La Amazona
Una amazona y su protegido disfrutan del sexo y de mil aventuras en un mundo repleto de seres fantásticos.
Capítulo 1
El anochecer me encontró atravesando un frondoso bosque de hayas, castaños y nogales. El aire estaba en calma y nada perturbaba el silencio excepto el lejano graznar de una urraca, y el ruido de los cascos de mi hermoso bayo al caminar sobre la alfombra de hojas secas que cubría el suelo. El duro camino hasta allí hizo que a esas horas me sintiera somnolienta y menos alerta de lo que solía ser habitual en una amazona.
Por eso no me di cuenta de que alguien me seguía hasta que mi corcel, adiestrado en mil batallas, echó las orejas hacia atrás y piafó con recelo. Inmediatamente todo mi cuerpo se tensó, los músculos estaban preparados para la acción, y me embargó esa sensación a la vez placentera y opresiva que me acometía siempre antes de una batalla.
Sin embargo, permanecí quieta, sin que nada en mi actitud permitiera suponer que estaba lista para atacar a cualquiera que fuese el que me acechaba. Unos instantes después, un grupo de helechos que crecían exuberantes bajo la sombra de un enorme nogal, se agitaron levemente y entonces, con un grito de guerra cargué hacía allí. Las patas de mi caballo chocaron con un cuerpo y un grito angustiado rompió el silencio del bosque; rápidamente desmonté y me acerqué al cuerpo que yacía inerte sobre la tierra húmeda.
Se trataba de un hombre joven, de la mitad más o menos de mi tamaño, vestido con unas ropas de buena calidad pero llenas de remiendos y descoloridas por el lavado.
Me incliné sobre él y me di cuenta de que no estaba inconsciente, sólo fingía, así que cogí la fusta que nunca utilizaba en mi corcel y le azoté la cara con ella. Inmediatamente se incorporó gimiendo.
-¿Quién eres y qué buscas? -le pregunté con voz dura doblando la fusta con mis manos.
-Yo...-empezó a hablar vacilante- Me llamo Lars.
-¿Por qué me seguías? -pregunté con voz impasible pero dando golpecitos en la bota con mi fusta para dejar patente mi amenaza.
-No te estaba siguiendo -se apresuró a decir el desconocido- Sólo quería tu compañía para atravesar el bosque, me han dicho que abundan las alimañas por aquí.
- Si deseabas mi compañía ¿por qué no me la pediste en vez de acecharme entre los arbustos? -pregunté mirándolo con desconfianza.
-Bueno... he oído hablar de las amazonas... -empezó a hablar pero luego se detuvo.
-¿Si? ¿y qué has oído? -le azucé.
-Esto... dicen que tienen un carácter irascible -terminó con gesto atemorizado.
-Jajaja -reí divertida- Has oído bien, y para demostrártelo, creo que voy a atarte como si fueras un salchichón. No me fío nada de ti, pequeño.
Saqué unas gruesas cuerdas de las alforjas y me dediqué a atarlo meticulosamente. Después, viendo que ya había caído la noche, preparé un campamento para pasarla allí mismo. Preparé una hoguera y saqué algo de carne seca y queso, y un poco de vino que llevaba en una bota de cuero. El desconocido me observaba desde el otro lado del claro en silencio, pero algo después el ruido de su estómago se hizo audible desde donde yo estaba y le miré con una sonrisa malévola.
-¿No tienes provisiones, vagabundo?
-Se me terminaron ayer por la mañana -dijo en voz baja.
-Sí, lo he imaginado por los gruñidos de tu estómago -sonreí con ironía.
Lars no contestó, miró hacia arriba y pareció concentrarse en contar las numerosas estrellas que brillaban en el firmamento.
-¿Adónde vas? -le pregunté después de un rato de silencio.
-No es de tu incumbencia -respondió con altanería.
-Eres mi prisionero -dije con una voz que cortaba como el filo de una espada- Yo decido qué es o no de mi incumbencia.
Lars permaneció en silencio y la ira se apoderó de mí. No me gustaba que ignoraran mis órdenes y menos un desarrapado como él; yo le enseñaría a respetar a una amazona.
Me levanté y me acerqué a él, con una patada en el costado le obligué a prestarme atención, después le cogí de los cabellos e hice que me mirara a la cara.
-No permito que mis prisioneros me ignoren cuando pregunto algo -dije articulando las palabras lentamente para que entraran en su dura cabeza.
El vagabundo asintió con un gesto de dolor en su rostro, pero aún no estaba satisfecha.
-Tienes que aprender a responder con rapidez y claridad a todo lo que te pregunte -le aleccioné sin soltarle el cabello- ¿lo has entendido?
Lars no contestó.
-¿Lo has entendido? -repetí elevando la voz y tirando con fuerza del mechón de pelo que sujetaba en mi puño.
-Sí... -dijo al fin.
-Muy bien -sonreí soltándolo- Entonces responde a mi pregunta.
-Voy a Tornor -dijo Lars lanzando un suspiro.
-¿Para qué? -pregunté llena de curiosidad ahora. Esa ciudad era famosa por sus hechiceros de artes negras.
-Eso no puedo decírtelo -dijo con voz firme- Aunque me mates.
-Mm -me quedé pensativa un momento- Está bien, no digas nada por ahora, conozco métodos que harían hablar al hombre más fuerte y tu no me pareces demasiado resistente, la verdad.
Lars me miró y apretó los labios con obstinación.
-Jajaja -reí divertida por su gesto- Cuando quiera lo sabré, puedes estar seguro de eso.
Terminé de cenar y extendí una manta sobre un trozo de suelo cubierto de mullido musgo, luego me tumbé sobre ella pero el calor no me permitía dormir. Sin el menor pudor me quité la casaca de cuero y la suave camisa de seda que llevaba debajo.
Ante la mirada estupefacta del prisionero me deshice de los pantalones de ante y de las bragas que estaban totalmente sudadas por el calor asfixiante y la larga cabalgada.
Volví a tumbarme sin hacer caso de la mirada de Lars, pero el sudor corría por entre mis pechos desnudos y por la curva de mi vientre hasta llegar al ombligo. Ese calor sofocante y el recuerdo de la última vez que hice el amor con un guerrero de Altair después de la batalla ganada, hizo que me excitara mucho. Sin darme cuenta mi mano se deslizó hasta mi pubis y uno de los dedos comenzó a acariciar el clítoris lentamente, con voluptuosidad. Mis piernas se abrieron y todo el cuerpo se retorció de deseo, mientras al dedo que acariciaba mi punto de mayor placer, se unían otros dos que empezaron a penetrar en las profundidades de mi vagina.
Estaba muy mojada, pero los dedos no lograban llenarme lo suficiente y entonces recordé que tenía un prisionero a mi disposición. Me levante y me acerqué a él con una mirada de lujuria que creo que lo amilanó. Sin embargo, no hice caso, y me acuclillé a su lado sonriendo al ver la expresión de su cara, entre extasiada y atemorizada.
-Jajaja -reí sin poderlo evitar- No tengas miedo, pequeño. No suelo comerme a mis amantes después de aparearme con ellos.
Le desaté las cuerdas y en un minuto lo desnudé y volví a atarle los brazos y las piernas a dos árboles que estaban a la distancia precisa. Miré su pene y sonreí, era bastante grande en proporción al tamaño de Lars, lo cual me satisfizo enormemente.
-Vaya, estás bien dotado, pequeño -dije acariciándole el miembro con las puntas de mis dedos.
Lars enrojeció violentamente y giró la cabeza hacia el otro lado sin abrir la boca.
Sonreí de nuevo y le cogí del cabello para que me mirara. Cuando su cara estuvo junto a la mía, le lamí los labios y empujando con la lengua conseguí introducirla en su boca. Al principio, no reaccionó, pero depués de sentir mi lengua recorrer sus dientes, su paladar y enredarse en la suya, empezó a corresponder a mi beso con pasión. Me coloqué a cuatro patas sobre él y comencé a acariciar su cuerpo, con lentitud, demorándome en sus pezones, pellizcándoselos hasta ponerlos rígidos y duros, mientras continuaba besándolo profundamente. Por fin me separé de su boca ávida y comencé a lamerle el cuello y el pecho, le succioné con energía los pezones y se los mordí hasta arrancarle gemidos de placer.
A continuación me giré y le ofrecí mi vulva enrojecida mientras me apoderaba de sus testículos, y su pene. Me metí en la boca sus testículos, más pequeños que cualquiera de los que hubiera tenido antes entre mis dedos, y los chupé como si se tratara de un caramelo, moviéndolos en mi boca y palpándolos con la lengua.
Enseguida noté que él también estaba afanándose con su lengua en mi clítoris, lamiéndolo una y otra vez y luego, hundiéndola todo lo profundamente que pudo en mi vagina.
A pesar de que teníamos la boca llena, los gemidos de placer escapaban sin descanso de nuestros cuerpos excitados y el sudor que corría por nuestra piel se mezclaba con el del otro.
Después de chupar los testículos hasta notar la piel reblandecida, los saqué de mi boca y tomé el pene que estaba ya casi completamente empalmado, lo acaricié con suavidad y lo recorrí con la uña hasta llegar al glande. Entonces agarrando el pene comencé a acariciar la punta con la yema del pulgar haciendo círculos cada vez más pequeños, luego lo comencé a lamer por debajo, hasta que terminé por metermelo en la boca y chuparlo de la misma forma que antes había hecho con los testículos. La lengua buscaba afanosamente los pliegues para introducirse en ellos y giraba en la punta una y otra vez, a veces ligeramente, casi como el toque de una pluma y otras con energía, haciendo que el cuerpo de Lars se estremeciera de placer. Enseguida empecé a meterlo y a sacarlo de mi boca con rapidez pero sin dejar de jugar con mi lengua en la parte de abajo del glande y después de un profundo suspiro que pareció brotar del fondo del alma del vagabundo, noté el sabor salado de su semilla en la lengua.
Pero aún no estaba satisfecha, así que me giré hacia él y volví a besarlo, mientras que mi mano comenzaba a frotar su pene embadurnado de semen para conseguir que se irguiera de nuevo.
No me hizo esperar demasiado y enseguida estuvo erguido otra vez.
Entonces, me coloqué a horcajadas sobre él y muy despacio fui bajando hasta que estuvo dentro de mí. No era demasiado grande pero sí mejor que mis dedos así que solté un suspiro de placer cuando empujó con sus caderas para adentrarse aún más en mi vagina. Enseguida, comencé a moverme sobre él y el estremecimiento que lo recorrió y los gemidos que escaparon de sus labios apretados me demostraron hasta qué punto estaba gozando él también.
Incrementé el ritmo y sus caderas me siguieron en una sincronía perfecta que me hizo arder de placer. Los músculos de mi vagina le apretaban el pene intentando evitar que abandonara mi interior y todo mi cuerpo se convulsionaba siguiendo el ritmo frenético de las acometidas. Por fin, Lars dio un empujón tan fuerte, que estuvo a punto de meter también los testículos en mi vagina y enseguida noté el semen como un bálsamo que calmó las paredes irritadas de mi interior. Totalmente agotada, me tumbé a su lado sin que él sacara aún el miembro de mi interior, y le acaricié la mejilla con ternura.
- ¿Y ahora? -sonreí con picardía- ¿Crees que serás capaz de ocultarme algo?
Lars me miró asombrado un momento y luego sonrió también.
-No, creo que no.