La apuesta en la playa (2)

Segunda parte del relato de nuestras vacaciones en la playa.

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En el camino hacia el coche, apenas hablamos. Yo iba pensando en todo lo que había ocurrido en la playa, y sobre todo, en las sensaciones que había tenido. Había pasado de no haber hecho nada atrevido en toda mi vida, a estar desnuda delante de toda aquella gente... ¡y que además me gustara!

Mi vestido blanco apenas tapaba mi cuerpo. Recuerdo que cuando lo estaba comprando, al probármelo tanto a Alberto como a mí nos parecía demasiado transparente, pero era bonito, y pensando en llevar el bikini debajo, tampoco era para tanto.

No era para tanto con el bikini puesto, pero sin el... ¡era un auténtico espectáculo! Apunto de llegar al coche, nos cruzamos con un grupo de 4 chicos, que rondaban los 20 años, los cuales al verme llegar desde lejos, no me quitaron la vista de encima. Al pasar por nuestro lado, uno se atrevió a rozarme con su brazo. No me atreví a decirle nada y seguí andando, sintiendo sus miradas por la espalda. Desde luego, me hicieron una revisión muy completa.

Llegamos al coche. Alberto se sentó en el asiento del conductor, arrancó el vehículo e iniciamos el camino de regreso al hotel. Al poco tiempo, puso su mano derecha sobre mi pierna, comenzando a acariciarla. Lo hacía muy suevamente en círculos. Me gustaba. Poco a poco me iba relajando, y conforme esos círculos se aproximaban a mi coñito, yo iba abriendo un poco más mis piernas. Cuando su primer dedo llegó al mismo, Alberto se dio cuenta en qué estado me encontraba.

  • "Vaya, lo tienes muy mojadito" - me dijo sonriendo.

  • "Si... eso parece" - le contesté tímidamente.

Alberto ya no se separó su mano del coño. Comenzó jugando con los labios, cada uno con un dedo, incorporando un tercero para acariciar mi clítoris. ¡Ufff, como me estaba poniendo! De repente, dejó de tocarme durante unos eternos segundos, para comenzar a introducirme un dedo dentro. ¡Qué maravilla! ¡Qué sensación! Nunca había disfrutado tanto con un dedo, ¡hasta que me metió el segundo!

Aquello me estaba volviendo loca. ¡Me tenía que correr! ¡Necesitaba correrme! ¡No podía más! y así lo hice. Gemí como una loca, como en la vida lo había hecho. De hecho, tuve uno de los orgasmos más largos que recuerdo, era interminable. Cuando por fin cesaron las contracciones del orgasmo y me pude recuperar un poco, abrí los ojos y pude darme cuenta de la situación.

  • ¡Alberto! - le grité - ¡Estamos en la puerta del hotel! ¡Me has hecho que me corriera en la puerta del hotel! ¡Nos habrá visto todo el mundo!

Alberto sonrió, me dio un largo beso y me dijo al oído que me tranquilizase, que nadie me había visto.

Mire a mi alrededor, y efectivamente no había nadie, exceptuando un pequeño detalle. El coche estaba justo delante del ventanal del restaurante, por lo que cualquiera que estuviera comiendo nos podría haber visto perfectamente. Preferí no seguir pensando en ello, así que salimos el coche, cogimos las mochilas y nos dirigimos a nuestra habitación.

En la puerta del hotel, estaba el botones con cara de estar un poco aburrido, al menos hasta que llegamos. Le cambió automáticamente la expresión de la cara, parecía que se le había ido el agobio de un plumazo. Llamamos al ascensor, y al subirnos en el mismo, me situé cara a él y sonriéndole, me despedí con la mano. El pobre que no se lo podía creer lo que estaba viendo y que no se había perdido un detalle, apenas pudo devolver el saludo.

Tenía claro que si hasta el momento, Alberto me había hecho hacer todo tipo de locuras, en la habitación podía esperar cualquier cosa. De hecho todo el trayecto del ascensor iba pensando en las distintas posibilidades. ¿Querrá alguna postura en especial?, ¿Utilizará la cámara de nuevo, pero esta vez para grabar un vídeo?  Ufff, la verdad me estaba poniendo nerviosa esperando el momento de cruzar la puerta.

De hecho, no me dejó ni cruzar la puerta. Por el pasillo comenzó a acariciarme el culo por debajo del vestido. Iba acompañando mis movimientos al andar con su mano, incluso iba jugando cambiando de lado y entreteniéndose cuando pasaba por el centro, buscando algún camino por el cual adentrarse. Yo por mi parte, le empecé a acariciar su polla por encima del bañador. La tenía enorme, luchaba con las costuras del bañador, así que ya casi llegando a la puerta, se la saqué y comencé a masturbarlo lentamente.

Alberto tenía la llave de la habitación, pero no la encontraba. Me estaba poniendo cada vez más nerviosa. No podía ser... ¡necesitábamos entrar como sea! Cuando ya parecía que la estaba encontrando, no aguanté más, así que me acaché y comencé a comérsela. Normalmente no solemos practicar mucho sexo oral. De hecho, él se suele quejar de que le gustaría hacerlo más veces, pero a mí el sabor que tiene me resulta muy desagradable y no suelo aceptar.

Aquel día no sabía nada mal, ¡todo lo contrario! No sé si era por la sal del mar, o más bien por la excitación que llevaba encima, pero comencé a comérmela como si me hubiera vuelto loca. Allí estaba yo, de cuclillas, con mi vestido trasparente, y comiéndome la polla de Alberto como si en ese momento se fuera a acabar el mundo.

El ya había encontrado la llave, e intentaba abrir, pero no lo conseguía. Ya sabéis que eso de hacer dos cosas a la vez, a los hombres no se les da nada bien. En ese momento se escuchó al fondo la puerta del ascensor, como si alguien fuera a salir del mismo. Yo paré un segundo, momento que aprovechó Alberto para acertar con la llave. ¡La abrió de golpe y entramos! ¡Por fin estábamos dentro de la habitación! Nos miramos y nos reímos de la situación que acabábamos de vivir. Mientras nos reíamos le miré la polla, y vi que la tenía como nunca, ¡estaba enorme! La comencé a acariciar con una mano, mientras nos besábamos. Nos quitamos la poca ropa que nos quedaba, me dio la vuelta y comenzó a follarme por detrás. Mi coñito volvía a estar preparado, por lo que aquella entrada de golpe, me supo a gloria. Me apoyé contra la pared, y comenzó a follarme como nunca lo había hecho. Yo la notaba muy dentro de mí, y por si no fuera suficiente, comenzó a realizar esos movimientos circulares que me vuelven loca. ¡Hacía 10 minutos que había tenido un orgasmo increíble y estaba a punto de tener otro por lo menos igual! Y así fue, aunque con un par de diferencias importante, y es que en esta ocasión mis gemidos se entremezclaban con los de Alberto y además por lo menos podía estar segura de que no nos habían visto. Que no nos oyeran… de eso ya no estaba tan segura. Una vez acabamos, nos tiramos al suelo. No podíamos más. Pasados unos minutos, me levanté y me fui a la ducha. Necesitaba ducharme ¡tenía que recuperar el sentido de alguna forma! y la verdad, me sentó muy bien. Al salir vi que Alberto había dejado encima de la cama, un vestido rojo de tirantes, muy veraniego, muy ajustado y que nuevamente me suelo poner encima del bikini, dado lo corto que es, y el vuelo que tiene la falda. No vi ni bragas, ni ningún sujetador, así que tampoco perdí el tiempo en preguntar. Era evidente que tenía que llevarlo sin nada debajo... creía que después del polvo se le habrían pasado las ganas, pero no, el juego continuaba. Me lo puse y esperé a que Alberto saliera de la ducha, se vistiera con otro bañador y una camiseta y nos fuimos. Era evidente que pensaba ir a la playa esta tarde, y también parecía muy evidente que las escenas de esta mañana se iban a repetir.

Bajamos al restaurante a comer, y nada más entrar, me di cuenta como los comensales de varias mesas, se giraron al notar nuestra presencia. Pensé que era por el vestido, que me veía muy atractiva, pero cuando el camarero nos asignó mesa, la cual se encontraba justo delante del ventanal, pude entender que había otros motivos. ¡Allí estaba el coche aparcado! ¡Podía ver perfectamente cualquier detalle de su interior! Menudo espectáculo que habíamos dado... Desde luego, aquello se estaba yendo de las manos, ¡y mucho! Tenía que ocurrir algo, porque Alberto no parecía tener fin... bueno, más bien los dos. Tenía que pasar algo que me permitiera salir de la apuesta, algo que nos distrajera, algo que nos llamara todavía más la atención y dejáramos de montar escenas por todas partes.

La comida discurrió de una forma normal. Alberto se le notaba muy contento, y no paraba de hablar de la isla, de los sitios donde podíamos ir, y de las playas que podíamos visitar esa tarde. Cuando ya estábamos a punto de terminar ocurrió algo, que lejos de normalizar el asunto, aún lo complicó más. Levanté la mirada, algo que no había sido capaz durante toda la comida y vi a un chico que me resultaba familiar. Lo miré fijamente y lo recordé enseguida; ¡era el chico de la playa! ¡Y estaba sentado con las dos chicas de la playa!

Durante un momento bajé la mirada, pero no pude evitarlo y volví a mirar. El se dio cuenta, y durante unos segundos que a mí me parecieron toda una vida, me mantuvo la mirada. Intenté mirar hacia otro lado, pero en ese momento no pude, era imposible. Me quedé mirando esos ojos que me estaban atrapando, que poco a poco me estaban aislando del resto del mundo y que me ordenaban que los siguiera mirando.

De repente se levantó. ¡Venía hacía nosotros! Yo me estaba desquiciando por momentos... ¿No estará pensando decirme algo? ¡Encima delante de Alberto!

  • Disculpar. Mi nombre es Mario. Espero no molestaros, pero os hemos visto esta mañana en la playa.

  • ¿Ah, sí? - dijo Alberto con cierto aire de interés.

  • El asunto, es que nosotros fuimos a esa playa con la idea de practicar nudismo, tal y como hicisteis vosotros, pero no nos atrevimos al haber tanta gente con su bañador. Y os quería preguntar si sabéis de alguna otra playa donde el nudismo esté más generalizado.

  • Por supuesto - contestó rápidamente Alberto - de hecho esta tarde vamos a una de esas. ¡Veniros con nosotros si queréis!

Dicho y hecho. A la media hora estábamos los cinco en el coche. Alberto y Mario iban en los asientos de delante, y yo estaba sentada en medio de Elena, que era la rubia que no le había quitado el ojo durante toda la mañana a Alberto, y que además resultaba ser la novia de Mario, y Mónica, la pelirroja que tampoco se perdió ningún detalle, y que resultaba ser la hermana de Elena. Alberto y Mario no pararon de hablar todo el viaje, mientras que nosotras tres, íbamos más calladas, intentando escuchar lo que decían y un poco apretadas por el tamaño del coche.

Entre una conversación y otra, Alberto me miró por el espejo retrovisor y me guiñó un ojo. Y allí estaba yo, sonriéndole, medio desnuda y apretujada entre dos desconocidas, detrás de mi chico y de otro desconocido con el cual llevaba casi todo el día cruzando miradas. Si algo tenía claro, es que esa tarde iba a ser muy especial, y que ya me podía ir olvidando de que ocurriera algo normal en este viaje.