La apuesta. Prólogo.

Donde dos amigas deciden hacer la más excitante y morbosa de las apuestas.

Todo empezó una noche de borrachera. Ya ni siquiera recuerdo qué estábamos celebrando, si es que celebrábamos algo. Seguramente sólo era una excusa para juntarnos, hablar de los años en el instituto, y lo que empezó con unas copas acabó en casa de Ana, las dos borrachas perdidas, y haciendo y diciendo cosas de las que no estaba muy segura si tendría que arrepentirme más tarde o no.

Soy Cristina, aunque todos me llaman Cris, y hacía mucho tiempo que no veía a Ana, la que era mi mejor amiga desde que éramos pequeñas, nos conocemos desde el colegio. Habíamos estado un tiempo separadas ya que ella se había ido a estudiar a Inglaterra y durante un tiempo sólo tuvimos contacto por mail. El día que por fin volvió y quedamos, terminamos como nos solía pasar en el instituto, con una borrachera de campeonato. La verdad es que éramos un peligro, siempre de juerga, buscando chicos como locas, metiéndonos en mil y un problemas. Ahora que lo veo con cierta perspectiva, me río. Ahora estamos en la universidad, y si creía que eso nos haría madurar y comportarnos de forma más seria y formal, me equivocaba. No imaginaba que la vida universitaria pudiera dar tanto de juego.

Esa noche con Ana fue estupenda. Hablamos de todo lo que habíamos hecho en los últimos tiempos, de los chicos (y no tan chicos) con los que nos habíamos acostado, de nuestras aventuras y experiencias (principalmente sexuales), y recordamos nuestras aventuras comunes antes de que se fuera a estudiar fuera. Estuvimos en varios bares de copas y coqueteamos con todo hombre que se nos cruzara, pero sólo como un juego, ese día era para nosotras, para ponernos al corriente de nuestras vidas.

Y la noche acabó en su casa, las dos medio borrachas, tumbadas en la alfombra del salón, medio desnudas, con una última botella de ron, disfrutando de la mutua compañía. Ninguna de las dos nos considerábamos lesbianas, yo nunca había estado con otra chica, me gustaban los hombres, pero con Ana era diferente. Una noche, cuando aún estudiábamos en el instituto, nos besamos. No recuerdo cómo surgió, creo que habíamos bebido, pero el caso es que estábamos en mi habitación, mis padres no estaban y habíamos quedado para ver una peli de video. Nos pusimos a hablar, y casi sin darnos cuenta y como sin querer, nos dimos un beso en los labios. Creo que si hubiera sido con cualquier otra chica, me habría molestado, lo habría considerado un detalle muy feo, algo así como aprovecharse de mi amistad. Pero con Ana era diferente, era (y sigue siendo) mi mejor amiga y la dejé. Nos besamos y nos acariciamos, y a partir de aquel día ninguna de las dos mencionó el tema, lo asumimos como algo natural, propio de dos amigas íntimas. No nos considerábamos lesbianas, seguimos follando con tíos y pasándonoslo muy bien con ellos, pero de vez en cuando, cuando estábamos solas, no teníamos ningún problema en disfrutar de nuestros cuerpos. Consideramos, sin necesidad de decirlo, que eso mejoraba aún más nuestra relación. Y nadie tenía por qué saberlo.

Ana es pelirroja y yo morena, tenemos la misma edad, y nuestros gustos y físicos son muy similares, por eso supongo que somos tan buenas amigas. Amigas inseparables, para todo. Sus pechos son un poco más grandes que los míos, aunque mi piel es más morena que la suya, pero nunca hemos competido en ese aspecto. Su cuerpo me encanta y me parece delicioso, y ella opina lo mismo de mí. Su piel es suave, tiene lunares en sitios que me vuelven loca, y con todos los hombres con los que ha estado, dice que mis dedos son los que mejor la acarician.

El día justo antes de que se fuera a estudiar al extranjero, nos hicimos un tatuaje. Era un símbolo chino, el de la tienda nos explicó lo que significaban, y elegimos uno que representara a cada una, y nos lo tatuamos uno cada una, en la espalda. Yo tengo tatuado su símbolo y ella el mío. Desde ese día nos sentimos más unidas que nunca.

La noche que nos reencontramos era verano y sus padres estaban en su casa de la playa, así que tenía su casa para ella sola. Llegamos muy tarde y haciendo eses, agarradas una a la otra, riéndonos a carcajadas y sin parar, nos reíamos de todo. Nos lo habíamos contado todo en el tiempo que habíamos estado juntas, y ahora sólo queríamos relajarnos. Sacó una botella de ron de un armario, nos quitamos ropa y nos tumbamos en camiseta y braguitas sobre la alfombra del salón. Me quitó la camiseta y me besó en los labios, y entonces me di cuenta de lo mucho que la había echado de menos. Nos desnudamos e hicimos el amor, con dificultad, pues la borrachera era importante, pero conseguimos tener un orgasmo las dos, y exhaustas nos tumbamos juntas, sudorosas, acariciándonos suavemente.

Seguimos hablando, casi en susurros. Y entonces no sé cómo la conversación derivó a esos temas, pero el caso es que nos pusimos a hablar de sexo, pero de cosas perversas, y la conversación derivó hacia el incesto. Al principio era una conversación divertida, preguntándonos si alguna vez nos habíamos sentido atraídas por algún miembro de nuestra familia, ya fuera masculino o femenino. Ana y yo nunca habíamos tenido ni un solo secreto la una con la otra, nunca nos habíamos guardado nada, pero jamás habíamos hablado de esos temas, y lo que empezó como un juego, como una simple conversación picante y divertida, aderezada por el alcohol y el sexo entre las dos, se convirtió en algo mucho más excitante y revelador.

La dos conocíamos perfectamente a toda la familia de la otra, éramos consideradas prácticamente como de la familia yo en casa de Ana y ella en la mía. Empezamos a hacernos confidencias, y me contó que una vez vio a su padre saliendo de la ducha sin taparse, creyendo que nadie le miraba, y que se quedó sorprendida por su cuerpo, especialmente por su polla, que le pareció grande y fantástica, algo que nunca había imaginado.

-Tu padre es guapísimo, no me habría importado nada ser yo la que le pillara a la salida de la ducha.

La miré con lujuria, me reí y la besé. Yo le conté que me había vestido muchas veces con mi madre, y nos excitamos hablando y describiendo el cuerpo de mi madre, que a pesar de sus más de cuarenta años, se conserva estupendamente. Hablamos de mi padre, de sus hermanos, e incluso de un par de tíos míos, y acabamos hablando de mi hermano. Es cuatro años mayor que yo, y objetivamente hay que decir que está como un queso. Es alto, muy moreno, como yo, tanto de pelo como de piel, lleva toda la vida haciendo deporte, con lo que tiene un cuerpo de infarto, pero sin exagerar, no como esos tíos que parecen Terminators y que da asco verlos, de tanto músculo que tienen. Mi hermano tiene el vientre totalmente plano, unos ojos preciosos y una sonrisa que enamora. Ana se pegó más a mí y me beso.

-Tu hermano está para comérselo. ¡Le echaría un polvazo ahora mismo!

-¡O dos!

Y las dos nos reímos, pero en sus ojos había una seriedad que al mismo tiempo me excitó y me preocupó. Conocía demasiado bien a Ana para saber que lo que estuviera pensando sería cualquier cosa menos inocente.

-¿Alguna vez has pensado cómo sería acostarte con tu hermano?

Sabía que entre nosotras sólo podía haber sinceridad, nos conocíamos lo suficiente para intentar engañarnos.

-Alguna vez se me ha pasado por la cabeza. ¿Y tú?

-Alguna vez

Me lo dijo con su mejor voz melosa y pícara, y de nuevo nos echamos a reír las dos.

Las dos nos dábamos cuenta de que esa conversación era mucho más seria de lo que parecía, habíamos empezado algo que no sabíamos muy bien a dónde nos iba a llevar, pero ninguna pensaba parar, sería el alcohol o quizá el calor de nuestros cuerpos, pero cada vez nos sentíamos más excitadas.

-¿Te gustaría tirarte a mi padre?

Ana me miraba seria, esperando mi respuesta, expectante, segura de mi respuesta.

-Sí, me follaría a tu padre… ¿y tú a mi hermano?

-Sin dudarlo.

Para su padre yo era como una hija, siempre que iba a casa de Ana me trataban como a un miembro más de la familia, y lo mismo se podía decir de mi familia con ella. Sus padres siempre tenían un regalo para mí el día de mi cumpleaños y en Navidad, y lo mismo mi familia con Ana. Jamás se me había pasado por la cabeza tener una relación sexual con ningún miembro de su familia, sería como hacerlo con mi padre o con alguien de mi propia familia. Pero en ese momento, hablando con Ana, sus labios a pocos centímetros de los míos, su cuerpo caliente tocando el mío, todo empezaba a darme vueltas, y lo que hasta hacía un rato ni siquiera lo había pensado, ahora me atraía.

-Te hago una apuesta.

Ana lo dijo con sus labios rozando los míos y sus dedos acariciando suavemente los labios de mi coño. No pudimos evitar sonreír las dos, porque esa era la frase que muchas veces habíamos dicho cuando éramos un poco más jóvenes y díscolas, siempre con algún chico de por medio. Las apuestas eran parte de nuestra vida y siempre eran igual, quién de las dos era capaz de ligarse o follarse antes a un chico, y ninguna podía decir que hubiera ganado más apuestas que la otra. No lo hacíamos realmente por lo apostado, que en el fondo no era más que la que perdiera tenía que invitar a la otra a comer o comprarla un regalo o algo así. Lo hacíamos por la excitación de la apuesta en sí, llevarnos a la cama a un tío sólo por hacerlo antes que la otra. A veces llegamos a hacer cosas verdaderamente escandalosas, sólo por ganar, por demostrarle a la otra que estábamos dispuestas a llegar hasta el final y hasta donde hiciera falta.

Hacía mucho que no hacíamos una de nuestras famosas apuestas, y las dos nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos, conteniendo la respiración.

-Veamos quién es más rápida, te apuesto que soy capaz de acostarme con tu hermano antes que tú con mi padre.

Esta vez se trataba de la apuesta más peligrosa que hubiéramos hecho nunca y no estoy segura si fui yo la que respondió o fue el alcohol, o simplemente la excitación del momento, o todo junto.

-Me follaré a tu padre mucho antes de que te hayas acercado a mi hermano.

Sonrió y nos dimos un beso, como hacíamos siempre para sellar nuestro acuerdo. Esta vez la apuesta consistía en invitar a cenar en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, comenzaríamos al día siguiente y en unos minutos dejamos claros todos los pequeños detalles. Cuando todo estuvo acordado, sus labios fueron bajando lentamente por mi estómago, mi vientre, hasta llegar a mi pubis, se deslizaron entre mis labios y tras unos minutos, me provocaron un nuevo orgasmo. Apoyó su cabeza sobre mi pecho y nos quedamos dormidas.