de su cuerpo también.

Sabía que era una locura y que si la pillaban la meterían en el primer avión de vuelta, pero los relatos que leía volvían a su mente una y otra vez –relatos de sumisión, dominación, no consentido–, y su cuerpo le pedía hacer una locura. Sabía que si se lo pensaba mucho no lo haría, así pues, se quitó rápidamente el sujetador y el tanga y se sentó en el borde de la cama temblando. Sentía los pezones de sus pequeños pechos duros. Le dolían. Se los masajeo con el pulgar y el índice ahogando un gemido. Los tenía muy sensibles y un estallido de gozo le recorrió el cuerpo cuando se los retorció y estiró. El pecho abarcaba su pequeña mano y se los apretó, suave primero y fuerte después. Las piernas, abiertas, con las puntas de los dedos aguantándose en la alfombra, dejaban entrever su sexo húmedo. Los dedos recorrieron el monte de venus, sus pelos recortados, sus labios menores, masajeando el clítoris e introduciendo levemente el dedo anular dentro, poco a poco, con movimientos lentos, mientras su mano izquierda retorcía febrilmente su pezón y su lengua recorría sus labios, sus encías, dejando que la saliva lo humedeciera.

Su dedo, impregnado por sus jugos acabó en su boca, lamiéndolo, chupando su esencia, sintiéndose sucia sólo por ese acto de sentirse a sí misma. Una frase de Beth, entre gemidos, hizo que se detuviera. No daba crédito a lo que acababa de escuchar.

-          ¿Te gusta la putita eh? He visto cómo te miraba fugazmente el paquete y se ruborizaba. Seguro que se ha puesto caliente como una perra. Ufff… no pares.

-          ¡Calla puta!

Es vez sí que lo que oyó fue una bofetada. Mire se puso de pie, temblando, mojada, sintiendo la humedad entre sus muslos, aguantando la respiración. ¿Dónde había ido a parar? Lo primero que le vino a la cabeza fue coger la ropa, vestirse y salir de aquella casa, … pero la excitación que sentía fue superior a su pensamiento.

Al ser el suelo mullido no tuvo que andar de puntillas, aunque a pesar de ello fue poco a poco. Abrió la puerta de la habitación y salió al pasillo, acercándose a tientas a la puerta entreabierta de Allan y Beth. Apenas era un resquicio, pero suficiente para ver la cama donde se hallaban los dos desnudos.

Alan estaba sentado en la cama y la cabeza de Beth subía y bajaba sin cesar guiada por las manos de su marido. Le daba fuerte, introduciéndole la polla hasta el fondo de la garganta, produciéndole fuertes arcadas. De cuando en cuando las piernas de Beth se debatían, mostrando su sexo húmedo entre las mismas. Mire se fijó en su culo, rojo intenso, seguramente por la mano de Alan. Las manos de Beth intentaban apartarse de su marido y este se las apartaba violentamente. La trataba como a un objeto, un simple agujero donde meter la polla. En un momento dado, la apartó violentamente y le cruzó la cara de dos bofetadas, la tiró al suelo aprisionando sus redondos pechos en la moqueta de la habitación y se puso de rodillas tras ella frotándose el pene erecto. – Mire absorta, nunca había visto una polla como aquella, – Cierto es que había tocado un par antes, pero ninguna como la que tenía ante ella, venosa, ancha, con un capullo morado, grande como una seta, el tronco mojado por la saliva de Beth y sus propias secreciones. Estaba tan ensimismada viendo la escena que se había olvidado de su propio cuerpo y su propia satisfacción. Alan se echó sobre la espalda de su mujer y la penetró violentamente empezando un mete saca rápido. Sus manos taparon la boca de Beth impidiendo que de la misma surgieran más que gemidos apagados. Sus ojos, cerrados, su pelo, tapándole la cara a cada embestida de Alan, hasta que, en un violento golpe, que hizo que los abriera de repente, este se corrió dentro de ella.

Los dejó allí, respirando violentamente, exhaustos, mientras ella se retiraba a su habitación. Retiró las sábanas y se metió dentro desnuda, temblando, excitada, … Cerró los ojos cuando oyó que la puerta de la habitación se abría suavemente. No entendió las palabras en susurros que se decían uno al otro, pero interiormente se sintió feliz. Quizás, solo quizás, podía cumplir sus fantasías leídas tantas y tantas veces en los relatos.