La apuesta (1)
Marta no recordaba ver a su hermano entrar tan alterado a su habitación...
Escuchar la confesión de su hermano fue devastador para ella. Llevaba un tiempo notando cosas extrañas en su comportamiento pero no esperaba nada ni parecido a lo que acababa de escuchar.
-Tienes que contárselo a papá.
-No, me mataría.
-No lo haría. Y es el único que puede ayudarte.
-Eso no es verdad. Tú puedes ayudarme también.
-Yo no tengo el dinero.
-No, pero tienes otras cosas.
-¿Estás pensando en…?
-Sé que voy a ganar está vez, es una apuesta segura, no puedo perder.
Marta tenía que haber dicho no, tenía que haber acabado ahí con todo.
No lo hizo, no pudo hacer nada ante la mirada suplicante de su hermano. En cambio lo que hizo fue montar en el coche para ser conducida ante el corredor de apuestas.
No conocía ese lado de la ciudad ni el barrio. Parecía otro mundo. De alguna manera lo era.
-Adelante.
El recepcionista se trataba del negro más gigantesco que Marta había visto en toda su vida. En el salón estaba un anciano acariciando a su perro.
-Buenas, Carlos. No deberías haber traído a tu novia aquí.
-No es mi novia, es mi hermana.
-Tu hermana. ¿Y para qué la traes? ¿Es ella quién te va a prestar el dinero?
-No, ella no tiene el dinero.
-¿Y entonces?
El negro se situo al lado de ambos. Marta podía sentir su respiración.
-Quiero apostarla. A un doble o nada.
-¿Quieres apostar a tu hermana? Chico, tu padre tiene el dinero. Pídeselo a él y déjate de tonterías.
-No puedo pedir el dinero a mi padre.
-No, pero puedes pedir a tu hermana que sea el pago de una apuesta. ¿Tienes nombre, chica?
-Marta.
-Tu hermano me debe 50.000 euros. No es una cantidad excesiva, pero tampoco es una cifra despreciable. Se lo he fiado porque sé que para tu padre es calderilla. Pero aquí estáis los dos, haciendo lo que no debéis hacer. Si acepto la apuesta y tu hermano pierde, serían 100.000. Así que dime, ¿Por qué debería aceptar?
-Yo le pagaría hasta el último céntimo. - Aseguró Marta. -En cuanto hablará con mi padre...
-Así que todo se resume en que tú sí que hablarías con papá. - El anciano sonrío. - No.
-Se lo prometo, si mi hermano pierde tendría el dinero…
-No quiero el dinero, te quiero a ti.
-¿Qué? - preguntó el chico - Eso no forma parte del trato.
-No estoy hablando contigo chaval.
Oscar, pues así se llamaba el negro, agarró al hermano y se lo llevó a un lado de la sala dejando a Marta sola en mitad de la sala.
Esta nunca antes se había sentido tan indefensa.
-Por supuesto soy consciente de que debes ser el ojito derecho de tu padre y en cuanto abras la boca, yo tendría mi pasta, el doble de lo que me deben. Pero eso ahora mismo no me podría interesar menos.
-Esto no era lo que yo había pensado.
-Claro que no, pero así están las cosas. Y bien, ¿Aceptas ser mía si tu hermano pierde la apuesta?
De nuevo se le presentó a Marta la opción de decir NO, que ya estaba bien, que todo había terminado y volver a su vida normal.
-Sí - soltó en un susurro.
-La edad es cosa mala, estoy medio sordo, pero me ha parecido escuchar que sí.
-Sí - repitió ella está vez más fuerte.
El hombre sonrió.
-Y bien, ¿Cuál es esa apuesta?
El hermano no quería hacerlo, no quería decirlo, pero para un jugador, para un adicto a las apuestas, pocas cosas se pueden comparar a jugarte la vida de su propia hermana.
Tony no tardó mucho tiempo en convencerlo.
-Una apuesta excelente, si se me permite decirlo.
Lo siguiente fue presentarle los papeles que debía firmar.
En términos simples, renunciaba a ser humana para ser considerada una propiedad de Don Pablo.
Mientras se lo leían Marta tuvo claro que Pablo podía hacer con ella lo que le diera la gana cuando le diera la gana.
Y ella firmó con el coño empapado, como nunca antes en su vida lo había tenido.
-No hay nada de qué preocuparse. - Mencionó su hermano al montar en el coche. -Es una apuesta segura.
No hubo más palabras entre ambos.
Ni una más.
Él había abierto su alma ante su hermana. Había expuesto su más terrible secreto.
Lo que no podía concebir era que su hermana había hecho exactamente lo mismo.
La apuesta era para dentro de cuatro días.
Cuatro largos días.
Durante ese tiempo tanto Marta como Alberto intentaron seguir con sus vidas normales con más o menos éxito.
Alberto seguía llegando a su casa borracho, más borracho que de costumbre, algo que solo indicaba a Marta que la apuesta segura no lo era tanto.
A escondidas se masturbaba frenéticamente pensando en las cochinadas que el viejo haría con ella.
Incluso llegó a coger un autobús para visitar el barrio donde vivía el viejo.
Julia, su mejor amiga, fue la única en darse cuenta de su nerviosismo.
-Estoy bien.
-No, no lo estás. ¿Qué pasa?
-Nada, ya te digo que estoy bien.
-Esta bien, si no quieres hablar de ello, no me lo cuentes.
El partido empezó bien.
El equipo por el que había apostado su hermano comenzó ganando gracias a un penalti y siguió ganando gracias a un gol en claro fuera de juego.
Pero el puto Cristiano clavó su tercer gol por toda la escuadra en el minuto 93 para remontar el partido.
Su padre celebró el gol como si no hubiera mañana en su casa mientras sus dos hijos no salían de su asombro en la casa de Pablo.
-No te va hacer nada - dijo su hermano. - Le pediré a papá el dinero, se lo daré, y se acabó.
El anciano le despidió con una sonrisa y firmó los papeles delante de su nueva posesión.
Contrariamente a lo que Marta esperaba, Pablo se lo tomó con calma.
No entendía cómo él podía estar tan tranquilo mientras su corazón latía a toda velocidad.
Ahora era poca más que una posesión, un juguete en manos de un hombre, y en cierto modo, esperaba ansiosa que este le despojará de su envoltorio para empezar a jugar con ella como si de un regalo de Navidad ansioso de caer en las manos del niño al que está destinado se tratará.
Pablo sacó de uno de los cajones un collar de adiestramiento para perros.
Marta estuvo a nada de abrir la boca para protestar, para decirle que no era necesario que la pusiera eso, para decirle que estaba más que dispuesta a obedecer.
Se calló en cuanto se dio cuenta que iba a protestar precisamente porque no estaba dispuesta a que se lo pusieran.
En seguida notó las púas de acero acariciando su delicada piel.
Lo siguiente fue colocarle un bozal e indicarle que se quitará los tacones y las bragas.
La querían descalza, atada y a cuatro patas en mitad del patio.
Y la orinaron entre su señor y el negro.
Se mearon encima de su vestido mientras se reían de ella.
Y no hicieron más.
¿Cuánto tiempo podría tardar su papaíto en presentarse con el dinero? ¿Un par de horas? ¿Tres?
Solo pensar que el padre se iba a encontrar con su preciosa y joven hija apestando a meados mientras pagaba su liberación era suficiente para sentirse bien.
Pero las horas comenzaron a pasar y papá no se presentó.
Antes de irse a dormir volvió al lugar donde estaba la chica, ahora convertida en su esclava.
La chica seguía allí, en la misma incómoda posición en la que la habían dejado esperando, apestando a orina y sin hablar.
Pablo siempre había querido una esclava.
Nunca había tenido ninguna porque amaba el dinero por encima de todas las cosas, pero estaba dispuesto a hacer una excepción.
La chica era bonita, era joven, y por lo que estaba comprobando, obediente y resistente.
Se agachó para meter unas de sus manos entre sus piernas.
Marta sentía por primera vez en su vida la mano de un hombre acariciando su parte más íntima y privada.
Reaccionó como una cachorrita impaciente para que jugaran con ella.
Se trataban de manoseos bruscos y muy poco delicados, la clase de cosas que una novia no te deja hacer, y sin embargo la reacción de Marta era abrir las piernas para no molestar a su amo.
Se corrió al cabo de un momento llenándole toda la mano de pringue.
Sacó un pañuelo para limpiarse cuando cayó en la cuenta de que realmente no necesitaba hacerlo.
Dirigió su mano al cabello de su esclava y pasó sus dedos por su sedoso pelo.
Y dio un fuerte tirón del mismo al tiempo que Marta soltaba un fuerte gemido de dolor.
-Por lo visto nos vamos a divertir de lo lindo tú y yo.
La condujo hasta la perrera cercana y la dejó tumbada y atada para que durmiera. No porque no tuviera más ganas de seguir jugando con ella, simplemente porque él que tenía que dormir era él.
Oscar se encargó de recogerla y arreglarla por la mañana.
Agarró su correa y a cuatro patas la metió dentro de la casa.
Lo primero era comer.
No en la mesa como una persona.
En el suelo como el animal que era.
En un plato para el perro pues aún no tenía el suyo, su amo lo lleno de sobras de la cena anterior.
Sobras sacadas de la bolsa de la basura.
Por supuesto a Marta se le revolvió el estómago.
-¿Qué esperabas? ¿Solo sexo? Las esclavas os tragáis cosas que harían vomitar a Rambo y tú no vas a ser una excepción.
Por un momento Pablo pensó que se había pasado. Hubiera apostado dinero a que la chica una vez libre del bozal gritaría o por lo menos lloraría de rabia e impotencia.
Se equivocaba.
Marta agachó la cabeza metiendo su carita en el plato y dio un bocado.
Y otro.
Y otro más.
Se lo estaba tragando, engullendo más bien.
Pero su estómago no pudo retener la comida, así que terminó vomitando encima del plato.
Y en un gesto de absoluta sumisión, Marta agachó la cabeza para comerse eso también.
Pablo no tenía palabras.
No entendía ni sabía interpretar lo que acababa de ver.
Solo quería divertirse un poco con ella, eso era todo, por eso se le ocurrió poner basura en su plato y cuando no se lo comiera, pensaba correrse en su verdadera comida.
Pero no era como si no estuviera complacido con el comportamiento de su esclava.
Verla llegando tan lejos por él, (porque lo hacía por él, ¿verdad?) era increíblemente satisfactorio.
Ordenó a Oscar que la lavará y otras cosas.
Marta debía aprender que su privacidad se había terminado.
A partir de ahora mearía, cagaría y se bañaría cuando su amo le diera permiso para hacerlo y siempre delante de alguien.
Y no en un baño.
No, por favor, nada de eso.
Estaban de nuevo en la perrera.
-Eso ha sido increíble - aseguró Oscar.
Marta terminó de hacer sus necesidades.
Creía, de verdad que lo creía, que al tener a un tío hay mirándola iba a tardar más, creía que se iba a bloquear completamente.
Se equivocaba.
-¿No vas a tocarme? - preguntó mientras la bañaban.
-No tengo permiso.
Ella deseaba que lo hiciese.
Deseaba sentir sus manos recorriendo su cuerpo y sentir su enorme polla entrar y salir dentro de su cuerpo.
-¿Eres un esclavo al igual que yo?
La tiró al suelo y se quitó los pantalones mostrando su enorme y dura polla.
Y se la follo con fuerza mientras Marta gemía de puro placer.