La Amante descalza (5)

Una relación fetichista abre a Inma un mundo nuevo de sensaciones, ella busca imperiosamente esas sensaciones, pero solo consigue sexo.

Dedicado a esa otra maravillosa mujer que llevo dentro

Estaría encantada, por una sola vez y sin que sirva de precedente, de cambiar el rumbo de mi historia, y contar como si fuera un paréntesis, como fueron los días que sucedieron a mi ruptura, esperando que mis lectores, consumados fetichistas, sean pacientes y sepan perdonarme el inciso. Aquel tiempo se encuentra ya muy lejos en el calendario, y sin embargo fueron días cruciales para entender todo lo que sucedió después. ¡Después!, que maravillosa palabra; afortunadamente siempre hay un después; siempre hay un día después, es decir, a la noche le sucede el día, como siempre existe luz al final de las tinieblas, y después de la tempestad viene la calma. Todo eso y muchas cosas parecidas, me repetí durante aquellos momentos de zozobra y desánimo, intentando restablecer mi tan desacreditada autoestima.

¿Y ahora qué? tenía un profundo sentimiento de culpa, no había podido ni sabido reaccionar y esto no había sido lo peor. En ese momento, en el que mi vida ha dejado de tener sentido, no había sido capaz de derramar ni una lágrima, ni un reproche, ¡nada! Lo cierto es que al día siguiente me sentía más perdida que una nube en un horizonte sin tormenta. Me levanté muy tarde, aquella mañana, y al mirarme al espejo somnolienta, vi la imagen de una mujer vencida, cansada y ojerosa. Mientras me tomaba un café, no tardé en adivinar que me esperaban unos días muy duros, por lo que decidí que de momento no iría a trabajar.

Me di una ducha rápida y recogiendo mi pelo en una coleta despeinada, oculté mis ojos tras unas gafas de sol para dirigirme dando un paseo y con calma, hacia mi despacho con el fin de recoger todos los documentos pendientes y enviarlos a través de un mensajero. Que estaba mal, no le podía pasar desapercibido a casi nadie, así que haciendo gala de mi peor cara, y alegando una enfermedad repentina, me dispuse a rescindir mi relación laboral con aquella empresa, tal y como él me había pedido. Los malos tragos cuanto antes mejor, me dije.

Me recibió una airada mujer, que sentada en un sillón y fumando sin parar, ostentaba el cargo de supervisora de administración; tras mirarme con detenimiento, con gesto de no saber de que iba la cosa y en cuestión de segundos, me despachó con cajas destempladas y un talón en el bolsillo. Cuando salí de aquel edificio de oficinas, todavía no era consciente, que buena parte de mi ingenuidad y mi simpleza, habían quedado enterradas entre aquellas paredes. Durante algún tiempo vagué sin rumbo por las concurridas calles del centro. Todo el mundo parecía tener prisa, seguro que a muchos de ellos les esperaba alguien, pero yo no tenía nada importante que hacer; me sentía realmente desamparada, deseaba gritar, quizás llorar hubiera sido un buen desahogo, pero ni siquiera tenía fuerzas para ello.

Tan solo era martes, aún quedaban tres largos días para el fin de semana; era todo un reto para mi estado de ánimo; decidí volverme a casa, la ciudad me asfixiaba, y no me veía encerrada durante tantos días en mi apartamento.

Durante el viaje en el coche por la autopista, traté de relajarme en mi asiento, puse las manos sobre el volante y dejé que fluyeran los recuerdos. Me sentía excitada cada vez que ponía el coche rumbo a Guadalajara, no podía evitarlo, incluso ahora que sentía que él no estaría allí. Por un momento dejé la mente en blanco y sonreí, era la primera sonrisa sincera en dos días; no podía ser que me hubiera enamorado de aquel modo; ¿pero en realidad, de que me había enamorado exactamente? ¿Del hombre, o de aquella particular forma de expresar la sensualidad? Me gustaba aquella nueva forma de erotismo, aquella sutil excitación, aquella manera de crear situaciones de autentico morbo; lo que en realidad ya no me ponía, era el hecho material de meter el pene en una vagina.

Pasé el resto de la tarde, ardiente e insatisfecha, paseando desnuda en medio del silencio de la casa. Todo me recordaba a él, todo me olía a él, pronto fui consciente de que tenía que huir, si realmente quería saber hasta que punto había cambiado mi vida. Ahora que ya tenía la firme convicción de no dejar las cosas así y me sentí mucho más tranquila, aunque extrañamente más segura de sí misma.

Aquella misma tarde decidí que viajaría a Londres, a visitar a mi hija. Y casi sin darme cuenta convertí aquel viaje en todo un acontecimiento, pues era la primera vez que viajaría sola, sin compañía, libre para hacer lo que quisiera y con dinero fresco en el bolsillo para gastar.

Cuando algunas horas más tarde, uno de los auxiliares de vuelo, un hombre joven y apuesto, con una amplia sonrisa, me dio la mano para ayudarme a entrar a la cabina del avión, no reconocí a la mujer que se reflejaba en el espejo, "No está tan mal para tener cuarenta años", pensé. Noté como me miraba y clavaba sus ojos en mi culo, que se marcaba claramente a través de mi falda. Al sentarme, me quité la chaqueta, hacia calor, y disimuladamente el auxiliar me siguió con la mirada para observar mis tetas, que se clareaban a través del blanco de mi camisa. Me di cuenta, pero fue una sensación que me gustó. Pensé que había sido una buena forma de comenzar el viaje. Me pasé todo el vuelo, fijándome en todos los hombres que había en el avión, y fantaseando con cual de ellos que gustaría hacer el amor. Aunque en realidad, lo que en aquellos momentos deseaba, no era hacer el amor, sino ser follada hasta la extenuación. Había algunos realmente apuestos, pero no me importaba quien fuera. Me había pasado tres meses tirándome a una obsesión, y ahora creía estar preparada para follar con cualquiera que tuviera una polla de carne y hueso, y estuviera medianamente presentable.

Al llegar al Londres me esperaban mi hija, dispuesta a enseñarme la ciudad; atrás quedaban los días de tristeza y melancolía, yo tan solo quería salir de la monotonía; necesitaba volver a la vida, y Londres era el lugar más adecuado para ello. Eva, que compartía conmigo la afición por la ropa y las compras, y se empeñó sin mucha resistencia por mi parte, en llevarme de tiendas, perdiéndonos durante horas horas entre establecimientos y probadores. Fueron momentos de una actividad entusiasta, ir de compras, caminar sin rumbo fijo entre la ingente marea humana que deambulaba por las calles, llenas de colorido, deleitándome en la contemplación de cualquier escaparate, ¡estaba fascinada! Tras la comida continuamos el tour frenético hasta la noche, y aunque pueda parecer extraño, por algunas horas había olvidado mis fantasmas. Me sentía feliz en su compañía, y empezaba a verla más como mujer y amiga que como hija. Tenía la expresión eternamente sonriente y se encontraba radiante por nuestra experiencia de pasar unos días juntos, sin prisa por nada y con ganas de más. Fue también el reencuentro conmigo misma, y el recuperar la alegría de sentirme viva y tener con quien compartir mis nimiedades. En pocas horas, había conseguido establecer con ella una relación de confianza distinta a la que habíamos tenido durante mucho tiempo, sobre todo durante los últimos años, tras mi separación con su padre, en el que se había mostrado huraña y poco comunicativa conmigo. Durante toda la jornada hablamos y hablamos sin parar, eso si de temas intrascendentes, pero durante la cena se mostró mas preocupada, mirando continuamente y con disimulo su teléfono móvil. En ese momento me decidí a preguntarle cómo le iba con los chicos. Tras un largo e incómodo silencio por fin respondió:

--Ni bien, ni mal, simplemente no me va. ¿A quién crees que podría gustarle?

--Creo que a la primera persona que debes de gustar es a ti misma, esa debería ser tu primera meta, además me gustaría que me hicieras un favor.

--¿Cuál?- me preguntó.

--Que me mires a los ojos cuando te hablo, quisiera saber cuáles son tu reacciones a lo que digo; además mirar a los ojos es un signo de afirmación y seguridad personal, algo de lo que me da la impresión que no estas sobrada, será un pequeño gesto y habrás ganado una gran batalla.

Levantó su cabeza y me miró sonriendo con sus grandes ojos verdes:

--Creo que con esa mirada puedes gustarle a quien te propongas -le dije.

A partir de ese momento su actitud conmigo, fue algo más abierta, agradable y franca y sus conversación más sincera,

--Bueno, contestó, hay un chico con el que salgo, pero hemos discutido… Verás hoy íbamos a un fiesta, pero al venir tu, claro, no te iba a dejar sola

--Mira hija, no quiero que te sientas obligada. Ya soy mayorcita, no voy a enfadarme por eso. Ya he tenido bastante por hoy, así que si quieres me llevas al hotel, tu te marchas a tu fiesta, y mañana nos volvemos a ver.

--¡No puedo dejarte sola!, para una vez que vienes a verme. No sería capaz. Fiestas hay muchas y podemos ir el fin de semana que viene. Y además ya es muy tarde.

Lo dijo sin demasiada convicción, y con rictus de amargura en la mirada. Me sentí culpable, y sin decir palabra, le pedí la cuenta al camarero, dispuesta a marcharme.

--Venga, vamos. Cogeré un taxi, seguro que aún estás a tiempo. Mañana me lo cuentas todo.

--¡Tú estás loca!, como voy a dejar que cojas un taxi, con lo mal que hablas inglés. Me sentiría responsable y ya no me lo pasaría bien en la fiesta.

--Pues si no estás dispuesta a dejarme sola y quieres ir a la fiesta, lo tienes difícil, salvo que me lleves contigo

Lo dije sin pensar. No tenía la menor intención de ir a ninguna fiesta con mi hija. Quería forzarla a que me dejara en el hotel y se marchara. Pero ella reaccionó de una manera que yo no esperaba:

--¿Harías eso por mí?, ¿vendrías conmigo? Podríamos dar una vuelta y volvernos pronto. Además así conoces a mi chico….

--Jovencita para el carro, que yo ya estoy un poco crecida para fiestas de estudiantes. Además no me gusta ir de carabina a ningún sitio. He dicho lo de ir, por decirlo.

--Venga anímate, solo estaremos un rato. Pasamos por el hotel y te cambias de ropa. Por favor nada demasiado elegante, es una fiesta informal.

De nada sirvieron mis protestas; mientras hablaba, me arrastraba de la manga por toda la cafetería, camino de la calle en busca de un taxi. No me sentía tranquila, no me entusiasmaba demasiado asistir a una fiesta con mi hija, sin saber lo que allí me iba a encontrar; ¡cualquier cosa!, pensaba, dado el éxito de estos días. Sin embargo existía un misterio y una especie de morbosidad que me atraía: tener la oportunidad de verla desenvolverse en su ambiente, era para mi una circunstancia que tal vez no se me volviera a producirse. Durante el trayecto en el taxi hacia el hotel me hice muchas conjeturas sobre el tipo de fiesta a que asistiría; mis dudas aumentaban, pero Eva se encontraba cada vez más envuelta en un halo de felicidad. Yo me sentía realmente dichosa por poder complacerla y ella se sentía excitada por poder acudir a su cita, y parloteaba sin cesar.

Ya en la habitación del hotel, mientras yo me duchaba, ella revolvía entre la ropa de mi armario, buscando con que vestirme. En un momento, entró en el cuarto de baño, mientras yo salía de la bañera. Se paró en seco, admirando mi escultural figura desnuda y deteniendo su mirada con asombro en mi pubis depilado, exclamó sin poder contenerse:

--Mierda... nunca pensé que desnuda fueras así. Estás buenísima. Vas a ser la envidia de mis amigas

Como no quería desentonar me vestí especialmente juvenil para la ocasión, pantalones vaqueros muy ajustados con botas de color marrón, y un suéter de lana negra y cuello vuelto que se adaptaba a mi cuerpo perfectamente y lo hacía más estilizado y me maquillé con tenues tonos cobrizos y brillantes que resaltaban sobre mi blanca piel.

La fiesta se desarrollaba en un local de dos pisos de un barrio frecuentado por estudiantes. La gente se agolpaba por las calles en las que hombres y mujeres demasiado artificiales, deambulaban vestidos con atuendos extravagantes y sofisticados. En el preciso instante que entré, noté una intensa sensación de ahogo, el ambiente estaba tan cargado de humo que mis ojos tardaron unos segundos en poder ver. Había demasiada gente, la fiesta estaba a tope, la música hacía que todos se contorsionaran al ritmo de sus notas y el alcohol corría de boca en boca. En la puerta un grupo de chicos y chicas saludaron a Eva, uno de ellos, un joven apuesto y con el pelo corto la agarró por la cintura y la besó en los labios. Ella no hizo nada por disimular en mi presencia:

--Inma, me dijo mientras me guiñaba un ojo, te presento a Robin.

Robin me saludó con un par de besos, y sin prestarme especial atención hizo ademán de que le siguiéramos el interior del local. Atravesamos la sala que hacía las veces de pista, camino hacia donde se servían las bebidas. Estaba tan abarrotada que apenas se podía dar un paso. El chico se acercó a la barra, trajo unas copas, y nos refugiamos en un rincón, donde intentar tomarlas "tranquilamente"; era imposible hablar. En un momento, tras una seña de "enseguida vuelvo", Eva se sumergió entre el bullicio de gente, seguida de Robin, y camino a la pista de baile. Yo me conformaba con mirarlos sonriendo, y casi sin darme cuenta, por el continuo trasiego de gente que entraba y salía fui perdiéndolos de vista, mientras me alejaba de la pista y quedaba atrapada y sola en medio de aquel jaleo. Pronto me di cuenta de que a mi alrededor la gente se besaba y se metía mano sin ningún recato: estaba en la zona de parejas. En seguida me sentí incómoda e intenté salir de de allí buscando a Eva, pero por mas que quería progresar no hacía sino perderme más entre la multitud. Los cuerpos entraban en contacto unos con otros, el calor me parecía asfixiante y el volumen de la música y la bebida me aturdían, pero intenté mantener la calma. Subí por una escalera con la esperanza de distinguir a mi hija entre la muchedumbre, cuando de repente vi su cuerpo moviéndose al ritmo impetuoso de una música machacona, mientras restregaba descaradamente su entrepierna contra el paquete del inglés. Estaba en lo alto de la escalera, elevada sobre el suelo, y mientras desde abajo, yo podía ver su minifalda vaquera, sus medias de colores chillones, su braga tanga blanca, y una camiseta que a duras penas mantenía unas voluminosas tetas. Eva tenia veinte esplendorosos años, y su natural belleza unida a su seductora juventud, hacía que se alteraran las hormonas de aquel chico. Tragué saliva, no era para menos, la imagen de mi hija bailando totalmente desinhibida, era, más que erótica, casi pornográfica. Sin embargo lejos de molestarme, me dio envidia más allá de lo que en un principio podía pensar; constatar aquella juvenil naturalidad, me producía celos. Observar sus cómplices miradas y las continuas sonrisas indiscretas, junto a aquellas caricias y besos, me hizo sentir vergüenza por lo que estaba haciendo, pero al mismo tiempo me daba cuenta que aquella escena realmente me había calentado.

No quería que me sorprendieran mirando, y azorada bajé las escaleras en busca de la barra, para tomarme otra copa y esperar en algún sitio más tranquilo a que volvieran. ¿Qué coño hacía yo allí? pensé mientras deambulaba sonámbula y desapercibida por aquel atestado local. A mi alrededor, se veían hombres y mujeres para todos los gustos, gruesas y delgados, altas y bajos, rubias y morenos, total había donde escoger, pero eran las mas jovencitas, las mas alocadas y atrevidas, carne de cañón, presa fácil, las preferidas de aquel personal masculino.

Fue entonces cuando lo percibí por primera vez. No sé de qué forma, sentí algo que se posaba en mi nuca persistentemente. Miré a un lado y a otro, y no encontré nada. Al rato volví a sentir aquella sensación extraña de ser mirada, entonces giré la cabeza hacia atrás y lo sorprendí. Era un chico joven vestido de negro, casi elegante, daba la sensación de ser algo más maduro que la mayoría de los que le rodeaba y tenía la mirada fija en mí. Recordaba haberlo visto a la entrada del local, entre los amigos de mi hija. Por su actitud, apalancado en la penumbra con su copa en la mano, era evidente que estaba de "caza". No se por qué, pero lo saludé con un movimiento de cabeza, y el me respondió con una sonrisa. Me acerqué a la barra por el otro lado, sin perderle de vista, y para mi sorpresa, se levantó del sitio en el mostrador en el que se encontraba y dirigió sus pasos hacia donde yo me encontraba. Acercó su cabeza a mi oído, y sin abandonar por un momento su sonrisa de niño bueno, me invitó a bailar en un discreto español. Una oleada de calor y confusión, invadió mi cara, era obvio que sabía quien era, lo que me hizo sentirme aun más vulnerable. Mantuve su mirada por un momento y a un metro de él me di cuenta que era más guapo de lo que a primera vista parecía. Bajé la vista rápidamente, no tenía nada mejor que hacer y la aventura me divertía; estaba algo mareada por la bebida y el ruido de la música, lo mejor era no pensar nada y aceptar la invitación. No sabía realmente donde iba a meterme, pero antes de que pudiera contestar, me agarró de una mano y casi literalmente me arrastró hacia la pista de baile. Todo transcurrió como a cámara lenta. No era fácil moverse, porque estábamos todos aprisionados como sardinas en lata. Lo que si era fácil era sentir la música, que hacía que la gente a mi alrededor se moviera de forma sensual; poco a poco fui dejándome llevar por la excitación del baile, y comencé a moverme con más naturalidad sintiéndome más desinhibida. Por la agitación que había a mi alrededor, no tardé en notar, como algunas parejas literalmente se comían a besos, y como se perdían las manos de unos y otras entre las ropas, restregando sus cuerpos entre ellos, y comenzando un movimiento delatador, que me hizo pensar que aquello, más que una fiesta de discoteca era casi una orgía.

A medida que evolucionaba la danza, al ritmo de aquella música infernal, mi excitación se hacía cada vez más patente, y mis movimientos delataban que me estaba calentando. Pronto comencé a estar agotada, sudaba como una cerdita y sentía mucho calor; había bailado cono una loca y el efecto del alcohol empezaba a aturdirme. Empecé a sentirme mareada, los destellos de luz en la oscuridad de la sala, hacían que la habitación empezara a darme vueltas. De repente, trastabillé y me vi en el suelo; sin embargo unas manos me agarraron por la cintura impidiéndome la caída. Era el inglés, quién me sujetaba mientras no dejaba de sonreír con aquella sonrisa estúpida; me sentí ridícula, en brazos de aquel niño al que no conocía y que estaba de pie junto a mí. No dejaba de mirarme, mientras yo empezaba a sentir su calor; no su tacto, sino su calor. Sentía el calor de sus manos, sentía el calor del cuerpo joven y apetecible que tenía a mi lado. Simplemente me sujetaba, sin tocarme. Sus manos permanecían a escasos milímetros de mi piel, pero el calor que irradiaban recorría todo mi cuerpo. Sin tocarme, sus manos paseaban por mi cintura, se deslizaban por mi estómago, esculpían el contorno de mis pechos. Con la yema de sus dedos quemaba mi piel, mientras yo con la mirada perdida contenía la respiración, esperando el siguiente paso que él no se atrevía a dar. Entreabrí los parpados y sentí aún más su proximidad, ¡santo cielo!, aquel tío estaba más bueno de lo que me había parecido en un principio. Aquel rostro juvenil, con su permanente sonrisa de niño malo. Aquellos labios finos y jugosos, que se me insinuaban cual fruta madura, mascullado palabras ininteligibles junto a mi oído mientras sentía su respiración en mi cuello, junto a mi al lóbulo de mi oreja, que me provocaba como una corriente nerviosa que bajaba a flor de piel, por mi cuello, aproximándose a mis pezones que se agrandaban y endurecían por momentos. Ahora me apretaba contra su cuerpo, que también como el mío, desprendía fuego, y creí sentir como le palpitaba su sexo a través de los pantalones. Gruesas gotas de sudor resbalaban por mi espalda, y mi vagina hacía rato que latía encharcada a ritmo propio, deseando recibir lo que por derecho era suyo, y durante tanto tiempo se le había negado. Yo esperaba que él comprendiera que yo estaba a punto, pero él no era tan inteligente, o simplemente me respetaba demasiado. Seguía sin soltarme, pero ahora ya no podía sentir sus manos, simplemente jugaba a adivinar en que instante se atrevería a cruzar los límites de lo prohibido. Yo ya estaba preparada para mi momento de gloria, pero él continuaba sin decidirse todavía. Deseaba desesperadamente que me acariciara, que me tocara. En cuanto lo hiciera, la espera habría terminado. Ya no aguantaba más, no podía estar así toda la noche, me sentía acalorada y me faltaba la respiración. Busqué a ciegas sus manos, sabía que estaban ahí, y a que a poco que cambiara de posición, mi cuerpo entraría en contacto con ellas. Cerré los ojos, y sin querer pensar en las consecuencias, cogí sus manos con delicadeza y las deposité sobre mis pechos. Aguanté un poco sin moverme, con mi cuerpo en total tensión y con los sentidos sublevados. Como si se tratase de un imán, atrajo mi cuerpo contra el suyo y pude sentir por fin el embrujo y la deliciosa sensación de ser estrechada por los fuertes brazos de aquel perfecto desconocido. La cercanía de su cuerpo me embriagaba y la suavidad de sus movimientos llenos de sensualidad, incitaron mis deseos hasta que al borde de la sinrazón y nos fundimos en suave y profundo beso, juntando nuestras lenguas. Era la primera vez que alguien más joven que yo me besaba, y me gustó aquel sabor y aquella delicadeza; al instante era yo, la que sin pudor alguno estaba follándole la boca con mi lengua mientras él, por encima de mi jersey, acariciaba mis pechos con la palma de sus manos. Cada contacto era mágico, eléctrico, cada poro mío estaba sensibilizado al máximo, sentía la dureza de su pene rozar con insistencia mi ardiente sexo y mis sentimientos en aquel momento no eran sino ser penetrada por aquel gran falo que adivinaba bajo aquellos pantalones.

Sin separarme de su boca, me vi arrastrada por pasillos llenos de gente, para terminar en el baño de mujeres, encerrados los dos en un diminuto cuartillo; nada me preocupaba, solo ese cuerpo terso y joven que tocar. Hasta entonces yo me había dejado llevar, había seguido un juego que debía ser corriente para su edad o con sus amigas, pero no para mí. Quise hacerme la inocente retirando temerosa mi boca de la suya y observando hacia el pasillo donde pudiera aparecer mi hija, pero el no se detuvo ahí, y los corchetes de mi sujetador cedieron ante sus expertas manos en busca de mis prominentes tetas cuyos pezones hacía rato que se encontraban duros y sensibles. Le empujé hacia atrás con suavidad y lo contemplé con severidad, mientras nuestras miradas se quedaban fijas durante unos instantes.

-- Aquí no--, le dije con autoridad haciéndole notar quien mandaba. Su expresión fue entonces de desconcierto y su gesto se relajó. Me excitó aquella sumisión inmediata, aquel acatamiento debido. Sabía que tenía que esperar y que yo marcaría la pauta. Por fin me encontraba a mis anchas.

De repente, tan solo en un segundo, cada cosa ocupó su lugar, y el mundo recobró sus exactas proporciones. Abrí los ojos de par en par y dejé de ver todo desenfocado. Me abroché el sujetador, recompuse mi vestimenta y entonces fui yo la que sin darle tiempo a reflexionar tiré de sus manos y lo arrastré por la discoteca en busca de la salida. Ya fuera del local, tomamos un taxi y tras indicarle al conductor la dirección de mi hotel mediante una tarjeta, nos acomodamos en el asiento posterior del vehículo.

Durante aquel trayecto volví a ser yo, y regresé de aquel estado de trance en el que me había sumido. En aquél momento volví a pensar en Él. ¿Cuánto tiempo hacía que no pensaba en Él? Demasiado, y me recriminé por ello, ¿cómo podía no hacerlo? Miré a mi lado, y junto a mí pude verificar la causa: unos profundos ojos grises y unos largos cabellos de color castaño. Me sonrió una vez más, y encogió los hombros; el pobre muchacho estaba desconcertado. Yo no sabía si era capaz de entender lo que estaba pasando, pero él también se había sometido sumiso a mis decisiones como un perrillo faldero, y ese pensamiento me excitaba demasiado; me hacía sentía una mezcla de poder y placer absolutamente irresistible. Empezaba a entender muchas cosas. Comprendí en un momento, que el deseo, independientemente de ser la puerta que lleva al placer, era el placer por si mismo. Yo misma, estaba sufriendo en aquellos momentos el dulce estímulo de su proximidad, que me producía casi dolor, por los días de deseo contenido, y sin embargo, casi hubiera deseado que aquel momento mágico, no se hubiese roto nunca. Yo sabía exactamente lo que quería, pero también calculaba el tiempo que tardaría en derrumbarme. Sin embargo esta vez había creado un mecanismo de defensa, sabía que lo que estaba ocurriendo formaría parte de mis propios fantasmas, pero por primera vez en mucho tiempo, a medida que nos acercábamos al hotel, la imagen de Él desaparecía de mi cabeza por completo, y con ella la angustia que estaba sufriendo.

Una vez solos en el ascensor, me pregunté si sería capaz de renunciar antes de llegar a la habitación, pero mi subconsciente ya había decidido; mi ansiedad era creciente, así como innegable mi excitación. Aguantarme había llegado a ser casi doloroso, pero sabía que podía y debía hacerlo; al cabo de unos segundos podría disfrutar de lo que tanto había anhelado.

Cuando entramos en la habitación, cada músculo de mi cuerpo estaba en tensión, dejé las llaves sobre la mesilla, y entré directamente en el cuarto de baño; me encontraba tan nerviosa que no atinaba a desnudarme. No sabía como iba a suceder, y tampoco quería que eso me obsesionara, porque me sentía muy bien, cómoda y feliz. Pensaba que al quedarnos a solas, aquel hombre me derribaría y me follaría, pero no, había asumido perfectamente su papel, y para mí, la tortura aún no había concluido. Dejé correr el agua caliente y me di una rápida ducha, ya que por lo menos había que estar presentable. --¿Y qué coño me pongo yo ahora?-- esa fue mi gran duda una vez que salí de la bañera, dudaba entre vestirme, o salir totalmente desnuda, y al final opté por envolverme en el pulcro y frío albornoz que colgaba del toallero. Me miré en el espejo mientras me aplicaba unas gotas de perfume en el cuello y tras las orejas; había casi un aire de ceremonia rodeando a lo todo lo que estaba haciendo, como si tratara de ganar tiempo, y no consumar lo que había venido a hacer. Sabía que no era de ningún modo tan atractiva como muchas de chicas jóvenes que había aquella noche en la fiesta, pero ciertamente parecía follable.

Cuando salí del baño con el pelo húmedo cayendo sobre los hombros él estaba aun en pié, esperándome. Tenía en su rostro una sonrisa casi depravada pero no me hizo esperar mucho. Se giró hacia mí y me tomó por la cintura. Nuestras miradas quedaron fijas y un suave pero efectivo beso sello nuestros labios, para repetirse segundos después en forma muy apasionada. Luego desanudó el cordón del albornoz, y lo abrió lentamente hasta que la bata cayó al suelo entre mis pies. Mi cara se puso roja de vergüenza, y oculté mis ojos casi llorosos mirando al piso. ¿Tal vez había sido demasiado barata, demasiado fácil? Dios, si es sólo un crío, especulé, qué pensaría de mí si supiera lo que lo que estaba pasando entre mis piernas, ¿o tal vez lo supiera ya? Lo más probable es que me tomara por era una puta insatisfecha, ansiosa por acostarse con un jovencito.

Sin pensarlo más, me acerqué a él y le solté el cinturón y la cremallera, de su pantalón. Las manos me temblaban mientras lo hacía, pero todo mi nerviosismo de colegiala se desvaneció cuando vi su polla por primera vez. No podía dejar de ver el hermoso espectáculo de su verga completamente tiesa, él sonrió y yo sabía por qué; aquel refulgente falo estaba a solo a escasos milímetros de mi clítoris, si me rozaba, me correría allí mismo, y él lo sabía. Suspire y en esos momentos sentí como los últimos elementos de resistencia se iban disipando dentro de mi cuerpo, extendiéndose la calma hasta aquel punto de fuga más allá del cual era inútil seguir avanzando.

Movió aquella polla de arriba abajo, lentamente, simulando acariciarme. No podía soportarlo, adelanté las caderas hacia ella y sin poderme aguantar empecé a correrme. Gruñí y clavé mis uñas en la palma de mis manos. Apoyé mi cabeza sobre su pecho mientras aquel orgasmo se apoderaba de mí, tan rápida como efímeramente. Tan solo había sido un espejismo, solo una muestra del placer real que me esperaba. Mi suave orgasmo solo duró unos segundos. Abrí los ojos y lo vi mirándome. Parecía estar viviendo un sueño, pero era suficientemente real para mí. ¡Yo iba a hacer que fuera real para mí! Acaricié su polla suavemente con la mano y luego la rodeé con los dedos y empecé a masturbarle; seguía con la sonrisa permanente, y una boca entreabierta de labios carnosos, que estaba pidiendo a gritos que me la comiera. Pero él parecía no tener ninguna prisa, y se deleitaba en cada movimiento. Comenzó a acariciarme el cuello con la yema de sus dedos, abrazándome cálidamente con sus manos, para luego descender hasta mis pechos, tocándolos. Le gustó tocarme el pecho, moverlo, sentir su volumen y su tacto, se detuvo en mis sensibles pezones, los pellizcó muy débilmente, casi sin atreverse, y noté, y notó cómo se iban poniendo más duros bajo sus caricias... pronto no pude reprimir un suspiro y que mis ojos se entrecerraran, sonriendo y estremeciéndome a cada caricia sobre mi sedosa piel.

Se alejo un poco de mí; sus ojos dulces y aniñados brillaban, resplandecían, de satisfacción, su mirada irradiaba una morbosidad excitante al verme desnuda... se recreaba con la visión de mi cuerpo. Acercó su cara hasta la mía y me besó. Al pasar su lengua por mis labios, me relamí como una gatita hambrienta ante su plato de leche. El continuaba frente a mí, los dos desnudos, yo concentrada solo en mi propio placer, sintiendo un calorcito delicioso por todo el cuerpo. Sin prisas, volvió a aproximarse y empezó a lamerme, la cara, el cuello... dando brillo a mi piel con su lengua, para luego pegar su boca a mis tetitas; su anhelante respiración me excitaba muchísimo.

Sentí como se hundía la cama, en la cual yacía mi figura, bajo su peso y como se sentaba entre mis piernas. Sentí la calidez de la piel desnuda, de su torso juvenil sobre mis muslos y sus ardientes manos que recorrían todo mi cuerpo mientras su lengua exploraba con habilidad todos sus rincones. Quería contenerme, pero empecé a suspirar sin poder evitarlo, al sentir las maravillosas cosquillas que me producía cada vez que su lengua hacía contacto contra mi piel... mi conejito despertaba involuntariamente ante la situación a la que estaba siendo sometida, y a juzgar por la presión que sentía contra mi estómago, parecía que su polla también estaba lista.

Abrí mis piernas, dejando que su mano llegara a lo más profundo de mí, al mismo tiempo que gemía con dulzura mientras rozaba mi coño húmedo con la yema de los dedos, tenía los pezones erizados y la piel parecía electrizada por sus caricias. Sus manos forzaban la separación de mis piernas al máximo y abrían firmemente mi sexo, mostrando mi gran tesoro depilado minuciosamente. No me dio tiempo a impedírselo, noté como se agachaba, situando su cabeza entre mis piernas y pude sentir su aliento a escasos milímetros de mi pubis. Antes de que pudiera hacerme a la idea noté como comenzó a pasear su lengua arriba y abajo por mi chochito, metiéndose en mí, abriéndose paso entre mis labios, lamiendo mis abundantes jugos que para entonces ya habían humedecido las sábanas, y succionándome lentamente. No pude reprimir un quejido de placer; mis manos agarraban la almohada y ya no era capaz de abrir los ojos, sintiendo oleadas de intenso y aguda delicia producidas por aquella hábil lengua y su dueño. Ninguna resistencia era posible, no podía ni protestar por tamaña invasión de mi intimidad y eso me maravillaba. Siempre había sido capaz de sentir el pudor y la vergüenza suficiente para impedirme llegar al orgasmo, cuando sentía la lengua de mi marido entre mis piernas y sin embargo, ahora gemía de complacencia ante el trabajo realizado por su boca, que atrapaba mi clítoris con la lengua y lo frotaba sin piedad entre sus labios, haciéndome sentir desmayar de gusto. Jamás había tenido momentos de sexo oral, tan deliciosos y excitantes.

Finalmente estallé en un orgasmo sin límites, una oleada de calor me inundó, al tiempo que sentía cómo todos mis músculos se relajaban dulcemente después del deseo reprimido por gritar, y de estar casi apunto de ponerme a llorar de placer. Me sentí extraña, como atrapada en aquel cuerpo, porque aquel sentimiento de placer no me era insólito. ¡Si!, un placer que provenía de mi sexo, que me proporcionaba mi cuerpo, pero que una vez más provenía de la situación morbosa en la que me había puesto mi mente.

Como si fuera capaz de leer mi pensamiento, sentí sus ojos sobre los míos, dirigiendo mis sentidos, conduciendo mis sensaciones, todo en él era dedicación hacia mí. Con manos temblorosas le obligué a mirarme... y le besé en los labios, lamiendo de su boca, mis propios fluidos.

Lo acerqué a mí y le obligué a tenderse a mi lado boca arriba. Para entonces mis manos habían alcanzado la plenitud de su sexo y acariciaban sus testículos mientras mordía sus pezones y deslizaba mis tetas sobre su pecho. Empezó a estremecerse y lo escuché gemir. Pronto me encontré con su pene, justo delante de mi cara. No tuvo que pedírmelo.... incliné la cabeza hasta su sexo, coloqué su polla sobre mis labios y mi boca cedió. La inmensidad de aquella erección se clavó en mi garganta, provocándome una arcada y una herida más en mi derrotado orgullo. Comencé a mamársela suavemente. Sentí los primeros espasmos de su polla en el interior de mi boca y me supo amarga la saliva mezclada con las primeras gotas de su esperma. Las náuseas convulsionaron mi estómago cuando descargó un chorro caliente y espeso de semen en el interior de mi boca. Resistí la embestida a duras penas, pero un golpe de tos me hizo expulsar gran parte del esperma que me estaba ahogando. Tragué saliva y el resto de su leche alojada en mi boca; por las comisuras de mis labios caían espesos goterones de semen que resbalaban por mi cuello hasta mis pezones, duros como rocas. Aquella situación me desconcertó. Quería sentirme sucia y pervertida, estaba llena de vergüenza y de asco pero sentía que debía llegar hasta el final, necesitaba comerme aquella polla ya, así que no tardé en darle lentos y húmedos lengüetazos, notando el sabor de su piel, desde la base hasta la punta del capullo. No tenía que pensar en nada sólo debía relamerme y tragar. Restregué mi polla mojada contra su cara y lamí hasta e último de los restos de semen sin desperdiciar ninguno, sobreponiéndome a la repulsión que me producía, como si se tratara del mejor manjar que pudiera degustar. Ahora, en la lejanía del tiempo, recuerdo todo aquello como una caída vertiginosa hacia el abismo que me hacía sentir como una verdadera puta.

Unos ligeros golpes en la puerta de mi cuarto me hicieron volver a la realidad; no esperaba a nadie, así que al principio no presté demasiada atención, pero al advertir la insistencia de la llamada, recordé en seguida a mi hija, a la que había abandonado en la discoteca, sin avisarla de que me iba. La idea me sobresaltó, así que abandoné en seguida la cama y me dirigí con sigilo hacia la entrada. Un escalofrío me recorrió la médula cuando pude comprobar a través de la mirilla que efectivamente era mi hija la que se encontraba al otro lado.

El terror de ser descubierta de aquella manera se apoderó de mí, y con desesperación intenté cubrir mi desnudez con el albornoz que había abandonado minutos antes en el suelo. Los golpes en la puerta no cesaban y yo no me podía creer lo que estaba ocurriendo, ¡Oh Dios!, ¿cómo había podido ser tan inconsciente? Durante algunos segundos no supe que hacer, solo quería que se marchara y dejara de aporrear la puerta; pero no iba a hacerlo, yo sabía bien que no iba a hacerlo. Quizás fue entonces donde mi instinto de supervivencia comenzó a funcionar por primera vez, y por fin me hizo reaccionar y dirigirme hacia la puerta. Sin saberlo mi hija, en su insistencia por encontrarme, iba a dar un giro definitivo a mi vida. Tímidamente abrí la puerta y me encontré con ella, nerviosa y malhumorada. Mi estómago se revolvió, en aquel momento sentí más vergüenza y humillación de la que hubiera deseado, pero ya estaba hecho; yo sabía que estaba arriesgando muchas cosas, pero ya no podía pensar con claridad, era como una fuerza superior a mí la que me impedía imponerme a mis más bajos instintos, y me obligaba a experimentar las pasiones mas sucias y vulgares. Estaba indefensa; a merced de los acontecimientos. No obstante entonces ni se me pasó por la cabeza, era como si necesitara que me sorprendiera en la mayor de las obscenidades, inmoral y desnuda. Me encontraba sumergida en una situación que, no solo no controlaba, sino que me empezaba a producir el vértigo de lo oculto, de lo oscuro, de lo sexualmente perverso. Algo me decía que entraba en un tenebroso y atrayente túnel, y la cosa no había hecho más que empezar. Aquel encuentro fue un acto de silencio, y pude sentir su desprecio cuando se me quedó mirando, mientras me limpiaba los restos de semen de la cara. Por un momento pensé lo que acababa de hacer y me sentí culpable. Penetró en la habitación buscando con la mirada, no hacía falta demasiado intelecto para darse cuenta de lo que lo que acababa de interrumpir. Mi espalda se puso rígida y me quedé en un silencio expectante, mi boca se torció en una mezcla de nervios y sonrisa mientras me colocaba en el centro de la habitación, frente a la puerta. Me miró atónita, pero con rabia e indignación, dispuesta a insultarme y discutir; sin embargo su propia impotencia atenuó su ira, y optó por salir dando un portazo.

En seguida me invadió una pena infinita, no sabía si reír o llorar. Me llegó sin avisar, pillándome desprevenida; era un sentimiento de tristeza en estado puro. Miré a mi "amante nocturno" que estaba con los ojos encendidos de lujuria y le sonreí. Aunque su asombro era patente, parecía no enterarse de nada de lo que ocurría. Tenía que ponerle remedio y quitarme de encima aquel sentimiento tan pegajoso, o de lo contrario, acabaría ahogándome. Resignada, me relajé y apoyé la nuca sobre el marco de la puerta observándole. Estaba hermoso desnudo, sentado en la cama, siempre con la sonrisa en sus labios, lo adoraba, lo deseaba, sólo me preocupaba follar con él. Hasta ahora me había dejado llevar y la experiencia no me había defraudado; era la única persona en este mundo capaz de poder arrancarme una sonrisa cuando mi estado de ánimo estaba tan bajo. Había sabido esperar, y esperó hasta que yo volví a dar señales de vida. Me acerqué hasta la cama, y me sentí totalmente entregada cuando puso sus manos sobre mis hombros y la dejó resbalar por mi torso, desnudándome de nuevo. Sin dejar de mirarme con sus preciosos ojos azules, su lengua volvió a introducirse en mi boca mientras su perfume invadía todo el ambiente y a mí. Después comenzó a besarla y lamerla, suavemente, concentrándose durante largos minutos en el cuello, mordiéndome apenas, acariciándome con la lengua. Creí volverme loca, sentí como toda mi sangre se iba hacia mi pubis, y un deseo salvaje que me convertía en un animal, que solo quería aparearse, sentir a su hombre dentro. Aquel cuerpo, al alcance de mis manos, aún después de lo que acababa de ocurrir, era realmente tentador. Aquellas manos de largos dedos, suaves e insinuantes, se adentraron en mi interior y jugaban ya con mi endurecido clítoris. Lo masajeaba con aquella cálida sensualidad, sin apretar, tan solo acariciar. Lo tocaba todo: los labios, la vagina el clítoris, una y otra vez, con sus hechiceros ojos en mí, con su permanente sonrisa a flor de sus carnosos labios. Yo tenía los pelos erizados y, de pronto sentí que mis manos estaban acariciando su polla de la misma forma, bajaban y subían por aquella polla apoderándose de aquellos testículos con suavidad, y sin ningún pudor. El se dejaba hacer mientras mantenía su pene en erección, mi cuerpo ardía de la fiebre del deseo, era una fuerza superior a mí. Me incorporé y acercándome con dulzura lo empujé hasta que cayó de espaldas sobre la cama, montándolo a ahorcajadas con una rodilla a cada lado de su cuerpo, y restregándome contra su pubis, sintiendo como su enorme polla, erecta por la pasión se colocaba en la entrada de mi vulva. No la metía dentro, tan sólo esperaba mi decisión.

Levanté la pelvis y me acomodé despacio, poco a poco, sin apuros, gozando del momento. Yo notaba como aquel falo iba entrando con facilidad dentro de mis entrañas hasta que sentí los testículos pegados a los labios de mi vulva; me encontraba a gusto con aquel miembro dentro de mi vagina, sin dejar de moverme arriba y abajo sobre su sexo, en un balanceo delicioso, con mis manos acariciando una y otra vez aquel cuerpo duro y varonil. Poco a poco fui dominándome y calmando la excitación inicial, no quería un orgasmo prematuro. Él me dejaba hacer, dándome toda la potestad del momento; actuaba de forma pasiva sólo para el placer de la hembra que estaba sobre su cuerpo. La que mandaba allí era yo y la que hacía lo que le daba la gana era yo también. Me agarré a su cintura estrecha, carnosa, suave como el terciopelo y quedé clavada mientras subía y bajaba sobre su polla, que entraba y salía desde el principio al fin, de forma eufórica. Sentía, a través de las paredes de mi vagina, los espasmos previos al orgasmo…. Estaba llegando al final y quería prolongar aquel momento como merecía, pero me costaba mucho controlar mis nervios. Recuerdo que pensé fugazmente en Él, y empecé a irme en un orgasmo largo y delicioso que me supo a pecado.

Me recosté sobre su cuerpo y continué abrazada a él durante un rato, me sentía vencida, lleno de extrañas sensaciones, y percibiendo aquel exquisito perfume que emanaba de su persona. Permanecí un buen rato en esa posición, mientras el, impávido, jugueteaba con los mechones de mi pelo.

Aquella noche la pasé fatal. Tuve pesadillas horribles. La imagen de Él lamiendo mis pies mientras otro hombre me follaba sin parar, se me representaba una y otra vez sin dejarme conciliar el sueño por completo. Cuando por fin fui capaz de recuperar la conciencia descubrí que mi cuerpo se encontraba completamente empapado en sudor, y mi coño bañado en jugos. Estaba literalmente agotada, mi cuerpo aún temblaba de la cabeza a los pies rememorando las dos sublimes culminaciones orgásmicas saboreadas, y tenía la maravillosa sensación de que si intentaba levantarme, mis piernas no podrían sostenerme....., pero me sentía feliz, e increíblemente satisfecha.

El ruido del agua al correr en la ducha, me hizo abrir perezosamente los ojos al tenue resplandor de luz que atravesaba las cortinas. Aunque era plenamente consciente de lo que había sucedido la noche anterior, al principio me sentí desorientada y perdida. Tumbada en la cama intenté dominar los primeros momentos de nerviosismo y ansiedad, permaneciendo aún un rato más con los ojos cerrados, volviendo a imaginarme al inglés entre mis piernas, seguramente con su eterna sonrisa en la cara, acariciándome tan despacio que me hacía desearlo aún más. Llevé una de mis manos a mis labios, como recordando un beso; quería volver a sentir un beso suave y tierno, que posase sus labios sobre los míos durante unos instantes. No quería romper el momento, así que controlé mis instintos y aguanté un poco más acostada. Al revolverme entre las sábanas pude sentir mi propio sudor y el olor a sexo que se desprendía de mi cuerpo. Tenía el cuerpo pringoso y los cabellos enmarañados, necesitaba una ducha urgentemente, estaba sofocada y quería refrescarme.

El sonido de un timbre procedente de la puerta, me sobresaltó, sacándome de mis tribulaciones. Al momento, el inglés, empapado, apareció envuelto en una toalla, en la puerta del cuarto de baño, mientras murmuraba algo así como una ininteligible disculpa. Sentí el ruido de la puerta al abrirse, y una jerga para mi incomprensible, lo que aproveché para levantarme y apoderarme del cuarto de baño. Vacié mi vejiga primero y luego me dejé envolver por una reconfortante ducha de aguas cálidas. El agua resbaló por mi cuerpo, transmitiéndome una sensación de frescor y limpieza que yo añoraba. Calor, demasiado calor hacía en aquella maldita habitación, mi cuerpo era una mezcla de sudor, mío y de mi amante. Saqué la cabeza entre las cortinillas de la bañera y pude verlo a través del espejo llevando una bandeja con café recién hecho y tostadas. Cerré los ojos y respiré profundamente, tenía ganas de volver a Madrid.

Salí desnuda de la ducha y en la habitación nos secamos uno al otro. Nos vestimos casi sin decir nada, yo aún atribulada por las sensaciones que había tenido y el temor de encontrarme cara a cara de nuevo con mi hija.

El inglés se marchó primero, casi sin desayunar siquiera, como si quisiera huir de los problemas que se avecinaban. Finalmente llegó el tan poco ansiado momento de la partida. El vuelo salía por la tarde para Madrid, y parecía como si tuviera prisa por salir de todo aquello. Al llegar a la recepción del hotel, tuve la extraña sensación de que todo el mundo me miraba. -¡Que locura!, como si alguien pudiera saber por lo que estaba pasando.

En el hall, me esperaba mi hija, seria y reservada. La primera impresión fue de frialdad, pero en sus ojos había un destello incomprensión y reproche contenidos. Por un momento creí morirme de vergüenza, pero por encima a su desafecto que me estaba destrozando los nervios, quedaba el temor mas profundo a lo que pensara de mí.

Se empeñó en acompañarme al aeropuerto y durante el trayecto la ambiente era tan tensa que podría cortarse con un cuchillo. El trayecto se hizo endiabladamente largo y apenas si cruzamos algunas palabras intrascendentes, pero ya en el restaurante del aeropuerto, sentadas ambas frente al almuerzo, me atreví. Normalmente yo era tímida y jamás habría emprendido una iniciativa así, pero alguna fuerza misteriosa pugnaba por salir desde mi interior, haciéndome sentir mucho más segura de mi misma. Ahora o nunca, debí pensar, así que le hablé con la misma serenidad con la que le había abierto la puerta la noche anterior:

--Llevo todo el día pensando en lo que pasó ayer… quiero que comprendas, que me siento responsable de mis actos, y que por encima de todo no me arrepiento de nada de lo que sucedió anoche, salvo de mi torpeza, por haberlo hecho tan abiertamente, cuando podía haber sido más discreta. No sé lo que pasó, pero no pude resistirme; de todas formas la ocasión surgió, y yo no tuve voluntad para dejarla pasar. Quizás pueda repetirse, en otros casos y con otras personas. De todas formas quiero que sepas que se trata de mi vida y que no tienes ningún derecho a juzgarme por ello. Durante años he hecho lo que todos esperabais que hiciera, he sido una buena madre y una mejor esposa, ahora que todos tenéis vuestra propia vida, siento que ha llegado el momento de yo disfrute de mi libertad.

-- Eso no te da derecho—comenzó a decir….

-- Desde luego que si…-- la interrumpí de mal humor-- no lo sé, no estoy segura… ya no estoy segura de nada. A día de hoy todavía no sé como ha empezado todo, ni siquiera consigo recordar el comienzo de toda esta historia, ni como, ni cuando, ni por qué… He querido hacer exactamente lo que he hecho. Escúchame, no dudes ni por un momento de que te quiero, y que quiero seguir ejerciendo de madre, pero la situación hoy por hoy es irreversible, pero para la felicidad de todos, lo mejor es que sigamos viviendo como siempre, solo que con algunos cambios. Lo mejor es que aceptes lo que te estoy explicando, ahora necesito encontrar mi espacio, y si me quieres, lo que mejor puedes hacer es ser mi amiga. Entendería que me preguntaras si lo pasé bien anoche, lo que no entiendo es que me recrimines por ello. Por cierto, ¿sabe el chico con el que salías en España, como te lo pasas en las discotecas de Londres?

No se lo esperaba, se le abrió la boca, acusó el golpe, y lo encajó bien. Llegado a ese punto, ya aceptaría cualquier cosa que yo le dijera, con tal de que no siguiera con aquel tema.

--A lo mejor te interesa saber que he renunciado a ese nuevo puesto de trabajo, y que voy a seguir haciendo lo de siempre. En cuanto a Él, ya se que te gustaba pero tampoco lo tengo claro-- continué --. Los años van pasando y ya empezaba a cansarme de tener que ser la esclava de todos.-- Comenzó como un juego, por pura travesura. Estaba sola en casa, me aburría. ¿Hace falta que te lo diga?...., supongo que ya te sabes la historia. ¿Lo entiendes ahora?.... ¿Hacen falta más explicaciones?.... Ahora ya no puedo eludirlo, al principio fue difícil de asimilar... muy difícil... pero ahora me siento exactamente yo misma.

--Lo sé, lo sé…, sé por todo lo que has pasado éstos últimos años y de vedad que lo siento, --me respondió--. Se que me estoy comportando como una remilgada, y ya tengo edad más que suficiente para entender éstas cosas. Simplemente me sorprendió tu exhibición, francamente no me lo esperaba de ti.

--No te disculpes, --le respondí al tiempo que abandonaba mi natural altivez y le cogía sus manos en una actitud más maternalista--. Estás siendo tú, y no te habría hablado con tanta franqueza, si te hubieras comportado de una manera más falsa y frívola. Simplemente estás acostumbrada a verme como madre y no como mujer.

Entonces me respondió, con la misma serenidad que había demostrado durante toda la comida.

--No querría decepcionarte, pero las cosas están yendo demasiado rápido para mí.-- dijo tranquilamente, dándose cuente que involuntariamente se estaba convirtiendo en mi cómplice.

Subí sus manos hasta los labios y besé suavemente las puntas de sus dedos. Nunca lo harías, -- le dije mientras sonreía.-- pero te prometo que nunca volveré a ir tan deprisa y también procuraré ser más cuidadosa. Además me estoy empezando a preocupar, ¿no me habré follado por casualidad al más tío más bueno de toda la clase?

--¡Mamá por favor!, no tienes remedio. --me dijo mientras esbozaba una sonrisa, y yo sentía como una gran ola de alivio y comprensión me envolvía. Había conseguido expresar lo que yo sentía, y disipar mis preocupaciones.

Con el dulce sabor de boca de la conversación mantenida con mi hija, y en el convencimiento de haber ganado una amiga y un cómplice en mi nueva aventura, subí de nuevo al avión con destino a Madrid, para enfrentarme con mi otra realidad, aquella de la que no me podía desahogar con nadie. Por extraño que pudiera parecer, me sentía orgullosa conmigo misma. Hasta hace un par de meses yo era una respetable y señora casada y con una hija que jamás había roto un plato, y sin embargo, anoche, un tipo al que no conocía, me había manoseado, lamido y follado hasta volverme loca de placer.

Empezaba a darme cuenta realmente del fin de todo aquello y también de cual sería mi destino, si es que me mantenía en la idea de no huir de él. Había sido tentada por el pecado de la lujuria y ya no era capaz de resistirme. Las cosas que había perdido, mi familia, mis amigos, mi carrera, la libertad de la que nunca disfruté, todavía podía recuperarlas. La verdad es que ya empezaba a perder el sentido de la realidad, podía haberme negado a todo aquello, todavía hubiera podido hacerlo, pero sentía una atracción fatal hacia aquel juego, que me parecía del todo como una pesadilla de la que tenía en algún momento que despertar.

Allí, cómodamente sentada en la butaca del avión pude observar como desde el otro lado del pasillo, un hombre maduro y ciertamente atractivo no me quitaba el ojo de encima. Cerré los ojos por un momento y me descalcé provocadora, estirándome como una gata, mientras sonreía y casi ronroneaba de satisfacción. Pude entonces saborear el hormigueo que se extendía desde mis piernas a través de mi vientre y pechos hasta los extremos de mi cuerpo y así recordando, adorar cada lamida de aquella lengua masculina que había recorrido mis hombros y aquellos dientes tiernos que habían mordido los lóbulos de mis oídos; ardí de deseo con el aliento calido de aquel hombre que había sabido tocarme, arrinconarme con su sexo, y calentarme hasta el máximo. Intentaba pensar en todo lo que había pasado mientras permanecía recostada en mi butaca, sintiendo sucia y dolorida por lo que me había hecho sentir el día anterior.