La amapola azul: Prólogo

Cristina, una joven estudiante que disfruta del sexo de forma libre, acabará descubriendo el placer del BDSM. Un simple vídeo iniciará un viaje que la llevará más allá de lo que jamás habría imaginado, y podría atraparla en un mundo del que no hay fácil escapatoria. [Dominación][BDSM]

Estoy sola, indefensa, asustada y excitada. Y si os estáis preguntando cómo he llegado a esta situación... hay mucho que contar.

Estoy sentada en una extraña silla de madera, aunque 'sentada' es un decir: mis manos están atadas a mi espalda, asidas al mueble. Mis piernas, dobladas sobre sí mismas y mantenidas así por dos correas de cuero que atan cada uno de mis tobillos a sus respectivos muslos, impidiéndome el más mínimo movimiento. Mi desnudez es casi completa, salvo por una prenda de cuero que cubre mi sexo.

Aunque esa afirmación... es bastante incompleta. La verdad es que bajo esa braguita negra se oculta un minúsculo artefacto, un pequeñísimo vibrador que está siempre en contacto con mi clítoris. No sé si es automático, si alguien lo activa al azar o si estoy siendo observada y lo encienden según mis reacciones; el caso es que ese aparato lleva encendiéndose y apagándose sin un patrón aparente desde hace... no lo sé. ¿Una hora? ¿Dos? No tengo ninguna forma de llevar un control del tiempo.

Sé que lo que pretendía mi amo era mantenerme frustrada y caliente durante todo este tiempo, pero no lo ha conseguido: he tenido varios orgasmos, y siento que estoy a punto de tener otro si solo activan el vibrador durante un par de minutos. Solo un minuto, solo un minuto más, por favor... ojalá pudiera suplicar porque me dejen correrme otra vez. Ojalá, pero una mordaza me impide emitir nada más que gemidos ahogados. Ojalá pudiera ver a mi amo para implorarle con los ojos, pero un antifaz me cubre el rostro.

Otra vez se activa el vibrador, y otra vez se detiene demasiado pronto. Suspiro, ansiosa por una caricia, por cualquier sensación que me haga explotar de placer. Pero nada llega, quizá la próxima vez sea la definitiva.

Pero hay algo que me inquieta, algo que me mantiene alerta y asustada: no hay ningún dolor. Oh, esto suena demasiado críptico, es mejor que me explique. Veréis, aunque a mí me gusta el bondage y la sumisión, lo cierto es que no disfruto del masoquismo; sí, un azote de vez en cuando alegra un buen polvo, y un pellizco puede desencadenar una cadena de sensaciones. Pero otra cosa diferente es que te aten de alguna forma imaginativa y te azoten solo por el placer de hacerlo. No, yo eso nunca lo he disfrutado. Aún así lo permito en muchas ocasiones, porque el morbo de sentirme dominada de esa forma supera con creces el dolor, o la incomodidad de una larga inmovilización. Sí, soy una pervertida y estoy algo loca: disfruto del sexo y de las nuevas experiencias, cuanto más intensas mejor.

Cuando me embarqué en esta aventura jamás imaginé que llegaría a aquí

y

ahora

. Me revuelvo una vez más contra las ataduras, sabiendo que es en vano. El aparato se activa otra vez más, solo durante unos segundos, y maldigo para mis adentros a mi amo por no permitir

que me corra

otra vez después de tenerme tanto tiempo así. Oigo ruidos, voces en las habitaciones contiguas, ¿cuántas personas hay? Mi mente aventura cifras en función a lo que oigo; ¿Veinte? ¿Cuarenta? Es imposible saberlo. Como me es imposible saber cuándo entrarán, encontrándome desnuda, agotada, cachonda e indefensa. Y vuelvo a tener miedo, pues sé que mi amo está entre esa gente. Sé que él disfruta haciéndome daño, tanto como dándome placer, y eso me asusta pues jamás me ha dominado frente a

tantas personas. ¿Tríos? ¿Intercambios de pareja? Todo eso lo había hecho, incluso el reto de dar placer a varios hombre a la vez; pero esto era un nuevo nivel de dominación por parte de mi amo, pues yo ni siquiera pensé en negarme hasta que ya estuve atada y amordazada

.

A este nivel de sumisión había llegado. En este momento, en el que ya no había marcha atrás, era cuando me estaba arrepintiendo.

No sé de qué será capaz

mi amo

: caerán las pinzas como un cruel adorno de mis pezones, seguro.

Es increíble, pero desde que me inicié en el BDSM descubrí la extraña afición que tienen los dominantes con las pinzas.

Y azotes, me caerán muchos azotes, de eso no tengo duda. ¿Pero qué más me hará después? ¿Me entregará a esas personas? ¿Competirán a ver quién puede ser más cruel? ¿Me follarán por todos mis agujeros o decidirán alargar mi sufrimiento follándome solo por detrás? ¿O quizá...?

Debo dejar de pensar, estoy empezando a hiperventilar por los nervios, y eso hace que las sensaciones se acentúen más. Doy un respingo, pues el vibrador se ha vuelto a activar... pero esta vez no se detiene. Siento cómo suben la intensidad, quizás con un control remoto, hasta su máxima potencia y gimo intensamente cuando me sobreviene otro orgasmo. Pero sigue sin detenerse, llevándome rápidamente al éxtasis de nuevo. Sé lo que quiere decir eso, lo sé y maldigo mi suerte por haberme metido en esa situación: mi amo planea torturarme, planea disfrutar de mi dolor. Por eso me hace correrme todas las veces que pueda antes de empezar, pues sé que esta noche no volveré a hacerlo sin haber sufrido su cruel imaginación durante unas horas.

Y fui yo quien se metió en esta situación... ya hace un año.

______________________________

NOTA DEL AUTOR:

Ya hace tres años desde el último relato corto que publiqué, y algo más desde que borré muchos de mis relatos por ser, sencillamente, malos. Arranques que tenemos los autores, mire usted.

"La amapola azul" va a ser una serie bastante larga, espero. Es el proyecto de una novela erótica sobre bondage y dominación llevados al extremo: Cómo estos acaban cambiando la vida de una persona, y lo difícil que lo tendrá para salir de este mundo cuando estos juegos acaban convirtiéndose en algo mucho más terrible. Voy a deciros: Si queréis que escriba más raṕido, por favor comentad. Así sabré que hay gente interesada en esto.

El siguiente capítulo se titulará "Clara y el Vídeo".

Hasta la próxima, damas y caballeros. Ansío que mis escritos les provoquen picores que solo las manos de un amante puedan calmar.