La Amiga de mi Hermano
Reparé en la serie de prendas que yacían en el suelo y sobre la mesa de centro sobre un par de libros de álgebra. Mi verga empezó a palpitar bajo mi ropa. Era evidente que mi hermano menor se lo había pasado en grande y que él y su compañera habían decidido dejar el estudio para después.
Pasaban de las tres cuando llegué a casa. Había bebido bastante pero me encontraba totalmente lúcido, tal vez el ser un tipo grande que se ejercita me ayudó a metabolizar el alcohol, pues lo ingerido ameritaba un caminar zigzagueante, una visión borrosa y un hablar incomprensible; pero no era el caso, acababa de pasar por un retén policiaco sin el menor problema.
Me senté en el sofá y fumé un cigarro, veía el humo bailar en el aire mientras instintivamente me frotaba sobre el pantalón. Seguía excitado, la chica del bar me había dejado a punto.
Cerré mis ojos y pude verla sentada sobre mi en el sillón del pub, con sus piernas a mis costados haciendo que su falda se subiera lo suficiente para mostrarme sus húmedas bragas. Nos besábamos intensamente, el cadencioso movimiento de sus caderas restregaba su coño sobre mi pantalón y mis manos recorrían su espalda, bajando hasta llegar al borde de su falda y subiendo por dentro hasta posarse en sus firmes nalgas. Me la hubiera follado ahí mismo, pero sus amigas pensaron que había sido suficiente y se la llevaron, dejándome caliente y con mi polla clamando por acción.
Ahora que lo pienso, mi condición atlética puede haber tenido poco que ver para mi estado lúcido; a cualquiera se le bajaría la borrachera ante tal desazón.
Ya resignado, observé el lugar desordenado y reparé en la serie de prendas que yacían en el suelo y sobre la mesa de centro sobre un par de libros de álgebra. Mi verga empezó a palpitar bajo mi ropa. Era evidente que Caleb, mi hermano menor, se lo había pasado en grande y que él y su compañera habían decidido dejar el estudio para después; había sabido aprovecha la ausencia de nuestros padres.
La falda a cuadros en el piso y la blusa sobre la mesa eran de talla chica, la joven con la que debía estar mi hermano debía ser pequeña. Tomé las prendas e intenté adivinar a cual de sus compañeras pertenecía. No pude evitar envidiarlo.
Mi erección era ya bastante firme y decidí liberarla. Con la falda en mis manos empecé a masturbarme, necesitaba el desfogue. Frotaba lentamente, ensimismado, imaginando a las amigas de mi hermano.
- ¿Necesitas ayuda?
La femenina voz me hizo reaccionar, deteniendo bruscamente el vaivén de mi mano.
Apenas reconocí a Perla, el cabello enmarañado y su total desnudez hicieron que del reconocerla una labor difícil. El blanco de su piel hacía honor a su nombre. Atontado, no dejaba de observarla y a ella parecía no importarle. No imaginaba un culo tan apetecible bajo esa falda que ahora rodeaba mi falo, mucho menos ese par de lindos meloncitos coronados por una pequeña aureola rosada. Me llamó la atención que estos no se movieran ni siquiera un poco a pesar de su caminar.
Se sentó a mi lado y tomó un cigarro de la cajetilla que había dejado sobre la mesa de centro. Tras dar una bocanada se volvió hacia mí, pasando su corta y negra melena por detrás de su oreja. Me miraba seria, su vista iba de mi pene a mis ojos y de regreso.
- ¿No piensas seguir?
Yo seguía en total silencio, atónito ante tal visión.
- Tu hermano se durmió – La chica abrió sus piernas llevando su mano a su depilado pubis, bajando suavemente su mano hasta acariciar su entrepierna. Escuché su humedad. -, me dejó con ganas el cabrón.
Pude notar en sus ojos azules como su mirada se llenaba de lujuria y en ese momento desperté del breve letargo en el que me encontraba.
- A mi me dejaron igual
Me deshice de la falda y llevé una de mis manos a su pecho. Era firme. La escuché gemir ligeramente. Cuando sus pezones se endurecieron llevé el masaje hacia su vientre y después a sus muslos. Mi mano subía por la parte interna y ella cesó las caricias que se daba a ella misma, dejándome el camino libre para que yo continuara con su labor.
Su cuerpo se arqueo cuando mi dedo frotó su vulva, su gemido fue fuerte y su gesto cambio completamente. Parecía poseída cuando se abalanzó sobre mi y se montó del mismo modo que la chica del pub. Sentí su humedad frotando mi mástil que había quedado prisionero entre nuestros cuerpos.
Tomó mi rostro con sus finas manos y me besó intensamente antes de bajar y quedar de rodillas frente a mí. A pesar de que mi verga ya estaba expuesta, desabotonó mi pantalón y tiró de él hasta que me lo quitó junto con mi ropa interior, dejándome desnudo de la cintura para abajo. Sonrió satisfecha y no tardó en engullir la punta de mi miembro.
La succión que hacía me dejó en claro que esta niña tenía ya mucha experiencia. Alternadamente pasaba su lengua por todo el largo de mi tronco y volvía a mamar mi glande. Todo el tiempo sostuvo la base con una de sus manos, tirando de la piel, haciendo que el prepucio se mantuviera siempre abajo. Debe haber sentido como mi polla se hinchaba, pues justo cuando empecé a sentir que me corría se detuvo y se montó nuevamente en mi.
Tuve a mi alcance sus jóvenes senos y no tarde en prender mi boca a uno de ellos, masajeando el otro con una de mis manos, mientras que la otra regresaba a su coñito. Sin decir nada, me empujó ligeramente y se levantó un poco, liberando mi polla que había vuelto a quedar presa bajo su vientre; esta rebotó como un resorte y quedó justo en la entraba de su cueva. Hizo una serie de sutiles movimientos circulares, humedeciendo completamente el contorno de la punta de mi rabo hasta que, sin más, se dejó caer súbitamente.
Lo que dejó escapar cuando mi carne la penetró inmisericordemente no fue un gemido ni un grito, sonó más como un maullido de gata en celo. La caliente humedad de su interior me daba una sensación de placer que pocas veces había sentido y la forma en que contraía sus músculos me dejó claro que terminaría por exprimirme rápidamente.
Intenté llevar un ritmo cadencioso, lento; pero no era lo que Perla quería. Me tomó por las muñecas y se apoyó sobre mi cabeza, fue ella quien marcó el ritmo de la cópula. Rápido y fuerte, la joven ninfa estaba convertida en una bestia hambrienta de sexo. Intenté saborear sus pechos que se estregaban sobre mi rostro, pero el mismo ritmo que imprimía no me lo permitió, me torturaba sentir el roce de sus pezones y no poder disfrutarlos como quisiera.
No soportaría mucho más, sentía mi verga hinchada a punto de explotar cuando ella aminoró el ritmo hasta detenerse completamente por un segundo para inmediatamente retomar el frenético ritmo. Intentaba contenerme cuando fue ella la que lanzó un alarido que me aturdió, su cuerpo se tensó y calló sobre mi. Mi lefa invadía sus entrañas y escuchaba su respiración entrecortada. La abracé, acariciando su espalda.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de esa forma – Le dije.
Yo también lo disfruté – Se incorporó y me besó en los labios -, pero debo regresar.
Se levantó y emprendió su camino de regreso a la habitación de mi hermano, dejándome ahí intentando asimilar lo sucedido.
No se si mi hermano supo alguna vez lo que sucedió esa noche, pero para Perla parecía no haber sucedido. Siguió frecuentando mi casa y aunque nos saludábamos cada que nos topábamos, nunca volvió a ocurrir algo como esto.