La amiga de mi nieta

A los 81 años descubro que aún tengo mucho que ofrecer

La historia que voy a contar sucedió recientemente, en una pequeña ciudad de costa española de nombre que omitiré. Mi nombre es Sebastián, tengo 81 años, y actualmente vivo solo. Tengo dos hijos, y actualmente mantengo mayor contacto con la mayor, que me hizo abuelo hace 19 años. Mi nieta es una chica pecosa, pelirroja, alegre y sociable como su abuelo, y actualmente estudia en la universidad.

Mi relación con mi nieta siempre ha sido muy buena, en mí encontró la referencia paterna que un desalmado no supo darle en su día, y me convertí en su confidente y apoyo, además de su cómplice de algunas fechorías de juventud. Desde hace algún tiempo, los viernes, suele quedarse a dormir en mi viejo apartamento, que está en el centro de la ciudad, cerca de la zona donde suele salir con sus amigos.

Ese fin de semana de septiembre no iba a ser menos, y con sorpresa recibí su llamada en mi teléfono, ese con tantos iconos con el que apenas me manejo a mis años:

  • ¡Abuelo! ¿Tienes habitaciones en el hotel cinco estrellas para este fin de semana?

  • Susana, que alegría oírte. Cómo no iba a tener. Mucho tardabas en volver por aquí.

  • Verás...no es solo para mí. Mi amiga Elena, creo que te he hablado de ella, también necesitaría quedarse...¿te parecería bien?

  • Hija, no tengo ningún problema. Sabes que la habitación de las dos camas individuales está libre, te daré una copia de la llave, como siempre, y la casa es vuestra para llegar cuándo queráis.

  • ¡Eres el mejor, abu! Se lo diré a Elena. Es una chica genial, te prometo no armar mucho jaleo. ¡Nos vemos en un par de días!

  • Hasta el viernes, hija.

Colgué el teléfono y me paré a pensar. Elena...de qué podía sonarme ese nombre. Mi nieta me había enviado alguna vez fotos de fiesta, junto a sus amigas...y pese a mis años, tengo que decir que era un grupo precioso de jovencitas. Entre ellas, destacaba una chica espigada, delgada, rubia, con cara aniñada y una sonrisa radiante. Mentiré si dijera que es lo único en lo que me fijé...la chica era espectacular, especialmente por sus curvas. Sus modelitos dejaban entrever un enorme par de pechos del que con culpa me había quedado prendado desde un primer momento. Sacudí la cabeza y alejé esa imagen de mi mente. Por favor, tenía 81 años cumplidos...qué hacía pensando en una chica de 19 años, la edad de mi nieta. Pero también mentiría si dijera que no deseaba que aquella de la foto fuera efectivamente Elena.

Mi hija me llamó 20 minutos después. Susana se lo había contado, y como siempre, me pidió que estuviera atento a la chiquilla. La tranquilicé, Susana era responsable, y lo más importante, mayor de edad. Solo querían salir de fiesta y divertirse, como ella hizo en su día y así le recordé.

Finalmente llegó el viernes y me pilló deseando un poco de compañía. Mi nieta me había avisado de que apenas pasarían por casa a las 9 a recoger las llaves, dejar la muda, y marcharse, porque habían quedado para cenar, pero me parecía suficiente con volver a verla...y resolver el misterio de Elena. Los dos últimos días había repasado las fotos de mi nieta y su grupo de amigas...y no podía quitarme a la rubia de grandes pechos de la cabeza. A los 81 años...volvía sentir un incómodo calor en el estomágo al pensar en ella.

Cuando llegó la hora acordada y sonó el timbre, me levanté de la butaca como un resorte. A pesar de mis años, el ciclismo me mantiene ágil, delgado pero fibrado, y la espera hizo el resto. Abrir la puerta me puso el corazón a 200: tras ella, mi nieta se lanzó a mis brazos con una sonrisa de oreja a oreja, y yo apenas pude disimular y prestarle atención tras ver que detrás de ella se encontraba la chica que me había quitado el sueño los dos últimos días. Era más impresionante si cabe en persona. Medía en torno al 1.70, y su vestido negro resaltaba en su escote los pechos redondos y mejor formados que había visto en mi larga vida.

  • ¡Abuelo! -- sonrió Susana

  • Hola hija, qué energía, qué preciosa te veo.

  • Tú estás como siempre, mi Don Juan. Mira, te presento a mi amiga Elena. Te he hablado de ella, abuelo, hace poco que sale con nosotros porque es nueva en la ciudad. ¡Además...acaba de cumplir los 18 y ya tiene edad para salir de parranda!

  • Hola, Elena, soy Sebastián, encantado de conocerte y bienvenida, ¿lista para la noche de fiesta?

  • ¡Hola! Susana me había hablado mucho de usted. ¡Por lo que cuenta, bien podría venir de fiesta con nosotras!

  • Jajaja, ojalá, hija, pero mi tiempo pasó, peino canas y ya son 81 los años que he cumplido.

  • ¡Pero si está usted hecho un niño!

  • ¡Abu! - interrumpió Susana arrollándome con las maletas - siento interrumpir...¡pero tenemos que irnos! Nos esperan en 15 minutos y aún tenemos que andar un trecho. Te dejamos las cosas y aprovecho para llevarme las llaves. Volveremos tarde...trataremos de no hacer ruido. No nos esperes despierto y descansa.

  • Descuida, hija - comenté - tomaos una a mi salud.

  • Eso está hecho, eres el mejor, abuelo.

Tras salir rapidamente con las llaves, ambas se giraron hacia el ascensor. No pude despegar mis ojos del cuerpo de Elena, su contoneo, su trasero redondo, la media curva que sus pechos dibujaban a cara giro de espaldas, indicando su tamaño y firmeza...Mi sorpresa fue mayúscula cuando esta se giró poco antes de entrar al ascensor tras Susana, descubriéndome en la puerta, como un alfiler con mi albornoz a cuadros, sin quitarle ojo de su cuerpo y devorando cada centímetro de sus cuervas. En ese giro y última mirada atrás...¿me había guiñado un ojo mientras se mordía el labio inferior?

Loco o cuerdo, las horas hasta que me acosté fui incapaz de pensar en otra cosa que no fuese su gesto. Seguramente se trataba de una chiquillada, una moda de los jóvenes al saludarse o despedirse sin mayor significado. Pero el recuerdo de su cuerpo...por primera vez en años noté una vigorosa erección, que la vergüenza por mirar así a una chica aún más joven que mi nieta me impidió aliviar. Pasaron las horas en vela, hasta que, sobre la 1 y media, caí en un profundo sueño.

No recuerdo la hora que sería, pero sí recuerdo oirlas abrir la puerta. Por su tono de voz y sus risas apenas disimuladas, supe que algo habían bebido...Era lo normal. Decidí no salir de mi habitación y sencilllamente hacerme el dormido, no quería que se sintieran culpables por haberme despertado. Pero la curiosidad me pudo y no evité el oirlas hablar.

  • Shhh, vas a despertar a tu abuelo, Susana. Esta noche te has pasado de frenada, 5 copas, te has liado con dos tíos distintos, y encima no te tienes en pie.

  • Jaja, no te entiendo, Elena, tanto tiempo deseando cumplir los 18, y apenas has tomado dos copas, y ni siquiera te has acercado a los tíos.

  • Jajaja, borracha, deberías acostarte. No me he acercado porque estoy harta de esos paletos.

  • Elena, media discoteca estaba mirándote las tetas. ¡Y joder, normal, si es que te van a salir volando!

  • No seas estúpida jaja, tú también tienes un cuerpazo.

Tras un pequeño ajetreo, las oí decir que era hora de acostarse, que mañana la resaca iba a ser de aupa, sobre todo para mi nieta.

  • Susana...¿habría algún problema si me ducho? beber no, pero bailar he bailado...y no quiero acostarme sudada.

  • Haz lo que quieras, como en casa. El baño está al final del pasillo y el ruido no debería despertar al abuelo. Yo me duermo, apaga la luz y entra después con cuidado, estoy que me caigo. Te quiero amiga, pero una que se despide.

  • Anda, que vaya tela.

El corazón me dio un vuelco. Obviamente, las chicas se ducharían y cambiarían en casa, pero no fue hasta entonces, acostado en la oscuridad, que fui consciente de que Elena, la joven y despanpanante chica que me había cautivado, estaba desnuda apenas dos pasos hacía el fondo del pasillo. La oí salir un momento antes, y ya en ese momento la imaginaba desprenderse del vestido, deslizándose sobre sus pechos y caderas. ¿Debía levantarme y hacerme el tonto? Quizás se hubiera dejado la puerta abierta...quizás pudiera verla aún desde la distancia. Qué locura. Sebastián, ¡qué tienes 81 años y la chica 18!

Me levanté pese a esta reflexión, y abrí con cuidado la puerta. Donde dormía mi nieta, la puerta permanecía cerrada, pero al fondo del pasillo...Elena había dejado la puerta entreabierta. Avancé por el pasillo lentamente, descalzo, mi pijama corto apenas podía disimular una enorme erección. A la altura de la puerta, asome la cabeza a duras penas. El baño era amplio, por lo que tenia cierta seguridad salvo que Elena se encontrase en la misma puerta.

Lo que vi me cortó el aliento. Elena estaba en lencería, desabrochándose el sujetador junto al espejo, y a la luz del baño sus formas eran aún más impresionantes. Cuando descubrió sus enormes pechos, no pude evitar llevar la mano a mi pantalón, acariciandome la entrepierna mientras la observaba desnudarse. La siguió el tanga, dejando al descubierto un culo redondo y un pequeño triángulo rasurado en la zona del coño. No podía creerme que estuviera haciendo eso, pero ahí estaba. Elena se desnudó y se metió en la ducha, y no podría detallar los siguientes cinco minutos que siguieron a su cuerpo enjabonándose y el agua corriendo entre sus pechos. En un momento concreto, me pareció que giraba su cabeza hacia la puerta y sonreía. Cuando cortó el agua, decidí salir rápidamente hacia mi cuarto, apurando los segundos para disfrutar de las vistas.

Una vez en mi cama, la erección aún se mantenía y mi cabeza daba vueltas. Si la chica me había visto, podía meterme en un enorme lío, quizás dejaría de ver a mi nieta para siempre. El pensamiento me horrorizaba, pero mi sentimiento era de que había merecido cada segundo deleitándome en sus tetas. A los 2 minutos la oí salir del cuarto de baño. Sus pequeños pasos resonaban por el pasillo, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando pasaron de largo por la habitación en que dormía mi nieta y se pararon frente a mi puerta. Despacio, sentí el pomo de la puerta ceder mientras esta se abría. Decidí fingir que dormía.

  • Sebastián - susurró Elena - Vamos, no te hagas el tonto, abuelo. ¿Te ha gustado el espéctaculo? Tengo unas tetas enormes, ¿eh?

En pánico, me quedé parado, sin saber reaccionar, tendido en la dirección contraria.

  • Vamos, hombre, no te hagas el tonto. Te lo he notado desde que me viste llegar esta tarde. Venga, no pasa nada, dime algo al menos.

Finalmente me giré, enrojecido por la vergüenza. Encendí la mesilla de noche y en la semi penumbra distinguí a Elena. Llevaba una finísima prenda de ropa interior, que alzaba aún más sus pechos y transparentaba la parte inferior.

  • Apuesto a que esto no lo esperabas tampoco.

  • Hija...tengo que pedirte disculpas. Lo siento, me he levantado al baño y he visto que estabas allí...y...

  • Bueno, estaba allí y ahora estoy aquí. ¿Qué te parece el modelito? ¿Te gusta, eh?

  • Eres...eres preciosa.

Jamás me sentí un anciano indefenso más que en ese momento.

  • Te lo agradezco, Sebastián. Y sabes, hoy es tu día de suerte. Voy a dejar que me mires todo lo que quieras pero...prohibido tocar, jiji.

  • Elena...esto no está bien, mi nieta duerme en la habitación de al lado. Tienes 18 años y yo soy un anciano.

  • Sebastián...- dijo mientras se desabrochaba el sosten, descubriendo sus grandes pechos naturales de redondas areolas - a caballo regalado, no mires el diente. Has sido un caballero y me gustaría devolverte el favor. Vamos, levantate de la cama, quiero verte.

A duras penas pude retirar mis ojos de sus pechos para levantarme. En ese punto, la erección era tal que temí correrme en cualquier momento.

  • Vaya, vaya, vaya. 81 años, eh. ¿Te parece si hacemos un trato?

  • Qué...¿qué trato?

  • Si te descubres la polla, te enseño mi coñito.

Oirla hablar así solo empeoraba las cosas. A esas alturas, ya no era dueño de mis actos y solo esperaba que mi nieta durmiera profundamente.

  • Elena, no me hagas esto, no puedo más...ha pasado mucho tiempo y no puedo soportarlo.

  • Vamos, vamos...La noche es joven y creo que aún puedo sorprenderte más...si los dos llegamos a un acuerdo.

  • De...de acuerdo.

Lentamente, bajé mi pantalón. Al momento retire la mirada, avergonzado, no podía creerme estar exhibiendome así ante una chica de 18 años como aquella.

  • Vaya pollón, abuelo - dijo, mordiéndose el labio inferior.

  • Te...te toca. Enseñame el coño, Elena.

La chica sonrió, se giró, y movió el culo sensualmente en su tanga de encaje, para después inclinarse y dejarme ver desde atrás su precioso coño.

  • Joder...es increible. Puedo...puedo ¿acercarme?

  • ¿Qué hay de la regla de no tocar, abuelo? jaja

  • Vamos, Elena...solo quiero notar tus pechos en mis manos, solo eso. Será un momento.

  • Acercáte, viejo.

Lentamente me acerqué hasta estar a su altura, y coloqué mis manos sobre sus pechos. Eran enormes, y los senti calientes y suaves al tacto.

  • Jamás en mi vida había tocado unos pechos así...hija, estás buenísima - dije, sin levantar la vista de sus pezones, que comenzaban a excitarse.

  • Te gustan mis tetas. A ti y a todos los viejos que conozco...os encantan, jaja.

  • ¿Todos los viejos...que conoces?

  • Vaya, no pensarás que la tuya es la única polla de más de 80 años que voy a comerme en mi vida - respondió.

Esto me pillo por sorpresa al verla ponerse de rodillas junto a mi, agarrar mi miembro con su mano, y mientras me miraba a los ojos, me decía:

  • Hoy es tu día de suerte...vaya que sí.

Inmediantamente se introdujo mi polla en la boca, aún sin dejar de masturbarla, aumentando el ritmo.

  • Agh - gemí - joder, joder.

Mientras retiraba la polla, la lamía y volvía a introducir en sus labios, diciendo

  • ¿A qué ahora no te sorprende que los abuelos de mis amigas me adoren? - sonreía.

Mientras me la mamaba, acariciaba sus tetas, la sentía endurecer los pezones, y ella gemía entre dientes mientras que con la otra mano se acariciaba el coño.

  • Elena...dejame devolverte el favor...Si sigues así voy a correrme...

  • ¿Quieres comerme el coñito? - dijo mientras se levantaba.

Me tomó de la mano y me guió hacia mi cama. Con 18 años, se había adueñado de la situación y mandaba ella en cada momento. Tumbándose de espaldas, me descubrió sus preciosos labios rosados en un coño que ya palpitaba mojado.

  • Venga, abuelo, haz que valga la pena y...te dejaré follarme esta misma noche.

  • Joder...Susana, por favor no te despiertes - murmuré mientras me arrodillaba.

Lamí su clitoris como si no fuera un mañana, trabajé con uno, dos y tres dedos, y me empleé a fondo lamiendo su coño como un loco. Oirla gemir solo hacía excitarme, y sus frases me estaban llevando a la locura.

  • Vamos, vamos, viejo, come, come.

  • Ummmm, aaah, sí, eso es.

En un momento dado, un ruido nos sobresaltó. Venía de la habitación de mi nieta, que había abierto la puerta y encendido la luz del pasillo. Con pánico, miré a Elena, que solo sonreía traviesamente.

  • ¿Qué diras si nos pillan, abuelo? Te huele la boca a coñito de jovencita.

  • Sh, por favor, me vas a arruinar la vida.

Pasaron dos minutos y la puerta volvió a cerrarse, tras apagarse la luz del pasillo.

  • Jajaja, tu nieta está tan ciega que no se ha dado cuenta de que me estoy follando a su abuelo a dos metros.

Esta frase me hizo enfurecer...y me excitó a la vez. Levantándome, le dije.

  • Te encanta jugar, eh. Eres una niñata...Y voy a demostrarte como se juega de verdad.

Elena se sorprendió, y más aún cuando la tome de las caderas, la puse a cuatro patas, y le dije al oído.

  • Será mejor que te agarres al cabecero de la cama...

Mientras tapaba su boca, introduje mi polla en su coñito, que estaba chorreando. Mi frase, lejos de enfadarla, la estaba haciendo volverse loca. Comencé las embestidas con toda la fuerza que mi condición física y edad permitían, notando en cada momento como ella acompasaba su cadera con la mía, se agarraba los pechos, me mordía los dedos....Había entrado en clímax.

Después de unos minutos en la misma posición la sentí girarse, y de pronto, me agarró del cuello, me tumbó de espaldas, y justo antes de empezar a cabalgarme, me dijo al oído:

  • este es el abuelo que quiero ver, ahora me toca a mí reventarte la polla.

Agresiva, loca, descontrolada. Elena movía sus caderas a un ritmo frenético engullendo mi polla en su coño. A duras penas conseguía levantarme para lamer sus pechos, que ella volvía a tumbarme y agarrarme del cuello.  Tras varios minutos, no pude evitar llegar al límite...

  • Elena, voy a correrme...dejame hacerlo en tus tetas.

  • Ah, ah - gemía embistiéndome - ahhhh, te gustan las gemelas eh, viejo.

Tras sacarse mi polla y ponerse de rodillas frente a mi cama, descargué en su pecho una generosa corrida, que Elena tomó con sus dedos y chupó en su boca.

  • Joder, joder, qué hemos hecho - reflexioné.

  • Follar, ni más, ni menos. Y no creo que sea la última vez, ¿verdad?

Mientras me guiñaba, recogía sus cosas del suelo y se paraba junto al marco de la puerta.

  • Eres de mis abuelos favoritos, gracias por esta noche.

  • ¿De tus favoritos? Pero a cuantos viejos te has follado ya...

  • Jajaja, tranquilo, Sebastián...siendo sincera...ni siquiera eres el más mayor que ha entrado en mi coñito.

Volvió a guiñar.

  • Mañana nos marchamos temprano, queremos ir a la playa y aprovechar el día. Te dejaré mi teléfono escrito. Y no te preocupes, tu nieta no sabrá nada de lo que ha pasado esta noche...Nos volveremos a ver, jaja.

Tras cerrar la puerta Elena, me derrumbé sobre la cama con una mezcla de emociones: confundido, orgulloso como los toreros después de la faena, preocupado...y cuestionándome cuál será la próxima amiga de mi nieta en dormir en mi casa.