La Amiga de mi Madre

Este relato no es de mi estilo normal. Lo cierto es que lo realicé por "encargo" de una lectora y mi pobre talento fue capaz de dejarla satisfecha con el resultado. Espero que a los demás lectores también.

La Amigade mi Madre

Nunca había contado nunca los hechos que ocurrieron aquella noche. Lo cierto es, que aunque en su momento fueron duros, hoy día me siento húmeda solamente con recordar lo que ocurrió… Aquello provocó cambios en mí como no los habría imaginado.

Siempre me había considerado una chica caliente, pero cuando viví aquella experiencia supe que hasta entonces no había conocido nada, a pesar de todas las veces que me había acostado con toda clase de chicos. La verdad es que tampoco me habían satisfecho del todo, pero por entonces no entendía por qué…

Sucedió aquello una calurosa noche de julio. Recuerdo muy bien el día. Hacia dos semanas exactas que había roto con mi novio y acababa de salir del pequeño bajón que me provocó: la separación no se había hecho para que quedásemos como amigos precisamente.

Aquella noche volví a salir finamente. Y llevaba mucho tiempo sin tener sexo, y no recordaba cuál era la última vez que había quedado totalmente satisfecha con alguien. Mi último novio ni siquiera había sido bueno para eso. Realmente no entendía por qué  había estado con  él.

Eso iba a cambiar esa noche. Había decidido que no pararía hasta encontrar un hombre que pusiera fin a mi insatisfacción. Incluso decidí ir salir sola, sin ninguna de mis amigas, pensando que así me entrarían e intentarían abordar más fácilmente.

Cuando llegó la hora salí de casa y me dirigí al centro, dónde conocía una discoteca en que esperaba encontrar lo que deseaba. Me había puesto una blusa muy escotada, que dejaba ver mis generosos pechos y unos ajustados vaqueros sobre un tanguita negro, y en los pies unos altos zapatos de tacones de aguja. El pelo me caía suelto por la espalda y me había maquillado un poco, con rimel, sombra de ojos… y un pintalabios de un rojo suave que combinaba bien con piel morena. Al mirarme reflejada en los escaparates me convencía de que iba perfecta. Pensaba que no tendría problemas para meter en mi cama al tío que quisiera. También las miradas que empezaba a percibir me confirmaron esa impresión.

No tardé en llegar a la discoteca. Fui directa a la barra y pedí una copa, quedándome en la barra y poniendo una posa lo más llamativa posible. Como esperaba no tardaron en venir algunos moscones al verme sola. Fui rechazando a los primeros: no eran muy atractivos y yo quería algo especial.

Entonces le vi. Iba vestido con una chaqueta de cuero que llamó rápidamente mi atención Tenía un aspecto de chulito arrogante y arrastraba tras de él a un grupito de panolis y salidos. Cuando abrió la boca, mi primera impresión se confirmó:

-¡Hola, nena! Parece que estás solita.

-Puede ser-dije, evaluándolo. Tenía un buen tipo, pero sus aires de macho alfa no me atraían precisamente.

-No puede ser que una chica tan buenorra como tú se quede solita.

-¿Quién ha dicho qué me vaya a quedar solita, nene?-le repliqué, imitando su estilo arrogante.

-Ya me encargaré yo de que no pasé así, bombón-dijo impasible-Yo y mis colegas. Ven con nosotros, te invitaremos a algo en nuestro garito, lo pasaremos bien.

-No me va tu rollo, ni el de tus amigos-le dije sin más.

-Te irá si lo pruebas, nena-dijo uno de los camaradas del chulito.

-Eso, zorrita, te daremos lo que te gusta-saltó otro.

El chulito se río de las palabras de sus secuaces.

-¡Venga! Creo que tú estás buscando un buen macho que te de lo tuyo, ¿no es cierto?

Ahí ya me harté. Le tiré lo que me quedaba de la copa directamente a la cara.

-¡Iros a freír espárragos!

Acto seguido dejé la ya vacía copa en la barra y, como ya había pagado, me encamine rauda a la salida del local. Las cosas empezaban a torcerse. Mejor sería, pensé, ir a buscar a otro sitio.

Pero si durante un momento pensé que así me libraría de ellos, claramente me equivoque. Estaba ya caminando por la calle, en ese momento vacía, pues era casi más una callejuela que otra cosa, cuando vi que me seguían. Iban silenciosos, tranquilos… Si me hubieran perseguido gritando y amenazándome no me habrían dado más miedo.

Yo avancé cada vez más rápido e intenté perderme entre la gente. No quería ir a casa y que me encontraran en ella sola. No sabía lo que estos tipos estaban dispuestos a hacerme, pero no quería descubrirlo.

Sin embargo no logre despistarlos. Fuera dónde fuera, intentara lo que intentara, siempre había uno a pocos metros detrás de mí cuando miraba. Debían coordinarse de alguna manera y eso me hizo sentirme más inquieta todavía… ¿Habría habido más victimas antes que yo? ¿Eran violadores “profesionales”?

Empezaba a estar asustada de verdad.

Y justo parecía que el corazón estaba a punto de saltarme de la boca cuando un rayo de esperanza apareció en mi horizonte. En la acera de enfrente reconocí claramente a una amiga de mi madre, Lucía. Estaba a punto de subir a su coche, que estaba aparcado a cinco metros de mí. Aún arriesgándome, pues no miré si pasaban coches crucé rauda la calle y prácticamente me golpee con el de ella. Ésta, sorprendida en un principio por mi aparición, no tardo en reconocerme. No es que fuéramos las mejores amigas, pero habíamos hablado un par de veces.

-¡Eh! Nerea. ¿Qué tal estás, te pasa algo?

-Necesito tu ayuda-le dije si más preámbulos-¿Puedes llevarme?

Ella se quedó mirándome un momento. Parecía evaluarme con la mirada. Yo le devolví el silencioso escrutinio. Era una mujer adulta, aunque más joven que mi madre. Rondaría los treinta y cinco, por lo que sabía y estaba bien conservada. Llevaba un elegante vestido que insinuaba unas buenas y cuidadas formas, su rostro tenía unas líneas suaves y delicadas, la piel blanca se combinaba con los ojos azules y con una suave y pulida melena morena. La verdad es que había un gran contraste entre ella y yo.

-Sube-dijo finalmente.

Lo hice. Alegre de haberme librado de mis perseguidores. Ella arrancó el coche y, con suaves movimientos, lo puso en movimiento y nos internamos por las calles de la ciudad. Suspiré aliviada. Aunque no nos conocíamos mucho me sentí cómoda y relajada tras la tensión anterior. Ella siempre había sido amable conmigo en las pocas veces que habíamos hablado. Mirándola, tan guapa, agradable y simpática, me extrañaba que estuviera soltera.

-Dime, ¿ha pasado algo?-me preguntó-Parecías nerviosa.

-He tenido un problema con algunos chicos-le dije, explicándole a continuación el encuentro con el chulito y con su panda y la subsiguiente persecución.

-Vaya-dijo al acabar yo mi relato-Realmente mi aparición ha sido oportuna.

-Sí, muchas gracias.

-No hay de qué-dice mirándome. Sus ojos me recorrieron el cuerpo entero y, aunque me pareció raro, su afable expresión hizo que no notara nada raro-La verdad es que entiendo a esos muchachos, te ves muy bonita.

-Gracias-le dije. No esperaba un cumplido así. En ese momento me hizo sentirme un poco mejor.

-¿Estabas sola?, ¿y tú novio?

-Cortamos hace semanas-le expliqué-El muy… Me puso los cuernos.

-Los tíos son unos cerdos-asintió ella llevando la mano a la palanca de cambios… Después, durante un momento se poso en mi pierna, rozándomela, pero fue tan breve que no habría sabido decir si fue algo a propósito-No merecen la pena-dijo sin dejar de mirar al frente.

-Sí-asentí.

-Pero ya puedes estar tranquila-me sonrió de una forma extraña-Yo te trataré bien, como mereces.

Yo intente reírme, aunque ese comentario me sonó raro. ¿Tratarme como merezco? Puede que tras mi anterior experiencia siguiera más nerviosa de la cuenta y que viera en sus palabras más de lo que había, pero repentinamente volví a sentirme algo preocupada. Pensé que era mejor que me bajara cuándo antes.

-Eh…Gracias-no entendía lo que quería decir-Bueno-dije mirando por la ventana, alegrándome al reconocer una calle muy cercana a mi piso-Por aquí mismo me puedes dejar, así ya no te molesto.

No entendía por qué, pero de repente quería bajarme de aquel coche.

-No es un buen lugar-se limitó a decir ella, sin hacer ademán en ningún momento de ir a detenerse. De hecho, bloqueó las puertas.

-¿Has cerrado las puertas?-le pregunté, aunque era obvio. No sabía lo que pretendía, si es que planeaba algo, pero ya volvía a tener los nervios a flor de piel, ¿es que no podía salir nada bien aquella noche?

-Por seguridad.

-¿Dónde vas a dejarme?

-Mira-me cortó de repente. Su voz sonaba dura, parecía enfadada-Cállate. Encima de que te he ayudado estás todo el rato con preguntitas y tonterías. Voy a poner un poco de música y no quiero oírte. ¿De acuerdo?

No respondí. No comprendía por qué se había puesto así…

-He hecho una pregunta-repitió-¿De acuerdo?

-Sí-musité.

-Bien-dijo poniendo la radio y sintonizando un canal de música.

No sé cuánto tiempo pasamos entonces en silencio. Yo me sentía cada vez más angustiada y luchaba para controlar mi respiración. Miraba por la ventanilla, contemplando un paisaje que cambió desde las calles del centro de la ciudad a la carretera, y finalmente, a un área residencial. Nunca había estado allí ni era capaz de reconocerlo… ¿Para qué me llevaba, por qué no me había dejado bajar antes?

Ella conducía silenciosa. Apenas escuchaba sus movimientos en la conducción, en el volante, la palanca de marchas… Pero a veces notaba sus miradas. En ningún momento me giré…Deseaba pensar qué me estaba gastando una broma, pero no parecía posible.

Finalmente, el coche giró por una de las calles y se introdujo, subiendo una pequeña cuesta, en lo que supuse era un garaje. Allí se detuvo. Aunque seguía sin mirarla noté como se quitaba el cinturón de seguridad y sentí el vacío dejado cuando salió del coche y cerró la puerta tras ella. Yo no me atrevía a moverme, me encontraba paralizada.

Ella apareció al otro lado de mi puerta, abriéndola.

-Baja-me ordenó.

Yo la miré. Su expresión era dura, algo que no había visto antes, pero había algo más en su forma de mirarme que no lograba entender.

Sin esperar más a qué reaccionará ella se inclinó dentro del coche para soltarme el cinturón y luego, cogiéndome del brazo, me obligó a salir. Su mano tenía mucha fuerza, más de la que hubiera creído nunca al verla. Al hacerlo me apretó y me clavó las uñas, eso me dolió.

-Lucía, me haces daño-le dije.

Ella respondió arrojándome contra una pared. No me caí, pero me dolió la espalda por el golpe. Lucía me acorraló contra ésta, agarrándome por las muñecas, inmovilizándome.

-¿Dónde quedó lo de tratarme bien?-dije, sin saber del todo de dónde saqué la fuerza para decirlo.

-También te dije que te trataría como mereces-replicó con voz aséptica.

Entonces se acercó a mí, su rostro estaba a pocos centímetros. Yo intenté apartarme, pero no tenía a dónde. Ella se río ante mi fallida resistencia y empezó a lamer mis labios. En otras circunstancias, aunque nunca me habían atraído otras mujeres, podría haberme sentido excitada, pero no en ese momento. Su lengua se extendió y pronto me lamía toda la cara.

Paso a besarme. Metiéndome la lengua en la boca y recorriéndomela, explorándola al menor detalle. Lo cierto es que ningún amante me había tomado así nunca, pero yo me resistí a disfrutarlo, me sentía violada y no me gustaba.

Y llegaron sus dientes. Cuando sentí, incrédula, su primer mordisco, intente revolverme, pero me tenía mejor sujeta de lo que creía. Me empujó más contra el muro, golpeándome contra éste y siguió con lo suyo. Mis labios, mis mejillas, mi cuello… Y no eran “mordisquitos cariñosos”, me clavaba los dientes con fuerza, pero no podía hacer nada.

Y de repente me arrojó al suelo, caí junto al coche. Notaba el frío cemento bajo mi cuerpo, pero no me moví, me sentía muy dolorida y no sabía que hacer. Mi móvil seguía en el pantalón, lo notaba en mi bolsillo, pero ella no me dejaría usarlo. No podía pedir ayuda. Uno de sus zapatos de tacón, de color plata como su vestido, quedo ante mi cara cuando se situó a mi lado.

-Esta noche vas a ser mía-se limitó a decir.

-Por favor, si me dejas irme ahora no diré nada-supliqué. Mis labios me dolían al hablar.

-No te vas a ir, hace tiempo que me había fijado en ti, ¿sabes? Eres todo un bombón, un bombón de chocolate con leche-se relamió los labios, seguramente pensando en algo obsceno. Sin duda era eso lo que había visto en su mirada y no había sabido interpretar aunque lo habría identificado en seguida en los ojos de un tío: lujuria-O, más bien eres una putita, ¿no?

Yo intenté ignorarla, centrándome en otras cosas para intentar no sentir mi dolorido cuerpo, y también para que no pudiera excitarme. No quería excitarme con esto…

Entonces sentí su zapato sobre mi cara. La suela me rozó la mejilla y yo cerré los ojos para que no me entrara suciedad.

-Abre la boca-me dijo.

No dije nada, pero no la obedecí. Pensé que no podría obligarme a hacerlo, no sabía lo que estaba planeando hacerme pero decidí que no me iba a someter a sus caprichos. Cuando retiró su pie de mi cara poco después pensé que había logrado una pequeña victoria…

Una patada me sorprendió en los riñones y todo lo demás quedo atrás. No recordaba haber sentido nunca nada tan doloroso. Me retorcí de dolor en el suelo y, aunque seguía con los ojos cerrados, creí notar una mirada de satisfacción dirigida a mi estremecimiento.

Y sí, nuevamente sentí su zapato contra mi cada cuando me pude controlar y detener los espasmos.

-Abre la boca-se limitó a repetir con el mismo tono de antes.

Me estremecí. Si no lo hacía, sin duda me golpearía otra vez, pero ni siquiera tenía tiempo de pensar… No sabía que pensaba hacerme en caso de obedecer, pero intuía que sería algo que me sería desagradable, por otro lado, ya sabía lo que podía hacerme en caso de no someterme…Sentí mi mente estallar ante tal insalvable dilema. Estaba entre la espada y la pared. Pero cuándo sentí su pie levantarse de mi rostro, el miedo pudo conmigo y accedí a lo que quería.

Aunque temí haberlo hecho tarde, su pie volvió a mi cara… Y su tacón se introdujo en mi boca. Era un tacón cuadrangular, me lo metió casi todo, haciendo que me doliera la boca de tenerla abierta al máximo.

-Lámelo-escuche.

Me daba un asco tremendo pero lo hice, intentando no pensar que habría en la suela del mismo ni que porquerías se le habrían pegado al pisarlas. Sentía un sabor asqueroso en la lengua y pequeños trocillos de algo que no quería ni pensar que era caer hacia mi garganta. Pero el miedo al dolor me impidió dejar de hacerlo. No sé cuánto tiempo me tuvo así, pero cuándo retiro el zapato creí que había pasado una eternidad.

Entonces me agarró y me obligó a levantarme.

-Muévete-me dijo empujándome.

Yo casi me caí, pero me logré sostener apoyándome en el capo del coche. Fue un error.

-No te he dado permiso para tocar mi coche, puta-dijo con voz siniestramente tranquila mientras, poniendo su pie contra mi espalda, me arrojaba de una nueva patada al suelo-Ahora, levántate antes de que tenga que hacerlo yo y lo lamentes.

No sé como, pero pude hacerlo. Ella volvió a empujarme para que avanzara. Rodeamos el coche y llegamos a una puerta. La abrió con una llave y me hizo cruzar hacia un estrecho pasillo todo pintado de blanco.

-Es la primera a la derecha, zorrita-note sus manos en mi trasero, apretándolo-Vaya, tienes un buen culito. ¿Te lo han roto alguna vez?

No contesté, estaba concentrándome en resistir en píe y me dolía demasiado la boca para hablar. Otro error. Ella me agarro de la cabeza y me golpeo contra la pared. Esta era dura y pensé que me saldría un chichón.

-Más te vale contestar cuándo te pregunto-me advirtió-O le diré a tu madre que tiene una hija muy maleducada-añadió con una voz hipócritamente dulce-Contesta.

-No-pude responderle finalmente. Era verdad, a ninguno de mis novios le había dejado metérmela por ahí. No era algo que me llamara.

-¿De verdad? Vaya, no esperaba que fueras todavía virgen en algo-su tono parecía de sincera sorpresa, y parecía que la respuesta le había agrado. No podía ser por nada bueno y ya veía a dónde iba a parar-Hoy eso se va a acabar-dijo riendo.

Llegamos a la puerta y nuevamente abrió con llave. Entré. Era una habitación extraña, aunque no pude fijarme mucho porque la iluminación en los lados, en los que se percibían estanterías repletas de instrumentos de perfiles indefinidos, era  deficiente. El centro de la habitación estaba vacío y solamente pude ver claramente, al fondo, contra la pared, iluminado por dos focos, una especie de rueda. No, no era un neumático, sino un extraño círculo, no podría describirlo bien, pero esa como esas plataformas giratorias en que en algunos espectáculos atan a chicas para que un tío demuestre su habilidad y puntería lanzando cuchillos sin darle a ésta.

Ella me arrojó contra el suelo al llegar. Éste se notaba menos polvoriento que el del garaje y yo me quedé quieta mientras la oía cerrar con llave la puerta de la sala. Por un momento la idea de que ya no volvería a salir por mí misma me hizo estremecerme con más miedo que él que había sentido en toda mi vida.

-Levántate-me ordenó.

Lo hice lo más rápido que pude. Al menos, pensé, que sea lo menos malo posible. Ella se acercó y empezó a dar vueltas alrededor de mí, mirándome y observándome, metiéndome mano y tocándome partes del cuerpo: el culo, el pecho, la entrepierna…Me sentía como una pieza de carne que estuvieran a punto de vender y a la que un cliente quisiera examinar a fondo.

Me empezó a desabrochar los botones de la blusa, la cuál iba abriendo al paso que lamía mi torso y mi vientre al descender. Sentí su lengua bajar lenta, como arrastrándose casi por mi piel, introduciéndose al final en mi ombligo. No pude evitar sentir un poco de placer a pesar de todo. Ella siguió hurgando co su lengua mientras me quitaba la blusa y desataba mi sujetador. Ambas prendas volaron hacia un rincón del suelo. Sus manos empezaron a rodear y amasar mis pechos mientras ella siguió un rato lamiendo todo mi vientre.

Luego subió y alcanzo mis pezones. Primero los pellizco mientas lamía la base de mis pechos para luego intentar introducirse todo lo que podía de mi teta derecha en su boca. No pude evitar excitarme al ver sus abiertos labios intentando abarcar mi pecho, que veía más enorme ante la imposible empresa de su boca de tragárselo, abarcando apenas poco más del pezón, en el cuál seguía sintiendo se lengua moverse alrededor. Se centró en los pezones, succionándolos como si fuera un bebé. Yo contuve un gemido de placer. No quería que supiera que me estaba gustando lo que me hacía. Por no darle ese triunfo y por qué me imagine que entonces podría parar…

Como imaginé pronto llegaron también los mordiscos, y volvían a ser dentelladas de verdad, no suaves roces con los dientes. Me atrapaba la punta de los pechos entre sus dientes, apretando, dejándome las marcas en la piel. Yo ya me dejaba hacer, estaba dolorida y estaba claro que ella era más fuerte.

-Tienes unas tetas perfectas-me dijo-Nunca había disfrutado tanto con unas.

Entonces se deslizó hacia abajo y sus manos rodearon mis caderas. Ella besó mi entrepierna por encima de mis vaqueros y lamió la tela. Me desabrochó los pantalones y me los bajo, siguiendo con sus besos y lamidas ahora sobre mi tanga. A pesar de la situación de violación me horrorizaba, no podía evitar estar algo mojada. Desde mi entrepierna ella me dirigió una mirada perversa de triunfo.

-Mira que putita has resultado ser al final, que lo estás gozando, ¿eh?

Yo permanecí callada, sin poder evitar ruborizarme. Ella me hizo levantar primero un pie y luego el otro para quitarme los zapatos, los vaqueros y el tanga. Ya estaba totalmente desnuda ante ella. Me sentía más indefensa todavía… Y… ¿Empezaba a gustarme?

Ella empezó a comerme la conchita. Sentí su lengua recorrer mis labios mayores y menores…Succionaba mi clítoris con sus labios… Pero si entonces podía haber creído que la dolorosa violación iba a convertirse en una placentera sesión de sexo, me equivoque.

No pude evitar intentar cerrar mis piernas cuando sus dientes apretaron mi monte de Venus repentinamente. El estremecimiento casi me tiró al suelo y no pude contener un grito de dolor.

Ella se levantó y me tiró al suelo de un empujón.

-No te muevas-me dijo, dirigiéndose a una de las estanterías.

No distinguí lo que hacía, pero cuando volvió llevaba atado un gran consolador con una especie de cinturón. Yo había usado juguetes alguna vez, pero no tan grandes. Y menos sin lubricante.

Ella se tumbó sobre mí y me sujetó los brazos con sus manos, usando su peso para inmovilizarme. Un intento de cerrar mis piernas me costó un severo bofetón que magulló mi mejilla izquierda.

-Más te vale abrirte todo lo que puedas, puta-me dijo, y antes de seguir se acercó y me escupió en la cara-Esto va dentro quieras o no. ¿Lo vas a hacer más fácil o quieres joderte a ti misma?

No tenía replica a eso, así abrí mis  pernas todo lo que pude. No era precisamente virgen, pero cuando note la punta de aquel monstruoso aparato en mi entrada, temblé. Ella no iba a hacer que fuera agradable.

Cuando la punta empezó a taladrar, inmisericorde, y entró en mí sin detenerse en ningún momento, me sentí como si me desagarraran, como si mis músculos fueran separadazos violentamente y me imagine sufriendo ese castigo por el que ataban a la víctima a cuatro caballos que lo despedazaban al salir corriendo. Sentí cada centímetro de ese falso pene abriendo mis entrañas, empalándome… El dolor me recorrió todo el cuerpo, explotando desde mi devastado coñito. Me la había metido de un solo golpe.

Aunque apenas estuvo medio minuto. No quiso dejar que mi conejito se adaptará a tal cíclope, en seguida empezó a sacarla y a embestirme cada vez más fuerte. Nunca me habían follado así, el dolor era inmenso, más de lo que nunca había conocido, y me hacia derramar lágrimas de lo intenso que era mientras me mordía los labios por contener los gritos que mi garganta reclamaba.

Ella apretaba cada vez más. Notaba encima su cuerpo, caliente a través del vestido que no se había quitado, y el duro suelo debajo de mí. Sin ni siquiera una manta ni nada debajo, mi espalda y todo mi cuerpo protestaban por la dureza de éste.

Pesé a todo, el placer se abrió paso entre el dolor hasta mi cerebro. Mi vagina se había ido acostumbrando a aquella inmensa polla de goma y el morbo de estar siendo sometida de esa manera no me podía dejar indiferente. Yo nunca me había interesado por la sumisión ni por el sado, pero ahora empezaba a entender que hubiera gente a la que le gustase. Y aunque no era lo más importante, también me estaba excitando sobre manera que todo eso me lo hiciera una mujer. Siempre me había considerado hetero, no había tenido nunca fantasías con otras chicas ni interesado por el lesbianismo. En ese momento pensé que, si salía de esa, cosa de la que no estaba segura, iba a empezar a experimentar cosas con mujeres.

-Veo que ya estás gimiendo como una putita.

Sus palabras interrumpieron mis pensamientos y me encontré descubriendo que decía la verdad: Sin darme cuenta había acabado gimiendo.

Y justo en ese momento, se retiró. Sentí un gran vacío en mi interior cuando de repente ese pene desapareció sin dejar rastro.

-Tranquila, nenita. Esto no ha hecho más que empezar.

¿Más? Pensé, y sentí un escalofrío por los nervios al imaginar que se refería a mi culito…Estaba sin “estrenar” y no quería ni imaginarme lo que sentiría si me clavaba ese inmenso consolador por ahí a lo bestia, sin lubricante y de golpe. Por otro lado, no podía hacer nada para evitarlo.

-Levántate-me ordeno.

Me costó un poco, pero logré ponerme en pie. Y entonces ella me volvió a empujar, llevándome a aquel extraño aparato circular. Me hizo girarme, para que quedara  de cara frente a ella y me hizo quedar pegada a aquella especie de ruleta.

-Pon los píes en las plataformas.

Yo miré abajo y vi, que, efectivamente, en el borde del círculo había dos pequeñas placas de metal. Ella cogió mis manos y las puso en sus hombros.

-Venga. No esperaré siempre.

No tenía otra opción, así que me apoye en ella y, primero el derecho y luego el izquierdo, me subí. Temí que no pudieran aguantar mi peso, pero parecían bastante resistentes.

-Cógete a las agarraderas.

Nuevamente busqué con la mirada, y a izquierda derecha vi dos asideras, colocadas justo para que las alcanzara una persona colocada en mi posición. Junto a ellas había unas correas que quedaron a la altura de mis muñecas. Cuando estuve en posición, ella no dudo en atarlas y, echándome hacia atrás para que mi espalda quedara pegada, ato otra correa que hasta entonces yo no había visto alrededor de mi cuello. También había otras dos que ataron mis tobillos. Eran fuertes y las colocó a conciencia, parecía que lo había hecho muchas veces. No necesitaba intentarlo para saber que me sería imposible escapar de ahí una vez atada.

Sus manos acariciaron mi vientre. Pero yo ya intuía que planeaba algo muy distinto que hacerme caricias. Por eso, aunque doloroso, no me sorprendió cuando descargó un puñetazo contra mi estomago.

Entonces se aparto y manipuló una especie de cuerda que había cerca y la estructura en la que estaba empezó a elevarse hasta que quedó mi ombligo a la altura de su cabeza. Su mano se posó en mi conchita y recorrió la piel alrededor.

-¿Sabes? Me dan un poco de asco tantos pelos por aquí… Tendré que hacer algo.

Volvió a buscar algo en uno de los estantes. Reconocí enseguida lo que llevaba: Era cera.

-Esto ya está preparado, voy a quitar ese molesto vello.

Casi quise protestar, pero sabía que habría sido inútil. Yo había usado muchas veces la cera para depilarme las piernas, pero, ¿la entrepierna? Era demasiado sensible para usarla. Alguna vez había usado una cuchilla, pero nunca cera. Ella no podía ignorarlo. Claro que, pensé, es que seguro que lo hace por eso, debería saber ya de que va rollo.

Lo único bueno es que lo hizo rápido. Extendía la cera y la arrancaba sin ninguna suavidad. Yo esperaba que bastaran cinco o seis tirones, pero ella me lo hizo ocho veces. Notaba la piel claramente irritada.

-Así está bien-dijo alejándose y dejando la cera en uno de los estantes apenas visibles, volviendo después a mi lado, puso sus dedos alrededor de mi rajita, en mi piel ahora libre de vello, y apretó…El escozor fue terrible, y más cuando empezó a rascar son sus uñas-Así me gustan las conchitas, bien limpias.

Ella entonces volvió a ir a coger otra cosa. No sabía qué podía ser, y me sorprendió verla volver con dos botellas de vino, que no tardó en abrir con un sacacorchos.

-¿Te gusta el vino, putita?-me preguntó echando un trago.

Pensando que debía contestar, recordando lo que había pasado antes, dije:

-Nunca lo he probado.

-¿No? Bueno, otra cosa que probarás hoy.

Ella, apoyando una mano en la rueda la hizo girar sin dificultad y de repente me encontré boca abajo. No sabría definir bien la sensación de ansiedad, pero no me gustaba.

-Abre la boca-me ordenó.

Obedecí y ella introdujo el extremo de una de las botellas. El vino empezó a fluir, llenándome la boca. Parte lo podía tragar, aunque encontré que no me gustaba demasiado, pero la mayoría caía derramada, empapándome la cara, causándome sensación de ahogo al meterse en mi nariz, irritándome los ojos, yendo hacia el suelo. Para cuando apartó la botella había perdido más de la mitad del contenido. Mientras, ella también había dado cuenta de buena parte del contenido de la otra.

-¿Te ha gustado? A mí sí.

Y entonces empezó a desnudarse, quitándose el vestido y unas bragas blancas que llevaba. Se conservaba muy bien y, al verlo, su cuerpo me atrajo inmediatamente. Era la primera vez que sentía un deseo así por otro cuerpo femenino.

-Pero ahora tendría que ir al baño-musitó, pero al mirarme añadió-O puede que no.

Se acercó a mí. Mi cabeza quedaba por su ombligo. Ella manipuló otra vez la cuerda y cuando me quise dar cuenta, tenía su coñito encima de la cabeza.

-Ahora vas a probar otro caldo.

Pensaba que se refería a sus jugos, pero no. Estaba esperando que acercara su rajita un poco más para hacerme chupársela cuando un hilo de líquido amarillento brotó de esta y fue directa a mi boca. Yo cerré los labios lo más estrechamente que pude, pero ella reaccionó rápidamente, con sus dedos me obligó a abrirlos y su orina entró con libertad, llenándome la cavidad bucal…No pensé que pudiera contener las nauseas.

-No quiero ver como cae, empieza a tragar-me ordenó.

Tuve que obedecer y al poco ese cálido líquido estaba entrando en mi garganta. Yo bebía y lo tomaba lo más rápido posible, pero no parecía acabarse. Cuando, tras lo que me pareció una eternidad, lo hizo, me cerro la boca con la mano para que no pudiera echar nada de lo que tenía dentro. Debía tomármelo. Así lo hice.

-Muy bien. Ahora tienes que limpiármela.

Ella se inclinó y tuve su conchita al alcance de mi boca. Pensé que sería el momento ideal para devolverle algo de lo que ella me había hecho, pero también que sería inútil y que las consecuencias podían ser peores que lo hecho hasta ahora.

Así que empecé a lamer sus labios, recorriendo los pliegues diversos, metiéndole la lengua todo lo que podía en su interior. No tenía dedos para jugar con él, pero succioné con fuerza su monte de Venus. Ella gimió sin cuidado alguno y me presionó la cabeza contra su entrepierna. En momentos me costaba encontrar aire para respirar. Nunca me había comido un coño, ni siquiera lo había tenido como fantasía, pero si me lo habían hecho y tenía cierta idea.

Su sabor me resultaba extraño, pero no más que el de la primera polla que chupé. Ella se abrió su rajita para que lamiera las paredes interiores, como así hice. Se sentía suave, cálido y húmedo. Sus primeros jugos caían por si solos en mi boca, y, cuando llegó al orgasmo, me la llenó por completo.

Se apartó poco después, no sin haberme hecho limpiársela por completo a lametazos. Alcanzó una de las botellas y le dio un buen trago, hasta vaciarla. Luego cogió la otra y me miró, sonriente.

-Ésta es para ti-dijo acercándose.

Yo esperaba que la dirigiera a mi boca, pero no. Ella subió el brazo y, repentinamente, sentí una cascada de vino caer justo sobre mi coñito y desde ahí bajar, bañándome por completo el cuerpo. Ella siguió hasta vaciar la botella.

En ese momento ya me encontraba un poco mal debido a mi posición invertida, y justo entonces, ella volvió a hacer girar la rueda para dejarme en una posición normal. También volvió a situarme un poco más alto.

Volvió a coger una de las botellas, las cuáles ya estaban vacías. Entonces la acercó a mi entrepierna. Empecé a ver lo que planeaba y, aunque tenían un largo cuello estrecho, no creía que pudiera hacerlo.

La cabeza de la botella no tuvo problemas para cruzar mis labios, y ella empujo lo suficiente para meterme todo el cuello de la misma…Notaba el frío cristal rozándose contra mi carne caliente, abriéndome… Ya estaba bastante abierta por el anterior consolador, pero esto era diferente…

Y entonces note como con su mano izquierda exploraba mi culito. Había llegado el momento que estaba temiendo. Ella presionó y me fue metiendo un dedo, luego dos y hasta tres. No se molestaba en humedecerlos ni en ir poco a poco. Lo hacia a lo bestia y yo lo estaba pagando con una creciente irritación.

Respiré aliviada cuando sus dedos desaparecieron de mi culito, pero me estremecí cuando note algo frío acercarse entre mis piernas: la segunda botella. Como había imaginado, ella no se ando con delicadezas. Puso el cuello de aquella junto a mi ano y presionó.

¡Dios! Entontes sí qué pensé que me moriría de dolor. En cuánto el extremo de la boca logró abrir bastante la carne para meterse, el resto del cuello entró devastador y terrible, en competición con la otra botella, que seguía enterrada en mi vagina. Ella presionó y empezó a cogerme doblemente con las dos botellas.

Esta vez si que no podía contenerme. Empecé a gritar abiertamente por el dolor.

-¡Por favor, para!-le supliqué. Sabía que no me haría caso, pero mis desgarradas entrañas me exigían el intento.

Ella no hizo otra cosa que acelerar la doble penetración de las botellas, que taladraban mi coño y mi culo con creciente ritmo. Y lo cierto es que cada vez se deslizaban mejor…Porque mis flujos las estaban ayudando…El dolor empezó a dejar paso de nuevo al placer y mis fluidos multiplicaban las sensaciones y me abrían más a los dos recipientes que se habían apoderado de mis dos entradas.

Para cuando me di cuenta, volvía a estar gimiendo. Pensé que pararía entonces, pero siguió, aumentando más la velocidad hasta que pensé que sería imposible que fuera a más. El frotamiento del duro cristal contra mi delicado interior era tan doloroso que pensaba que me estaba abriendo, cortando…Pero al mismo tiempo el placer era increíble. De hecho, al poco no pude aguantar y llegué al orgasmo con un chillido está vez de placer.

Ella retiró entonces las botellas. Yo quede casi sin poder sostenerme, sujeta por las correas, cansada, dolorida y jadeando. Notaba mis dos orificios totalmente abiertos, invadidos de repente por el aire.

Y entonces sentí su boca en mi coñito, lamiéndola y tomándose mis jugos.

-No hay nada más rico que una conchita justo después de ser abierta-dijo entre lengüetazos. Estuvo un rato lamiendo antes de levantarse y manipular la cuerda para ponerme a su altura-¿Has gozado, eh, perra?

-Sí-dije. Pensé que lo hacía porque creía que era lo que quería oír, pero lo cierto es que no podía decir que fuera totalmente mentira.

-Te dije que te trataría bien, ¿no? Como te mereces, y viendo lo puta que eres, no puedes negarlo.

Yo asentí, sin fuerzas ni para hablar.

De hecho, no recuerdo nada más porque me quedé dormida.

Aquella fue mi primera experiencia con una mujer. A partir de ahí descubrí mi verdadera orientación y empecé a salir con chicas. Algunas de mis amigas lo vieron raro, pero la mayoría lo aceptaron al poco tiempo y pronto bromeamos con el tema.

En cuánto a Lucia, después de que me quedé dormida, me desató y me llevó a una cama. Al día siguiente me permitió ducharme y me llevó a casa. La verdad es que me sorprendió el buen trato que me dio tras la experiencia del día anterior. Quedamos al final como amigas y, lo único que me decepcionó es que no quiso nada más conmigo a pesar de que me ofrecía a dejarme hacer de todo. Según ella, sólo le gustaba realmente buscar jovencitas apropiadas, de su confianza, a las que pudiera atraer, violar y luego dejar libre sin miedo a represalias. Es decir, lo que por lo visto había sido yo.