La amiga de mi esposa (3 y Final)

Se descubre todo el juego amoroso yla trampa.

La amiga de mi esposa III.

AGRADEZCO A MIS "CIBER-LECTORES" LA PACIENCIA QUE TUVIERON ESPERANDO LA TERCER Y ÚLTIMA PARTE DE "

LA AMIGA DE MI ESPOSA"

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Cinco años pasaron desde el primer encuentro de Roxana Nicatti de Radeudo y Enrique Taonino. Habían tenido muchos encuentros durante estos cinco años. Casuales, arreglados, rápidos, largos, fugaces o vacaciones de verano; el asunto es que les excitaba estar apunto de ser descubiertos.

El día de su "quito aniversario" fue especial. Prefirieron festejar a lo grande en lugar de hacer lo de siempre. Reservaron una habitación en un hotel cinco estrellas y acordaron encontrarse por separado, para no despertar sospechas en sus respectivas "parejas oficiales".

Poner una excusa fue difícil, ya las habían ocupado todas: cena de negocios, cena en lo de una amiga; viaje de negocios, compra de ropa en París; juego de fútbol con unos amigos, cita con el psicoanalista, etc., etc., etc. Esta vez, Enrique tuvo que decir a su esposa que tenía una cena de negocios con su jefe y un grupo de inversores italianos y que, como iba a realizarse en otra ciudad, debía quedarse a dormir allí.

Roxana no tenía problemas en poner excusas ya que su marido sí iba a reunirse con un grupo de inversores italianos en una ciudad contigua y por lo tanto debía dormir allí: la velada sería larga y la distancia entre ciudades lo obligaba a

Se encontraron a siete cuadras del hotel. Enrique la recogió en una esquina. Ella estaba vestida con un vestido largo y negro con lentejuelas, un tapado de piel natural y el cabello recogido.

Llegaron, guardaron el auto en una cochera que Enrique había alquilado especialmente. Ingresaron en el hotel y antes de satisfacer todos sus más íntimos deseos, decidieron cenar en el restaurante que se encontraba en el mismo hotel.

Un elegante mozo los sirvió y trató como si fueran esposos; ellos sonrieron y siguieron el teatro. Ordenaron algunos platos afrodisíacos: ostras, ensalada de apio con manzana verde y nuez, vino blanco y helado de chocolate como postre. Luego pidieron café, pero Roxana dijo que no, que prefería té con miel y limón.

El mozo se apresuró e inmediatamente llevó a la mesa lo pedido, acompañado por un plato de galletas, cortesía de la casa. Sirvió primero el té de Roxana y colocó sobre la mesa un platito con un par de limones y un cuchillo y un elegante jarrito de vidrio con miel. Luego sirvió a Enrique el café, colocó sobre la mesa un recipiente con terrones de azúcar y una simpática pincita. Mientras servían el café a Enrique, él noto la forma en la que Roxana colocaba la miel a su té: de forma suave, de a pequeños hilitos que se escurrían hasta el fondo de la taza.

Enrique tuvo una idea macabra. Esperó que el mozo se marchara, se aseguró de que nadie lo observara, tomó la cartera de Roxana y colocó en su interior la jarrita de miel. Ella lo miró asombrada pero no dijo nada: él tenía planes para esa jarrita.

Al terminar de beber sus respectivas bebidas llamaron al mozo, que al instante notó la falta de la jarra, pero no dijo nada por discreción. Enrique pagó la cuenta, dejando una importante propina por la discreción del mozo y partieron a la habitación 406, que estaba reservada desde la semana anterior.

Camino al ascensor, sus manos se encontraron, pero al llegar, las manos de Enrique se perdieron en la cintura de Roxana. Subieron al ascensor y tras cerrarse la puerta se fundieron en un interminable beso. Sus lenguas se estrechaban, comenzando el salvaje ritual que no terminaría sino varias horas después. Sus manos acompañaban este ritmo: él masajeaba sus nalgas por encima del vestido con la mano derecha, mientras introducía su mano izquierda por la raja de la falda que dejaba ver sus piernas perfectas, mientras ella se dejaba llevar por aquel embrujo.

-¿Para qué querés la miel? ¿Qué me vas a hacer?

-Eso lo vamos a ver a medida que transcurra la noche, putita mía.

Llegaron al cuarto, entre besos y caricias y encendieron las luces. Él comenzó a desvestirla, pero ella se negó.

-No, no, no. Esta noche es especial, y yo tengo algo especial para vos. Esperame acá.

Se fue al baño y cerró la puerta con llave para evitar los ojos curiosos de su amante desesperado. Mientras esperaba, Enrique se sacó el saco y la corbata y desabrochó los botones superiores de su camisa para poder estar más cómodo. Tomó una botella de champagne, pedida para la ocasión, la abrió y bebió del pico; tomó dos copas, sirvió y esperó con ellas en las manos. Puso algo de música lenta y mientras esto sucedía, la puerta del baño se abrió.

Roxana estaba deslumbrante, vestida absolutamente de rojo. Un sostén muy provocador con puntillas, una diminuta tanga, un portaligas y los zapatos aún puestos.

Enrique se excitó muchísimo. Tomó las copas de champagne y colocó uno de ellos en la mano de Roxana mientras la besaba con locura. Dejaron de besarse, brindaron y bebieron mientras se miraban a los ojos con pasión.

Roxana retiró la copa de las manos de Enrique, abrió su camisa y lentamente acarició y besó su pecho varonil. Lentamente le quitó la camisa mientras su rostro fue descendiendo por su estómago, hasta que llegó a arrodillarse frente a la bragueta del pantalón de Enrique.

La excitación entre ambos aumentaba minuto a minuto. Roxana comenzó a desabrochar el cinturón con las manos y ayudándose con la boca. Quitó el pantalón, y comenzó a besar suavemente el tibio bulto que hacía rato se estaba formando por debajo del calzoncillo. Las manos de Enrique tomaban fuertemente la cabeza de Roxana por la nuca. El slip se desplazó, con un movimiento ágil de sus manos, hasta llegar a sus tobillos.

Tomó el pene de Enrique y lo colocó hasta el fondo de su garganta, mientras suavemente masajeaba sus testículos. Sus dedos viajaban suavemente acariciando su ano y presionando su próstata en la parte baja de su entrepierna y produciendo espasmos de placer en su pareja.

-¡Ah!... pará un poco… me vas a hacer acabar puta… me tenés en el límite.

-Recién empezamos –aclaró Roxana- tengo muchas sorpresas preparadas para esta noche.

Roxana se apartó, Enrique la tomó fuertemente de los brazos y la arrojó sobre la cama y arrancó toda su ropa interior, quedando ambos totalmente desnudos. Tomó el bolso de Roxana, sacó de allí el frasco de miel y desparramó sobre todo el cuerpo de su pareja una capa del dulce elixir y arrojó los últimos hilos del frasco sobre su propio cuerpo.

Enrique dejó el ya vacío frasco sobre la mesita de luz y comenzó a lamer los pies de Roxana, sin dejar una sola gota de miel en sus pliegues. Continuó ascendiendo por la pantorrilla y la rodilla, mientras Roxana se retorcía de placer. Enrique se extendió por los muslos y Roxana exigía que se apresurara a lamer más arriba. Para aumentar la impaciencia de su pareja, Enrique no continuó hacia arriba, sino que retrocedió, matando de impaciencia a Roxana. Ella tomó los cabellos de su eterno amante entre sus manos y lo obligó a continuar, jalando fuertemente.

Enrique comenzó a lamer la vagina de su compañera, succionando una mezcla de miel y fluidos. Su lengua realizaba un baile circular mientras acariciaba su clítoris y Roxana sólo atinaba a gemir y a acariciarse fuertemente los senos. Al darse cuenta de que el orgasmo estaba próximo, dejó de lamer la dulce vagina de Roxana y continuó su trabajo limpiador por el resto de su cuerpo.

Al llegar a sus senos, Roxana abrió sus piernas en un movimiento que actuaba como súplica, un pedido desesperado para concretar el motivo por el cual se habían reunido. Enrique tomó su erecto pene lubricado por la miel, y lo introdujo en la vagina de Roxana. La sensación fue fantástica, ambos suspiraron de placer, sus cuerpos comenzaron a moverse suavemente primero y más intensamente después. Sus labios de besaban intensamente a cada minuto, sus manos acariciaban constantemente el cuerpo de su amante, rozando zonas erógenas que producían aún más placer.

Enrique retiraba con su lengua los últimos rastros de miel del cuerpo de Roxana y ella utilizaba sus manos para empujar su cabeza hasta sus senos para que los mordisqueara. Las uñas de Roxana rasguñaban la espalda de Enrique hasta dejarle marcas que le producían dolor y mucha excitación.

La intensidad en los movimientos aumentó, los gemidos y los espasmos eran más intensos y constantes y finalmente un grito desgarrador se escapó de sus labios.

Sus cuerpos estaban bañados de una mezcla de sudor, miel, fluidos vaginales y semen. Sus lenguas comenzaron a lamerse, lavándose y estimulándose intensamente. El flácido pene Enrique comenzó a erguirse y tomar una temperatura superior, a medida que Roxana pasaba su lengua por su glande y por sus testículos.

Iniciaron un 69 salvaje, que comenzó sobre la cama y continuó en el suelo, luego de haberse rodado salvajemente. La lengua de Enrique realizaba varios círculos en la vagina de Roxana, succionaba todos sus jugos y mordisqueaba suavemente sus labios vaginales, generando en ella grandes espasmos de placer.

La lengua de Roxana se paseaba desde la punta del pene de Enrique hasta sus testículos, mientras introducía sus manos en su ano y estimulaba su próstata, multiplicando enormemente el placer y el deseo.

El orgasmo final fue intenso y coordinado: los dos acabaron al mismo tiempo. Los gemidos y suspiros fueron estruendosos. Quedaron extendidos en la alfombra del suelo durante un momento y, luego de media hora, decidieron levantarse e ir a darse una ducha… los dos juntos.

La ducha fue muy reconfortante, pero no alcanzó para generar una nueva erección y sólo alcanzó para que se enjabonaran mutuamente, se abrazaran y se besaran hasta el cansancio. Se secaron, se pusieron sendas batas y se dispusieron a dormir luego de largas horas de sexo.

" El sol acababa de salir por el este y ellos se despertaban de una noche de lujuria y pasión.

Roxana Nicatti de Radeudo miraba al techo de la habitación del hotel, mientras Enrique Taonino estaba tirado boca abajo, con un brazo colgando del lado izquierdo de la cama y acariciando con la mano derecha los tibios senos de su amante." (Fragmento extraído de "La amiga de mi esposa I")

No hablaban, sólo recordaban una y cada una de sus largas noches, tardes y/o mañanas de pasión.

Se dispusieron a vestirse y salir rápidamente para no levantar sospechas.

-Yo voy abajo, pago y te espero con el auto en la puerta del hotel –dijo Enrique terminando de ponerse los zapatos- vos terminá de vestirte tranquila.

-No, mejor esperame y nos vamos juntos, no me gustaría salir sola –dijo Roxana con rostro pícaro.

-Está bien, te espero.

Roxana terminó de vestirse, Enrique abrió la puerta y se encontró con una gran sorpresa: por el cuarto 407, asomaba la cabeza de su jefe y dueño de la empresa en la que trabajaba.

Pablo Radeudo y Enrique Taonino se miraron con asombro primero y con algo de nervios después. No sabían que decirse, tartamudeaban, pero todo se comenzó a aclararse (o a oscurecerse) cuando Pablo vio que su esposa Roxana salía del cuarto de Enrique y cuando éste vio que su esposa María del cuarto de su jefe.

-Todo empezó hace cinco años como ustedes ya saben –comenzó a decir Roxana, cuando los cuatro estaban dentro de la habitación 406– María y yo nos encontramos de casualidad y charlamos por un buen rato de todo. Nos dimos cuenta de que las dos estábamos algo inconformes con nuestros rutinarios matrimonios y pensamos en hacer este pequeño "cambio de parejas".

-Después lo único que hicimos fue preparar los encuentros de tal manera de que una pareja esté bien cerca de la otra, porque el riesgo de ser descubiertas nos excitaba –aclaró María.

-¡Pero todo esto fue un engaño! –gritó Pablo- ¡Me metiste los cuernos! –dijo dirigiéndose a Roxana.

-¡Perdón! ¿Y vos que hiciste con María? ¿Jugaron a las cartas y se intercambiaron secretos? No señor, vos también te revolcaste con mi amiga, así que no tenés nada de que quejarte.

-Tenés razón, todos estamos en esto; unos concientemente y otros no, pero el asunto es que lo hicimos –dijo Pablo arrepentido.

-Bueno, ya sacamos los trapitos al sol. Considero que yo no tengo nada que recriminar, yo también soy culpable; pero… ¿y ahora que hacemos? ¿O todo va a quedar como si nada? –preguntó Enrique- ¿Cómo sigue la cuestión?

-Nosotras teníamos un plan para cuando esto pasara –dijo Roxana aclarando su vos y pasando a un tono más íntimo- no sé si ustedes estarán de acuerdo.

En ese momento a Roxana y a María les pasó una sonrisa pícara por los labios y a Enrique y a Pablo se les aclararon todas las dudas en el momento en el que sus esposas comenzaron a besarse entre ellas.

Los dos hombres comenzaron a excitarse en cuanto sus esposas se desnudaban y acariciaban entre ellas.

-¿Y? ¿Qué les parece la propuesta?

La respuesta de ambos fue inmediata. Se coloran tras sus respectivas esposas, apoyando su ya erecto pene y comenzaron a besarles el cuello y a desnudarlas.

En poco tiempo los cuatro estaban totalmente desnudos, revolcándose e intercambiando permanentemente sus parejas. De repente, María y Roxana apartaron a sus esposos, se tumbaron sobre la cama y comenzaron a hacer un salvaje 69.

Pablo y Enrique observaban atónitos a la distancia. Estaban acostadas de costado, y sus lenguas se fundían en la vagina de la otra, causando gran excitación a los cuatro presentes. Sin saber cómo reaccionar, por las cabezas de Pablo y Enrique pasó la misma idea: se colocaron por detrás de sus amantes y las penetraron por el ano, lentamente para no producir dolor. A pesar de ello, María y Roxana arrojaron un suspiro que llevaba una mezcla de placer y de dolor, pero luego continuaron con su trabajo.

De esta manera, mientras que las mujeres se lamían intensamente, Pablo y Enrique penetraban cada vez más fuerte a María y Roxana. Las manos, inquietas y traviesas buscaban donde ubicarse. Pablo tenía sus manos ocupadas sosteniendo las caderas de María, pero de vez en cuando viajaban a pellizcar sus senos. Enrique, sin embargo, ocupaba el dedo mayor de su mano derecha como "acompañamiento" de su pene, introduciéndolo en el ano de Roxana; mientras hacía que su esposa lamiera los dedos de su mano izquierda al tiempo que rozaban el clítoris de Roxana.

En todo este trámite, María estaba tan excitada y sus gemidos eran tan intensos, que no pudo seguir lamiendo a Roxana y dejó ese trabajo sólo a los dedos de Enrique. Roxana sin embargo, continuaba con gran persistencia su laboriosa tarea y ocupaba sus manos en masajear sus propios senos.

Así estuvieron por más de media hora, hasta que la velocidad de los movimientos aumentó considerablemente y los gemidos subían de volumen. Llegó por fin el orgasmo, con una revolución de olores y fluidos.

Todos se detuvieron luego de un momento de gemidos, suspiros, besos, "te quieros" y "te amos". Mientras Enrique permanecía acostado por el agotamiento, Pablo se sentó en el borde de la cama y, al ver esto, María y Roxana se dispusieron a limpiar los restos de semen de su pene intentando generar una nueva erección, pero no lo lograron ya que la noche había sido muy larga, intensa y había descansado poco.

Entonces Pablo pasó a darse una ducha, mientras las amigas rehacían su trabajo, sólo que esta vez, en Enrique. El esfuerzo no fue en vano, él logró una erección, de la que ambas se ocuparon generando en unos pocos minutos una nueva eyaculación por la que Roxana y María pelearon por lamer.

Luego de esto, salió Pablo de la ducha y cada uno se dispuso a realizar la misma acción, cada uno por separado. Se vistieron mientras dialogaban de lo maravilloso de la noche y comentando cada una de las noches de los cinco años pasados. Se dispusieron a salir, cada matrimonio por su lado y acordaron no volver a realizar estos encuentros ni volver a mencionarlos, ya que pensaron que lo que movía la pasión en esta relación era saber que estaban siendo infieles: y esto ya no volvería a ocurrir.