La apuesta. Fase 1

Primera fase de la apuesta entre Cris y Ana, con su hermano y padre respectivos en juego.

Al día siguiente comenzaba la apuesta, pero al estar sus padres en la playa, yo tenía que trasladarme hasta donde estaban ellos, así que la apuesta no empezaría realmente hasta que la avisara que estaba en un hostal cerca de donde se alojaban sus padres, y que había hecho contacto con ellos, y entonces comenzaría la apuesta de verdad.

Ante tengo que aclarar que si bien para nosotras una apuesta era algo muy serio, más por el hecho de ganarla y vencer a la otra que por el premio en sí, que en realidad nos importaba más bien poco, jamás había juego sucio entre nosotras, confiábamos lo suficiente la una en la otra para llegar a esos extremos, cada una intentaría follarse a su objetivo como pudiera, empleando las armas que creyera necesarias, igual que habíamos hecho en infinidad de ocasiones, pero sin entrometerse en el camino de la otra, siempre había sido así, y esta vez no iba a ser diferente, por mucho que el objetivo hubiera aumentado muchos puntos con respecto a nuestras anteriores apuestas.

Al día siguiente hice la mochila, cogí un tren y me fui a la pequeña ciudad en la playa donde los padres de Ana tenían un apartamento y pasaban buena parte del verano y algunos fines de semana durante el año. Alquilé una habitación en un hostal y en cuanto estuve instalada, llamé a Ana para decirle que la apuesta podía comenzar.

Esa misma tarde me senté en una terraza a tomar un refresco en el paseo justo detrás del edificio donde vivían los padres de Ana. Tenía su lógica pensar que pasarían por allí todos los días varias veces, ya fuera para ir o venir de la playa, o cuando salieran a dar un paseo por la tarde o a cenar, pues la calle donde me encontraba estaba justo en su camino, y era la más frecuentada. Mi lógica tuvo su recompensa cuando no mucho después vi a los padres de Ana pasar caminando tranquilamente. Ya los tenía localizados, al día siguiente comenzaría el ataque sobre mi objetivo. Mientras, Ana no necesitaba tantas complicaciones, mi hermano seguía en la ciudad, en el piso en el que vivía desde hacía algún tiempo, compartiéndolo con sus ocasionales novias. Mi hermano, Javi, nunca había sido de novias serias y formales, le gustaba la variedad, como él decía, y raro era que estuviera con la misma chica más de dos semanas, aunque ahora llevaba algunos meses compartiendo su piso y su cama con una chica. Por supuesto Javi conocía perfectamente a mi mejor amiga, y siempre me había comentado lo simpática que era; lo que ya no sabía era si le atraía o no, pero seguro que sí, así que si quería ganar la apuesta debía darme mucha prisa y jugar lo mejor que pudiera mis bazas. El mismo día, las dos empezamos a intentar ganar la apuesta.

Salí de casa con un bikini amarillo, una talla más pequeño que la mía, unas sandalias y un pareo alrededor de mi cintura que caía por una de mis piernas y me había pintado las uñas de morado, tanto de manos como de pies. Localicé en qué lugar de la playa estaban situados los padres de Ana, y me senté en la terraza más cercana, con un libro y un refresco, a esperar que surgiera la oportunidad. Conocía los gustos del padre de Ana, pues me había informado perfectamente de todo lo que pude antes de salir para la costa. Tanto Ana como yo conocíamos perfectamente a nuestros respectivos objetivos, pero consideramos un detalle de juego limpio darnos todo tipo de información adicional, que nos pudiera facilitar algo la empresa.

Así aprendí que a Manolo, el padre de Ana, no le gusta pasarse horas y horas tumbado bajo el sol, prefiere darse un baño y sentarse en una terraza a tomar una cerveza y leer el periódico, mientras su mujer se tuesta al sol. Desde mi posición en la terraza les veía claramente en la distancia, cómo charlaban tumbados, cómo se metieron un rato en el agua, cómo Manolo le daba crema a su mujer, y cómo, finalmente, se ponía las chanclas y una camiseta y se dirigía hacia las terrazas.

Le vi acercarse y pude observarle con calma. Manolo es un hombre de cerca de 50 años, alto, medirá 1.75, muy moreno de piel y con mucho vello en los brazos y las piernas, menos en el pecho; sus facciones son duras, sonríe poco, y a veces parece que siempre está enfadado, pero es muy atractivo de cara, y a pesar de la edad, se conserva muy bien, tiene muy poca tripa, y se nota que va al gimnasio con mucha frecuencia; y después de decirme Ana lo que vio al salir él de la ducha, estaba deseando comprobarlo por mí misma. Como había supuesto, se sentó en la misma terraza donde yo estaba, a escasos metros de distancia de mí. Por supuesto, no me había reconocido, aunque puede ver, a través de mis gafas de sol, simulando que seguía absorta en mi libro, cómo me echaba una mirada fugaz al cuerpo al pasar cerca de mí. Se sentó y pidió una cerveza, y unos minutos después le miré, me bajé las gafas de sol, y simulando la mayor sorpresa del mundo, inicié mi ataque.

-¿Manolo?, ¿eres tú?

El padre de Ana me miró sorprendido, sin reconocerme, ni entender qué pasaba. Me levanté, me acerqué a su mesa y me senté a su lado, cruzando las piernas y abriendo el pareo para que no perdiera detalle de mis piernas.

-¿Cristina?, ¡no me lo puedo creer!, ¿de verdad eres tú?

Por fin me había reconocido, y es que es difícil reconocer a alguien cuando estás desubicado, aparte de que no creía que me hubiera visto nunca en bikini, y menos con uno tan sugerente como el que llevaba, más las gafas de sol. Por supuesto se alegró un montón de verme, aunque no salía de su sorpresa. Yo también le mostré la mayor de mis sorpresas por encontrarle allí y le expliqué que estaba pasando unos días con mi novio, que sabía que ellos veraneaban cerca, pero no imaginaba que allí mismo. Me invitó a un refresco y charlamos alegremente, le conté que mi (supuesto) novio se iba a pescar, que era una de sus pasiones, y yo me aburría mucho, que me pasaba todo el día tumbada en la playa tomando el sol o leyendo en alguna terraza. Manolo se había puesto las gafas de sol, pero no podía engañarme, sabía que pretendía mirarme el cuerpo con algo de intimidad, como así fue, de hecho.

Aquí debería decir que tanto Ana como yo aceptamos la apuesta porque sabíamos que podíamos ganarla, no porque ya tuviéramos algún rollo con nuestras respectivas apuestas, sino porque sabíamos que sería fácil seducirles. Yo ya hacía tiempo que me había fijado en cómo me miraba Manolo con disimulo cuando iba su casa a ver a Ana. Y mi hermano, con lo que le gustaban las mujeres, dudo que no se hubiera fijado en mi amiga, con lo que la apuesta era prácticamente una carrera contra el reloj. Y ahora, para Manolo, encontrarme allí, en la playa, con mi erótico bikini, mi moreno, mi simpatía y picardía, y mi aburrimiento por culpa de un novio que no me hacía mucho caso, estaba segura que no podría resistirse a mí.

Seguimos hablando tranquilamente, aunque la conversación se centró cada vez más en mi relación con mi novio, y que era incomprensible y una lástima que una chica tan guapa como yo pasara tanto tiempo sola y se aburriera tanto. Yo le decía que sí, que era una pena, chupando de la pajita de mi refresco y mirándole a los ojos por encima de mis gafas de sol. Hay señales que hasta el más tonto de los hombres es capaz de captar, y por supuesto, el padre de mi amiga no tenía nada de tonto, claro que querría estar seguro de entender lo que creía que yo sugería, teniendo en cuenta que su mujer estaba a pocos metros de allí tomando el sol, pero para un hombre generalmente un buen polvo con una chica joven y guapa está por encima de cualquier otra consideración. Después de estar jugueteando con mi sandalia, dejándola colgar de los dedos del pie, acabó cayendo al suelo y como por casualidad, acerqué el pie a las piernas de Manolo, mis dedos rozaron su piel, velluda, y suavemente le acariciaron, mientras yo chupaba con la lengua la pajita de mi refresco y no despegaba los ojos de los suyos.

Noté cómo se ponía rígido, casi temblando de nervios. De repente pegó un salto en la silla, como si le hubieran dado una descarga eléctrica y levantó un brazo para llamar a su esposa, que venía andando en nuestra dirección.

-¡Cariño, no te vas a creer a quién me he encontrado!

Su voz tembló durante una fracción de segundo, pero rápidamente recuperó su serenidad habitual. La madre de Ana me quería mucho y me saludó con mucha alegría y sorpresa, aunque por supuesto no sospechó nada raro de mi presencia allí. Nos sentamos los tres a tomar el aperitivo y charlar de mí y de Ana, de ellos, mientras mi pie acariciaba disimuladamente la pierna de Manolo. Él me miraba de reojo, cada vez más nervioso, dándose cuenta de que intentaba seducirle de la manera más descarada del mundo, justo delante de su mujer, yo, la mejor amiga de su hija, que me conocía desde que era una niña, y que ahora le miraba desde el otro lado de la mesa, sólo tapada de cintura para arriba por un minúsculo bikini que marcaba claramente mis pezones, grandes y duros.

Nos despedimos para ir a comer, cada uno por su lado, y miré de reojo a Manolo sin que me viera su mujer, él me miró y comprendió que esto no había terminado.

Después de comer en un burguer me senté en la misma terraza, en la misma mesa, para tomar un café y Manolo no tardó en aparecer. Su mujer estaba echándose la siesta, y él había salido para tomar café. Esta vez no se anduvo con disimulos.

-Cris, ¿qué pretendes?

-¿Yo?

Mi tono era de completa y fingida y pícara sorpresa, era yo la que estaba jugando con él, era yo la que quería ganar la apuesta, así que seguí fingiendo y jugando con él, mientras mi pie volvía a acariciarle la pierna.

-Es que me aburro tanto

Me preguntó dónde estaba mi novio en ese momento y le dije que se había ido a pescar, que no volvería hasta la noche. Le pregunté si le gustaría ver la habitación del hostal donde nos alojábamos. Sin esperar una respuesta, me levanté y andando seductoramente me puse en camino. Manolo sólo se lo pensó dos segundos, sólo ese tiempo le dedicó a considerar las consecuencias; se levantó, dejó dinero para pagar los cafés y me siguió.

Entramos en el hostal, donde el recepcionista estaba medio dormido y ni se fijó en nosotros. Subimos a mi habitación, y supongo que Manolo estaba tan excitado, cachondo y nervioso que ni se dio cuenta de que en la habitación sólo había cosas mías, nada que demostrara que tenía un novio. Me quité el pareo para que contemplara mi cuerpo, o al menos mi bikini entero, se abalanzó sobre mí y empezó a besarme con pasión. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, bajaron por mi espalda, llegaron a mis nalgas y se colaron bajo el bikini, me apretaron con suavidad pero con ganas, subieron hasta mis pechos y me los sacó fuera del sujetador del bikini. Se quitó la camiseta y contemplé su torso, la verdad era que el padre de mi amiga estaba realmente bueno.

Aquella iba a ser una de las apuestas más agradables que iba a ganar en mi vida, pero faltaba lo más importante. Le pedí que se desnudara mientras yo desconectaba mi móvil, pero en realidad lo que hacía era llamar a Ana; la prueba de que cumplíamos con la apuesta era, como habíamos hecho siempre, que la otra escuchara cómo nos follábamos a nuestras respectivas apuestas, así que la llamé y dejé el móvil conectado para que escuchara cómo me follaba a su padre, y ya que ella no me había llamado todavía, eso me convertía en la ganadora de la apuesta. Ana sabía que sólo podía llamar para probar que estaba ganando la apuesta, así que respondió a la llamada, pero no dijo nada, sólo se quedó escuchando muy atenta a su padre follar conmigo.

Ana pudo escuchar cómo su padre elogiaba mi cuerpo, mis tetas, mi culo, y como yo, aún sin quitarme el bikini, me arrodillaba para chuparle la polla. Ana escuchaba a su padre suspirar, gemir, perder el control totalmente y llamarme puta y zorra, ordenarme que le chupara los huevos y hasta el culo, y seguir con su polla, que quería llenarme toda la boca de semen, que llevaba años deseando correrse en mi boca y follarme hasta reventarme. Ana había perdido la apuesta por muy poco, y eso le daba rabia, pero como siempre había pasado, escucharnos follar con nuestras apuestas era parte del juego, algo que nos excitaba muchísimo, y esta vez era la apuesta más lujuriosa y salvaje que habíamos hecho nunca. Ana se masturbaba escuchando a su padre correrse en mi boca, gemir roncamente al eyacular, y llamarme puta. Escuchó cómo me quitaba el bikini y nos tumbábamos en la cama, cómo me lamía todo el cuerpo, cómo me decía todo lo que me deseaba, el tiempo que llevaba queriendo follarme; nos escuchó besarnos y lamernos y por fin follar. Ana se corrió dos veces escuchándonos, antes incluso de que su padre terminara dentro de mí. Mi amiga apagó el móvil, ya había escuchado suficiente.

Cuando su padre se fue de la habitación, después de echarme un segundo polvo, y ya muy preocupado porque se había olvidado completamente de su mujer, desnuda, y antes incluso de ducharme, llamé de nuevo a Ana. Se puso inmediatamente, esta vez sabía que era la llamada para comentar lo que había pasado.

-Puta, creo que esta es la apuesta que más has disfrutado haber ganado.

-No te puedes imaginar lo bien que folla tu querido papi.

-¡Zorra!, ¿te ha echado un buen polvo?

-Tengo la boca y el coño llenos de su leche… ¿quieres que me haga unas fotos y te las mande para que lo compruebes?

-Sabes que sí, deseo ver ese coñito lleno de la leche de mi padre.

-No me puedo creer que te haya ganado en esta apuesta, ¿es que mi hermano no se sentía atraído por ti?, ¿no has conseguido seducirle?

-¡Pues claro que le he seducido!, pero no soy una puta tan rápida como tú. Pero llámame esta noche y comprobarás que yo también puedo ser tan puta como tú.

-Pero ya he ganado la apuesta, cielo, no es necesario que sigas.

-¿Te crees que me voy a perder un polvo con tu hermano sólo porque hayas ganado una apuesta?

La dos nos reímos y me duché antes de irme a la playa, quería volver pronto y tumbarme en la cama desnuda dispuesta a pasar un rato estupendo pegada al teléfono escuchando lo que hacía Ana con mi hermano.