La amiguita de Susanita

La putita berrea como en plena matanza, del todo enloquecida, cuando nota como me abro paso en sus entrañas.

La amiguita de Susanita

Susana está muy buena. Con mucho gusto la mataría a polvos si no fuera por un pequeño detalle: es más tortillera que las gallinas. Vamos, que le gustan más las tías que a un tonto un lápiz. Lo cual no ha sido obstáculo para que intentara meterle mano más de una vez, pero como si nada; la tía no cedía ni borracha, literalmente. Hasta el otro día.

El otro día va y se me acerca mientras estaba en la fotocopiadora esperando que me vomitara un informe y me dice: “Te gustaría tirarte a una tía que está más buena que el pan.”. Y yo que me quedo perplejo como una almeja, sin creérmelo, voy y le digo: “¿A ti?” Ella sonríe y me dice: “Quien sabe, si te portas bien… pero no, lo que quiero es darle una lección a mi novia, la muy puta se me lía con el primero que pasa y quiero que sepa cómo sois los tíos.”. A mí, en principio, la idea no me gusta un pelo, eso de reeducar a una tía para que no se acerque a los tíos no me entusiasma, pero mi polla opina lo contrario, para ella un polvo es un polvo y tirarse a la amiguita de Susanita es una muesca más en el cañón, y si de paso cae la mentada, pues mejor que mejor. Así que le digo: “Lo haré, pero me deberás una.”. Ella sonríe y dice: “Bien, ya te llamaré cuando sea el momento.” Como no me gusta que las tías se aprovechen de mí sin más, antes de que se dé la vuelta en plan triunfal y se largue, le suelto: “Ten por seguro que me lo cobraré, Susanita.”. Su sonrisa se disuelve, pero mueve afirmativamente la cabeza, como hacemos los tíos cuando pactamos algo con la mirada.

La cosa no se hace esperar. La tarde siguiente recibo un mensaje de Susana en el móvil, diciéndome que me pase ya por su casa, que la cosa está lista. Cuando llego, me conduce directa al cuarto y, la verdad, es que me sorprende lo que veo.

Sobre la cama está la amiguita, de rodillas, con la cabeza apoyada en el colchón, los ojos vendados y las muñecas sujetas por una cuerda que las une al cabezal. Susanita me hace un gesto con el dedo delante de los labios, para que guarde silencio y otro para que me vaya desnudando. Ella comienza a hacer otro tanto.

La verdad es que la novia de la tortillera está de toma pan y moja. Un culo impresionante, unas tetas que apenas cuelgan y unos muslos potentes. Susana, ya desnuda a mi lado, tampoco tiene nada que envidiarle, sólo me parece que es algo más bajita y con algo más de carne, pero ningún macho bien armado le haría un feo.

Me acerco a la cama y miro con detenimiento el culo y el coñito que ahí se exhiben. Son de primera. Depiladitos, como a mí me gustan, bien limpitos. De entre los labios de fuera, cuelgan los interiores, algo hinchaditos ya; se nota que la perra está esperando que le den un repaso.

Susana me indica la mercancía y luego la boca. No hace falta que me lo repita. Sin más, me subo a la cama y me coloco detrás de la hembra. La cojo por ambas caderas y la fuerzo hasta que gire sobre sí misma y queda tumbada, del todo despatarrada, mostrándome su chochito húmedo. Me amorro al pilón y comienzo a comérselo entusiasmado por el sabor.

A la putita le gusta tanto mi labor que empieza a moverse como una loca y tengo que sujetarle los tobillos con mis manos para evitar que me haga daño. Una vez sujeta, vuelvo a pasar mi lengua por los labios y por el botoncito de placer, rígido y endurecido que destaca en la cúspide de la cuevecita. Susanita sigue de pie, plantada a nuestro lado, observando mi trabajo bucal al tiempo que una de sus manos se ha perdido en su entrepierna.

La verdad es que con tanto aroma a hembra al rojo vivo, la polla se me está poniendo dura como una barra, y los gemidos y suspiros de la amiguita no hacen más que excitarme más si cabe. Así que decido que ha llegado el momento de montarla y, moviéndome hacia delante, le incrusto la punta, justo la punta, a la entrada del coñito. Por un momento, la hembra se queda sin saber qué ocurre, seguro que cree que se trata de uno de esos juguetes que usan entre ellas, y, para demostrarle que el juguete tiene más vida que una pitón, dejo caer un poco mi peso sobre su cuerpo al tiempo que muevo mis caderas hacia delante, endiñándole hasta el fondo el cipote. Deja ir un lamento y después comienza a gritar “Basta, basta, basta,…”, pero poco puede hacer al respecto.

Susanita se ha puesto al lado de la cabeza de su novia e, inclinándose, comienza a hablarle.

—¿Te gusta? ¿Te gusta como te la mete este tío? Esto es para que aprendas qué es lo único que les interesa a los tíos de ti.

La otra no para de negar con la cabeza y de decir “No. No. Basta, por favor.”

Entonces, Susanita baja la cabeza y comienza a morrearla y, aunque la otra al principio se niega, le sujeta la cabeza y continúa con el morreo, acallándola.

Yo, que me había detenido para observar la escena de las dos guarras dándose boca, vuelvo a la carga y comienzo un mete y saca furioso, moviendo mi cadera que parece que se me va a salir de sitio. Dejo de apoyar una de mis manos en el colchón y comienzo a magrearle las tetas tan bien puestas que tiene la tía, con unos pezones grandes y anchos con la puntita del centro dura como un garbanzo seco.

Es tal la delicia de joder a la lesbiana mientras la otra le sigue dando morro, que me inclino hacia delante y empiezo a sorberle los pechos, del todo dedicado a darles candela.

Es una follada estupenda, de esas en las que notas la polla bien prieta y calentita, deslizándose por un chochito que es todo humedad, para adelante y para atrás, una y otra vez. Tan buena y tan placentera que no me sorprende cuando la putita levanta sus piernas y las enlaza tras mis riñones como espoleándome para que se la endiñe aún más, si eso es posible.

Sus brazos tensan y destensan la cuerda y su cabeza da bandazos a uno y otro lado, lo que de momento me deja perplejo, porque no sé dónde se ha metido Susana, hasta que siento su manita cogiendo mi tranca y deteniéndome al tiempo con una presión feroz en los cojones.

—¡Eh! —Le digo.

—Tranquilo, machote —me dice desde detrás—, que sólo quiero que cambies de agujero.

Y dicho y hecho, tira de mí hasta que se la saco del coñito y, dirigiéndome la polla con la mano, posa la punta en el ojete de su novia.

La otra, al darse cuenta del cambio de objetivo, comienza a chillar ya que al parecer el agujerito no lo tiene precisamente trabajado, pero nada puedo hacer al respecto, Susana me aprieta con fuerza los cojones y me ordena que se la meta. Yo, obediente de mí, le doy un empujón y comienzo a introducírsela en el culito, por cierto, bastante seco.

La putita berrea como en plena matanza, del todo enloquecida, cuando nota como me abro paso en sus entrañas. Mientras tanto, Susanita, que ha abandona su presa, se dirige a la cabecera y, subiéndose a la cama, se coloca a horcajadas sobre la cabeza de la perra, posando su coñito sobre la boca y acallándola así de una puta vez, cosa que le agradezco ya que me estaba taladrando los oídos con el desgañite.

Mi bombeo es continuo y, de forma lenta pero irremediable, la cosa comienza a deslizarse con más alegría, hasta que por fin mis caderas chocan con sus nalgas prietas; entonces, comienzo un vaivén corto pero enérgico que se acompaña de chasquidos de piel contra piel. En conjunto, puro gozo.

Tanto, que al final pasa lo que tiene que pasar y le inundo el culo con mi leche, un desperdicio, por otra parte, ya que me hubiera gustado irrigarle el útero; en tanto, la otra parece que ha conseguido un orgasmo de campeonato con las convulsiones bucales de la sometida, ya que se balancea y contorsiona con los ojos cerrados.

Cuando me salgo de encima de la hembra, me voy hasta el tocador y cojo un pañuelo de papel de una caja para limpiarme la tranca de tanto fluido. Miro mi ropa en busca de los calzoncillos y, cuando los distingo, me inclino para cogerlos.

—¿Qué haces? —Me dice Susana, que ha descabalgado de la boca de la otra, y se acerca a mí.

—¿No lo ves? —Le digo—. Vestirme. Mi trabajo ya está, ¿no?

—De eso nada, cabrón. Falta lo último. Ahora mismo me la ablandas bien ablandada hasta que yo te diga basta.

Jolín con la tía. Suerte que la putita es su pareja que si llega a ser una rival me hace hacerle la autopsia en vivo. Pero bueno, un trato es un trato, y así se lo recuerdo.

—Espero que luego no te desdigas de lo nuestro.

—Claro que no, cabrón. Yo soy una mujer de palabra.

Después, sin esperar respuesta se da la vuelta y vuelve al lado de la putita, que a estas alturas llora como una Magdalena; se inclina y le dice al oído: “Ahora, este señor te va enseñar cómo se les pone el culo a las putas que van por ahí cediéndolo a cualquiera, y, para que no le molestes, vamos a hacer que esa boquita tuya se calle un rato.”. Y sin darle tiempo a reaccionar coge una mordaza de bola que tenía sobre la mesilla y se la mete sin más, sujetándole el elástico tras la nuca.

Dejo caer los calzoncillos donde los encontré y me acerco a la cama. La putita se mueve y contorsiona en un intento de evitar su destino. Pero cuando la tengo a tiro le sujeto los tobillos con una mano y con la otra le doy la vuelta dejando su culito a mi disposición. Luego me subo a la cama y, sentándome en ésta, la muevo hasta que está sobre mis rodillas.

Con una mano sigo sujetando sus piernas y con la otra palpo sus nalgas, que se ponen duras como roca a mi tacto. La muy estúpida cree que así evitará el castigo, cuando lo único que conseguirá es que le duela más.

Comienzo a azotarla con la mano. En lugar de ponerla tiesa, me encanta dejarla tonta y darle un ritmo lento y continuo que va poniendo la piel del culito rosadita.

Ella se mueve, se contorsiona y brama bajo la mordaza, pero nada puede hacer por evitar el castigo, en tanto la rojez va en aumento, al igual que la rigidez de mi pollón, que comienza a brincar contra el vientre de la tía, reclamando su espacio, aunque por hoy no creo que tenga más baile, así que le ordeno que se calme y piense en otra cosa en tanto sigo marcando las cachas de la perra bajo la mirada atenta de su Ama; ya que, ahora estoy del todo seguro, de novia nada, lo que Susanita tiene es una esclava en toda regla.

Susanita salda su deuda

Salgo del trabajo con ganas de despejarme un poco después de un día de locos; así que me acerco al café de la esquina, pido una taza de una mezcla africana muy rica que tienen y busco un lugar donde sentarme cerca de una ventana, cuando, a dos mesas, descubro a Susanita que está con una preciosidad de ojos grandes, rostro angelical y labios carnosos, una hembrita tierna, de cabellos brillantes y cuerpo sensual, que mantiene una actitud que identifico de inmediato.

Como soy curioso por naturaleza y con Susanita mantenemos un tira y afloja constante más que nada para conservarnos en forma mutuamente, me acerco a ellas con mi taza en la mano y apartando una silla le digo a Susanita:

—¿Te importa? Están todas las mesas ocupadas —no es cierto— y hoy he tenido un día que ni te cuento con los dichosos informes y los cuadres del presupuesto.

Susanita pone mala cara, pero conoce perfectamente las reglas de nuestro particular juego, así que contesta:

—En absoluto. Nosotras ya nos íbamos.

—Pero me haréis compañía un ratito, ¿verdad? —le digo—. ¿No me presentas a tu amiga?

Susanita enmudece. Sabe perfectamente que yo sé qué es su “amiga”, y eso la pone en alerta, cosa que no entiendo porque jamás le he dado razón alguna para ello desde que me incluyó en su castigo especial a su novia casquivana, cuyo pago en especies, por cierto, aún me debe. Así que, antes de que se ponga en pie de guerra, me dispongo a amansarla.

—Tranquila, Susana, que ya sabes que yo respeto las normas y no tocaría a ninguna hembrita que fuera de tu propiedad si tú no me lo pides —le digo, para que comprenda de una puta vez que soy legal—. Igual que espero que tú no lo harás con las mías —le advierto, que lo cortes no quita lo valiente.

Perdiendo algo de la tensión acumulada, mira a la nena.

—Dile tu nombre al señor, perra.

La hembrita suculenta baja la cabeza, toda avergonzada por esta exhibición pública de su condición, y responde casi en susurro.

—Alberta, señor.

—Mucho gusto, Alberta. Eres preciosa, tu Ama tiene mucha suerte.

—Gracias, señor —dice, con el mismo tono.

—¿Y dime, Susanita, cuándo piensas recompensar mis esfuerzos?

—Cuando tú quieras —responde desairada.

—¿Qué tal esta tarde?

—¿Ahora?

—Bien, sí, pero, obviamente, no aquí. ¿Qué tal en tu casa?

—Hoy tenía planes —contesta tajante.

—Ya veo —le digo, mirando a la nena preciosa—. Bueno, ¿puedes incluirme en tus planes?

La idea no le hace la más mínima gracia, pero tengo a mi favor que Susanita es como un toro de lidia que siempre entra al trapo.

—Podría ser —dice vacilando—, pero con una condición —hago un gesto con la mano dándole a entender que siga—. Tú no intervienes, sólo miras.

Aunque de primeras la idea no cuaja, y mi polla dice que ni hablar del peluquín y que si no hay alivio ella no va, lo cierto es que es toda una tentación. Ser el espectador de una sesión entre un Ama y su esclava, en vivo y en directo,… tampoco parece que esté tan mal, después de todo.

—De acuerdo, Susanita, hay trato. Pero el espectáculo tiene que valer la pena

—¿Y saldo mi deuda?

—Y saldas tu deuda.

La nena preciosa nos mira a ambos de forma disimulada, mientras mantiene las piernas separadas y las manos apoyadas en las rodillas con las palmas hacia arriba. Susanita la ha educado bien.

Llegamos a su casa como media hora más tarde. Nada más abrir la puerta y entrar, la sumisa empieza a desnudarse delante nuestro, aunque de espaldas.

—Perra, date la vuelta —le ordena Susanita, que está en todo.

La perrita se gira y sigue soltando ropa, con los ojos clavados en el suelo, en tanto va descubriendo su cuerpo lindo de tetas regordetas, rajita bien depilada y culito respingón, que es toda una preciosidad que eriza las carnes sólo de contemplarla. Cuando termina, se coloca a cuatro patas.

—Muy bien, perra, ahora vamos a ver cómo le ha ido a la puta.

Caminamos por el pasillo hasta el dormitorio y al entrar contemplo a la putita, a la que tuve el gusto de conocer, en todo su esplendor de perra esclava. Está bien plegadita por la cintura, colgando de una barra por muñecas y tobillos, con las piernas bien abiertas, exhibiendo, la muy guarra, su chochito húmedo y dilatado. La barra pende de unas sujeciones en la pared, de forma que la putita queda a poco más de un palmo del suelo pero sin posibilidad de apoyar su culo en éste.

La putita intenta llamar la atención moviéndose lo poco que puede y mascullando, pero, para que no moleste a los vecinos, Susanita la ha dejado con una mordaza que mantiene la boquita de la hembra abierta a más no poder y un reguerito de saliva resbala por su barbilla y hace brillar sus pechos. Pero lo que más llama la atención es el charco de orina que hay bajo la putita.

Nada más lo ve, su Ama se acerca y le arrea cuatro ostias seguidas que le dejan las mejillas bien calentitas mientras lloriquea como una ramera.

—¡Pero cómo te atreves, puta salida, a mearte así, ensuciándolo todo! —Le grita el Ama, hecha una furia.

—Perra —le dice a la nena preciosa—, acércate a la puta meona —la nena preciosa se mueve a gatas hasta estar delante de la putita, intentando evitar tocar el charco de orines—. Muérdele los pechos bien mordidos hasta que te diga.

La perrita mira a su Ama, todo desconcierto, sin saber muy bien qué hacer.

—Vamos, ¿a qué esperas? Muérdele lo pechos. ¿O quieres que empiece por ti?

Azuzada por la propuesta, la nena acerca su boca a las tetas de la esclava y la abre dándole un mordisquito en el pezón que hace farfullar a la putita bajo la mordaza.

—Más fuerte, que oiga bien sus alaridos, sino oiré los tuyos.

El siguiente mordisco es decididamente mucho más fuerte y el bramido de la putita, a pesar de la mordaza, se escucha perfectamente.

—Muy bien, sigue así hasta que te lo diga.

Susanita sale un momento de la habitación y yo me quedo observando cómo la nena preciosa mastica los pechos de la desgraciada que gime, farfulla y menea la cabeza ante la tortura.

Cuando el Ama vuelve trae un cubo y un paño que deja cerca de la escena.

—Ahora, perra, enséñame lo buena perra que eres y muérdele ese coñito sucio y meón que tiene. Y dedícate bien, que te va tu propio coñito.

Esta vez, la perrita no lo piensa demasiado y se inclina para comenzar a morder con ganas el chochito húmero de la putita, que renueva sus gritos ahogados al tiempo que se sacude en pleno ataque de dolor.

—Si quieres puedes sentarte ahí —me dice Susanita mientras me indica una silla desde la que se ve toda la habitación.

Pasados un par de minutos parece que considera que el castigo de la putita meona ya ha sido suficiente.

—Perra, limpia el suelo.

En tanto la nena preciosa va limpiando el suelo, Susanita se desnuda del todo mostrando su cuerpo algo rellenito pero de curvas muy sugerentes. Y ante tanta carne a la vista mi polla empieza a golpear la bragueta, que se ve que ella también quiere sacar la cabeza para no perderse detalle, por lo que se la abro y le dejo otear el paisaje, lo que la alegra un montón, aunque deja ir unas cuantas lágrimas por la puntita por no poderse unir a la fiesta; considerado, la acaricio para apaciguarla.

Mientras miró al Ama de las putitas, por un momento, pienso que se pondrá algún tipo de ropa de látex en plan dominatrix; sin embargo, queda desnuda como sus perras; lástima, habría sido todo un toque de estilo.

Con el suelo ya limpio se acerca y desprende primero los tobillos de la putita de la barra y luego las muñecas. Finalmente le quita la mordaza. La putita se desploma, que apenas se aguanta sobre sí misma, vete a saber las horas que llevaba colgada, y el tratamiento de masticación de la perrita no debe haberla mejorado, así que, muy lentamente entre quejido y quejido se postra a los pies de su Ama y comienza a besar éstos con devoción. Imitándola, no sea que su Ama la considere una perra desagradecida, la nena se arrastra y besuquea como puede los empeines de Susanita, disputándose tal honor con la otra esclava, lo que parece divertir muchísimo al Ama.

—Ya basta, putas.

Susanita se acerca a un estante y coge un dildo doble unido a un arnés de cintura. Ya está, pienso, ahora se va a calzar a una de las perritas. Sin embargo, tira el arnés al suelo delante de las sumisas y éstas se lo quedan mirando como si les fuera a morder.

—La primera que consiga meter la mano enterita en el coñito de la otra podrá ponerse esto y culearla hasta que se canse. ¿Entendido?

Me ha dejado con la boca abierta, lo juro, y más todavía cuando veo como las perras salidas se tumban de espaldas en el suelo, algo cruzadas y con los chochos enfrentados, y empiezan por meter un dedito en el agujero de la otra y, al cabo de poco, otro, todas enloquecidas, que Susanita las debe tener pasando hambre desde hace semanas para semejante frenesí.

El Ama se las mira encantada, en tanto ella misma tiene dos deditos dedicados a darse gusto en la rajita, viendo cómo las putitas intentan con desespero meter la mano en el coñito de la otra al tiempo que aprietan el propio todo lo posible para impedir ser penetradas con lo que el dolor no debe ser poco, aunque el roce continuo acaba haciéndolas ceder.

La putita meona ya ha conseguido meter cuatro dedos y, contra su voluntad, la perrita comienza a menear sus caderas, cediendo ante la invasión. Para ella es una batalla perdida, ya que al cabo de un par de minutos ya son cinco los dedos que se abren paso y los nudillos empiezan a desaparecer en medio de un río de fluidos que los embadurnan.

Cuando por fin la putita meona ha ganado y tiene toda su mano alojada dentro del chochito resbaladizo de la nena, mientras las caderas de ésta culebrean de gozo, el Ama se acerca y coloca su pie desnudo sobre vientre de la perra.

—Vaya, vaya, parece que ya tenemos una ganadora.

La putita meona la mira desde el suelo con los ojos enfebrecidos.

—Cierra el puño y saca la mano del coño de esta perra.

Con una expresión de lo que me parece placer auténtico ante la expectativa de hacer padecer a la perrita, la putita obedece en tanto la nena preciosa comienza a gemir y lamentarse, ya que con el puño cerrado la dilatación de las paredes del coño debe ser muy dolorosa.

Cuando finalmente la mano sale del todo, la nena se convulsiona con una sacudida que se apaga lentamente. Es tan evidente que la muy zorra ha gozado sin el permiso expreso de su Ama que ésta se acuclilla y le arrea un par de sopapos en sus mejillas sonrosadas y luego sigue dándole en las tetas haciéndola berrear.

—Luego hablaremos de esto, perra salida —luego mira a la putita que tiene una sonrisa de oreja a oreja e, inclinándose, le arrea otra ostia—. Y tú, puta, ¿de qué te ríes?

Al parecer la putita no se esperaba el sopapo y comienza a soltar lagrimones.

Susanita se pone de pie de nuevo y se las mira a ambas, luego se centra en la putita meona.

—¿A qué esperas, puta? Móntala de una vez o le cederé el turno.

Con desespero, la putita coge el arnés y se introduce una de las pollas de plástico en su chocho soltando un suspiro largo; cuando ya la tiene bien dentro se lo ajusta a la cintura. El pollón que queda fuera es de un tamaño considerable.

—A cuatro patas, perra —ordena el ama a la hembrita tierna que aún se duele de los manotazos en los pechos.

La nena se gira y se coloca a gatas. Entonces, el Ama apoya su pie en la espalda de la sumisa y aprieta hasta que ésta queda con la cabeza a ras de suelo y el culo bien elevado.

La putita está embelesada observando la escena en tanto masturba la polla de plástico cómo si de un macho dándole al manubrio se tratara. Luego se coloca de rodillas, coge las caderas de la nena y se dispone a penetrarle el chochito colocando la punta a la entrada.

Un manotazo en la coronilla la espanta y le hace mirar a Susanita.

—Pero bueno, puta, ¿estás sorda? He dicho que la ganadora podría culear a la perdedora. ¡Culear, zorra estúpida! Sácate el arnés ahora mismo.

La putita meona, que se ve venir el pastel, se arroja a los pies del Ama y empieza a besuquearlos entre sollozos, lo que sólo le vale una patada que la deja despatarrada exhibiendo en la entrepierna el pollón artificial.

—¡Serás una puta estúpida! —Susanita está furiosa, se agacha y, con sus propias manos, desabrocha el arnés y se lo arranca brutalmente, luego le suelta cuatro golpes con la mano tonta en pleno chochito—. Date la vuelta, a cuatro patas. ¡Ya! Y tú, perra, ponte esto —y lanza el arnés delante de la perrita.

La nena preciosa, que durante todo el rato ha mantenido la posición, coge el arnés por el pollón mayor y, de cuclillas, se introduce el otro en el coñito, mientras entorna la mirada ante la invasión. Luego se lo ajusta a las caderas.

—¡Fóllatela bien follada por el culo!

De rodillas se coloca detrás de la putita y, guiándolo con la mano, introduce la punta del pollón en el ano de la esclava que deja ir un lamento ante la intromisión. Luego inicia un movimiento muy sensual con sus caderas, adelante y atrás, haciendo que el consolador se introduzca cada vez un poco más, hasta que su pelvis choca con las nalgas.

—Más rápido —la nena sigue la orden y aumenta la velocidad, pero no parece suficiente, ya que el Ama insiste—. Más, vamos, con brío, con ganas, que se note que la quieres follar hasta los intestinos.

La verdad es que, al cabo de poco, ya no tiene que espolearla mucho más, ya que, la parte del pollón que tiene metido en el chumino, hace que la nena se mueva como una posesa buscando más contacto, mayor penetración, y arremetiendo, una y otra vez, de forma enfermiza, cegada por el placer.

Hasta que, finalmente, veo como todo su cuerpo tiembla y se desmorona entre sacudidas sobre la espalda de la hembra sometida cuyas caderas siguen agitándose mucho después en busca de su propio goce, sin que el Ama, que las observa, lo impida.

Cuando las perras se separan, quedando de rodillas, Susanita se acerca a la putita y le pellizca los dos pezones a la vez. Al principio, la putita lo soporta bien, pero el Ama aumenta la fuerza del pellizco y, finalmente, la esclava comienza a lloriquear, sin que sus brazos o su cuerpo den muestras de oponerse al castigo salvo por una ligera contorsión, puro sufrimiento.

—¿Te he dado permiso para correrte, cacho puta?

—No… Ama… —contesta la sometida, casi en un jadeo ahogado, que el dolor no le deja más.

—¿Entonces por qué lo has hecho, zorra estúpida?

—Por…que.. —jadea la perra— no… podía… más…, A…m…a…

El Ama aprieta aún más la tenaza sobre las tiernas tetas de su puta y tira de los pezones hacia arriba haciendo que ésta estire el cuerpo en un intento de seguirla.

—¿Quieres volver a correrte, zorra?

—N…o…, A…m…a.

—¿No? ¿Nunca más?

—S…í…, A…m…a.

—¿Sí qué, zorra? ¿Sí quieres volver a correrte o sí no quieres volver a correrte nunca más?

A estas alturas la putita ya no sabe que contestar, los pezones los tiene estirados como si fueran de goma y el dolor la hace boquear una y otra vez.

—Lo… que… mi… Ama… des…ee.

—Muy bien contestado, zorra —y la deja ir.

Por un momento la putita meona parece que quiere levantar las manos como para aliviarse sus maltrechos pezones, pero luego las deja caer.

—Tú, quítate eso de una puta vez —le dice a la nena, que todavía lleva puesto el arnés.

Las dos perras aguardan nuevas instrucciones de su Ama en la posición de espera, de rodillas, con las piernas bien separadas y las manos en la nuca. Ésta se vuelve hacia mí y, por un momento, prende su vista de mi pollón, que a estas alturas se mantiene tieso por sí solo, duro y tan congestionado por la excitación que resulta hasta doloroso. La muy puta se sonríe y vuelve a lo suyo.

—Muy bien, zorritas, vosotras ya habéis disfrutado lo vuestro, pero yo aún no. Así que, ahora, vais a dar gusto a vuestra Ama como está mandado. Pero antes hay que poneros bien guapas.

Se gira y se va hacia el estante volviendo con una caja de madera. La deja sobre la cama y la abre. De su interior saca don cajas más pequeñas y alargadas. Cada una lleva una etiqueta, en una pone “Perra” y en la otra “Puta”.

—De pie. Piernas bien separadas.

Las zorras se ponen de pie y, sin que yo lo entienda, comienzan a temblar de forma visible.

—Veo que os acordáis —les dice su Ama—. Bien, así no tendré que volver a explicaros en que consiste.

Abre la caja que dice “Perra” y saca una aguja corta y muy fina, tanto que me cuesta distinguirla; luego coge el pezón izquierdo de la nena y lo estira alargándolo; finalmente atraviesa la base del pezón a ras con la aguja de forma horizontal, lo que hace que la hembrita abra una boca desmesurada, aunque ningún sonido sale de ella.

Coge otra aguja de la cajita y se acerca al otro pezón, y la perrita tiembla aún más.

—Estate quieta, zorra, si no, aún te haré daño —le dice Susanita, toda ironía.

Repite la perforación y, cerrándola, deja la cajita sobre la cama para ir a coger la que pone “Puta”.

La putita, que ha visto cómo taladraban a la otra, tiembla toda ella, tanto que, para calmarla, el Ama le pega un par de cachetes en las mejillas que la dejan más quieta que un palo aunque moqueando como una nenita de parvulario. Luego le perfora las tetillas igual que a la otra zorrita.

Cuando creo que la instalación del suplico ya ha finalizado, Susanita me sorprende dejando la cajita bien cerrada y cogiendo unas pinzas a cuyo extremo cuelgan unas campanitas que resuenan como las de un carillón. Sin vacilar le engancha una pinza en cada pezón a la putita y otras dos a la perrita, lo que las hace rebotar discretamente con cada presa, aunque siguen sin soltar palabra.

Sin mediar más palabra, Susanita se tumba en la alfombra y se abre de piernas, con las plantas de los pies en el suelo. Las dos zorritas, nada más verlo, se pone a cuatro patas, emitiendo pequeños gemidos con cada balanceo de sus tetas, y, mientras la perrita se amorra al coñito del Ama, la putita se dedica a besarle y lamerle las tetas y, de tanto en tanto, a darle un morreo de impresión, haciendo sonar ambas las campanitas con cada movimiento.

Y así están durante un buen rato, dando lengua a su Ama, mientras ésta se mueve rítmicamente, subiendo y bajando las caderas y negando con la cabeza cada vez más rápido hasta que toda su piel se enardece y comienza a convulsionarse sin que las esclavas den signos de apartarse, más bien al contrario, que parece que hayan enloquecido de lo dedicadas que están a comerse el cuerpo entero de Susanita hasta que ésta, agotada, les da un par de manotazos, dejándolas de rodillas, sudorosas y jadeantes por el esfuerzo.

—Francamente bien, zorras. Sin embargo, sólo una de vosotras dormirá en blando esta noche; así que vamos a ver quien.

Dicho esto, se pone en pie y se acerca a mí.

—Ahora quiero que te fijes bien y me digas cual de las dos crees que lo hace mejor.

—Vamos, zorritas, mostradle al señor lo bien que tocáis el instrumento.

Las dos, arrodilladas como están, colocan las manos tras la nuca y sacan pecho, haciendo destacar las tetas perforadas y pinzadas. A continuación empiezan a menearse como en medio de un ataque haciendo sonar las campanitas en un auténtico guirigay, mientras sus caras y gemidos apagados reflejan el dolor que sienten al hacerlo

La verdad es que es imposible decidir si alguna lo hace mejor que la otra, pues ambas son un incordio y con gusto las pararía con un par de guantazos; pero, puestos a tomar una decisión, me decanto por la putita que parece ponerle más entusiasmo y así se lo digo a Susanita.

—Muy bien, putita, parece que esta vez te has lucido. Ya podéis parar.

Se acerca a la putita meona y quita las pinzas; luego, con cuidado, le extrae las agujas y lo guarda todo.

—Tú, puta, ya sabes qué toca.

La nena, llorando, se coloca a cuatro patas y se acerca a la pared de donde pende la barra. Su Ama coge la barra y, dejando ir cuerda de las sujeciones en la pared, hace que la perrita se tumbe en el suelo y se coja los tobillos con las manos, quedando totalmente expuesta.

Sin mediar palabra, el Ama sujeta los tobillos a la barra y luego las muñecas de la zorrita. Después se levanta y se dirige al estante de donde vuelve con dos tubitos y una botella de aire comprimido. Los tubitos resultan ser unos globos semirrígidos con válvula que el Ama introduce en el chochito y el culo de la perrita. En todo esto, la nena preciosa no ha parado de gimotear y moquear silenciosamente.

El Ama conecta el globo del coño a la botella y lo hincha hasta cierto punto que tiene marcado en el indicador, y lo mismo hace con el del ano, que la perrita parece un pavo preparado para fiestas, con relleno incluido.

Luego, ayudada por la putita, tira de las cuerdas que levantan la barra y, cuando la tiene como a un palmo del suelo, las asegura en las sujeciones.

La nena preciosa, con los pechos engalanados por las campanillas y las agujas y sus agujeritos bien rellenos, se agita entre temblores por el tormento, mientras no para de llorar desconsolada

—Ahora, perra, te quedarás aquí bien quieta y calladita hasta que vuelva. Como oiga la más mínima esto te parecerá un regalo de tu Ama.

Susanita se vuelve hacia mí y, cogiéndome por mi polla, tira hasta que no tengo más remedio que ponerme de pie.

—Dime, ¿te apetece cenar algo? La puta prepara unos macarrones al pesto que te cagas. ¿Verdad, puta?

—Sí, Ama —contesta la putita meona desde el suelo.

—Pues vamos, entonces —y comienza a andar tirando de mí polla que está la mar de contenta por el tratamiento, la muy cerda.

La putita meona nos precede a cuatro patas cuando salimos del cuarto y su Ama, volviéndose, apaga la luz y cierra la puerta, acallando así los lamentos de la nena preciosa.