La amapola azul, capítulo 1: Clara y el vídeo

Cristina, una joven estudiante que disfruta del sexo de forma libre, acabará descubriendo el placer del BDSM. Un simple vídeo iniciará un viaje que la llevará más allá de lo que jamás habría imaginado, y podría atraparla en un mundo del que no hay fácil escapatoria. [Dominación]

Capítulo 1: Clara y el vídeo.

En aquel entonces yo tenía veintiún años e iba a la universidad y, si os digo la verdad, mis estudios no son de interés alguno para esta historia. Pero como sé que vais a preguntar, estudiaba segundo de enfermería.

Una estudiante de enfermería escribiendo esta historia... parece típico para una película porno, aunque sinceramente, mis compañeras de curso eran todas unas mojigatas.

Era, y sigo siendo, una chica más bien bajita (un metro sesenta), y tengo un cuerpo digno de modelo de lencería. No vamos a ser modestos, la verdad. Uno de mis espectadores -ya llegaremos a eso- me definió como “una diosa de caderas infernales con los senos de Afrodita”. Encantador galán que esperaba pasar una noche conmigo a cambio de unas palabras bonitas; je, pobre, ilusa y pervertida criatura. Siendo un poco más objetivos, no soy una chica extremadamente delgada y, a causa del deporte, la grasa de mi cuerpo ha resaltado mis encantos femeninos, de los cuales me siento especialmente orgullosa de mis caderas, parte de mi anatomía que entreno desde hace años practicando la danza del vientre y el patinaje. Tengo los ojos verdes y soy rubia, pero me gusta teñirme de pelirroja.

A todo esto: Me llamo Cristina.

Compartía piso con un par de chicos, gente maja, y vivíamos a poca distancia de la universidad. Yo era feliz disfrutando de la libertad de la emancipación; no trabajaba de fijo, pero mis padres me pagaban mi parte del alquiler y me dejaban dinero para ir tirando. Con esto y algún trabajito ocasional como camarera en algún pub y dando clases particulares me bastaba para permitirme mis caprichos.

Yo no soy una chica de pareja fija; tuve un novio hace algunos años, en el instituto pero, resumiendo, no salió bien. Desde entonces he vivido con la idea de que hay que disfrutar ahora, que ya tendré tiempo para atarme. Y bueno, si bien hasta entonces no había hecho cosas demasiado... “atrevidas”, sí que había compartido cama con tantas personas diferentes que había perdido la cuenta. Je, me hace gracia la gente que se atreve a llamarme “guarra”. Cerdos y cerdas machistas... ¿por qué un hombre que se acuesta con muchas chicas es un campeón, y si una mujer hace lo mismo es poco menos que una puta? Pues si alguien quiere pensar mal de mi, que le jodan, ya me acordaré de su familia cuando me sobrevenga otro orgasmo.

Una de las parejas que tuve fue una chica llamada Clara. Oh, sí, soy bisexual, ¿sorprendidos? Tengo comprobado que, aunque prefiero la compañía de un hombre, hay ciertas cosas que... bueno, las mujeres saben hacer mejor. No nos desviemos, que si no no llegamos a ningún sitio.

Clara era una chica de la facultad que, si algo se puede decir de ella, es que era sensual sin proponérselo: Ojos marrones, pelo negro, piel blanca como la leche y el cuerpo fino y bien moldeado de una bailarina de ballet. Me gustaba acostarme con ella: sabíamos controlarnos muy bien, manteniéndonos las dos al borde del orgasmo durante mucho tiempo, hasta que llegábamos al éxtasis a la vez tras noches enteras de desenfreno. Tampoco quiero daros la idea de que habíamos nacido con un don para el sexo o algo así: simplemente nos habíamos acostado tantas veces que ya nos conocíamos muy bien. Y claro, la experiencia ayuda.

Je, así como os estoy planteando esta historia debéis creer que soy una exhibicionista pervertida. Y bueno, si bien llegué a serlo, entonces todavía no lo era; mis experiencias quedaban encerradas en mi cuarto, solo traicionadas por los ruidos que hace el placer y por algún tipo que contaba más de la cuenta a sus amigos. Hoy día me hace gracia pensar que mi “yo” de aquel entonces era un santo en comparación al de hoy día.

Me desvío otra vez, tendréis que perdonarme, tiendo a desvariar. Volviendo al tema: un buen día, mi amiga Clara me llamó y me dijo nuestra frase secreta: “¿Te apetece comer pizza?”.

Vamos, que íbamos a hacer de todo menos comer pizza. Vino y, como siempre, charlamos durante un rato antes de ir a mi habitación y, nada más cerrar la puerta, empecé a desnudarme. Nada fuera de lo normal, o eso creía yo: Clara abrió su bolso y de él sacó algo. Me quedé sorprendida al ver cómo dejaba unas esposas acolchadas con tela sobre mi cama, y miré a mi amiga, divertida. Me dijo que quería probar algo diferente, y que se fiaba de mi para hacerlo: atarnos por turnos a la cama para ser dominadas por la otra. Aunque la idea me excitó, tuve que reconocer que me daba respeto el estar inmovilizada. Clara me tranquilizó ofreciéndose a ser ella la primera “víctima” de la noche, y que luego si me sentía bien cambiaríamos las tornas. Acepté.

Os voy a decir la verdad: el ver a Clara atada a la cama fue la imagen más excitante que había visto hasta la fecha. Ella llevaba un pantalón tejano ajustado y un top con tirantes que, previsora, se había bajado antes de que le esposara las manos a la cabecera de la cama. Clavaba sus ojos en mi con una mezcla de diversión y desafío, esperando a ver qué hacía. Me decidí por quitarle el top y el sujetador, dejando al descubierto sus voluptuosos pechos que, cuando se tumbaba sobre la espalda, se volvían simplemente perfectos. La torturé tanto como quise con caricias, cosquillas, besos y lametones en los puntos sensibles que tan localizados tenía. Poco después la dejé completamente desnuda y disfruté como nunca llevando a mi amiga al orgasmo, una y otra vez, usando un pequeño juguete a pilas que ambas compartíamos. Varias veces me pidió que parara, que ya no podía aguantar más, y yo le respondí otras tantas veces “solo uno más, Clarita, solo uno más”.

Cuando la solté, Clara se quedó tumbada, sudorosa, jadeante y sonriente en la cama. Me llamó de todo, y me insultó con una sonrisa en la boca... las típicas cosas cariñosas que nos decíamos tras una buena noche. Yo pensaba que mi amiga no iba a tener fuerzas para darme placer, pero me equivoqué: un rato después dijo “me toca”, pero ella lo hizo diferente: Me hizo desnudarme completamente antes de esposarme las manos a la cama. Después rebuscó en mis armarios hasta encontrar una camiseta negra con la que vendarme los ojos y dejarme cegada. Finalmente usó dos medias para atarme las piernas extendidas a las esquinas opuestas de la cama. Yo, os digo la verdad, me sentía cada vez más cachonda, la sensación de inmovilidad e indefensión fueron algo nuevo para mi.

Cómo explicároslo... si no lo habéis experimentado vosotros mismos es difícil de describir. Al no poder ver agudizas los sentidos, y el menor ruido parece ser amplificado; la mínima caricia se vuelve muy intensa, ya que no puedes tener la tranquilidad de detenerla a voluntad, y luego está el miedo. Da igual cuántas veces lo hagas, siempre queda una ligera sensación de miedo: Te sientes indefensa y tu imaginación juega malas pasadas contra ti. Por supuesto que yo confiaba en Clara, pero... a veces la confianza no es suficiente hasta que no experimentas algo así en persona.

A decir verdad, de haber sabido los acontecimientos que se iban a desencadenar, no habría aceptado. O quizá sí... Bueno, perdonadme, ya dejo de decir tonterías, volvamos con el tema “yo indefensa frente a Clara”.

Clara no me tocó durante bastante rato, lo que hizo que empezara a imaginarme qué estaba haciendo. Imaginé que me estaría grabando, o tomando fotos en silencio; quizá se preparaba para estrenar un nuevo consolador. ¿Planeaba traer una tercera persona a la habitación, y aprovechar la situación para violarme? ¿Qué estaba tramando? Por supuesto, Clara jamás habría pensado en esto último, pero yo no pude evitar pensar en que podría ocurrir. Y ese miedo hizo que me arrepintiera de aceptar ese juego y que me excitara a partes iguales. Era... una sensación nueva.

Mi corazón se aceleró, y empecé a respirar agitadamente. La escuchaba caminar a mi alrededor, rozar las sábanas de la cama, trastear con algo... pero seguía sin rozarme. Iba a preguntarle cuando sentí sus delgados dedos deslizarse sobre mi sexo. La sorpresa me hizo gemir más fuerte de lo que creía, pero ella no me dio tregua: en seguida noté a nuestro pequeño juguete deslizarse en su totalidad en mi interior. Muy despacio empezó a sacarlo y meterlo, follándome lentamente con ese pequeño falo de látex, arrancándome gemiditos a cada caricia. No sé deciros cuánto tiempo estuvo haciéndolo, pero me pareció una eternidad, porque lo hacía tan lentamente que no había posibilidad alguna de que yo llegara al final.

Súbitamente introdujo el aparato en toda su envergadura en mi sexo y lo dejó ahí. Sentí su aliento en mi cara cuando se agachó y susurró: “Tengo que ir al baño, pero te dejaré entretenida. Ten cuidado con hacer ruido, tus compañeros de piso están durmiendo y voy a dejar la puerta abierta”.

Activó la vibración del aparato a su máxima potencia, se apartó y al poco la oí alejarse. No sirvió de nada que la llamara entre susurros: la escuché abrir la puerta, salir de la habitación y encerrarse en el baño. Podía sentir la corriente de aire sobre mi cuerpo desnudo, ¡la puerta estaba abierta! Me mordí un labio, luchando contra el aparato que me torturaba, intentando no hacer ninguna clase de ruido, ¡no quería que me vieran así!. El consolador se movía en mi interior, acercándome irremediablemente al primer orgasmo. Escuché un ruidillo en la habitación, pero no había oído la puerta del baño. Me asusté y me quedé tan quieta y silenciosa como pude, pensando que podía haber entrado alguien, pero el silencio que hubo luego, solo roto por el sonido del vibrador, me sacó la idea de la cabeza.

Debieron pasar cinco, quizás diez minutos, cuando Clara regresó, cerrando la puerta detrás de ella. Creo que pasar a describiros aquí todo lo que me hizo sería cansino, y también sería perdernos en detalles innecesarios. Pero si queréis saber un poco más, os diré que la cabrona no me soltó en varias horas y que, cuando yo realmente ya no podía más, me hizo darle placer hasta que estuvo satisfecha. Solo entonces me liberó.

Joder, fue increíble.

Pero al día siguiente es donde comenzaría un hecho que me llevaría mucho más allá de lo que pude imaginar. A medio día, Clara se marchó de casa, haciéndome prometer que repetiríamos. Yo estaba todavía muy cansada y me dolían un poco los brazos, se me habían acalambrado por estar esposados tanto tiempo en la misma posición. Problemas de los novatos en cuestión de bondage, hoy día ya no me ocurre. En cuanto se fue mi amiga yo volví a mi habitación para descansar un poco y pensar en ponerme a estudiar. Pero no pasó demasiado tiempo antes de que una notificación de mi móvil me dijera que había recibido un email. Me sorprendió ver que era de José, mi compañero de piso.

José era un chaval algo mayor que yo, con un buen físico porque iba bastante al gimnasio, pero la verdad es que no era demasiado atractivo: pelo marrón muy corto, barbita siempre afeitada, y usaba gafas para leer. De tanto en tanto, si yo no tenía otra persona para hacerlo, nos acostábamos por pasar una noche entretenida. Uno de otros tantos 'folla amigos' que tenía entonces, y él sabía que entre nosotros no iba a ocurrir nada más. Una relación de interés mutuo en la que ambos salimos ganando, ¿no creéis?

El e-mail tenía un archivo de vídeo adjunto, de unos cuatro minutos, y ningún texto o asunto. Ya antes de abrirlo sentí un golpe de adrenalina en la boca del estómago, y me quedé rígida. No podía tratarse de lo que estaba pensando... solo estuve sola un par de minutos, ¡no podía ser eso!

Temblando por dentro -y por fuera- abrí el archivo y, en seguida, supe que tenía razón para tener miedo.

Era yo. Yo, atada, inmovilizada, cegada y tratando de reprimir las olas de placer que un consolador me mandaba contra mi voluntad. Y lo peor de todo es que se me reconocía perfectamente: el pelo teñido pelirrojo, la habitación... Casi dos minutos pasaron en un silencio solo roto por el constante zumbido del vibrador y mis gemidos ahogados antes de que Clara apareciera en escena. Cerró la puerta tras ella, se acercó y me agarró con fuerza un pezón.

Y ahí, el vídeo se cortaba. Me quedé paralizada, sin saber qué hacer. ¿Qué significaba esto? ¿Por qué me lo mandaba? ¿Qué...?

—¿Sorprendida?

Me giré y ahí estaba José, apoyado contra el marco de la puerta, mirándome con una sonrisa prepotente. Monté en cólera y me levanté, dispuesta a pegarle la madre de todas las bofetadas, pero él me detuvo rápidamente. Le insulté, le grité, le llamé de todo y, finalmente, le pregunté:

—¡¿De qué cojones vas?! ¡¿A qué viene esto?!

—¿No es evidente, Cris? Esto solo son los cuatro primeros minutos de casi tres horas de vídeo. Lo tengo todo grabado, y no creo que quieras que se haga público, ¿verdad?

Sentí cómo mi rabia daba lugar a un profundo miedo y vergüenza: no podía imaginar verme protagonizando una película pornográfica en Internet, donde toda la facultad y mi familia pudiesen verla. Este cambio se dejó ver en mi rostro, supongo, ya que José sonrió con más intensidad y se acercó un par de pasos. Aún así discutí durante un montón de rato con él, diciéndole que le iba a denunciar, que no podía hacer eso, que era un delito... pero de nada sirvió. Me dijo que si se lo decía a alguien publicaría el vídeo y, aunque yo ganara el juicio, no podría evitar convertirme en la nueva estrella del porno lésbico amateur.

Finalmente, tuve que claudicar.

—Por favor, borra el vídeo —le supliqué—. Haré lo que quieras, pero no lo publiques.

—Ahí es donde quería yo llegar —respondió—. Hagamos ahora un trato: tú te convertirás en mi esclava durante las próximas dos semanas y, después de esto, te entregaré la única copia del vídeo.

—¿Y cómo sé que cumplirás tu palabra? ¿O que no me harás exponerme más para seguir chantajeándome?

—Sobre lo primero, tendrás que confiar en que la cumpla. Respecto a exponerte, no lo voy a hacer, ya que perdería esta inestimable... “correa” que he conseguido con el vídeo. Te quiero mía y solo mía, Cristina; sé mi esclava durante dos semanas y nadie verá el vídeo... o bien, siempre puedes acabar el “juego” cuando quieras.

Me fijé en que dijo “juego” con un tono distinto y, al mismo tiempo, me guiñó un ojo. ¿Qué quería decirme? ¿Que era todo un juego, que no iba a publicar el vídeo aunque yo me negara a ceder a su chantaje? ¿O era todo lo contrario? No sabía qué pensar, y el miedo me llevó a inclinarme por la peor opción posible.

No tuve más remedio que aceptar. Y eso solo sería el comienzo.

Si él supiera que eso fue el primer paso en todo el camino que recorrería durante el siguiente año...

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NOTA DEL AUTOR:

¡Me se calmen ustedes! Sé lo que parece, pero no es el caso: Este no va a ser el típico relato en el que "por una foto comprometida me joden la vida". Nooooo, no no, nada de eso. Esto va bastante más allá, no se preocupen ustedes ;).