La amante ideal

No muchos pueden presumir de tener para su disfrute algo así.

LA AMANTE IDEAL.

Para poder tenerla, tuve que pagar por ella un precio muy alto, cuando se ofrecía abiertamente a quien pudiera pagar por ella tan elevada cantidad, pero después no tuve que desembolsar un solo centavo, ya que ella estuvo siempre dispuesta a complacerme en el momento que yo lo deseara, sin cobrarme nada.

Guarde mi pene siempre deseoso de penetrarla, en su boca, que me lo succionaba con gran delicadeza; en su coño, que me apretaba en una forma por demás deliciosa, y su culo que me recibió sin rechazarme ni una vez, cuando se la dejaba ir hasta el fondo, de una manera delicada o con brusquedad, mientras le acariciaba sus hermosas nalgas; o entre sus grandes tetas, para regarlas con mi caliente leche, al practicar entre ellas una "cubana". Cuantas veces yo lo deseara, ella siempre estaba a mi disposición.

Si alguna vez no podía estar con ella, cosa que muy raras veces sucedía, no existía ningún reproche, siempre me recibía mirándome fijamente, con aquella mirada dulce y comprensiva.

Nuestro desenfreno sexual sólo se detenía cuando tenía que acompañarla al baño para el lavado de sus partes íntimas, en donde había depositado las grandes cantidades de esperma, que mis incansables huevos no cesaban de producir, y luego, ya fresca y perfumada, la dejaba sobre el lecho en donde iba a reunirme con ella, para seguir gozando con aquel hermoso y cálido cuerpo de mi muñeca inflable.