La amiga de mi esposa

En aquel entonces, mi esposa tenía una amiga que desde hacía un año estaba sola porque su esposo se había ido a trabajar a Estados Unidos. Eran amigas desde hace, por lo menos, diez años. Era una flaca rica con la que muchas veces había fantaseado. Eso sonaba a imposible ya que parecía siempre muy recatada y amante de su esposo.

La amiga de mi esposa

En aquel entonces, mi esposa tenía una amiga que desde hacía un año estaba sola porque su esposo se había ido a trabajar a Estados Unidos. Eran amigas desde hace, por lo menos, diez años. Era una flaca rica con la que muchas veces había fantaseado. Eso sonaba a imposible ya que parecía siempre muy recatada y amante de su esposo. Yo trabajaba en una empresa con un alto cargo ejecutivo. Ese cargo me lo había ganado gracias a la imagen de seriedad y rectitud que se formaron mis jefes en todas las acciones y responsabilidades que me fueron delegando en la empresa.

Un día sonó mi celular y era María, la amiga de mi esposa. Me pidió que nos encontremos en un lugar del centro de la ciudad ya que debía hablar un asunto muy importante conmigo. No tenía idea de qué se trataba pero acepté. Nos encontramos en un café muy discreto y el diálogo se desarrolló en los siguientes términos:

Voy a ir directo al grano pero antes necesito que estés de acuerdo con lo que te voy a decir: voy a contarte y a pedirte algo, si estás de acuerdo con lo que te voy a pedir, seguimos charlando, si no, por favor, sólo dime que no estás de acuerdo sin enojarte, sin recriminarme nada; dejamos esta conversación, salimos de este lugar y nos olvidamos de lo que te he dicho.

María estaba muy nerviosa y toda esa conversación me parecía de verdad muy rara. En fin, acepté sin tener idea de qué se trataba todo ese rollo.

No sé si recuerdas que en la fiesta que hicieron Carla y tú para festejar su cumpleaños, cuando ya estábamos bastante tomadas, las dos nos pusimos a hablar largo y un poco separadas de los demás. En esa ocasión, le conté lo mal que me sentía con mi marido lejos. Ella trató de animarme y entre charla y charla me confesó que era muy feliz contigo y que sexualmente se sentía muy satisfecha porque tú la tratabas muy bien y la colmabas cada vez que estaban juntos en la intimidad. Desde esa ocasión no he podido sacar de mi mente la confesión de mi amiga. Desde que mi marido se fue no he tenido sexo y cada vez se incrementa más mi deseo de estar con un hombre. No quiero serle infiel a mi esposo pero necesito estar con alguien sin que nadie se entere. Estoy al borde de la locura. Mi esposo me proporcionaba mucho placer y si no hubiera conocido tan buen sexo probablemente no estuviera pasando por esto. He aprendido a masturbarme y ya no me basta. Paso exitada todo el tiempo y me está cambiando el carácter: como no tengo cómo satisfacerme termino gritándoles a mis hijas y a mis padres.

Mientras María hablaba mi cabeza era un hervidero de ideas: ¿me estaba poniendo una trampa en acuerdo con mi esposa? ¿quería que le ayude a buscar un macho o estaba pensando en que yo le haga "el favor"? Lo único que se me ocurrió fue decir:

¡Qué confesión! Jamás me hubiera imaginado lo que estás viviendo.

Julio, te he pedido esta conversación porque eres la única persona en quien tengo confianza total. Necesito discreción y alguien que sepa que me va a tratar bien. Quiero tener sexo contigo. Por favor, sólo dime si estarías de acuerdo o no para quedarme o irme ahora mismo.

Esto es muy raro, María. Siempre te he visto como una mujer seria y fiel a tu esposo. ¿Cómo sé que lo que me estás pidiendo no es una prueba que tú y mi esposa me están poniendo para saber si soy fiel a ella o no?

Carla no sabe nada de esto, te lo juro. No me hagas pasar más vergüenza y dime si estás de acuerdo en ayudarme.

No podía creer que esto me estuviera pasando a mí. Claro que quería cogérmela; además era ella la que me lo estaba pidiendo. Pero debía aparecer como lo que ella pedía: que le estaba haciendo un favor. Por eso, demoré la respuesta y traté de no parecer ansioso. Respiré profundo y hablé pausadamente:

María, eres una mujer hermosa. Siempre me gustaste aunque no podía exteriorizarlo por ser la mejor amiga de mi esposa. Acepto lo que me pides pero debo poner tres condiciones.

Adelante, lo que tú digas.

La primera es que tienes que estar dispuesta a hacer todo lo que yo te pida. Por mi parte te aseguro que no te haré daño físico. La segunda, es sólo sexo: no quiero enamoramientos ni rollos matrimoniales ni con tu esposo ni con mi esposa. La tercera, es obvia: esto queda entre nosotros y garantizando el máximo de discreción para que nuestras parejas o familias no se enteren.

Estoy totalmente de acuerdo. Tú dime la forma, el día y la hora y se hará como tú digas.

Estábamos en un café grande y relativamente vacío (era un día miércoles).

Antes, quiero estar totalmente convencido que esto no se trata de una trampa. Quiero que vayas al baño de mujeres, te asegures que no hay nadie y me esperes fuera. Yo voy a ir en un minuto hacia el baño de hombres; cuando esté llegando me haces una seña para entrar contigo al baño de mujeres.

¿Ahora mismo?

Ahora mismo.

Me miró a los ojos y se dio cuenta que no estaba jugando. Entonces se levantó y se dirigió al baño. Al poco rato lo hice yo; me estaba esperando según lo acordado, me hizo una seña y entramos al baño de mujeres. Cerré la puerta y ahí mismo empecé a besarla y a tocarle las tetas y el culo. ¡Waw! Era una hembra caliente que se encendía enseguida. Me bajé el pantalón y le dije:

Chúpamela como mejor lo sabías hacer con tu marido.

Inmediatamente se agachó y mirándome a los ojos comenzó a darme una mamada deliciosa. Lo hacía como desesperada; se veía que efectivamente estaba hambreada de sexo. Le dije que se detuviera, que se bajara el pantalón y que se sentara en el borde del lavamano. Le abrí las piernas y comencé yo también a comerme su rica cuevita. Fui directo a su clítoris y pegó un grito que refrenó casi en el mismo instante para que no nos oigan fuera. Puso sus manos atrás, cerró los ojos, se mojó los labios con la lengua y se dedicó a disfrutar. No habían pasado ni dos minutos cuando, de golpe, dejé de chuparla, me separé y le dije:

Es suficiente. Espera mi llamada. Te llamaré cuando tenga todo listo. Quiero que te compres ropa interior que usarás sólo conmigo.

Me arreglé la ropa y salí. Fuí directo a la caja a pagar el consumo y cuando ella estaba saliendo del baño me acerqué y le dí un beso en la mejilla, despidiéndome lo más natural que pude.

Era una situación nueva para mí, así que tardé casi una semana en arreglar todo: decidir el lugar en el que nos encontraríamos sin levantar sospechas, armar una supuesta reunión de trabajo sin que mi esposa me busque por teléfono y ausentarme de la oficina argumentando un supuesto trabajo que necesitaba concentración, etc.

Finalmente, llamé a María y le dije a dónde debía ir y qué hacer. Era un hotel de mediana calidad en un lugar periférico de la ciudad. Ella llegaría media hora antes y me esperaría ahí. Yo ya había hecho la reservación con anticipación. Cuando llegué a la habitación y ella abrió la puerta, lo que ví me encantó. María tenía puesto un juego de lencería muy sexy y estaba con zapatos altos de tacones. Entré y frenando mis impulsos, sin tocarla, le dije que cerrara los ojos y que se ponga a bailar sensualmente tocándose todo el cuerpo. Puse música suave, le dí unos segundos para que tome confianza y el resultado fue espectacular. Pasaba sus manos por sus piernas, sus nalgas, sus pechos; se metía un dedo en la boca y agitaba su cabello; movía el culo deliciosamente y comenzó a tocar su sexo por encima de sus bragas. Yo, mientras tanto me desnudaba lentamente sin perderla de vista un segundo. Desnudo, me paré tras ella y le dije que detuviera su danza sin abrir los ojos. Entonces, la fui besando muy lentamente, primero en el cuello, luego la espalda, las nalgas, sus pantorrillas. Mientras la besaba, con mis manos iba acariciando lentamente otras partes de su cuerpo. La guié hasta el pequeño sillón que se encontraba junto a la cama, la senté y comencé a besarla de igual forma por delante pero ahora quitándole su sostén y sus bragas mientras le besaba y chupaba los senos, el ombligo, los pelos de su vagina, las piernas. Cuando le retiré las bragas, le chupé el dedo gordo del pie izquierdo y María arqueó todo su cuerpo. Con mi cabeza le fui abriendo las piernas y al llegar a su sexo lo encontré mojado y brilloso. Tenía una cara de mujer en celo que jamás me hubiera imaginado. Respiraba rápidamente, pellizcaba sus pezones y tenía su boca abierta, se mordía el labio y pasaba su lengua por ellos. Esa hembra estaba a punto de venirse y ni siquiera había tocado su sexo. Me separé un momento para contemplarla y sin abrir los ojos, contorneándose y tocándose, me dijo:

Papito, ya no aguanto más, dame verga o me voy a morir.

Me arrodillé entre sus piernas y directamente, sin aviso, clavé mi boca en su cueva, succionando fuerte y buscando su clítoris. María comenzó a rebuznar de placer: gemía, gritaba, se ahogaba.

Ayyy papi, ¿qué me estás haciendo?

Le dí la mejor chupada que podía dedicarle a una mujer. A mi mujer le encantaba que yo combine rapidez con lentitud, fuerza con ternura. Y eso hice. María chillaba y se contorsionaba en el sillón y yo tenía bien sujetadas sus caderas para que no se me escape ese rico caramelo de mi boca. De pronto, subió sus pies al borde del sillón, me agarró la cabeza y empezó a gritar.

Ay, me muero, me viene, me viene!!!! No puede ser, que rico, que rico!! Soy tuya papi, soy tuya, hazme lo que quieras!!!

En medio de su orgasmo, me separé, la levanté con fuerza, me senté yo y la jalé para que se siente sobre mi pene que estaba duro a morir. Fue una maniobra rápida. Cuando la senté en mi verga, María casi se desmaya. Le metí la verga en medio de su orgasmo. Eso desencadenó una serie de orgasmos incontrolables en ella. Mientras me cabalgaba se venía una vez tras otra. Yo, prácticamente no necesitaba moverme. Ella estaba como poseída. En un determinado momento, me incorporé sobre la silla y le agarré un pezón con mi boca, tomando fuerte todo su cuerpo y obligándola a que se quede quieta. Comenzaron una serie de espasmos cada vez más lentos hasta que después de varios minutos se tranquilizó. Recostó su cabeza en mi hombro y nos quedamos así un buen rato. La llevé a la cama y se acomodó en mi pecho. Me acariciaba el pecho, los hombros, el cuello; entonces bajó su mano y sintió mi miembro más duro que asta de bandera. Se fue directo a mamármelo. Lo hacía deliciosamente; la giré y comencé yo también a darle lengua pero esta vez tomaba sus jugos y hurgaba el agujero de su culo. Hice un trabajo calmado pero contante hasta lograr meterle tres dedos; cada vez que añadía un dedo, María apretaba su boca en mi palo y aceleraba el ritmo de su mamada. Cuando estuvo lista, la saqué de encima, la puse en cuatro al borde de la cama y le metí la punta de mi verga en su hueco.

Ayyy, me duele papi. Tienes una cosa bien gruesa y yo no estoy acostumbrada a que me lo metan por ahí.

Respira, aguanta un poco y vas a ver cómo te gusta.

Así lo hizo. Yo empujaba poco a poco y le tocaba sus pezones.

Tócate el clítoris, le ordené.

Entonces empezó a moverse de delante hacia atrás de una manera desenfrenada mientras gritaba como loca.

¡Qué rico! ¡Rómpeme mi amor! ¡Qué es esto! No puede ser. ¡Más… más… más!

Yo ya no podía aguantar más. Me vine con todo en sus tripas y nos apretamos tanto que pensé que le iba a romper la cadera o algo así. María cayó casi desfallecida. Su cabello caía sobre su rostro y apenas alcanzó a decir:

¡Cuánto tiempo he perdido! Yo pensé que mi marido era bueno en la cama.

Yo también caí rendido. Nos quedamos dormidos y al despertar calculé que ya debía irme. Me metí a la ducha y a los pocos minutos María entró. Nos enjabonábamos, nos tocábamos, nos besábamos. De pronto me dijo:

No sé cuando volveré a gozarte así que tengo que aprovechar.

Apoyó sus manos sobre la pared de la ducha y echó su culo para atrás.

Por donde quieras, papi.

Se la metí por su vagina un rato mientras nuevamente iba estimulando su culito. Después de un rato se la metía alternadamente en uno y otro agujero. Mi amiga gemía y gozaba sin parar. Me excitaba lo que decía:

Eres delicioso… No pares…. Culéame, así, así… Más, papi, más.

Finalmente, me derrame en su hueco delantero. Nos quedamos así un buen rato, sintiendo cómo caía el agua de la ducha sobre el inicio de su trasero. Cuando mi pene comenzó a perder rigidez, se la saqué. Ella, dándose la vuelta me dijo:

Puedes hacerme lo que quieras, cuando quieras y donde quieras. Y no preocupes que a partir de ahora estaré más cerca de Carla que nunca. Vamos a ser más amigas que antes y estaré cerca de ustedes sin que ella siquiera sospeche cómo me culea su rico marido.

Nos vestimos y salimos del hotel cada uno por su lado. Había empezado una nueva etapa en mi vida.

julioromo13@yahoo.com