La apetitosa

Historia de como me llegó a cautivar Penélope, una de mis compañeras de trabajo.

Mientras cursaba los últimos cursos de mi etapa en el instituto fue cuándo tuve mis primeros escarceos sexuales sobre todo con María Elena ( Elena ), una de las amigas de mi hermana y con Lourdes, la madre de otra que además era vecina nuestra. La primera, una joven de cabello claro, alta y delgada, era casi tres años mayor que yo y sentía una especial predilección por la ropa interior de color negro. Casi siempre estaba dispuesta a permitir que la sobara a conciencia, la “hiciera unos dedos” ó la comiera la almeja hasta que, al alcanzar su tercer orgasmo, se meaba de gusto en mi boca. Como desde mi niñez me he sentido muy atraído por la micción femenina la agradaba que me bebiera la suya y solía dejarla tan sumamente relajada y satisfecha que, acto seguido, no me ponía la menor pega para recrearse en “cascármela” y comérmela hasta que lograba sacarme un par de polvos y me meaba sin que nunca me permitiera echarla la leche ni el pis en su orificio bucal. Pero tenía el gran inconveniente de que se oponía a mantener relaciones sexuales completas alegando que no tomaba anticonceptivos y que, al negarme a usar condón, con la fuerza y en la cantidad que echaba la lefa existían muchas posibilidades de que la dejara preñada, cosa que quería evitar a toda costa. Algunos sábados conseguía que me dejaran salir con el grupo de chicas del que formaban parte ella, la hija de Lourdes y mi hermana sabiendo que, en cuanto bebían un poco, tendría a alguna en disposición de dejarme que la comiera el chocho y me bebiera sus meadas.

Por su parte, Lourdes era una cincuentona viuda de cabello moreno y de altura y complexión normal, a la que su marido había engendrado cinco hijas pero que, a pesar de ello, parecía tener demasiado elevado su deseo sexual. Cada vez que coincidíamos y subíamos solos en el ascensor conseguía que me bajara el pantalón y el calzoncillo para poder verme y tocarme mis atributos sexuales antes de hacerme salir del aparato elevador con la ropa en los tobillos para proceder a “cascarme” lentamente la chorra en el rellano de la escalera ó cuándo el tiempo lo permitía, en la terraza comunitaria del edificio de la que disponía de una llave de acceso. La gustaba que siempre la tuviera dura, larga y tiesa y que se conservara así durante un buen rato al mismo tiempo que cada día se dilataba un poco más mi eyaculación aunque, cuándo se producía, soltaba una cantidad impresionante de leche echando con fuerza un buen número de espesos y largos chorros que, bajo la atenta mirada de Lourdes, se iban depositando en el suelo y los primeros a bastante distancia de nuestra posición para, en muchos casos, permanecer allí durante varios días. Más adelante, logró que pasara con ella la tarde de los jueves y domingos y algunas de los martes para, en su habitación, poder comérmela con esmero y ganas y cortarme una y otra vez la eyaculación haciendo mucha presión en la base del cipote con sus dedos en forma de tijera para que, al final e inmerso en un gusto tremendo, la echara un abundante y largo polvo en la boca. Después se dedicaba a tocarme los cojones y a menearme despacio el nabo mientras me dejaba disfrutar de sus grandes tetas y de su húmedo coño que me encantaba frotarla con mi mano extendida hasta que, cuándo se encontraba totalmente salida, me pedía que se la “clavara” vaginalmente para que la diera unos buenos envites hasta que culminaba echándola en su interior el segundo polvo y la meada que, inexorablemente, se producía pocos segundos después de mis eyaculaciones pares. Aunque también me prodigaba en metérsela colocada a cuatro patas y de vez en cuando conseguía que me cabalgara, lo que más la agradaba es que la penetrara echado sobre ella diciéndome que me aprovechara de poderlo hacer así puesto que, aunque se tratara de la posición más idónea para provocar los embarazos, a su edad no podía pensarse en tal cosa. Me excitaba mucho que sufriera leves, aunque continúas, pérdidas urinarias desde el instante en el que se la metía; que, a pesar de que la costaba “romper”, luego repitiera con facilidad y frecuencia y que sintiera muchísimo placer cada vez que recibía mi leche y mi pis.

Pasados unos meses Lourdes me ofreció la oportunidad, que lógicamente no desaproveché, de trajinarme los lunes y viernes por la tarde a una conocida suya, llamada Sonsoles, de cabello rubio y de complexión y estatura normal, que era unos años más joven que ella, se encontraba separada y acababa de superar su proceso menopáusico. Con ella no hacía falta ningún calentamiento previo puesto que, en cuanto me desnudaba, procedía a “clavársela” colocada a cuatro patas ó acostada a lo ancho de la cama y con sus piernas dobladas sobre ella misma para, sin dejar de insultarla y de recordarla lo ardiente y cerda que era, proceder a cepillármela con movimientos circulares con los que la hacía lubricar a lo bestia hasta que la echaba mi primer polvo. La hembra llegaba al clímax con bastante facilidad e intensidad y aunque al principio repetía con frecuencia, según iban pasando los minutos sus orgasmos cada vez se dilataban más. Después de eyacular dentro de su seta la dejaba que se recreara un buen rato comiéndome el pene y los huevos al mismo tiempo que me hurgaba con un par de dedos en el culo hasta que procedía a cabalgarme consiguiendo que, en unos cinco minutos, la soltara por segunda vez la leche y que, un poco después, me meara en su interior siendo bastante habitual que, mientras la mojaba con mi micción, ella también se hiciera pis. Acto seguido solíamos realizar un sesenta y nueve en el que Sonsoles me volvía a comer la picha mientras hacía lo propio con su almeja sin olvidarme de lamerla el ojete, que era algo que la encantaba, hasta que lograba sacarme el tercer polvo y terminaba exhausta. Mientras reponía fuerzas me hacía permanecer acostado boca arriba para ir observando como perdía la erección lo que se convertía en un proceso bastante lento tras haber echado tres polvos y más cuándo la mujer no dejaba de estimularme al comerme la pilila, chuparme la punta y acariciarme los cojones y la parte superior de las piernas. En cuanto comprobaba que, aún en reposo, se mantenía con el capullo abierto y con unas dimensiones más que aceptables, me obligaba a colocarme a cuatro patas y ofrecerla mi culo en pompa para proceder a perforármelo con dos e incluso, tres dedos con los que me realizaba todo tipo de hurgamientos anales al mismo tiempo que me meneaba lentamente la pirula e insultándome, me hacía apretar con ganas para conseguir lo que ella denominaba un completo, que consistía en sacarme la leche, el pis y la mierda. A pesar de que mi cuarta eyaculación era la más abundante y larga, tardaba bastante en producirse por lo que disponía de tiempo suficiente para hartarse de forzarme el trasero y para que sus dedos se impregnaran en mi caca. Cuándo, por fin, soltaba la leche, que la fémina permitía que se depositara libremente en la sabana, la almohada y hasta en el cabecero de la cama, procedía a comerme el pito con el propósito de, como si de un aperitivo se tratara, poder beberse mi micción. Después y a pesar de resultar bastante evidente que había conseguido provocarme la defecación, me continuaba hurgando en el ojete con movimientos circulares para favorecer un vaciado intestinal completo hasta que, cuándo me era imposible aguantar más y empezaba a sentir que iba a explotar, me sacaba los dedos y procedía a “degustar” e ingerir los dos ó tres gordos y largos folletes de mierda que soltaba a medida que iban apareciendo por mi ano diciéndome que, al ser compactos y duros, eran una autentica delicia y un verdadero manjar. Había días, los menos, en que me indicaba que tenía el estómago algo revuelto y haciendo que me levantara apresuradamente de la cama me acompañaba al cuarto de baño donde, de pie y mientras me mantenía bien abierto el ano con sus dedos, procedía a defecar delante de ella. Pasadas unas semanas me decidí a hacer lo propio con ella al mismo tiempo que la frotaba la raja vaginal con mi mano extendida y al no ser una hembra de fácil defecación, me costaba bastante provocársela aunque, casi siempre, lograba darme un buen festín con la gran cantidad de mierda que expulsaba. Aquello ocasionó que nuestra actividad sexual se prolongara hasta bien entrada la noche. Lo peor fue que unos cuatro meses después de habernos centrado en el sexo duro y sucio Sonsoles decidió irse a vivir con su hija, que residía a bastantes kilómetros de distancia, al enterarse de que su novio, al que me indicó que le iba a secar la polla para que no volviera a suceder nada similar, la había hecho un “bombo” por lo que tuve que volver a centrarme en Elena y Lourdes a las que no tardé en involucrar para, de acuerdo con lo que había aprendido de Sonsoles, realizarnos con asiduidad hurgamientos anales hasta llegar a provocarnos la defecación aunque Elena, una vez más, se opuso a “degustar” la mía.

El tiempo fue pasando deprisa y durante los últimos meses de nuestra relación, antes de tener que desplazarme a otra capital para iniciar mis estudios universitarios, Lourdes hizo que la echara el tercer polvo y algunos días el cuarto, dándola por el culo. Como mi experiencia en la penetración anal era prácticamente nula, se convirtió en mi instructora indicándome, de inicio, que me mostrara indiferente ante el dolor y el sufrimiento de las mujeres a las que poseyera por detrás ya que cuándo se la “clavara” por el trasero sólo debía de tener en mente mi deleite y satisfacción personal; que no dudara en mostrarme sádico e incluso violento para conseguir que la fémina de turno no opusiera demasiada resistencia a que se la “clavara” por el culo; que no me preocupara si, a cuenta del grosor de mi miembro viril, producía algún leve desgarro anal; que, aunque se cagara, siguiera con mi cometido hasta culminar echándola la leche y que no demorara mucho el poseer por el trasero a las hembras con las que mantuviera relaciones puesto que cuanto antes se la metiera por detrás antes se habituarían a una práctica sexual anal regular. Lourdes, a pesar de indicarme que a su marido no le gustaba demasiado poseerla por el culo, parecía estar bastante acostumbrada a ello puesto que colaboraba muy bien y solía aguantar perfectamente el doloroso momento de la penetración, el que la diera unos buenos envites y que tardara bastante en mojarla con mi leche y en su caso, con mi pis. Para completar mi periodo de instrucción, me enseñó a metérsela, tanto colocada a cuatro patas como acostada boca abajo y boca arriba, de una manera realmente bestial diciéndome que aquella era la mejor forma de conseguir que el ojete de las mujeres dilatara rápidamente permitiendo una penetración inmediata.

Después de haber dispuesto de tan magnífica instructora, al cursar mis estudios universitarios comencé a labrarme una merecida fama de seductor hasta el punto de que mis compañeros me llamaban “Casanova”. Como a todos los hombres, siempre me ha encantado el sexo y al ser atractivo, agradable en el trato, encontrarme muy bien dotado y haber conseguido disponer de una excelente potencia sexual e incluso, vivir solo en un pequeño apartamento cuyos gastos sufragaban mis padres en el que mantener mis relaciones de una manera cómoda y muy discreta a pesar de que, al ser caluroso, había días en que preferíamos hacerlo al aire libre para evitar terminar empapados en sudor, me ayudó a tener a unas cuantas guarrillas y entre las distintas facultades había donde elegir, dispuestas a disfrutar de mi rabo y a sacarme, sobre todo a través de cabalgadas, unos cuantos polvos y alguna que otra meada. Siempre preferí que fueran cerdas y viciosas a que tuvieran un físico espectacular puesto que más de una joven con un palmito de lo más seductor me había resultado sumamente sosa en la cama. Existía unanimidad a la hora de reconocer que las jodía de maravilla y que sabía estrujarlas sexualmente al máximo pero mientras ellas buscaban iniciar una relación estable poniendo su boca, su culo y su entrepierna a mi disposición, dejando que las “clavara a pelo” la verga y que “descargara” con total libertad en su interior, no me mostraba demasiado partidario de ello y considerando que en la variedad está el gusto, prefería relaciones ocasionales ó temporales por lo que, haciendo bueno lo de “a rey muerto, rey puesto”, cuándo me cansaba de una no solía tardar demasiado en sustituirla por otra por lo que algunas las partí el corazón al romper con ellas cuándo más seguras estaban de que lo nuestro funcionaba e iba por buen camino.

Cuándo logré encontrar una ocupación laboral acorde con los estudios que había realizado, que lo mío me costó, me encontré entre un montón de compañeras, la mayoría de ellas muy guapas, aunque una, llamada Penélope, me atrajo especialmente desde que me la presentaron el primer día. Se trataba de una joven de cabello moreno a media melena, altura normal y complexión más bien delgada que, a pesar de ser poco agraciada de cara en la que se denota su origen rústico, se encontraba dotada de unos bonitos ojos negros y un magnifico cuerpo en el que resaltaban unas tetas impresionantes. Me agradaba, además, que su carácter fuera abierto y simpático y que supiera llevar con bastante buen humor su trabajo. Vestía siempre de punta en blanco aunque, llevara falda que era lo más normal ó pantalón, evitaba que su ropa resultara demasiado ceñida a pesar de agradarla lucir unos escotes un tanto desproporcionados, sobre todo durante el verano, que dejaban a la vista buena parte de la zona superior de su portentosa “delantera” y del canalillo. Por aquel entonces, estaba liado con dos amigas, Carla y María Inmaculada ( Inma ), a las que había conocido en la facultad y a las que me follaba por separado a días alternos para que no me faltara sexo y tener asegurado el echar dos ó tres polvos diarios. Mientras Carla era bastante clásica en la cama a Inma la encantaba que me mostrara fetichista, sádico y violento con ella por lo que no tardó en convertirse en una de las golfas de las que mejor provecho sexual había obtenido.

Aunque trabajábamos en distintas plantas, al haberme asignado un puesto de mando intermedio mi relación con Penélope era bastante continuada por lo que era habitual que bajara a encomendarla algún trámite de la misma forma que ella subía a mi despacho para solventar sus dudas. En cuanto entraba se sentaba enfrente de mí, cruzaba sus piernas y luciendo sus rodillas comenzaba a pedirme información sobre como tenía que gestionar tal ó cual documento a pesar de que la mayoría de las veces su presencia me descentraba puesto que no podía evitar que mi vista se mantuviera fija en su escote al mismo tiempo que pensaba en si su “arco del triunfo” se encontraría caldoso y húmedo. Cierto día, después de haber finalizado su periodo vacacional y cuándo ya conocía que, a pesar de ser muy joven, estaba casada, lo que me no extrañó demasiado teniendo en cuenta que con semejante par de tetas habría encandilado a un montón de hombres y que era madre de dos niñas, mi relación sexual con Carla e Inma se había enfriado bastante y había cambiado de domicilio tras haberme decidido a adquirir una vivienda más cercana a mi trabajo, la conversación se volvió bastante más distendida de lo normal por lo que, cerrando la puerta, me senté en el borde de la mesa frente a ella. Me fijé en su piel fina y morena pero, como siempre, el escote de su vestido era bastante pronunciado y una vez más, mi mirada se mantuvo fija en su “delantera” y en el canalillo. Penélope, al darse cuenta de ello, deslizó ligeramente su vestido hacía abajo, levantó los brazos y los puso detrás de su cabeza con lo que me permitió mejorar la visión. Un poco después aproximó su mano derecha a mi bragueta y procedió a tocarme la chorra a través del pantalón notando que, además de estar empalmado, se me ponía mucho más tiesa. Sin dejar de tocármela me preguntó:

“¿Qué te parecen mis tetas?” .

La respondí que me encantaban y que me apetecía mucho que me las enseñara. Penélope me dijo que cerrara la puerta con llave y en cuanto lo hice, se puso de pie, se quitó el vestido y el sujetador y quedándose en braga baja, volvió a sentarse. Me quedé embobado contemplando sus espléndidos “melones” mientras ella volvía a tocarme el cipote. Estaba tan absorto que tuvo que indicarme que estaba esperando que se las sobara y apretara lo que, asimismo, hice con sus pezones. Después me animó a mamárselas y al levantarme para hacerlo, aprovechó para bajarme la cremallera del pantalón y a través de la bragueta, sacarme al exterior el nabo y los cojones que me miró detenidamente antes de comenzar a moverme lentamente el miembro viril mientras me pasaba su dedo gordo por la abertura logrando que, con una rapidez inusual, eyaculara abundantemente. Penélope no se perdió el menor detalle de la salida de la leche y de como, además de caerla en el cuello y en la cara, llegaba a depositarse en la pared del despacho. En cuanto terminé de soltar la lefa y mientras me lo seguía meneando, me dijo:

“Que pronto te has corrido ¿no ? .

No llegué a contestarla puesto que, después de mi copiosa “descarga”, me la continuó moviendo y bastante más deprisa mientras me confesaba que siempre se mojaba con facilidad pero que, al verme eyacular, su chocho se había convertido en un autentico río. La dije que me encantaría que me sacara más leche pero que quería que fuera volviéndose a poner y bien prieto el sujetador para colocarla el pene en el canalillo debajo de su prenda íntima con intención de que me realizara una cubana. Penélope se mostró un poco sorprendida de que me encontrara dispuesto a volver a eyacular de una manera tan seguida y sin haber descansado al menos unos minutos pero para complacerme y no tener que dejar de “cascármela” me indicó que fuera yo quien se lo pusiera. En cuanto lo hice la coloqué la picha en el canalillo y procedí a apretarla las tetas contra mi miembro viril mientras ella comenzaba a moverse y estaba muy atenta para, en cuanto aparecía la punta por la parte superior de sus “domingas”, pasarme la lengua por la abertura con el propósito de incrementar mi placer. Creo que, a pesar de las dimensiones que llegó a alcanzar mi pilila, pensaba que no iba a ser capaz de soltar más lefa por lo que, al producirse la eyaculación, la pilló un tanto desprevenida y aunque se apresuró a abrir todo lo que pudo la boca, el semen también cayó en su cara y en su pelo mientras me comentaba que era realmente impresionante verme echar la leche. A pesar de que había tenido muchas realmente placenteras, aquella eyaculación resultó ser la más deseada y gratificante de mi vida. En cuanto se la saqué del canalillo y del sujetador Penélope aprovechó para meneármela un poco más hasta que, sintiendo que me iba a mear, cogí la papelera y mientras me sostenía la pirula y me la movía lentamente, solté una larga micción llena de espuma que la indiqué que me gustaría que no tardara mucho en acostumbrarse a bebérsela a lo que me contestó que la parecía algo tan asqueroso y repugnante que si ingería un solo trago de mi pis estaba segura de que devolvería hasta su primera papilla. Lo que sí hizo en cuanto terminé de mear fue chuparme la punta, con esmero y ganas, durante un buen rato para, acto seguido, meterse el pito prácticamente entero en la boca. La mamada duró un par de minutos pero estoy seguro de que, si hubiera continuado un poco más, habría logrado sacarme la lefa por tercera vez.

En cuanto se lo extrajo de la boca y me permitió que volviera a despojarla del sujetador para que, de nuevo, la tocara las tetas durante unos instantes, Penélope me dijo que consideraba que aquello había sido más que suficiente para el primer día y mientras nos vestíamos, me indicó que siempre había pensado que su marido tenía la polla grande pero que era evidente que a todo hay quien gane ya que la mía se ponía más dura y resultaba más gruesa, larga y espectacular sobre todo por mi capacidad para eyacular y en gran cantidad, dos veces seguidas sin necesidad de descansar lo que nunca la había sucedido en ninguna de las relaciones sexuales que había llevado a cabo. La comenté que me gustaría que se encargara de movérmela y de hacerme una cubana con cierta frecuencia a lo que me respondió que estaba dispuesta a realizármelo a diario siempre que me siguiera interesando por la parte superior de su cuerpo y respetara su zona vaginal a la que, según dijo, sólo tenía acceso su pareja. Acepté puesto que lo que, de verdad, me interesaba en aquellos momentos era poder disfrutar de sus apetecibles y excepcionales tetas y que me la “cascara” puesto que, según había demostrado, sabía como hacerlo dándome mucho gusto aunque, a la mañana siguiente, la pedí que me apretara con fuerza los huevos para intentar que mi eyaculación tardara algo más en producirse y que, mientras me realizaba la cubana, me hurgara con dos de sus dedos en el culo con lo que se incrementaba de manera considerable mi placer.

Como no tenía ninguna prisa ya que siempre contaba a mi alrededor con alguna golfa dispuesta a mantener contactos completos ocasionales conmigo, pudiéndosela “clavar” a mi antojo, decidí que si Penélope quería disfrutar meneándome el rabo y efectuándome sus extraordinarias cubanas la iba a permitir que se hartara de sacarme leche puesto que, además de darme mucho placer, la podía sobar sus fabulosas tetas todo lo que quisiera, mamárselas, tirar de ellas y de sus pezones como si pretendiera ordeñarla y extenderla meticulosamente la lefa por ellas tras mi eyaculación consiguiendo que en su braga se llegaba a evidenciar bastante humedad que algunos días llegaba a traspasar su prenda íntima y mojaba la silla en la que estaba sentada. A la joven la agradaba poder “cascármela” mientras permanecía tumbado boca arriba en la mesa y colocada entre mis abiertas piernas lo que la permitía turnarse para tocarme los cojones ó perforarme el culo con sus dedos mientras me movía la verga.

Llevábamos varios meses inmersos en ello cuándo una tarde me indicó que a su marido la habían regalado unas morcillas de Burgos y que como sólo la gustaban a ella, su pareja no solía ir a comer a casa y sus hijas pasarían el día de excursión con el colegio podíamos aprovechar para ir al día siguiente al campo y asarlas. Acepté su propuesta encantado y después de saborear aquel manjar y dar debida cuenta de una gran tortilla de patata que había preparado Penélope, nos tumbamos a reposar la comida sobre la manta que había servido de mantel lo que la joven aprovechó para echarme en cara el que no hubiera sido capaz de agradecerla su entrega e interés durante aquel tiempo dándola un beso en la boca. Intenté solucionarlo de inmediato poniéndome boca abajo y acercando mis labios a los suyos. Nos besamos con lengua y con una pasión indescriptible pero esa muestra de cariño se convirtió en algo tan apasionado y largo que, al final, me decidí a aprovechar para deslizar mi mano derecha por su falda y su braga y tras un primer intento fallido puesto que se apresuró a sacarme la mano de su prenda íntima, logré tocarla el coño. Lo tenía sumamente abierto y tremendamente húmedo y al aperturarla con mis dedos los labios vaginales, noté que soltaba un buen chorro de flujo y que me besaba con más pasión. Me pareció que estaba muy caliente por lo que la introduje un par de dedos al mismo tiempo que con el gordo la acariciaba su abultado clítoris y con la mano izquierda la mantenía ligeramente bajada la braga. Penélope abrió sus piernas y en poco más de un minuto empecé a sentir las contracciones pélvicas previas a un intenso orgasmo que debía de llevar tanto tiempo deseando disfrutar que soltó tal cantidad de líquido vaginal que aquello parecía más propio de una de mis eyaculaciones. La extraje los dedos y en cuanto separamos nuestros labios, la hice levantar un poco el culo para poder despojarla de la prenda íntima y subiéndola la falda hasta la cintura, contemplé durante unos instantes con detenimiento su caldosa raja vaginal antes de acariciársela y apretársela con mi mano extendida hasta que logré que no pudiera retener por más tiempo la salida de su pis y se meara al más puro estilo fuente. Aunque los primeros chorros se depositaron en la manta, el resto me los bebí sin desperdiciar ni una sola gota a pesar de la manifiesta oposición de Penélope a que hiciera tal cosa. No tuvimos tiempo para más y ninguno de los dos hizo mención a nada de lo sucedido en su “zona baja” aunque desde aquel día y tras sacarme dos polvos, la obligué a beberse mi micción que, a pesar de oponerse en las dos primeras ocasiones, no la hizo vomitar ni la desagradó tanto como pensaba por lo que se acostumbró con rapidez a ingerirla diciéndome que estaba tan caliente y exquisita que la reconfortaba para, acto seguido, pasarnos un buen rato “dándonos el morreo” al mismo tiempo que, muy abierta de piernas, me dejaba sobarla a conciencia la seta y masturbarla usando dos y tres dedos con lo pude comprobar que siempre “rompía” con celebridad y en abundancia. Me resultaba bastante evidente que Penélope anhelaba que la siguiera “haciendo unos dedos” pero al verla tan deseosa me decidí a convertirla en una dócil perrita por lo que, en cuanto llegaba al clímax, mis estímulos cesaban lo que ocasionaba que muchos días protestara al ver que dejaba de masturbarla sin darla la oportunidad de repetir. A pesar de que, al principio, tampoco se mostró partidaria de ello diciéndome que era asqueroso y repulsivo y que me estaba comportando como un autentico cerdo, conseguí que se acostumbrara a dejarme forzarla la vejiga urinaria, apretándosela desde el exterior, hasta que la hacía soltar unas meadas impresionantes que, manteniéndola bien abiertos los labios vaginales, me bebía integras y a que, colocada a cuatro patas, la lamiera el ano y la hurgara en su interior con mis dedos hasta hartarme logrando que se tirara unos cuantos pedos y que la mayoría de los días defecara delante de mí para poder comerme su caca, que casi siempre expulsaba en forma de apetitosas bolas, según iba apareciendo por su ojete.

La prometí masturbarla diariamente hasta que llegara a mearse de autentico gusto a cambio de que me permitiera joderla “a pelo” y “descargar” con libertad dentro de su almeja. Penélope aceptó diciéndome que estaba interesada en saber hasta donde podía llegar su potencia sexual y el número de orgasmos que era capaz de alcanzar puesto que con su marido nunca había conseguido pasar de dos pero me pidió que la diera unas semanas de tregua para comenzar a tomar anticonceptivos y permitir que hicieran efecto. Desde entonces, las masturbaciones que la realizaba fueron mucho más exhaustivas y largas hasta que, al llegar por tercera vez al clímax, se hacía pis al más puro estilo fuente. Después y unas veces echada boca arriba en la mesa de mi despacho e intentando mantener la cabeza elevada para poder ver como me la tiraba con mis movimientos de mete y saca; otras tumbado sobre ella manteniéndola bien abierto el ano con lo que la facilitaba la expulsión de un buen número de ventosidades durante el proceso mientras me hurgaba en el culo con dos de sus dedos para asegurarse de que la iba a echar una mayor cantidad de leche y sus tetas no dejaban de frotarse contra mi torso; otras colocada a cuatro patas y las menos cabalgándome, la soltaba un par de polvazos y una de mis abundantes y largas meadas que la encantaba recibir en el interior de su chocho para, luego, sacarme por tercera vez la leche efectuándome una cubana. Aunque no fuera con mucha frecuencia, había días en que Penélope se encontraba mucho más entonada de lo normal lo que aprovechaba para que me chupara la chorra durante más tiempo de lo habitual antes de proceder a rematarla efectuándola un fisting vaginal a dos manos con el que la vaciaba rápidamente y la dejaba para el arrastre ó pasarme un buen rato lamiéndola el ojete y perforándoselo con mis dedos comprobando que era bastante fácil conseguir que liberara el esfínter y defecara para darme la oportunidad de comerme su mierda. Pero lo que más me sorprendía es que se hiciera pis en cuanto se la “clavaba”. Penélope me indicó que nunca la había sucedido nada parecido y que debía ser a cuenta de la excitación y de la tremenda presión que mi grueso y largo cipote ejercía sobre su vejiga urinaria pero me agradaba que su micción, a presión y en pequeños chorros, sólo pudiera salir al exterior cuándo mis movimientos lo permitían mojándome los pelos púbicos y las piernas por lo que aquellas largas meadas me resultaban sumamente excitantes. Al conocer este hecho había días en que, antes de “clavársela”, la abría los labios vaginales y procedía a comerla el coño para que, enseguida, me soltara su pis en la boca y pudiera bebérmelo íntegro volviendo, la mayoría de las veces, a repetir al sentirse mojada por el mío. Además, Penélope tenía un magnífico poder de recuperación y por más agotada y rota que acabara, al día siguiente se encontraba en buenas condiciones para mantener una nueva sesión, inmersos en el sexo guarro en el que, aunque me costó, conseguí meterla de lleno.

Al cabo de unos meses, cuándo comenzaron a quedar en el olvido las pajas iniciales, me decidí a perforarla el culo. La joven, al ver mis intenciones, no se opuso a que lo hiciera pero, al igual que me había sucedido con la mayor parte de las féminas a las que había poseído analmente, me dijo que tenía un nabo demasiado gordo y largo para que la entrara en el ojete. El primer día ambos estábamos bastante tensos lo que ocasionó que no lograra meterla más que la mitad del pene y que, al no acordarme de que era de fácil defecación, su mierda no tardara en hacer acto de presencia ejerciendo tal presión que, a pesar de que intenté evitarlo, me obligó a sacársela sin haber podido encularla en condiciones y “descargar”. Dos días más tarde todo se desarrolló mucho mejor. Comencé por lamerla un buen rato el ano antes de hurgarla en su interior con dos dedos obligándola a apretar hasta que conseguí provocarla una copiosa defecación. En cuanto terminó de salir caca aproveché que su ojete se mantenía bastante dilatado y que ella estaba muy salida y yo especialmente motivado para colocarla la punta de la picha en la “cueva” anal y mientras la frotaba con la mano derecha extendida la seta haciendo que soltara una buena cantidad de flujo y teniendo muy presentes los consejos de Lourdes, se la “clavé” de golpe y hasta el fondo de una manera un tanto bárbara. La penetración en sí, a pesar de que la había desvirgado el culo sin contemplaciones, la soportó bastante bien pero al sentir que la estaba perforando el intestino comenzó a gritar y a insultarme desesperada diciendo que la estaba haciendo muchísimo daño y que iba a conseguir desgarrarla el ano y que la explotara el trasero. Aunque Penélope lo pasó realmente mal, me lo tomé con mucha calma para disfrutar al máximo por lo que tardé bastante en echarla la leche. Como mi pilila se encontraba muy a gusto dentro de su culo continué forzándola durante un buen rato más antes de que, manteniéndola totalmente quieta, tuviéramos que esperar unos minutos a que perdiera parte de su erección para poder sacársela. Mientras Penélope volvía a defecar y esta vez de una forma bastante líquida, la agarré con fuerza de las tetas hasta hacerla chillar y la dije que su boca, su “delantera”, su almeja y su culo me pertenecían por lo que me iba a prodigar en sacar el máximo partido posible de todo ello. Creo que, tras decírselo empleando un tono de voz bastante intimidatorio, la dejé tan impresionada que Penélope, demostrando que era una hembra inteligente y que quería disfrutar del sexo, comprendió que no la iba a quedar más remedio que convertirse, además de en fiel amante y amiga, en una dócil corderita deseosa de darme mucho gusto aunque para ello tuviera que sufrir como ocurría cada vez que recibía por el culo.

Para comprobar hasta que punto podía llegar a complacerme la dije que siempre había tenido una ilusión que aún no había podido llevar a cabo: el realizar tríos con dos mujeres muy viciosas. Penélope no tardó en convencer a Isabel, una vecina suya algo más joven que ella, de cabello muy claro, estatura y complexión normal, que trabajaba en una librería, llevaba menos de un año casada y tenía un niño de pocos meses, para que se uniera a nosotros de manera que pudiera hacer realidad mi anhelo. Decidimos mantener aquellos encuentros sexuales en el domicilio de Penélope después de comer, aprovechando que su marido se encontraba a esas horas viajando por la provincia y sus hijas en el colegio pero, aparte de que sus respectivas ocupaciones tanto laborales como familiares no nos permitían mantener relaciones con la asiduidad que deseaba, al cabo de unos meses Isabel nos comunicó que estaba preñada y que no estaba segura de si el “bombo” se lo había hecho su marido ó yo. Aquel embarazo complicó bastante más las cosas por lo que, viendo que nos encontrábamos con todo tipo de problemas para continuar con los tríos, opté por disfrutar en exclusiva de Penélope tanto durante el tiempo que permanecíamos en el trabajo como después de comer en su domicilio.

Un día la indiqué que estaba dispuesto a hacerme cargo de su descendencia para que se pudiera separar de su marido con la intención de vivir juntos de forma que, también, pudiera disfrutar por las noches de su excepcional cuerpo reconociendo que, pensando en ella, solía ponerme boca abajo en la cama y frotar la pirula en la sábana hasta que me sacaba un par de polvos y una buena meada a su salud. Penélope reconoció que ella, también, me recordaba por la noche y que más de una vez se había visto en la obligación de “hacerse unos dedos” hasta que, tal y como la había enseñado, se meaba de gusto para poder apaciguar su deseo sexual pero que su marido, aunque no resultara tan portentoso como yo en la cama, era una magnífica persona y por nada del mundo pensaba dejarlo por lo que tendría que conformarme con seguir asumiendo mi papel de amante. Pero, gracias a esa propuesta, logré que cuándo su pareja tenía que dormir fuera de su domicilio y era con frecuencia puesto que junto a sus hermanos tenía que cuidar a su anciana madre con la que debía de pasar dos ó tres noches a la semana, me llamara para que, en cuanto acostaba a sus hijas, fuera a pasar la noche con ella y me la cepillara a conciencia.

En esta situación nos encontrábamos cuándo Yolanda, una atractiva, joven y sensual compañera, empezó a sospechar, ante las frecuentes y prolongadas visitas que Penélope efectuaba a mi despacho, que acudiera para algo más que para realizarme consultas y decidió entrar en acción. Yolanda era una chica soltera de cabello plateado que la daba un toque muy sensual, estatura ligeramente baja y delgada, por la que, a pesar de encontrarse dotada de un buen físico, nunca había sentido demasiadas simpatías puesto que era muy descarada, cometía muchos errores en su trabajo, siempre que bajaba a su sección la encontraba colgada del teléfono y dos de sus compañeras llegaron a comentarme que sus debilidades eran el móvil, la moda y sobre todo, los hombres por lo que se prostituía por la noche y durante los fines de semana. Pero como cada vez estaba más convencida de que me estaba follando a Penélope decidió seguirla y permanecer escuchando detrás de la puerta con lo que logró enterarse de que, además de llevar a cabo contactos sexuales completos, Penélope y yo nos encontrábamos inmersos en una actividad sexual un tanto sádica y de lo más guarra que se podía imaginar.

Una mañana subió detrás de ella y antes de que pudiera cerrar la puerta con llave, se metió en mi despacho. Para entonces Penélope, dándonos la espalda, se había quitado el vestido y lucía su ropa interior, que como siempre era de lencería fina, en la que se la marcaba perfectamente la raja del culo. Yolanda se aproximó a ella y sin dejar que se volviera, la hizo abrir las piernas y comenzó a pasarla la mano extendida por la raja vaginal a través de la braga y después de indicarla que era una cerda por lo rápido que se la había puesto caldosa, nos dijo:

“No quiero ser ninguna chivata pero no tendré más remedio que comentar con nuestros jefes lo que estáis haciendo a menos que me permitáis estar presente mientras lleváis a cabo vuestra actividad sexual y tu me jodas a diario de la misma forma que haces con Penélope” .

Nunca me han gustado los chantajes pero estaba demasiado claro que nos encontrábamos en manos de Yolanda por lo que no nos iba a quedar más remedio que aclimatarnos a sus deseos. Para aliviar la tensión reinante después de su comentario, se desnudó y tras tocarse las tetas, procedió a abrirse los labios vaginales con sus dedos y se frotó enérgicamente el chocho mientras comentaba que nos iba a demostrar que era tan guarra y viciosa como nosotros. Enseguida me miró y exclamó:

“Se me va a salir, así que puedes ponerte entre mis piernas y beberte mi meada” .

Jamás había pensado que una fémina fuera capaz de soltar semejante cantidad de pis como la que echó Yolanda en aquella ocasión y además con tal fuerza que apenas disponía de tiempo para tragármela cuándo recibía en tromba más por lo que su micción terminó saliendo por mi boca y me mojó la ropa lo que me hizo suponer que la había estado reteniendo a costa. En cuanto acabó de mear, se acarició el coño delante de mí y se acostó boca arriba en la mesa abierta de piernas. Mientras Yolanda mamaba las tetas a Penélope y la hurgaba con dos dedos en el culo sabiendo que era bastante fácil provocarla la defecación, la hice una más que exhaustiva exploración táctil y visual de su “delantera” que, aunque no era tan voluminosa como la de Penélope, se mantenía muy tersa y disponía de unos pezones muy grandes y de su mojada seta que era amplia, se encontraba muy abierta y caldosa y al igual que la de Penélope, disponía de un clítoris bastante abultado. Mientras esta última comenzaba a defecar a cuenta de los hurgamientos anales de Yolanda, que la volvió a llamar cerda y la hizo darse la vuelta para poder comerse la mierda según iba saliendo por su ano, la apreté la vejiga urinaria haciendo que soltara unos cuantos chorros de pis, cortos pero apetitosos e intensos, antes de que, en cuanto acabó de ingerir la caca de su compañera, se diera media vuelta para que pudiera lamerla el ano y hurgarla con dos y tres dedos en el trasero durante un montón de tiempo. Yolanda demostró ser bastante dura a la hora de liberar su esfínter y que la encantaba que la forzaran el ojete pero, a pesar de que se tiró varios pedos y apretó con ganas durante el proceso, por más que lo intenté no conseguí sacarla la mierda lo que me hizo pensar que podía obtener un excelente provecho de ello cuándo se la “clavara” por el culo. Penélope consiguió que Yolanda accediera a realizarme una mamada que empezó con unos bríos impresionantes pero que se convirtió en sumamente lenta y metódica desde el instante en que el pito comenzó a evidenciar que no iba a tardar en producirse la salida de la leche por lo que, para que tardara más en producirse la eyaculación, me apretó con fuerza los cojones. Pero, como me ocurrió la primera vez que Penélope me la “cascó”, solté la lefa con rapidez y Yolanda, complacida, se la fue tragando a medida que se la iba echando. La permití que me la chupara un poco más y en cuanto la extraje la polla de la boca la hice ponerse a cuatro patas con intención de poseerla de la manera que la mayoría de las hembras considera más humillante y vejatoria, es decir dándola por el culo. Penélope la abrió con sus manos el ojete y procedí a perforárselo en plan bestial. Aunque el rabo entró de maravilla en su trasero lo que me hizo pensar que no era la primera vez que se la “clavaban” por detrás, Yolanda me indicó que acababa de desvirgarla el culo. Desconozco si llegó a sentir dolores bastante intensos puesto que no abrió la boca y se limitó a colaborar activamente moviéndose a mi ritmo, apretando con fuerza sus paredes réctales contra mi verga lo que ocasionaba que no dejara de echar gotas y pequeños chorros de pis y animándome a continuar dándola unos buenos envites al mismo tiempo que la golpeaba la almeja con mis huevos. Esta vez tardé bastante tiempo en “descargar” para, poco después, mearme dentro de su trasero cosa que Yolanda parecía esperar que hiciera llena de ansiedad. En cuanto terminé de soltarla mi micción me pidió que continuara enculándola hasta que la echara otro de mis espléndidos y gratificantes polvos. Como me encontraba en la gloría y no iba a ser la primera mujer a la que soltaba la leche dos veces seguidas en el interior del culo, no tuve el menor inconveniente en complacerla mientras Penélope me forzaba el ano con sus dedos cada vez con más fuerza. Si mi segundo polvo había tardado en salir, aunque cuándo lo eché sentí un gusto intensísimo, el tercero se resistió todavía más y empleé tanto tiempo que creo que Yolanda se había acostumbrado a tener mi chorra dentro de su trasero cuándo se lo solté. Fue sumamente abundante y largo y la joven lo recibió con evidentes muestras de júbilo y satisfacción. Continué dándola por el culo puesto que parecía no cansarse de recibir por detrás hasta el momento en que Penélope me provocó la defecación con sus dedos y tuve que detenerme para que, manteniéndome abierto el ojete con sus manos, pudiera comerse mi mierda con lo que el cipote perdió buena parte de su erección lo que, unido a la gran humedad anal que había llegado a adquirir Yolanda, me permitió extraérsela con facilidad del culo. Su ojete acabó convertido en una gran “cueva” que evidenciaba una humedad extrema pero, hasta que no la introduje el puño y la forcé con todas mis ganas, no salió al exterior su caca de la que, a pesar de ser bastante líquida, Penélope y yo dimos debida cuenta.

Mientras Penélope procedía a limpiarse el culo puesto que, al contrario de lo que hicimos con ella, su compañera no se había dignado a lamérselo con su lengua después de la defecación y Yolanda hacía lo propio con su chorreante chocho, la pregunté a esta última que si había ejercido ó ejercía la prostitución. Se me quedó mirando sorprendida por mi pregunta y me contestó:

“¿Crees que me habrías desvirgado el culo hace un rato si realmente fuera una puta?” .

Aunque la contesté negativamente con la cabeza, interiormente pensaba que se había movido y había aguantado demasiado bien para ser su primera experiencia en el sexo anal. Yolanda debió de darse cuenta de que ni Penélope ni yo la creíamos por lo que nos comentó que, tras fallecer su madre y hasta que pudo disponer de la herencia, pasó por una época de bastante penuria económica que la obligó a tener que prostituirse para poder subsistir y que, aunque ejerció la profesión más antigua del mundo durante bastante más tiempo del estrictamente necesario, supo dejar de ser una fulana en el momento más apropiado sobre todo porque cada vez la daba más asco el tener que acostarse con hombres maduros y tan sumamente cerdos que no tenían más preocupación que obligarla a comerles el nabo una y otra vez e intentar metérselo por el culo, cosa a la que siempre se había negado.

Más relajados y después de vestirnos, nos sentamos tranquilamente para ponernos de acuerdo en la actividad sexual que, desde ese día, iba a desarrollar con cada una de ellas. Al estar seguro de que mi potencia sexual daba para echar varios polvos diarios siempre que no pasara de cuatro en cada sesión y de que entre una y otra dispusiera de hora a hora y media para poder recuperarme, lo primero que decidimos fue permitir que Yolanda estuviera presente en las sesiones que mantuviera en la oficina con Penélope al igual que esta podía presenciar las que llevara a cabo con Yolanda. Luego las propuse que por la mañana fuera Penélope, en doble sesión a efectuar a primera hora y a medía mañana, la que se ocupara de sacarme la leche para, después de comer, mantener un nuevo contacto en su domicilio. La chica aceptó poniendo como condición que cuándo lo hiciéramos en la oficina nuestra actividad sexual se limitara a una exhaustiva masturbación mutua, a chuparme el pene metida debajo de la mesa, a comerla el coño y a realizarme cubanas, “clavándosela” exclusivamente en su domicilio y sin que la poseyera más de dos veces a la semana por el culo para, entre una y otra, poder recuperarse del escozor y las molestias que sufría tras la práctica sexual anal. No me agradó que, a cuenta de este último comentario, Yolanda la llamara pija. Después decidimos que fuera Yolanda la que se encargara por la tarde de mi miembro viril para, al terminar nuestra jornada laboral, cenar y pasar la velada nocturna juntos en mi domicilio señalando que, aparte de “cascármela” y comérmela, la podía meter la picha tanto por delante como por detrás durante todo el tiempo y con la frecuencia que deseara en la oficina y en mi vivienda.

Aquella experiencia comenzó de maravilla puesto que entre Penélope y Yolanda me daban tanto gusto y me sacaban tal cantidad de leche que me sentía de lo más complacido y satisfecho. Además, me encantaba que estuvieran un tanto picadas por saber quien de ellas me daba más placer a lo largo del día y lograba que echara un mayor número de polvos e incluso, durante algo más de dos meses, nos reunimos un día a la semana en el domicilio de Penélope con intención de hacer un trío. Yolanda, vistiendo siempre ropa muy ceñida, no me dejaba descansar ni los fines de semana puesto que los pasaba conmigo para que se la “clavara” y poder “cascármela” y comérmela con frecuencia alegando que, de aquella forma, me incitaba a incrementar aún más mi potencia sexual lo que originaba que el domingo por la noche acabara con la pilila bastante escocida. Pero, al cabo de medio año, la actividad sexual que desarrollaba con Yolanda comenzó a decaer dándome la impresión de que era una de esas féminas a las que, en cuanto se las pasa el furor inicial, prefieren cambiar con frecuencia de semental antes de atarse a un hombre por muy bien dotado que estuviera. Por ello, la brindé la posibilidad de, sin el menor rencor, dar por concluida nuestra relación pero, al no querer darse por aludida, aguantó otros dos meses hasta que, finalmente, corroboró que estaba en lo cierto al aceptar el ofrecimiento que la había hecho varias semanas antes indicándome que, a pesar de que se encontraba muy a gusto a mi lado, su carácter y su forma de ser la hacían buscar otra pirula que chupar y exprimir y que la perforara el “arco del triunfo”. Pocos días después de romper nuestra relación sexual, dejó su puesto de trabajo y se fue a vivir a otra capital en la que, según nos dijo, contaba con una buena oferta laboral.

La marcha de Yolanda me afectó bastante más de lo que pensaba sobre todo porque sabía que iba a resultar bastante complicado dar con otra golfa a la que poder “clavársela” por el culo con tanta frecuencia, durante tanto tiempo y con la seguridad de que no iba a defecar durante el proceso como a ella. Penélope la intentó suplir al encargarse de la sesión que, en su momento, había apalabrado llevar a cabo con Yolanda por la tarde en la oficina que decidimos mantener un poco antes de acabar nuestra jornada laboral para intentar reducir los efectos de un deseo sexual nocturno demasiado fuerte pero en lo que no podía complacerme era en pasar conmigo, al menos con regularidad, la noche puesto que sus ocupaciones familiares se lo impedían y aunque me decía que si enviudaba no dudaría en vivir conmigo, al haberme acostumbrado a soltar unos cuantos polvos durante las intensísimas veladas nocturnas que llevaba a cabo con Yolanda no conseguía conciliar el sueño a menos que me colocara boca abajo en la cama para restregar mi pito contra la sabana hasta que echaba un par de polvos y acababa meándome en abundancia con lo que la asistenta que, desde que compré la vivienda, se ocupaba de que mi domicilio estuviera siempre en las debidas condiciones de habitabilidad se encontraba, de nuevo, por la mañana con una no demasiada grata sorpresa cuándo se disponía a ventilar la cama. La señora lo llevaba con mucha resignación y lo más que llegó a indicarme fue que necesitaba mantener una relación estable con una hembra que me cuidara y supiera darme mucha satisfacción en la cama.

Como a Penélope no la agradaba demasiado que me tuviera que satisfacer por la noche de esa manera decidió buscar, antes de que la hiciera el menor comentario al respecto, a una mujer que supliera a Yolanda en las veladas nocturnas. Hablando con unas y con otras, alguien la mencionó a una chica, llamada Mónica, que había estado trabajando en el supermercado en el que solía hacer la mayoría de sus compras y se alojaba en una pensión cercana que era propiedad de un matrimonio mayor que vivía con sus cinco hijos. Considerando que era la persona más idónea para lo que pretendía, poco a poco se fue enterando de la historia de la joven que anhelaba poder dar la entrada de una vivienda propia por lo que estaba ahorrando hasta el último céntimo de su sueldo. La pareja dueña de la pensión la trataban muy bien y se esmeraban con ella más que con los demás huéspedes pero, como a cuenta de su avanzada edad no podían con todo y el marido comenzó a padecer los efectos de una demencia senil, tuvieron que dejar que sus descendientes se ocuparan del negocio. Los tres hijos varones, al enterarse de que Mónica tenía dinero, empezaron a acosarla para pedírselo mientras la chica se negaba una y otra vez a dárselo lo que no tuvo más trascendencia hasta que, pasados unos meses, decidieron tomar represalias optando por violarla repetidamente hasta conseguir, con todo tipo de amenazas, que cada vez que alguno de ellos tuviera ganas de tirársela no opusiera la menor resistencia y se mostrara de lo más dispuesta a satisfacerles mientras sus dos hermanas, al volver a casa por la noche, la obligaban a “rematar la faena” de sus novios haciendo que las comiera la seta y se bebiera íntegras sus meadas antes de que la forzaran vaginal y analmente realizándola fistings, penetrándola usando bragas-pene e introduciéndola todo tipo de “juguetes” mientras la decían que su flujo, mierda y pis eran lo más delicioso que podía darlas. Una noche llegaron borrachas y tras hacerla un exhaustivo, largo y metódico fisting vaginal, la propinaron una descomunal paliza por haberse meado “sólo” en tres ocasiones y no haber defecado a su gusto antes de decidir apagar los cigarrillos que se estaban fumando en sus pezones y quemarla el “felpudo” pélvico con un encendedor lo que ocasionó que tuviera que recibir asistencia sanitaria. Aunque los médicos que la atendieron hicieron un informe al considerar que aquello era fruto de una agresión y la dijeron que la habían dejado marcada de por vida, no sirvió de nada ya que tenía tanto miedo a las represalias que no se atrevió a denunciarles. Después de aquel desagradable incidente las hijas dejaron de meterse con ella mientras sus hermanos continuaron cepillándosela a su antojo y uno de ellos la dejó preñada. Sabiendo que no tenía familia ni nadie que la amparase ninguno de ellos quiso saber nada del tema y se limitaron a decirla que lo que tenía que haber hecho era ponerse el DIU ó tomar anticonceptivos para evitarlo. El problema se solucionó cuándo el hijo mayor la provocó una hemorragia vaginal al introducirla entero un descomunal consolador de rosca pero la historia tardó pocos meses en repetirse. Los chicos la comentaron que no la quedaba más remedio que abortar pero Mónica decidió seguir adelante con el embarazo, a pesar de que fuera no deseado y llegar a parir al hijo que estaba engendrando con todo lo que aquello podía representar. Esa decisión hizo que sus agresores decidieran despreciarla y que la dejaran en paz durante los primeros meses de gestación pero en cuanto se la empezó a notar el “bombo” la obligaban a lucirlo totalmente desnuda delante de sus amigos al mismo tiempo que volvieron a follársela y con más frecuencia y sadismo que antes puesto que, según la llegaron a decir, les excitaba mucho joderla estando preñada. Pero llegó a ser tal la crueldad, el despotismo y la violencia con la que la trataban que, viendo que iban a conseguir que el feto volviera a malograrse, pensó que era preferible vivir debajo de un puente que seguir sufriendo semejantes humillaciones y vejaciones por lo que un día, sin decir nada a nadie y llevándose sólo lo puesto, dejó la pensión y su trabajo.

Pensó en volver a su pueblo de origen y alojarse en la ruinosa casa en la que había vivido junto a sus padres pero lo que hizo fue vagar sin rumbo y pasar todo tipo de calamidades durante casi dos días del crudo invierno hasta que un matrimonio de edad avanzada, que había estado observándola desde la terraza de su vivienda, la acogió en su domicilio. En pocas semanas consiguió ganarse su cariño, la trataron como si fuera una hija y aunque su situación económica no era demasiado boyante, intentaron que no la faltara nada fundamental. Pero el infortunio la perseguía y cuándo la quedaba menos de un mes para el parto, a la señora la pilló un coche y falleció la noche siguiente a cuenta de una lesión cerebral interna que los médicos no fueron capaces de controlar después de haber descartado el operarla por su avanzada edad y las dolencias coronarias que padecía. Los dos hijos del matrimonio que, apenas visitaban a sus progenitores, no tardaron en internar a su padre en un geriátrico para poder mal vender la vivienda en la que residían y repartirse el dinero obtenido con intención de pagar las múltiples deudas que ambos habían contraído. Mónica, a la que el marido había entregado todo el dinero en efectivo del que disponía, encontró alojamiento en una vivienda que compartió con tres jóvenes estudiantes que, a los pocos días, tuvieron que actuar como comadronas ya que rompió aguas y se puso de parto antes de la fecha inicialmente prevista para ello.

Después que parir a una preciosa niña parecía que Mónica había desaparecido por completo de la faz de la tierra pero Penélope no desesperó y a base de paciencia y de una vez más, preguntar a todo el mundo consiguió localizarla. Se encontraba trabajando a las afueras de la ciudad como criada interna y cuidadora de una señora mayor que había aceptado que la cría viviera en su domicilio junto a su madre y en cuanto pudo contactar telefónicamente con ella, quedaron en verse la tarde siguiente en una cafetería donde la propuso conocerme para que, en el caso de que nos gustáramos y nos entendiéramos, pudiera rehacer su vida a mi lado encargándose de las labores domésticas de mi vivienda y por supuesto, de darme el mayor placer sexual que pudiera indicándola que, aunque llegáramos a vivir juntos, continuaría poniendo sus manos, su boca, sus tetas, su almeja y su culo a mi total disposición a diario en la oficina. Mónica la indicó que se encontraba en una situación tan apurada que se agarraría a un clavo ardiendo puesto que la señora a la que cuidaba estaba muy delicada de salud y si fallecía, con la miseria que la estaba pagando no iba a tener dinero suficiente para alimentarse, dar la entrada para una vivienda mínimamente digna en la que poder residir junto a su hija y amueblarla con lo imprescindible mientras encontraba otra ocupación por lo que, sin importarla que llegado el caso se viera en la obligación de tener que compartir a su hombre y después de que Penélope se comprometiera a cuidar de su hija los días en que saliéramos, aceptó quedar conmigo el sábado por la tarde que era cuándo libraba.

Cuándo acudí a buscarla al portal del domicilio de Penélope y la vi salir del ascensor, me debí de quedar con la boca abierta puesto que Mónica resultó ser toda una belleza y lo primero en que pensé fue que, ante semejante preciosidad, me parecía hasta normal que los hijos de los propietarios de la pensión en la que había sido violada y ultrajada repetidamente no hubieran podido reprimirse. Según se iba acercando me pareció una autentica diosa alta, delgada y con una impresionante cabellera rubia. Vestía en un plan muy sencillo pero sumamente decente y limpio con sandalias, una blusa en tonalidad fucsia en la que se denotaba que, al igual que Penélope, se encontraba provista de una buena “delantera” y una larga falda blanca hasta los tobillos pero tan fina que con los rayos del sol se la transparentaba todo por lo que pude darme cuenta de que usaba braga y de color blanco. La di un par de besos en la mejilla y bastante nervioso, la invité a tomar un café para poder hablar tranquilamente pero aquella tarde los nervios me jugaron un par de malas pasadas aunque Mónica tampoco fue un cúmulo de tranquilidad por lo que nos limitamos a charlar y pasear para terminar quedando el sábado siguiente en el que todo resultó mucho mejor puesto que, a pesar de que Penélope temía que no llegáramos a congeniar al ser Mónica bastante más joven que yo, nuestro entendimiento fue tan perfecto que unas dos horas después de haber quedado y tras llevarla a mi domicilio para que lo conociera, nos pusimos a retozar en mi habitación donde Mónica me realizó una mamada prodigiosa con la que me sacó rápidamente la leche que se tragó íntegra para, más tarde y después de demostrar que había conseguido ponerla muy cachonda comiéndola el chocho, poseerla vaginalmente echado sobre ella y “clavándola” mi erecta polla en su abierto y amplio coño. Mónica, que había disfrutado de varios orgasmos previos, se meó de autentico gusto, al igual que la sucedía a Penélope, en cuanto comenzó a sentir los estragos que mi rabo ocasionaba en su interior tras atravesarla el útero y agarrándome con fuerza de la masa glútea para mantenerme bien apretado a ella, no dejaba de decirme que estaba llegando de nuevo al clímax y que cada vez era con más intensidad; que la metiera dentro los cojones y que la continuara jodiendo de aquella manera hasta que la mojara con mi leche, que no tardé en echarla después de darla unos envites impresionantes al mismo tiempo que ella llegaba por enésima vez al orgasmo. Un poco más tarde la solté una larga meada dentro de la seta que recibió con evidentes muestra de agrado y satisfacción mientras me oprimía con tal fuerza los glúteos que me debió de dejar marcados los dedos y me decía que la estaba reventando de gusto y que deseaba que la próxima micción se la echara en la boca para poder saborearla bien calentita. Después de haber comprobado que en la cama era una autentica golfa, guarra y viciosa, la saqué la verga y la hice ponerse a cuatro patas con intención de volver a “clavársela” por vía vaginal y poder darla otros buenos envites. En cuanto llegó, otra vez, al clímax se la extraje, la abrí todo lo que me fue posible el ojete, la puse en él la punta de la chorra y haciendo fuerza, aproveché que estaba bien impregnada en su “baba” vaginal para metérsela por completo. Me pareció que, a pesar de que la dolió, tenía asumido que lo único importante era darme mucho gusto y hacerme disfrutar. Me eché sobre su espalda y procedí a apretarla las tetas llevándome la grata sorpresa de que las tenía repletas de leche materna. Mónica intentó colaborar en todo momento mientras me comentaba que estaba alcanzando orgasmos y que comenzaban a ser bastante secos, a cuenta del continuo golpear de mis huevos en su raja vaginal. Sus fuerzas se encontraban muy mermadas y estaba bajo los efectos de una perceptible incontinencia urinaria cuándo la solté la leche en el interior de su estrecho culo. Como no había logrado que liberara su esfínter, a pesar de haberla atravesado todo el intestino, la seguí poseyendo por detrás hasta que, de repente, me indicó que se estaba cagando. La dije que tendría que retener su caca durante unos minutos mientras mi cipote perdía parte de su erección para poder liberarlo del aprisionamiento intestinal en el que se encontraba y sacárselo pero que la compensaría comiéndome toda la mierda que expulsara. Mónica me comentó que la agradaría que llegara a beberme de vez en cuando su pis pero que consideraba de lo más repugnante que deseara ingerir su caca a lo que la contesté que era algo a lo que me había habituado y que me encantaba hacer. Mientras el nabo iba perdiendo su erección, la joven me indicó que, aunque hubiera sido en contra de su voluntad, había recibido varias veces por el culo pero que nunca había tenido dentro de su cuerpo un pene de las dimensiones del mío y que jamás había pensado en disfrutar tanto, incluso a través del sexo anal y ser capaz de alcanzar tal cantidad de orgasmos como aquella tarde. Como la había prometido, en cuanto la pude extraer la picha procedí a comerme la mierda, mayormente líquida, que expulsó antes de hurgarla con dos dedos en el ojete en todas las direcciones en busca de más, cosa que la complació, pero en vista de que había vaciado en tromba y por completo su intestino, la lamí el ano a conciencia para limpiárselo y nos acostamos boca arriba. Mónica procedió a moverme despacio la pilila con intención de sacarme el cuarto polvo y otra meada mientras me daba un autentico festín mamándola y apretándola las tetas para vaciárselas de la gran cantidad de leche materna que se acumulaba en ellas. La joven me indicó que, aunque se las estaba dejando vacías, no tardarían en volvérsela a llenar y que, al tener mucha cantidad, se la salía. Demostrando ser perseverante logró que por la “boca” de la pirula aparecieran las gotas de lubricación previas a la eyaculación y al verlas, se colocó en posición para permitir que la pudiera sobar la almeja y el culo mientras ella procedía a comerme el pito. No tardé en soltarla el más largo, al mismo tiempo que aguado, polvo de aquella tarde y mientras se iba tragando la leche me lo chupó muy deprisa con el propósito de que, sin haber acabado de echarla la lefa, me meara recibiendo y bebiéndose mi pis verdaderamente entusiasmada.

Aún me lo estaba comiendo cuándo sonó el teléfono. En tales circunstancias no pensaba cogerlo pero fue tal la insistencia que no tuve más remedio que dejar de disfrutar de la mamada de Mónica para levantarme y atenderlo. Era Penélope que me dijo que la hija de mi nueva amiga comenzaba a echar en falta a su madre y sobre todo, la leche de sus tetas puesto que tenía hambre. En cuanto colgué el teléfono y volví a la habitación la pregunté a Mónica que si quería vivir conmigo y la joven, sin pensárselo, me respondió que podíamos intentarlo puesto que era lo que más deseaba en aquellos momentos. No tardamos en vestirnos para ir a atender a su hija y después de darla de mamar y cambiarla el pañal, nos dirigimos al domicilio de la señora a la que había estado cuidando para recoger sus pertenencias y comunicarla que dejaba de trabajar para ella. Desde esa noche compartimos nuestras vidas y no sólo la sexual por lo que, poco a poco, he ido cogiendo cariño a la cría a la que, aunque se llama Laura, me agrada denominar “pezqueñarra” y que, a pesar de que aún no se anda y apenas habla, se está ganando a pulso mi corazón. Mónica decidió invertir sus ahorros en remodelar mi domicilio y adquirir un mobiliario más funcional y moderno.

Sin tener que renunciar a Penélope, con la que sigo manteniendo relaciones a diario en la oficina por la mañana y por la tarde y algunos días al mediodía en su domicilio, he encontrado la felicidad junto a Mónica que hace pocas semanas me indicó que podía estar preñada lo que, a pesar de que nunca había entrado en mis planes el llegar a tener descendencia, me hizo mucha ilusión. Aunque el sexo anal ha sido habitual y regular en nuestra convivencia, desde que se confirmó su embarazo me estoy prodigando bastante más en darla por el culo, cosa a la que me acostumbré con Yolanda, hasta llegar a metérsela por detrás prácticamente a diario en cuanto acabamos de comer para por la noche tirármela por vía vaginal y generalmente con Mónica colocada a cuatro patas ó acostada boca arriba a lo ancho de la cama y con las piernas dobladas sobre ella misma ó acomodadas en mis hombros para facilitar que pueda joderla permaneciendo de pie.