La Apuesta III

Esta vez, el ‘’premio’’ será el propio Santiago, cuál de las chicas ganara la apuesta?

Hola a todos. Con la inquietante cercanía de un nuevo Coronapocalipsis™, debo exhortaros una vez más para continuar con los protocolos sanitarios. Ahora, ya en lo que nos interesa, este probablemente sea el capítulo final, y si te van las cuerdas, probablemente lo disfrutes, probablemente no. 50/50 o mi porcentaje favorito, 99/01.

PD: Lamento en el retraso en la publicación.

Las chicas cogieron a Santiago de brazos y piernas y le llevaron hasta su cama, teniendo mucho cuidado con sus pobres huevos, que ya estaban menos hinchados pero el más mínimo roce le provocaba oleadas de dolor. Entre tanto, ambas chicas conversaron después de hacer sus rutinas de ejercicio frente a la televisión.

“Tu compañero no está nada mal,” dijo Tamara con tono aparentemente indiferente.

“Si, es un buen tio. Y por eso me siento mal por haberle pateado los huevos, otra vez…” confesó Teresa con cierto abatimiento.

“Fue solo una apuesta, puedes ganar o palmar. Ya me gustaría haber estado en tu lugar,” respondió Tamara con algo de pesar.

Teresa miró a su amiga con genuina sorpresa, y luego una sonrisa se dibujó en sus labios.

“Bromeas? Le habrías destrozado los huevos…” dijo Teresa.

“Nada de eso… sabes que nunca he llegado a ese punto.”

“Si, ya me lo habéis contado hasta la saciedad. Porque estas tan interesada en Santiago, te ha puesto cachonda?” preguntó de improviso Teresa.

“Eh… no… solo me ha puesto cuando le pateaste los huevos…” respondió algo nerviosa la muchacha.

“Te he pillado, vi como metías su mano en tu legging,” dijo su amiga con picardía.

“Pues parece que alucinas tia, tú me pones más que él,” mintió a medias Tamara y se sentó sobre las piernas de Teresa.

“Porque no lo pruebas?” susurró Teresa mientras los labios de las chicas se fundían en un beso apasionado.

Santiago descansaba apaciblemente mientras su compañera de piso y Tamara se morreaban en la pequeña sala de estar. El chico tardó unos cuatro días en recuperarse y poder ser capaz de caminar y hacer casi todo por su cuenta, sin embargo aún le costaba a horrores sentarse o mantener cerradas las piernas sin tener una sensación de dolor repentina. Para el jueves, seis días después de haber empatado con Teresa, Santiago se sentía con renovados ánimos aunque se dijo que lo mejor era no ir a la universidad y pasar la tarde mirando la TV.

En tanto el chico se quedaba, literalmente; hundido en el sillón, Teresa se aburría en su última clase junto a Tamara, que dormía con la boca abierta sobre su mesa. Al menos después de eso buscarían hacer cualquier cosa para divertirse, sin embargo; Teresa ya no pensaba mucho en ello y solo intentaba resistir y no quedarse dormida.

“Bien, para el próximo lunes espero sus reportes sobre el funcionamiento del Sistema Nervioso Central y su importancia para el cuerpo humano. Punto por punto, y al menos 30 páginas, ni una menos,” indicó el profesor, dando por terminada la aburrida clase para las chicas.

Un murmullo general de alivio se escuchó entre los alumnos, quienes estaban esperando las palabras finales de su aburrido profesor para dedicarse a deambular, embriagarse, o ambas; según el caso. Teresa zarandeó a Tamara, que se despertó algo confundida y perdida pero al saber que la clase había finalizado se sintió mucho mejor. Las chicas se marcharon del lugar y caminaron sin rumbo fijo por los jardines de la universidad.

“Teresa…”

“Si?”

“Santiago te pone cachonda?” preguntó Tamara con cierta ansiedad.

“Porque me preguntas eso… a que viene?” contestó Teresa algo perpleja.

“Por lo que contaste el sábado pasado, que no querías patearle los huevos,” respondió Tamara con rapidez.

“Mmm… porque muestras tanto interés? Y si, si tuviese la oportunidad me desfogaría con él,” admitió Teresa, pero deseaba conocer que se traía entre manos Tamara, pues desde aquel día actuaba algo extraña.

“Quiero proponerte algo… una apuesta,” comentó Tamara con una sonrisa.

Esa sonrisa no significaba nada bueno viniendo de su amiga, aun así la embargaba la curiosidad de saber.

“Qué clase de apuesta?”

“Simple, la ganadora podrá follar con Santiago, no creo que se niegue a tal oferta,” dijo Tamara. Pero aquello no parecía ser todo lo que estaba pensando la muchacha.

“Solo eso? Y como haríamos esa apuesta,” quiso saber Teresa.

“A un partido de futbol, esta vez, Santiago no tendrá que saberlo, será entre nosotras…” propuso la chica.

A pesar de que no era mala idea, Teresa tenía ciertos recelos de su amiga, que era una tia de cuidado.

“Que es lo que quieres? No creo que esto sea por echarte un polvo con Santiago, lo podrías hacer con cualquiera,” dijo Teresa algo recelosa.

“Claro que sí,” respondió Tamara con una sonrisa y pensó, “Pero con Santiago sería algo especial.”

Las chicas salieron y llegaron hasta un bar donde Tamara sabía que transmitían los partidos para todos los presentes. Jugaban dos equipos de media tabla ese jueves, para abrir la jornada a la espera de los partidos del fin de semana. Sentándose lo más cerca que pudieron de la TV, ambas amigas eligieron sus equipos para consumar la apuesta, un todo o nada a por la polla de Santiago.

Al mismo tiempo que las chicas se aburrían mirando el partido, sin emociones; Santiago hacía lo propio desde el sillón. Ignorando que era el objeto de una apuesta, el chico despotricaba contra los jugadores por su incapacidad de generar juego ofensivo, y depender de algún córner o falta directa para intentar marcar. Al final, el aburrimiento le venció y se quedó dormido en el sillón.

Entre tanto, las chicas conversaban tranquilamente poniéndose al día con otras cuestiones, cuando al minuto 83 de juego un par de enhorabuenas y otras exclamaciones las sacaron de su letargo. El equipo de Tamara había conseguido marcar por medio de un córner y la muchacha sonrió triunfante, su amiga no se lo tomó tan mal de no ser por la extraña expresión en el rostro de Tamara, que no auguraba nada bueno.

Sin comentarle nada, ambas miraron el partido hasta que el colegiado pitó el final. 0-1 y Tamara era la ganadora de la apuesta.

“Enhorabuena, lo conseguiste,” le felicitó Teresa.

“Si, ya era hora. Pues es tiempo de reclamar mi premio,” comentó ella.

“Ahora?” preguntó Teresa perpleja.

“No voy a esperar al día de la Marmota, tia, pues claro que hoy…” respondió Tamara con una risita.

Pagando sus tragos, Teresa llevó a la triunfante Tamara a su piso. Santiago despertó unos minutos después, no había visto el final del partido pero no le importó, levantándose del sillón con pereza, fue a por una pomada que le había comprado Teresa para sus huevos. Mientras se aplicaba la pomada, escucho la puerta abrirse.

“Es Teresa… ya era hora,” pensó el muchacho.

Y si, era su compañera de piso. Pero no venía sola, pues Tamara entró detrás de ella con una gran sonrisa. Aquello no le hizo mucha gracia a Santiago pero no dijo nada. La chica vestía un legging negro que marcaba muy bien sus piernas, zapatos blancos y una camisa rosa con las palabras “Fuck you, bitch!” en ella.

“Hola Santiago, que tal te ha ido?” dijo Teresa.

“Nada mal, pensé que no ibas a venir…” respondió el chico.

“Estábamos viendo el partido, lo viste?” habló Tamara esta vez.

“Si, una parte. No tenía mucha importancia,” comentó Santiago.

Dándoles la espalda, las chicas se miraron y Tamara le hizo una seña a su amiga.

“Eh bueno, creo que tendré que volver a salir. Olvide comprar unas cosas, quieres que te traiga algo?” preguntó Teresa a Santiago, que negó con la cabeza sin mirarla.

“Si no te importa amiga, me quedare con Santiago esta vez. Estoy muerta del cansancio,” dijo Tamara y el chico reaccionó.

Miró a Tamara con algo de nervios, no le hacia ninguna gracia quedarse a solas con ella, pero como no estaba de humor para discutir, mantuvo la boca cerrada. Teresa suspiró y cogió sus llaves y salió.

“Puedes mirar la TV si quieres, yo voy a acostarme…” musito Santiago.

“Tan temprano?” inquirió Tamara fingiendo sorpresa.

“Si, estoy algo cansado…” dijo y se marchó a su habitación.

Al escuchar la puerta cerrarse, Tamara sonrió con malicia y no perdió ni un segundo. Sentándose en el sillón, se quitó los zapatos y cogió las cuerdas de los mismos, haciendo con ellas un ovillo, las sostuvo en su mano izquierda. Mirando la hora en su móvil, decidió esperar unos 15-20 minutos para entrar en acción. La chica sentía que su ritmo cardíaco había aumentado de golpe, como si hubiese trotado un largo trecho, movía la pierna impaciente y a cada tanto miraba el móvil para tener noción del tiempo.

Los minutos transcurrieron despacio, mientras Santiago descansaba apaciblemente en su cama. Cuando el plazo se cumplió, la muchacha caminó silenciosamente y se detuvo frente a la puerta. Girando el picaporte con mucho sigilo, Tamara contuvo la respiración y agudizó el oído, no se escuchaba ningún sonido y con mucho cuidado empujo la puerta.

Santiago dormía apaciblemente en su cama del lado más alejado de la puerta, con una mano sobre el vientre. Conteniendo las ganas de echarse a reír, Tamara cerró con mucha precaución la puerta y avanzó tan silenciosa como un gato. Al llegar al borde de la cama, la chica hizo el mayor esfuerzo para subirse sin gestos muy bruscos que delatasen su presencia.

El muchacho respiraba apaciblemente cuando de pronto tuvo una extraña sensación de algo, o alguien; subiendo a su cama y descansando a su lado. Ignorando su sexto sentido, Santiago no abrió los ojos hasta que una voz muy familiar le heló la sangre y abrió los ojos sin ganas de mirar a su lado.

“Hora de despertar, guapo…” dijo Tamara en voz baja pero audible.

Conteniendo la respiración, Santiago se quedó paralizado mientras sentía como Tamara se acercaba a él, que podía sentir su aliento en la nuca, la chica respiraba con rapidez y parecía sobreexcitada.

“No me hagas nada… no te he hecho nada…” rogó Santiago como un crio.

“Shhh… yo solo quiero jugar… con vuestro amigo…” susurró Tamara en su oído al tiempo que deslizaba su mano por su cuerpo hasta llegar a su paquete, y lo sujetó.

Por mucho que lo intentó, no pudo reprimir una rápida y durísima erección. Trató en vano de cerrar las piernas pero una pequeña oleada de dolor proveniente de sus huevos le hizo desistir y gimió en voz baja.

“Si te resistes… te juro que te va a doler. Pero si haces todo lo que os diga, ambos lo disfrutaremos,” indicó la chica, “Asiente si me has entendido,” añadió y Santiago, muy a su pesar, lo hizo.

“Haré lo que me pidas… pero por favor, mis huevos…” suplicó Santiago al sentir la mano de la muchacha dentro de su short sujetando sus joyas.

“Shhh… no digas nada. Ahora separad lo más que puedas las piernas,” ordenó Tamara.

Al principio Santiago no obedeció y el agarre de la chica sobre sus testículos se hizo más fuerte, pero sin llegar a ser especialmente doloroso. Separando las piernas lentamente, su pie derecho colgaba fuera de la cama; Tamara se puso de costado y alzando la pierna izquierda, su rodilla quedó a unos centímetros de los huevos de Santiago, que intuyó el peligro.

“Joder… me los vais a cascar,” gimió el muchacho.

“Nada de eso… simplemente soy una chica diferente…” fue la respuesta de Tamara y su rodilla acarició por encima del short los huevos del acojonado Santiago, mientras la chica sonreía muy satisfecha con el control que ejercía sobre el muchacho.

Ella siguió a lo suyo mientras gemía al oído del muchacho, que cerró los ojos, esperando que Teresa llegase pronto y le librase de esa loca. Pero Teresa se hallaba en un bar cercano, con una cerveza en la mano, y tardaría mucho en volver. Con un ligero movimiento hacia arriba de su rodilla, que estremeció al pobre Santiago, Tamara comenzó su juego con el compañero de piso de su mejor amiga, repitiendo la operación; logró que el joven tensase su cuerpo en respuesta, más este ni debía preocuparse puesto que no le había impactado sus gónadas.

Con una mirada de niña mala en su hermoso rostro, la chica mordió el lóbulo de la oreja izquierda de Santiago y estiró un poco, haciendo que jadease. Luego pasó su lengua lentamente por su cuello y esta vez sí le impactó los huevos con su rodilla, Santiago gimió de dolor y placer a partes iguales, logrando poner una sonrisa en los labios de Tamara.

“Parad, por favor…” volvió a suplicar Santiago.

“Ni de chiste. Si lo estas disfrutando…” dijo Tamara.

Su rodilla siguió golpeando tenuemente los huevos del chico, que gemía en voz baja y poco a poco sentía que las molestias hasta entonces olvidadas, regresasen; pero podía tolerarlo por el momento. Tamara besó su mejilla varias veces y lamió con lascivia, y no lo podía negar, estaba bien empalmado a pesar de los leves rodillazos. Ella ejercía su peculiar poder de seducción sobre él y para colmo, aquello le estaba empezando a gustar más a pesar del dolor que le causaba.

“Si… lo ves… esto te pone, cerdo…” dijo Tamara para volver a lamer su cuello y subir hasta su mejilla. Santiago no pudo reprimir otro gemido de placer.

Si hasta ese instante albergaba esperanzas de poder escapar por sus propios medios, o con la oportuna aparición de Teresa; Santiago dejó de pensarlo y sujetando a Tamara por el cabello, le miró a la cara, a ella no le pareció disgustarle ese brusco gesto y en cambio sonrió sádicamente.

“De eso estoy hablando. Pero no creo que vayas a necesitar tus manos,” aclaró ella.

Montándose sobre él, la chica le enseñó los cordones de sus zapatos.

“Tus muñecas…” murmuró Tamara.

La chica ató individualmente ambas muñecas a los extremos de la cama, quedando con ambos brazos estirados sobre su cabeza, expuesto e indefenso; entregando el control total a Tamara, que le había atado firmemente. Acto seguido, la muchacha se puso de pie y fue a por los zapatos de Santiago y quitándole los cordones, los puso sobre la cama.

Respiraba agitadamente, era consciente de lo que había hecho al dejarse atar por Tamara, pero estaba dispuesto a llegar a donde ella quisiese o eso creía. En un parpadeo la chica se deshizo de su short y calzoncillos, su polla erecta quedo libre al igual que sus huevazos. Tamara se relamió con la vista.

“Necesitare un par más…” indicó Tamara, refiriéndose a los cordones.

Santiago miró a un rincón, y Tamara encontró varios zapatos. Deshaciendo los cordones de uno, los tiró sobre la cama y con los otros ató los tobillos del chico al extremo opuesto. Sin poder mover sus extremidades, indefenso y sin ninguna idea de lo que pretendía Tamara, Santiago no podía entender porque su rabo estaba más duro que al principio.

La muchacha soltó una risita y se puso de pie sobre la cama. Cogiendo los otros cordones, los anudó por un extremo para hacer de ellos un solo cordón, luego se acercó lo más que pudo a la entrepierna de Santiago.

“Estas listo?” preguntó Tamara, mirándole desde arriba.

“Si…” contestó Santiago, que sabía ahora de que iba todo y no comprendía su respuesta afirmativa, solo se limitó a apretar los labios.

La punta del pie de Tamara se estrelló suavemente contra sus huevos. Gimiendo en voz baja, Santiago hundió la cabeza en su almohada, listo para la siguiente patada. Esta vez empleó su empeine y aplicó más fuerza, el chico cerró los ojos y exhaló, tratando de aguantar el dolor. De nuevo volvió a patear con mayor fuerza y logró subírselos un poco, Santiago deseaba sujetar sus joyas al sentir un leve dolor agudo en su vientre y huevos pero al estar atado, solo debía esperar la misericordia de Tamara.

Comprendiendo el gesto de Santiago, la chica se arrodilló entre sus piernas separadas y con mucho cuidado acarició los huevos del muchacho. Con tres dedos masajeó la zona impactada hasta que la expresión de Santiago se relajó y tras remitir el dolor, volvía a empalmarse una vez más.

“Mmm… si… sigue así…” balbuceó Santiago y cerró los ojos.

“Y solo acabo de comenzar…” comentó en voz baja Tamara y continuó lo que estaba haciendo.

Palmeando levemente su cipote, Santiago gimió y Tamara puso ambas manos sobre sus muslos al terminar.

“Qué pasaría si…” musitó algo distraída mientras levantaba la rodilla y la apoyaba sobre los colgantes huevos del muchacho.

El chico abrió los ojos y la boca en una mueca de sorpresa y de agonía. A pesar de que la presión no era aplastante, con el dolor previo y las posteriores patadas y rodillazos estaban haciendo su efecto y la piel de su escroto estaba un poco más enrojecida y de sus gónadas emanaban oleadas de dolor que le llegaban hasta los dedos de los pies. Sin cebarse con su presa, Tamara levantó la rodilla y liberó los aplastados testículos de Santiago, que suspiró aliviado.

“Mirad, aun esta algo morcillona,” indicó Tamara mirando su polla.

“Si me los vais a cascar, ya deja de torturarme de esta manera…” dijo Santiago algo resignado, pues ya no sabía qué hacer y aquello no parecía tener fin.

“Y seguís con eso…” murmuró Tamara en voz baja sin poder evitar reírse, “Aunque ya que lo mencionáis, tampoco es mala idea…” añadió la chica, que disfruto la mirada desesperada de Santiago, “Pero, no esta vez…” aseguró.

Manteniendo su rodilla apoyada contra sus desnudos atributos, Tamara se inclinó sobre Santiago y acalló sus gemidos con un beso. Siguió besando a Santiago y logró introducir su lengua en su boca, para luego propinarle un ligero rodillazo que le hizo gemir de dolor, pero que apenas se dejó oír; Tamara se rió sin dejar de besar a su pobre víctima.

Por una parte, el muchacho no podía sentirse más aterrado y dolorido, pero había otra parte de su ser que deseaba aquello más que nada. Masajeando sus magullados huevos con su rodilla, Tamara consiguió otra vez que Santiago se empalmase, aunque esta vez gimió de dolor. Sabiendo lo que necesitaba, la chica dejo de besarlo y descendió hasta llegar a ese rabo duro y palpitante.

“Creo que os merecéis esto,” murmuró Tamara y abriendo la boca, tragó el glande de Santiago, que no pudo evitar un gemido de alivio y satisfacción al sentir la cálida boca sobre su miembro.

Con una mano en la base, y la otra sujetando firmemente los testículos, la muchacha complacía a Santiago al chupar su glande, pero ese firme agarre en sus huevos era un indicativo de quien estaba bajo control. Y no pasaría mucho tiempo antes de darle un pequeño recordativo de ello, pues llevado por la creciente excitación, Santiago comenzó a mover sus caderas, tratando de que Tamara tragase más. Sin ceder, la chica dio un pequeño tirón a los huevos de Santiago y al mismo tiempo sus dientes rozaron amenazadoramente el glande, aunque sin llegar a morderlo.

“Arrrghhh, joder!” aulló Santiago.

“No os paséis de listo conmigo…” le advirtió Tamara, y el chico lo tuvo muy claro; no era lo que él quisiese hacer.

Sin apartar la mirada, Tamara volvió a chuparle el glande con algo de rudeza. Agradeciendo que al menos se la sobase un poco mientras se la chupaba, Santiago se limitó a disfrutar el hacer de la muchacha, que a cada tanto le daba pequeños tirones para evitar que se corriese; aquello parecía que iba durar toda la noche y lo peor, Teresa no llegaba aun para librarle de Tamara.

Pasando la lengua por el frenillo con inusitada rapidez y destreza, Santiago se dejó ir y pensó que el momento de vaciar sus hinchados huevos había llegado, pero nada más lejos de la realidad. A pesar de llegar al borde del clímax, aquella mano que dominaba su hombría se cerró con fuerza por la base de su escroto, negándole una vez más las ganas locas de correrse.

“OOOHHHHHH JODER… ya me quiero correr!!!” exclamó Santiago, cabreado pero al mismo frustrado.

“Aun no, semental. Falta la mejor parte…” indicó Tamara.

Enseñándole el cordón doble sobrante con una sonrisa, la chica se acercó a su entrepierna nuevamente.

“Pero que me vais a hacer, loca!?” chilló Santiago al sentir la mano de Tamara, y el cordón.

“Cuidad vuestras palabras…” dijo con frialdad Tamara mientras amarraba los huevos del chico con la cuerda, justo en la base.

Ahora Santiago si estaba cagado de miedo, pues eso no tenía buena pinta. Cerrando los ojos al sentir la presión en la base de su escroto, al menos no le estaba estrangulando los huevos con la cuerda. Pero luego sintió como Tamara pasaba la cuerda, separando ambos huevos hinchados y causándole mucho dolor, que no remitió tan rápido al sentir que sus huevos eran una rígida masa de cuerdas que se le clavaban.

“La última vez que tuve sexo con un tio, se corrió a los cinco minutos… no querrás saber que le hice,” le confeso Tamara con mucha tranquilidad, “Y siempre había soñado con amarrarle los huevos a un tio y tenerlo a mis pies, figuradamente,” agregó y le dio un tirón al extremo sobrante de la cuerda, Santiago gimió en voz baja.

“Valdrá la pena?” preguntó con dolorosa ironía Santiago, que se sentía un poco estrangulado allí abajo.

“Yo pienso que si… ya lo veremos…” respondió ella lacónicamente, enrollando parte del sobrante de la cuerda en su mano derecha.

Sin perder un segundo, la chica rasgó su legging. Logrando hacer un gran agujero, dejó en evidencia que no llevaba bragas, y de su sexo manaban sus jugos sin parar; aquella situación la tenía muy cachonda y ya era el momento de disfrutar. Cogiendo la polla de Santiago con su mano, la guió hasta la entrada de su coño, al sentir el roce de los labios vaginales de la chica contra su glande, el chico ignoró todo dolor e incomodidad y su rabo volvió a cobrar vida.

Dejando escapar una risita triunfal, Tamara procedió a sentarse sobre esa polla, dándole la espalda a Santiago. La humedad y calidez de su sexo enloquecieron al macho, que gemía de placer y estaba listo para follar ese coñito. Al llegar a la base, ambos gimieron, sabiendo lo que sucedería; Tamara fue quien tomó la iniciativa y empezó a subir y bajar lentamente, sujetando con firmeza la cuerda.

“Mmm… oh si, joder…” murmuró Santiago con los ojos cerrados, sintiendo que había valido la pena todo.

La chica siguió moviéndose y poco a poco lo hacía con mayor sensualidad, moviendo su cuerpo y retorciendo el rabo de su sufrido amante dentro de ella, el cual gimió tan fuerte que era seguro que los vecinos le habían escuchado. Pronto le añadió velocidad a sus movimientos e instintivamente, apretó el coño para ordeñar el cipote de Santiago y asegurarse de que si podía resistirlo. Esa inusitada estrechez, unido a sus sensuales movimientos, casi llevaron al pobre chico al orgasmo; pero al notar en su voz la proximidad del clímax, un tirón de la cuerda y una palmada en los huevos frenaron tal intentona.

“Déjame… déjame correrme…” jadeó Santiago.

“Aun no, cachorrito…” dijo Tamara con voz sensual.

Sentándose sobre su polla, comenzó a moverse en círculos con rapidez, aquello hizo que Santiago se mordiese el labio y pusiese los ojos en blanco, mientras la chica estuvo así por varios minutos. Al detenerse, volvió a darle una palmada a los huevos del chico, que estaban rojos e hinchados. Sin sacarse su rabo, Tamara se giró y quedó frente a él, apoyando las manos en su pecho, volvió a cabalgarlo, esta vez sin ninguna compasión y ambos jóvenes gritaron de placer aunque Santiago sentía dolor cuando ella lo cabalgaba, pero ya no le importaba nada, solo quería follarse a esa loca cachonda.

“Siiiiii… eres mío, cerdo!!” gimió Tamara sin dejar de cabalgar al muchacho.

Como dificultad, Santiago trató de mover sus caderas para penetrarla por sus propios medios, pero otro repentino e inesperado tirón en seco abortó ese intento de hacer algo por su cuenta. Tamara le miró con gesto reprobatorio mientras ella cabalgaba al muchacho, que abrió la boca pero de ella no salió ningún sonido, pero claramente había entendido el mensaje.

Después de eso, la chica se empezó a mover como poseída y presa de temblores. Sus jugos cubrieron la polla de Santiago y su entrepierna, la chica no dejó de moverse y más espasmos le sobrevinieron. En total, se corrió más de tres veces en espacio de un minuto y su expresión se relajó mucho.

“Joder, eres una maquina!” exclamó la chica satisfecha, sin dejar de moverse.

Así estuvieron por más de 20 minutos, en los cuales Santiago recibió innumerables tirones en sus huevos, recompensados con salvajes cabalgadas. Por supuesto, Tamara perdió la cuenta de los orgasmos que tuvo pero sin duda los había disfrutado todos. Santiago jamás había ligado o sido sorprendido por una tia como Tamara, ninfómana y loca a partes iguales, pero tampoco había durado tanto en la cama, sin duda gracias al peculiar método de la chica. Los huevos del chico estaban al límite y por fin, lo que había deseado desde que ella chupo su glande por fin sucedería.

“Es hora de correrte, cachorrito,” dijo ella con una sonrisa jadeante. Ambos estaba exhaustos y cubiertos de sudor pero aquellas palabras fueron bálsamo para Santiago.

Sacándose la polla de Santiago, el glande estaba más rojo que un tomate, parecía estar al rojo vivo. Sin perder tiempo la chica lo pajeó a toda velocidad haciendo que Santiago gritase extasiado.

“ME CORROOOOOOOOOOOO!!!”

Un poderoso torrente de lefa broto de la polla de Santiago, y fue a parar a la ávida boca de Tamara, que no dejó de sacudirle el manubrio hasta que la última gota de ese néctar terminase en su boca hambrienta. Tragándose una parte, se acercó a Santiago y le beso, compartiendo su leche con él. Al principio intento separarse pero ella le puso la mano en la cabeza y lo obligó a saborear sus propios fluidos.

“Bien hecho, apuesto a que nunca te habían ordeñado la polla de esta manera…” dijo Tamara en voz baja al dejar de besarlo, descansando a su lado con la cara apoyada en su pecho y soltando la cuerda.

Tratando de olvidar lo salado de su nata, Santiago recuperó el aliento. La chica le rodeó con un brazo y cerró los ojos muy satisfecha. Él también lo estaba, demasiado; al igual que sus huevos, hinchados y doloridos, su polla estaba muy sensible y flácida.

“Te importaría… no sé, desatarme?” sugirió Santiago con voz tímida unos minutos después.

“Luego…” respondió Tamara sin abrir los ojos.

“Es en serio… por favor…”

Tamara estiró su mano, y torpemente desató la cuerda en sus huevos. La chica estaba muy cansada para incluso conversar. Al menos, un reconfortante alivio invadió a Santiago al sentir libres sus huevos, aunque estos se hincharon un poco más.

“Tamara… las otras…” dijo Santiago quedamente. Pero Tamara no se movió. Se había quedado dormida y bufando algo frustrado, el chico se limitó a darle golpecitos con la barbilla, sin ningún resultado.

La chica sonrió y le abrazó como si fuese una niña con su osito de juguete. De pronto sintió que alzaba la rodilla y la apoyaba sobre sus prominentes testículos.

“Si Teresa hubiese ganado la apuesta, no estarías en esta situación, Santiago. Será una larga noche, amor…” comentó Tamara con una sonrisa, Santiago se quedó paralizado y sin respuesta… jodida Teresa, pensó.